U Demasiados para la infamia ARGUMENTOS

Anuncio
ARGUMENTOS
Demasiados para la infamia
JAVIER MARÍAS
U
stedes leerán esto dentro de dos semanas, pero yo lo escribo media hora después de
que el cuerpo de Miguel Ángel Blanco Garrido, concejal del Ayuntamiento de
Ermua, haya sido encontrado con dos tiros en la nuca disparados por ETA con
premeditación, jactancia, sangre helada y chulería. Si la víctima acaba por salvar la
vida, será sólo porque también ha habido chapuza. En todo caso, es una de las
acciones más repugnantes de esta banda, y es difícil medir el grado, tal es el número de piezas que
ya ha acumulado. Poco más puede decirse al respecto, carece de sentido encadenar adjetivos
inútiles que caerían en el vacío.
Durante las cuarenta y ocho horas de plazo dadas desde el secuestro de ese joven hasta su asesinato
(y ojalá resulte no serlo), millones de ciudadanos, del País Vasco y de toda España, han
manifestado esta repugnancia por la amenaza ahora cumplida. Se ha exigido, se ha pedido y se ha
implorado a ETA que no la ejecutara y que soltara al rehén. Hace dieciséis años ocurrió lo mismo,
y el ingeniero Ryan fue asesinado; hace catorce volvió a suceder, y el capitán Martín Barrios fue
asesinado, y por entonces ni ETA ni sus jaleadores habían alcanzado las cotas de crueldad actuales.
Era de esperar, así pues, este desenlace, lo cual no impide que cuanto se ha intentado haya estado
bien intentado, más que nada para consolación de quienes lo intentaron por todos los medios.
A ETA, sin embargo, no se le puede “exigir” nada, según el verbo elegido para dirigirse a ella. Para
exigir algo a alguien hay que estar en condiciones de hacerlo, esto es, se precisa autoridad sobre el
objeto de la exigencia. Y lamentablemente, ninguno tenemos semejante cosa sobre los terroristas.
A ETA, en mi opinión, tampoco se le debe “pedir” nada, menos aún implorárselo. No sólo es
* El Semanal, 27 de julio de 1997.
baldío pedir razonabilidad o clemencia a quienes se sabe de sobra que no las tienen ni desean
conocerlas, sino que supone contribuir a su placer, a su sensación de importancia, a su sentimiento
de omnipotencia. Si quieren seguir asesinando, secuestrando, torturando, extorsionando,
aterrorizando, avasallando, que lo hagan, nada los ha detenido nunca. No se les debe dar además el
gusto de rogarles que paren. Yo no conozco a ningún miembro de ETA, pero sé cómo son, he
conocido a otros que se les parecían. Y sé que habrán pasado cuarenta y ocho horas fantásticas. No
sólo no se habrán conmovido con tantas manifestaciones individuales y masivas, sino que se habrán
carcajeado viendo la tele, o, en su más plausible lengua castellana, se habrán descojonado: de la
familia de la víctima, de sus vecinos, de los políticos, de los informadores, de los lazos azules y del
país entero.
Pero en cambio no sé cómo son sus cómplices, ciento y pico mil votantes de Herri Batasuna en
cada convocatoria. Son demasiados para ser uniformes. Son demasiados para ser todos
repugnantes, viles, casi asesinos por delegación, encargadores de crímenes. No es creíble, no es
posible. Y a ellos sí se les pueden pedir cosas todavía, aunque sólo sea porque no empuñan una
pistola y hablan, y votan. Con palabras y votos dan venia y estímulo a ETA, la instigan, y nuestro
sistema establece que eso es lícito y no un delito, y bien está. Pero no se entiende que tantas
personas mantengan ese apoyo y ese voto. Es como si algún partido político aprobase la existencia
del GAL explícitamente y fuera aplaudido. La mayoría, que ansiamos la cesación de ETA,
preferiríamos que continuase si no hubiera más forma de acabar con ella que la guerra sucia. Así
no, nos decimos. Es difícil comprender que haya ciento y pico mil individuos incapaces de tener
una actitud similar con sus sicarios, incapaces de decirse: así no, así no vale la pena lo que quiera
que sea, que ni siquiera está muy claro más allá de una confusa idea de independencia diseñada a
su capricho y por ellos en exclusiva.
Sólo esos votantes pueden pedir y aun exigir algo a ETA. A los demás, no nos engañemos, sólo nos
cabe indignarnos, entristecernos, manifestarnos o escribir un artículo en medio de las carcajadas. Y
siempre más para nuestra propia consolación que para ninguna otra cosa. Ciento y pico mil
individuos son demasiados para tirar de la cuerda que aprieta el gatillo. El que acabó con Ryan, con
Martín Barrios, acaso con Blanco Garrido. Demasiados para la infamia.
Descargar