Biografía y comentarios al programa

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COMENTARIOS AL PROGRAMA por Claudia Guzmán
FRANZ SCHUBERT (1797-1828): Sonata para violín y piano en La mayor, D. 574 “Gran
Dúo”
Veinte años tenía Schubert cuando escribió esta, su cuarta creación para violín y piano. Era el
mes de agosto de 1817 cuando el joven compositor quien, en su infancia, había iniciado su
formación musical estudiando violín concibió este “Gran Dúo”. Tal fue el apelativo que recibió la
obra al ser publicada mucho tiempo más tarde, en el año 1851, como el Op. 162 del ya
fallecido creador austríaco. Y es que las tres creaciones que la precedieran, compuestas en
1816, habían sido publicadas, también póstumamente, bajo la denominación de Sonatinas,
dadas sus pequeñas dimensiones y sus características técnicas menos ambiciosas que las de
esta Sonata en La mayor.
Experimentado en el lenguaje de los
instrumentos de arco mediante la escritura
de numerosos cuartetos y movimientos de
cuartetos
para
cuerdas
desde
su
adolescencia era, asimismo, inaugurando
su segunda década de vida, un probado
creador en lo que respecta al teclado. Más
allá de las numerosas creaciones para
piano solo Schubert había obtenido una
notable ductilidad en la creación para ese
instrumento que también dominaba como
intérprete, a través de la composición, para
entonces, de cerca de tres centenares de
Lieder.
Wilhelm August Rieder, Retrato al óleo de Franz
Schubert realizado en 1875 basado en la
acuarela por él realizada en 1825.
Museo de la Ciudad de Viena.
Obra enmarcada en los cánones y el gusto del clasicismo, esta sonata se inicia con un
mesurado y lírico primer movimiento de tempo Allegro moderato. He aquí, dentro del marco de
una forma sonata clásica, ciertos trazos texturales que son ya identitarios del lenguaje propio
schubertiano como los dinámicos acompañamientos herederos rítmicamente de la danza del
sector de exposición de los temas o las ansiosas síncopas del piano durante el desarrollo de
aquellos, más específicamente durante la modulación al modo menor.
Admirador de ese otro gran habitante de Viena que era Beethoven, Franz Schubert sitúa en el
segundo momento de la obra el Scherzo, abordando este movimiento con decidido ímpetu
gestual, así como entendiera los scherzi el gran maestro oriundo de Bonn. A los acentos
descendientes de los rústicos Ländler (danzas tradicionales austríacas), el joven creador
opondrá un sector de Trío (parte central de un Scherzo) que rememora el espíritu lírico del
primer movimiento con la inclusión de interesantes excursiones cromáticas que generan cierta
incertidumbre.
Un Andantino signado por extensas melodías que se balancean entre la serenidad y el drama
ocupa el tercer momento de esta sonata. Gestos rítmicos que recuerdan el inicio de la obra,
acentos y cromatismos que recuerdan el segundo movimiento, instalan una cierta inquietud en
el sector central para retornar a la calma del cantabile con el cual comenzó. La alusión a los
ritmos danzantes del primer movimiento retorna en el Finale: un movimiento de forma sonata
que concluye la obra con una conjunción tanto de enérgicos impulsos como de ligereza.
Una creación plena de la misma frescura y brío que conducirían a Schubert, pocos días más
tarde de culminarla, a tomar la determinación de dejar la casa paterna y comenzar una vida
independiente. Desde entonces ya no viviría en los suburbios sino en la casa de su amigo y
benefactor Franz von Schober, amparado por las murallas de la Capital Imperial.
LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827): Sonata para violín y piano nº7 en Do menor, Op.
30 nº2 “Eroica”
Segunda de las tres sonatas para piano y violín Op. 30, que Beethoven creara entre los años
1801 y 1802, esta obra erigida sobre la oscura, poderosa, trágica tonalidad de Do menor se
convertiría, a partir de su publicación en el año 1803, no solo en la obra de mayor envergadura
escrita para esta combinación instrumental sino también en un faro que revelaría nuevas
posibilidades y senderos para la escritura camarística. Nunca hasta entonces una obra para
piano y violín había desplegado tal intensidad dramática ni había requerido semejantes
proporciones temporales. Contemporánea de la Sonata Op. 13 “Patética” como del Tercer
Concierto para piano y orquesta, obras asimismo creadas en la tonalidad de Do menor, esta
obra comparte con aquellas, como también con la Tercera Sinfonía que el músico comenzaba
a escribir por entonces, una magnitud y vocación de características orquestales, sinfónicas.
Beethoven transitaba por entonces una de las grandes crisis de su vida: luego de seis años de
enfermedad llegaba el momento de aceptar que se estaba quedando sordo. En octubre de
1802 escribió ese texto conocido como el “Testamento de Heiligenstadt”, en el cual manifiesta
sus pensamientos más sombríos, sus incertidumbres, para culminar aferrándose a la vida a
través del compromiso para con su vocación: la creación. He ahí el gesto que signará su
producción y, más tarde, la construcción de su figura en tanto mito paradigmático del artista
romántico. Al igual que sucederá a lo largo de toda su existencia, Beethoven superará la crisis
avocándose de lleno a su trabajo. Ese poder de resiliencia se manifestaría en el surgimiento de
ese nuevo “estilo heroico” que ya aparece con potencia en esta séptima sonata que dedicara al
violín y al piano.
Luego de un inquietante inicio del instrumento de teclado, presentando ese breve, decidido,
insistente motivo descendente en Do menor y de la consecuente reiteración del mismo por el
violín un absoluto contraste emerge con la aparición del luminoso y afirmativo segundo tema
construido cual una marcha que se consolida mediante su réplica en forma contrapuntística,
cual un fugado en la luminosa tonalidad de Mi bemol mayor. A partir de entonces las tensiones
y el suspenso generados por la convivencia entre dos ideas tan rotundamente disímiles se
enfervorizará aún más por el magistral dinamismo en lo que hace a las variaciones texturales, a
los cambios de velocidad, las exploraciones armónicas y, aún, por una genial utilización de los
silencios ya no como pausas o signos de puntuación sino como espacios inquietantemente
activos. Sin embargo, luego de ese agitado primer movimiento de tempo Allegro con brio,
seguirá, cual antítesis, un plácido Adagio cantabile. Habrá aquí lugar para líneas de largo
aliento como así también para la ornamentación sin que por ello deje de aparecer, en el sector
central, un velado eco de los interrogantes planteados en el movimiento anterior. El retorno al
tema inicial llegará de la mano de sutiles y dilatadas variaciones que no dejan de invitar al
oyente a trayectos inesperados. Ligero e impregnado de un espíritu lúdico el Scherzo (juego)
que se presenta como tercer movimiento de la obra, está construido sobre una labor preciosista
en lo que hace a la interacción de las articulaciones y pequeños gestos de uno y otro
instrumento. El violín complementa y completa temática y tímbricamente las frases del piano y
viceversa, posibilitando entre ambos nuevas percepciones tímbricas. A partir de esos juegos
minimalistas el gesto se amplía hasta convertirse en la semblanza de los rústicos
acompañamientos de danzas como el Ländler. Un motivo que recuerda, si bien sintéticamente,
a aquella oscura idea inicial del primer movimiento da inicio al final, Allegro, de esta gran
sonata que Beethoven dedicara al Zar Alejandro I de Rusia. Los unísonos provenientes del
movimiento anterior devienen ahora dramáticos pasajes de marcha en tanto el movimiento
crece en agitación y frenesí.
MAURICE RAVEL (1875-1937): Sonata para violín y piano nº2 en Sol mayor
Eran los años dorados del jazz y la década durante la cual su impacto empapó los salones y
bares franceses. Ravel no solo no fue ajeno a estas músicas llegadas desde los Estados
Unidos de América sino que, más allá de su amistad con creadores como George Gershwin,
concientizó los rasgos característicos de esos nuevos estilos plasmándolos en algunas de sus
propias creaciones.
Corría el año 1923 cuando el músico francés decidió escribir una sonata para dos instrumentos
que él consideraba tímbricamente incompatibles: el violín y el piano.
En su juventud ya había escrito una obra breve para esta dupla pero ahora se proponía algo
muy distinto: evidenciar y resaltar la disparidad entre ambos. Al mismo tiempo, su amistad de
aquellos años con la violinista Hélène Jourdan-Morhange, había despertado en él nuevas
inquietudes y búsquedas en lo referente a la escritura para el instrumento de arco. Fue así
como durante un largo período de cinco años durante los cuales saldría a la luz otra importante
creación para ese instrumento como Tzigane junto a otras obras fundamentales de su
producción como L´enfant et les sortilèges o las Chansons madécasses,
Ravel trabajaría en esta obra innovadora
que sería estrenada por el gran violinista
rumano Georges Enescu junto a él mismo
al piano en un concierto realizado en París
en mayo de 1927. Si bien JourdanMorhange fue su permanente colaboradora
en el proceso de creación, durante el cual
el compositor estudió con particular interés
los Caprichos de Paganini en busca de los
diversos efectos tímbricos posibles de
realizar
en el instrumento de cuerda
frotada, ella, a quien Ravel dedicó la
sonata, no pudo ser quien la estrenara por
un avanzado problema de motricidad en su
hombro derecho.
Hélène Jourdan-Morhange, el violinita Jacques
Thibaud y Maurice Ravel en un día de campo en
Montfort-l´Amaury.
Planteada en tres movimientos, el Allegretto que da inicio a la obra tiene como punto de partida
una lírica melodía que, si bien parece compatibilizar a ambos instrumentos en los primeros
compases, enfatiza, más tarde, las diferencias entre los mismos, tal como manifestara Ravel
poco después del estreno: “Mi objetivo fue lograr esta independencia cuando escribí la sonata
para violín y piano, dos instrumentos incompatibles cuya incompatibilidad es acentuada aquí,
sin ningún intento de reconciliar sus contrastantes caracteres”. Es así como el instrumento de
cuerda frotada convive con el de cuerda percutida pero sin que las líneas ni el lenguaje de uno
y otro intenten una homogeneidad.
Bosquejado mucho tiempo antes que el primer y el tercer movimiento, un Blues ocupa el sector
central de esta sonata. “En mi opinión el Blues es uno de sus más grandes aciertos musicales”,
diría el compositor francés a los periodistas de Nueva York, mencionando el segundo
movimiento de esta sonata durante la gira que lo llevaría al otro lado del Atlántico en el año
1928.
El violín, rasgueando las cuerdas, se asemeja a un instrumento de cuerda punteada, como el
banjo. El piano se suma con un acompañamiento acórdico característico, entre otros
elementos, por sus ritmos sincopados mientras las líneas melódicas del violín presentan
glissandi y aparentes apoyaturas y demás efectos que simulan las blue notes (notas alteradas)
típicas del Blues. Es así como el movimiento que en el período clásico ocupó el Lied (la
canción) o, en obras de cuatro movimientos aún el Minuet o el Scherzo asume ahora un
compromiso con su contemporaneidad incorporando este nuevo estilo, el cual Ravel dota de
humor y gracia.
Suspensivo y fugaz, el Perpetuum mobile que cierra la obra
vuelve a hacer pie en una
escritura radicalmente diferente para cada instrumento, la cual, sin embargo, logra una
complementación perfecta por medio de la diversidad. Un único y genial trazo rubricado por el
genial orfebre musical que fuera Maurice Ravel.
HEINRICH WILHELM ERNST (1812-1865): Variaciones sobre “La última rosa del verano”,
nº6 de los Seis estudios polifónicos para violín solo
Un rotundo golpe de arco da inicio a esta obra de cuño virtuosístico en la cual se pretende se
pretende que el violín pueda emerger cual un instrumento capaz de realizar polifonía por sí
mismo, esto es, de producir líneas independientes en simultáneo. Doce años de edad tenía
Maxim Vengerov cuando sorprendió al público de la VIIIª Competencia Internacional
Tchaikovsky de Violín, interpretando con plena soltura y seguridad esta obra demandante aún
para los más eximios intérpretes del instrumento.
Creado por el checo Heinrich Wilhelm Ernst durante los últimos meses de vida, este estudio
surgió inspirado en una melodía tradicional irlandesa llamada originalmente “Aislean an
Oigfear” ó “El sueño de un joven” la cual utilizó el poeta Thomas Moore para musicalizar en
1805 su poema “The last rose of Summer” (La última rosa del verano), convirtiéndose esta
versión de la obra en un éxito musical que traspasó las fronteras, inspirando variaciones y
fantasías sobre la misma nada menos que en Beethoven, Mendelssohn, Kalkbrenner y Ernst,
entre otros compositores notables del siglo XIX.
NICCOLÒ PAGANINI (1782-1840): Cantabile para violín y piano, en Re mayor, Op. 17
Escrito por Paganini en el año 1823 a orillas del Lago de Como, mientras se hospedaba en
casa de su amigo el General Domenico Pino, quien había servido para la Gran Armada de
Napoleón Bonaparte, este Cantabile fue compuesto originalmente para una de las
combinaciones preferidas del genial virtuoso: el violín y la guitarra.
Niccolò no sólo tenía una gran afición por la guitarra sino que era asimismo un eximio intérprete
de ese instrumento de cuerda punteada para el cual compuso más de cien piezas.
En realidad muchos de sus sorprendentes hallazgos técnicos en el violín provienen de la
influencia de resoluciones técnicas propias de la guitarra, que él tan bien conocía desde los
días de su niñez. Se trata de una pieza ajena a las pirotecnias virtuosísticas con las cuales
usualmente vinculamos el nombre del genial violinista: obra destacada precisamente por su
introspectiva y acabada sencillez.
NICCOLÒ PAGANINI (1782-1840) / FRITZ KREISLER (1875-1962): “I palpiti”, Introducción
y variaciones para violín y piano sobre un tema de “Tancredi” de Rossini, Op. 13
“Di tanti palpiti”, aria de la ópera Tancredi
escrita por Gioachino Rossini para el
Teatro La Fenice, de Venecia, estrenada
en 1813, había trascendido a la obra lírica
para convertirse en una de las melodías
populares más conocidas en todo el
continente europeo durante las siguientes
dos décadas.
Amigo del gran creador operístico, el
virtuoso Niccolò Paganini escribió en 1819
una obra original para violín y orquesta a la
cual tituló “I palpiti”. El violinista agregó una
introducción al tema del aria y creó tres
grandes variaciones al mismo, utilizando
los más complejos recursos técnicos para
el
instrumento,
creando
contrastes
dinámicos y texturales que tenían en vilo a
su
Eugène Delacroix, Retrato de Niccolò Paganini,
1832,
Phillips Collection, Washington D.C.
auditorio
en
cada
una
de
las
interpretaciones que realizara de esta obra
durante sus giras.
En el año 1906 otro de los grandes virtuosos del violín de la historia, el austríaco Fritz Kreisler,
publicó esta versión para violín y piano que hoy concluye brillantemente este programa.
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