RECURSO, ECOLOGÍA, SOCIEDAD Martha Cervantes Ramírez

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RECURSO, ECOLOGÍA, SOCIEDAD
Martha Cervantes Ramírez,
Rubén Sánchez Silva
Introducción
"Toda sociedad se reproduce y desarrolla a partir de su metabolismo con la naturaleza"
(Toledo, 1983). Los recursos naturales constituyen la base material para el desarrollo de las
sociedades humanas, ya que representan la materia prima que requieren tanto los
procesos primarios de producción, como los industriales.
Muchos países, en particular los del Tercer Mundo, carecen de políticas adecuadas que
establezcan las bases para una adecuada apropiación de los recursos (Toledo, 1983). La forma
de manejo de la naturaleza no siempre responde a programas que contemplen un uso
prolongado de los recursos, de acuerdo con su tasa de recuperación, sino a factores de tipo
social, económico, político y tecnológico que implícitamente trabajan bajo la premisa del
mayor beneficio con el menor costo y tiempo posibles; en estas circunstancias se altera
negativamente la eficiencia productiva de los ecosistemas, eliminándose irreversiblemente lo
que podría llamarse "planta productiva o capital productivo".
La carencia en México de un control de las políticas que regulan la apropiación y el
manejo de los recursos naturales, ha provocado que el proceso de modernización se haya
convertido en un mecanismo aceleradamente destructivo de la naturaleza.
El desarrollo socioeconómico de un país como actualmente se entiende en el mundo
occidental, no será sostenido por largo tiempo si las estrategias siguen planteándose con base
en el abuso de la naturaleza. Sin embargo, no necesariamente el desarrollo entra en conflicto
con la conservación, sino más bien el uso desordenado de los recursos, sin el planteamiento
de un aprovechamiento armónico que comprenda criterios que impliquen conservación,
preservación, rehabilitación, recuperación y mejoramiento de ecosistemas productivos.
Desde su aparición sobre la tierra, el hombre ha reconocido sus relaciones con la
naturaleza. El hombre cazador y recolector necesitaba saber dónde y cuándo podía encontrar
los organismos de los cuales se alimentaba, o los que podían perjudicarlo. El nacimiento
de la agricultura incrementa la necesidad de comprender las relaciones existentes entre las
plantas y animales con su ambiente natural.
Las siete plagas de Egipto a las que hace referencia la Biblia, fueron atribuidas a causas
sobrenaturales (castigo divino). Sin embargo, en el siglo IV a.C., Aristóteles trató de explicar
la aparición de plagas de ratones atribuyéndolas a la disminución de los zorros, sus
depredadores naturales (Krebs, 1985). Para los griegos tuvo gran importancia la comprensión
de la naturaleza como un todo armónico, en el que los seres vivos establecen relaciones con
un ambiente en el cual puedan subsistir.
En 1756, Buffon estableció que las poblaciones humanas están sujetas a los mismos
procesos que las poblaciones de plantas o animales (Krebs, op. cit.).
Se podría decir que la Ecología, en cuanto ciencia formal, surge como el resultado de
las contradicciones existentes entre los seres humanos y la naturaleza, por la necesidad
de entenderlas y superarlas para el propio beneficio del hombre.
El hombre agricultor sustituyó su dependencia pasiva de los complejos ecosistemas
naturales por las relaciones que estableció con plantas o animales que cultivaba o domesticaba
(recursos manipulados). Estableció los sistemas relativamente simples (agro-ecosistemas), que
le proporcionaron una producción neta superior a la de los sistemas naturales.
Con la revolución industrial, el hombre ya no dependía exclusivamente de los elementos
que le proporcionaban los ecosistemas locales, ya que aumentaron sus requerimientos de
energía y biomasa para satisfacer tanto sus necesidades naturales como culturales.
La energía que no corresponde a los alimentos procede parcialmente de la producción de
los ecosistemas actuales (madera); pero en su mayor parte se obtiene de la producción
primaria de los ecosistemas del pasado (combustibles fósiles); otra fracción procede de la
radiación solar y de la energía confinada (almacenada y recirculando) a la biosfera
(hidroeléctrica, nuclear, etcétera).
Consecuencias de este metabolismo, llamado por Margalef (1974) cultural o externo, es el
consumo exhaustivo de los recursos naturales y la eliminación de subproductos
contaminantes, lo que ha ocasionado graves problemas ambientales en las últimas décadas,
siendo objeto de amplias discusiones por parte no solo de ecólogos, sino también de
sociólogos, geógrafos, médicos, economistas y politólogos, entre otros.
Actualmente se reconocen tres contradicciones fundamentales entre las sociedades
humanas y la naturaleza, es decir, entre sociosistemas y ecosistemas (Lacouture, 1983):
•
El
desarrollo
de
las
sociedades
humanas
implica
necesariamente
el
desplazamiento y la alteración de las áreas naturales.
•
Las sociedades humanas funcionan como sistemas abiertos que toman algún
tipo de energía y desalojan excedentes energéticos, con alto nivel de entropía.
•
Los requerimientos energéticos de los seres humanos siguen procediendo de
la naturaleza, a pesar del desarrollo cultural científico y tecnológico.
La naturaleza y los seres vivos
El planeta tierra contiene sistemas naturales perfectamente adaptados a las condiciones
físicas que en él prevalecen, formando, un conjunto armónico global, la ecosfera, dentro del
cual interactúan los sistemas climáticos, geológicos y bióticos.
En sus relaciones ecológicas con el resto de la naturaleza, los seres vivos actúan como
reguladores, entendiéndose con esto a cualquier individuo que utiliza una porción de los
recursos del ecosistema a que pertenece, ejecutando a cambio acciones especializadas, que
son favorables y necesarias para la continuidad de dicho sistema.
Esta interacción es de tipo dinámico, con capacidad para evolucionar y adaptarse a las
condiciones cambiantes de la naturaleza, lo cual trae importantes consecuencias para los
seres humanos, ya que la cultura cambia más rápidamente que la esencia biológica. Como
ejemplo, hoy se comienza a valorar la importancia del uso cuidadoso de las selvas; en
cambio, en el pasado estas representaban un enemigo que había que conquistar y
explotar.
Todos los seres vivos llevan a cabo sus funciones ecológicas de forma natural e instintiva,
pero el ser humano, con el avance de la tecnología, ha adquirido la capacidad de canalizar
cada vez más energía hacia los sistemas agrícolas y urbanos, multiplicando su función
reguladora y dando origen a la aparición de nuevos sistemas ecológicos directamente
influenciados y mantenidos por él mismo.
Se debe reflexionar muy seriamente acerca de este último punto, ya que no es factible
eliminar indiscriminadamente a los ecosistemas, con su gran caudal de recursos, puesto que
ellos constituyen la base de la actividad humana. Para evitar llegar a un nivel en el que
se esté en peligro de perder el maravilloso respaldo gratuito que hasta la fecha ha ofrecido
la naturaleza al hombre, es necesario comprender cómo trabajan los sistemas naturales; las
leyes y los factores que gobiernan y regulan su desarrollo, estructura y funcionamiento.
Quizás el problema básico radique en que se ha invertido un gran esfuerzo para cambiar a
los ecosistemas, y se ha logrado, olvidando que es más fácil ayudarlos a producir lo que
producen. Sintetizando, se pueden plantear las premisas fundamentales:
•
La naturaleza posee una estructura y una función bien definidas y funciones de
relación entre sus componentes, desde el mayor nivel de organización, la
ecosfera, hasta los niveles de población y organismo.
•
El equilibrio ecológico representado por la continuidad y dirección de los flujos de
energía, está siendo modificado por el aprovechamiento que el hombre hace de la
naturaleza; esto es una resultante tanto de la falta de conocimiento de los
ecosistemas, como del uso indiscriminado e irracional que se hace de los
recursos.
•
El hombre como especie es parte funcional y estructural de los sistemas naturales;
sin embargo, el rápido incremento del uso de los recursos ha rebasado la
capacidad homeostática de la naturaleza.
Enfoque holístico
Es de vital importancia el método que se seleccione para estudiar los ecosistemas y sus
relaciones con el hombre, para asegurar el aprovechamiento óptimo y continuado de sus
recursos. En el pasado, estas relaciones se estudiaron con una visión muy estrecha, dando
como resultado una apreciación parcial de la realidad ecológica.
Hay que tomar en cuenta que en los ecosistemas o sistemas naturales, se incluyen todos
los elementos físicos, químicos y bióticos necesarios para sostener la vida por tiempo
indefinido, ya que se tiene un funcionamiento en el que todos los elementos constitutivos
están relacionados y con una capacidad de autorregulación del sistema. Por tanto, resulta
imposible interpretar un sistema tan complejo con base en estudios aislados sobre el
comportamiento de sus partes. La complejidad de esos sistemas es tal, que para comprender
su estructura y funcionamiento deben ser analizados por sus componentes siguiendo un
criterio globalizador e integrador, esto es, holístico, tanto en lo que se refiere a la interacción
de las partes que lo componen, como a la comprensión de las relaciones con los demás
ecosistemas existentes en el planeta.
Es en este contexto que surge el perfil del geógrafo como uno de los investigadores que
deben intervenir en estudios de tipo ecológico, con base en una metodología geográfica
integral.
Bases ecológicas
La unidad básica de estudio de la ecología es el ecosistema, considerado como el resultado de
la interacción entre una comunidad biótica y su entorno abiótico, en un espacio dado,
autosuficiente
energéticamente
y
con
mecanismos
homeostáticos
que
permiten
su
continuidad y evolución.
En el planeta tierra no existen por lo general barreras físicas que delimiten claramente los
ecosistemas. Dichos límites son básicamente estructurales y conceptuales, establecidos
mediante la observación, intuición o conveniencia del investigador. Esos límites son
constantemente rebasados por los seres vivos, afectando el funcionamiento de los sistemas
involucrados y sirviendo como mecanismos de integración de sistemas ecológicos más
complejos a nivel regional, continental o mundial (Lacouture, 1983).
Desde el punto de vista estructural, un ecosistema presenta, según Odum (1982):
Componentes abióticos:
•
Substancias inorgánicas (dióxido de carbono, oxígeno, nitrógeno, sales minerales,
etcétera).
•
Substancias orgánicas (carbohidratos, lípidos, proteínas, clorofila, restos orgánicos,
etcétera).
•
Factores físicos (agua, suelo, clima, luz solar).
Componentes bióticos:
•
Productores (plantas con clorofila).
•
Consumidores (herbívoros, carnívoros y necrófagos).
•
Desintegradores (bacterias, actinomicetos y hongos).
Los componentes bióticos representan la biomasa del ecosistema; las modalidades para
obtener su energía definen los niveles tróficos, cadenas y tramas alimenticias del sistema
natural.
Desde el punto de vista de su funcionamiento, el ecosistema comprende cinco procesos
básicos:
•
Fotosíntesis: Transformación de energía solar en energía química, utilizada para la
síntesis de compuestos orgánicos a partir de materiales inorgánicos.
•
Respiración: Oxidación de materia orgánica, con
liberación
de
energía,
agua
y
dióxido de carbono.
•
Circulación de materiales: Establecimiento de ciclos biogeoquímicos que permiten el
movimiento de materiales a nivel local, regional y suprarregional.
•
Homeostasis: Procesos internos de regulación que permiten al sistema funcionar
como un todo en armonía con su ambiente físico y biótico.
•
Sucesión del ecosistema: Etapas evolutivas en el desarrollo de los sistemas naturales,
consecuencia del proceso permanente de adaptación de los seres vivos a su
ambiente.
Flujo de energía. Todos los sistemas físicos, químicos o bióticos requieren energía para su mantenimiento. Nuestro planeta funciona con base en la energía que proviene del sol. Parte de ella se convierte en energía cinética, o se transforma en energía potencial almacenada en enlaces químicos,
trabajando durante el proceso para el sistema que la transforma. En cada etapa de transformación
energética se libera calor, hasta que finalmente se disipa toda la energía.
Los procesos de transformación de la energía están controlados por las leyes de la
termodinámica.
1a. "Ley de conservación de materia y energía". La energía nunca se destruye, sólo se
transforma.
2a. "Ley de entropía". Toda transformación de energía implica una pérdida en forma de calor o
entropía, la cual se considera como el impuesto natural de todas las transacciones energéticas, ya
que al transformarse en calor, la energía pierde la capacidad para realizar un trabajo dentro del sistema.
Cada eslabón en la cadena alimenticia de un ecosistema tiene una concentración de energía
diferente a la de eslabones superiores o inferiores, por lo cual su capacidad de trabajo también es
diferente.
Los organismos de niveles superiores utilizan pequeñas porciones de energía de alta calidad para
controlar flujos de energía de menor calidad, pero de mayor magnitud que en los niveles tróficos
inferiores.
Como ejemplo: una caloría de electricidad requiere de 4 de energía fósil (petróleo o carbón
mineral), 8 de madera o 20 de energía solar. A cambio, la energía eléctrica desempeña más trabajo
por unidad calórica que el petróleo, la madera o el sol.
La productividad del ecosistema está directamente relacionada con el flujo de energía. Deben
considerarse dos aspectos:
•
Productividad primaria bruta, representada por la energía solar fijada por medio de la
fotosíntesis, por unidad de superficie, en un tiempo dado.
•
Productividad primaria neta, que es igual a la productividad primaria bruta, menos la
energía utilizada en el metabolismo de las plantas.
La productividad neta se utiliza para el desarrollo y crecimiento de la vegetación, para el sostenimiento
de los herbívoros, para compensar la producción de materia muerta, o para exportaciones a otros
ecosistemas. Representa la porción que el hombre puede aprovechar como recurso, sin alterar el
medio natural (Lugo y Morris, 1982).
Algunos autores determinan además las tasas respiratorias de todos los consumidores del
ecosistema, restándolas a la productividad primaria neta del ecosistema, con lo que se obtiene la
productividad total neta del sistema de estudio. El resultado de este balance puede ser positivo,
negativo o igual a cero.
•
Balance positivo, significa un ecosistema en crecimiento activo, capaz de exportar
materiales a otros sistemas. Por ejemplo, los manglares.
•
Balance cero, representa un ecosistema en estado de equilibrio, cuando los gastos
respiratorios igualan a los insumos energéticos dados por la fotosíntesis. Ejemplo, los
bosques vírgenes.
•
Balance negativo, indica un ecosistema en decadencia, o bien dependiente de otros
sistemas para obtener energía. Por ejemplo, un bosque talado.
Se debe tomar muy en cuenta el factor tiempo, para evitar malas interpretaciones, como es el caso de
algunos bosques tropicales en los cuales es común asociar su gran biomasa (producción total), con
una elevada productividad neta y la capacidad de sus suelos para producir madera o algún producto
agrícola. Indudablemente que las selvas altas y medianas son muy productivas (productividad bruta),
pero la biomasa que poseen es producto de la acumulación de materia orgánica durante mucho
tiempo, incluyendo épocas durante las cuales la acumulación neta de biomasa fue casi nula.
Al talar la selva con la esperanza de obtener cosechas abundantes, los resultados son
negativos, ya que el contenido de nutrientes en el suelo es insuficiente para permitir una actividad
agrícola sostenida a largo plazo, requiriéndose fuertes insumos en fertilizantes, tecnología y
maquinaria, que no son sino modalidades de importación de energía de otros ecosistemas. Si se
abandonan las actividades agrícolas, la selva inicia un proceso de regeneración natural (sucesión
ecológica) pero deberán pasar muchos años, quizás siglos, antes de que recobre su majestuosidad
original.
Por tanto, se puede afirmar que la biomasa en sí misma no es una medida acertada para
indicar la productividad de un ecosistema, si no se toman en cuenta también la superficie y el tiempo
requeridos.
Crecimiento y deterioro de la estructura de los ecosistemas:
El crecimiento y la depreciación de estructuras u otras formas de almacenamiento de energía son
propiedades intrínsecas de los sistemas naturales.
Los costos energéticos de la fotosíntesis se asocian con el mantenimiento de la maquinaria
fotosintética contra los factores de depreciación que intervienen en los sistemas naturales; del mismo
modo sucede en los económicos. Es indispensable que la planta consuma parte de su ingreso
energético en subsistir, y esto lo hace por medio de la respiración. Una vez cubiertos estos costos de
mantenimiento de los productores, el excedente representa el ingreso neto, es decir, el acervo
energético disponible para crecer y alimentar a los consumidores del sistema. Los costos de
mantenimiento de productores y consumidores en conjunto, representan el costo total de
mantenimiento del sistema. Si existen excedentes de energía, pueden ser utilizados para el
crecimiento del conjunto o exportarse a otros sistemas.
Al aumentar el tamaño o complejidad de la estructura interna del sistema, se incrementan los
costos de mantenimiento, hasta que con el tiempo todo el caudal energético es utilizado para el
mantenimiento, sin quedar excedentes para el crecimiento o exportación. Es cuando se habla de
ecosistemas en estado de equilibrio o "clímax ecológico".
Las condiciones de estabilidad varían según el ecosistema de que se trate (pastizal, matorral,
bosque templado, etc.), dependiendo de la cantidad de energía disponible. De manera análoga, las
sociedades humanas pueden sostener niveles más altos de estructura, diseñando sistemas antrópicos
adecuados para utilizar los aportes de energía natural o para minimizar los costos de mantenimiento
del sistema.
La depreciación, por el contrario, ocurre cuando los costos de mantenimiento u otras pérdidas de
energía superan a las entradas en el sistema. Cuando esto ocurre, por ejemplo debido a un incendio,
o al talar un bosque, el ecosistema sufre reducciones en su estructura general. Algo semejante ocurre
en una ciudad que perdiera su industria u otra fuente de ingresos, ya que experimentaría una
depreciación tanto en su estructura social como en la física, puesto que la energía disponible para
gastos de mantenimiento disminuiría.
Tipos de ecosistemas:
La clasificación moderna de los ecosistemas se basa en dos criterios fundamentales: a)
Intervención o no intervención del ser humano y b) calidad de energía (Odum, 1982).
De acuerdo con este autor, existen cuatro tipos de ecosistemas, divididos en dos grupos:
Grupo
I. Sistemas Naturales
II. Sistemas Antrópicos
Tipo
1. Ecosistemas naturales no subsidiados
2. Ecosistemas naturales subsidiados
3. Ecosistemas humanos subsidiados
4. Sistemas urbano-industriales
Grupo I. Sistemas Naturales:
Corresponde a los sistemas ecológicos que son el resultado de la evolución geológica y biológica
del planeta, siguiendo estrictamente las leyes de la naturaleza. Comprende dos tipos de ecosistemas:
•
Ecosistemas naturales no subsidiados, cuya fuente de energía es la solar,
autosuficientes en sus requerimientos energéticos; constituyen los paisajes naturales
predominantes en la tierra. Como ejemplo se pueden citar las selvas tropicales, los
bosques templados y los matorrales xerófilos, entre otros, siempre y cuando no hayan
sido perturbados por la intervención del hombre.
•
Ecosistemas naturales subsidiados, impulsados por energía solar. A diferencia de los
anteriores no son autosuficientes, ya que reciben energía de otros ecosistemas. Como
ejemplo pueden mencionarse los estuarios, ríos y pantanos.
La gran variedad de ecosistemas naturales existentes en países tropicales como México, se debe a que
con las variaciones altitudinales resultantes de las modificaciones en el relieve, se interceptan zonas
bioclimáticas características de latitudes mayores. Esta situación puede tener graves repercusiones
relacionadas con el manejo de los recursos de estos ecosistemas, ya que cada uno de ellos tiene un
potencial de rendimiento particular, que requiere una estrategia específica de manejo.
Las zonas áridas, que ocupan un 65% del territorio mexicano, tradicionalmente se han utilizado
para ganadería extensiva, extracción de recursos bióticos espontáneos (fibras, licor, cera, etc.),
minería y agricultura en áreas reducidas. La falta de agua ocasiona una baja productividad primaria
neta de los ecosistemas, presentándose problemas de abastecimiento de recursos a los
conglomerados humanos. En estos sitios surgen originalmente culturas nómadas en un afán por
superar las limitaciones naturales; actualmente pueden aplicarse sistemas de riego muy costosos y
altamente tecnificados. Sus problemas actuales radican en la gran presión de uso del espacio, con
problemas de desaparición de especies, salinización de suelos agrícolas y erosión.
En regiones muy húmedas, por el contrario, el exceso de humedad crea otro tipo de limitaciones
para la subsistencia. Los ecosistemas de dichas zonas, son los más complejos del planeta. Crecen sobre
suelos muy lavados por el exceso de lluvia. En ellos la respiración es igual a la productividad bruta (R = P),
por lo que no producen excedentes de alimentos que puedan sostener poblaciones muy densas de
consumidores. No resulta conveniente talar en forma indiscriminada las selvas tropicales, ya que
el caudal de nutrientes está concentrado en la biomasa vegetal y al destruirla se ocasiona un
deterioro ambiental de tipo exponencial. Además, los suelos tropicales no soportan sistemas agrícolas
o pecuarios intensivos, a menos que se implanten elevados subsidios. Las selvas mexicanas son el
caso más patético de uso irracional de los ecosistemas. Actualmente sólo el 5% se conserva en su forma
original; el resto se ha incorporado a otro uso del suelo, fundamentalmente a ganadería extensiva. La
enorme riqueza florística y faunística propia de estas áreas ha sido puesta en peligro.
Según Holdridge (1967), los ecosistemas que toleran una explotación más o menos intensiva de
sus recursos, corresponden a las zonas de vida que dicho autor denominó de matorrales, estepas
(pastizales, bosques templados, bosques de neblina y bosques húmedos (nunca hiperhúmedos),
siempre y cuando se respeten las tasas de regeneración de los recursos utilizados, para no
ocasionar el deterioro de los ecosistemas. Los bosques en México, que ocupan el centro del país y
las zonas altas, tradicionalmente han estado bajo una fuerte presión de aprovechamiento de
recursos forestales maderables. Son altamente productivos, aunque es cierto que han sido muy
aisladas las acciones para su regeneración, con consecuencias de degeneración del bosque mismo, de
la fauna, el suelo y el agua.
Aunque muchas veces se piense lo contrario, el valor de una región no debe medirse
exclusivamente con base en el rendimiento directo que ofrece a la sociedad (beneficios económicos y
sociales), sino que se deben tomar en cuenta sus funciones en relación con el resto de la biosfera, es
decir, el costo ecológico que se tiene si se establecen desarrollos que impliquen pérdida de recursos.
El manejo de cada tipo de ecosistema dependerá de los objetivos que se persigan. No es
conveniente utilizar técnicas de extracción intensiva a bosques que presentan limitaciones de agua
(bosques de zonas áridas) o nutrientes (bosque tropical lluvioso), ya que el balance entre
productividad (P) y respiración (R), suele ser igual a cero; en su manejo se debe tomar muy en
cuenta el control de la erosión, así como el mantenimiento de la calidad del agua.
Los ecosistemas en los que la productividad supera a la respiración (P > R), pueden ser
manejados con miras a un rendimiento extractivo, por ejemplo, los bosques que se desarrollan
sobre suelos aluviales, sobre piedemontes y en tierras planas.
El sistema de "tumba-roza-quema", revela la sabiduría de las poblaciones indígenas
mesoamericanas en el manejo de algunos bosques tropicales. La técnica consiste en talar un área
pequeña de la selva o bosque, quemar los despojos y plantar maíz u otro cultivo anual. Las cenizas de
la quema aportan al suelo nutrientes para el crecimiento del cultivo, de tal manera que el agricultor no
trata de combatir la sucesión natural del bosque. El ciclo agrícola sólo se repite en un área
determinada durante tres o cuatro años, dejando abandonada posteriormente la finca y permitiendo
que la sucesión ecológica actúe libremente. En teoría el campesino no regresa al lugar original hasta
que han transcurrido 50 ó 100 años. Desafortunadamente, en las últimas décadas, la densidad de
población no permite respetar este proceso acorde con la naturaleza y se aplica en forma intensiva y
extensiva, contribuyendo activamente a la destrucción de las selvas del sur y sureste de México.
Grupo II. Sistemas antrópicos:
Resultado de la intervención del ser humano. Comprenden también dos tipos de ecosistemas:
•
Ecosistemas humanos subsidiados, que son impulsados por energía solar, como
es el caso de los sistemas agrícolas o silvícolas.
•
Sistemas urbano-industriales, que consumen energía procedente de combustibles,
por ejemplo las ciudades, zonas industriales, etcétera.
Ecosistemas humanos subsidiados: a semejanza de los sistemas naturales, utilizan energía
solar, pero como no son autosuficientes, requieren insumos de otros tipos de energía,
introducidos por el hombre al sistema (maquinaria y fertilizantes, entre otros). Los más
representativos son los sistemas agrícolas de monocultivo.
La agricultura moderna que se practica en la zona templada del mundo occidental,
produce más alimento por unidad de superficie y tiempo, que las técnicas agrícolas que se
practican en otras regiones (P > R). Sin embargo, este mayor rendimiento tiene su precio: El
aumento de la energía. Si bien es cierto que se obtiene una gran producción, los
rendimientos en términos económicos (y energéticos) son despreciables debido al balance
beneficio-costo (B/C).
En vista de la gran inversión de energía fósil en la agricultura mecanizada para el
monocultivo (agrosistema), numerosos científicos han llegado a sugerir que lo que se
consume no son alimentos, sino petróleo (Lugo y Monis, 1982).
La agricultura intensiva que se practica en regiones tropicales puede tener éxito o no,
dependiendo de las condiciones físicas locales del sitio en que se lleve a cabo. En los
ecosistemas tropicales húmedos predominan las interacciones bióticas, mientras que en
regiones frías son más determinantes las condiciones físicas. Las zonas templadas ofrecen
condiciones de equilibrio relativo entre aspectos físicos y bióticos, razón que explica el éxito del
monocultivo.
En ambientes dominados por factores físicos, el costo de los subsidios es muy alto,
razón por la cual, como se mencionó anteriormente, el sistema de monocultivo no es
redituable desde el punto de vista económico.
En ambientes tropicales, la competencia por parte de otras plantas y animales obliga al
agricultor al uso indiscriminado de plaguicidas y pesticidas. El monocultivo puede llegar a
transformarse en una actividad no redituable, debido a los altos costos del control de
malezas y plagas.
Para contrarrestar la competencia biológica, en ciertas regiones tropicales se han
establecido sistemas de policultivo (cultivos múltiples), los cuales simulan la diversidad vegetal
natural, atenuando la proliferación de malezas. El rendimiento total de estos sistemas es
mayor que el de los monocultivos, pero menor en relación a un producto específico. Con el
sistema de cultivos múltiples, el uso del suelo, consumo de energía y mano de obra, son más
eficaces (agroecosistemas).
Tanto el sistema de policultivo, como la "tumba-roza-quema", son técnicas agrícolas
ampliamente difundidas en las regiones del trópico cálido-humedo mexicano.
El cultivo de arroz, tradicional en zonas tropicales, es un ejemplo de monocultivo
agrícola que puede aplicarse sin mayor problema en sitios específicos, ya que en este caso
existe un ambiente controlado por factores físicos (suelos inundables de tipo vértico),
manipulándose de acuerdo con los requerimientos de este cultivo, lo cual implica una mano
de obra intensiva, pero no requiere aportes adicionales de energía fósil.
Sistemas urbano-industriales; sistemas no autónomos que dependen de la energía
proveniente de muy diversas fuentes (combustibles). Como modelo se pueden mencionar las
ciudades, constituidas por grandes concentraciones de organismos consumidores, que
dependen de su entorno para desechar desperdicios. Requieren de condiciones ambientales
propicias para su funcionamiento y pleno desarrollo.
La ubicación y determinación del tamaño óptimo de las ciudades es un problema de gran
importancia, en especial para los países del tercer mundo. Todos los sistemas consumidores
que las integran, crecen en proporción a la capacidad de sus alrededores para proveerles de
los materiales necesarios para su metabolismo.
El crecimiento excesivo y su consecuente caudal de desechos evita que las corrientes de
aire sean insuficientes para purificar la atmósfera; impide que las masas de agua asimilen y
procesen el exceso de desechos naturales y sustancias contaminantes, derivados del
metabolismo de la ciudad; determina la incapacidad del ambiente circundante para asimilar los
desperdicios sólidos que se producen constantemente; en pocas palabras, es causa del deterioro
general de los espacios naturales que rodean a la ciudad.
El costo de mantenimiento de los sistemas urbano-industriales aumenta más rápidamente que los
beneficios, y esto a largo plazo coloca a las sociedades humanas en situación desventajosa, debido a
que a medida que se agotan las reservas de energéticos y los recursos naturales renovables, se
acentúa la necesidad de invertir en estos productos para importarlos de otros lugares, con el fin de
mantener a la población.
Podrá llegar así un momento en el que teóricamente los seres humanos se vean obligados a
retornar a sistemas cuya productividad sea menor, pero que no requieran un gran aporte de energía ni
de materiales.
Utilización de los recursos naturales
En la introducción de este ensayo se mencionó la relación dialéctica que se establece entre las
sociedades humanas que dan origen a los sistemas antrópicos o sociosistemas y la naturaleza,
representada por los sistemas naturales o ecosistemas.
La primera de estas contradicciones hace referencia a la utilización de los recursos naturales, los
cuales en último término representan diversas formas de energía utilizable por el hombre. Hasta ahora
el Homo sapiens ha sido capaz de obtener energía de los ecosistemas sin destruir su organización o
alterar su equilibrio, salvo contadas excepciones en las que el pequeño tamaño de la población es
determinante, como en el caso de la rotación de tierras, en la que el ser humano ha logrado
armonizar su propio mantenimiento con el de los ecosistemas (Toledo, 1982). Hasta la fecha se han
tomado los recursos del medio natural en forma desordenada, sin prever las consecuencias que
esto acarrea, ya que no se han hecho los estudios de planificación necesarios para obtener
racionalmente
energía
de
los
sistemas
naturales.
Estos
son
explotados
parcialmente,
desaprovechando un gran caudal de recursos potenciales no contemplados en los planes de
desarrollo, provocando el agotamiento total e irreversible de los ecosistemas.
En América Latina existe una gran carencia de conocimientos y tecnologías que permitan el
aprovechamiento racional, integral y sostenido de los recursos de los variados y ricos sistemas
naturales que posee. La forma de obtener energía es completamente caótica e irracional, tratando
siempre de obtener los mayores beneficios económicos posibles a corto plazo, sin importar el "costo
ecológico".
Para el caso de los recursos naturales no renovables, su condición de no renovables hace que en
su uso tenga que contemplarse el aprovechamiento integral, sin desperdicios, con planeación a
mediano y largo plazo en función de conocer el costo de oportunidad para las generaciones
futuras. Tal es el caso del petróleo en México, cuya falta de previsión lo ha convertido en elemento
clave para subsanar la hipoteca representada por la deuda externa.
Debido a su situación geográfica, relieve montañoso, diversidad climática, florística y faunística, la
República Mexicana resulta en una gran variedad de regiones naturales, las que están aun
pobremente estudiadas y se desconoce su potencial natural, lo cual a su vez impide el
aprovechamiento planificado de los recursos con que cuentan. Es urgente el conocimiento integral de
estas regiones, tanto en su aspecto estructural como dinámico, para poder así utilizar los recursos
necesarios sin destruir los ecosistemas y sin convertir extensas zonas del país en páramos
improductivos.
Sobreposición de espacios entre ecosistemas y sociosistemas
La segunda contradicción indica que el desarrollo de las sociedades humanas se efectúa a expensas
de los ecosistemas.
Los sistemas antrópicos representados por áreas urbanas y áreas transformadas (agrícolas,
ganaderas, silvícolas, frutícolas, etc.), han ido ocupando mayores extensiones de espacio, de tal
forma que parece probable que en tiempos venideros la tierra se convierta en una enorme explanada
de metal y concreto, y la rica variedad paisajística de la naturaleza en un extenso y monótono campo
de cultivo.
Una consecuencia de este crecimiento es la destrucción o disminución de las especies
animales y vegetales, así como la proliferación de fauna nociva. Se calcula que hasta el
presente han sido exterminadas por la influencia del hombre 162 especies o subespecies
de aves y alrededor de 100 especies de mamíferos (Lacouture, 1983). En una sola década
(1870-1880) se extinguieron dos especies de cebras en Suráfrica. En México numerosas
especies animales y vegetales se encuentran en grave peligro de extinción.
Ecosistemas completos están gravemente amenazados, como las dunas costeras y los
manglares, con una fauna y flora altamente especializadas, las cuales ceden paulatinamente
su lugar a la construcción de centros urbanos, turísticos e industriales.
Las exuberantes selvas tropicales de África y América Tropical han sido destruidas en
sus dos terceras partes, debido a la apertura de tierras para la agricultura y ganadería. En
México se agrava el problema con las explotaciones petroleras en regiones tropicales.
Resulta prioritario llevar a cabo un estudio profundo de los diferentes ecosistemas, a fin
de comprender su funcionamiento y llegar a establecer las formas de obtener recursos de
ellos, sin producir alteraciones tan drásticas, que tengan como consecuencia
su
desaparición total o parcial, ante el avance implacable de la humanización del espacio.
Podría decirse que la forma en que se conciba la relación entre el hombre y la
naturaleza, afectará la manera como se manifiesten los problemas ecológicos.
Deterioro ambiental
Las actividades productivas dependientes de los recursos naturales implican su apropiación,
transformación, distribución y consumo, con la consecuente liberación de energía y materia en
cada uno de los pasos. Es el proceso de extracción-consumo-descarga cuya última
componente representa la causa del impacto ambiental o efectos colaterales resultantes
tanto de los cambios ecológicos causados directamente por el uso de los recursos, como por
los materiales contaminantes vertidos en el ambiente durante los procesos de producción.
La contaminación entendida como la degradación de la calidad del ambiente (o
cualidades de la naturaleza) a causa de los elementos extraños a los ecosistemas, es el
principal factor de deterioro, ya que causa cambios de los factores bióticos y abióticos y,
consecuentemente, modificaciones de los flujos energéticos.
Las prioridades para la aplicación de los limitados recursos económicos en México, han
hecho que estén sujetos a una estricta competencia, con un evidente descuido en los
aspectos relacionados a la calidad de vida. Solo a últimas fechas se han iniciado algunas
acciones sobre cuestiones ambientales, con análisis de la contaminación del agua, aire, suelo
y por energía (SEDUE, 1986).
El deterioro de los ecosistemas acuáticos es uno de los que más fácilmente se
evidencian, ya que por su naturaleza propia estos reciben directamente el impacto de la
actividad económica industrial, doméstica y agrícola. La contaminación de cuerpos de agua
en nuestro país ha rebasado con mucho los límites tolerables en zonas con gran población
humana y altamente industrializada, como son los casos del bajo Papaloapan, Lerma,
Panuco, bajo Balsas y algunos embalses como el caso crítico del Lago de Chápala, del que se
duda su supervivencia. Los recursos alterados en estos casos son en primer lugar el agua en
sí misma (tanto superficial como acuíferos), y los recursos bióticos como fuente de proteínas
procedentes de los organismos acuáticos que muchas veces soportan pesquerías.
Las grandes concentraciones humanas e industriales son las más expuestas a la
contaminación del aire, poniendo en peligro la salud de sus habitantes. En el caso de nuestro
país son las ciudades de México, Monterrey y Guadalajara las que presentan este problema en
gran escala. Para la primera ciudad las fuentes móviles representan el 80% y el resto es por
fuentes fijas (industrias) y naturales; en este último concepto es de resaltar que sin
alteración de los espacios naturales, esta contaminación no tendría razón de existir
(tolvaneras).
Los problemas referentes a la contaminación y degradación del suelo se refieren
principalmente al depósito de desechos sólidos y a degeneraciones por su mal uso (erosión y
pérdida de fertilidad). La tecnología moderna utilizada para incrementar la producción
agrícola ha puesto en evidencia los grandes riesgos del uso de fertilizantes y pesticidas,
cuyas repercusiones se han detectado con alteraciones de mantos acuíferos, contaminación
de aguas superficiales, estuarios y diversos ecosistemas. En México los sitios afectados con
este tipo de problemas son donde se desarrolla la agricultura intensiva y altamente
tecnificada, como en el noroeste, noreste y zona centro, principalmente.
El consumo en masa de combustibles fósiles produce la liberación de grandes cantidades
de energía en forma de calor. Se han detectado efectos diversos a causa de esto, sobre todo
en áreas con gran actividad. La liberación de grandes cantidades de dióxido de carbono como
residuo de la combustión, y el aumento de su concentración en la atmósfera está provocando
el llamado "efecto de invernadero" a nivel local e incluso del planeta. Dicho compuesto es
opaco a las longitudes de onda infrarrojas (calor), por lo que está causando alteraciones en el
balance energético.
La continuidad de los ecosistemas como se ha tratado en el presente ensayo, depende
del equilibrio de las relaciones de energía y materia de sus diferentes componentes. La
contaminación, entendida no sólo como la presencia de contaminantes en un sistema, sino
también como la causante de alteraciones estructurales y funcionales, es en la actualidad una
de las limitantes más serias que se vislumbran para el desarrollo socioeconómico.
Las altas tasas de consumo de energía que demanda una sociedad industrial, el uso de la
energía nuclear, el aprovechamiento intensivo del suelo, el control de plagas y fertilización
en agricultura, la contaminación del aire, agua y suelo, los hasta ahora poco atendidos
efectos del ruido y, en fin, el rápido cambio de la ecosfera, está poniendo en duda la
continuidad de los sistemas naturales de los que el ser humano se sostiene. No es posible
seguir pensando en un desarrollo desordenado, en el que se contemple a la fuente de
recursos como una factoría ilimitada en su producción, ya que su conservación implica la
propia supervivencia de todo ser vivo.
Perspectivas futuras
La humanidad ha evolucionado como parte integrante de los ecosistemas y ha logrado
dominarlos, debido a la utilización de sus recursos, y en épocas recientes, al uso de energía
concentradas en forma de petróleo.
Con el agotamiento previsible de la energía fósil, se vislumbra un cambio fundamental en
aquellos sistemas ecológicos dependientes del ser humano, lo cual obliga al diseño de
nuevas estrategias que puedan asegurar la continuidad de la presencia humana dentro de la
biosfera. El éxito de dichas estrategias dependerá de la modificación radical de las políticas de
desarrollo de los diversos países, aunque especialmente importantes resultan los países
tropicales.
Es muy dudosa la idea de que una región o un país puede crecer y desarrollarse
indefinidamente. La estrategia de crecimiento continuo conduce fácilmente del subdesarrollo
al sobredesarrollo, multiplicando los problemas. Esta idea unida a la creencia de que las
regiones naturales son de importancia solo si se desarrollan económica o socialmente, han
propiciado verdaderos desastres ecológicos.
La intensidad de la actividad humana depende tanto de la economía y la cultura, como
del aporte de los sistemas naturales. El futuro del hombre dependerá cada vez más de los
ecosistemas que de los propios sistemas económicos, puesto que estos dependen también de
la productividad natural (Lugo y Monis, 1982).
Al esbozar la idea de control de los sistemas antrópicos, se intenta hacer referencia al
concepto de una sociedad estable, cuya situación sería análoga a los ecosistemas en
equilibro, alcanzando su máximo nivel de desarrollo permisible, lo que a su vez le
proporcionaría estabilidad a largo plazo. Por lo contrario, el crecimiento continuo podría
compararse con las primeras etapas de la sucesión ecológica, donde el crecimiento inicial
puede ser explosivo, pero a diferencia de lo que sucede con los ecosistemas es difícil alcanzar
estabilidad a largo plazo.
Existe la idea de que la sociedad estable es una alternativa que limita la capacidad del
ser humano, pero nada más lejos de este concepto, puesto que los sistemas en equilibrio el
flujo de energía potencial llega a su límite máximo sostenido y no cambia a lo largo del
tiempo, reteniendo una gran capacidad de diversificación y ofreciendo la oportunidad de
aprovechar la energía de manera óptima.
Los sistemas estables utilizan todo su caudal energético para mantener la calidad de vida
de sus componentes, incorporan la riqueza natural en la ecuación del desarrollo y su éxito
dependerá de la creatividad y trabajo humanos.
Muchos de los problemas sociales y demográficos actuales se atenuarían a medida que
se efectuaran los ajustes culturales y sociales necesarios, acordes con las realidades y
limitaciones naturales de cada país.
El logro de una sociedad como sistema estable, requiere modificar radicalmente la visión
que se tiene de la relación entre el ser humano y los demás componentes de la biosfera. En
cada país se debe pensar en una planificación del futuro con base en ajustes ecológicos, lo
cual requiere de una delimitación inicial de la riqueza natural y las potencialidades de cada
ecosistema, dando prioridad a las actividades que requieren un menor consumo de energía.
La tarea no es nada fácil, y se complica con la tendencia de las sociedades capitalistas a
buscar ganancia personal a corto plazo. Es necesaria la participación activa de todos los
miembros de la sociedad, ya que la alternativa es muy grave: supervivencia o extinción. La fe
en las soluciones tecnológicas, quizás no pase a corto plazo la prueba de la energía neta.
En conclusión, se impone un gran esfuerzo de la sociedad en su conjunto para establecer
el balance con la biosfera, una sociedad en la cual sus integrantes y la naturaleza interactúen
en beneficio de ambas partes. Los conflictos se han detectado, pero están aún por estudiarse
con profundidad.
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