JESUCRISTO, EL SIERVO DEL SEÑOR QUE MURIÓ POR NUESTROS PECADOS P. Steven Scherrer, MM, ThD Homilía del Viernes Santo, 6 de abril de 2012 Isa. 52, 13-53, 12, Sal. 30, Heb. 4, 14-16, 5, 7-9, Juan 18, 1-19, 43 “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isa. 53, 4). Hoy es Viernes Santo, el día en que Jesucristo fue crucificado y murió por nuestros pecados (1 Cor. 15, 3; 1 Ped. 3, 18), para la eterna salvación de todos los que creen en él. Yo quisiera, pues, reflexionar sobre la primera lectura de la liturgia del Viernes Santo, el cuarto himno del Siervo del Señor, según su cumplimiento en la muerte vicaria y salvadora de Jesucristo. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isa. 53, 4). En su muerte Jesucristo llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores en el sentido de que él sufrió el castigo debido a nuestros pecados en vez de nosotros. “Y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isa. 53, 4). Cristo fue herido y humillado por Dios en la cruz (vea Isa. 53, 10; Gal. 3, 13), aunque Dios usó agentes libres secundarios —los líderes de los judíos y los romanos—. Dios lo azotó porque estaba castigando todos los pecados del mundo en su cuerpo, condenándolos en su carne (Rom. 8, 3). Por eso fue azotado, herido, humillado, y abatido para nuestra salvación, para salvarnos de esta humillación y sufrimiento, de este castigo por nuestros pecados. En realidad era el mismo Dios que, en la persona del Hijo, voluntariamente aceptó sufrir el castigo justo de nuestros pecados en su gran misericordia y justicia. Cristo sustituyó por nosotros que debíamos haber sido crucificados por nuestros propios pecados. Nosotros fuimos culpables, él fue inocente; pero él, el inocente, sufrió por nosotros, los culpables, para librarnos y salvarnos de este sufrimiento y de nuestra culpabilidad. En su muerte Cristo hizo satisfacción y reparación justa por todos los pecados del mundo. Así Dios expió nuestros pecados, así él propició su propia justicia divina. Cristo sirvió nuestra sentencia por nosotros. Así Dios nos salvó en toda justicia, porque el precio justo ha sido pagado, y nuestra deuda —la deuda de Adán— fue así satisfecha en completo (Rom. 5, 18) en la muerte del Hijo de Dios en la cruz (Rom. 8, 4). Notamos que Dios el Padre tomó la iniciativa en todo esto (Rom. 8, 32). “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53, 5). Cristo trajo la paz a nuestros corazones al sufrir por nosotros en la cruz el castigo justo de Dios por nuestros pecados (1 Juan 2, 2; 4, 10; Gal. 3, 13; 2 Cor. 5, 21; 1 Ped. 3, 18). Esto fue su gran acto de redención que nos trae la paz de Dios, cuando invocamos con fe los méritos de su sufrimiento por nosotros. Esto es el corazón del evangelio, la buena noticia de la salvación, es decir, que podemos encontrar la paz del corazón, la paz con Dios, en la cruz de Cristo, cuando creemos en él. Cada vez que pecamos de nuevo, tenemos que acudir de nuevo a la cruz de Jesucristo con arrepentimiento y fe, dependiendo de sus méritos y de la reparación y satisfacción de la divina justicia que él hizo para nosotros, y seremos curados de las heridas del pecado y de la culpabilidad en nuestro corazón. “El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53, 5). “El Señor cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53, 6). “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5, 21). Dios puso nuestros pecados sobre Jesucristo para que sufriendo su castigo en la cruz, él pudiera pagar nuestra deuda de sufrimiento por ellos y dejarnos ir libres. Por eso Dios puede declararnos inocentes, cuando creemos en Cristo. Así Dios nos justifica, declarándonos en adelante inocentes y justos, porque él tomó nuestra parte y sirvió nuestra sentencia por nosotros, dejándonos ir libres con la libertad de los hijos de Dios. De este modo Cristo es nuestro redentor. “Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isa. 53, 7). Jesús es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29). Él es el nuevo cordero de sacrificio, el nuevo Cordero Pascual, que por su sangre derramada salva de la muerte a todos los que creen en él, como la sangre del cordero pascual, que fue degollado, salvó a los primogénitos de los israelitas de la plaga de mortandad. Como el cordero fue degollado en vez de los primogénitos, Cristo fue crucificado en vez de nosotros. “El Señor quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje … y la voluntad del Señor será en su mano prosperada” (Isa. 53, 10). Fue la voluntad de Dios quebrantarlo, porque así Cristo se hizo a sí mismo una ofrenda por el pecado. Todo esto fue a la iniciativa de Dios (Rom. 8, 32) “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho … justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos “ (Isa. 53, 11). El fruto 2 de su sufrimiento es nuestra justificación. Él nos justifica —nos hace justos— al experimentar el sufrimiento que nosotros debemos a Dios en castigo por nuestros pecados. “Por tanto, yo le daré parte con los grandes … por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos” (Isa. 53, 12). Cristo fue recompensado en su resurrección por su sufrimiento. Él dio su vida por nosotros y sufrió como un pecador, muriendo la muerte de los impíos —“Fue contado con los pecadores”. Llevó nuestros pecados para expiarlos en su muerte, “habiendo él llevado el pecado de muchos” La muerte salvadora de Jesucristo es el corazón del evangelio, la buena noticia de la salvación, que debemos predicarnos a nosotros mismos y a todos los pueblos del mundo. Esto es el contenido principal de la evangelización. En pocas palabras, esto es el evangelio. 3