Corpus Christi

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Mensaje del Domingo de Corpus Christi – 26 de junio de 2011 -LAS FIESTAS DE LA VERDAD, DE
LA ORTODOXIA – La presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
El Domingo pasado escribimos acerca de las fiestas que celebran la ortodoxia, es decir, la
realidad de la fe, expresada con el lenguaje apropiado para afirmar que se trata de la misma
realidad, no de un mito. Entonces nos referimos a la celebración del Domingo de la Santísima
Trinidad.
Se trata de conocer los misterios que Dios nos ha revelado y también expresarlos
correctamente. Pero detengámonos un momento en la expresión ‘misterios’. Se usa el término
para cosas que no conocemos, porque no llegó a nosotros la información, pero que de por sí
podría conocerse (p.e. el misterio de una novela policial; es misterio mientras no se nos
explica). Pero también usamos el término en un sentido más pleno; por ejemplo, decimos que
la vida es un misterio, no porque no la conozcamos, sino porque es una realidad tan grande,
compleja, que cuanto más la conocemos más advertimos su riqueza, su inmensidad, su
realidad no totalmente abarcable. De modo semejante, aunque no igual, es el uso que
hacemos en la fe con respecto a la verdad de Dios. Dios es misterio, porque su realidad es tan
inconmensurable, tan superior al entendimiento humano, que cuanto más pensamos en Él y lo
conocemos, más inmensa es su realidad. Y más profundos, insondables son las realidades de
Dios, que sólo conocemos porque Él lo ha manifestado. El ser interior de Dios – la Trinidad de
Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo en la Unidad de naturaleza – lo conocemos por la
revelación de Jesucristo, vivimos de ese conocimiento y, a su vez, nos queda inmensamente
grande. Son misterios de vida, revelados ¡qué más cercano que Jesucristo, Hijo de Dios, que su
Padre, que el Espíritu Santo! ¡Qué más grande, misterioso, inefable que Dios Uno y Trino! Por
eso son fiestas de la verdad, de gratitud por habérsenos dado a conocer, y son fiesta de la
ortodoxia, del respeto por la expresión que la Iglesia tiene no hablar incorrectamente de Dios.
Este Domingo de Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, celebramos la verdad
de la presencia de Cristo en la Santísima Eucaristía y la precisión con que la Iglesia afirma tan
grande misterio, tan inmensa realidad. Jesús pronunció la oración de acción de gracias y dijo:
esto es mi cuerpo entregado por ustedes, ésta es el cáliz de mi sangre, derramada por ustedes
para el perdón de los pecados, es la alianza nueva y eterna. Hagan esto en conmemoración
mía. Los apóstoles, los santos padres, toda la Iglesia con la luz del Espíritu Santo, entendió
siempre que cuando Jesús dice ‘es’ está hablando de la realidad.
Jesucristo, nuestro Dios y Señor, está presente de diversas formas en la celebración de
la Santa Misa, que mandó a su Iglesia celebrar, para lo cual aseguró su propia presencia y
acción. Jesús está presente en la asamblea de la Iglesia – que es su cuerpo – está presente en
sus ministros (el obispo y los sacerdotes), por quienes preside, ora y actúa, está presente
cuando se proclama la Palabra de Dios, cuando se reza. Jesucristo está vivo y reinante junto al
Padre y obra en estas diversas formas de su presencia, actuando por la fuerza y el dinamismo
del Espíritu Santo. Su presencia es ‘real’ en todas las formas de presencia en la Santa Misa.
Ahora bien, según su palabra, que es la verdad, por la oración de la Iglesia que él
mandó decir y por la acción del Espíritu Santo que el Padre envía, el pan y el vino se convierten
realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. De esta presencia la Iglesia dice que es real y
substancial, es decir, que aunque la apariencia siga siendo la misma – los sentidos perciben
pan y vino -, sin embargo es realmente el cuerpo y la sangra de Cristo. Por esto mismo al
cambio que sucede en ese momento la Iglesia lo llama ‘transubstanciación’. La apariencia es la
misma, pero la realidad es otra: no es pan ni vino, sino Cristo mismo que se nos da misteriosa y
realmente para ser comido y bebido. Además no es un cuerpo muerto, o una sangre suelta:
bajo la apariencia – la especie – de cada elemento está, es, realmente y substancialmente todo
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre: cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Por todo esto, en primer lugar, celebramos la fiesta de la verdad, de la realidad: Cristo
mismo está presente en la Santísima Eucaristía, en el Santísimo Sacramento. Es la luz de la
mente, iluminada por la fe, la que reconoce a Cristo verdadera, real y substancialmente
presente en la Eucaristía. Y es fiesta de la ortodoxia, de la gratitud porque la Iglesia expresa,
nos enseña el recto lenguaje para hablar de este misterio, profesarlo y vivirlo.
Esta fiesta del don, del regalo, de Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento del
Altar, lleva a las más lindas expresiones de alegría, de gratitud. De esta expansión del alma sale
la Adoración al Santísimo Sacramento aún fuera de la celebración de la Misa y la Procesión de
Corpus Christi: en el mundo, a cielo abierto, cantamos la presencia del Señor.
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