“Eran las cuatro de la tarde cuando pronunció mi nombre”

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ENCUENTRO 5
“Eran las cuatro de la tarde cuando
pronunció mi nombre”
En este encuentro queremos acercarnos a la experiencia del seguimiento de Jesús: discípulos y discípulas.
Quizás hayas escuchado varias veces sobre este tema o más conocido como las “llamadas vocacionales”. Ha
sido y sigue siendo una manera de poner nombre a la experiencia y encuentro que algunas personas tuvieron
en aquella época con Jesús.
Son muchos y muchas las personas que se consideran discípulos y discípulas de Jesús, lo cual no daría este
encuentro para poder conocer a todas y menos aún poder acercarnos a su corazón para poder preguntarles
qué fue lo que sintieron al seguir a Jesús.
Podríamos decir que hay grupos “de seguidores” según haya sido la invitación o no. Podemos encontrarnos
con seguidores o discípulos que han sido llamados directamente por Jesús, como el caso de Pedro, Mateo,
Santiago; otros en los cuales Jesús ha sido una nueva respuesta a sus interrogantes como el caso de Juan y
Andrés, Felipe; y otros que simplemente tomaron el seguimiento como acción de gracias por las acciones de
Jesús sobre ellos o una especie de atracción de su persona como el caso de los “sanados” y las mujeres. En
estos tres casos estamos hablando siempre de seguidores directos. Luego podremos incluir a otros como
Pablo y Bernabé que no conocieron directamente a Jesús pero que fueron recibiendo “visiones” que daban
cuenta del deseo de ser discípulos con todo el proceso de conversión que implicaba como el caso de Pablo.
En este encuentro, y dentro del proceso de profundización que venimos realizando como comunidad, vamos
a mirar y dejarnos mirar por dos personajes que en la tradición cristiana tienen mucha importancia y creemos
que también adquieren importancia en nuestro caminar: Juan y María Magdalena. Uno de ellos entiende que
Jesús es la nueva respuesta a sus búsquedas y simplemente decidí seguir a Jesús. Otro, es sanada según una
de las tradiciones y así se dispone a seguirlo. No hay muchas historia sobre estos dos discípulo, pero si mucha
experiencia y sobretodo mucho afecto en el seguimiento. Ambos representan a otro grupo que han
compartido experiencias semejantes.
Dividiremos este encuentro en tres partes:
1. La experiencia de Juan
2. María Magdalena
3. Celebración: Familia Marista
Al final del Encuentro si te interesa poder profundizar en esta temática, los coordinadores tienen material
para hacerlo. Ahora te invitamos a que puedas entrar en el diálogo con Jesús, Juan y María Magdalena para
poder reconocerte también como discípulo y discípula.
Presentación del texto
Lucas 8,1-3
Contexto del libro:
La obra de Lucas nos sitúa en la segunda generación cristiana.
Los cristianos se van asentando y expandiendo cada vez más
dentro del mundo romano, aunque son vistos frecuentemente
con recelo y sospecha. Hay una urgencia por presentar el ideal
cristiano como un ideal apto e inofensivo para la sociedad
romana, como una práctica religiosa que puede subvertir el
mundo no con la violencia ni las guerras, sino con la fuerza del
Espíritu que ya está actuando y que va convirtiendo muchos
corazones a Jesús.
Por los datos que brinda el evangelio, sus destinatarios sería
una comunidad de cristianos mayoritariamente de origen
pagano y geográficamente distantes de Palestina.
Surgió entre 80-100. Su libro tiene como destinatario a la clase
mas alta del pueblo de Roma. No obstante, el en el inicio narra
un himno revolucionario.
La actividad de Jesús es organizada en tres fases:
> la actuación en Galilea
> viaje de Galilea a Jerusalén
> los días en Jerusalén.
En el centro del relato de viaje él coloca un capítulo con tres
parábolas sobre lo que fue perdido y culmina con la Parábola
del hijo prodigo, que contiene el punto central de su teologia:
el cariño de Dios con todas las personas que se convierten.
Todos como el hijo prodigo, son restaurados en su posición
primitiva.
Pentecostés El hombre aparece en Lucas no como “un ser
salvo”, sino como “un ser convertido”, que precisa cambiar de
comportamiento.
En el evangelio de Lucas Jesús define 2 veces su misión, enfatizando la conversión del que está perdido. Por eso en el centro
se encuentran las tres parábolas del que está perdido (Lc 15)
En el texto que acabamos de leer aparecen para la comunidad
de Lucas dos grandes grupos de seguidores: LOS DOCE y LAS
MUJERES. Es importante ver que para la comunidad lucana
todos pueden ser discípulos y discípulas. No hay distinción
entre hombres y mujeres, hay un retomar el inicio (Gen 1,27).
Ambos son responsables de la construcción del Reino, cada
uno desde su identidad, desde lo que es. Esta idea será
tomada luego por Pablo (1 Cor 12,1-11)
Estamos dentro de los viajes de Jesús, es decir, en su peregrinación es que la comunidad de Lucas reconoce a los discípulos y
discípulas. Sería bueno ahora dar un vistazo al contexto del
discipulado que había en esa época para poder comprender
por qué los doce y las mujeres en su seguimiento son buena
noticia. (ver anexo)
PRIMERA PARTE
Juan: uno de los Doce (Jn 1,35-39)
Contexto del libro:
En el texto anterior el centro era Juan Bautista. Ahora el
Evangelista nos invita de dejar un poco de lado al Bautista y
centrarnos en otro joven: JUAN.
Juan, es alguien que estos relatos en un que lleva su nombre.
¿quién era el Juan que nos cuenta estos relatos? Sobre todo
tomando en cuenta que pareciera querer contarnos experiencias
muy personales vividas hace mucho tiempo, y rumiadas ahora a
la luz de la vida de la iglesia de la segunda generación cristiana.
De entrada nos ha traído el himno que ya se cantaba en la
liturgia, poniéndolo como prólogo a su escrito, y como
resumen de todo lo que nos quiere trasmitir. Luego nos presentó al Bautista, y su misión de señalar a Jesús como el cordero de
Dios. Todo este relato tiene una fuerte carga testimonial,
basada en recuerdos personales que ahora son interpretados a
la distancia desde la luz de la fe. Inmediatamente pasa a ser
protagonista del relato al contarnos su recuerdo personal, del
primer encuentro que tuvo con Jesús, y cómo a partir de allí
comenzó su seguimiento. Y seguidamente en forma condensada el de todos sus compañeros los apóstoles.
Juan sería un joven, aparentemente de buena posición, tanto
por la familia de su madre, como el trabajo de su padre. Pero
un joven insatisfecho. No se había amoldado a las ventajas
que le traían el poder o las influencias de la familia o cosas por
el estilo. Recordemos que su madre es la que pide a Jesús que
sus dos hijos (Juan y Santiago) ocupen los cargos más importantes. Y aunque tenía amistades en la familia del sumo
sacerdote, no había agarrado la línea saducea de conseguir
puestos para lugar ubicarse en un estrato de poder. No era eso
lo que le podría satisfacer.
Era un joven insatisfecho que tampoco había optado por la
línea farisea, donde él podía constatar mucho de hipocresía. Y
menos aún lo convencía la línea revolucionaria, tira bombas de
los fanáticos zelotes. Por instinto buscaba la vida. Tenía ganas
de vivir. Y allí donde veía vida, y vida en serio, por ese lado era
capaz de comprometer el corazón.
Probablemente a través de lo que estaba sucediendo en el
Jordán, allí cerca de Jerusalén, había descubierto a ese hombre
de la clase sacerdotal que era Juan el Bautista. Y se había
hecho su discípulo. Pero el Bautista les había avisado
claramente a él y a su hermano Santiago y también a los otros
amigos: Pedro, Andrés, Natanael y Felipe, que él no era el
Mesías. Pero les garantizaba que cuando apareciera, él se los
iba a señalar.
A continuación de todo esto Juan trae el relato del suceso que
recuerda con precisión de horario y lugar. Un día estaba él con
Andrés, que era el hermano de Pedro, de quien quizá era
compañero de trabajo allá en el norte. En ese momento
estaban al lado del Bautista. Algo los retenía allí. Quizá su
deseo de vivir en serio. No el simple deseo de gozar de las
sensaciones de la vida. Tal vez eso lo habrían podido conseguir
sin mayor dificultad en Jerusalén, con sus otros amigos, ya que
su posición les daba la oportunidad y las situaciones. Pero
como tantas veces lo habían escuchado al cantar los salmos,
les resonaba aquella invitación del Señor Dios:
Mis jóvenes amigos
Vengan y escúchenme
¿quién de ustedes ama la vida y quiere ser feliz?
(Sal 33,12)
En ese momento, Jesús que regresaba del desierto, pasaba
nuevamente por allí. Juan el Bautista se lo señala a los dos
discípulos y les repite lo que había dicho a todos, cuando viera
descender el Espíritu sobre el recién bautizado: “Este es el
cordero de Dios”
Los dos discípulos se miran el uno al otro y quizá sin decírselo
se invitan a seguirlo. Algo tiene que haberlos atrapado en su
persona. Copados por la vida que irradiaba, realizan ese gesto
casi irreflexivo, pero profundamente vital de ponerse en su
seguimiento. Y al verlos, Jesús se da vuelta, los mira y les
pregunta en forma directa y quizá un poco cortante: ¿qué
buscan?
Podrían haberle contestado, intentando iniciar un diálogo,
preguntando cómo se llamaba. O podrían haberse defendido
al igual que los fariseos con el Bautista, acorralándolo para
que se identificara respondiendo si él era el verdadero Mesías.
Así ellos sabrían a qué atenerse desde el “vamos”. Pero no. La
cosa les dio en el centro de sus búsquedas, y frente a esa
mirada llena de vida, les salió casi ingenuamente una pregunta
que en el fondo era una súplica: Maestro ¿dónde vives?Los
dos discípulos quizá conocían muy poco de él.
Tras la resurrección, seguir a Jesús significa adherirse a Él en la
fe, prolongar su obra y su misión. Juan, desde su experiencia
personal y de su comunidad son da los rasgos más destacados
del seguimiento:
> La iniciativa de toda llamada es siempre de Jesús
> La fecundidad del testimonio: los discípulos, recién
llamados, llaman a su vez a otros mediante su testimonio. La
fe en Jesús contagia.
> Gozo ante el descubrimiento de Jesús como el Mesías. Este
clima de alegría que llena el corazón de los apóstoles se
manifiesta en la reiterada mención del típico verbo griego
“eurekamen” “lo hemos encontrado”.
Actualización del texto
AMBIENTE:
> Comenzamos leyendo Jn 1,35-40
(Colocar el cartel que dice ¿qué buscas?)
> Colocar una imagen de Jesús
para que todos puedan verla o
en todo caso una estampa o
imagen más pequeña de la
cara de Jesús para cada uno.
Tener preparado carteles con
las siguientes frases: ¿qué
buscan?/vení y lo verás/eran las
cuatro de la tarde)
Jesús nos responde con una nueva pregunta… acrecienta nuestras búsquedas, una búsqueda
que va lo profundo… deja que resuene en vos y respondele… ¿(decir los nombres) qué
buscas? Jesús te mira profundamente y te hace esta pregunta al fondo de tu ser, a tu esencia
¿qué buscas? ¿qué es lo que mueve tu vida, tu corazón? ¿qué buscas en tus sueños, en tus
pasiones? ¿qué pensas hacer con tu vida, en que querés gastarla?
MAESTRO, ¿DÓNDE VIVES?... preguntémosle, sin miedo sino con el anhelo de saberlo…
¿dónde vives?... ¿qué encierra nuestra pregunta? ¿qué otras preguntas quiero hacerle?
¿dónde vives?...
Jesús te hace una invitación muy profunda… una respuesta a tus búsquedas y a tus preguntas… (Colocar el segundo cartel: VENI Y LO VERAS…)
Juan recibió la misma respuesta. Se fue con él. ¿de qué hablan hablado? No lo dice. Seguramente se habrá sentido contento de que Jesús los haya invitado personalmente a seguirlo. No
hay secretos. Sólo la vida les revelará el misterio en que se están metiendo.
¿Qué es para vos VENI Y LO VERAS? ¿En qué te estás metiendo? Ser discípulo pareciera ser
caminar y ver… hacer algo simple… pareciera que ser discípulo no tiene definición más que
vivir desde lo más profundo… de ir dando respuestas… VENI y LO VERAS… ¿hacía dónde estás
yendo? ¿qué esperas ver?
(Colocar el tercer cartel: ERAN LAS CUATRO DE LA TARDE)
Juan fue y vió donde vivía. Y desde aquel día se quedó con Él. Así lo cuenta en el inicio de su
evangelio este Juan que tal vez ya anciano, después de haberlo contado tantas veces a su
comunidad, un día lo pone por escrito. Y recuerda que eso sucedió como a las cuatro de la
tarde.
¿qué quiero que se cuente de mí? Si yo escribiera mi propio evangelio… ¿cómo empezaría?
¿me siento discípulo?
Escribir lo que ha surgido de este momento.
SEGUNDA PARTE
María Magdalena: una de las mujeres
(Lc 8,2;Jn 20,18)
Contexto del libro
1
Las mujeres siguieron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, y
no le aban¬donaron 'ni en el momento de su ejecución.
Escuchaban su mensaje, aprendían de él y le seguían de cerca,
lo mismo que los discípulos varo¬nes. El hecho es incontestable y, al mismo tiempo, sorprendente, porque, en los años
treinta y todavía más tarde, a las mujeres no les estaba
permi¬tido estudiar la ley con un rabí. No solo eso. Viajar por
el campo si¬guiendo a un varón y dormir en descampado
junto a un grupo de hom¬bres era probablemente un escándalo. En Galilea no se había conocido algo parecido. El espectáculo de un grupo de mujeres, en algunos casos sin compañía
de sus maridos, algunas de ellas antiguas endemoniadas,
siguiendo a un varón que no era su esposa y que las acepta en
su entorno junto a sus dis¬cípulos varones no podía sino
despertar recelo.
¿Quiénes eran estas mu¬jeres? ¿Qué hacían entre aquellos
hombres? ¿Se dedicaban a servirles rea¬lizando tareas propias
de mujeres como cocinar, preparar la mesa, servir los alimentos, traer agua, limpiarles los pies? ¿Eran discípulas de Jesús en
el mismo plano y con los mismos derechos que los discípulos
varones?
Tradicionalmente se ha considerado que estas mujeres iban
con Jesús para realizar un servicio propio de mujeres. A partir
de estudios e investigaciones se las consideran verdaderas
discípulas Las mujeres formaron parte del grupo que seguía a
Jesús desde el principio. Nunca se dice que Jesús las llamara
individualmente, como, al parecer, lo hizo con algunos de los
Doce, no con todos. Probablemente se acercaron ellas
mis¬mas, atraídas por su persona, pero nunca se hubieran
atrevido a seguir con él si Jesús no las hubiera invitado a
quedarse. En ningún momento las excluye o aparta en razón
de su sexo o por motivos de impureza. Son “hermanas” que
pertenecen a la nueva familia que va creando Jesús, y son
tenidas en cuenta lo mismo que los “hermanos”.
Conocemos el nombre de algunas. María de Magdala ocupa
un lugar preeminente, porque viene citada casi siempre en
primer lugar, como Pedro entre los varones. Hay un grupo de
tres mujeres que, al parecer, son las más cercanas a Jesús: María
de Mag¬dala, María, la madre de Santiago el menor y de José,
y Salomé, lo mismo que entre los varones hay tres que gozan de
una amistad especial: Pedro, Santiago y Juan. Conocemos
también el nombre de otras mujeres muy queridas por Jesús,
como las hermanas Marta y María, que lo acogían en su casa de
Betania siempre que subía a Jerusalén, y le escuchaban con
verda¬dero placer, aunque, al parecer, no le acompañaron en
sus correrías. Betania era una pequeña aldea en las afueras de
Jerusalén. Distaba unos tres kilóme¬tros del templo.
La reacción de los discípulos y las discípulas ante la ejecución
de Je¬sús fue diferente. Mientras los varones huyen, las
mujeres permanecen fieles y, a pesar de que los romanos no
permiten ninguna interferencia en su criminal trabajo, asisten
“desde lejos” a su crucifixión y observan más tarde el lugar de
su enterramiento.
Pero, sin duda, lo más llamativo es su protagonismo en el
origen de la fe pascual. El anuncio primero de la resurrección
de Jesús está ligado a las mujeres. ¿Fueron ellas las prime¬ras
en experimentar a Jesús resucitado? No es fácil decir algo con
seguri¬dad. Probablemente María de Magdala tuvo un
protagonismo grande. Si María ocupa el primer lugar en el
grupo de mujeres, y Pedro en el de varones, se debe probablemente a que a ambos se les atribuía un papel importante en el
origen de la fe en Jesús resucitado.
La presencia de las mujeres en el grupo de discípulos no es
secundaria o marginal. Al contrario. En muchos aspectos, ellas
son modelo del verda¬dero discipulado. Las mujeres no
discuten, como los varones, sobre quién tendrá más poder en
el reino de Dios. Están acostumbradas a ocupar siem¬pre el
último lugar. Lo suyo es “servir” (Juan 20,19-29; Lucas 24,34;
1 Corintios 15,5. 65 Según la tradición de Marcos, las mujeres
“le seguían y le servían cuando estaba en Ga¬lilea” (15,41).
De hecho, eran seguramente las que más se ocupaban de
“servir a la mesa” y de otras tareas semejantes, pero no
hemos de ver en su servicio un quehacer que les corresponde
a ellas, según una distribución lógica del trabajo dentro del
grupo. Para Je¬sús, este servicio es modelo de lo que ha de ser
la actuación de todo discí¬pulo: “¿Quién es mayor, el que está
a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo
estoy en medio de vosotros como el que sirve”. (Lucas 22,27).
Sin embargo, nunca se llama a estas mujeres “discípulas”, por
la sen¬cilla razón de que no existía en arameo una palabra
para nombrarlas así. Por eso tampoco los evangelios griegos
hablan de discípulas. El fenó¬meno de unas mujeres integradas en el grupo de discípulos de Jesús era tan nuevo que
todavía no existía un lenguaje adecuado para expresarlo. El
nombre de “discípula” (mathetría) no aparecerá hasta el siglo
II, en que se le aplica precisamente a María Magdalena.
Es normal, por otra parte, que no encontremos el nombre de
ninguna mujer entre los “Doce” discípulos elegidos por Jesús
para suge¬rir la restauración de Israel. Este número simbólico
apunta al pueblo ju¬dío, formado por doce tribus que, según
la tradición, descendían de los doce hijos varones de Jacob.
María, la Magdalena
Jesús trató con afecto a mujeres muy cercanas a él, como
Salomé o María, la madre de Santiago y José. Tuvo amigas
muy queridas, como Marta y María, las hermanas de Lázaro.
Según el evangelio de Juan, “Jesús amaba a Marta, a su
hermana y a Lázaro” (11,5). Pero su amiga más entrañable y
que¬rida es María, una mujer oriunda de Magdala. Ella ocupa
un lugar espe¬cial en su corazón y en el grupo de discípulos.
Nunca aparece, como otras mujeres, vinculada a un varón.
Magdalena es de Jesús. A él le sigue fiel¬mente hasta el final,
liderando al resto de discípulas. Ella es seguramente la primera
en encontrarse con Jesús resucitado, aunque Pablo no le
dedi¬que ni una sola palabra en su lista de testigos de la
resurrección.
María había nacido en Magdala, la antigua Tariquea, una
ciudad si¬tuada junto al Iago de Genesaret, a unos cinco
kilómetros al norte de Ti¬beríades, famosa por su industria de
salazones y conservas de pescado. Jesús pasaba por Magdala
cuando iba de Nazaret a Cafamaún. De la vida de María no
sabemos nada. Solo se nos da una breve referencia que, sin
embargo, arroja no poca luz sobre su relación con Jesús. Era
una mujer “poseída por espíritus malignos” y Jesús la curó
“expulsando de ella siete demonios” (Lucas 8,2 y Jn 8,11).
Este hecho fue el comienzo de todo. Antes de conocer a Jesús,
María vivía desquiciada por completo, desgarrada interiormente, sin identidad propia, víctima indefensa de fuerzas malignas
que la des¬truían. No sabía lo que era vivir de manera sana.
Encontrarse con Jesús es para ella comenzar a vivir. Por vez
primera se encuentra con un hombre que la ama por sí misma,
desde el amor y la ter¬nura de Dios. En él descubre su centro.
En adelante no sabrá vivir sin él. En Jesús halla todo lo que
necesita para ser una mujer sana y viva. De otros se dice que lo
dejaron todo para seguir a Jesús. María no tenía nada que
dejar. Jesús es el único que la puede hacer vivir. Jamás un
hombre se le había acercado así. Nadie la había mirado de esa
manera. Había pasado muchos años en la oscuridad, privada
de la bendición de Dios. Ahora lo siente más cercano que
nunca gracias a la presencia curadora de Jesús.
Según una tradición cristiana, María es la primera en encontrarse con el resucitado y en comunicar su experiencia a los
discípulos, que no le dan crédito alguno. (Marcos 16,9-11). El
evangelista Juan nos ha transmitido un cuida¬doso relato
sobre su encuentro con el resucitado (Juan 20,11-18).
Para una mujer tan cen¬trada en Jesús como María, su
ejecución fue un trauma. Habían matado a quien era todo
para ella. No podía dejar de amarlo; se aferraba a su
per¬sona; necesitaba agarrarse al menos a su cuerpo muerto.
Tal vez un miedo se despertaba en su interior: sin Jesús podía
caer de nuevo bajo la oscura opresión de las fuerzas del mal.
Miraba el sepulcro vacío, pero era aún ma¬yor el vacío que
encontraba en su propio corazón. Nunca había sentido una
soledad tan profunda. Cuando Jesús se presenta ante ella,
María, ce¬gada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Jesús la llama con la misma ternura que ponía en su voz
cuando caminaban por Galilea: “¡Mir¬yam!”. María se vuelve
rápida: “¡Rabbuní!”, “¡Maestro mío!”. Esta mujer que no
podía vivir sin Jesús es la primera en descubrirlo lleno de vida.
El narrador trata de transmitir al lector toda la itensidad e
intimidad del encuentro utilizando el arameo, la lengua
materna de Jesús y de María. Co¬mienza para María una vida
nueva. Puede seguir de nuevo a su querido Maestro, pero ya
no será como en Galilea. El resucitado la envía a sus
her¬manos: “Vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi
Padre y vuestro Pa¬dre, a mi Dios y vuestro Dios”. María
tendrá que aprender a abrazarlo en sus hermanos y hermanas
mientras les comunica que ya no hay un abismo entre Dios y
los hombres. Unidos a Jesús, todos tienen a Dios como Padre.
Había tres mujeres que siempre iban con el Señor: María su
madre, su hermana [de su madre] y Magdalena, que era
llamada su compa¬ñera, porque María era su hermana, su
madre y su compañera.
Actualización del texto
AMBIENTE:
El objetivo de esta actualización será tomar contacto con
los sentimientos de María
Magdalena y su experiencia de
discípula. La idea no es
obtener conclusiones o
razonamientos acerca de su
seguimiento, sino permitirnos
espejar en ella en nuestro
camino de profundización
vocacional. Ser
discípula/discípulo es reconocer en Jesús que puedo ser yo
mismo.
Vamos hacer un camino con
María Magdalena.
> colocar piedras. Se invita a
todos a poder sentarse
alrededor de ellas.
> Leemos: Jn 8,1-11
Una mujer está por ser asesinada…¿será justo? Escuchemos cómo vivió ella ese momento.
¿por qué soy discípula?
(se recomienda que a partir de este momento una mujer (coordinadora) pueda leer el texto de
María Magdalena, tomando su papel, su rol. Se puede invitar a los participantes a cerrar los
ojos e imaginarse la situación)
Muchos me preguntan cómo lo conocí, qué tenía Él de especial… y sobre todo por qué decidí
abandonar todo y seguirlo. En realidad no abandone mucho, al contrario, siguiéndolo a Él
recupere mi vida, mis sueños de mujer, mi pasión… siguiéndolo a Él me encontré a mí misma.
Lo conocí en aquella tarde donde todo se estaba haciendo oscuridad… la tarde más larga de
mi vida… pero también fue la tarde que se hizo amanecer…
Uno de ellos apretaba fuerte mi brazo con su mano y en la otra una piedra. Venían muchos.
Todos se habían enterado del rumor. No había testigos, pero el rumor siempre estuvo. Quise
soltarme. Gritaba, pero llegó otro más y me agarró del otro brazo. Su fuerza era impresionante. Los más ancianos venían atrás. Me daba vuelta y eran cada vez más y más piedras. Mire al
cielo pidiendo auxilio. Los hijos de Abraham no me reconocen… mi muerte se acercaba. No
quiero morir… quería ser feliz, pero nadie atestiguaría en mi favor. Era mujer. Sola en el
mundo anduve y sola iba a morir.
El griterío era cada vez mayor. Más gente se asomaba. Íbamos directo al Templo. Ahí iría a
morir. ¡qué injusticia! Por un rumor y por ser mujer. ¿dónde estaba Dios?
Más y más piedras venían a sumarse para darme muerte. Llegamos. Había mucha gente. ¿qué
hacían todos ahí? Se abrieron paso y ellos me pusieron al centro, al lado de Él, frente a frente.
¿Quién era ese hombre?
Escuche de la voz de ellos mi sentencia. Hicieron público el rumor y también mi sentencia de
muerte. Le consultaron a Él. En ese momento a mi alrededor ya no había voces ¿estaré
muriendo? ¿esto es la muerte? En mi memoria y en mi corazón toda mi vida fue pasando,
hasta aquel momento tan secreto y oculto en mi vida, ese secreto, ese “pecado” que solo yo y
mi Dios conocíamos. Endemoniada o poseída no lo sabía, pero sabía que esta impedida,
como muerta, sin sentido para vivir. Cuánto mal había hecho… para ese mal yo sabía que no
había ni condena ni perdón. Se me estremeció el cuerpo al recordarlo mientras me preguntaba si todo esto era morir. ¿vendrá Elías a buscarme? ¿vendrá Moisés? ¿se acordarán de que
también soy hija de Israel? ¿Dónde van las mujeres como yo cuando mueren? ¡No quiero
morir! Me sentí caer en un abismo, sin esperanza de vivir…
“¿Dónde están?”, su voz me hizo reaccionar. Yo estaba aún al lado de Él. No había muerto.
Mire alrededor. Lo vi a Él y note que en el suelo estaba escrito mi nombre. Nadie se lo había
dicho porque nadie conocía mi nombre… simplemente era una mujer o la endemoniada.
Llegaron a decir que estaba poseída por siete espíritus impuros, pero nunca llegaron a decir
mi nombre.
Sorprendida mire nuevamente alrededor y ya no había nadie, ninguno de los que me habían
acusado. Solo el rastro de su fuerza y opresión estaban en mi cuerpo. Solo piedras en el suelo
a mi alrededor. ¿qué paso? ¿alguien atestiguo a mi favor? ¿alguien actúa como mi rescatador? Imposible. No tengo a nadie que me rescate. Sola estoy en el mundo.
Nuevamente su voz: “Mujer ¿dónde están?” Su sonrisa en su cara y su mirada me hicieron
reconocer que estaba viva y en un estallido de lágrimas le dije ¡se han ido! ¡no hubo muerte!
Él, en su mirada me dijo: “Yo tampoco te condeno… ve y no peques más… no peques
más…”
El conocía mi secreto, sabía de lo que hablaba. Sabía de mi infidelidad, de mi sin sentido.
Sabía de lo oculto… su mirada fue clara. Ya no pude llorar más. Mi cuerpo no reaccionaba.
Quede sin palabras. ¿será eso amor? A pesar del rumor yo no conocía el amor y no quería
morir sin conocerlo.
Él se levantó y varios empezaron a caminar tras Él. No pensé en otra cosa que seguirlo, quería
saber donde iba. Me quede atrás.
Otra mujer, que parecía su madre me tomó del brazo. No había palabras, solo miradas y un
caminar. No sabía por qué lo hacía pero mi corazón solo pensaba en él y su mirada, su
sonrisa, sus palabras, su voz… Camina pensando solo en Él. Lo miraba solo a Él. Y mientras
más pensaba y más lo miraba, algo se encendía en mi corazón… como si me dieran nuevamente vida, como si aquel aliento divino volviera a entrar en mi… como si me estuvieran
creando nuevamente…
> Se invita ahora a dejar el lugar de las piedras y caminar hasta un segundo lugar donde habrá
colocada una cruz. Al llegar a ese lugar se continua leyendo
Muchos días camine tras Él, oculta entre otras. Mis ojos ya no los quitaba de su caminar, su
mirar y su hablar. De mi pecada nunca más tuve recuerdo y tampoco peque más. Esto que
sentía en mi corazón era mucho más fuerte.
Los días siguieron y yo tras Él. Algunas me decían que me había enamorado. ¿será esto amor?
A pesar de los rumores que había sobre mi yo no conocía que era el Amor. Si amor entonces
era ser aceptada, salvada y mirada con ternura entonces puedo decir que seguía al Amor. Si
amor era sentir que volvía a ser creada a medida que caminaba y lo seguía, entonces me
considero discípula del Amor… Esta vez sentía lo que la Sulamita proclama en el Cantar de los
Cantares “he sido herida por el Amor… muchachas, pueblo todo, no despierten ni desvelen al
amor hasta que a él le plazca”, porque si lo despiertan no podrán hacer otro casa más que
seguirlo…
> Se lee Jn 19,25-27
Llegaron los tiempos más oscuros para todos nosotros. Tarde gris y ese hombre muriendo en
una cruz. Un inocente estaba muriendo aquella tarde. Debería ser yo la que tendría que estar
ahí… ¡yo soy la pecadora!
Para Él no había piedras… solo madera y clavos. Como aquel día en el Templo estábamos
juntos, pero en papeles invertidos. Ahora era Él el que moría y yo sin poder hacer nada.
¡Están matando al Amor!
Mis lagrimas y mis gritos se hicieron escuchar, el dolor de ver morir al que me salvo la vida no
tenía medida. Lo miraba y recordaba su sonrisa, su mirar de aquel día. ¡Dios, por qué me
volves a abandonar! Grite con fuerza… Ella hacía lo mismo.
(se invita a dejar un momento de silencio y tratar de tomar contacto con los sentimientos de
Magdalena, con aquellos sentimientos de discípula. Se invita a levantarse e ir a otro lugar
mientras se escucha “como duele perderte-Gloria Stefan”)
(en este tercer lugar se recomienda que estén algunas flores y un cartel con la siguiente frase:
SEGUIR A JESUS ES PROCLAMAR QUE EL AMOR VENCE A LA MUERTE)
> Se lee Jn 20,11-18
Aquella mañana estuve en el jardín del cementerio. No tenía consuelo… me dolía perderlo…
sólo reconocí lo importante que era para mi cuando lo perdía…
Ya no había manera de recuperarlo y de volver a ser yo, cuando de golpe Él pronunció mi
nombre: María. Su voz era inconfundible… Era Él… como aquella tarde, mi vida volvió a tener
sentido… mis sueños se desplegaron como la flor en primavera, mi cuerpo se puso en
movimiento… ahora él estaba en mis hermanos y hermanas… ahora Él me invitaba a
abrazarlo en aquellos que como yo habíamos sufrido inocentemente… Desde aquel momento
confirme mi ser discípula… La muerte había sido vencida. Aquello si era Amor.
TERCERA PARTE:
Celebración:
Familia Marista: hermanos, laicos y laicas seguidores del Reino.
1
Cf. JESUS: APROXIMACIÓN HISTÓRICA (cap 5). José Antonio Pagola. Ed. Verbo Divino 2005
Cf. SCHÜSSLER FIORENZA, Elisabeth, En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-fe¬minista
de los orígenes del cristianismo. Bilbao, Desclée de Brower, 1989.
2
FICHA 5
“Seguidores y Seguidoras del Reino”
Una común vocación:
discípulos y discípulas del
Reino.
Todos los seres humanos
tenemos una vocación común:
amar, trabajar y creer. Todo lo
que cada hombre hace durante
su vida estará enmarcado en el
camino del amar, trabajar y
creer; caminos que si bien no se
excluyen, se distinguen.
El amor relaciona, vincula, crea
lazos, invita a involucrarse con el
otro. A lo largo de la vida
notamos que necesitamos
intimidad –de vínculos que nos
acojan y nos lleven a
comprometer el corazón y las
manos para construir una familia
cercana- pero también es
necesaria la disponibilidad –de
una misión que nos exija
contribuir al sueño de hacer de
toda la humanidad una familiaSon tan intensas y profundas
ambas necesidades, que en
algún momento debemos elegir
entre una vida dedicada a la
intimidad o una vida consagrada
a la disponibilidad, por eso en
todas la culturas, credos y
tiempos, hubo quienes optaron
por una de estas necesidades sin
que la otra desaparezca. Ser fiel
a una de ellas implica que la otra
necesidad estará siempre
presente aportando a nuestra
existencia una infinita riqueza.
La vocación no es ajena a esta
doble vertiente que tiene la realidad
humana; la necesidad de compartir
vida con otro, dando amor y
recibiéndolo, recorriendo juntos el
camino de la vida; y la necesidad
de no tener ataduras, de ser libre,
para estar disponible, para entregar
la vida.
La intimidad y la disponibilidad son
como dos llamas ardientes, que
queman por dentro a hombres y
mujeres, las dos forman parte de la
realización y la felicidad personal y
no se puede renunciar a ninguna de
ellas.
El trabajo lleva a crear, a producir, a
cuidar la naturaleza, a construir el
mundo con las propias manos y el
corazón. El mismo es un bien para
el hombre, ya que no sólo
transforma la naturaleza
adaptándola a las propias
necesidades, sino que se realiza a sí
mismo como hombre, es más, en
un cierto sentido se hace más
hombre. El vivir con pasión esta
dimensión, lleva a involucrar el
corazón, el alma y todas las fuerzas.
El trabajo no es otra cosa que la
realización de las opciones en una
obra concreta. Haciendo este
recorrido de sueños –conviccionesopciones o lo que es lo mismo
inspiración –valores- obra, el trabajo
se convierte en una ocupación que
nos llena de gozo.
El creer invita al hombre a
trascender, suspirando por algo que
dé sentido a su existencia. Va detrás
de una idea, una persona, una
actividad que integre las distintas
dimensiones de su vida:
sentimientos y deseos, relaciones y
acciones, sexualidad y amor,
derechos y responsabilidades,
esperanzas y sueños.
Esta vocación de amar, trabajar y
creer, es expresión del seguimiento
del Reino. Es por tanto común a la
humidad misma.
En el seguimiento, somos
seguidores y seguidoras del Reino.
Nuestras pasiones y sueños revelan
el Reino. En la medida que vamos
dejando que Jesús nos vaya
habitando, se van poniendo en
sintonía su pasión y su sueño con
alguno de los nuestros o quizá con
todos ellos. Pero lo que nos unifica
es la manera en que amamos,
trabajamos y creemos.
Más sencillamente los conocemos
como: laicos y consagrados.
Los laicos a partir de sus dones, así
como los frutos de su compromiso
personal, su profesionalidad y la
experiencia de su vida familiar y
social, asumen el compromiso de
anunciar y testimoniar el mensaje
del Reino en su vida diaria.
Los consagrados participan en la
dimensión profética del Reino.
Están llamados adoptar el propio
estilo de vida de Jesús. Hacen una
opción por seguir a Jesús en entera
disponibilidad, en una comunidad y
con una misión concreta surgida del
Carisma de la fundación de su
instituto.
En la Familia Marista, laicos, laicas y
hermanos hemos optado por llevar
adelante nuestro seguimiento
compartiendo nuestra misión y
nuestra vida.
Tradicionalmente, la expresión del
amar, trabajar y creer se ha
evidenciado en lo que la Iglesia
llamo “estilos o estados de vida”.
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