Duro Viaje de Doña Isabel Lucía Cruz de Castillo Doña Isabel había

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Duro Viaje de Doña Isabel Lucía Cruz de Castillo
Doña Isabel había quedado encargada de los negocios y las propiedades de su esposo, Don
Andrés Castillo de Astudillo y Vergara quien había viajado a las indias con las huestes
conquistadoras dos años atrás, algún nefasto día del año 1520. Pero cuando recibió la carta
de su marido, aquel 3 de enero de 1522, no dudó en poner en venta todas las propiedades y
embarcarse inmediatamente a reunirse con su marido.
De todas formas, en España la sociedad la incomodaba todo el tiempo por el hecho de estar
sola y a cargo de todos los bienes familiares, así que esa era la oportunidad precisa para
viajar. Acompañada siempre de su hermano Fernando, y gracias a su capacidad económica
envidiable, le fue fácil conseguir pasaje pronto, sin trabas, en un galeón importante y
alojamiento en un espacio determinado donde podría tender su colchón y el de su hermano
y colcha, además de silla taburete y lavamanos para asearse el cuerpo con ciertas
comodidades y privacidades. Eso sí, el costó fue de 40 ducados, algo arriba de lo normal,
pero todo debido a las comodidades que quería tener, siendo un viaje de solo ida.
Saldría el 1 de febrero de 1522, desde el puerto de San Lúcar de Barrameda, de donde se
demoraría 10 días hasta llegar a Las Canarias, para zarpar al día siguiente directo hacia las
indias, hasta el puerto de San Juan de Puerto Rico, trayecto que demoraría tan solo 27 días,
pues el clima sorprendentemente fue benéfico, contrario a la zozobra que usualmente se
siente. Sin embargo, los problemas a bordo no darían espera: Gran cantidad de animales
como ratas cucarachas y otros insectos hacían presencia constante en los aposentos de
Isabel, además que el olor a vómito del resto de pasajeros débiles de estómago, y tal vez de
espíritu, impregnaba hasta el agua de beber. El viento era suave, y al cielo muy azul. Y a
pesar de los grandes inconvenientes de abordo, el solo recuerdo mezclado con la ilusión de
volver a ver a su amado, la mantenían lo suficientemente entretenida como para
preocuparse por su alrededor. Además, la lectura apasionada del libro El Decamerón de
Giovanni Boccaccio la entusiasmaba aún más para anhelar a su marido. No solo llevaba ese
libro, sino que se había conseguido algunas obras como El príncipe de Nicolás
Macchiavello, y Elogio a la locura de Erasmo de Rotterdam.
Desembarcó por dos días en Santo Domingo, donde el barco entero se abastecía de víveres
y descansaba del vaivén de las olas, para luego sufrir el último tramo, hasta el puerto de
Vercacrúz. Las noticias que había escuchado eran ciertas: Ese lugar, caliente y
extremadamente húmedo. Malsano, pestilente, y complejo en enfermedades tropicales.
Tuvo suerte en no contraer ninguna, gracias a que siempre se alejó de los habitantes del
puerto, y decidió acabar con la poca comida que le quedaba del viaje. Sin embargo, su
hermano Fernando, con solo una noche de tragos que se permitió, cayó fuertemente
enfermo, y al fin, luego de dos días de agonía, murió, lejos de su hogar, pero por lo menos
en brazos de su querida hermana.
El viaje debía proseguir, debía llegar a donde su amado la esperaba, al corazón de la Nueva
España, lugar al que no dio largas para llegar, debido a la muerte de su hermano, y al temor
de contagiarse de lo mismo, o algo peor. Al llegar, preguntó por todos lados la ubicación de
su marido, pero nadie le quiso dar razón, todos callaban y se alejaban con cierta vergüenza
y pena. Duró un buen rato hasta que se decidió entrar en una iglesia y preguntar al
encargado, al párroco, si lo conocía, y dónde vivía. Lo hizo, pero el párroco, guardó
silencio, cabizbajo, pensativo. Le habló luego con vos familiar, o compasiva, le dijo por su
nombre, aunque no debería saberlo. La exhortó a que la acompañara a la parte de atrás de la
iglesia. Allí le mostró el horror. “Aquí yace Don Andrés Navarra de Astudillo”. Al caer no
supo más. Al reponerse, con vos entrecortada indagó en el sacerdote cómo había muerto su
amado. “No sabemos, pero duró lo más que pudo esperándola”
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