Entrar a Módulo III: Jesús y el Reino de Dios

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SANTIAGO GUIJARRO OPORTO
EL COMPORTAMIENTO FILIAL DE JESÚS
La originalidad del artículo que presentamos se pone de manifiesto ya en sus
primeras líneas. Para determinar la relación filial de Jesús con su Padre, los
investigadores se han fijado en la forma como Jesús la expresaba al orar o al
hablar de Dios, o sea,han partido de sus palabras. En cambio, el autor lo hace
investigando las tradiciones evangélicas sobre la actuación de Jesús. Para
entenderlas adecuadamente, el autor elabora un “escenario de lectura”, en el que
hay que situar dicha actuación.. Esta aportación original abre el camino a una
magnífica tercera parte, en la que, con gran rigor y finura , y con una modestia
poco común, se realiza un análisis histórico-crítico-literario de tres momentos
álgidos de la vida de Jesús: bautismo y tentaciones; las comidas con los pecadores
y sus exorcismos; su pasión y muerte-, en los que se manifiesta de un modo
especial su relación única con el Padre.
Dios Padre en la actuación de Jesús, Estudios Trinitarios 34 (2000) 33-69.
Introducción
A partir de 1966, año de su publicación en alemán, el estudio de J.Jeremías Abba. El
mensaje central del Nuevo Testamento (Salamanca 1981) fue punto de referencia obligado
para abordar el tema de la relación de Jesús con Dios. Pero, hasta el presente, todos los
estudios sobre el tema se han basado casi exclusivamente en la tradición de los dichos de
Jesús. Nuestro estudio se refiere a otra línea de la tradición evangélica: la de los hechos de
Jesús.
Un estudio sobre su comportamiento puede ayudarnos no sólo a comprender mejor
cómo entendió y vivió él la paternidad de Dios, sino también a contextualizar sus palabras.
Si sólo tenemos en cuenta éstas, corremos el riesgo de interpretarlas al margen del contexto
en que tienen sentido: la vida de quien las pronunció. En la tradición evangélica la
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actuación de Jesús ha sido un criterio fundamental para entender su predicación y un
antídoto contra interpretaciones gnósticas o docetas. No es casualidad que las antiguas
colecciones de los dichos de Jesús hayan llegado hasta nosotros integradas en los
Evangelios narrativos, y tampoco que los “Evangelios de dichos”, como el Evangelio de
Tomás, se hayan transmitido sobre todo en círculos gnósticos.
Antes de pasar a estudiar el comportamiento de Jesús, haremos balance de lo que se
ha dicho en los últimos años sobre la paternidad de Dios en las palabras de Jesús.
I. DIOS PADRE EN LAS PALABRAS DE JESÚS
En el estudio antes mencionado, J.Jeremias distingue entre la designación de Dios
como Padre en los logía o dichos de Jesús y la invocación de Dios como Padre en sus
oraciones. En realidad, su único objetivo era llegar a las ipsissima verba Iesu, y éste interés
por las mismísimas palabras de Jesús es el que ha dominado la investigación posterior.
Tras matizar algunas de las afirmaciones de Jeremias, estos últimos años se ha
alcanzado un cierto consenso. Por esto la mejor manera de hacer balance sobre el tema que
nos ocupa es recordar sus principales aportaciones y comprobar cómo han sido valoradas
posteriormente. Voy a ceñirme a algunas obras más representativas, tanto de los defensores
de Jeremias (G.Schelberg, J.Fitzmyer, J.Schlosser, G.Schneider) como de sus críticos
(J.Barr, J.Vermes).
A mi juicio, las principales aportaciones de Jeremias son:
1. Detrás de las menciones de Dios como Padre, que los Evangelios ponen en boca
de Jesús, hay una sólida tradición prepascual.
2. En los dichos que responden a esta tradición, distingue Jesús entre “mi Padre” y
“vuestro Padre”.
3. En sus oraciones, Jesús se dirigía a Dios con el término arameo Abbâ.
4. Esta invocación procede del lenguaje infantil, aunque los hijos mayores también
usaban el término en familia.
5. Jesús fue el primero en dirigirse así a Dios y lo hizo intencionadamente, lo cual
revela que tenía una relación nueva y única con Él.
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1.Jesús se refería a Dios con la palabra “Padre”. Jeremias clasificó las más de 170
menciones de patêr que se hallan en los Evangelios según las diversas tradiciones de que
proceden. Constató que en el cristianismo naciente se dio una tendencia a introducir la
palabra “Padre” en los logía de Jesús, la cual se advierte especialmente en el material
propio de Mateo –el Sinóptico que contiene más menciones- y, sobre todo, en el de Juan,
donde “Padre” es prácticamente sinónimo de Dios. Metodológicamente, prescinde de los
logía propios de Mateo y Juan y se centra en los procedentes de Marcos, de la tradición
común a Mateo y Lucas (Q) y del material propio de Lucas: un total de once pasajes, a los
que hay que añadir tres invocaciones en las oraciones de Jesús. Estos catorce logía
constituirían el núcleo más antiguo de la tradición, y en ellos resonaría su mismísima voz
Esta aportación de Jeremias ha sido básicamente confirmada por la investigación
posterior. J.Schlosser, que ha tenido en cuenta las aportaciones de otros estudiosos sobre el
tema, propone un grupo de doce logía, de los cuales ocho coinciden con los de Jeremias.
Esta coincidencia es casi total en los logía pertenecientes a las tradiciones más antiguas: Mc
y Q. Tenemos, pues, sólidos fundamentos para afirmar que Jesús se refirió a Dios como
“Padre”.
2.Jesús distinguió entre “mi Padre” y “vuestro Padre”. Jeremias ordenó los logía
de Jesús según tres formas de referirse a Dios -como “el Padre” (sin pronombre posesivo),
como “vuestro Padre” y como “mi Padre”- y dio gran importancia al contraste que se
aprecia entre las dos últimas formas. Según él, Jesús habló de “vuestro Padre” únicamente
dirigiéndose a sus discípulos: es una de las características de su enseñanza a ellos. La
expresión “mi Padre” la usa también Jesús hablando a los discípulos, pero refiriéndose a la
revelación recibida por él y que manifestaría una relación única con Dios, que Jesús no
compartiría ni siquiera con sus discípulos.
Esta distinción entre las dos últimas formas no ha sido unánimemente corroborada
por los estudios posteriores. Schlosser muestra que los cuatro pasajes en los que basa
Jeremias la designación de Dios como “mi Padre” pertenecen muy probablemente a la
tradición postpascual. Y J.Dunn acepta como prepascual sólo uno de los cuatro pasajes
propuesto por Jeremias. Parece, pues, sensato poner entre paréntesis esta segunda
conclusión.
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3.La invocación “abbâ”. Jeremías afirmó que, en sus oraciones, Jesús se dirigía
habitualmente a Dios con el término arameo “abbâ” . Aunque el único texto evangélico
que lo conserva es el de la oración de Getsemaní (Mc 14,36), el hecho de que se conservase
justamente en comunidades de lengua griega (en el NT se conserva en otros dos textos: Ga
4,6 y Rm 8,15) sería un indicio de un uso habitual por parte de Jesús. Aquí Jeremias no es
original: bastantes años antes que él –en 1954- G.Schrenk había subrayado ya que el
original del término patêr en las oraciones de Jesús es el arameo abbâ, que –para Jeremiasha de entenderse como un vocativo.
Los estudios posteriores han matizado esta aportación. Para Barr, suponer que Jesús
se dirigió siempre a Dios como abbâ resulta una posibilidad entre muchas. Schlosser
acepta con cautela la posibilidad de que algunas veces usase Jesús esta invocación. Pero
nadie pone en duda el hecho de que Jesús utilizó esta palabra para dirigirse a Dios. Así,
reconoce Schlosser: “La única explicación históricamente verosímil es ver en el uso
comunitario de abbâ una herencia recibida de Jesús”. Schelbert, por su parte, ha mostrado
que este término se usaba normalmente como vocativo con el sentido de “padre” o “padre
mío”.
4.Significado de la invocación “abbâ”. Se trata de la aportación más conocida de
Jeremías. Según él, la invocación abbâ procede del lenguaje infantil y revela una
familiaridad con Dios semejante a la que tienen los hijos pequeños con sus padres. Aunque,
siempre según Jeremias, en tiempos de Jesús los hijos mayores también la usaban, al
presentar los resultados de su estudio se ha insistido en la identificación de la relación de
Jesús con Dios con la del niño pequeño con su padre, y así se ha traducido con frecuencia
por papá.
Algunos autores han criticado esta interpretación de abbâ. Se está de acuerdo en el
origen infantil del término. Por influjo de immâ –un diminutivo cariñoso del sustantivo im
(madre), que los niños aprendían a pronunciar muy pronto,- se habría formado también, a
partir de ab (padre), el término abbâ. Pero ya no todos están de acuerdo en el sentido que
tenía el término en boca de un adulto, ni tampoco en el que tuvo en labios de Jesús. Barr
está en contra de la interpretación “infantil” del término. Para él, se trata de una forma
“solemne, responsable y adulta de dirigirse a Dios”.
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También Schlosser hace sus matizaciones. El término no se restringiría a la esfera
familiar. Se usaba como título de respeto para dirigirse a los maestros o a personas
mayores. Y la familiaridad que supone no puede entenderse por oposición a respeto, sino a
distancia: su matiz propio es el de la cercanía, que no excluye el respeto y la obediencia.
Esto lo observó ya Jeremias, aunque sin insistir sobre ello. Podemos, pues, mantener su
aportación interpretándola en este sentido, y no en el más difundido.
5.Jesús fue el primero en dirigirse a Dios como “abbâ”. Esta aportación de
Jeremias es una de las más importantes. Se basa en un análisis minucioso de los textos del
judaísmo palestinense antiguo. Invocar así a Dios habría sido, para la sensibilidad judía,
una falta de respeto. Por esto no se encuentra esta palabra en las oraciones judías de la
época. El hecho de que Jesús sí la usase revela una relación nueva y única con Dios.
Aunque no deja de llamar la atención que la compartiese con sus discípulos cuando les
transmitió la capacidad de llamar así a Dios.
Esta aportación ha sido ampliamente ratificada en la investigación posterior. De
hecho, los que han examinado la literatura de la época han concluido que Jeremias estaba
en lo cierto. La mayoría suscribiría la afirmación de Fitzmyer: ”No existe, por el momento,
ningún testimonio en la literatura del judaísmo palestinense antiguo en el que mi padre se
use como una fórmula personal para dirigirse a Dios”. Pero, para los críticos de Jeremias, el
fundamento de esta afirmación es débil, porque se basa en la ausencia de testimonios. No
sería improbable que algunos contemporáneos judíos de Jesús se hubieran dirigido a Dios
con esta misma cercanía y familiaridad.
Dado que sólo una exigua parte de la literatura y de la vida real de la época ha
llegado hasta nosotros, se impone una cierta cautela. En todo caso, la cercanía que Jesús
tenía con Dios no sólo se revela en el abbâ, sino en el contenido de sus oraciones.
Balance provisional
El balance de la investigación realizada a partir del estudio de Jeremias es bastante
positivo. Podemos afirmar con bastante seguridad que Jesús se refirió a Dios como Padre
cuando hablaba con sus discípulos y en sus oraciones. Al menos en algunos de estos casos
usó abbâ –palabra tomada del lenguaje familiar y utilizada también como título de respetoy enseñó a sus discípulos a hacer lo mismo. Con todo, no puede decirse que a esta palabra
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se le diera sólo el sentido que tenía en el lenguaje infantil ni puede afirmarse con certeza
que Jesús distinguiera entre “mi Padre” y “vuestro Padre”.
Respecto a las aportaciones de Jeremias, se ha alcanzado un cierto consenso sobre
un pequeño grupo de logía que, sometidos a la crítica literaria e histórica, pueden
considerarse como palabras realmente pronunciadas por Jesús. A través de ellas aparece
una imagen de Dios coherente con la forma en que Jesús se dirigía a Él: es un padre
compasivo (Lc 6,36) que perdona (Mc 11,25) y hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt
5,45), que está pendiente de lo que necesitan los discípulos (Lc 11,13) y les revela sus
designios más secretos (Mt 11,25-27; Lc 10,21-22), pero también es un padre que reclama
obediencia y respeto (Mc 14,36; Lc 11,2; Mt 6,9; Mt 23,9).
Jeremias ha contribuido también a poner de relieve la importancia de la experiencia
de oración de Jesús. Este aspecto, tan descuidado en los estudios sobre el Jesús histórico,
ha sido subrayado por J.Dunn. Fue en la oración donde Jesús descubrió la solicitud y la
autoridad de Dios como Padre, y donde experimentó una especial relación con él. Y fue en
la oración también donde Jesús descubrió su misión como Hijo y donde encontró las
fuerzas para llevarla a cabo.
Resumiendo: Jesús se relacionó con Dios como con su Padre y se entendió a sí
mismo como su Hijo. Sus palabras nos dibujan la imagen que él se hacía del Padre, y su
oración nos revela el clima en el que tuvo lugar la relación con él. Pero todas estas
afirmaciones sólo alcanzarán contornos precisos cuando sepamos cómo se entendía la
relación entre padres e hijos en tiempos de Jesús. Es lo que vamos a ver a continuación.
II. EL COMPORTAMIENTO DEL HIJO EN LA SOCIEDAD PALESTINA DEL
SIGLO PRIMERO
El contexto cultural en el que Jesús pronuncia sus palabras sobre Dios como Padre
raramente aparece en los estudios neotestamentarios sobre el tema. Esto manifiesta un
presupuesto implícito: que las relaciones padre-hijo se entendían y se vivían entonces de
forma muy parecida a como se entienden y se viven hoy. Para que nuestra compresión de
los textos no resulte afectada por dicho presupuesto, es necesario conocer el contexto social
en el que vivieron Jesús y sus discípulos, y que da sentido a sus palabras.
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Para ello es necesario recuperar el “imaginario social” que ellos compartían. En la
sociedad en la que ellos vivieron el contexto –aquellas cosas que todo el mundo sabe y no
es necesario explicitar- tenía una gran importancia. Con el paso del tiempo se han dado
complejos procesos que nos han llevado a entender y vivir la relación padre-hijo de forma
distinta: nuestro contexto social es diferente.
Recuperar el contexto
¿Cuál es el comportamiento que se esperaba de un hijo en la sociedad en que vivió
Jesús?. Responder esta pregunta nos ayudará a identificar cuáles son los comportamientos
de Jesús que revelan una relación filial con Dios. Partimos del supuesto de que Jesús sólo
pudo vivir y expresar su filiación de forma encarnada, es decir, según los patrones
culturales que definían las relaciones padre-hijo en la sociedad palestina de su tiempo. Esto
no significa que su imagen de Dios esté totalmente determinada por estos patrones, sino
que no pudo haberse dado al margen de ellos.
R.Hamerton-Kelly apuntó ya en esta dirección cuando afirmó:”Al representar su
más íntima comprensión de Dios a través del símbolo padre, recurrió no sólo a la tradición
religiosa, sino a su propia experiencia familiar”. La perspectiva de este autor es histórica.
La mía es más bien social. Por esto trataré de identificar los patrones sociales compartidos
que definían entonces las relaciones entre padres e hijos. Se trata de elaborar un marco en el
que la actuación de Jesús y su forma de hablar de Dios como Padre adquieren un sentido
más preciso y sin el cual resulta muy difícil evaluar su comportamiento y captar sus
connotaciones.
Para elaborar este marco sobre las relaciones padre-hijo en la Palestina del siglo I,
disponemos de tres tipos de instrumentos: los datos literarios, epigráficos y arqueológicos
de aquella época que han llegado hasta nosotros; los estudios sobre la cultura mediterránea
tradicional; y los estudios sobre la familia en el judaísmo antiguo.
Relación dominante dentro de la familia
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La familia era la institución básica de la sociedad helenístico-romana. La vida
familiar se articulaba a través de un complejo entramado de relaciones, cuyo objetivo era
salvaguardar la integridad y la continuidad del grupo familiar. La buena gestión de la casa
se centraba en las tres relaciones básicas en las que intervenía el paterfamilias: las de
padre-hijo, las de esposo-esposa y las de amo-esclavo. A ellas hay que añadir otras
relaciones menos importantes para la vida pública: las relaciones padre-hija, madre-hijo,
madre-hija y esposa-esclavo. Entre estas relaciones existía una jerarquía precisa.
En las sociedades mediterráneas tradicionales la relación padre-hijo era y sigue
siendo la relación dominante. Una relación dominante es aquélla que posee precedencia
sobre las demás y, en consecuencia, es capaz de desplazarlas a un segundo plano. El
carácter dominante se verifica cuando las personas implicadas se relacionan en presencia de
otros miembros de la familia. Entonces la relación dominante desplaza a las demás y se
modifica poco. En cambio, las otras relaciones se hacen latentes y el comportamiento que
las caracteriza se modifica notablemente. Esto es válido para la sociedad mediterránea del
siglo I en general y para la sociedad palestina en particular.
El carácter dominante se desprende de la finalidad de la institución familiar y de los
medios empleados para alcanzarla. Para preservar su integridad y su continuidad, la familia
disponía de dos instrumentos básicos: la autoridad patriarcal y un complejo sistema de
transmisión de sus bienes, tanto materiales (propiedades) como inmateriales (religión y
honor), los cuales estaban vinculados al paterfamilias, hasta el punto de que, si éste faltaba,
la familia corría el riesgo de desintegrarse. Para evitarlo, la familia mediterránea tradicional
poseía un férreo mecanismo de sucesión que pivotaba sobre los varones y que tenía su eje
en la relación padre-hijo.
La relación padre-hijo era, por tanto, la cadena de transmisión, cuyo momento
crítico era la muerte del padre. Por esto en él se concentraban una serie de leyes (herencia)
y de ritos (entierro del padre), que servían para realizar el traspaso de los atributos y
funciones del padre al hijo. Esta trasmisión –decisiva para la continuidad de la familia- se
preparaba a lo largo de toda la vida. El ideal era que un hijo fuera la réplica exacta de su
padre, según el dicho de Ben Sira: “Muere un padre y es como si no muriera, pues deja tras
sí un hijo como él”(Si 30,4). De ahí que la imitatio patris y la emulación de los antepasados
fueran elementos muy importantes en la educación de los hijos.
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No cabía improvisar la preparación del hijo para la sucesión. Por esto las leyes que
regían la relación padre-hijo habían sido codificadas en una serie de derechos y
obligaciones que eran recíprocos: a los derechos de uno correspondían las obligaciones del
otro. Expondremos primero las obligaciones del hijo y luego las del padre. Tanto las
obligaciones del hijo como sus derechos, derivados de las obligaciones del padre, pueden
sernos útiles para rastrear actitudes propias de un hijo en el comportamiento de Jesús.
1.Las obligaciones de un hijo para con su Padre. El punto de partida de los
escritores de la época en este tema eran las implicaciones del cuarto mandamiento, que
mandaba honrar al padre y a la madre (Ex 20,12; Dt 5,16).
El honor era el valor central de aquella cultura. Era un bien común que todos los
miembros de la familia estaban obligados a conservar y acrecentar, y una forma
privilegiada de hacerlo era observar la jerarquía que Dios había establecido al otorgar “más
honor al padre que a los hijos”(Si 3,2). El cuarto mandamiento se fundaba en la
comprensión de los padres como servidores de Dios en el acto de procrear. Como
representante público de la familia, el padre concentraba en sí el honor del que participaban
todos sus miembros. Por esto se decía: ”El honor de un hombre está en la honra de su
padre” (Si 3,11). La defensa del honor del padre era, pues, la defensa del honor de la
familia.
En tiempos de Jesús las obligaciones del hijo se precisaban más. Filón las concreta
en estas cinco: respetarle como a persona mayor, escucharle como a
maestro,
corresponderle como a benefactor, obedecerle como a gobernante y temerle como a señor.
La visión de Filón representa lo que se pensaba en el judaísmo, pues estas mismas
obligaciones aparecen en la literatura sapiencial. La razón que se invocaba era que los hijos
debían pagar a los padres lo que éstos habían hecho por ellos en su niñez. En la vejez, el
pago de esta deuda era más apremiante, pues los padres no podían valerse por sí mismos.
Expongamos brevemente las otras cuatro obligaciones mencionadas por Filón.
Respetar al padre (y a la madre) excluía el maltrato, la maledicencia y la burla, e
implicaba reconocer su lugar de precedencia en la familia mediante manifestaciones
visibles. En consecuencia, el que despreciaba a su padre atraía sobre sí la maldición y el
que desamparaba a su padre en la vejez era un blasfemo.
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La obligación de escuchar la enseñanza del padre es consecuencia de la obligación
del padre de instruir al hijo. Por esto el hijo estaba obligado a escuchar de grado su
instrucción, y a ponerla en práctica (Pr 1,1-4).
La obediencia era, probablemente, el signo más claro de que un hijo honraba a su
padre. Como filósofo que trata de hacer razonable el mandato, Filón aduce como motivo
que un padre nunca mandaría a sus hijos nada que se apartara de la virtud. En realidad, la
obediencia servía para reforzar la autoridad del padre, de la que dependía la cohesión del
grupo familiar. Esta obligación era más apremiante en el hijo que estaba llamado a
sucederle. En Dt 21, 18-21 se encuentra una ley referida al hijo desobediente, que seguía
vigente en la época helenístico-romana, y confirma la importancia que se daba a esta
obligación en tiempos de Jesús. La obediencia era, sin duda, uno de los rasgos
característicos de la actitud de un hijo hacia su padre.
La obligación del temor la comenta Filón, en último lugar, a partir del pasaje de Lv
19,3: “Que cada uno de vosotros tema a su padre y a su madre”. Para él, esto no constituiría
la norma, sino la motivación para algunos casos. El temor es la característica de los
esclavos hacia sus amos y los hijos se les equipararían. Resulta inevitable pensar que la
recomendación de temer a Dios, recurrente en la literatura sapiencial, estaría relacionada
con esta obligación.
2.Las obligaciones del padre para con su hijo. Estas obligaciones se interrelacionan
con las del hijo hacia su padre: a la obligación de enseñar del padre corresponde la de
acoger la enseñanza por parte del hijo. Y así en todo lo demás: el hijo estaba obligado a
recibir lo que al padre le correspondía como obligación. Las obligaciones del padre ayudan,
pues, a comprender cuál ha de ser la actitud del hijo hacia su padre.
Era obligación del padre proveer al hijo del sustento necesario, especialmente en los
primeros años de la vida. Así manifestaba su solicitud hacia su hijo. Recordemos los logía
de Jesús que se refieren a Dios como a un padre solícito que proporciona sustento y vestido
a sus hijos.
Tenía suma importancia la obligación de educar e instruir al hijo. En la Palestina del
siglo I la educación no estaba a cargo de la sinagoga o de la escuela, sino de los padre. En
las familias acomodadas, el padre enseñaba a sus hijos la gestión de la casa y de la hacienda
familiar, y en las más humildes les enseñaba un oficio. Era importante el relato de las gestas
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de los antepasados. Su ejemplo servía para modelar el carácter y el estilo de vida de los que
un día cogerían las riendas de la familia. El padre era también el transmisor de la tradición
religiosa. A él tocaba, según el AT, explicar los grandes momentos de la historia del
pueblo: éxodo, don de la tierra, entrega de la ley, etc.
En la relación padre-hijo tenía gran importancia la obligación del padre de tratar al
hijo con severidad, imponiéndole su autoridad, incluso con castigos. Este modelo
educativo, que tiene poco que ver con el nuestro, era el más común en la sociedad en que
vivió Jesús. Reafirmaba la autoridad paterna y servía para acrecentar la cohesión familiar.
Estaba basado en una concepción negativa de la naturaleza humana, que es necesario
corregir y educar, para que se someta al proceso de socialización.
Conclusión
Estas obligaciones mutuas no agotan el contenido de la relación paterno-filial, pero
sí dan una idea de los trazos esenciales que definían dicha relación en tiempos de Jesús.
El hijo estaba destinado a reproducir la imagen de su padre, porque había de
sucederle al frente de la casa. De ahí la importancia de la imitación del padre, al que el hijo
estaba obligado a honrar a lo largo de toda la vida asistiéndole en sus necesidades en la
ancianidad. Reconociendo la precedencia del padre y el honor mayor otorgado por Dios,
debía respetarle, temerle y obedecerle en todo.
Por su parte, el hijo recibía de su padre la vida y todo lo necesario para subsistir.
También recibía una amplia instrucción, que iba desde el aprendizaje de un oficio hasta la
transmisión de las tradiciones religiosas. Finalmente, debía recibir la disciplina y los
castigos de su padre de buena gana, pues, aunque no lo comprendiera, sabía que se trataba
de algo necesario para su educación.
Es razonable pensar que Jesús compartió estos principios que, consciente o
inconscientemente, regulaban la relación padre-hijo en la cultura en la que vivió. De ahí
que estos esquemas culturales nos ofrezcan pistas para descubrir en su comportamiento las
actitudes propias de un hijo hacia su padre.
III. EL COMPORTAMIENTO FILIAL DE JESÚS
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El “escenario de lectura” que hemos presentado no es una reproducción de la
realidad, sino una reconstrucción teórica que, por razón de las fuentes disponibles, tiene sus
limitaciones. La mayoría de los datos empleados para elaborarlo proceden de
obras
literarias y de autores -Ben Sira, Filón, Flavio Josefo- que pertenecen a las clases más
acomodadas y helenizadas, y reflejan su mentalidad.
La realidad de la familia en la Galilea del siglo I era bastante plural. Los autores
mencionados pertenecían a familias extensas, que vivían
confortables casas, controlaban la
en ciudades, en grandes y
mayor parte de los recursos y tenían una amplia
parentela a la que recurrir. En cambio, Jesús pertenecía a una familia mucho más pequeña,
que vivía en una casa pequeña de una pequeña aldea, tenía un acceso muy restringido a los
recursos y contaba con el apoyo de un reducido número de parientes. Tal como queda
descrita, la relación padre-hijo representa los valores de las familias extensas. ¿Hasta qué
punto este ideal era compartido por los demás estratos sociales y en qué medida?
Hay razones para suponer que el resto de familias participaban de este ideal. Se trata
de un elemento fundamental en una sociedad patriarcal y aquélla lo era en todos sus
estratos sociales. Además, los deberes y derechos básicos inherentes a esta relación no son
de la época helenística, sino que se remontan a las tradiciones sapienciales de Israel. Hay
continuidad entre estas fuentes más antiguas y los escritores de la época helenística.
Con estas cautelas, abordaremos algunos comportamientos de Jesús en los que,
explícita o implícitamente, hay referencias a su relación filial con Dios. El comportamiento
en el que, más abiertamente, se pone de manifiesto dicha relación es la oración. De hecho,
es en este contexto donde se generaron algunas de sus palabras sobre el Padre, en especial
la invocación abbâ, de la que hemos tratado largamente. Por esto a continuación nos
centraremos en otros tres momentos: el bautismo y las tentaciones de Jesús; sus comidas
con los pecadores y sus exorcismos; su pasión y muerte.
El bautismo y las tentaciones
Bautismo y tentaciones están muy relacionados en los Sinópticos (Lc entre uno y
otras intercala la genealogía de Jesús). La versión de Mc (1,9-13) es mucho más breve. Mt
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(3,17-4,11) y Lc (3,21-22; 4,1-13) han incorporado una versión más extensa de las
tentaciones procedente del documento Q. La referencia a la filiación divina es clara en las
tres versiones del bautismo. Pero en el relato de las tentaciones sólo aparece en Mt y Lc,
que la subraya más que Mt, pues introduce entre ambos relatos la genealogía de Jesús, que
se remonta hasta el primer hombre, para terminar afirmando que Jesús es “hijo de Dios”.
Estos relatos debieron tener una importancia extraordinaria para los evangelistas
cuando los colocaron como introducción al ministerio público de Jesús. Son composiciones
muy elaboradas teológicamente. Ambas tienen un marcado carácter mítico, con
intervención de seres del mesocosmos (Espíritu, Tentador, Voz del cielo), y en ambas hay
indicios de que se utilizan esquemas literarios conocidos (teofanía y disputa rabínica). Pero,
al mismo tiempo, se trata de tradiciones antiguas que disponen de testimonios múltiples, lo
cual nos permite preguntarnos si detrás de ellos no habrá una experiencia histórica que se
remonta a Jesús. En ambos relatos conviene distinguir entre la realidad de la que hablan y
su formulación literaria. Esta distinción nos puede ayudar a recuperar el bautismo como una
experiencia fundante en la vida de Jesús, y las tentaciones como una experiencia repetida
en diversos momentos de su actividad pública.
Tras estudiar los diversos testimonios sobre el bautismo de Jesús, concluye
J.P.Meier: ”No hay argumentos poderosos en contra (de su historicidad), lo cual permite
tomar ese bautismo como firme punto de partida histórico para cualquier estudio del
ministerio público de Jesús”. Parece, pues, un hecho históricamente atestiguado que Jesús
fue bautizado por Juan y que la tradición posterior relacionó con este acontecimiento dos
experiencias fundamentales en su vida: su relación con Dios como Padre y su actuación
bajo el impulso del Espíritu. Ambas experiencias pueden corroborarse acudiendo a los
dichos más antiguos de Jesús.
Respecto a las tentaciones, parece evidente que tanto el relato de Mc como el de Q
no reproducen un acontecimiento histórico. Pero sí podrían reflejar una experiencia
histórica relativamente frecuente en la vida de Jesús. Jesús fue puesto a prueba por sus
adversarios (Mc 8,11; 10,2; 12,15) y hasta Pedro hizo para él de Satanás (Mc 8,33). La
tentación -esa constante en la vida de Jesús- ponía a prueba su condición de hijo. De ahí
que la tradición posterior relacionase esa experiencia con su filiación.
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Tanto el bautismo como las tentaciones tienen, pues, detrás una experiencia
histórica identificable en la vida de Jesús. Los primeros cristianos vincularon a estos dos
acontecimientos momentos de su vida que tienen que ver con su vocación, con situaciones
en que ésta fue puesta a prueba y, en última instancia, con su condición de Hijo de Dios.
Ambos relatos constituyen una formulación “mítica” de dichas experiencias, entendiendo
esta palabra en su sentido más positivo, como una representación simbólica de experiencias
fundantes. En otras palabras: el conjunto de estos dos relatos es una especie de evangelio en
miniatura, porque en ellos se anticipa y se resume lo más importante del ministerio de
Jesús.
Las dos realidades históricas a las que nos dan acceso estos relatos son, pues, las
siguientes: 1) la relación de Jesús con Dios como Padre fue fundante en su vida
y
determinó su misión; 2) él permaneció fiel a esta convicción en los momentos de prueba.
Dado que la primera realidad nos es suficientemente conocida por los logía de Jesús sobre
Dios y por su oración,
importa ahora la segunda, representada por el relato de las
tentaciones, que nos abre una ventana hacia los momentos en que Jesús experimentó la
prueba y nos revela que la perseverancia demostrada en ellos responde a una actitud filial.
En el relato de las tentaciones reivindica Jesús su condición de hijo, no permitiendo
que Satanás se sitúe como intermediario entre él y su Padre (segunda tentación) ni que se
haga portavoz de sus palabras (tercera tentación). Las tentaciones constituyen una especie
de “test de filiación” en el que resalta la fidelidad de Jesús a su condición de hijo. Lo que
está en juego es el honor de Dios como Padre y el de Jesús como Hijo. Al no renunciar a su
condición de Hijo, cumple Jesús el mandato de honrar y respetar a su Padre. Esta forma de
reaccionar revela también la confianza propia del Hijo que vive con la seguridad de que el
Padre no le abandonará. Fidelidad, respeto y confianza son las tres actitudes filiales que
descubrimos en este relato y, mediante él, en las situaciones de prueba que vivió Jesús.
Las comidas y los exorcismos de Jesús
Se trata de dos comportamientos muy representativos de la actividad pública de
Jesús. Ambos están atestiguados en tradiciones independientes. Y ambos fueron duramente
criticados por sus contemporáneos. Para mostrar la historicidad de ambas actuaciones
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bastará recordar las acusaciones que, a propósito de ellas, lanzaron contra él sus
adversarios.
Las comidas de Jesús con los pecadores hicieron que se le acusara de ser “un
comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores (Q:Lc 7,34;Mt 11,19).Por grave
que sea, la acusación capta bien el significado del comportamiento de Jesús. Lo mismo
cabe decir de la variada gama de acusaciones a propósito de sus exorcismos:”Está poseído
por Belcebú”(Mc 3,22); “estás endemoniado”(Jn 7,20);”éste expulsa los demonios con el
poder de Belcebú”(Q: Lc 11,19;Mt 12,23).La reacción social que desencadenaron es indicio
claro de la ruptura social que produjeron.
El carácter contracultural de esas comidas se advierte sólo con situarlas en el
contexto de las rígidas normas que el judaísmo tenía sobre alimentos y comensalidad. La
antropología cultural ha mostrado que en las comidas se reproduce, a escala reducida, el
sistema social y su organización jerárquica. Las comidas sirven, a la vez, para unir a los que
las comparten y separarlos de los demás trazando así fronteras entre grupos. El judaísmo
había acentuado estos elementos: confirió a las comidas un significado político-religioso y
les asignó la función de delimitar las fronteras entre judíos y no-judíos. Si las comidas de
Jesús tenían un enorme significado era porque violaban estas normas. Al admitir en ellas a
publicanos y pecadores, ponía Jesús en práctica una estrategia de reintegración social que
mandó practicar también a sus discípulos.
La naturaleza contracultural de los exorcismos nos resulta menos evidente. Pero, a
juzgar por las muchas críticas que le acarreó a Jesús, esta faceta de su actividad debió ser
muy importante para sus coetáneos. Los exorcismos atentaban contra el orden social
establecido, porque denunciaban los efectos de una situación injusta y, sobre todo, porque
tenían como objetivo la reintegración social de los endemoniados-marginados.
Las comidas y los exorcismos de Jesús provocaron, pues, una reacción social
negativa en sus contemporáneos, no sólo porque violaban las normas sociales, sino también
porque implicaban una alternativa al orden social establecido. Ahora bien, por arriesgado
que fuese, Jesús no renunció a este tipo de comportamiento y lo asumió con todas sus
consecuencias. Con todo, no dejó de explicarlo desde la convicción de que el reinado de
Dios estaba irrumpiendo con toda su carga de novedad. Pero lo justificó también –interesa
aquí resaltar este aspecto- como una imitación de la forma de actuar de Dios.
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Esta justificación se encuentra explícitamente en Lucas. Así, en Lc 15 las parábolas
de la oveja y la dracma perdida, y la del padre bondadoso, son una respuesta a la acusación
de los fariseos y de los maestros de la ley de “acoger a los pecadores y comer con ellos”(Lc
15,2). Aunque se trate de una composición redaccional, la relación que establece Lucas
entre la forma de actuar de Dios –las parábolas- y la de Jesús –comidas con los pecadoresnos abren el camino para identificar esta misma relación en otras parábolas. Es lo que hace
Mateo en un grupo de tres parábolas, que él refiere a la acogida de los no-judíos por parte
de Dios (Mt 21,28-22,14). Y es probable que éste sea el contexto original de otras parábolas
que hablan de un Dios misericordioso que acoge a todos y que varias veces aparece bajo la
figura de un padre (Mt 21,28-32; 22,1-14).
Los dos principales argumentos que utiliza Jesús en la llamada controversia de
Belcebú subrayan su vinculación a Dios. En el primero, se presenta Jesús como formando
parte del reino y de la casa de Dios, no de la de Satanás (Mc 3,23-26), y, en el segundo,
reivindica
el poder (“el dedo”: Lc 11,20) o el Espíritu (Mt 12,28) de Dios como
explicación de sus exorcismos. Al expulsar los demonios Jesús actúa como miembro del
reino y de la casa de Dios, y lo hace con la fuerza de su Espíritu: actúa en nombre de Dios y
hace lo que Él haría.
Así pues, Jesús justificó su comportamiento contracultural recurriendo a la forma
de actuar de Dios. Subyace aquí la imitación del padre –uno de los rasgos que mejor
identificaban el comportamiento de un hijo-.Un hijo debe ser una réplica del padre. Esta
justificación la utilizó también Jesús para motivar comportamientos contraculturales que
propuso a sus discípulos. Así, en un dicho de Jesús de Q, que Mt 5,45 y Lc 6,35 redactan de
forma ligeramente distinta, les recomienda amar a sus enemigos, orar por sus
perseguidores, hacer el bien sin esperar recompensa, y justifica este comportamiento
apelando a la imitación del Padre: ”Seréis hijos del Altísimo que es generoso con ingratos
y malvados” (Lc 6,35). Y concluye con otro dicho probablemente independiente“Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo”(Lc 6,36).
Para justificar su propio comportamiento contracultural apela, pues, Jesús a la forma
de actuar de Dios. Utiliza el patrón cultural, según el cual un hijo debía actuar como su
padre, pero lo sobrepasa. Pues la imagen de Dios que aparece en su actuación, no sólo no se
ajusta a la que era común en la sociedad en que vivió, sino que, en cierto modo, la
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contradice. Jesús se relaciona con Dios como su Padre. Pero este Padre no actúa según los
esquemas patriarcales. Él es el Dios del Reino, que rompe fronteras y promueve la
reintegración de los marginados, que cuestiona los valores centrales de una sociedad basada
en el honor, el poder y la riqueza. En este sentido la actuación de Jesús, que tiene como
objetivo hacer presente de una forma germinal el reinado de Dios que está llegando, es la
manifestación de una imagen nueva de Dios.
La pasión y muerte de Jesús
La muerte de Jesús es el dato mejor atestiguado de su biografía. Por más que se
discuta sobre las causas de su condena y ejecución, nadie duda de que su muerte fue
consecuencia de su vida: Jesús murió por la forma en que vivió. Los acontecimientos que
desataron su arresto y su condena, sobre todo sus alusiones al templo (Jn 2,19-22; 4,21-23;
Hch 6,13-14) interpretadas torcidamente (Mt 26,61; 27, 40), deben entenderse en el
contexto de una creciente oposición contra él, provocada por sus comportamientos
contraculturales.
Para averiguar si en las circunstancias históricas relacionadas con su muerte
demostró Jesús un comportamiento filial basta con rastrear los indicios de cómo afrontó
dicha oposición y, sobre todo, el desenlace final. Para ello examinaremos cuatro datos:
1)los anuncios de la pasión; 2) las palabras de la última cena; 3) la oración de Getsemaní;
4) la interpretación posterior de sus discípulos.
1.En el relato de Marcos, los anuncios de la pasión jalonan el camino de Jesús hacia
Jerusalén (8,31;9,30-32;10,32-34). En su forma actual son claramente profecías ex eventu.
Pero es probable que en ellos se haya conservado el recuerdo histórico de que Jesús pudo
prever y asumir la posibilidad de una muerte cruenta. Un dicho que sólo se encuentra en
Lucas (13,31-33) relaciona su muerte en Jerusalén con su actividad como exorcista y con el
hecho de que Herodes lo buscaba para matarlo. Situados todos estos datos en el contexto de
la reacción ante la conducta contracultural de Jesús, no deja de ser plausible que Jesús haya
contado con la posibilidad de un desenlace cruento. No por esto modificó su
comportamiento.
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2,Las palabras de Jesús en la última cena avalan la suposición de que él preveía su
muerte. De ellas tenemos dos tradiciones: la de Mt (26,26-28) y Mc (14,22-24); y la de
Lucas (22,19-20) y Pablo (1 Co 11,24-25). Pese a las diferencias, en ambas el pan se
identifica con el cuerpo y el vino con la sangre. Las palabras acerca de la sangre
“derramada por muchos” aluden claramente a la muerte. Si Jesús las pronunció, cabe
afirmar que en la última cena no sólo habló de su muerte, sino que la aceptó y le dio un
sentido. Esta afirmación es coherente con otros acontecimientos que ocurrieron los últimos
días de la vida de Jesús: la acción en el templo, la huída de sus discípulos y la idea común
de que, a los profetas, les aguardaba una muerte cruenta.
3.El relato de la oración de Getsemaní (Mc 14,32-42 par.) es el que mejor nos hace
ver cómo afrontó Jesús su muerte. El centro lo constituyen las palabras de Jesús:”Abba,
Padre, tú lo puedes todo; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que
quieres tú” (Mc 14,36). Esta breve oración revela que Jesús era consciente de lo que podía
pasarle, que se dirigió a Dios como su abbâ y que aceptó su voluntad con obediencia filial.
Se ha puesto en duda la historicidad del relato. Es difícil explicar cómo pudieron recordar
los discípulos todo esto si estaban dormidos. Pero la oración constituye un recuerdo
histórico ligado a la muerte de Jesús y pudo justamente haber sido el origen del relato.
Según esto, Jesús habría asumido su muerte como un gesto de obediencia a la voluntad del
Padre. Ningún otro texto muestra tan claramente su actitud filial.
4.¿Cómo entendieron los primeros cristianos la actitud de Jesús ante la muerte? Un
texto de la carta a los Hebreos nos ayudará a comprenderlo:”Durante su vida mortal,
dirigió (Cristo) oraciones y súplicas, con gran clamor y lágrimas, al que podía librarlo de la
muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. Aun siendo hijo, aprendió sufriendo lo
que es obedecer.” Aquí se explicitan elementos que en la oración de Getsemaní estaban
implícitos. Como hijo que era, a Jesús se le suponía la obediencia. Pero, al mostrar aquí su
identificación con la voluntad del Padre, hizo más patente su condición de Hijo.
Otro pasaje de la misma carta nos proporciona el “escenario de lectura” adecuado,
recordándonos lo dicho sobre la obligación de obedecer del hijo y la obligación del padre
de educar con disciplina y castigos.”Permaneced firmes en la corrección. Dios os trata
como a hijos. Pues ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija? Si estuvierais exentos del
castigo que ha alcanzado a todos, seríais bastardos, no hijos. Más aún: si a nuestros padres
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de la tierra les respetábamos cuando nos corregían, ¡cuánto más hemos de someternos al
Padre del cielo para tener vida! Nuestros padres nos educaban para esta vida, que es breve,
según sus criterios. En cambio, Dios nos educa para algo mejor: para que participemos de
su santidad. Es cierto que toda corrección, en el momento que se recibe, es más un motivo
de pena que de alegría. Pero después aporta a los que la han sufrido frutos de paz y
salvación” (Hb 12,7-12).La literatura sapiencial contiene recomendaciones semejantes
(véase, por ej.Pr 3,11-12).
Estos pasajes ponen de manifiesto dos elementos básicos en la relación padre-hijo:
la obligación del hijo de obedecer a su padre y soportar sus castigos, y la del padre de
educar a su hijo con disciplina. Este es el “escenario de lectura” para comprender la actitud
de Jesús ante su muerte. Es muy probable que haya conocido y aceptado la posibilidad de
una muerte cruenta y que haya aludido a ella en la última cena y en un intenso momento de
oración antes del prendimiento. El contenido de dicha oración y otros indicios sugieren que
vivió y explicó esta actitud suya desde la convicción de que Dios era su Padre. Esta actitud,
así como el uso de abbâ, revela una confianza y una cercanía muy grandes y subraya la
dimensión de la obediencia filial y de la disciplina paterna. La imagen de Dios que aparece
en esta actitud de Jesús es la de un Dios exigente, que reclama obediencia e impone
disciplina, una imagen que nada tiene que ver con ciertas formas de entender el término
abbâ.
CONCLUSIONES
Ha llegado el momento de comprobar hasta qué punto es verdad la afirmación
inicial de que el comportamiento de Jesús podría revelarnos cómo vivió y entendió él la
paternidad de Dios. Pero, para valorar adecuadamente los resultados, es necesario indicar
algunas limitaciones de este estudio.
He ahí las limitaciones: 1)ha habido que ceñirse a algunos comportamientos de
Jesús, dejando otros, necesarios para llegar a conclusiones más matizadas; 2)ni siquiera en
los tres aspectos escogidos ha sido posible entrar en profundidad: se trata de realidades
complejas que requerirían un tratamiento más detallado; 3)la crítica histórica que
necesariamente hay que aplicar a los textos evangélicos produce casi siempre resultados
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discutibles. Mi propósito ha sido, pues, modesto: abrir un camino de acceso a la experiencia
filial de Jesús que sirva para completar los resultados de la investigación sobre las palabras
de Jesús. A continuación resumo las aportaciones del presente estudio.
1.La elaboración de un “escenario de lectura” sobre las relaciones padre-hijo en la
cultura del tiempo de Jesús ayuda a comprender el sentido de sus palabras sobre el Padre.
Estas palabras insisten en la solicitud del Padre, y sólo en tres ocasiones hablan de un padre
que reclama obediencia, respeto y reconocimiento. En realidad, esto último era conocido y
compartido por los destinatarios de los Evangelios y, por consiguiente, no había por qué
insistir en ello. Por lo que se refiere a Jesús, esto está muy presente en su comportamiento
filial, lo cual confirma que las críticas a la interpretación “infantil” del abbâ están bien
fundadas.
2.Hemos podido comprobar que el comportamiento de Jesús se ajusta a lo que se
esperaba de un hijo en la cultura de su tiempo. Su forma de actuar revela una gran
confianza en Dios, aun en medio de las situaciones más adversas. En los momentos de
prueba Jesús se mantuvo fiel y no renegó de su condición de hijo. Su comportamiento
estaba motivado por la imitatio patris, la imitación del modo de actuar de Dios. Y tuvo
siempre una actitud ejemplar de obediencia a la voluntad de Dios hasta la aceptación del
sufrimiento y la muerte. Todos estos comportamientos revelan que Dios como Padre fue el
fundamento de su vida y la clave para aceptar su misión.
3.Pero inmediatamente hay que añadir que la imagen de Dios que aparece en la
actuación de Jesús no se ajusta a la que entonces se tenía de un padre. Esto se advierte en
el carácter contracultural de muchos de sus comportamientos. En la cultura mediterránea
del siglo primero el padre era el garante de la integridad y continuidad de la familia y para
ello echaba mano de la autoridad. El Dios a quien Jesús invoca como Padre no reproduce
esos rasgos patriarcales, sino que abre fronteras y tiene un proyecto integrador. Su
actuación no se circunscribe al ámbito del parentesco, que cierra los círculos de relación y
establece estrategias defensivas, sino que da acceso a un proyecto que abre e integra. Ese
Dios es creador de novedad e impulsor de compromiso.
4.Esa imagen de Dios ha servido también para confirmar la importancia que tuvo la
relación con Dios en la vida de Jesús. Esta experiencia de filiación, que Jesús vivió sobre
todo en la oración, es una experiencia religiosa. Los estudios recientes sobre el Jesús
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histórico parecen haber puesto entre paréntesis esa experiencia religiosa, lo cual tiene
consecuencias importantes a la hora de entender la vida y la predicación de Jesús, pues él
las entendió y las explicó desde dicha experiencia.
5.Todo lo que nos ayude a profundizar en la experiencia histórica de Jesús tiene
importancia no sólo para la Cristología, sino también para la reflexión sobre la Trinidad.
Una vez más tiene aplicación aquí el “axioma fundamental” formulado por Rahner: la única
vía de acceso a la “Trinidad inmanente” es la “Trinidad económica”. Lo mismo en
Cristología: sólo a través de la experiencia histórica de Jesús accedemos a Cristo y el
“Cristo económico” es nuestra principal vía de acceso a la “Trinidad económica” y de ella a
la “Trinidad inmanente”. Por esto podemos afirmar que un mejor conocimiento de la
relación filial de Jesús con Dios, tal como aparece en su forma de actuar, nos ayuda a
conocer mejor la realidad inmanente del Verbo y de su relación con el Padre y el Espíritu
en la vida trinitaria.
Condensó: MÀRIUS SALA
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