Tradiciones y rupturas en Palabras, ojos, memoria de Edwidge

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PERSONA Y SOCIEDAD / Universidad Alberto Hurtado
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Vol. XX / Nº 2 / 2006 / 95-111
Tradiciones y rupturas en Palabras, ojos, memoria
de Edwidge Danticat
Lucía Stecher*
RESUMEN
Este artículo presenta un análisis de la novela Palabras, ojos, memoria de Edwidge Danticat,
escritora de origen haitiano residente en Estados Unidos. En este texto la autora ficcionaliza
su propia experiencia como inmigrante y muestra las dificultades asociadas a situaciones en
que culturas con distinto poder y prestigio entran en contacto. Asimismo, el texto destaca
la importancia de la memoria y los relatos en la preservación de los vínculos con el lugar de
origen. Por otra parte, el complejo camino de subjetivación de la protagonista —en el que
destaca una conflictiva relación con la madre y el cuestionamiento de los roles y rituales
impuestos a las mujeres haitianas— permite exponer cómo la pertenencia e identificación
con una cultura determinada no tiene por qué traducirse en la aceptación acrítica de todas
sus tradiciones y contenidos simbólicos.
Palabras clave
Literatura caribeña
escritura de mujeres
identidad
migración
memoria
E
l presente artículo desarrolla un análisis de la novela Palabras, ojos, memoria (cuya
primera edición en inglés es de 1994) de Edwidge Danticat, quien es considerada por la
crítica norteamericana como una de las escritoras jóvenes más talentosas de Estados Unidos.1 La autora reside en ese país desde los doce años, edad en que emigró de Haití para
reunirse con sus padres, que habían dejado la isla ocho años antes en busca de mejores
*
1
Doctora (c) en Literatura Universidad de Chile. E-mail: [email protected]. El presente artículo se inscribe en el marco de la tesis doctoral titulada Salir del país natal para poder regresar: desplazamientos y búsquedas
identitarias en la narrativa de mujeres caribeñas contemporáneas. Esta investigación es financiada por la beca
CONICYT de apoyo para la realización de la tesis doctoral (2005).
Entre otras distinciones, Danticat ha sido finalista del National Book Award (por Krik? Krak!) y ganadora del
American Book Award (por The Farming of Bones).
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perspectivas económicas. La fuerte experiencia de migración y adaptación a un entorno
familiar y cultural nuevo aparece en forma reiterada en la obra de Danticat,2 en la cual
se observa un claro predominio de los temas referidos al universo cultural, político e
histórico de su isla de origen.
La narrativa de Danticat se inscribe dentro de lo que en Estados Unidos se denomina
como literatura étnica, la cual incluye las producciones de los miembros de culturas
minoritarias en el ámbito norteamericano. Dentro de esta categoría juega un rol muy
importante la literatura producida por los migrantes de origen caribeño. La migración
caribeña a Estados Unidos ha ido adquiriendo, desde los años 30 del siglo XX, una importancia cada vez mayor. Pero es sobre todo a partir de las últimas décadas de este siglo
cuando se observa un aumento muy significativo de estos flujos migracionales.
Un rasgo característico de las nuevas oleadas migratorias en dirección a Norteamérica es el incremento en la proporción de mujeres que dejan sus países de origen. Esto se
explica, en gran parte, por las crecientes dificultades que ellas tienen para mantenerse a
sí mismas y a sus familias en el Caribe, así como por la mayor demanda de trabajadoras
para el sector servicios en el país de destino (Edmonson 1999). Esta migración, de carácter económico aunque atravesada muchas veces por motivos políticos, no cuenta en
el imaginario caribeño con el mismo prestigio intelectual que el exilio metropolitano en
el que se formó la primera generación de escritores de la región (sobre todo de las Indias
Occidentales). La migración a Estados Unidos está asociada principalmente al trabajo
físico de personas que por lo general carecen de formación profesional. Sin embargo,
desde los años 60 y en especial a partir de la década del 80 han aparecido importantes
obras de escritoras caribeñas residentes en Norteamérica, que dan cuenta tanto de las
experiencias personales de sus autoras como de su esfuerzo por explorar en las complejas
realidades de sus países de origen y de acogida.
La lectura de Palabras, ojos, memoria que propongo en el presente artículo busca mostrar de qué manera esta escritora de origen haitiano ficcionaliza sus propias experiencias
de migración y confrontación a distintos universos culturales. En esta ficcionalización
llama la atención la relevancia que tiene la madre y en general las mujeres de la familia
en el proceso de subjetivación de la protagonista. Este proceso está fuertemente marcado por una búsqueda de autonomía que le permita a aquella conservar la memoria
y la estrecha relación con el linaje materno, sin por ello seguir reproduciendo prácticas
ancestrales que resultan profundamente dolorosas para las mujeres.
2
Edwidge Danticat (nacida en Puerto Príncipe, Haití, en 1969) empezó a escribir y publicar a temprana edad,
destacándose entre sus libros la colección de cuentos Krik? Krak! (1995), y las novelas The Farming of Bones
(1998), Breath, Eyes, Memory (1994) y The Dew Breaker (2005).
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La partida
Sophie Caco, narradora protagonista de Palabras, ojos, memoria, parte a la edad de doce
años de Haití a Nueva York, donde se reúne con una madre a la que prácticamente no
conoce y con quien debe empezar a convivir en un nuevo país. En esta novela, Sophie
reconstruye la historia de su vida en Haití y posteriormente en Estados Unidos. Sin embargo, pese al impacto indudable que tiene en la vida de Sophie el traslado a Nueva York,
esta ciudad, sus habitantes, su lengua y su cultura, juegan un rol muy secundario en el
desarrollo de la personalidad de la protagonista. Como señalé anteriormente, el eje de
este proceso está conformado por la relación de Sophie con su madre y las otras mujeres
de su familia, así como por la reflexión en torno a las tradiciones que han marcado su
vida y la de otras haitianas.
La mañana posterior a la llegada a Nueva York es descrita por la narradora de Palabras
en los siguientes términos:
El sol me hirió los ojos al atravesar las cortinas. Escurrí mi mano de entre la
suya [la de la madre] para ir al cuarto de baño. Noté con sorpresa que el linóleo
estaba templado. Me miré los ojos enrojecidos en el espejo mientras me echaba agua fría en la cara. Unos ojos nuevos parecieron devolverme la mirada. Una
cara completamente nueva. Alguien que en un solo día había envejecido, como si
hubiera viajado en una máquina del tiempo, y no en avión. Bienvenida a Nueva
York, parecía decirme aquella cara. Acepta tu nueva vida. Da la bienvenida a
ese reto, igual que uno da la bienvenida al nuevo día. No en vano era hija de
mi madre y había sido criada por tía Atie. (1998:54; la cursiva es mía)3
Esta escena presenta el traslado hacia Estados Unidos como un momento de quiebre,
que instala a la narradora en una situación totalmente nueva, que la hace sentirse extraña
aun consigo misma. Este desafío se plantea, además, en pleno inicio de la adolescencia de la protagonista, etapa que de por sí entraña profundos cambios, interrogantes
y búsquedas identitarias. La sensación de extrañeza naturalmente se ve agudizada por
lo intempestivo del traslado (no pasaron más de un par de semanas desde que la tía le
anunció que su madre la había mandado buscar y el viaje definitivo) y por el hecho de no
tratarse, en ningún caso, de una decisión que ella hubiera tomado en forma autónoma
y voluntaria.
La escena reproducida en la cita anterior constituye el punto de partida de las reflexiones que me propongo desarrollar a partir de la lectura de Palabras, ojos, memoria.
3
En adelante, las citas de la obra estudiada se señalarán únicamente con el año de publicación (1998) de la obra
traducida al español por Damián Alou y el número de página correspondiente.
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Me interesa profundizar en el rol que juega la distancia impuesta por la migración en la
constitución de la subjetividad de la protagonista de este texto. En su relato, el momento
de la migración aparece como un elemento bisagra en su vida, que a la vez de producir
un quiebre profundo entre el pasado caribeño y el presente en Estados Unidos, también
actúa como punto de conexión entre lo que se fue, se dejó de ser y se aspira a ser en el
futuro. Este momento migratorio —me refiero con momento principalmente a la escena citada, que condensa ejemplarmente la radicalidad de la experiencia vivida— lleva la
marca de la madre, figura que suele jugar un papel central en el desarrollo de las adolescentes. En las situaciones de migración que, como en el caso de estas narrativas, ponen
en contacto universos culturales de sociedades más tradicionales con los de una sociedad
liberal como la norteamericana, las madres aparecen como las encargadas de garantizar la
continuidad de las tradiciones de origen. De esta manera, el conflicto generacional que
habitualmente se produce entre madres e hijas adolescentes se ve agudizado por las distintas formas de socialización cultural que convergen en las hijas. La relación de Sophie
con su madre, y la reflexión en torno a la relación madre-hija en general, ocupa un lugar
central en la novela de Danticat y constituye uno de los principales aspectos que analizo
en el presente trabajo.
El otro punto que me interesa tratar tiene que ver con el rol que juegan el país de origen y el de llegada en los procesos de construcción identitaria de la protagonista. Quiero
mostrar, a partir del análisis de la estructura de la novela y de sus personajes, cómo el
universo cultural norteamericano es importante sólo en la medida en que permite una
mirada que se vuelve sobre el mundo de origen desde una distancia que favorece la
reflexión. En esta novela, la cultura estadounidense no constituye más que un tenue
trasfondo que por momentos actúa como contraste o contrapunto para las experiencias
haitianas que conforman prácticamente la totalidad del mundo representado. Sin embargo, postulo que las omisiones y elipsis relacionadas con la experiencia norteamericana
de Sophie también pueden ser objeto de interpretación en función del contexto ideológico en el que se produce la enunciación.
Las pruebas de Sophie
Al mirarse al espejo al día siguiente a su llegada a Nueva York, Sophie Caco invoca a
su madre y a su tía Atie —la madre biológica y la que la crió, respectivamente— como
modelos de fuerza y capacidad de enfrentar desafíos: “Acepta tu nueva vida. Da la bienvenida a ese reto, igual que uno da la bienvenida al nuevo día. No en vano era hija de
mi madre y había sido criada por tía Atie” (1998:54). Lo curioso es que, si bien esta cita
sugiere una aceptación por parte de Sophie de los roles jugados por su madre y su tía,
apareciendo ambas como referentes centrales, la verdad es que en ese momento de su
historia apenas conoce a su madre (sólo la ha visto la noche anterior, a la llegada a Nueva
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York) y es a la tía a quien se siente más ligada afectivamente. El conflicto entre estas dos
figuras maternas aparece expresado en forma clara en la escena con que se abre el libro,
en la cual Sophie y su tía Atie discuten en Haití porque la primera le quiere entregar a su
tía una tarjeta por el día de la madre. Esta rechaza la tarjeta argumentando que la legítima destinataria no es ella sino la madre real de Sophie, quien acaba de enviar el dinero
y el pasaje para que su hija se traslade a Nueva York. El poema escrito por Sophie en la
tarjeta remite a esa imagen de fuerza y resistencia buscada en estas figuras maternas:
Mi madre es un narciso,
Igual de fuerte y flexible.
Mi madre es un narciso,
Pero en el viento, fuerte como el hierro.
(1998:38)
Sin embargo, crecer, dejar atrás la niñez, implica también aceptar la humanidad y
fragilidad de quienes durante la infancia parecieron omnipotentes. Para Sophie, la madre era un ser abstracto y poderoso que desde Nueva York enviaba casetes con su voz y
dinero para que ella, su tía y su abuela pudieran vivir mucho mejor que sus compatriotas
del mismo origen social (una familia campesina, de trabajadores de la caña). La tía era la
figura cercana, protectora, cariñosa, siempre atenta a sus necesidades. Madre proveedora
y madre nutricia, fantasmagórica y fantaseada una, real y sólida la segunda. Este es el
pasado que antecede a la historia narrada en la novela. La obra parte cuando todo ese
mundo está dejando de existir, cuando Sophie, ya en Nueva York, descubre los secretos
relacionados con su origen y las pesadillas y terrores que estos han dejado inscritos en el
cuerpo de su madre. Más adelante, a su regreso a Haití, verá a su tía Atie alcoholizada
sufriendo de desamor.
La palabra y la memoria, como sugiere el título de la novela, son centrales en la vida
de los haitianos y también, por supuesto, en la de Sophie. El texto no sólo alberga en su
interior las voces de la tradición oral, los cuentos que Sophie escuchó de su abuela, su
tía y otras mujeres, y que va recuperando en distintos momentos de su vida. El texto,
además, da cuenta de cómo somos en función tanto de la historia de nosotros mismos
que vamos construyendo a lo largo de nuestra vida, como de los relatos que los otros
significativos4 nos ofrecen con respecto a nuestra existencia. Uno de los relatos fundamentales en toda historia, personal y colectiva, es el que dice relación con el origen. En
este sentido, la llegada de Sophie a Nueva York es también el arribo a un nuevo relato en
relación con su historia personal:
4
El concepto de otros significativos es de George Mead y refiere a la principal fuente de juicios y valoraciones
que el sujeto internaliza a lo largo de su infancia y vida posterior en el proceso de construcción de su autoimagen (ver Larraín 2001).
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—¿No te contó tía Atie como naciste? [le pregunta su madre a Sophie]
De la tristeza de su voz deduje que yo no había nacido de un pedazo de cielo y
pétalos de flores, tal como le gustaba contarme a tía Atie, sino de una manera
mucho menos poética.
—No entraré en detalles —dijo—. Pero ocurrió así. Iba por el camino y un
hombre me agarró, me metió en un cañal y te puso en mi cuerpo. Por entonces
yo aún era joven, no mucho mayor que tú.
No quise averiguar más. Una parte de mí no entendía aquella historia. Casi
todo mi ser se negaba a entenderla.
—Creía que tía Atie te lo había contado. No conocía a ese hombre. Jamás le vi
la cara. Cuando me hizo eso la llevaba tapada. Pero cuando te miro a la cara sé
que es verdad lo que suele decirse. Los hijos que nacen fuera del matrimonio
siempre se parecen a su padre. (1998:65-66)
Si bien la historia de Sophie es narrada en orden cronológico, los acontecimientos
del pasado que inciden sobre el desarrollo de su vida aparecen en forma fragmentada y
dispersa a lo largo del texto. Su reconstrucción e integración en la línea del relato principal enriquece y permite entender los desarrollos principales al interior de este. Así, en
el pasado de Sophie está la violación de su madre por un desconocido —probablemente
un tonton macoute, o por lo menos eso es lo que piensa Sophie cuando vuelve a Haití y es
testigo de la violencia indiscriminada y brutal que la ex guardia de Duvalier ejerce sobre
los habitantes del país—, cuyas consecuencias son la concepción de Sophie y la locura que
perseguirá a Martine (la madre) a lo largo de su vida. Después de tener a Sophie, y de haber intentado suicidarse durante y después de finalizado el embarazo, Martine se marchó
a Nueva York, dejando a su hija a cargo de su hermana. Allá trabajó muy duramente en el
sector servicios, que es el que ocupa a la mayor parte de los migrantes haitianos. Gracias a
la ayuda de un abogado haitiano, que terminó por convertirse en su pareja, Martine logró
salir de la situación de ilegal y pudo empezar a programar la llegada de su hija. Poco antes
del arribo de Sophie, tuvo un cáncer a raíz del cual debieron amputarle ambas mamas.
Así, cuando Sophie llega a Nueva York se encuentra con una madre extremadamente
delgada y agotada, perseguida cada una de sus noches por pesadillas horribles que la hacen gritar y temblar en sueños. Cada vez que esto ocurre, Sophie la despierta y Martine
le agradece por haber salvado su vida. Esta complicidad nocturna entre madre e hija
sustenta en gran medida la cotidianidad que comparten durante el día. Pero el vínculo
de afecto y protección se triza cuando Sophie se enamora por primera vez y Martine, al
saber que un hombre ronda la vida de su hija, empieza a hacerle la prueba a la que han
sido sometidas, generación tras generación, las mujeres de su cultura:
—Cuando yo era pequeña [le cuenta la madre a Sophie], mi madre solía comprobar si seguíamos siendo vírgenes. Llevaba un dedo a nuestras partes íntimas
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y comprobaba si podía meterlo o no. Tu tía Atie aborrecía ese método. Chillaba como un cerdo en el matadero. A mi madre la educaron en la creencia
que debía hacer esa prueba hasta que la hija se casara. Era su responsabilidad
procurar que siguiera siendo pura. (1998:65; cursiva en el original)
Así como su madre se lo hizo a ella hasta el día en que fue violada, Martine empieza
a probar todas las noches a su hija. Si en el contexto haitiano esta práctica es aborrecida
por las hijas que se ven sometidas a ella, practicada en el marco de una vida que se desarrolla en Estados Unidos resulta aún más chocante, dado que el contexto más liberal
destaca su carácter violento y represivo. En la reproducción por parte de la madre de una
tradición que ella misma experimentó como violenta, reconocemos el mecanismo de
conservación y perpetuación de un dominio patriarcal que apela al control materno para
consolidarse.5 El control del cuerpo y de la sexualidad de las hijas es encomendado a las
progenitoras, quienes asumen la responsabilidad de controlar la pureza de sus hijas hasta
el momento en que el padre las entrega formalmente a otro hombre. Circulación de
mujeres entre hombres, como diría Lévi-Strauss, con anuencia de las madres encargadas
de garantizar la ‘calidad del producto’ que permite construir y estabilizar las relaciones
patriarcales.
En la literatura escrita por mujeres caribeñas migrantes, la madre suele asumir una
doble tarea: la de preservar las costumbres y tradiciones propias de la sociedad de origen
y la de impulsar a las hijas a estudiar y progresar en la sociedad de llegada. Si bien desde
fuera estos mandatos pueden parecer contradictorios —en tanto es difícil pensar en un
camino de integración que sólo implique la educación formal y el éxito profesional sin
incidir sobre los modos de vida y la construcción de la subjetividad—, muchas madres
emprenden grandes luchas por conseguir ese doble objetivo en su vida de migrantes. El
éxito de las hijas es tomado como un logro personal, ya que en gran parte son sus propios
sacrificios y su control sobre la vida de las hijas lo que garantizaría que estas sigan un
camino de superación social.
En la novela de Danticat, la prueba que le realiza su madre todas las noches se convierte en un verdadero trauma para Sophie. Así como en la vida de su madre un único
5
La escritora chicana Gloria Anzaldúa plantea para el ámbito cultural la siguiente división del trabajo entre
hombres y mujeres: “La cultura da forma a nuestras creencias. Nosotros percibimos la versión de la realidad
que ésta comunica. Los paradigmas dominantes, los conceptos predefinidos que existen como si no pudieran
ser cuestionados ni desafiados, nos son transmitidos a través de la cultura. La cultura es creada por aquellos en
el poder —los hombres. Los hombres hacen las reglas y las leyes; las mujeres las transmiten. ¿Cuántas veces he
escuchado a madres y suegras decirle a sus hijos que golpeen a sus mujeres por no obedecerlos, por ser hociconas, por ser callejeras, por esperar de sus esposos que las ayuden a criar los hijos y hacer las tareas domésticas,
por no querer ser sólo amas de casa?” (1999:38). La traducción de la cita es mía; en cursivas destaco aquellas
palabras que figuran en español en el original (omito la explicación en inglés que aparece entre paréntesis en
el texto).
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acto de brutal violencia (la violación) puso término a la cotidiana violencia de la prueba
materna, Sophie decide autoinfligirse una también brutal ruptura de himen para verse
liberada del control de todos los días:
Me sentía sola y desesperada, como si ya no existiera razón para existir. Fui a la
cocina y busqué en la alacena el mortero y la maja que utilizábamos para moler
las especias. Me llevé la maja a la cama y la apreté contra el pecho. […]
Apreté la maja y la carne se desgarró. Veía la sangre goteando sobre la sábana.
Cogí la maja y la sábana ensangrentada y los metí en una bolsa. Había desaparecido el velo que hacía retroceder el dedo de mi madre cada vez que me
hacía la prueba.
Me temblaba todo el cuerpo cuando mi madre entró en mi habitación para
hacerme la prueba. Tenía las piernas casi inertes cuando las separó. Me dolía
tanto que apenas podía moverme. Naturalmente, no pasé la prueba.
Mi madre me agarró por un brazo y me sacó de la cama. Se la veía serena,
resignada a la cólera.
—Vete —dijo con lágrimas en los ojos. Cogió mis libros y mi ropa y me los
arrojó—. Vete con él, a ver qué puede hacer por ti. (1998:90-91)
Después de esta expulsión, Sophie cruza a la casa de su novio, Joseph, y le anuncia
que está lista para contraer matrimonio con él. Joseph es un músico afroamericano de
la edad de Martine, a quien Sophie conoce cuando con su madre logran mudarse a una
mejor casa. Un aspecto muy destacable de esta novela —que en mi opinión expresa la
singular maestría de Danticat para tratar diversos temas muy complejos sin caer ni en la
generalización ni en la caricatura— es que los personajes masculinos concretos (Joseph y
Marc, el novio de la madre de Sophie) son hombres especialmente sensibles, acogedores
y comprensivos. Claramente son personajes que existen en función de su relación con
las mujeres de la historia, es decir, no tienen un desarrollo propio a lo largo de la trama.
Pero lo interesante es cómo en el marco de una fuerte denuncia de sociedades machistas,
la novela muestra que no se trata de un problema de hombres particulares —que aparecen retratados escueta pero muy positivamente— sino de construcciones culturales muy
sólidas que son reproducidas por todos los miembros de la sociedad (en estos casos sobre
todo por las madres).
Con la salida de Sophie de su casa termina la segunda parte del libro, que está dividido en cuatro apartados y treinta y tres capítulos. La tercera parte se inicia con Sophie
en Haití, mientras viaja en un bus con su hija bebé en brazos. Es la primera vez que
retorna a su país, donde se reencuentra con su tía Atie, su abuela y la gente del pueblo.
Una vez más, son retazos de conversación y escuetas alusiones los que le permiten al
lector entrever los motivos del viaje de Sophie. Está en Haití con su hija para tomarse un
tiempo de reflexión y descanso, pues su relación matrimonial se está viendo afectada por
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sus problemas sexuales. Luego de la autopenetración que se inflingió, tuvo que ser conducida a un hospital y nunca más pudo tener sexo sin miedo y dolor. El trauma sufrido
se expresa también en el desarrollo de una bulimia y en el rechazo de su propio cuerpo,
que siente deformado después del embarazo. En esta difícil constelación, decidió partir
secretamente a Haití con su hija, aprovechando una de las giras musicales de Joseph. Los
diálogos que establece Sophie con su abuela y su tía revelan el motivo profundo de este
viaje: confrontar y tratar de entender por qué las mujeres de su familia, de su pueblo,
de su país continúan con una tradición tan infame como la de la prueba de virginidad.
No sólo se trata de arreglar cuentas con el pasado; lo que busca Sophie, principalmente,
es evitar ser ella misma un eslabón más en esta cadena. Busca proteger a su hija de ser
sometida por ella, en el futuro, a esta práctica ancestral.
La historia continúa, se acelera, aumenta la carga dramática sin que se pierda el tono
contenido y comedido que caracteriza la escritura de Danticat. Al saber por su madre
que Sophie está en Haití, Martine, que no había querido responder ni las llamadas ni
las cartas de su hija desde que se fue de su casa, decide viajar a Haití. Ahí las pesadillas
nocturnas la persiguen y atormentan aún más que en Nueva York, por lo que decide
quedarse sólo por tres días, para tener tiempo de organizar el futuro entierro de su madre
y reencontrarse con Sophie. Juntas vuelven a Nueva York, donde buscan establecer una
nueva relación. Pero una vez ahí, Martine queda embarazada, lo que la lleva a tener cada
vez más alucinaciones y a penetrar aceleradamente en el temido terreno de la locura.
Pese a que ya había decidido abortar, tiene antes una alucinación que la lleva a atacar
con un cuchillo al bebé que crece en su interior. La novela termina con el viaje de Sophie y Marc a Haití para enterrar a Martine en su tierra. Después del entierro, Sophie
se atreve por primera vez a adentrarse en un cañaveral, lugar en el que fue violada su
madre. Ya ahí, en una escena de evidentes connotaciones fálicas, Sophie la emprende a
golpes contra las cañas: “me quité los zapatos y comencé a golpear un tallo. Le pegué y le
pegué hasta que comenzó a doblarse. Lo empujé hasta el suelo, pero se me escapó y me
golpeó el hombro. Entonces me puse a tirar de él, arrancándolo del suelo. Me sangraba
la palma de la mano” (1998:224). Aunque todos los testigos buscan detener a Sophie,
la abuela consigue detenerlos a ellos y desde la distancia le grita a su nieta: “Ou libére?,
eres libre? Tía Atie se hacía eco de ese grito, la voz temblorosa por los sollozos. —Ou
libére! ” (1998:224).
¿Por dónde pasa la liberación? ¿Qué termina y que comienza para Sophie en este nuevo retorno a Haití? Una vez más remito al título del libro, que parece sugerir que son las
palabras, los ojos y la memoria los que nos pueden guiar hacia mejores formas de construir nuestra vida, hacia la reconciliación con los traumas del pasado. En Nueva York,
en el lapso que transcurre entre su primer viaje-escape a Haití y el traslado definitivo del
cuerpo de su madre, Sophie visita a su terapeuta y participa de un grupo de fobia sexual.
De las conversaciones con la primera y de los rituales practicados con aquel grupo, se
desprende que el camino de la sanación pasa por una vuelta hacia el pasado, el cual es
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necesario enfrentar con palabras capaces de nombrar las atrocidades, con ojos capaces
de visualizar lo que por no tener rostro ejerce un poder que no parece admitir confrontación. Se trata, en primer lugar, de encarar el trauma original, que puebla de pesadillas
las noches de la madre y la hija: la violación de la primera entre las cañas por un hombre
cuyo rostro nunca pudo ver. La culpa de la hija por no parecerse a nadie de su familia,
por llevar en su cara las marcas del violador y sentirse responsable del sufrimiento de su
madre. Se trata también de poder reconocer que el daño no proviene sólo de fuera, que
la violencia también se ejerce en casa y es transmitida como práctica incuestionada de
generación en generación. Y, pese a eso, pese al dolor, ser capaz de amar sin negar, de
identificarse con las figuras femeninas y atreverse a romper con lo que no debiera, nunca
más, volver a afectar a una mujer.
La última página de Palabras, ojos, memoria muestra de forma ejemplar el lirismo
y la profundidad de la escritura de Danticat y condensa poéticamente lo que traté de
expresar en el párrafo anterior:
Siempre hay un lugar donde las mujeres viven cerca de árboles que, al soplar
el viento, suenan como música. Estas mujeres les cuentan historias a sus hijos,
para que disfruten, y también para asustarles. Estas mujeres son linternas que
se agitan en las colinas, las luciérnagas de la noche, las caras que se ciernen
sobre ti y recrean los mismos actos impronunciables que han vivido. Siempre
hay un lugar en que las pesadillas pasan de generación en generación como
reliquias. Donde las mujeres, como cardenales, regresan para verse la cara en
el agua estancada.
Vengo de un lugar donde la palabra, los ojos y la memoria son uno, un lugar
donde llevas tu pasado como los cabellos en la cabeza. Donde las mujeres vuelven a sus hijos en forma de mariposas o de lágrimas en los ojos de las estatuas
a las que rezan sus hijas. Mi madre fue tan valiente como las estrellas al alba.
Ella también procedía de este lugar. Mi madre fue como esa mujer que no
podía parar de sangrar, la que cedió a su dolor para vivir como mariposa. Sí,
mi madre fue como yo.
Desde el interior del cañal, hice todo lo que pude para decírselo, pero las palabras no me salían. Mi abuela se me acercó y me puso la mano en el hombro.
—Escucha. Escucha antes de que pase. Paròl gin pié zel. Las palabras pueden darle alas a tus pies. Hay mucho que decir, pero ya no te queda tiempo
—dijo—. Hay un lugar en el que se entierra a las mujeres con ropas de color
de fuego, donde se echa café en el suelo para aquellos que se nos adelantaron,
donde la hija no es del todo mujer hasta que su madre ha pasado a mejor
vida. Siempre hay un lugar donde, si escuchas la noche atentamente, oirás a
tu madre contar una historia, y cuando acabe te preguntará: “Ou libére? ¿Eres
libre, hija mía?”.
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Rápidamente mi abuela me puso un dedo en los labios.
—Ahora —dijo—, ya sabrás cómo responder. (1998:225)
Con la mirada vuelta hacia Haití
Llama la atención la relevancia que tiene Haití en la obra de Danticat. Si uno considera
que la autora migró a los doce años de su país, vivió toda su adolescencia y juventud
en los Estados Unidos y se sirve del inglés como idioma de escritura, asombra también
que este nuevo país aparezca tan escasamente representado en su narrativa. A diferencia
de otras escritoras de origen caribeño que viven allí, muchas de las cuales dedican gran
parte de su obra al tema del contacto y los encuentros/desencuentros entre culturas, en
el caso de Danticat sólo un pequeño volumen, titulado Behind the Mountains (2002) y
orientado a un público adolescente, se detiene sobre el tema de la adaptación en el nuevo
país, aunque siempre con el énfasis puesto sobre la cultura haitiana.
En el mundo representado en Palabras destacan, como vimos en el apartado anterior,
las reflexiones en torno a la relación madre-hija y al rol de las tradiciones culturales, algunas de las cuales son valoradas muy positivamente y otras son fuertemente cuestionadas.
No es fácil distinguir y oponer los aspectos positivos y los negativos; ambos suelen estar
encarnados en los mismos personajes, que aparecen así en toda su complejidad y humanidad. Es el caso, por ejemplo, de la abuela de Sophie, quien pese a la gran sabiduría
que muestra en distintas situaciones, también ha servido de eslabón en la cadena que
mantiene vigente la costumbre de probar la virginidad de las hijas. No se trata, entonces,
de culpar a personas individuales y responsabilizarlas por sufrimientos que ellas mismas
han sufrido, sino más bien de reconocer las estructuras que operan para estabilizar y
reproducir las prácticas machistas.
El otro aspecto que destaca al interior del mundo representado se relaciona con la
violencia imperante en Haití. Esta violencia asume distintas formas, desde la pobreza
y la falta de oportunidades que marca la vida de la mayor parte de la población, hasta
la más evidente y brutal impuesta por los tonton macoutes, que circulan por el pueblo
de Sophie e imponen el terror entre sus habitantes. En diversas partes de la novela se
evidencia la relación que existe entre el caos, la impunidad política y la falta de oportunidades y los deseos/necesidad de los haitianos de salir del país. La misma emigración
de Martine, que podría ser vivida por Sophie como un abandono que duró demasiados
años, asume un cariz distinto si se lo observa, primero a la luz de su trauma personal y,
segundo, en el marco de una situación social de carácter expulsivo. En consonancia con
el estilo de la novela, estas reflexiones no son desarrolladas in extenso por la narradora,
sino que aparecen condensadas, con una gran fuerza expresiva, en frases como esta:
“—Venimos de un lugar —dijo mi madre— en el que en un instante puedes perder a tu
padre y todos los demás sueños” (1998:161).
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En Palabras, ojos, memoria la organización del texto revela claramente la señalada
focalización de la narración sobre las experiencias de la protagonista que dicen relación
con su país de origen. Si bien la novela reconstruye la vida de Sophie desde sus doce
hasta sus diecinueve o veinte años, en realidad sólo se detiene sobre los momentos de
su vida que están más estrechamente relacionados con Haití: los primeros capítulos se
dedican a su vida antes de la emigración, luego unos pocos a su encuentro con su madre
en Nueva York (en que el mundo representado, como veremos, no deja de ser haitiano),
centrándose los últimos restantes principalmente en los viajes de retorno a Haití. Los
seis años que transcurren entre el final del primer apartado y el comienzo del segundo
son presentados en forma resumida en una página. Son los años de la escolaridad y los
del aprendizaje del inglés, a los cuales, sin embargo, no se les dedica más espacio que el
señalado. Para la reflexión que busco desarrollar acá lo más importante es la forma en
que la narradora describe en forma condensada su experiencia escolar:
Jamás se lo dije a mi madre, pero aborrecía la Institución Bilingüe Maranatha.
Era como si jamás me hubiese ido de Haití. Todas las clases eran en francés,
excepto las de gramática y literatura inglesas. Fuera de la escuela, éramos los
“gabachos” [the Frenchies, en el original], encogidos en nuestros uniformes
imitación-de-escuela-católica mientras los estudiantes de las escuelas públicas del otro lado de la calle nos llamaban “balseros” y apestosos “haitianos”.
(1998:70)
En el caso de los migrantes que llegan a Estados Unidos durante la niñez o la adolescencia, la escuela suele ser el principal lugar de socialización en la nueva cultura: lugar de
aprendizaje del nuevo idioma, de construcción de vínculos con miembros de distintos
medios y culturas, etc. No es para nada un proceso fácil. Los niños migrantes suelen sufrir las burlas y la discriminación de sus compañeros, hasta que empiezan a manejar mejor la lengua, los códigos de relación y son capaces, ellos mismos, de reírse de los recién
llegados.6 Suele suceder, sin embargo, que los recién llegados se van integrando —aun
cuando en un principio puedan ser rechazados— a los grupos conformados por sus pares
étnicos, raciales, nacionales o culturales. En este sentido, el hecho de que Sophie vaya a
un colegio para haitianos forma parte de una lógica de organización social que contribuye más a la segregación de los migrantes que a una incorporación más igualitaria. Esta
segregación es favorecida tanto por la estructura de la sociedad a la que llegan, como
6
Se observa en estos procesos un mecanismo de reproducción de conductas sufridas que puede ser equiparado
a lo discutido anteriormente con respecto a las madres y las pruebas a las que someten a sus hijas. Es asimismo
lo que se observa en relación a los niños golpeados y su tendencia a repetir, ya de adultos, la misma conducta
con sus niños. Por eso resulta tan importante la búsqueda de la protagonista, orientada a romper esos ciclos
de reproducción de la violencia.
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por la necesidad estratégica de conformar comunidades de migrantes y escuelas propias
que los protejan de la fuerte discriminación de la que son víctimas. En el caso de los
haitianos las experiencias de discriminación y racismo son especialmente fuertes. Sophie
es advertida de esto desde el primer día por su madre:
Mi madre dijo que era importante que aprendiera inglés en seguida. De lo
contrario, los estudiantes nativos se reirían de mí, o, peor aún, me pegarían.
Otras madres que trabajaban en el mismo hospital que ella le habían dicho
que en la escuela sus hijos se peleaban porque se les acusaba de tener OCH:
Olor Corporal Haitiano. Muchos niños incluso eran acusados de tener sida,
pues habían oído por televisión que sólo las “cuatro haches” cogían el sida:
heroinómanos, hemofílicos, homosexuales y haitianos. (1998:56)
¿Es de extrañar, en este contexto, que finalmente Sophie vaya a un colegio para
haitianos, donde la madre puede esperar que sea menos maltratada que en uno público
norteamericano? También es comprensible, por otra parte, que Sophie haya sentido que
estar en ese colegio era como quedar suspendida en una tierra de nadie: ni Haití ni Estados Unidos, sino un espacio intermedio, indefinido, que no favorecía ni la integración
ni se parecía a un retorno real.
Las únicas escenas del libro que se desarrollan en la ciudad de Nueva York dan cuenta de cómo las comunidades de migrantes viven entre sí, lo cual tiene una dimensión
positiva de posibilidad de apoyo mutuo pero también la negativa del aislamiento de los
guetos (cuya constitución suele ser favorecida por las políticas públicas).7 Es interesante
detenerse un momento en el Nueva York que encuentra Sophie a su llegada y en sus
primeros paseos con su madre por la ciudad. En el trayecto nocturno del aeropuerto a
su nueva casa, lo único que logra distinguir son calles mal iluminadas y sucias; en una
de las esquinas del camino debieron esquivar las latas que unos jóvenes les tiraban a los
autos que pasaban. Al día siguiente, su primera observación con respecto al barrio en
que vive con su madre es que le recuerda al pueblo donde vivía en Haití. Los lugares a
los cuales se dirigen tienen nombres haitianos y están abarrotados por sus compatriotas
(entre ellos, el Haiti Express, lugar desde donde Martine enviaba las remesas y casetes a
su hija); los puestos donde compran son de haitianos, luego van a comer a un local de
comida haitiana; en toda una jornada en Nueva York no hay una sola observación que
sugiera que se está en esa ciudad (y no en Haití), ni alguna situación en la que el idioma
de comunicación no sea el creole.
La madre de Sophie trabajaba de día lavando a ancianos en un hospital y de noche
cuidando a una anciana en su casa. Las otras trabajadoras del hospital eran casi todas
7
En su libro Parias urbanos, Wacquant (2001) muestra cómo las políticas norteamericanas de las décadas de los
80 y 90 han tendido a favorecer la polarización urbana y la configuración de estructuras de guetos.
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haitianas como ella. Estas mujeres conforman lo que Saskia Sassen denomina “la cara
oculta de la globalización” (2003:29),8 es decir, todo ese contingente humano que migra
hacia los nuevos centros de la economía mundial, que lo ocupa básicamente en empleos
mal renumerados en el sector servicios. Las ciudades globales como Nueva York —que
constituyen los nuevos centros que concentran y administran el poder financiero— tienden a desarrollar una estructura dual, de ricos y pobres con una escasa clase media (la
cual se ha ido debilitando con la crisis de los sectores industrial y de manufacturas).
La ciudad se ve escindida y fragmentada en función de la capacidad adquisitiva de los
habitantes de sus distintos sectores, conformándose en su interior verdaderos guetos de
haitianos, puertorriqueños, afroamericanos, jamaiquinos, dominicanos, etc.
El escenario urbano que presenta Danticat en la novela que analizo encuentra una
clara correspondencia a nivel de los personajes que construye el texto. Es decir, así como
las calles de Nueva York por la que ella y su madre transitan tienen poco o nada que ver
con la imagen de ciudad norteamericana moderna y desarrollada, las personas con las
que se relaciona tampoco guardan mucha relación con lo que estamos habituados a considerar como el norteamericano promedio: el típico WASP (blanco, anglosajón y protestante). El único personaje de origen y nacionalidad norteamericana es Joseph, quien es
afroamericano y destaca, en su encuentro con Sophie, que él también habla una forma
de creole (de Louisiana) y es parte de la diáspora africana. Probablemente la terapeuta de
Sophie, descrita como “una despampanante mujer negra que oficiaba también de sacerdotisa iniciada en la santería” (1998:199), también sea afroamericana, aunque esto no
se explicita. Los otros personajes que encuentra en su vida en Estados Unidos son todos
migrantes y pertenecen a alguna minoría étnica: la pediatra de su hija es de la India y las
mujeres que conforman su grupo de fobia sexual son una etíope, una chicana y ella.
Si bien la novela de Danticat está volcada principalmente sobre el mundo haitiano, el
cual convoca la mayor parte de las reflexiones y al cual se refieren los principales sentidos
que surgen en la lectura, las elipsis y los silencios con respecto al mundo norteamericano
también son significativos. En un contexto en que los principales debates filosóficos,
sociológicos, políticos, etc., se centran en torno a los conceptos del multiculturalismo e
imponen las nociones de lo políticamente correcto, y en el que, por otra parte, el mercado
acumula ganancias a través del recurso a la diferencia y a la comercialización de productos étnicos (las mismas novelas de Danticat entran dentro de esta categoría), mostrar el
8
“Pienso que hay representaciones de la globalidad que no han sido reconocidas como tales o que son representaciones discutidas. Estas representaciones incluyen la inmigración y sus ambientes culturales asociados, a
menudo agrupados bajo la noción de etnicidad. Aquello que aún narramos en el lenguaje de la inmigración
y la etnicidad, diría, es en realidad una serie de procesos relacionados con la globalización de la actividad
económica, de la actividad cultural y de la formación de la identidad. Demasiado a menudo, la inmigración
y la etnicidad son constituidos como ‘otredades’ Entenderlas como una serie de procesos por los cuales los
elementos globales son localizados, los mercados internacionales de trabajo son constituidos y las culturas de
todo el mundo son desterritorializadas y reterritorializadas las coloca justo allí, en el centro, junto a la internacionalización del capital, como un aspecto fundamental de la globalización” (Sassen 2003:29).
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aislamiento y la fragmentación de la comunidad haitiana y otros grupos minoritarios
desmitifican tanto la ya obsoleta imagen del melting pot norteamericano como el recurso
más actual a la idea de una sociedad multicultural. Salvo las dos escenas citadas en que se
hace referencia a la discriminación sufrida por los haitianos, la novela no se detiene especialmente sobre estas experiencias en la vida de Sophie. Por una parte, porque es claro que
sus mayores problemas y urgencias tienen que ver con su relación con su madre y las otras
mujeres de su familia, pero también porque ella entra en un circuito de relaciones e intercambios que se desenvuelve en forma marginal al mundo norteamericano hegemónico.
Algunas reflexiones finales
El proceso de construcción identitaria de Sophie Caco muestra la necesidad de diferenciar entre cultura e identidad. La tendencia a confundir e incluso a utilizar como
sinónimos ambos conceptos puede ser atribuida, según señala Jorge Larraín, al carácter
simbólico de los procesos a los que hacen referencia:
La relación entre cultura e identidad es entonces muy estrecha en cuanto ambas son construcciones simbólicas, pero no son la misma cosa. Mientras la
cultura es una estructura de significados incorporados en formas simbólicas a
través de los cuales los individuos se comunican, la identidad es un discurso o
narrativa sobre sí mismo construido en la interacción con otros mediante ese
patrón de significados culturales. Como dice Thompson, la identidad es un
proyecto simbólico que el individuo va construyendo a partir de los materiales
simbólicos disponibles. Mientras estudiar la cultura es estudiar las formas simbólicas, estudiar la identidad es estudiar la manera en que las formas simbólicas son movilizadas en la interacción para la construcción de una autoimagen,
de una narrativa personal. (Larraín 2003:100)
La cultura es entonces la herencia histórica, el repertorio de contenidos simbólicos con
los que el individuo se encuentra al nacer en un contexto sociohistórico determinado. La
identidad, por otra parte, refiere a la forma en que el individuo se va posicionando en relación con este acervo cultural. En el caso de Sophie, resulta evidente su fuerte compromiso
con la cultura haitiana, siendo su identificación con esta uno de los principales referentes
que organizan su identidad. Sin embargo, no asume todos sus contenidos y valores en
forma indiscriminada, sino que cuestiona aquellos que considera represivos y negativos.
Frente a prácticas como la de la prueba de virginidad, asume una actitud crítica activa,
ya que su preocupación central no es sólo superar el trauma que aquella significó para su
propia vida, sino también cuestionar la participación de las mujeres de su familia en esta
tradición y procurar no seguir ella misma aportando a su reproducción.
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El poder diferenciar entre lo que constituye la cultura en general y los posicionamientos que los sujetos toman al interior de esta, ha tenido una importancia central para
el desarrollo de los movimientos feministas y de homosexuales al interior de culturas étnicas o minoritarias (en Estados Unidos). Esta diferenciación permite reconocer que las
mujeres o los homosexuales (y todos aquellos que escapen a los patrones de normalidad
construidos por una cultura dada) pueden aportar a la lucha por mejorar las condiciones
de vida de sus comunidades y seguir siendo parte fundamental de ellas, aun cuando
critiquen y busquen transformar sus prácticas y discursos machistas y homofóbicos (Cfr.
Andalzúa 1999 y Moraga, Andalzúa 1981). De esta manera, la identidad de género y la
identidad sexual pasan a ser componentes esenciales dentro de la identidad cultural. Esto
evidencia el carácter dinámico y muchas veces conflictivo y tensionado de la construcción de identidades, tanto personales como colectivas.
La migración a un contexto cultural nuevo contribuye a incrementar el grado de
tensión muchas veces inherente a los procesos de construcción identitaria. La distancia
con respecto a la cultura de origen, así como la confrontación con patrones de conducta
y sistemas valóricos distintos, suele favorecer el cuestionamiento de aquello que hasta entonces se daba por naturalmente dado. Algunas construcciones jerárquicas rígidas
pueden debilitarse con el traslado, como en el caso de la relación de la mamá de Sophie
con un abogado haitiano, posible sólo en un contexto de migración: “En Haití [dice
Martine], no hubiera sido posible que alguien como Marc amara a alguien como yo. Es
de una familia muy importante. Su abuelo era francés” (1998:64). Liberados en parte
de las constricciones locales, cuyo carácter construido e histórico se hace más evidente a
partir del contacto con otras culturas, los sujetos migrantes se embarcan en procesos de
construcción identitaria en que necesariamente deben negociar entre los mandatos de la
comunidad de origen (que sigue existiendo y recreando las tradiciones en el caso de situaciones de diáspora como la haitiana) y los procesos de individualización que cada vez
adquieren una mayor profundidad en el contexto de la modernidad tardía. Una última
cita de Palabras puede ilustrar bastante bien esta tensión:
—¿Qué vas a estudiar en la universidad? [Joseph le pregunta a Sophie]
—Creo que medicina.
—¿Crees? ¿Es que no te gusta?
—Supongo que sí, que me gusta —dije.
—Cuando uno hace algo debe hacerlo con pasión.
—Mi madre dice que es importante que haya un médico en la familia.
—¿Y si no quisieras ser médico?
—Existe una diferencia entre lo que quiere una persona y lo que es bueno
para ella.
—Parece que estás citando palabras de otro —dijo.
—Es lo que dice mi madre.
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—¿Y qué le gustaría hacer a Sophie? —preguntó.
Había un problema. Sophie no estaba del todo segura. Nunca se había atrevido a soñar por sí misma.
—No estás segura, ¿verdad?
Descifraba incluso mis silencios.
—No hay nada malo en que tu futuro no esté en un mapa —dijo—. Así puedes ir donde la vida te lleve.
—Esa no es una manera de pensar muy haitiana, sino norteamericana.
—¿El qué?
—La idea de llevar una vida errante. (1998:75)
Más adelante nos encontramos con que Sophie ha estudiado para ser secretaria. No
es ni el camino del sueño materno —que espera que su hija sea la médica que ella no
pudo ser y se eleve por sobre su condición de mujer de servicio, realizando en parte el
sueño americano en su lugar— ni tampoco la gran elección de la pasión de la cual le
habla Joseph. Es, probablemente, lo que pudo hacer dadas sus condiciones reales de
vida, dentro de las cuales también se cuenta el ‘no haberse atrevido nunca a soñar por
sí misma’. Esa autonomía de sueño no es habitual para Haití, menos todavía para las
mujeres. Aun así, Sophie es capaz de desarrollar un grado de independencia y de fuerza
muy grandes en lo que respecta a enfrentar los caminos esperados para el desarrollo de
una mujer, cuestionando con firmeza el culto que en su comunidad se le rinde a la virginidad femenina.
Referencias bibliográficas
Anzaldúa, Gloria, 1999. “Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan”. Borderlands. La
Frontera. San Francisco: Aunt Lute Books.
Danticat, Edwidge, 1998. Palabras, ojos, memoria. Barcelona: Ediciones del Bronce.
, 2002. Behind the Mountains. New York: Scholastic.
Edmonson, Belinda, 1999. Making Men: Gender, Literary Authority, and Women’s Writing in Caribbean Narrative. Durham and London: Duke University Press.
Larraín, Jorge, 2001. Identidad chilena. Santiago: Lom Ediciones.
, 2003. ¿América Latina moderna? Globalización e identidad. Santiago: Lom Ediciones.
Moraga, Cherríe y Gloria Anzaldúa, 1981. This Bridge Called my Back: Writings by Radical Women of Color. New York: Kitchen Table/Women of Color Press.
Sassen, Saskia, 2003. Los espectros de la globalización. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Wacquant, Loïc, 2001. Parias urbanos. Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio. Buenos
Aires: Manantial.
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