LA VIDA ROTA Alta comedia en 3 actos estrenada con gran éxito

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 LA VIDA ROTA Alta comedia en 3 actos estrenada con gran éxito por la Compañía Mario-­‐Padín en el Teatro Santiago, el 24 de Julio de 1920. Escrita por René Hurtado Borné. PERSONAJES EULALIA (25 años)…..... María Padín CORINA (28 años).........E. Lastra MARY (26 años)........ C. Castillo LUCILA (30 años)........E. Alvarez SUSANA (28 años) Isaura Gutierrez Dña AMELIA (50 años)........ A. Salas ESTEFANIA (25 años)........ E. Sendra HUMBERTO (30 años)........ P. Sienna JULIO (28 años)........ J. Ibarra CARLOS (32 años)........E. Cannuet NICOLAS (38 años)........ N. de la Sotta D'ARMAT (40 años)........ C. Espila Dn PATRICIO (52 años)........Arturo Mario SANTIAGO (48 años)........Arturo Bührle UN CLIENTE (60 años)…..... J. Mañez MATIAS (40 años)........ P. Rodriguez ÉPOCA ACTUAL DEDICATORIA A la señora María Padín, que con tanta realidad sane interpretar las almas de mujer, ingenua y dolorosamente atormentadas como la protagonista de esa modesta comedia. El Autor. ACTO PRIMERO (ESCENA: La terraza de un elegante chalet. Es de noche; a fondo, balaustrada y estatuas con luces eléctricas, y el parque ligeramente iluminado; a la derecha, la entrada de un invernadero, que se insinúa en el último rompimiento; a la izquierda, una fachada del edificio, cuyas ventanas estarán lujosamente iluminadas; la terraza estará también iluminada, pero más discretamente; entre los árboles del parque, lamparillas eléctricas de colores; en el invernadero, una tenue claridad rosa. Mesa, sillas y mecedoras de un junco, con abundancia de cojines de colores vistosos. Trajes de etiqueta). ESCENA 1.a Un criado, luego Don Patricio, Mary y Julio. (Al levantarse el telón, la escena estará solitaria. Dejándose oír en el interior un solo de violín. Mary. – (En cajas). No, don Patricio, este hombre está insufrible. D. Pat. – Pues complázcalo usted. Mary. – (apareciendo) No puedo, es todo un «crack» D. Pat. – ¿corre muy aprisa? Julio. – No tanto como yo quisiera, don Patricio: 48 puntos nada más. D. Pat. – Bárbaro! Le encuentro razón señora; ha de ser insufrible un hombre así. Mary. – Y a peso el punto, figurese... D. Pat. – (mirandola malicioso). Qué baratura! Julio. –El Bridge es un juego muy peligroso. Mary. –Me hace todas las basas... D. Pat. –Con que jugamos, y tan a media luz? Mary. – No lo cree? Convénzace, Santo Tomás. (Entra al invernadero) D. Pat. – (golpeando el hombro a Julio). Perfecta, eterea, curvilinea... la esposa ideal del mejor amigo. Hágale todas las basas, hombre. Julio. – No sea bárbaro, don Patricio. (Ríe). Ya sabe que el moro viejo... D. Pat. – Pero bien conservado. Correcto. Mary. – (Entra mostrando los naipes). Aquí está el cuerpo del delito. D. Pat. – Oh, oportunos naipes, incomparables naipes! Correcto. Mary. – Pero este don Patricio es atroz. En nada quiere ver una intención inocente. Julio. – La costumbre, Mary, la costumbre. D. Pat. – La experiencia es una cosa estupenda, y ella me dice que el bridge es mejor que la brisca, ese juego delicioso en el cual le oprimí por primera vez la mano a la madre de mi hija, que desde allá (señala el cielo) sabe cómo guardo su recuerdo. (Termina el solo de violín interior, y se oyen aplausos, Don Patricio se vuelve con cómica gravedad.) Gracias no esperaba esa ovación para mis rasgos oratorios. Correcto. Mary. – Si aplauden a D'Armat. Qué hombre más exquisito! D. Pat. – Más que Julio? Julio. – No sé a qué viene esa broma. Mary. – Se propasa, don Patricio. D. Pat. – Nada, hijos míos; nuestra vida moderna, sin un ligero coqueteo, eh? Sería algo así como un sándwich de pan con pan... Para el gato, no es cierto? Lástima que mi pobre hija... Mary. – Cierto, es demasiado sería siendo tan dije. Julio. – Una miniatura. D. Pat. – Si, una miniatura sería. Yo se lo digo siempre: chiquilla, que ya no estás en las monjas; chiquilla que ese escote parece guillotina... en fin, que no se adapta. Y tiene un colaborador. Julio. – Humberto es un hombre de otro tiempo. Mary. – (Riendo) Se ruboriza ante cualquier cuentecito... de esos para casadas jóvenes. D. Pat. – Un marido que ni siquiera ha intentado engañar a su mujer no tiene el menor interés. Julio –(Riendo) es absolutamente electrolítico. D. Pat. – Me van a llenar de chiquillos la casa: ya lleva dos en tres años: un escándalo. Yo no estaba preparado para un yerno así, palabra. (se pasea molesto) ESCENA 3.a Dichos y Santiago. Sant. – (Sale precipitadamente de chalet) Estupendo, paradojal. Patricio, no te desmayes, señora, no palidezca, Julio, no te emociones todavía; la noticia que traigo merece eso... pero no la digo hasta que estén preparados. Mary. – Es una desgracia? D. Pat. – Vomita tu noticia, Santiago cruel, Santiago sarraceno, Santiago traidor. Santiago... antiguo. Sant. – Humberto, tu yerno... D. Pat. – Me anuncia un nuevo nieto?... si el último sólo tiene seis meses ¡Qué «gallardo nieto» irá a ser! Sant. – Humberto tu yerno... y Eulalia tu hija? D. Pat. – Se casaron hace tres años... gracias por la noticia. Sant. – Estúpido! Humberto se ha llevado todas las atenciones de Susana y Eulalia hace rato que charla con Nicolás. Ya está, la largué... si no reviento! (va a servirse un refresco). D. Pat. – Visionea. Mi hija Eulalia charlando con otro que no sea su marido... mi yerno conquistando atenciones de la gran actriz. Lo dicho: Visionea. Sant. – Así lo creí yo y llegué a ponerme el monóculo en... el ojo sano pero la visión fué igual. Nada: parejas organizadas. D. Pat. – Pero es en serio? Diablo... diablo... diablo. Sant. – Entran en la vida moderna. Chócala, viejo cazurro: has triunfado. D. Pat. – Quita de ahí, viejo sátiro. Mary. – (Riendo). Le disgusta, ese cambio, don Patricio? Julio. – Ya tendrá el yerno de línea que le hacía falta. Felicitaciones. Jugarán bridge. (Mira maliciosamente a Mary) D. Pat. – (Serio) Claro que en la vida moderna,... hace falta algo de pimienta para la comida familiar... pero si así tan de golpe, tan de cerca... diablo... diablo... diablo. Sant. – Tu teoría hecha realidad: matrimonio variado y chispeante en casa propia. Eres un héroe. D. Pat. – Te digo que estás mas cargante que de costumbre. Voy a oír la segunda sinfonía de ese sinverguenza de D'Armant. (Sale entre las risas de los demás) ESCENA 3.a Julio, Mary, Santiago. Mary. – Estamos en pleno vodevil. Julio. – Y qué lindo viejo este don Patricio. Y los demás se han dado cuenta de la figura? Sant. – Ya lo creo. Lucila tiró algunas puyitas al ver la atención con que Eulalia escuchaba a Nicolás, porque ustedes saben, que ese lobo tiene más de dos pelos, y que el ataché del Brasil lo llama «terror das donceillas». Julio. – Pero Lucila es viudita joven... y alegre. Sant. – Peor que peor. En el pocker dice patricio cuando no le viene juego: «a los caballeros les baja tarde» y en el amor cuando les baja a las viudas: foul de ases. Mary. – Nicolás es un pretencioso, cree que todas languidecen por él... a pesar de sus cuarenta. Sant. – Pero tiene su modito de apearse: «la vida ha sido cruel con él, está solo, sin patria, sin familia, sin hogar... Julio. – Música del maestro Cuadra. Mary. – Y Humberto qué cara tenía? Sant. – Psh! La de todos los días: muy rígida, las manos sobre las rodillas, aunque a ratos cambiaba de color. Se conocía que las miradas asesinas de Susanita le ponían carne de gallina. Mary. – Creo que ya vienen a los refrescos. (Santiago se aproxima al edificio, Mary a Julio) Cuidadito con la casta Susanita esa, no? Julio. – (Dándole un pellizco) Ironías, no, sabes? Sant. – Chits. (Les hace una seña, luego con acento declamatorio:) «ya viene el cortejo, ya se oyen los claros clarines... Susana se anuncia con vivos reflejos... los viejos pellejos...» Cor. – El arte de D'Armant... y basta. D'Art. – Madame... yo soy muy encantado. Sus. – La benevolencia de las señoras es demasiada. Julio. – (Acercándose a Susana). Y aún no tenemos el gusto de oírla a Ud. Ya sabemos que es cuanto se puede pedir en arte y elegancia. Car. – Cuanto se puede pedir. Sus. – (Riendo). El señor guarda su opinión para cuandome escuche ¿no es verdad? (le sonríe) (Se forman dos grupos: los hombres al rededor de Susana. Las señoras rodean a D'Armant). D. Amel. – ¿Hace tiempo que ejecuta Ud.? Cor. – Muy poco... si es un talento. D'Art. – Oh, tres amable. Encantador su hotel, madame. Cor. – El parque es bellísimo. ¿Quiere que demos una vuelta? (D'Armant se inclina y le ofrece el brazo) D. Amel. – (A Lucila). Lo monopoliza. Luc. – (Igual). Lo absorbe. Mary. – ¿Un refresco antes? Cor. – volvemos en seguida. Esta avenida de acacias es my hermosa (sale charlando con D'Armant por la derecha). Luc. – ¿y nosotras? D. Amel. – A los refrescos, niña. Mary. – (molesta). Julio, Julio. Sus. – Oh, pardon, señoras. (Se acerca a ellas). Car. – Oh, el arte: ir de triunfo en triunfo... Sus. – No siempre, querido señor, a veces se fracasa. Car. – No diga Ud. Jul. – (Ofreciendo refrescos). No lo diga. San. – Somos el eco, señora: no lo diga Ud. Sus. – Ud. es la gracia: lo felicito por su simpatía. (Acepta un refresco) Jul. – (A Carlos) Lo ha llamado simpático. Car. – Si, simpático. San. – (Arreglándose la corbata). Si señores, simpático. Soy el eco. Jul. – (A susana) ¿Un dulce? Car. – (Igual) Estos barquillos... Sus. – (se ríe y acepta ambas cosas). Muy amables. (A Humberto) ¿no se sirve, señor? (le ofrece un dulce). Humb. – Mil gracias. (Acepta). Luc. – (A Mary y Amelia) Creo que hacemos poco papel. D. Amel. – Ninguno, hija. Mary. – (Nerviosa). Julio ¿me hace el favor de un dulce? Julio. – Con mil amores. (Lo sirve). Mary. – (volviéndole la espalda). ¿Vamos al invernadero Lucila? Luc. – Como gustes. D. Amel. – Voy a ver a don Patricio ¿dónde se habrá perdido? (Medio mutis de Amelia, Lucila y Mary salen). Humb. – Perdón. (A Amelia). ¿y Eulalia, señora? D. Amel. – Se la traigo enseguida, no se alarme Ud. (sale Izquierda). ESCENA 5.a Susana, Carlos, Julio, Humberto. San. – Habanos. Toda la tabacalera: hasta el modesto toscano. Sus. – (Riendo sin saber cuál aceptar). Por Dios qué compromiso, (Se dirige a Humberto). ¿Usted no fuma? Humb. – Sí señora... cigarrillos chilenos. Sus. – Pues venga uno de ésta tierra. (Los demás ofrecen fósforos). San. – (Guardando la cigarrera). Cerrada por liquidación. Ya no soy simpático, ni eco ni nada. Sus. – (A Humberto). Ud. me obsequió el cigarrillo pero no ha encendido el suyo. ¿Le falta fuego? (Coquetamente le pasa el de ella para que encienda) San. – Le da fuego.. y claro él se siente bombero. Humb. – (Molesto) Está muy gracioso... Don Santiago. Sus. – Déjelo Ud., si es tan agradable su alegría. San. – (A Julio y a Carlos). ¿Ven? Soy agradable. (Se arregla la corbata). Agra... da... ble... Sus. – (A Humberto). ¿Decía Ud. que ha estado en el norte de América? Car. – ¿Donde tuvo Ud. Señora su consagración? Julio. – Su consagración. San. – Su consagración. Vuelvo a ser eco. Humb. – (Con sencillez). Sí, allí recibí mi título de ingeniero, y luché bastante, señora, quizás esa lucha ha dejado huellas en mi carácter, que desgraciadamente no es muy ameno. Sus. – Es muy interesante todo esto; diga, cuénteme sus luchas en el país del «trust». (Le indica asiento a su lado). Julio. – (A Carlos) Si fuéramos a dar vuelta. Car. – Si te empeñas. San. – Una vuelta... larga, porque si no me equivoco no nos lleva ni de apunte. Dejo definitivamente mi papel de eco. Señora, con su permiso. Vamos a dar una vuelta larga... Sus. – ¿Si? Les veré luego... cuando les cante una canción de mi tierra. (Ellos se inclinan y salen derecha). San. – (En el mutis) ¿Qué me dicen del papeloncito? Correcto, como dice ese fósil sicalíptico de Patricio. ESCENA 6.a Susana, Humberto. Sus. – Le escucho con todo interés. Humb. – No creo que lo tenga señora. (Sonríe) Sus. – Yo sí. Humb. – ¿Por qué? Sus. – Porque Ud. es un hombre que sale de lo vulgar: (sonríe) reconcentrado, repensador. Humb. – Es verdad; he tomado la vida por su parte grave, dedicada al trabajo constante, sin más preocupaciones que el bienestar de mi hogar, completo burgués. ¿Y eso cree Ud. que es interesante? (Ríe). Sus. – Para mí que llevo una boda agitada, un día aquí, otro allá, claro que sí. (Le mira intensamente). Las eternas aves de paso, como yo, gustan de saber cómo es la vida de las que tienen un nido, como usted. Humb. – Eso sí, y en ello encuentro el por qué de mi vida: llegar tras una ruda labora, a casa; sentir abrirse el alma al calor de mi hogar, reír como un chiquillo con una gracia de mis nenes, ver pasar las veladas, dulcemente mientras mi esposa me hace un poco de música y estar seguro de el mundo, lo que vale de él, no es nada más, es mi único encanto. Sus. – ¿Y nada más? Sus. – Por Dios que energía. Vaya, es interesantísimo su «caso». Y en esta vida loca de hoy en día, encontrar un hombre así, tan puro... tan espléndidamente leal... me causa risa. (Rie). Humb. – (Molesto) ¿Por qué ríe Ud? Sus. – Si es delicioso... Ja!... Ja!... Qué barbaridad de hombre, lo felicito cordialmente. Humb. – (Brusco) Le pido que no se ría. Sus. – Que me da usted miedo. Si parece que me mandara... (Ríe) ¿Hacemos las paces? Humb. – Como guste, pero... ¿Las paces de qué? Sus. – ¿La mano? Humb. – Como nó... (Se reprime) Sus. – (Conservando la mano de él). Ustedes los hombres de vida rectilínea, son exquisitos para nosotras las mujeres como yo, alegres traviesas, volanderas y risueñas como una pandereta de mi tierra. Creen despreciarlo todo, todo aquello que tal vez censuran en los demás, y sin embargo, si por un momento, una casualidad cualquiera, una simpatía súbita los atrae, aquella voluntad se pierde, y se transforman en mansos corderos. Es tan bello lo desconocido, lo prohibido... ¿No es cierto? (Lo mira insinuante). Humb. – (Con violencia) ¿Qué pretende Ud.? (Se levanta) Le ruego terminemos esta charla... que... que no sé donde podría llevarnos. Sus. – Hombre por Dios, no pretendo nada... y no iremos a ninguna parte. (Ríe). Humb. – No se ría. Sus. – (Burlesca) ¿Qué se puede pretender con un hombre... como usted? Humb. – (Con fuego). ¿Se burla de mí, cree que está jugando con un chiquillo, como tantos petimetres que la adulan? Pues se equivoca usted, no tengo pasta de histrión ni de seminarista... Soy un hombre que... Sus. -­‐-­‐Hombre... hambre como todos: vanidoso de su mentido poder. Humb. – Yo no sé si sea vanidoso, lo que sé, es que sus frases irónicas, sus burlas para mi existencia apacible, han despertado en mí una ansia extraña, un deseo insensato de probarle, que ninguna red de coquetería me hará cambiar, y que no hay mujer capaz de burlarse de mí. Sus. – (Tranquilamente) Yo. Humb. – ¿Usted? Sus. – Sí hombre yo, pero no me trague con los ojos. Usted no sabe lo que le pasa, ha sido toda su vida un niño grande, no sabe lo que es y representa desafiar a una mujer como yo... y tiene miedo, eso es justo. Humb. – ¿Qué quiere usted decir? Sus. – Nada: que está usted loco por mí. Humb. – ¿Yo? Sus. – El hombre de trabajo,, el ave con nido, a penas vio que el mundo era más grande que las cuatro paredes del hogar, ya se siente apocado, quiere faltar sin saber porque, aunque sea un minuto a las tibiezas del fuego familiar, pero como para broma ya es bastante olvide esas cuatro tonterías que hemos cambiado, pues lo que usted se figura no pasará nunca. (Se levanta con languidez) ¿Me da otro cigarrillo?. Humb. – Susana. Sus. – (Lo mira y rompe a reír). Ya me llama por mi nombre... así no más? No dé más alas a su fantasía, que eso no es para su paladar. Vuelva a las gracias de sus nenes, a la música casera, a las caricias púdicas de su mujercita. Es tan dije la pobrecita: uno para el otro (Le vuelve la espalda despreciativamente). Humb. – (Va hacia ella y la coge de la mano violentamente) No se burlará de mí. Su risa... su coquetería... qué se yo, han despertado en mí un infierno desconocido, que no sé ni me importa saber a dónde me llevará, pero usted conocerá sus consecuencias. (La oprime con fuego) Usted será mía, Susana, con toda la locura, con todos los crímenes, pero mía. ESCENA 7.a Dichos, Nicolás, Eulalia, D. Patricio. D. Pat. – Vaya... por fin nos reunimos todos. Sus. – (A Eulalia). He tenido una charla muy amena con su esposo, señora. Es de lo más gracioso; la felicito sinceramente. (Ríe). D. Pat. – Humberto gracioso? Susana, qué visionea Ud. (Cambia rápido y se rasca la barba). Diablo... diablo... diablo. Eulalia. – Me alegro que no se haya aburrido de su compañía. Es tan bueno y sencillo mi Titin. (Se acerca cariñosa a Humberto). Hum. – (Molesto). Eulalia... Siempre con tus ingenuidades. Nic. – Nunca están satisfechos los hombres juiciosos. (Sonríe con ironía). Sus. – ¿Qué es eso de Titin? No se llama Humberto el señor? D. Pat. – Humberto, Carlos, Francisco de Borja, porque nació en el día de este último santo. Eul. – (Ingenuamente). Sí, así se llama pero desde que pololeábamos, se me ocurrió decirle Titin... y Titin será siempre para mí. Usted que hace una vida tan distinta de nuestra sencillez, se reirá de esto, señora. Humberto. – (Nervioso). Te pones en ridículo Lala... digo, Eulalia, Nic. – (A Humberto) Ud. no, pues se le ve que es el hombre amado. Sus. – Ya ve que no me río. Lo felicito una vez más... y a Ud. especialmente señor Titin (Rie). Pero hemos abandonado a nuestra gentil dueña de casa. ¿Su brazo don Patricio? D. Pat. – Con mil amores. Correcto. Hum. – Si la señora me permite, yo los guiaré. D. Pat. – Yo puedo andar solo no te preocupes. (Lo mira) Diablo... diablo... diablo... Sus. – Con su permiso señora (Medio mutis). Eul. – (A Nicolás). Vamos? Nic. – Ya vendrán. Un refresco señora? Eul. (Algo molesta), Si usted se empeña... Sus. – (En el mutis) Tiene Ud. un yerno interesantísimo en el señor Titin. Hum, – Susana... Sus. – Oh, perdone... ahora soy yo quien pide perdón. S. Pat. – Diablo...diablo...diablo... (Mutis). ESCENA 8.a Nicolás, Eulalia. Eul. – (Devolviendo el refresco). Mil gracias. (Mira a ambos lados, como deseando seguir a los anteriores). Nic. – Es encantadora esta terraza, tiene un gusto soberbio Corina y su esposo: son una pareja muy chic, y las reuniones de su casa agradables. Eul. – (Maquinalmente). Si... como no... Nic. – (Sonriendo) Me contesta maquinalmente, señora, su espíritu está lejos, hay algo que la preocupa; ya se acostumbrará Ud. Eul. – Acostumbrarme, qué? Nic. – (Ofreciéndole asiento). A esta nuestra vida, que a la legua se conoce que... a la sombra, vislumbra en ellas muchas cosas que aún no comprende. Eul. – Sí es verdad, tanta frivolidad, tanta. (Se detiene) Nic. – Es natural. Para nuestros amigos la vida debe tomarse ligera, amable, sin mucho culto a esas ridiculeces de fidelidad, amor eterno, etc, y tiene razón. Eul. – Tiene razón? Por Dios qué bromista es Ud. Nic. – Claro, han recibido los dones de la fortuna, han viajado se han rolado con esas sociedades cosmopolitas en que se intima en un te-­‐tango, o en una recepción con princesas de títulos más o menos auténticos, sin mirar en nada más: es la vida de muchos de los trasplantados a la Europa de «avant la guerre». Son ultra civilizados, ultra elegantes, y cuando de vuelta al terruño la aventura simpática sólo puede rodar ente el círculo de íntimos, siguen encantados diciendo siempre: somos gente chic, somos gentes «bien». Eul. – Y usted? Nic. – Yo? También. Eul. – Pero qué encanto hay en eso? Nic. – Ya lo verá Ud.... ya se civilizará. Eul. – Gracias, no es Ud. muy amable. Nic. – Oh, perdone, mi encantadora señora, usted lleva su vida en otro mundo que no es este, que no es el de Corina y de Mary, las deliciosas casaditas frívolas, de Lucila y su madre, las atrayentes viuditas, de Carlos y Julio, los hombres despreocupados, de Santiago el solterón gracioso, de su padre el hombre de mundo, espiritual y burlesco, y de mí... que no quiero ni tengo porque pensar en nada más. Eul. – (Ingenuamente) Y porque si esa vida parece que le desagrada, porque no se ha casado Ud.? Nic. – Pish, porque, como le decía, también soy civilizado. Eul. – (Riendo). Pero a ellos no les impidió el casarse. Nic. – Por fórmula, por snobismo; no crea que el amor ha intervenido mucho. (Eulalia lo mira asombrada) Oh, qué cara ha puesto usted estoy diciendo locuras ya que usted tiene un marido fiel y amante... a la antigua. Eul. – Eso sí, Humberto es todo rato: en nuestra paz bendita no habrá nunca una nube. Nic. – Hasta hoy sí, pero después? Eul. – (Con fuego) Hoy y siempre. Nic. – Está segura? Eul. – Señor... hace apenas algunos momentos que lo conozco y se atreve a decirme unas cosas que... Nic. – Que le dan casi asco. Pero mi atrevimiento es causa de la simpatía que ha despertado usted que circundaba toda su vida en ese otro mundo... bueno y sencillo que no conozco; por eso yo, un civilizado de éste, desearía que no entrara usted en él, que no creyera con esa seguridad infantil, que podrá cruzarlo sin verse envuelta en sus deliciosas mallas, que primero la curiosidad, luego el amor propio, quizá la vanidad tan natural en el hombre la obligará a lamentar ésta su seguridad de hoy. Eul. – (Alterada). Acaso cree usted que Humberto...? Nic. – Yo no creo nada, mi encantadora señora. Eul. – Oh, Dios mío, si fuera posible... Nic. – (La mira fijamente). Si ya fuera efectivo...? Eul. – Entonces... entonces... Nic. – Pagaría con las mismas armas? Eul. – Quien sabe... no sé qué haría. (Lo mira y al verlo más de cerca ella se levanta). Caballero, le ruego me acompañe a donde mi marido. Nic. – Con todo placer. (Le ofrece el brazo). Y no olvide, señora, que en mí encontrará siempre un amigo, que es a pesar de todo mejor que los demás, pues siempre ha soñado con encontrar en la vida una mujer tan encantadoramente amante... como usted. Eul. – (Sofocada de emoción se desprende de él). Señor... le ruego me conduzca cuanto antes cerca de mi esposo. Susana. Sant. – (Como terminando un cuento). Y nada más. Este mundo es un fandango, señora mía, y el que no baila es seguramente porque... porque es cojo, o tiene hernias. (Risas). D'Arm. – (A Corina). Muy espiritual... tres espiritual. Corina. – Pero menos que usted. Eu. – (Adelantándose a Corina). Amiga mía, me siento algo indispuesta.... así es que te ruego que me disculpes si me retiro. Cor. – Por Dios, qué contratiempo... (Sigue charlando con D'Armat). Mary. – Y te vas a ir sin oír a la gran artista? D. Am. – Sería imperdonable, chiquilla. Car. – (Con encono) Susana nos regalará con una de sus canciones. Julio. – Su galante esposo, Eulalia, la acompaña. Sant. – La acompaña,... sigo siendo el eco. Nic. – La señora se siente mal... no la retenga más. Eu. – Sí, lo siento en el alma, Sant. – (Guiñando un ojo a Julio) En el alma... (Al notar que Eulalia le mira severa). Es el eco señora. (Aparecen Humberto y Susana de brazo) Eu. – (Se aproxima febril a Humberto). Humberto... Titin... por favor, me siento mal... vámonos. Hum. – (vivamente). Qué te pasa? Vamos si te empeñas... Sus.– (Sonríe) Sí, dele gusto usted; otra vez oirá mis canciones. Hum. – (Al notar la sonrisa de Susana). Tal vez sea un malestar pasajero. Eu. – (Le mira fijamente). Sí, tienes razón; papá puede acompañarme. Sant. – (Riendo) Ni soñarlo «¿Quo vadis, Patricius et Lucila, por el parque?» Su papá, señora, da en este momento una conferencia sobre el cuarto de hora femenino. D. Am. – (Molesta) Qué gracioso... Hum. – (Molesto) Si te empeñas... ustedes nos disculparán, señoras. Mary. – Están disculpados. (A Eulalia). Te acompaño a buscar tu abrigo; le enviaremos el suyo, Humberto. (Salen) Cor. – (A todos). Pasamos a oír a nuestra encantadora actriz? D'Arm. – (Con intención a Corina). Oh, encantadora... (Empiezan a salir todos menos Susana y Humberto) Sus. – Me hace el favor de mi abanico? (Indica el fondo, Huberto va por él). Sant. – (Pasando delante de las señoras que salen). Yo primero... esa nueva educación volcshevique. (Salen). ESCENA 10.a Susana, Humberto, Luego Eulalia, luego un criado. Hum. – (Rápido a Susana, al darle el abanico) Es verdad, no se burlará de mí? Eul. – (Igual) No; mañana a las dos. (Cambia de tono). Entonces hasta otra vez, amable señor. (Aparece Eulalia y queda indecisa). Que no sea nada esto, gentilísima señora. (Se inclina con una reverencia elegante y picarezca y sale por la izquierda). Hum. – (Molesto) Vamos... siempre con tus aprensiones tontas. Eu. – (Fríamente). No te molestes: el auto de Mary me conducirá. Hum. – Pero... Eu. – No será nada... discúlpame otra vez con todos... excusa esta importuna enfermedad... Hum. – (Nerviosísimo) Pero raciocina... nos ponemos en ridículo. ojos con el pañuelo. Humberto coge violento el abrigo y el sombrero y sale tras ella, el criado sonríe picaresco mientras cae el telón). Fin del acto primero. ACTO SEGUNDO ESCENA: Oficina de Humberto. Amplia mesa de trabajo llena de papeles, etc. En las paredes planos de ingeniería, diplomas, banderitas de las universidades americanas. Sofá y sillones de cuero. Puerta al foro y laterales. La de la derecha se supone de entrada, la de la izquierda da a otras oficinas. Es más de medio día. ESCENA 1.a Humberto, un cliente. Hum. – (Señalando en un mapa) Sí, señor, está todo consultado. (Mira nerviosamente a la puerta del foro) Cli. – Un momento... ¿pero la escalera coincide bien? Hum. – Natural, aquí está marcada. Así es que... Cli. – Un momento... La fachada será de estuco imitación piedra? Hum. – Sí, señor... de modo que… Cli. – Un momento... mi dormitorio será éste? Hum. – (Mira otra vez al fondo). Sí, señor... ese o el que guste. Cli. – No confundamos. Usted sabe que preciso una pieza bien aireada, con mucho sol, sin humedad, porque... Hum. – Será el sol mismo, señor... Cli. – (Sin atenderle). Porque no sé si le he contado que de resultas de un reuma que me cayó de regalo el 91... Hum. – (sin poder contenerse) Sí, todo lo sé, y todo lo he consultado. Cli. – Un momento... Hum. – (Estallando) Discúlpeme querido señor, pero como tengo mucho que hacer, le ruego se lleve el plano y luego pasará uno de mis ayudantes a darle todas las explicaciones. (Le enrolla el plano) Cli. – Si es así... porque como le decía... Hum. – Así... así es. (Le pasa el sombrero y el bastón y lo conduce a la derecha) Cli. – Bien. Entonces hasta la vista, mi querido ingeniero. Hum. – (Maquinal) Sí... sí, hasta la vista. (Lo saluda y cierra la puerta) uf, creí que no se iría nunca. (Se dirige al foro) Cli. – (Apareciendo por derecha). Un momento... Hum. – (Furioso) Pero... mi querido señor. Cli. – No olvidó, usted las dos salas de baño? Hum. – Le he puesto tres, señor mío. Cli. – No ve? son solo dos. Hum. – (Lo conduce nuevamente a derecha) Serán dos señor. Cli. – Un momento... me hace el favor de un cañamito para el plano? Hum. – (Le arrebata el plano) Ya se lo mandaré con mi ayudante. No se preocupe, señor. Cli. – Bueno, hasta luego. Está muy nervioso mi querido ingeniero. Hum. – (Casi enojado) Sí, disculpe... me aguardan para un negocio, usted comprenderá... Cli. – Sí, entiendo; hasta mañana. Volveré a esta misma hora. (Mutis). Hum. – (Cierra la puerta con estrépito, tira el plano sobre la mesa y se dirige a abrir la puerta del Sus. – Un momento? (Ríe estrepitosa). Vaya con el clientecito. Hum. – Lo que falta es que ahora te vengas a reír. Me comprometes, Susana, ya te he rogado que no vengas aquí, a la oficina... Sus. – Niño... qué galante estás. Hum. – Disculpa, pero... Sus. – (Mimosa acercándole los brazos al cuello). Un momento? (Ríe). Por Dios, que se me ha pegado la cantinela de ese tío. Hum. – Por favor... (Se desliga suavemente) Sus. – Qué te pasa? Hum. – (Sombrío). Nada. Sus. – Vaya... qué amabilidad. A buen entendedor... ya calcularás el resto. Buenas tardes. (Medio mutis). Hum. – No, no te vayas. Hablemos, quieres? Sus. – (Coqueteando). No tengo nada que hablar con usted. Hum. – Yo sí, Susana, y te ruego me escuches con atención. Por qué haz hecho esto? Sus. – (Lo mira y rompe a reír). Parece mentira, el mundo al revés: cualquiera creería que te he robado la virginidad. Es gracioso. Hum. – (Tristemente). Me has robado mi vida. Hace dos meses que no sé lo que es vivir, dos meses en que tu capricho, tu pasión, qué sé yo, han revolucionado mi ser, en que siento tus besos de fuego, en que me veo cada vez más ligado a tí, y tengo un miedo inmenso... no sé a qué ni a quién. Sus. – Pobre mi Titín. Hum. – (Con violencia). No me digas así, te lo prohíbo. Sus. – (Lo mira sarcástica). Tienes razón. Hum. – Qué pretendes hacer de mí, Susana? Sus. – (Acariciándolo). Pobre mi chiquillo grande, ¿y me lo preguntas? Quererte mucho, hacerte conocer la verdadera vida, esa que se toma de un solo sorbo, y por la cual, por ti, lo echado todo a rodar. Y aún me preguntas ¿qué pretendo? Ingrato. Hum. – No te comprendo... Sus. – No comprendes que la locura de quererte nadie la ignora? Por tí he sacrificado mi bienestar, todo. D'Armant, mi esposo... Hum. – Tu esposo... qué? Sus. – Lo sabe todo, y sólo tú puedes evitarme una catástrofe. Hum. – Cómo? Sus. – Marchándote conmigo. Hum. – Qué dices? Y mi familia... y ella... mi esposa? Sus. – Y yo? Hum. – No, no; tú estás bromeando, Susana; tu comprendes que eso es imposible... si ella supiera se mataría. Sus. – Crees que lo ignora? No habla de otra cosa toda esa gente chic que ahora te mima y te alaba. Hum. – ¿Pero, hablas en serio? Sus. – Entonces no te haz dado cuenta que la atmósfera de adulación de los hombres, ña sonrisa de benévola complicidad de esas damas de gran mundo me lo debes a mí? Antes eras el hombre juicioso, sin complicaciones, y por tanto, sin interés para ese mundo que hace de la vida un vodevil, ahora ya eres el afortunado conquistador, el hombre «bien». ¿Y todo crees que lo ibas a conseguir así, sin ninguna responsabilidad? Hum. – Calla. Sus. – Lo hecho ya no tiene remedio. Fui una loca al entregarme a tí, pero... Hum. – No, Susana, no divaguemos más: esto debe terminar. comprendo nuestro crimen, puedo hacer lo que tú quieras, pero lo que ahora me propones, ese doloroso epílogo para estos mese de locura deliciosa... no, no es posible. Susana, compréndelo... ten una vez más, lástima de mí. Sus. – (Con desprecio). Cobarde. Hum – ¿Qué dices? Sus. – Lo que oíste... y es poco. Hum. – No, Susana, no. Sus. – Quede en paz el hombre del hogar, el hombre honrado, el que por una vanidad de seminarista, apocado de su papel, ha logrado brillar a costa de mi porvenir. Ignorabas, acaso, a lo que te exponías? No lo ignorabas y con toda la razón moral de los de tu especie, te dijistes: «qué pierdo? Mi esposa perdonaría si lo sabe, y yo podré desligarme, fácilmente, de esa pérdida» Hum. – Yo nunca he pensado así. Yo no soy un canalla, he sido un loco... nada más. Sus. – Basa de frases. Adiós. (Medio mutis) Hum. – Susana, qué pretendes? Sus. – No tengo nada que explicar. Hum. – (Desesperado). Aguarda aún, vuelve por mi respuesta. Sus. – Hoy mismo? Hum. – (Vencido). Si... Ni siquiera me das la mano? Sus. – No. Hum. – Volverás? Sus. – No. Bien sabes en dónde me puedes encontrar. (Mutis). ESCENA 3.a Humberto, Matías, luego don Patricio. (Humberto se dirige lentamente al escritorio, queda un momento meditabundo, luego toca un timbre) Mat. – (Lateral izquierdo) Llamó, don Humberto? Hum. – Diga, Matías no ha venido nadie más? Mat. – Nadie fuera de la señorita Eulalia. Hum. – A qué horas vino mi mujer? Mat. – Poco antes de que usted llegara. Hum. – No dijo a qué venía? Mat. – No señor... y varias veces a venido, cuando usted no estaba. Hum. – Es raro... ahora no estoy para nadie entiendes? Mat. – Si señor. D. Pat. – Supongo que no rezará conmigo la orden, ya que entré por esta otra puerta. Ya lo dijo el clásico casar de dos puertas. Hum. – Por supuesto que no. Retírese Matías. (Mutis de este) D. Pat. – Estas solo? Me pareció ver a Susana en el hall. Hum. – (Molesto). Estoy solo y a sus órdenes, Ud. dirá en qué puedo servirle. D. Pat. – Me parecería... en fin vamos al grano. ¿Cuándo vas a liquidar a esa prójima? Hum. – No sé que quiere Ud. decir. lindura? Bueno, pero ¿a qué dar de hablar con tus procederes infantiles? O crees que la gracia no está en hacerlo sino en que lo sepan? Es idiota eso, y eres el pasto de todos los comentarios. Hum. – ¿De modo que la falta no consiste en haberla cometido, sino en lo que alrededor de ella se comenta? D. Pat. – Claro. Yo no me las quiero dar de puritano, pero esas cosas, si se hacen, hay que hacerlas con discreción. Aquí no estamos lo suficientemente civilizados para eso, y se exige, por lo menos un recato respetuoso. Hum. – ¿Y solo de mí se habla? No han cometido faltas mayores Julio y Carlos, y por qué no decirlo, hasta sus dignas esposas? D. Pat. – Mira, mira, no argumentemos. Tu no tenías derecho, pues eras un hombre modelo, te mostraban como ejemplo... hasta yo decía que eras excesivamente casto, pero. Hum. – (Con fuego). Usted disculpaba las faltas de los demás, porque no le tocaban de cerca, y ellos hablan de la mía para que no se noten las propias. Esa es moral, esa es sociedad civilizada, y proceder de gentes «bien». D. Pat. – Bueno, polémicas no ¿me entiendes? Eulalia me ha hecho hoy una escena bastante desagradable. Hum. – Qué dice usted? D. Pat. – Que las amigas, lo amigos, qué se yo, le tienen la cabeza así... (Adema) y como mi pobre hija esta ingenua... Hum. – (Dolorosamente). Ha llorado, se ha desesperado... y le ha hecho a usted una escena. (Se pasea nervioso y preocupado). D. Pat. – Claro, ha dicho que hará una cantidad de tonterías. Sí, ya lo decía yo, no se adapta, no se adapta. Y la pobrecita tiene razón, que diablo todo el mundo lanzándole puyitas... Hum. – Si la tiene, la tiene usted, la tienen todos menos yo, que he sido un imbécil, que me dejé envolver por ese ambiente malsano de todas esas sus relaciones chics, que si por sierte son una excepción en nuestra sociedad, basta con un solo borrón para contaminarlo todo. D. Pat. – Pero si hubieras sido discreto... Hum. – Basta don Patricio, he jugado con mi vida... y he perdido, eso es todo. (Va y escribe nerviosamente). D. Pat. – Qué resuelves? Hum. – Liquidar hoy mismo. D. Pat. – Pero Susana armará un escándalo de padre y señor mío. Eulalia se separará, dice que su vida está rota, en fin un selemin de tonterías. Eso hay que hacerlo en otra forma y con calma. Hum. – Y qué quiere que haga? Que me pegue un tiro? D. Pat. – Sabes que sería una solución? Hum. – Se la ofrezco con toda sinceridad. (Toca el timbre). D. Pat. – Bah... dije una tontería. Tragedia este vodevil? No, busca una solución de medio tono, no exageras. Mat. – (Por izquierda) Mande señor. Hum. – En seguida, Hotel Savoy, a Madame Susane D'Armat, rápido. (Mutis de Matias) D. Pat. – Pero vas de cabeza a la campanada. Qué subsana eso? Hum. – Que se yo donde voy? (Golpean a la puerta). Adelante, ahora ya estoy para todos. ESCENA 6.a. Dichos, Santiago y D'Armant. San. – Salud. Grande Arquitecto del Universo. (A D. Patricio). Cómo te va viejo sátiro? D. Pat. – Cómo te portas carcamal? No ha habido todavía un auto piadoso que nos libre de tí? D'Arm. – (Cómica gravedad). Señores... monsieurs. D. Pat. – Sobre algunos planos? San. – O planes... (Le guiña un ojo a D.Patricio). Qué tal el yerno de línea? Promete? D. Pat. – Cállate o te desperfecciono el rostro (Se estira los puños). Madona... que hasta yo me esté saliendo de mis casillas. Hum. – (A D'Armant). Estoy a su disposición, Señor. San. – Sobramos nosotros (A Patricio) Te invito a tomar el té con dos querubines de la compañía de Variedades: unas chiquillas de película. D. Pat. – Gracias... tengo hoy muchas preocupaciones. San. – Preocupaciones tú? Me ruborizas, peor para tí. D'Armant, le dejo en su casa, como dijo nuestro grande Arquitecto. D. Pat. – (En voz baja, a Humberto) Querido Humberto, que no sea esta la primera campanada. (Alcanzando a Santiago). Oye, espera, calamidad de niños inexpertos ¿dices que son de películas? San. – Y de un inmenso metraje: algo así como diez tambores. D. Pat. – Tamborearemos entonces... (Mutis). ESCENA 7.a D'Armant y Humberto. Hum. – (Tras una breve pausa en que ambos se examinan. Le indica su asiento). Tenga la bondad. D'Arm. – Oh, mercí. Hum. – Ustéd dirá en qué puedo servirle. D'Arm. – (Levantándose con ademán fingidamente nervioso). Monsieur Humbert, yo tengo una gran preocupación. “Je suis” … como decir... Yo soy muy molesto... usted comprenderá... Hum. – Ni una palabra, señor mío. D'Arm. – «Bon» «Je» me explicaré «moi» amo enormemente, brutalmente, a mi esposa, a Susana. (Ademán de Humberto). Yo l ruego de no creer que yo piense... que yo creo en tantas cosas como decir? Tantas cosas «estúpidos» que dice la gente que Ud. y mi Susana etcétera. Yo no creo en nada de eso «mon cher monsieur». Hum. – Ah? Adelante, señor mío. D' Ar. – (Sonríe y toma asiento). Usted me trata algo fríamente, pues cree que «je vien» a hacerle una «escena». No monsieur. «Je comprand» que un hombre de mundo como nsted ha sido gentil, galante, con «ma cher» Susana, pero eso es «tres natural». Ella es una artista que se debe al «public» y «evidemant» tiene que aceptar atenciones de personas tan gentiles, como usted porque usted, es gentil «mon cher» mensieur». Hum. – Excuse, señor mío, que le ruego el que vayamos de una vez al objeto de su visita. D'Arm. – «Bon» «Je» me explicaré. «Voi lá le negoció» Mi esposa y yo hemos tenido un gran «sucses» pero en la vida de arte que «nous» llevamos hay a veces sus como decir? sus complicaciones, «voi la le mot» «Nous» debemos partir «pour le Brezil» y yo que amo tanto a Susana, no puedo partir avec». Hum. – No veo la razón. D'Arm. – Ah, «mon cher monsieur» como le dije al principio, yo no creo nada de... de lo que dicen de Susana y usted, pero al partir con ella me haría gran daño en mi reputación «artistic». Yo preciso estar enojado: yo soy un hombre de honor. Hum. – Basta señor, no sé como juzgar a usted ni me interesa. De una vez, qué desea usted? D'Arm. – Yo y Susana hemos hecho nuestro arte juntos, y por ahora, como siempre hemos sido muy respetados y en eso estaba nuestro éxito que era social «artistic» debemos separarnos para evitar «toutes» las tonterías que de usted y de ella dicen... y eso me perjudicará grandemente. Yo estoy desolado, mi querido señor. Hum. – Por última vez, qué pretende usted? comprenderá que... nuestro arte... Hum. – (Indicándole la puerta). Creo que hemos terminado. ESCENA 8.a Dichos, Eulalia. Eul. – (Por izquierda, queda rígida en la puerta, luego con voz tenue). Buenas tardes. Hum. – Tú. D'Arm. – Oh, encantadora madame, yo no interrumpiré «je part». (Se inclina). «Monsieur dame». (Sale sonriente). ESCENA 9.a Humberto, Eulalia. Hum. – (Nervioso). Por qué has venido... a esta hora? Eul. – Algún día tenía que ser. Que has hecho Humberto? Hum. – (Baja la frente). Eulalia... (Ademán de ir hacia ella). Lala... Eul. – No Humberto, ya no es posible fingir más... Hum. – No adelante conjeturas... yo te explicaré. Eul. – Y qué me vas a explicar? Lo sé todo... comprendes? Hum. – (Vacilante). No... te engañas... Eul. – Lo he oído de sus propios labios... ella misma me lo ha dicho. Hum. – (Como alelado). Quien? Eul. – Susana, tu querida... vengo de tener una entrevista con ella. Hum. – Tú has hecho eso? Eul. – Sí. Necesitaba la prueba y la he tenido. Toda la ironía de nuestras amigas, todos los chistesitos de doble sentido de nuestros amigos, el cambio brusco de tu modo de ser, me tenían loca. Quería dudar, no podía creer, pero en esa atroz incertidumbre mi vida enloquecía, necesitaba la verdad por tremenda, por dolorosa que fuera, y hoy vengo a arrojártela, sin hacerte un reproche, sin derramar una sola lágrima. Hum. – No.... sí, no es posible. (Se arroja en una silla con la cabeza entre las manos). Eul. – Esa misma frase me la repetía día a día: no es posible, no es posible me decía, que él, mi Titín, haya arrojado en un instante toda una vida de afectos puros, todo el honor de un hogar recién formado, no es posible decía, que mientras yo velo con el alma palpitante de cariño al pié de la cuna de mis hijos, el olvide todo esto que era nuestra vida, y la arrastre por el fango, la vote lejos de si, entre una bocanada de humo y un sorbo de licor. Hum. – Eulalia... ten piedad de mí. Eul. – Si no la tuviera, crees que estaría hablándote aquí? Por esa piedad, por los restos de mi hogar desdichado, tuve valor para dar el paso que he dado, para ir donde esa mujer y recibir el más cruel de los ultrajes. Hum. – Qué dices (Se incorpora violento). Eul. – (Con fuego). Sí, el ultraje de su risa, la ironía de sus palabras al decirme que ella no tenía la culpa de que tú, para labrarte un prestigio de hombre de mundo, hubieras hecho tantas locuras por ella que la habían comprometido y que ya no tenían remedio. Hum. – Sí lo tendrá Eulalia. Por salvar tu cariño, que hoy más que nunca comprendo que me falta, como el aire para respirar. Eul. – Pero crees que yo te puedo perdonar? No, Humberto, la chiquilla ingenua, la amante abnegada y feliz que había en mí, ya murió, la mataste tú, la mató el ambiente que por desgracia nos envolvió, hoy queda solo la mujer experimentada, la que no cometerá la tontería de encerrarse a Eul. – Dónde vas? Hum. – A rescatar tu vida y la mía... a borrar esa sombra maldita. Verás... (Sale rápido por izuierda). Eul. – Pobre loco, como si eso fuera tan fácil, pobre loco mío! ESCENA 10.a Eulalia, Corina, Mary, Julio, Carlos; Nicolás por derecha. Julio. – Oh, que grata sorpresa. Cor. – Venimos de tu casa, niña. Eul. – (Brusco cambio, ahora es alegre y picaresca) Y me encuentran burguesamente en la oficina de mi marido. Que tal Carlos? Nicolás usted también? Que feliz coincidencia (Saludos). Nic. – Hace tantos días que no teníamos el placer de verla. Eul. – Pero ahora me voy a prodigar enormemente. Pero tome asiento... a ver si se nos pega este ambiente de trabajo, como dice mi marido. Mary. – Pero qué alegre estás. Te desconozco, niña. Car. – Qué grata nueva ha hecho ese cambio? Eul. – Si usted la supiera (Ríe). No creen ustedes que basta para una mujer 25 años, y conste que no me quito sino uno, para ser alegre y dichosa? Y qué tal de fiestas, Corina? Cor. – De eso se trata. Eul. – Sí? Qué felicidad. Cuenten conmigo. Julio. – Es un garden-­‐party de caridad para sostener el asilo de niñas jóvenes y desvalidas y huérfanas y Eul. – No les bastará ser bonitas para sostenerse? Qué opina usted, Nicolás? Nic. – Que si todas fueran como usted, serían ellas las que tendrían que organizarnos beneficios. Car. – Nos dejarían convertidos en los proletarios de frac, como dice un propagandista del traje barato. Eul. – Por Dios, y si me ruborizan tantas galanterías? ¿Qué cursis es ruborizarse, Corita, no? (Los hombres ganados por la alegría de Eulalia, la rodean). Julio. – Me encantaría verla así. Car. – A que no? Eul. – Tarea de romanos. Nic. – Si yo la recordara una conversación anterior... creo que... Eul. – Que me ruborizaría... pero sólo por coquetería. Mary. – (A Corina). Pero es posible... con lo que la pasa a la pobre? Corina. – (Igual). Estoy abismada, ahora verás. (A Eulalia). Pues niña, queremos que hayan los números más atrayentes con los más aplaudidos artistas, contamos con D'Armant, y queríamos pedirte... Mary. – Ya que tu marido es tan amigo de Susana... Eul. – (Yendo sonriente hacia ellas). Que le pida su concurso? Dénlo por seguro, niñas; Humberto es muy buen amigo de ella y lo conseguirá. Qué mujer más dije, no? A mi me encanta asistir a una fiesta en que ella esté. (Corina y Mary se miran asombradas). Cor. – Entonces te confiamos la confección del programa. Eul. – Con mil amores. Pero necesito un colaborador. Jul. – Yo me ofrezco. Mary. – Se olvida Julio que los dos estamos encargados del buffet. Nic. – Estoy vacante sólo yo, señora. Eul. – Usted? Pues a maravilla. Haremos un programa que ya verán. Hoy mismo podremos empezar. (Mira su reloj pulsera). Tengo libres diez minutos. Eul. – (Ya en la puerta despidiéndose). Que haya mucho champán, Julio, mucho, para alegría nuestra... y para bien de las niñas desvalidas. (Mutis) ESCENA 11.a Eulalia, Nicolás. Eul. – (Se sienta con cómica gravedad frente al escritorio). Lista. Empezamos mi amable colaborador? Nic. – La desconozco, señora. Eul. – Por qué? Y ante todo, no me diga señora, así tan en grave. No sabe que me llamo Eulalia? Nic. – Me permite? Eul. – Según lo que sea. (Sonríe picaresca) Nic. – El llamarla Eulalia Eul. – Creo que fuí yo quien se lo pedí. Bueno. Primer número, qué le parece el coro de los daridos de «La Viuda Alegre» cantado por Carlos, Julio y comparsa? No será muy nuevo, pero no dejará de tener actualidad. Nic. – Señora... (Sonríe ante un ademán de ella) perdone, Eulalia, quiere que dejemos el programa para después? Eul. – Con todo gusto. (Se levanta y va hacia él). A usted parece le traía por acá algo más fuera del dichoso programa. Se puede saber qué es? (Sonríe coquetona). Nic. – Sí... el verla a usted. Eul. – Siempre galante. (Se sienta al lado de él). Creía que me había muerto? Nic. – No finja más, Eulalia, se lo ruego. Usted sufre enormemente y no tiene pasta de comedianta. Eul. – Cree usted? Nic. – Estoy seguro. No crea que es mi intención tratar de enconar en su alma dolores, que comprendo son profundos, no, solo deseo traer a usted un consuelo, si ello fuera posible, y también un consejo, si ello fuera posible, y también un consejo de hombre civilizado. Recuerda aquella charla inconveniente con que la molesté en la fiesta de hace tiempo en el chalet de Corina? Tenía yo razón al decirla que ese ambiente frívolo, por no emplear una palabra peor, la sería fatal... para su vida de entonces. Eul. – (Ya sin fingir). Si... lo recuerdo. Que mal tan grande, que gota de veneno tan atroz fueron entonces sus palabras! Nic. – Y hoy a recordarlas no le causan el mismo efecto? Eul. – Hoy... ya es diferente. Nic. – Pobre Eulalia! Eul. – Con qué derecho me compadece? (Levanta altiva la frente). No acepto compasión de nadie. Nic. – Perdone... es mi desfachatez de hombre chic, la que me autoriza para hablarla así. También es un sentimiento nuevo en mí el que me impulsa, (Ademán de Eulalia). No, se alarme, no es una declaración de amor que usted no creería y no vendría al caso, es solo una confesión de partes. Yo que soy un hombre que jamás he sabido que es eso que llaman corazón, quisiera darle un consejo a usted que es una apasionada... y a quien he estimado, como nadie. Me lo permite? Eul. – (Lo mira fijamente). No sé por qué lo escucho a usted... no lo sé. Hable usted. Nic. – Eulalia, su vida anterior, esa que era todo un verdadero idilio pastoril, dulce y sencillo, se fue muy lejos no es cierto? (Eulalia baja la frente). Quién tuvo la culpa? No interesa ¿verdad? El caso es que ha sucedido, que sus ilusiones buenas, esas que yo nunca he sentido por nadie, esas que son difíciles de conservar en esta existencia rumbosa que hacemos nosotros los parias de los sentimientos, rodaron deshechas, que sondea su existencia y la siente fría, y como eso no es posible para una mujer pospuesta por el hombre a quien dio lo mejor de su vida, podría cantar en su oído endechas de amor, de pasión culpable, en la cual el encanto está, no en el placer que ella ofrece, sino en el dolor que a otros causará, pero no lo hago: no me creería usted y tendría razón. Eul. – Qué horrible monstruo, que ser más fríamente criminal es usted. Nic. – (Sonríe) Vedad? El ver tanta miseria cubierta de sedas, el mirar íntimamente todos los dobleces humanos, me han hecho así. Su venganza, porque tarde o temprano usted se vengará de quien o quienes malograron su vida... tendrá dos ventajas: si la intenta solamente, comprenderá como en un momento de extravío, el ser más bueno puede olvidar lo más sagrado, arrepentirse y volver a ser bueno y entonces... perdonará. Si la ejecuta, ya los dos estarán iguales, y sintiendo el hastío que eso deja, volverá con más fuego a abrazarse a la ilusión primera y... también perdonará. En ambos casos su vida no quedará como antes, pero no estará rota del todo. Eul. – (Levantándose) Oh, que enorme podredumbre moral encierran sus palabras. Me dan miedo... de usted... de todo... hasta de mí misma! Nic. – (Acercándose a ella). Algún día... quien lo sabe?... quizás nunca... quizás hoy mismo, me encontrará razón, no le dará miedo esta mi monstruosa moral y entonces... Eul. – Entonces qué...? (Le coge una mano nerviosamente) Nic. – (Sonriendo) Ya duda usted, ya vacila. Cree en la posibilidad de la venganza? Eul. – (Soltando su mano), Tal vez. Nic. – Cuando? Eul. – Repetiré sus propias palabras: quizás hoy mismo Nic. – (Aproximándose). Eulalia... Eul. – (Deteniéndole con un ademán, mezcla de energía y abatimiento). Aún no he terminado su frase, recuerde que ella también dice: quizás nunca! TELÓN RÁPIDO Fin del acto segundo. ACTO TERCERO (ESCENA: Boudoir de Eulalia. Muebles claros, profusión de cojines de colores vistosos, una mesa de toilette con espejo, una mesa de toilette con espejo, una mesita escritorio, dentro de un compartimento de ésta, un teléfono, diván con pieles, detrás de este una lámpara de pantalla. Al fondo amplias puertas con cortinajes, por la cual se verá el dormitorio al cual comunica. En este, amoblado elegante, con dos marquesas de madera; puertas laterales. Es de noche. El boudoir iluminado por lámpara central, la cual podrá encenderse desde la escena. Al abrirse los cortinajes del fondo se verá el dormitorio iluminado tenuemente por dos lámparas con pantalla rosa sobre las dos mesas de noche. Al levantarse el telón el boudoir estará iluminado por la lámpara central. ESCENA 1.a Don Patricio y Eulalia. D. Pat. – (Levantándose molesto como terminando una disputa). Basta ya de chiquilladas, Eulalia: debes darte a la razón. Eul. – (Fría y calmada) La razón! Con qué facilidad la invoca, papá, como si ella lo remediara todo. D. Pat. – Pero es natural que así sea. Eul. – Usted lo cree así? Y tiene razón: juzga estas cosas con su criterio de hombre de mundo, y yo las aprecio y las siento en lo más íntimo de mis sentimientos de mujer. No podemos estar de Eul. – (Con fuego). Y usted, mi padre trata de convencerme que es natural, que no tiene gran importancia, el que mi marido tenga una querida? Y si yo le pagara con la misma moneda, qué me diría usted? D. Pat. – Ves? Ya dijiste una ingenuidad. No me comprendes, hija mía; yo no te digo que sea digno de alabanza el proceder de Humberto, que ha sido un loco, que nos ha guardado discreción, lo que sí te digo, que los hombres por mucho que quieran a su mujer, si a veces tienen un desliz, eso es irreparable, pues pronto vuelven con más cariño al afecto legal. El matrimonio, hija mía, está formado por muchos sentimientos, no solo el amor, hay también la amistad, la comprensión mutua, el enlace que crea la costumbre y el hábito, el afecto de los hijos, en fin, algo que no se honra así como así. Eul. – En los hombres, quizás, pero en nosotras las mujeres es bien diferente. Llegamos al matrimonio con los ojos vendados, con el alma toda ilusión, es el momento que resuelve todo nuestro porvenir, y cuando eso se rompe, la vida soñada no se puede rehacer. Para ustedes es esto romántico, pues solo vienen a tener la última, la definitiva ligazón; para nosotras lo es todo. El principio y el fin. Somos eternamente ingenuas, papá, tanto que por esto llegamos hasta la cursileria de llorar! (Se seca los ojos nerviosamente). D. Pat. – Tá... tá... tá. No divaguemos... eres inadaptable. Renuncio a mi papel de amable componedor; pero te digo que con tu proceder, con querer fingir frivolidad, te comprometes, se habla de tí y llegarás a perder definitivamente a tu marido. Eul. – Peor para él. Si cuando era todo afecto, cuando mi alma se la brindaba en un beso, me faltó en esa forma, ¿cree usted que me asombraría que ahora lo hiciera nuevamente? D. Pat. – Y dale. Pero te encierras en un círculo vicioso, eres más porfiada que el gallego del cuento, que yendo con su burrico sintió por la vía férrea sintió que tras él piteaba desaforado un tren, y en lugar de hacerse a un lado gritó «pitea no más, que como no te quites tú...» Escuso decirte, hija mía, la tortilla de hombre y burro que quedó después del paso del tren. Eul. – Sí, tiene razón, la ha tenido siempre... pero por desgracia quedamos muchas gallegas en éste pícaro mundo. D. Pat. – De modo que te obstinas? Eul. – Es superior a mí... quién sabe después, pero mientras a esa mujer respire el mismo aire que yo, mientras tenga la evidencia de mi marido la visita... D. Pat. – Tu sabes que Humberto ha roto definitivamente con ella. Eul. – Así lo dice... pero no lo creo. D. Pat. – Y además... Eul. – Hay algo más? D. Pat. – Mira ya has conseguido exasperarme, basta de tonterías. Esa señora parte hoy mismo. Que más deseas? Eul. – Humberto nada me ha dicho a ese respecto... D. Pat. – Pero tú crees que esas cosas hay que llevarse diciéndolas a la esposa? Para tener una nueva escena conyugal? Eul. – Y dice que se va... D. Pat. – Esta misma noche, por el tren de las once. Eul. – Y quién abandona a quien? Sería curioso que de lo mío recibiera lo sobrado. D. Pat. – Vuelta a las mismas. Eres incurable: me voy. (Se levanta). Eul. – (Transición), Perdone, papá, téngame lástima: todavía pienso y sufro como mujer. (Rompe a llorar) D. Pat. – Bah... bah.. tontita, no llores, (La acaricia) Después ni te acordarás de esto. Y Humberto? Eul. – (Reponiéndose) En su escritorio: evita estar a solas conmigo. D. Pat. – No seas cruel. Anda... anda, tráelo a conversar conmigo, al fin y al cabo el pobre muchacho ha de sufrir también... él que era tan casto. Eul. – Si usted cree que es mejor... (Sale izquierda). D. Pat. – No, pero estoy yo. Cor. – Siempre usted, el padre ideal. D. Pat. – No me diga «celestial» porque ese caballero dicen que tiene muchos años. Mary. – Siempre jovial... Cor. – Y Eulalia? Supongo que ya nos tendrá hecho el programa? D. Pat. – ¿El de la fiesta para niñas desvalidas, huérfanas y solas? Todo lo remedian ustedes, Mary. – No tan bien como usted. Cor. – Claro que no. Ya sabemos que lo de Humberto está arreglado. Mary. – Usted tendrá confianza con nosotras, para tener el gusto de desmentir lo que se dice. (Le sonríen maliciosas). Cor. – Liquidación, no? D. Pat. – Es mejor que ustedes lo sepan: todo fue una tontería. Mary. – (Riendo). No dirá lo mismo D'Armant. Cor. – (Suspirando). El tan apasionado para los solos... (Don patricio sonríe). de violín, se entiende. Mary. – Y Eulalia, qué dice? D. Pat. – Comprende esa locura, y está algo domesticada; pero les diré en confianza que que es igual su madre: los mismos arranques, en fin... caray, con la ley de herencia: no falla una. Mary. – Y usted que se lamentaba del yerno «electrolítico» Cor. – Le salió un «crack» D. Pat. – (Con cómica tristeza). Pero se pasó de preparación: si no habría hecho una linda carrera. Yo después de esto me voy a vivir aparte: no estaba preparado para deshacer estos entuertos: palabra. Cor. – Vaya, con don Patri. D. Pat. – Pero todo esto no se lo cuenten a nadie... siquiera hasta mañana. ESCENA 3.a Dichos, Eulalia y Humberto. Eul. Oh, qué agradable sorpresa. Hum. – Señoras, muy buenas noches. Mary. – Nos hemos colado de rondón en tu boudoir. Qué lindo, niña, qué buen gusto tieñes. Hum. – Hacía tiempo que no se le veía en casa a estas horas, don Patricio. Cor. – Es un «clubman» empedernido. D. Pat. – Qué diablo, el club también latea: los cachos, el dominó, la «pockita ilustrada», en el salón rojo el pelambre político, en el azul el pelambre comercial, y en el verde, en el verde el acabose: el pelambre íntimo con nombres propios. Mary. – Tremendo, no? D.Pat. – No se puede ir uno primero, porque después.... crac, (ademán de matar un pollo)... no le queda ni el pellejo. Cor. – Se exajera... un golpecito de tijera qué tanto mal hace? (A Eulalia). Queríamos charlar contigo sobre el programa de la fiesta... Mary. – Como tú prometiste el número de fuerza... (Mira sarcástica a Humberto). Eul. – Está listo. Vamos a conversar entre nosotras? Cor. – Tenemos solo cinco minutos. Además Nicolás, tu colaborador, debe telefonear pronto, tal vez para hablar del programa. Eul. – Pues aprovecharlos. (A D. Patricio). Los dejamos en el «salón verde». Mary. – Y conste que no tememos irnos las primeras. Hum. – (A Eulalia). Vuelves? Eul. – Después, … apenas de las buenas noches a los chicos. D. Pat. – De modo que chantage en toda regla? Hum. – Qué se yo don Patricio. Lo único que me interesa es remediar mi locura... y creo que eso no es posible. D. Pat. – No seas inocente. Eulalia perdonará, ya verás; hace un momento la tenía casi domesticada: un empujoncito más y da la oreja. Pero cómo conseguisteis desligarte... tan pronto? Hum. – No quiero acordarme de todas esas miserias. Después de la cínica entrevista que tuvo conmigo ese D'Armant, cuando supe que Eulalia se había atrevido a hablar con ella, no sé que pasó por mí: corrí como un loco a su hotel, entré sin avisar y... la encontré en alegre y amable conversación con D'Armant. El sinvergüenza relataba riendo cómo yo había caído en el lazo, y le había dado el dinero pedido, la escena que siguió... no la recuerdo bien, ni quiero, palabras duras, la violencia misma... y por último la promesa de partida de ella y su cómplice... o sea mi liberación. D. Pat. – Menos mal. Pero como diablo tú, un hombre modelo llegasteis a... Diablo... diablo... diablo... diablo. Hum. – Como se cometen todas las locuras y todos los crímenes: un momento de exaltación, una vanidad herida, un deseo imbécil de probar que se es hombre... como todos... y luego las consecuencias: un hogar desquiciado, en fin, no hablemos más de esto. D. Pat. – Pero no hay quien pueda comprometerte? No queda algún vestigio que te deje en manos de ese par de lindeces? Hum. – No... nada. D. Pat. – Menos mal: no cometisteis la tontería de escribir cartitas comprometedoras. Correcto. (Aparte). Cuando yo digo que habría hecho carrera... Hum. – Cartas? Y qué importa eso? D.Pat. – Entonces las hay? Hum. – Cartas sin importancia... fijación de los días para esas malditas citas... nada más. D. Pat. – Y no están en tu poder? Hum. – No. D. Pat. – Imbécil. Disculpa hijo, pero eso es una tontería de marca mayor. Hum. – Porque? D. Pat. – No comprendes que quedas en la red, que mañana o pasado te volverán a chantagear? Hum. – Y qué hacer? D. Pat. – Pareces bobo. Rescatarlas ahora mismo cueste lo que cueste. Debes ir inmediatamente. Hum. – Nunca. D. Pat. – No te atreves a ver otra vez a la sirena? Hum. – (Sombrío). Esa mujer, a pesar de todo, revolucionó mi vida. No, no iré. D. Pat. – Bueno, yo no me mezclo más. (Se levanta molesto) Cuando esto esté ya algo olvidado, cuando hayas conseguido reconquistar a tu mujer, si te vienen con otro escándalo retrospectivo entonces te será difícil mantener la paz de tu hogar. Tu sabrás lo que haces. (Se pone el abrigo), Yo no estoy preparado para seguir oyendo hablar de esto: palabra. Hum. – (Con brusca resolución). Iré. ESCENA 5.a Dichos y Eulalia. Eul. – Corina y Mary me encargaron las despidiera: tienen una sesión de bridge. Los niños duermen como unos querubines. Ya se va papá? Abandona el salón verde? D. Pat. – Nada de eso, chiquilla. Pero comprendo que... a ver: a darse un abrazo bien apretado. Hum. – D. Patricio... D. Pat. – Nada de eso, una segunda luna de miel, se impone; lástima que el otro nieto no me lo despintará nadie. ESCENA 5.a Eulalia y Humberto. (Al quedar solos se produce una pausa embarazosa, Eulalia va en silencio a la mesa toilette y empieza a quitarse los anillos y joyas). Hum. – Te vas a acostar? Es muy temprano. Eul. – Estoy algo fatigada. No estabas trabajando en tu escritorio? Hum. – Deseas que te deje sola? Eul. – Como gustes. Hum. – (Se dirige lentamente hacia la izquierda, al llegar a la puerta se detiene) Los niños duermen? Eul. – Sí. Hum. – No deseas leer algo? Eul. – No... Gracias. Hum. – (Duda nuevamente pero al ir a transponer la puerta vuelve lentamente) Eulalia... Eul. – Deseas algo? Hum. – (Aproximándose a ella) Eulalia... mi Lala. (La toma de la cintura). Eul. – Por favor, Humberto. (Se desliga suavemente) Hum. – Quieres que hablemos un momento? Eul. – Si te empeñas... (Va a sentarse al diván). Te escucho: habla. Hum. – (Nerviosamente va hacia ella, la enlaza apasionadamente y trata de besar su cuello). Perdóname... Eul. – (Se levanta violenta) Humberto. Hum. – (Bajando la frente). Perdóname este arrebato... Eul. – Ahora soy yo quien te pide que me escuches, pero seriamente. No quiero hacerte ningún reproche, no quiero la menor reminiscencia... a lo pasado... pero te ruego dejes al tiempo lo demás. Me has comprendido? Hum. – (Con voz dolorida). Sí. Y te obedeceré, dejaré que cruelmente tu indiferencia vaya minando mi vida, te obedeceré con el más respetuoso silencio. Eul. – Y yo te lo agradeceré con toda la fuerza de mí ser. No me creas mala... sólo deseo no sufrir yo... ni que sufras tú... Hum. – Tienes razón. Seré tu amigo, tu compañero afectuoso... nada más. Eul. – Gracias, Humberto, gracias. Hum. – Si alguna vez mi pasión es superior a mí, si mi cariño quiere estallar y un ademán o una frase deseara hacer revivir nuestras felices noches de amor... perdóname en la seguridad que sabré ser fuerte y cumplir mí promesa. Y si algún día las heridas se cicatrizan... si algún día tú lo quieres... Eul. – (Anhelante a pesar suyo) ¿Entonces...? Hum. – Entonces... como un perro fiel vendré a tí, no a implorar sino a recibir el premio de estas mis horas de más acerbo dolor. Eul. – (Tendiéndole los brazos). Mi Humberto... Hum. – (Corre hacia ella y la enlaza frenético, casi a llorar). Mi Lala... (Quedan un momento abrazados. Luego un reloj da diez campanadas. Humberto se separa violentamente). Eul. – (Asombrada). Qué te pasa? Hum. – (Como hablando consigo mismo). Las diez... queda solo una hora. Eul. – Qué dices? Hum. – (Como alelado). Ya te explicaré... pero ahora... tengo que salir. Eul. – (Lo mira fijamente). Ah... tienes que salir. Hum. – Si, es preciso, por mí... por... Eul. – (Sonríe sarcástica). Anda... anda tranquilo, (Humberto quiere explicarse, Eulalia lo hace callar con un ademán calmado y sereno. Humberto vacila). Hum. – Es preciso. (Sale precipitadamente por derecha. Eulalia lanza un pequeño grito, se arroja llorando sobre el diván, luego se incorpora con ademán enérgico). ESCENA 7.a Eulalia, luego Estefanía y Matías. (Eulalia se dirige al escritorio, saca una esquela y escribe) Eul. – Y mentía hasta el fin. (Termina de escribir y toca nerviosamente el timbre, quedando con la cabeza entre las manos). Est. – (Por izquierda). Llamó la señora? Eul. – (Se estremece violentamente). Ah... sí. (Toma la carta que le tiembla en las manos). Infórmese si salió Humberto. (Mutis Estefanía por la derecha, la carta se cae de manos de Eulalia, que vuelve a su meditación dolorosa. Pausa). Est. – Si, señora: ha salido. Eul. – ¿Está segura? Est. – Si, señora. Matías mismo fue a buscarle un auto. Eul. – (Toma la carta temblando, luego se detiene). Ha sentido usted? Est. – (Mira a todos lados). ¿Qué, señora» Eul. – (Nerviosamente). Parece que ha despertado uno de los niños y llora. Corra... vaya a ver. (Rompe la carta). (Estefanía sale por izquierda, Eulalia va hacia el foro y hacia izquierda, y escucha anhelante). Est. – No, señora. Eul. – ¿Despertaron? Est. – (Sonriendo) Están durmiendo muy bien. Eul. – (Con desaliento). Ah... ¿Y la niñera? Est. – También duerme. No manda más la señora? Mat. – (Por derecha). El señor Nicolás Valm pregunta por teléfono si la señora está visible. Dice que es asunto personal. Eul. – Ah... (Vacila y va a apoyarse en el diván) Est. – La señora se pone mala. (Corre hacia ella). Mat. – Y don Humberto que no está... Eul. – No es nada... (Reponiéndose). Este traje me oprime... déjeme una bata en el dormitorio, Estefanía. (Mutis de ésta) Mat. – Respondo que la señora está algo indispuesta? Eul. – (Con súbita resolución) No... (Reponiéndose). Esperaba a ese señor para un asunto de negocios de Humberto, dígale que lo aguardo y apenas llegue... Mat. – Enciendo la luz del salón? Eul. – No deseo salir porque estoy algo resfriada: lo conducirá directamente aquí. Mat. – Bien, señora. (Medio mutis) Eul. – Aguarde, dé mejor comunicación con mi teléfono, y recuerde lo ordenado para si viene ese señor. (Mutis de Matías. Se dirige al escritorio y saca el aparato telefónico. Suena el timbre y el fono le tiembla en las manos). Aló ¿Nicolás? (Escucha casi al llorar). Si con Eulalia... sí, sola y muy triste, (Escucha). Sí... he cambiado... dije nunca pero ahora digo: hoy mismo. (Deja caer el fono y se dirige al toilette, se alza el cabello nerviosamente, se pone las joyas arrojando la argolla de compromiso a un lado) (Sale por el foro, corriendo Estefanía las cortinas. La escena queda sola breves momentos, vuelve Estefanía, arregla algo en el tocador, prende la lámpara de pantalla y a paga la luz central, se dirige a la izquierda). ESCENA 9.a Humberto y Estefanía. Hum. – (Entra cabizbajo por la derecha y detiene a Estefanía en el mutis). Oiga, Estefanía ¿y Eulalia se recogió ya? Est. – No señor. Termina de cambiar de traje. Hum. – Y para qué? Est. – Creo que espera visitas. Hum. – Visitas? (Intrigado). Preguntó si yo había salido? Est. – Si señor, a penas usted se marchó, (Humberto queda meditabundo). No manda nada más el señor? Hum. – No nada. (Medio mutis de Estefanía). Ah, oiga... No sabe usted a quién espera? Est. – (Sonriéndo). Oh... no señor. Hum. – Esta bien. Puede retirarse. (Mutis de Estefanía. Humberto se saca el abrigo algo nerviosamente y lo arroja sobre una silla, queda indeciso, luego bruscamente enciende la luz central. Al iluminarse la escena aparece Eulalia por el foro cubierta por una elegante bata). ESCENA 10.a Humberto y Eulalia, luego Matías. Eul. – (Queda asombrada al ver a Humberto). Tú. Hum. – Sí, Eulalia: no he ido donde tu creías, y he vuelto para que escuches mi última y definitiva explicación. Eul. – Has hecho mal en volver. Hum. – Qué dices? Eul. – Que no te esperaba tan pronto. Hum. – Que no me esperabas... a mí? Eul. – Ya lo haz oído. Vuelve donde ella, aún es tiempo. Será mejor para los dos. Hum. – Esa frialdad... esa calma... La criada me dijo que esperabas visitas y ese traje... (La mira fijamente). Eulalia qué pretendes? Eul. – Yo? Nada. (Rie). Te facilito los medios para que impidas que se vaya esa divinidad que te tiene loco. No dirás que soy una esposa poco condescendiente. Hum. – No, tú mientes, quizás por la primera vez. Eul. – Mentir? Y para qué? Hum. – Basta de escaramuzas. Tu fraguas algo monstruoso, no sé qué pero lo veo en tus ojos... en tu ademán. Habla te lo ruego... te lo mando. Eul. – ¿Con qué derecho? Hum. – Con el mío. Eul. – Tu derecho sobre mí, ya se acabó, desde que por tu propia voluntad lo echaste a rodar. Hum. – Exijo que me digas que significa todo esto y el porqué de esas palabras. Eul. – Pregúntaselo a tu conciencia. Hum. – Se lo pregunto a mi mujer... y ella debe responder. Eul. – Ten un poco de paciencia... y lo sabrás. No sabes que Cristo dijo: «Con la vara que mides serás medido?» Hum. – (Frenético vá hacia ella) Eulalia. Eul. – Estás seguro? Hum. – Crees que no he comprendido el objeto de tus simulaciones ridículas de ahora último? Te has hecho la frívola, la despreocupada, para humillarme, para tener motivos para recordarme mi estúpida locura, sin comprender que destrozas mi alma, y que llegarás a conseguir que mis últimas frases de perdón y de olvido para este pasado doloroso, me las muerda cruelmente antes de volver a repetirlas. Eul. – Continúa... vas bien. Cómo has progresado... Hum. – Y he sentido los celos, he visto como una sonrisa tuya para los demás hacía hervir mi sangre al compararla con el desprecio frío y sentimental que a mí me haces pesar; y llego a avergonzarme de haber sido noble prometiéndote respeto y amistad sincera, cuando sólo debía hacer pesar mis derechos de hombre y de marido. Eul. – Hazlo, tú eres dueño. Podrás tener mi cuerpo, ¿quién lo duda? para mi alma... románticamente te digo que no. Hum. – Basta ya. Quieres que vibre de celos simulándome una escena cursi, y solo conseguirás que la sombra siquiera de que hayas pensado en serme infiel, me haga renunciar a rescatar tu cariño y a reconstruir mi hogar. Eul. – Y la evidencia de que tú lo has sido en realidad cómo se borra? Eres tú el ingenuo. Humberto, tú qué crees que es comedia lo que en algunos minutos más será realidad, porque tú me has hecho conocer lo que puede el despecho y lo grande que es la vergüenza. Hum. – Dí, de una vez francamente, que esperas a otro, que cuando quería borrar la última sombra de mi crimen, tú, fríamente, fraguabas otro más atroz. Eul. – Según tu ejemplo... nada más. Hum. – Tú querías enlodar el nombre de nuestros hijos? Eul. – Pensaste en eso cuando arrojaste lejos mi cariño que era la causa de la vida de ellos? Hum. – No... no, esto debe terminar. Di que mientes, Eulalia, di que mientes porque si no... Eul. – (Irónica), Me matarías? Hum. – (Con desaliento). Sería mi deber y no podría. Te quiero tanto, que si tuviera la evidencia de que eso iba a suceder, lloraría como un niño sin madre, me retorcería las manos cobardemente... y huiría para siempre, gritando vergonzosamente mi deshonra. Eul. – (Suena el timbre de la calle, Eulalia sufre una violenta transición). Ah... llaman. Hum. – Llega la persona que esperabas? Eul. – (Tristemente) Creo que no tenía por qué esperarte a tí. Hum. – (Sintiendo que la emoción lo ahoga se arranca violento el cuello de la camisa). Ah... era verdad... (Violento cambio). No habrá tragedia vulgar contigo... no puedo... no puedo... a pesar de todo te quiero tanto... tanto... (Eulalia quiere ir hacia él, casi vencida, pero se detiene al entrar Matías). Mat. – (Matías queda indeciso al ver a Humberto). Señora... Hum. – (Fríamente). Quién es? (Matías vacila). Hable usted. Mat. – El señor Nicolás Valm, y cumpliendo las ordenes de la señora... Hum. – (Acercándose a Eulalia, en voz baja) Es él? (Eulalia vacila) No tienes que decirmelo... ya sabes tú nada puedes temer... pero si... él... él! (Cierra los puños). Matías... diga a ese señor que pase. (Medio mutis de Matías). Eul. – (Desprendiéndose calmada y dolorosamente). Espere Matías. Diga a ese caballero que el negocio que debíamos tratar... no se podrá efectuar hoy... ni nunca. (Matías vacila y mira a Humberto). Hum. – Eulalia... Eul. – (Enérgica a Matías). Vaya usted. (Mutis de Matías, luego a Humberto). Ahora despréciame... y márchate: ya estamos iguales. (Rompe a llorar) Hum. – (Corre hacia ella). Eulalia... mi Lala, por última vez, ¿me perdonas? Eul. – Con voz dolorida). Si, Humberto, cuando una mujer quiere como te he querido, cuando todo fue destruido tontamente, estúpidamente, puede llegar a cometer todas las locuras. Pero ya la hora mala pasó, y no volverá nunca más, pero también nuestra vida de amor se perdió, cayó rota a nuestros pies. Hum. – (Casi agotado se deja caer sobre el diván). Rota no, la reconstruiremos... es preciso! Eul. – Pero siempre quedará la huella profunda de la trizadura: la marcarán mis ilusiones de niña, mis más íntimos sentimientos de mujer. No pueden los hombres comprender esto: son tan distintos de nosotras! Hum. – (Agotado por la emoción, con voz que se va extinguiendo). En tu cariño que locamente he enfriado había arrullos inmensos de amante y ternura infinita de madre y todo eso tengo que rescatarlo... aún a costa de mi vida! (Queda como aletargado, sumido como en un sopor doloroso). Eul. – (Reacciona, lo mira tristemente y le dice con voz suave). Humberto... mi Titin... ¿Por qué arrojaste tan lejos mis arrullos de amor? (Humberto vencido, no contesta. Ella apaga la luz central quedando la escena alumbrada por la claridad de la pantalla). Pobre chiquillo grande! (Se acercan con infinita ternura, lo besa en la frente diciéndole:) pobre loco mío, pero aún te quedará algo como una suave ternura de madre. (Se dirige el foro mientras cae el telón, murmurando:) ¡Pobre loco mío... pobre loco mío! TELÓN LENTO Fin de la obra. (20 de mayo a 11 de Junio de 1920). NOTA. – Sólo el autor puede autorizar la presentación de la obra, o su reimpresión. ANEXO. Escena 6a., 2a y 3a página. Santiago. – No, mi viejo... te espera a ti para ensayarse primero... (Risas) Y no me faltes de respeto, porque vengo en calidad de embajador... nuestro gran violinista, el señor D'Armant, me pidió que te trajera a tí, Humberto, esta carta importante... Patricio. – Rebájate el título, entonces... di que vienes en calidad de cartero simplemente... Patricio. – Cállate o te modifico el perfil... Caramba... que hasta yo me esté saliendo de mis casillas?... Humberto. – (HA ABIERTO LA CARTA E INTERRUMPE LA CONVERSACIÓN, CON UNA EXCLAMACIÓN, MEZCLA DE INDIGNACIÓN Y REPUGNANCIA) Oh... qué asco... qué cinismo... Santiago. – Oye viejo, aquí sobramos... Te invito a tomar el té con dos querubines de la compañía de revistas; unas chiquillas de películas. Patricio. – Gracias; yo tengo hoy muchas preocupaciones. Santiago. – Preocupaciones tú? … me ruborizas. Peor para ti. Me voy solo. Velaré por las dos... Patricio. – (Reaccionando) Oye... espera... calamidad de niños inexperto, ?dices que son de películas? Santiago. – Y de metraje interminable.. algo así como diez tambores. Patricio. – Tamborearemos entonces.. Marcha adelante, marcando el compás, que yo te sigo. Digo dos palabras a Humberto. Santiago. – Hasta la vista, Humberto, maravilloso arquitecto de éste chueco mundo... SALUDOS. -­‐SALE-­‐ Patricio. – Tu exclamación y tu cara me dejan suponer que esa carta, es todo un solo de violín digno del gran violinista, verdad? Humberto. – Lea Usted, Don Patricio, lea Usted... Patricio. – No, gracias, Humberto. No me gusta leer música; prefiero oírla. Dime tú, si quieres, sobre que asunto tan urgente te consulta. Humberto. – en un estilo ambiguo, con una humildad cínicamente calculada, y un descaro sabiamente disimulado, me pidió a título de préstamo una indemnización por haber perjudicado sus intereses artísticos y comerciales. Dice que él ama con pasión a su mujer y que su unión era además fecunda, en éxitos artísticos y sociales, porque siempre merecieron el respeto y la consideración del mundo. Que esto ha terminado con motivo de todas las murmuraciones de nuestro mundo social entorno de mi nombre asociado al de Susana. Insiste en que él no cree una palabra de todo eso, pero como hombre de honor, se ve obligado a dar muestras de estar ofendido; por tal razón partirá solo al Brasil, donde tenían que cumplir ambos con un contrato. Al ir solo, el éxito no será naturalmente el mismo, y por estos ve en la necesidad de pedir mi ayuda reiterándome su aprecio, etc. etc. Patricio. – Un chantaje en toda regla, no es eso? Humberto. – Así podemos llamarlo Usted y yo que bien conocemos los hechos; pero cualquiera que leyera esta carta solo vería en ella, un pobre marido ingenuo y despreciado que pide un préstamo a un amigo para salir de un apuro. Qué asco... Patricio. – Y qué piensas hacer? Te indica una cifra Humberto. – Si... Y la pagaré gustoso para salir de una vez por todas de ese maldito enredo. Patricio. – Bien, Humberto. Ahora te dejo. Procura resolver este asunto con la mayor discreción. Te veré más tarde. Hasta luego. 
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