Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo

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Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo
Primado de México en la Catedral Metropolitana de México.
24 de marzo de 2005, Jueves Santo
Cuando las familias hebreas están en la mesa para celebrar la
cena pascual, el 14 de Nisán, proceden conforme a lo prescrito en el
Éxodo, el hijo más joven pregunta al padre: "¿Qué significa este rito
que estamos celebrando esta noche?". Probablemente fue Juan el que
en el Cenáculo hizo esta pregunta a Jesús. Hoy, todos y cada uno de
nosotros, debemos hacer la misma pregunta. Y será la Palabra de
Dios la que nos descubra el significado: "Cristo ha muerto por nuestros
pecados y ha resucitado para nuestra justificación" y esto lo
conmemoramos celebrando la Cena del Señor, porque para la Iglesia
la Pascua se celebra esencialmente en la Eucaristía, por esto esta
tarde celebramos la institución de la Eucaristía.
Esta celebración no es invención humana ni fruto de la evolución
de un rito, es institución de Cristo: "Hagan esto en conmemoración
mía"; "cada vez que coman de este pan y beban de este cáliz
anunciarán la muerte del Señor, hasta que Él vuelva". San Pablo, en la
segunda lectura, nos ha transmitido lo que recibió del Señor: es decir,
la institución de la Cena como nueva Alianza y como memorial de su
muerte. San Juan, en el Evangelio, nos narra el mismo acontecimiento
de la vida de Jesús y nos habla, a su manera, de la misma Eucaristía,
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pues donde los evangelios sinópticos hablan del Signo -de la
Eucaristía- el cuarto evangelista nos descubre su significado
presentando a Cristo amando a los suyos hasta el extremo, sirviendo
hasta postrarse para lavarles los pies y concluyendo de la misma
manera: "Lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes háganlo".
Los demás evangelistas dirán: "Hagan esto en conmemoración mía".
Continuamente repetimos, cuando celebramos el misterio de
nuestra fe: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección,
¡Ven, Señor Jesús!", convencidos de que la Eucaristía es la
actualización de la Pascua de Cristo. Esto es cierto, pero la Eucaristía
también debe ser la celebración de nuestra Pascua: paso de la muerte
a la vida, paso de las tinieblas a la luz, paso de la esclavitud a la
libertad. De la misma manera que Cristo dice: "Tomen y coman, esto
es mi cuerpo, que se ofrece en sacrificio por ustedes", así nosotros al
celebrar la Pascua debemos decir a los hermanos que nos
acompañan en la vida y el trabajo: "Tomen y coman, esto es mi
cuerpo, que se ofrece en sacrificio por ustedes", es decir, tomen mi
tiempo, mi amistad, mi atención, mis capacidades, mi alegría, lo pongo
a su disposición, para que tengan vida, para que crezcan, para que se
desarrollen, para que puedan resucitar. Así celebraremos la Pascua
de Cristo y nuestra Pascua, así celebraremos la Eucaristía y lo que la
Eucaristía significa.
Ciertamente celebrar la Cena del Señor es celebrar la Pascua
del Señor, es celebrar nuestra propia Pascua, pero también es el
momento y el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo, con
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Cristo nuestra Pascua, ya que Él está presente "sobre todo bajo las
especies eucarísticas", tal y como lo explicaba el Papa Paulo VI: La
singularidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, se llama
"real" no por exclusión, como si las otras presencias no fueran
"reales", sino por antonomasia, porque es substancial... Bajo las
especies de pan y vino, Cristo todo entero está presente en su
"realidad física" aún corporalmente". La presencia de Cristo en la
Eucaristía es dinámica, para que lo comamos y bebamos; para
encontrarnos con Él, como un amigo se encuentra con su amigo; para
adorarlo y venerarlo y entrar con Él en una profunda comunión.
El pasaje en donde se nos narra el encuentro de Jesús con los
discípulos que iban a Emaús es muy elocuente y revelador de lo que
significa la Eucaristía en la Iglesia: La explicación de las Escrituras no
fue suficiente para abrirles los ojos a los discípulos y hacerles ver lo
que realmente había sucedido en Jerusalén. Es cierto que hizo arder
sus corazones, pero el gesto definitivo para que pudieran reconocerle,
vivo y resucitado de entre los muertos, fue el signo concreto de la
"fracción del pan". Por esto la Iglesia no puede entenderse y no pude
edificarse si no es en torno a la Eucaristía; si no es en torno a
Jesucristo vivo, presente en el pan y en el vino; si no es en "la fracción
del pan", donde se alimentan los discípulos de Jesús y en donde lo
reconocen como su Salvador.
La celebración de la Cena del Señor, la celebración de la
Pascua, nos orienta también necesariamente, de modo inmediato, al
ministerio sacerdotal inaugurado por Cristo en la misma cena. Porque
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fue a los apóstoles a quienes dio el Señor el mandato de hacerla "en
memoria mía". Esta es la razón por la que esta mañana hemos
celebrado el sacerdocio de Cristo, confiado a hombres frágiles,
entresacados del pueblo, consagrados por la fuerza del Espíritu Santo,
para presidir los sagrados misterios y proclamar la Palabra de
salvación, y lo hemos celebrado escuchando la Carta que, año tras
año, nos envía el Santo Padre, renovando nuestras promesas
sacerdotales, consagrando los santos aceites que son presencia de
Cristo y signo de comunión con el obispo en las comunidades, y sobre
todo concelebrando como un solo presbiterio la Pascua del Señor.
Agradecemos profundamente las oraciones que el Pueblo de Dios
hace por sus pastores y agradecemos las plegarias dirigidas al Pastor
de nuestras almas para que no falten pastores a su Iglesia.
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