RECURSO, ECOLOGÍA, SOCIEDAD Martha Cervantes Ramírez, Rubén Sánchez Silva Introducción "Toda sociedad se reproduce y desarrolla a partir de su metabolismo con la naturaleza" (Toledo, 1983). Los recursos naturales constituyen la base material para el desarrollo de las sociedades humanas, ya que representan la materia prima que requieren tanto los procesos primarios de producción, como los industriales. Muchos países, en particular los del Tercer Mundo, carecen de políticas adecuadas que establezcan las bases para una adecuada apropiación de los recursos (Toledo, 1983). La forma de manejo de la naturaleza no siempre responde a programas que contemplen un uso prolongado de los recursos, de acuerdo con su tasa de recuperación, sino a factores de tipo social, económico, político y tecnológico que implícitamente trabajan bajo la premisa del mayor beneficio con el menor costo y tiempo posibles; en estas circunstancias se altera negativamente la eficiencia productiva de los ecosistemas, eliminándose irreversiblemente lo que podría llamarse "planta productiva o capital productivo". La carencia en México de un control de las políticas que regulan la apropiación y el manejo de los recursos naturales, ha provocado que el proceso de modernización se haya convertido en un mecanismo aceleradamente destructivo de la naturaleza. El desarrollo socioeconómico de un país como actualmente se entiende en el mundo occidental, no será sostenido por largo tiempo si las estrategias siguen planteándose con base en el abuso de la naturaleza. Sin embargo, no necesariamente el desarrollo entra en conflicto con la conservación, sino más bien el uso desordenado de los recursos, sin el planteamiento de un aprovechamiento armónico que comprenda criterios que impliquen conservación, preservación, rehabilitación, recuperación y mejoramiento de ecosistemas productivos. Desde su aparición sobre la tierra, el hombre ha reconocido sus relaciones con la naturaleza. El hombre cazador y recolector necesitaba saber dónde y cuándo podía encontrar los organismos de los cuales se alimentaba, o los que podían perjudicarlo. El nacimiento de la agricultura incrementa la necesidad de comprender las relaciones existentes entre las plantas y animales con su ambiente natural. Las siete plagas de Egipto a las que hace referencia la Biblia, fueron atribuidas a causas sobrenaturales (castigo divino). Sin embargo, en el siglo IV a.C., Aristóteles trató de explicar la aparición de plagas de ratones atribuyéndolas a la disminución de los zorros, sus depredadores naturales (Krebs, 1985). Para los griegos tuvo gran importancia la comprensión de la naturaleza como un todo armónico, en el que los seres vivos establecen relaciones con un ambiente en el cual puedan subsistir. En 1756, Buffon estableció que las poblaciones humanas están sujetas a los mismos procesos que las poblaciones de plantas o animales (Krebs, op. cit.). Se podría decir que la Ecología, en cuanto ciencia formal, surge como el resultado de las contradicciones existentes entre los seres humanos y la naturaleza, por la necesidad de entenderlas y superarlas para el propio beneficio del hombre. El hombre agricultor sustituyó su dependencia pasiva de los complejos ecosistemas naturales por las relaciones que estableció con plantas o animales que cultivaba o domesticaba (recursos manipulados). Estableció los sistemas relativamente simples (agro-ecosistemas), que le proporcionaron una producción neta superior a la de los sistemas naturales. Con la revolución industrial, el hombre ya no dependía exclusivamente de los elementos que le proporcionaban los ecosistemas locales, ya que aumentaron sus requerimientos de energía y biomasa para satisfacer tanto sus necesidades naturales como culturales. La energía que no corresponde a los alimentos procede parcialmente de la producción de los ecosistemas actuales (madera); pero en su mayor parte se obtiene de la producción primaria de los ecosistemas del pasado (combustibles fósiles); otra fracción procede de la radiación solar y de la energía confinada (almacenada y recirculando) a la biosfera (hidroeléctrica, nuclear, etcétera). Consecuencias de este metabolismo, llamado por Margalef (1974) cultural o externo, es el consumo exhaustivo de los recursos naturales y la eliminación de subproductos contaminantes, lo que ha ocasionado graves problemas ambientales en las últimas décadas, siendo objeto de amplias discusiones por parte no solo de ecólogos, sino también de sociólogos, geógrafos, médicos, economistas y politólogos, entre otros. Actualmente se reconocen tres contradicciones fundamentales entre las sociedades humanas y la naturaleza, es decir, entre sociosistemas y ecosistemas (Lacouture, 1983): • El desarrollo de las sociedades humanas implica necesariamente el desplazamiento y la alteración de las áreas naturales. • Las sociedades humanas funcionan como sistemas abiertos que toman algún tipo de energía y desalojan excedentes energéticos, con alto nivel de entropía. • Los requerimientos energéticos de los seres humanos siguen procediendo de la naturaleza, a pesar del desarrollo cultural científico y tecnológico. La naturaleza y los seres vivos El planeta tierra contiene sistemas naturales perfectamente adaptados a las condiciones físicas que en él prevalecen, formando, un conjunto armónico global, la ecosfera, dentro del cual interactúan los sistemas climáticos, geológicos y bióticos. En sus relaciones ecológicas con el resto de la naturaleza, los seres vivos actúan como reguladores, entendiéndose con esto a cualquier individuo que utiliza una porción de los recursos del ecosistema a que pertenece, ejecutando a cambio acciones especializadas, que son favorables y necesarias para la continuidad de dicho sistema. Esta interacción es de tipo dinámico, con capacidad para evolucionar y adaptarse a las condiciones cambiantes de la naturaleza, lo cual trae importantes consecuencias para los seres humanos, ya que la cultura cambia más rápidamente que la esencia biológica. Como ejemplo, hoy se comienza a valorar la importancia del uso cuidadoso de las selvas; en cambio, en el pasado estas representaban un enemigo que había que conquistar y explotar. Todos los seres vivos llevan a cabo sus funciones ecológicas de forma natural e instintiva, pero el ser humano, con el avance de la tecnología, ha adquirido la capacidad de canalizar cada vez más energía hacia los sistemas agrícolas y urbanos, multiplicando su función reguladora y dando origen a la aparición de nuevos sistemas ecológicos directamente influenciados y mantenidos por él mismo. Se debe reflexionar muy seriamente acerca de este último punto, ya que no es factible eliminar indiscriminadamente a los ecosistemas, con su gran caudal de recursos, puesto que ellos constituyen la base de la actividad humana. Para evitar llegar a un nivel en el que se esté en peligro de perder el maravilloso respaldo gratuito que hasta la fecha ha ofrecido la naturaleza al hombre, es necesario comprender cómo trabajan los sistemas naturales; las leyes y los factores que gobiernan y regulan su desarrollo, estructura y funcionamiento. Quizás el problema básico radique en que se ha invertido un gran esfuerzo para cambiar a los ecosistemas, y se ha logrado, olvidando que es más fácil ayudarlos a producir lo que producen. Sintetizando, se pueden plantear las premisas fundamentales: • La naturaleza posee una estructura y una función bien definidas y funciones de relación entre sus componentes, desde el mayor nivel de organización, la ecosfera, hasta los niveles de población y organismo. • El equilibrio ecológico representado por la continuidad y dirección de los flujos de energía, está siendo modificado por el aprovechamiento que el hombre hace de la naturaleza; esto es una resultante tanto de la falta de conocimiento de los ecosistemas, como del uso indiscriminado e irracional que se hace de los recursos. • El hombre como especie es parte funcional y estructural de los sistemas naturales; sin embargo, el rápido incremento del uso de los recursos ha rebasado la capacidad homeostática de la naturaleza. Enfoque holístico Es de vital importancia el método que se seleccione para estudiar los ecosistemas y sus relaciones con el hombre, para asegurar el aprovechamiento óptimo y continuado de sus recursos. En el pasado, estas relaciones se estudiaron con una visión muy estrecha, dando como resultado una apreciación parcial de la realidad ecológica. Hay que tomar en cuenta que en los ecosistemas o sistemas naturales, se incluyen todos los elementos físicos, químicos y bióticos necesarios para sostener la vida por tiempo indefinido, ya que se tiene un funcionamiento en el que todos los elementos constitutivos están relacionados y con una capacidad de autorregulación del sistema. Por tanto, resulta imposible interpretar un sistema tan complejo con base en estudios aislados sobre el comportamiento de sus partes. La complejidad de esos sistemas es tal, que para comprender su estructura y funcionamiento deben ser analizados por sus componentes siguiendo un criterio globalizador e integrador, esto es, holístico, tanto en lo que se refiere a la interacción de las partes que lo componen, como a la comprensión de las relaciones con los demás ecosistemas existentes en el planeta. Es en este contexto que surge el perfil del geógrafo como uno de los investigadores que deben intervenir en estudios de tipo ecológico, con base en una metodología geográfica integral. Bases ecológicas La unidad básica de estudio de la ecología es el ecosistema, considerado como el resultado de la interacción entre una comunidad biótica y su entorno abiótico, en un espacio dado, autosuficiente energéticamente y con mecanismos homeostáticos que permiten su continuidad y evolución. En el planeta tierra no existen por lo general barreras físicas que delimiten claramente los ecosistemas. Dichos límites son básicamente estructurales y conceptuales, establecidos mediante la observación, intuición o conveniencia del investigador. Esos límites son constantemente rebasados por los seres vivos, afectando el funcionamiento de los sistemas involucrados y sirviendo como mecanismos de integración de sistemas ecológicos más complejos a nivel regional, continental o mundial (Lacouture, 1983). Desde el punto de vista estructural, un ecosistema presenta, según Odum (1982): Componentes abióticos: • Substancias inorgánicas (dióxido de carbono, oxígeno, nitrógeno, sales minerales, etcétera). • Substancias orgánicas (carbohidratos, lípidos, proteínas, clorofila, restos orgánicos, etcétera). • Factores físicos (agua, suelo, clima, luz solar). Componentes bióticos: • Productores (plantas con clorofila). • Consumidores (herbívoros, carnívoros y necrófagos). • Desintegradores (bacterias, actinomicetos y hongos). Los componentes bióticos representan la biomasa del ecosistema; las modalidades para obtener su energía definen los niveles tróficos, cadenas y tramas alimenticias del sistema natural. Desde el punto de vista de su funcionamiento, el ecosistema comprende cinco procesos básicos: • Fotosíntesis: Transformación de energía solar en energía química, utilizada para la síntesis de compuestos orgánicos a partir de materiales inorgánicos. • Respiración: Oxidación de materia orgánica, con liberación de energía, agua y dióxido de carbono. • Circulación de materiales: Establecimiento de ciclos biogeoquímicos que permiten el movimiento de materiales a nivel local, regional y suprarregional. • Homeostasis: Procesos internos de regulación que permiten al sistema funcionar como un todo en armonía con su ambiente físico y biótico. • Sucesión del ecosistema: Etapas evolutivas en el desarrollo de los sistemas naturales, consecuencia del proceso permanente de adaptación de los seres vivos a su ambiente. Flujo de energía. Todos los sistemas físicos, químicos o bióticos requieren energía para su mantenimiento. Nuestro planeta funciona con base en la energía que proviene del sol. Parte de ella se convierte en energía cinética, o se transforma en energía potencial almacenada en enlaces químicos, trabajando durante el proceso para el sistema que la transforma. En cada etapa de transformación energética se libera calor, hasta que finalmente se disipa toda la energía. Los procesos de transformación de la energía están controlados por las leyes de la termodinámica. 1a. "Ley de conservación de materia y energía". La energía nunca se destruye, sólo se transforma. 2a. "Ley de entropía". Toda transformación de energía implica una pérdida en forma de calor o entropía, la cual se considera como el impuesto natural de todas las transacciones energéticas, ya que al transformarse en calor, la energía pierde la capacidad para realizar un trabajo dentro del sistema. Cada eslabón en la cadena alimenticia de un ecosistema tiene una concentración de energía diferente a la de eslabones superiores o inferiores, por lo cual su capacidad de trabajo también es diferente. Los organismos de niveles superiores utilizan pequeñas porciones de energía de alta calidad para controlar flujos de energía de menor calidad, pero de mayor magnitud que en los niveles tróficos inferiores. Como ejemplo: una caloría de electricidad requiere de 4 de energía fósil (petróleo o carbón mineral), 8 de madera o 20 de energía solar. A cambio, la energía eléctrica desempeña más trabajo por unidad calórica que el petróleo, la madera o el sol. La productividad del ecosistema está directamente relacionada con el flujo de energía. Deben considerarse dos aspectos: • Productividad primaria bruta, representada por la energía solar fijada por medio de la fotosíntesis, por unidad de superficie, en un tiempo dado. • Productividad primaria neta, que es igual a la productividad primaria bruta, menos la energía utilizada en el metabolismo de las plantas. La productividad neta se utiliza para el desarrollo y crecimiento de la vegetación, para el sostenimiento de los herbívoros, para compensar la producción de materia muerta, o para exportaciones a otros ecosistemas. Representa la porción que el hombre puede aprovechar como recurso, sin alterar el medio natural (Lugo y Morris, 1982). Algunos autores determinan además las tasas respiratorias de todos los consumidores del ecosistema, restándolas a la productividad primaria neta del ecosistema, con lo que se obtiene la productividad total neta del sistema de estudio. El resultado de este balance puede ser positivo, negativo o igual a cero. • Balance positivo, significa un ecosistema en crecimiento activo, capaz de exportar materiales a otros sistemas. Por ejemplo, los manglares. • Balance cero, representa un ecosistema en estado de equilibrio, cuando los gastos respiratorios igualan a los insumos energéticos dados por la fotosíntesis. Ejemplo, los bosques vírgenes. • Balance negativo, indica un ecosistema en decadencia, o bien dependiente de otros sistemas para obtener energía. Por ejemplo, un bosque talado. Se debe tomar muy en cuenta el factor tiempo, para evitar malas interpretaciones, como es el caso de algunos bosques tropicales en los cuales es común asociar su gran biomasa (producción total), con una elevada productividad neta y la capacidad de sus suelos para producir madera o algún producto agrícola. Indudablemente que las selvas altas y medianas son muy productivas (productividad bruta), pero la biomasa que poseen es producto de la acumulación de materia orgánica durante mucho tiempo, incluyendo épocas durante las cuales la acumulación neta de biomasa fue casi nula. Al talar la selva con la esperanza de obtener cosechas abundantes, los resultados son negativos, ya que el contenido de nutrientes en el suelo es insuficiente para permitir una actividad agrícola sostenida a largo plazo, requiriéndose fuertes insumos en fertilizantes, tecnología y maquinaria, que no son sino modalidades de importación de energía de otros ecosistemas. Si se abandonan las actividades agrícolas, la selva inicia un proceso de regeneración natural (sucesión ecológica) pero deberán pasar muchos años, quizás siglos, antes de que recobre su majestuosidad original. Por tanto, se puede afirmar que la biomasa en sí misma no es una medida acertada para indicar la productividad de un ecosistema, si no se toman en cuenta también la superficie y el tiempo requeridos. Crecimiento y deterioro de la estructura de los ecosistemas: El crecimiento y la depreciación de estructuras u otras formas de almacenamiento de energía son propiedades intrínsecas de los sistemas naturales. Los costos energéticos de la fotosíntesis se asocian con el mantenimiento de la maquinaria fotosintética contra los factores de depreciación que intervienen en los sistemas naturales; del mismo modo sucede en los económicos. Es indispensable que la planta consuma parte de su ingreso energético en subsistir, y esto lo hace por medio de la respiración. Una vez cubiertos estos costos de mantenimiento de los productores, el excedente representa el ingreso neto, es decir, el acervo energético disponible para crecer y alimentar a los consumidores del sistema. Los costos de mantenimiento de productores y consumidores en conjunto, representan el costo total de mantenimiento del sistema. Si existen excedentes de energía, pueden ser utilizados para el crecimiento del conjunto o exportarse a otros sistemas. Al aumentar el tamaño o complejidad de la estructura interna del sistema, se incrementan los costos de mantenimiento, hasta que con el tiempo todo el caudal energético es utilizado para el mantenimiento, sin quedar excedentes para el crecimiento o exportación. Es cuando se habla de ecosistemas en estado de equilibrio o "clímax ecológico". Las condiciones de estabilidad varían según el ecosistema de que se trate (pastizal, matorral, bosque templado, etc.), dependiendo de la cantidad de energía disponible. De manera análoga, las sociedades humanas pueden sostener niveles más altos de estructura, diseñando sistemas antrópicos adecuados para utilizar los aportes de energía natural o para minimizar los costos de mantenimiento del sistema. La depreciación, por el contrario, ocurre cuando los costos de mantenimiento u otras pérdidas de energía superan a las entradas en el sistema. Cuando esto ocurre, por ejemplo debido a un incendio, o al talar un bosque, el ecosistema sufre reducciones en su estructura general. Algo semejante ocurre en una ciudad que perdiera su industria u otra fuente de ingresos, ya que experimentaría una depreciación tanto en su estructura social como en la física, puesto que la energía disponible para gastos de mantenimiento disminuiría. Tipos de ecosistemas: La clasificación moderna de los ecosistemas se basa en dos criterios fundamentales: a) Intervención o no intervención del ser humano y b) calidad de energía (Odum, 1982). De acuerdo con este autor, existen cuatro tipos de ecosistemas, divididos en dos grupos: Grupo I. Sistemas Naturales II. Sistemas Antrópicos Tipo 1. Ecosistemas naturales no subsidiados 2. Ecosistemas naturales subsidiados 3. Ecosistemas humanos subsidiados 4. Sistemas urbano-industriales Grupo I. Sistemas Naturales: Corresponde a los sistemas ecológicos que son el resultado de la evolución geológica y biológica del planeta, siguiendo estrictamente las leyes de la naturaleza. Comprende dos tipos de ecosistemas: • Ecosistemas naturales no subsidiados, cuya fuente de energía es la solar, autosuficientes en sus requerimientos energéticos; constituyen los paisajes naturales predominantes en la tierra. Como ejemplo se pueden citar las selvas tropicales, los bosques templados y los matorrales xerófilos, entre otros, siempre y cuando no hayan sido perturbados por la intervención del hombre. • Ecosistemas naturales subsidiados, impulsados por energía solar. A diferencia de los anteriores no son autosuficientes, ya que reciben energía de otros ecosistemas. Como ejemplo pueden mencionarse los estuarios, ríos y pantanos. La gran variedad de ecosistemas naturales existentes en países tropicales como México, se debe a que con las variaciones altitudinales resultantes de las modificaciones en el relieve, se interceptan zonas bioclimáticas características de latitudes mayores. Esta situación puede tener graves repercusiones relacionadas con el manejo de los recursos de estos ecosistemas, ya que cada uno de ellos tiene un potencial de rendimiento particular, que requiere una estrategia específica de manejo. Las zonas áridas, que ocupan un 65% del territorio mexicano, tradicionalmente se han utilizado para ganadería extensiva, extracción de recursos bióticos espontáneos (fibras, licor, cera, etc.), minería y agricultura en áreas reducidas. La falta de agua ocasiona una baja productividad primaria neta de los ecosistemas, presentándose problemas de abastecimiento de recursos a los conglomerados humanos. En estos sitios surgen originalmente culturas nómadas en un afán por superar las limitaciones naturales; actualmente pueden aplicarse sistemas de riego muy costosos y altamente tecnificados. Sus problemas actuales radican en la gran presión de uso del espacio, con problemas de desaparición de especies, salinización de suelos agrícolas y erosión. En regiones muy húmedas, por el contrario, el exceso de humedad crea otro tipo de limitaciones para la subsistencia. Los ecosistemas de dichas zonas, son los más complejos del planeta. Crecen sobre suelos muy lavados por el exceso de lluvia. En ellos la respiración es igual a la productividad bruta (R = P), por lo que no producen excedentes de alimentos que puedan sostener poblaciones muy densas de consumidores. No resulta conveniente talar en forma indiscriminada las selvas tropicales, ya que el caudal de nutrientes está concentrado en la biomasa vegetal y al destruirla se ocasiona un deterioro ambiental de tipo exponencial. Además, los suelos tropicales no soportan sistemas agrícolas o pecuarios intensivos, a menos que se implanten elevados subsidios. Las selvas mexicanas son el caso más patético de uso irracional de los ecosistemas. Actualmente sólo el 5% se conserva en su forma original; el resto se ha incorporado a otro uso del suelo, fundamentalmente a ganadería extensiva. La enorme riqueza florística y faunística propia de estas áreas ha sido puesta en peligro. Según Holdridge (1967), los ecosistemas que toleran una explotación más o menos intensiva de sus recursos, corresponden a las zonas de vida que dicho autor denominó de matorrales, estepas (pastizales, bosques templados, bosques de neblina y bosques húmedos (nunca hiperhúmedos), siempre y cuando se respeten las tasas de regeneración de los recursos utilizados, para no ocasionar el deterioro de los ecosistemas. Los bosques en México, que ocupan el centro del país y las zonas altas, tradicionalmente han estado bajo una fuerte presión de aprovechamiento de recursos forestales maderables. Son altamente productivos, aunque es cierto que han sido muy aisladas las acciones para su regeneración, con consecuencias de degeneración del bosque mismo, de la fauna, el suelo y el agua. Aunque muchas veces se piense lo contrario, el valor de una región no debe medirse exclusivamente con base en el rendimiento directo que ofrece a la sociedad (beneficios económicos y sociales), sino que se deben tomar en cuenta sus funciones en relación con el resto de la biosfera, es decir, el costo ecológico que se tiene si se establecen desarrollos que impliquen pérdida de recursos. El manejo de cada tipo de ecosistema dependerá de los objetivos que se persigan. No es conveniente utilizar técnicas de extracción intensiva a bosques que presentan limitaciones de agua (bosques de zonas áridas) o nutrientes (bosque tropical lluvioso), ya que el balance entre productividad (P) y respiración (R), suele ser igual a cero; en su manejo se debe tomar muy en cuenta el control de la erosión, así como el mantenimiento de la calidad del agua. Los ecosistemas en los que la productividad supera a la respiración (P > R), pueden ser manejados con miras a un rendimiento extractivo, por ejemplo, los bosques que se desarrollan sobre suelos aluviales, sobre piedemontes y en tierras planas. El sistema de "tumba-roza-quema", revela la sabiduría de las poblaciones indígenas mesoamericanas en el manejo de algunos bosques tropicales. La técnica consiste en talar un área pequeña de la selva o bosque, quemar los despojos y plantar maíz u otro cultivo anual. Las cenizas de la quema aportan al suelo nutrientes para el crecimiento del cultivo, de tal manera que el agricultor no trata de combatir la sucesión natural del bosque. El ciclo agrícola sólo se repite en un área determinada durante tres o cuatro años, dejando abandonada posteriormente la finca y permitiendo que la sucesión ecológica actúe libremente. En teoría el campesino no regresa al lugar original hasta que han transcurrido 50 ó 100 años. Desafortunadamente, en las últimas décadas, la densidad de población no permite respetar este proceso acorde con la naturaleza y se aplica en forma intensiva y extensiva, contribuyendo activamente a la destrucción de las selvas del sur y sureste de México. Grupo II. Sistemas antrópicos: Resultado de la intervención del ser humano. Comprenden también dos tipos de ecosistemas: • Ecosistemas humanos subsidiados, que son impulsados por energía solar, como es el caso de los sistemas agrícolas o silvícolas. • Sistemas urbano-industriales, que consumen energía procedente de combustibles, por ejemplo las ciudades, zonas industriales, etcétera. Ecosistemas humanos subsidiados: a semejanza de los sistemas naturales, utilizan energía solar, pero como no son autosuficientes, requieren insumos de otros tipos de energía, introducidos por el hombre al sistema (maquinaria y fertilizantes, entre otros). Los más representativos son los sistemas agrícolas de monocultivo. La agricultura moderna que se practica en la zona templada del mundo occidental, produce más alimento por unidad de superficie y tiempo, que las técnicas agrícolas que se practican en otras regiones (P > R). Sin embargo, este mayor rendimiento tiene su precio: El aumento de la energía. Si bien es cierto que se obtiene una gran producción, los rendimientos en términos económicos (y energéticos) son despreciables debido al balance beneficio-costo (B/C). En vista de la gran inversión de energía fósil en la agricultura mecanizada para el monocultivo (agrosistema), numerosos científicos han llegado a sugerir que lo que se consume no son alimentos, sino petróleo (Lugo y Monis, 1982). La agricultura intensiva que se practica en regiones tropicales puede tener éxito o no, dependiendo de las condiciones físicas locales del sitio en que se lleve a cabo. En los ecosistemas tropicales húmedos predominan las interacciones bióticas, mientras que en regiones frías son más determinantes las condiciones físicas. Las zonas templadas ofrecen condiciones de equilibrio relativo entre aspectos físicos y bióticos, razón que explica el éxito del monocultivo. En ambientes dominados por factores físicos, el costo de los subsidios es muy alto, razón por la cual, como se mencionó anteriormente, el sistema de monocultivo no es redituable desde el punto de vista económico. En ambientes tropicales, la competencia por parte de otras plantas y animales obliga al agricultor al uso indiscriminado de plaguicidas y pesticidas. El monocultivo puede llegar a transformarse en una actividad no redituable, debido a los altos costos del control de malezas y plagas. Para contrarrestar la competencia biológica, en ciertas regiones tropicales se han establecido sistemas de policultivo (cultivos múltiples), los cuales simulan la diversidad vegetal natural, atenuando la proliferación de malezas. El rendimiento total de estos sistemas es mayor que el de los monocultivos, pero menor en relación a un producto específico. Con el sistema de cultivos múltiples, el uso del suelo, consumo de energía y mano de obra, son más eficaces (agroecosistemas). Tanto el sistema de policultivo, como la "tumba-roza-quema", son técnicas agrícolas ampliamente difundidas en las regiones del trópico cálido-humedo mexicano. El cultivo de arroz, tradicional en zonas tropicales, es un ejemplo de monocultivo agrícola que puede aplicarse sin mayor problema en sitios específicos, ya que en este caso existe un ambiente controlado por factores físicos (suelos inundables de tipo vértico), manipulándose de acuerdo con los requerimientos de este cultivo, lo cual implica una mano de obra intensiva, pero no requiere aportes adicionales de energía fósil. Sistemas urbano-industriales; sistemas no autónomos que dependen de la energía proveniente de muy diversas fuentes (combustibles). Como modelo se pueden mencionar las ciudades, constituidas por grandes concentraciones de organismos consumidores, que dependen de su entorno para desechar desperdicios. Requieren de condiciones ambientales propicias para su funcionamiento y pleno desarrollo. La ubicación y determinación del tamaño óptimo de las ciudades es un problema de gran importancia, en especial para los países del tercer mundo. Todos los sistemas consumidores que las integran, crecen en proporción a la capacidad de sus alrededores para proveerles de los materiales necesarios para su metabolismo. El crecimiento excesivo y su consecuente caudal de desechos evita que las corrientes de aire sean insuficientes para purificar la atmósfera; impide que las masas de agua asimilen y procesen el exceso de desechos naturales y sustancias contaminantes, derivados del metabolismo de la ciudad; determina la incapacidad del ambiente circundante para asimilar los desperdicios sólidos que se producen constantemente; en pocas palabras, es causa del deterioro general de los espacios naturales que rodean a la ciudad. El costo de mantenimiento de los sistemas urbano-industriales aumenta más rápidamente que los beneficios, y esto a largo plazo coloca a las sociedades humanas en situación desventajosa, debido a que a medida que se agotan las reservas de energéticos y los recursos naturales renovables, se acentúa la necesidad de invertir en estos productos para importarlos de otros lugares, con el fin de mantener a la población. Podrá llegar así un momento en el que teóricamente los seres humanos se vean obligados a retornar a sistemas cuya productividad sea menor, pero que no requieran un gran aporte de energía ni de materiales. Utilización de los recursos naturales En la introducción de este ensayo se mencionó la relación dialéctica que se establece entre las sociedades humanas que dan origen a los sistemas antrópicos o sociosistemas y la naturaleza, representada por los sistemas naturales o ecosistemas. La primera de estas contradicciones hace referencia a la utilización de los recursos naturales, los cuales en último término representan diversas formas de energía utilizable por el hombre. Hasta ahora el Homo sapiens ha sido capaz de obtener energía de los ecosistemas sin destruir su organización o alterar su equilibrio, salvo contadas excepciones en las que el pequeño tamaño de la población es determinante, como en el caso de la rotación de tierras, en la que el ser humano ha logrado armonizar su propio mantenimiento con el de los ecosistemas (Toledo, 1982). Hasta la fecha se han tomado los recursos del medio natural en forma desordenada, sin prever las consecuencias que esto acarrea, ya que no se han hecho los estudios de planificación necesarios para obtener racionalmente energía de los sistemas naturales. Estos son explotados parcialmente, desaprovechando un gran caudal de recursos potenciales no contemplados en los planes de desarrollo, provocando el agotamiento total e irreversible de los ecosistemas. En América Latina existe una gran carencia de conocimientos y tecnologías que permitan el aprovechamiento racional, integral y sostenido de los recursos de los variados y ricos sistemas naturales que posee. La forma de obtener energía es completamente caótica e irracional, tratando siempre de obtener los mayores beneficios económicos posibles a corto plazo, sin importar el "costo ecológico". Para el caso de los recursos naturales no renovables, su condición de no renovables hace que en su uso tenga que contemplarse el aprovechamiento integral, sin desperdicios, con planeación a mediano y largo plazo en función de conocer el costo de oportunidad para las generaciones futuras. Tal es el caso del petróleo en México, cuya falta de previsión lo ha convertido en elemento clave para subsanar la hipoteca representada por la deuda externa. Debido a su situación geográfica, relieve montañoso, diversidad climática, florística y faunística, la República Mexicana resulta en una gran variedad de regiones naturales, las que están aun pobremente estudiadas y se desconoce su potencial natural, lo cual a su vez impide el aprovechamiento planificado de los recursos con que cuentan. Es urgente el conocimiento integral de estas regiones, tanto en su aspecto estructural como dinámico, para poder así utilizar los recursos necesarios sin destruir los ecosistemas y sin convertir extensas zonas del país en páramos improductivos. Sobreposición de espacios entre ecosistemas y sociosistemas La segunda contradicción indica que el desarrollo de las sociedades humanas se efectúa a expensas de los ecosistemas. Los sistemas antrópicos representados por áreas urbanas y áreas transformadas (agrícolas, ganaderas, silvícolas, frutícolas, etc.), han ido ocupando mayores extensiones de espacio, de tal forma que parece probable que en tiempos venideros la tierra se convierta en una enorme explanada de metal y concreto, y la rica variedad paisajística de la naturaleza en un extenso y monótono campo de cultivo. Una consecuencia de este crecimiento es la destrucción o disminución de las especies animales y vegetales, así como la proliferación de fauna nociva. Se calcula que hasta el presente han sido exterminadas por la influencia del hombre 162 especies o subespecies de aves y alrededor de 100 especies de mamíferos (Lacouture, 1983). En una sola década (1870-1880) se extinguieron dos especies de cebras en Suráfrica. En México numerosas especies animales y vegetales se encuentran en grave peligro de extinción. Ecosistemas completos están gravemente amenazados, como las dunas costeras y los manglares, con una fauna y flora altamente especializadas, las cuales ceden paulatinamente su lugar a la construcción de centros urbanos, turísticos e industriales. Las exuberantes selvas tropicales de África y América Tropical han sido destruidas en sus dos terceras partes, debido a la apertura de tierras para la agricultura y ganadería. En México se agrava el problema con las explotaciones petroleras en regiones tropicales. Resulta prioritario llevar a cabo un estudio profundo de los diferentes ecosistemas, a fin de comprender su funcionamiento y llegar a establecer las formas de obtener recursos de ellos, sin producir alteraciones tan drásticas, que tengan como consecuencia su desaparición total o parcial, ante el avance implacable de la humanización del espacio. Podría decirse que la forma en que se conciba la relación entre el hombre y la naturaleza, afectará la manera como se manifiesten los problemas ecológicos. Deterioro ambiental Las actividades productivas dependientes de los recursos naturales implican su apropiación, transformación, distribución y consumo, con la consecuente liberación de energía y materia en cada uno de los pasos. Es el proceso de extracción-consumo-descarga cuya última componente representa la causa del impacto ambiental o efectos colaterales resultantes tanto de los cambios ecológicos causados directamente por el uso de los recursos, como por los materiales contaminantes vertidos en el ambiente durante los procesos de producción. La contaminación entendida como la degradación de la calidad del ambiente (o cualidades de la naturaleza) a causa de los elementos extraños a los ecosistemas, es el principal factor de deterioro, ya que causa cambios de los factores bióticos y abióticos y, consecuentemente, modificaciones de los flujos energéticos. Las prioridades para la aplicación de los limitados recursos económicos en México, han hecho que estén sujetos a una estricta competencia, con un evidente descuido en los aspectos relacionados a la calidad de vida. Solo a últimas fechas se han iniciado algunas acciones sobre cuestiones ambientales, con análisis de la contaminación del agua, aire, suelo y por energía (SEDUE, 1986). El deterioro de los ecosistemas acuáticos es uno de los que más fácilmente se evidencian, ya que por su naturaleza propia estos reciben directamente el impacto de la actividad económica industrial, doméstica y agrícola. La contaminación de cuerpos de agua en nuestro país ha rebasado con mucho los límites tolerables en zonas con gran población humana y altamente industrializada, como son los casos del bajo Papaloapan, Lerma, Panuco, bajo Balsas y algunos embalses como el caso crítico del Lago de Chápala, del que se duda su supervivencia. Los recursos alterados en estos casos son en primer lugar el agua en sí misma (tanto superficial como acuíferos), y los recursos bióticos como fuente de proteínas procedentes de los organismos acuáticos que muchas veces soportan pesquerías. Las grandes concentraciones humanas e industriales son las más expuestas a la contaminación del aire, poniendo en peligro la salud de sus habitantes. En el caso de nuestro país son las ciudades de México, Monterrey y Guadalajara las que presentan este problema en gran escala. Para la primera ciudad las fuentes móviles representan el 80% y el resto es por fuentes fijas (industrias) y naturales; en este último concepto es de resaltar que sin alteración de los espacios naturales, esta contaminación no tendría razón de existir (tolvaneras). Los problemas referentes a la contaminación y degradación del suelo se refieren principalmente al depósito de desechos sólidos y a degeneraciones por su mal uso (erosión y pérdida de fertilidad). La tecnología moderna utilizada para incrementar la producción agrícola ha puesto en evidencia los grandes riesgos del uso de fertilizantes y pesticidas, cuyas repercusiones se han detectado con alteraciones de mantos acuíferos, contaminación de aguas superficiales, estuarios y diversos ecosistemas. En México los sitios afectados con este tipo de problemas son donde se desarrolla la agricultura intensiva y altamente tecnificada, como en el noroeste, noreste y zona centro, principalmente. El consumo en masa de combustibles fósiles produce la liberación de grandes cantidades de energía en forma de calor. Se han detectado efectos diversos a causa de esto, sobre todo en áreas con gran actividad. La liberación de grandes cantidades de dióxido de carbono como residuo de la combustión, y el aumento de su concentración en la atmósfera está provocando el llamado "efecto de invernadero" a nivel local e incluso del planeta. Dicho compuesto es opaco a las longitudes de onda infrarrojas (calor), por lo que está causando alteraciones en el balance energético. La continuidad de los ecosistemas como se ha tratado en el presente ensayo, depende del equilibrio de las relaciones de energía y materia de sus diferentes componentes. La contaminación, entendida no sólo como la presencia de contaminantes en un sistema, sino también como la causante de alteraciones estructurales y funcionales, es en la actualidad una de las limitantes más serias que se vislumbran para el desarrollo socioeconómico. Las altas tasas de consumo de energía que demanda una sociedad industrial, el uso de la energía nuclear, el aprovechamiento intensivo del suelo, el control de plagas y fertilización en agricultura, la contaminación del aire, agua y suelo, los hasta ahora poco atendidos efectos del ruido y, en fin, el rápido cambio de la ecosfera, está poniendo en duda la continuidad de los sistemas naturales de los que el ser humano se sostiene. No es posible seguir pensando en un desarrollo desordenado, en el que se contemple a la fuente de recursos como una factoría ilimitada en su producción, ya que su conservación implica la propia supervivencia de todo ser vivo. Perspectivas futuras La humanidad ha evolucionado como parte integrante de los ecosistemas y ha logrado dominarlos, debido a la utilización de sus recursos, y en épocas recientes, al uso de energía concentradas en forma de petróleo. Con el agotamiento previsible de la energía fósil, se vislumbra un cambio fundamental en aquellos sistemas ecológicos dependientes del ser humano, lo cual obliga al diseño de nuevas estrategias que puedan asegurar la continuidad de la presencia humana dentro de la biosfera. El éxito de dichas estrategias dependerá de la modificación radical de las políticas de desarrollo de los diversos países, aunque especialmente importantes resultan los países tropicales. Es muy dudosa la idea de que una región o un país puede crecer y desarrollarse indefinidamente. La estrategia de crecimiento continuo conduce fácilmente del subdesarrollo al sobredesarrollo, multiplicando los problemas. Esta idea unida a la creencia de que las regiones naturales son de importancia solo si se desarrollan económica o socialmente, han propiciado verdaderos desastres ecológicos. La intensidad de la actividad humana depende tanto de la economía y la cultura, como del aporte de los sistemas naturales. El futuro del hombre dependerá cada vez más de los ecosistemas que de los propios sistemas económicos, puesto que estos dependen también de la productividad natural (Lugo y Monis, 1982). Al esbozar la idea de control de los sistemas antrópicos, se intenta hacer referencia al concepto de una sociedad estable, cuya situación sería análoga a los ecosistemas en equilibro, alcanzando su máximo nivel de desarrollo permisible, lo que a su vez le proporcionaría estabilidad a largo plazo. Por lo contrario, el crecimiento continuo podría compararse con las primeras etapas de la sucesión ecológica, donde el crecimiento inicial puede ser explosivo, pero a diferencia de lo que sucede con los ecosistemas es difícil alcanzar estabilidad a largo plazo. Existe la idea de que la sociedad estable es una alternativa que limita la capacidad del ser humano, pero nada más lejos de este concepto, puesto que los sistemas en equilibrio el flujo de energía potencial llega a su límite máximo sostenido y no cambia a lo largo del tiempo, reteniendo una gran capacidad de diversificación y ofreciendo la oportunidad de aprovechar la energía de manera óptima. Los sistemas estables utilizan todo su caudal energético para mantener la calidad de vida de sus componentes, incorporan la riqueza natural en la ecuación del desarrollo y su éxito dependerá de la creatividad y trabajo humanos. Muchos de los problemas sociales y demográficos actuales se atenuarían a medida que se efectuaran los ajustes culturales y sociales necesarios, acordes con las realidades y limitaciones naturales de cada país. El logro de una sociedad como sistema estable, requiere modificar radicalmente la visión que se tiene de la relación entre el ser humano y los demás componentes de la biosfera. En cada país se debe pensar en una planificación del futuro con base en ajustes ecológicos, lo cual requiere de una delimitación inicial de la riqueza natural y las potencialidades de cada ecosistema, dando prioridad a las actividades que requieren un menor consumo de energía. La tarea no es nada fácil, y se complica con la tendencia de las sociedades capitalistas a buscar ganancia personal a corto plazo. Es necesaria la participación activa de todos los miembros de la sociedad, ya que la alternativa es muy grave: supervivencia o extinción. La fe en las soluciones tecnológicas, quizás no pase a corto plazo la prueba de la energía neta. En conclusión, se impone un gran esfuerzo de la sociedad en su conjunto para establecer el balance con la biosfera, una sociedad en la cual sus integrantes y la naturaleza interactúen en beneficio de ambas partes. Los conflictos se han detectado, pero están aún por estudiarse con profundidad. BIBLIOGRAFIA C OLINVAUX , P., 1980. Introducción a la Ecología. Ed. Limusa. México, págs. 23-116. GÓMEZ, P.A., 1985. Los recursos bióticos de México (reflexiones). Ed. Alhambra Mexicana, S.A. d e C.V.; 122 pp. H OLDRIDGE , L., 1967. Life Zone Ecology. Ed. Tropical Science Center, San José, Costa Rica; 278 pp. KREBS, Ch. J., 1985. Ecología. Estudio de la distribución y la abundancia. Ed. Harla, Harper y Row. Latinoamericana, México; págs. 1-14. L ACOUTURE , G. F., 1983. Relación entre los seres vivos y su ambiente. Área: Histórica; Serie: Fundamentos. Ed. Trillas, México; págs. 15-23. LUGO, A. E. y G. 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