J. Rodolfo Wilcock DIDO Comedia en tres actos

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J. Rodolfo Wilcock
DIDO
Comedia en tres actos
PERSONAJES
Elena
Paul
Kurt
Excursionistas europeos.
Dido
Reina de Cartago.
Gian Carlo
Stephen Sp
Camilo José
Monstruos del aire.
Eneas
Prófugo troyano.
Sacerdote
Acólito
Polio
León
Alvaro
Muchachos, de 15 a 17 años.
Ana
Hermana de Dido.
Ascanio
Hijo de Eneas.
Siqueo
Espectro.
Voz del Palafrenero
Voz de la Planta
2
ACTO PRIMERO
3
(Un árbol. Dunas y montañas. Mediodía. Entran Elena, Paul y Kurt, por la derecha).
ELENA.
KURT.
Era un espejismo.
He visto brazos que ondulaban, como llamándonos.
ELENA.
Un espejismo de mediodía.
PAUL.
No llegaremos nunca. ¿Cómo pudimos confiar en un hombre con un ojo
celeste y el otro negro?
KURT.
Pienso en los esqueletos que yacen tendidos bajo estas arenas; cientos y
cientos, olvidados.
ELENA.
Se habrá perdido entre las ruinas.
KURT.
En alguna parte estarán los huesos de esos millones de personas que han
vivido.
PAUL.
Se habrá escondido. He visto corredores de hiedra entre las columnas
rotas, lugares ocultos. Y allí donde el manantial nos distrajo...
ELENA.
¡Era tan fresco, las piedras en el agua, el musgo verde!
PAUL.
Allí lo perdimos de vista.
KURT.
Algunos estarán en el fondo del mar, o hundidos en el limo de los lagos.
PAUL.
Dicen que región está infestada de bandidos, que esperan la noche para
atacar a los viajeros.
ELENA.
Falta mucho para la noche todavía.
KURT.
Y en el fondo de las grutas, también. La tierra es como una sábana apenas
tendida sobre los restos de los muertos.
ELENA.
Anoche soñé que perdía un pañuelo, en un lugar parecido a éste.
KURT.
Cuando estallan, salpicando las hojas bajas de los árboles, quemando la
hierba. Es su mejor momento, explotan de vida, de olores y de colores como
una flor desmesurada, la flor del hombre. Sólo después, cuando el último
gusano nos abandona, sólo entonces morimos realmente.
4
(Kurt se descalza para quitarse una piedrita del zapato).
ELENA.
PAUL.
¡Una gruta! (señala a la izquierda, fuera de la escena) Entremos a explorarla.
Será un nido de bandidos, o de arañas.
ELENA.
¿Con tan tiernas enredaderas sobre la entrada?
PAUL.
Detrás de las enredaderas puede abrirse un abismo.
KURT.
Siento olor a tormenta.
ELENA.
KURT.
Dicen que en esta época del año no llueve nunca.
Las nubes negras rebosan de la sierra.
(Salen por la izquierda Kurt y Elena).
PAUL.
¡No entréis en la gruta!
(Sale Paul por la izquierda. Entra Dido, con una rosa en la mano, por la derecha).
PALAFRENERO
(fuera). ¿Debo esperarla aquí, señora?
(hacia afuera). Lleva el caballo a la sombra, llévalo a beber.
Quiero estar sola, con esta rosa.
DIDO
(Se lleva la rosa a los labios. Cuando está por salir, por la izquierda, entra Ana por la
derecha).
ANA.
Dido cómo puedes olvidar así tus obligaciones:
ante la urna que encierra las cenizas de Siqueo
las vestales esperan protestando al sol,
los sacerdotes, la familia, las bestias elegidas.
Con este calor, es una vergüenza dejarnos plantados
para irte de caza con los huéspedes.
¿No recuerdas acaso qué día es hoy?
DIDO.
El día consagrado a la memoria de mi esposo,
pero he decidido consagrarle otro día.
Como has dicho, hace demasiado calor.
5
Las cigarras aturden el silencio,
la hierba crepita y el aire es como un fuego,
no es un día para ser fiel a los muertos.
ANA. ¿Oh Dido y toda esa gente que espera?
DIDO.
Dirige tú el sacrificio.
Tienes la cara más adecuada que conozco
para consolar las almas de los difuntos.
(Sale Dido por la izquierda).
ANA (hacia
la derecha). ¡Palafrenero, llévame al palacio!
(Sale Ana por la derecha. Entran por la izquierda Gian Carlo y Stephen Sp, haciendo rodar
una piedra pesada).
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Serán personas.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Oigo voces.
¡Personas, siempre personas!
Cada vez más.
GIAN CARLO.
Ya verás cómo termina esto: todos en fila, cada uno en su pocito
de arena, comiendo lo que les tiran desde los aeroplanos. Y apenas uno
muere y se seca el sol, viene otro y se sienta en su pocito.
STEPHEN SP.
Mi amo siempre me preguntaba: si cada vez hay más, ¿de dónde
vendrán todas esas almas? Yo creo que vienen de los insectos, porque cada
vez hay menos insectos. ¿Recuerdas cuántas pulgas había antes? Cuanto más
jóvenes son las personas, más probable es que en la otra vida hayan sido
insectos.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Se defienden, no se dejan quemar.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Habría que quemarlos a todos.
Y al fin de cuentas, ¿a quién le interesa si están vivos o muertos?
¡Mira, un pañuelo!
6
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Allí.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¿Dónde? No lo veo.
Recógelo, anda.
¿Para qué? No uso pañuelos.
GIAN CARLO.
Entonces lo recojo yo. Para adornar el nido.
(Recoge el pañuelo).
STEPHEN SP (acercándose).
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Tiene un corazón bordado en una punta.
Debe de ser un pañuelo de mujer.
Ten cuidado que no se lo robe Camilo.
GIAN CARLO.
Como el monedero que encontramos a orillas del mar.
(Se ha oscurecido el cielo).
STEPHEN SP.
Se acerca la tormenta. Oigo truenos.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Son los cazadores.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
La dejamos. Volveremos otro día a buscarla.
¿Me enseñarás a espantar los caballos?
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¡Vamos a asustar a los cazadores!
¿Y la piedra?
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Y yo oigo ladridos de perros.
Ten cuidado que no te vean.
¡Si no pueden vernos!
(Salen por la izquierda. Entra Eneas, por la derecha. Mira en torno. Un instante después
entra Dido, por la izquierda).
7
ENEAS.
DIDO.
He visto un caballo. Me he perdido.
Le enseñaré el camino de regreso.
ENEAS.
¡Oh, no, quedémonos aquí un momento!
Hace menos calor que en el valle;
y me alegro de haberla encontrado.
DIDO.
Anoche conversábamos; prosigamos.
ENEAS.
DIDO.
¿Qué tiene en la mano? ¿Una flor?
Una rosa, a medias deshojada.
ENEAS.
Decía usted anoche que desde hace un tiempo le parecía estar soñando.
DIDO.
Mi vida ha sido siempre como un sueño:
nada de lo que ocurre depende de mi voluntad.
Como en un sueño enviudé antes de casarme,
como en un sueño he visto crecer esta ciudad,
como en un sueño ha llegado usted ahora
a hablarme de una guerra reciente
de la que todos hablan como si fuera muy antigua.
Y en el sueño sigo abriendo puertas,
vagando por jardines que no son míos,
temiendo siempre caer en un abismo.
ENEAS.
Ser fiel a un muerto es llevar la corona
demasiado pesada sobre las sienes.
Pero ya he observado que en este país
la gente habla de los muertos como si estuvieran vivos,
y con ellos mantienen extraños comercios.
DIDO.
Es el sol, el sol cruel fuente de magia
que engendra monstruos y espectros de la tierra quemada,
espejismos donde la realidad naufraga
y el tiempo se diluye como la sal en el agua.
Pero usted que ha nacido en regiones sin misterio
no puede comprender, no puede comprender.
ENEAS.
¿Dónde estarán nuestros compañeros?
8
DIDO.
Corren detrás del jabalí.
ENEAS.
Un animal excepcionalmente corpulento.
¿No lo ha visto pasar, junto al torrente?
DIDO.
No, no lo he visto.
ENEAS.
Yo tuve que volverme:
me han dado un caballo muy nervioso.
DIDO. Es un regalo de mi pretendiente,
el rey de la barba gris, mi vecino.
ENEAS.
Dos veces ha querido derribarme.
¡Ah no importa, le enseñaré a ser menos díscolo!
(Dido se sienta sobre la piedra).
DIDO.
Me gusta este lugar; no es la primera vez que vengo.
De un lado las arenas, y del otro las rocas.
Un sabor de humedad flota en el aire,
una electricidad que anuncia la tormenta.
(Relámpagos. Dido se cubre los ojos con la mano; vacila sobre la piedra y Eneas la sostiene).
ENEAS.
Mis amigos se preguntarán dónde estoy
y los suyos dónde está usted.
DIDO.
Alguna explicación de nuestros actos
deben darse las gentes; demasiado
sufren cuando no logran explicarlos.
Nuestra existencia es de por sí un misterio,
para ellos, cuanto más nuestros actos:
un misterio en el fondo de otro misterio.
ENEAS.
Se ha oscurecido el cielo
casi como si fuera de noche.
Creo que volveremos empapados
y del jabalí tendremos que despedirnos.
DIDO.
Las tormentas en este país
son breves pero violentas.
9
ENEAS.
Y ya empieza a llover. Ha caído una gota.
DIDO.
Allí, donde esa enredadera se derrama
como cansada del verano
sobre el saúco y sobre el enebro
formando una cóncava galería,
se abre la entrada de una gruta.
ENEAS.
Podemos refugiarnos,
mientras para la lluvia.
DIDO.
Los campesinos la usan como establo
en invierno; yo nunca entré hasta el fondo.
Dicen que hace años la ocupaba un león
pero lo mataron, creo,
porque era un peligro, así decían.
ENEAS.
Un león solitario en una gruta.
DIDO.
Por eso, debo pedirle
que entre usted primero.
(Relámpagos. Trompas lejanas).
ENEAS.
¿Oye? Es la trompa de los cazadores.
Están lejos, del otro lado del valle.
Vamos a inspeccionar esta caverna.
(Sale por la izquierda)
DIDO.
¡La espada, por las dudas!
Puede encontrarse quién sabe con qué bestias
o tal vez con personas escondidas,
bandidos al servicio del rey Iarbas;
nunca se sabe, en una gruta a oscuras.
(Relámpagos).
¡Llueve! Se mojarán los cazadores.
(A la luz de un relámpago aparece el espectro de Siqueo, joven, con la Túnica ensangrentada).
10
¡Oh me habían dicho
que este lugar estaba encantado!
SIQUEO.
DIDO.
No entres en esa gruta.
Vete, no creo en ti. No existes.
SIQUEO.
No has querido ofrecerme el homenaje.
DIDO.
Con respetuosa regularidad
he ofrecido en tu altar toda clase de inciensos,
sacrificios, regalos, alas de mariposas,
velos de oro comprados en Arabia...
Basta. Recuerda que puedo olvidarte.
SIQUEO.
No puedes olvidarme.
Me acostaré a tu lado, ensangrentado,
todas las noches, hasta el amanecer.
DIDO.
Todos pueden entrar en mis sueños,
pero los sueños se olvidan por la mañana.
SIQUEO.
Y no sólo de noche: también de día.
Gota a gota me beberé tu sangre
hasta verte caer como una vaina seca.
¡No rías, mujer frívola!
DIDO.
¡Oh, vete! ¿Qué puedo hacer para que se vaya?
(Relámpagos y truenos).
No puedo dejarlo allí solo, espiándome
en la tormenta. ¡Vete, desaparece!
(Recoge piedras del suelo y se las arroja, sin tocarlo).
SIQUEO.
A todas horas vendré a buscarte,
si entras en esa gruta.
(Dido intenta recoger más guijarros, pero desfallece y se apoya sobre la piedra grande).
11
DIDO.
Me siento mal. ¡Eneas!
SIQUEO.
Llámalo, llámalo. Deja que la tormenta
os encierre en su cárcel de relámpagos,
que la tierra que se abre os acoja en su seno,
un hombre y una mujer que la lluvia ha juntado
como dos hojas caídas en una acequia.
Y cuando abras los ojos, te encontrarás conmigo.
DIDO.
Tengo miedo. ¡Eneas!
(Sale corriendo por la izquierda. Siqueo se queda donde estaba, inmóvil. Estalla la tormenta:
más relámpagos y truenos. Entran Gian Carlo por la derecha y Stephen Sp por la izquierda).
STEPHEN SP.
¡Vivan los rayos!
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¡Mira cómo me chorrea el agua por los pelos de la cara!
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¿Y este espectro bajo la lluvia?
No le hagas caso es un espectro humano.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Por fin se respira a plenos pulmones.
¡Viva la lluvia de verano!
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¡Vivan los truenos!
¿Y qué hace aquí, cuando nadie lo ve? ¡Fuera!
Es un pobre espectro antiguo, manchado de sangre.
GIAN CARLO. ¡Fuera! No nos asustas: también nosotros hemos sido espectros, en
nuestros tiempos.
STEPHEN SP.
Y este lugar nos pertenece. Esa piedra la hemos traído nosotros.
GIAN CARLO.
¡Fuera de aquí!
(Siqueo desaparece).
STEPHEN SP.
Un espectro sanguinario.
12
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
La lluvia le lavará la sangre.
¡Tendría que llover más a menudo!
GIAN CARLO. Ya empiezan a crecer los torrentes secos de la montaña; desde aquí
se oye el ruido de las piedras arrastradas.
(Corren y se persiguen, jugando, por la escena).
STEPHEN SP.
¡Abre la boca, como yo, para que entre el agua de la lluvia!
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Prefiero mojarme la barriga.
La lluvia fecunda y el sol hace brotar.
GIAN CARLO.
¿Para qué sirve la oscuridad?
STEPHEN SP.
Para frenar la tierra; si no fuera por la noche, la tierra giraría cada
vez más rápido, como una rueda que baja de la montaña.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¿Quieres que la hagamos girar más rápido?
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Sería más divertido.
¿Cómo?
Basta empujar esa montaña (señala).
GIAN CARLO.
¿Cuál? Hay tres montañas, allí.
STHEPHEN SP.
espacio.
La del medio, la de la punta nevada. Es allí que la tierra cuelga del
GIAN CARLO (saltando).
¡Vamos a empujar la tierra, vamos a empujar la tierra!
(Salen los dos Monstruos. La tormenta se calma. Por la derecha entran Dido y Siqueo, con la
túnica limpia).
SIQUEO.
DIDO.
Ven es mediodía.
Déjame antes deshojar esta rosa, la rosa de la soledad.
13
(Entra un Sacerdote con un Acólito).
SACERDOTE (al
ACÓLITO .
acólito). ¿Y este lugar no ha sido todavía bendecido?
No vale la pena, el propietario es ciego.
SACERDOTE.
Razón de más. La bendición de nuestra religión debe extenderse a
todos por igual. También las piedras quieren ser bendecidas, también los
espíritus del aire, también ol s espectros de la imaginación (mientras habla
bendice).
SIQUEO (a
DIDO.
Dido). Déjame a mí deshojarla.
Tu rosa es la rosa del deseo.
(Entran Polio, Alvaro y León).
POLIO (a
Alvaro). ¿Le viste el vientre, como un globo de aluminio?
( al Acólito). Y este mundo que parece tan vasto podría ser un
pequeño teatro. Por lo tanto, bendigamos también a los espectadores (bendice
a la platea).
SACERDOTE
ALVARO .
Todavía no dejan entrar a los hombres, solamente los animales.
SIQUEO (a Dido). Todas las rosas, quisiera deshojar, todas. Y todas las flores, con
sus colores.
POLIO
(a Alvaro). Los animales piensan solamente en comer y dormir.
ALVARO .
Si no pueden hablar, no piensan.
(al Sacerdote). Dicen que en esa gruta suceden hechos extraños:
encantamientos, partos anormales, negras cópulas.
ACÓLITO
SACERDOTE.
Bendigamos también las negras cópulas (bendice la gruta).
LEÓN (a
Polio).Debe de ser hermoso poder entrar, pero no con un animal.
ALVARO .
Yo no entraría solo.
14
(al Sacerdote). ¿Y cuando hayamos bendecido todo, hasta el más
minúsculo grano de arena que se esconde entre las rocas?
ACÓLITO
SACERDOTE. Empezaremos de nuevo, porque el mal es una herrumbre que debe
ser constantemente lavada.
(a Siqueo). Y arrancar las plumas de todos los pájaros, cortarles las alas,
aplastarles la cabeza con un martillo.
DIDO
SIQUEO.
O con el pie. Ver correr la sangre de las bestias jóvenes.
DIDO. Y
la mía. ¡Oh Siqueo!
(Dido abraza a Siqueo).
(a León). De noche no duermo, pensando en problemas de magia.
POLIO
SACERDOTE
ACÓLITO .
(al Acólito). Bendigamos también a estos jóvenes.
Tienen uñas sucias, los dientes cariados.
(El Sacerdote bendice a los tres Muchachos).
LEÓN
(a Polio). Yo en cambio duermo profundamente.
ALVARO .
Y sin embargo dicen que...
LEÓN.
¡No es cierto!
POLIO .
Conozco a una vieja que tiene uno en la cocina.
SIQUEO
DIDO.
(a Dido). Hueles toda con un perfume extraño.
Es el perfume de la tortura, el cilicio que llevo sobre el vientre.
SACERDOTE.
LEÓN
(al Sacerdote). Abuelo.
SACERDOTE.
LEÓN.
Y ahora podemos reposarnos un momento.
¿Qué quieres, nieto mío?
Yo y mis amigos quisiéramos tomar parte en algún experimento mágico.
15
(Stephen Sp atraviesa corriendo el escenario, de izquierda a derecha. Entran Ana y Ascanio,
por la derecha).
SIQUEO.
DIDO.
¡Muéstramelo, Dido!
No, aquí no. Donde el arroyo lame la hierba perezosa, en la sombra.
ASCANIO (a
ASCANIO .
Ana). Mira mis dientes afilados (muestra los dientes).
Más afilados son los míos (muestra los dientes).
SACERDOTE
ACÓLITO .
ALVARO .
(a los Muchachos). Sois demasiado jóvenes, todavía.
Y además no habéis sido iniciados.
¿Cómo lo sabes?
ACÓLITO .
Por las orejas.
ASCANIO .
Y mis uñas: podría degollar un conejo con las uñas (muestra las uñas).
ALVARO .
Yo en cambio tengo la vista de un lince: veo en la oscuridad, y puedo
lanzar flechas con los ojos.
ASCANIO .
ALVARO .
Mi sonrisa es tan inocente que envenena el aire.
De noche mis cabellos se convierten en víboras.
(Entran por la derecha Gian Carlo y Stephen Sp, arrastrando al tercer Monstruo, Camilo
José).
CAMILO JOSÉ.
ASCANIO
¡No, no quiero, dejadme!
(a Ana). ¡Y nadie se da cuenta!
GIAN CARLO.
¿Dónde has escondido mi pañuelo?
CAMILO JOSÉ.
No era tuyo; lo habías robado.
GIAN CARLO.
Justamente porque lo había robado era mío.
16
(a Dido). Aquí. Ahora. Muéstrame las gotas de sangre sobre tu vientre
blanco, muéstrame.
SIQUEO
DIDO.
Mi vientre virgen.
POLIO (al
Sacerdote). Un experimento sencillo, cualquiera.
SACERDOTE.
LEÓN.
¿Tenéis algún objeto de oro?
Yo tengo estos dados de oro, pero son de mi tío.
ALVARO .
Dile que los has dejado como ofrenda en el altar de la diosa.
ALVARO
(a Ascanio). Tu padre sabe que está loca.
ASCANIO .
Y que ha sido amante del rey Iarbas; que alegremente complacía a los
pescadores en las grutas de la costa, y al alba volvía a casa oliendo a ostras,
ebria y despeinada.
(Gian Carlo y Stephen Sp golpean a Camilo José).
STEPHEN SP (a
ALVARO (a
ASCANIO .
SIQUEO
DIDO.
Ascanio). Después le arrancaremos los pezones de los senos.
Para comerlos fritos. ¡No, para echarlos a los gatos, mejor!
(a Dido). No quiero tu virginidad, sino tu sangre.
Mi sangre es tuya. Mi seno desgarrado.
SACERDOTE
POLIO .
(a Polio). Podríamos evocar una persona, con su cabeza verdadera.
¿Cómo se hace?
ACÓLITO .
LEÓN.
Gian Carlo). Te dije que te lo robaría.
Ante todo, el objeto de oro.
Aquí tiene el dado.
SACERDOTE.
Los dos; uno solo no basta.
(León le da los dados).
17
CAMILO JOSÉ (a
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
los Monstruos). ¡No, no lo robé!
Tenía una flor bordada en una punta.
¡Un pañuelo de mujer, tal vez de moda, de pura batista!
CAMILO JOSÉ.
¡Ni siquiera lo he visto!
(a Dido). Muéstrame el vientre, la cintura.
SIQUEO
DIDO.
Espera. Antes debo deshojar toda la rosa. Cuando ya no quede un solo
pétalo, mi soledad será completa. Y entonces podré quitarme el cilicio, y
dormir en mi lecho virgen, soñando contigo, abrazada a mi sueño como a la
rueda del suplicio.
(Ana ríe a carcajadas).
ASCANIO .
Después le haremos un agujerito en el vientre para llenárselo de
petróleo.
ANA (riendo).
En vez de sangre, kerosene.
SACERDOTE
(a los Muchachos). Ahora debéis sentaros en cuclillas. Tomados de la
mano.
(Los Muchachos se ponen en cuclillas, en círculo, tomados de las manos).
ACÓLITO .
Acá en el centro, los dados.
SACERDOTE.
Y ahora girad, saltando como las ranas.
(Los Muchachos giran en rueda, saltando siempre en cuclillas).
(a Dido). ¿No sientes el calor del mediodía, entre estas piedras? Bajemos
al arroyo, a la sombra; quiero quitarte el cilicio con mis propias manos.
SIQUEO
DIDO.
O apretármelo, hasta hacerme desmayar.
SIQUEO.
DIDO.
Hasta hacerte gritar.
¡Oh Siqueo!
18
(Le acaricia la mejilla; luego salen, por la izquierda).
STEPHEN SP
(a Gian Carlo). Átale los brazos detrás de la espalda.
CAMILO JOSÉ.
¡No, no!
GIAN CARLO.
De todo, te haremos, hasta que me devuelvas el pañuelo.
(Le atan los brazos detrás de la espalda).
POLIO (al
Sacerdote). Me duelen las rodillas.
SACERDOTE.
ACÓLITO .
Paciencia, nieto mío. En este mundo, hay que sufrir para gozar.
¡Más rápido, perezosos!
(Los Muchachos siguen saltando en rueda. El Sacerdote gira en torno, en el sentido inverso,
murmurando sortilegios).
ANA (a
Ascanio). Tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe.
ASCANIO .
ANA.
Juego de manos, juego de villanos.
Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan (ríe).
ASCANIO .
Las artes en plural, con su innumerable variedad de manifestaciones,
¿no son acaso una confirmación del arte en singular? (lanza una carcajada).
(Salen Ana y Ascanio).
ALVARO
(al Sacerdote). ¿Y cuándo aparece la persona con la cabeza verdadera?
SACERDOTE.
Allí está.
(Entra por la derecha Eneas con una cabeza de Toro).
ENEAS.
Muu, muuu.
(Los Muchachos se levantan, observan de cerca y tocan a Eneas que atraviesa la escena de
derecha a izquierda. El Sacerdote recoge los dados).
19
STEPHEN SP.
Échate al suelo.
(Camilo José se echa. Gian Carlo le pone un pie sobre la nuca).
GIAN CARLO.
¿Dónde está el pañuelo?
CAMILO JOSÉ.
¡No sé!
STEPHEN SP.
¿No se lo habrás regalado a la Madre-Esposa?
CAMILO JOSÉ.
¡No!
(Eneas muge y hace gestos a los Muchachos para que lo sigan).
LEÓN (al
Sacerdote). ¿Podemos irnos con él?
SACERDOTE.
Naturalmente, nietos míos. No durará mucho.
(Los Muchachos salen con Eneas por la izquierda. Se oye un grito de Dido, fuera).
GIAN CARLO.
¿Y si te digo que se lo han visto a la Madre-Esposa, sobre la
CAMILO JOSÉ.
Lo habrá robado ella.
cabeza?
(Gian Carlo le da un puntapié).
ACÓLITO
(al Sacerdote). ¿Y los dados?
(Se oye nuevemente, fuera, el grito de Dido).
SACERDOTE.
Nuestro monasterio necesita limosnas, dulces limosnas.
(Salen el Sacerdote y el Acólito por la derecha).
STEPHEN SP (a
Camilo José). ¿Desde cuándo la Madre-Esposa roba pañuelos?
GIAN CARLO.
¡Echémoslo en el río!
CAMILO JOSÉ.
¡No, en el río no!
GIAN CARLO.
O si no en el mar.
20
(Salen Gian Carlo y Stephen Sp arrastrando a Camilo José. Entra Dido por la izquierda,
casi huyendo, vagamente aterrada. Mira en torno).
DIDO.
No hay nadie, no hay más nadie.
(Aparece Siqueo, con la túnica ensangrentada).
SIQUEO.
DIDO.
Paloma, ruiseñor, esposa mía.
¿Cuál es la realidad? ¡Contéstame!
SIQUEO.
Has entrado en el espiral de los sueños
y te acompañaré hasta el final.
DIDO.
¿Y esto es la muerte, esta confusión?
(Siqueo desaparece).
¿Es la muerte o es la locura?
(Entra Eneas por la izquierda).
ENEAS.
Con gotas de agua la lluvia ha adornado
las rocas, revelando vetas rojas
y azules que la tierra antes cubría.
DIDO.
Me siento como si saliera
de un sueño para entrar en otro.
ENEAS.
Las demás mujeres que he conocido
eran tan distintas: indiferentes,
prácticas, conciliadoras, afirmativas.
Tú, es como si estuvieras en dos lugares al mismo tiempo.
DIDO.
No es natural estar en dos lugares al mismo tiempo,
no ha sido dado al hombre conservar dos recuerdos
distintos de una misma hora,
sin saber cuál de los dos es el verdadero.
ENEAS.
¿Dónde estarán mis compañeros? No oigo la trompa.
21
DIDO.
La tormenta ha despejado el cielo
y el valle es como un estanque de silencio
vibrante bajo el sol de mediodía.
ENEAS.
Es hora de almorzar. Mis amigos
ya habrán acorralado el jabalí;
su sangre mancha ya las lanzas forasteras,
los caballos sudados regresan lentamente
entre los robles polvorientos. Tengo hambre.
DIDO.
Los nuestros, en cambio, no se han cansado.
Volvamos. Almorzaremos en la playa.
(Sale Eneas por la derecha. Cuando Dido está por seguirlo, entra Ana por la derecha).
ANA.
Perdóname si me fui con tu caballo,
pero ya te lo hice traer de vuelta.
Debo contarte un hecho extraordinario:
estábamos todos delante de la urna
cuando el sacerdote degolló la bestia,
un novillo tozudo de dos años,
y ni una gota de sangre brotó del cuello,
(Entran por la derecha, sin verlos, Paul, Kurt y Elena fatigados).
ni una gota para calmar el espíritu
de tu esposo que por lo tanto estará furioso
buscando donde saciar su sed de sangre,
un hombre tan robusto, muerto en la flor de la edad...
(Ana y Dido salen por la derecha).
ELENA.
¡Ah, dejadme descansar un momento!
(Elena se sienta en la piedra).
KURT.
Yo también estoy exhausto.
(Kurt se sienta en el suelo, al lado de la piedra).
PAUL.
Si algo me sostiene todavía en pie, es la fuerza de la indignación.
22
ELENA.
¿Indignación por qué?
PAUL.
Porque ya lo había previsto todo.
KURT.
Juraría que ya hemos pasado por aquí.
ELENA.
Yo también, tengo la misma impresión.
KURT.
El espejismo era el mismo; los mismos brazos que nos llamaban, las
mismas mujeres verdes en un lago al sol.
PAUL.
¿Quieres decir que estamos girando en círculos por el desierto?
23
ACTO SEGUNDO
24
(Un árbol. Dunas y montañas. Mediodía. Dido está sentada sobre la piedra, con los ojos
cerrados. Siqueo, con la túnica ensangrentada, aparece por la izquierda. Dido abre los
ojos).
DIDO.
¡A todas horas me visitas!
Una nube me enturbia los ojos todavía
pero adivino tu túnica sangrienta,
tu mirada vacía como un vidrio.
SIQUEO.
Soy fiel, más fiel que tú.
DIDO.
¿Hasta cuándo? Ya no sé dónde estoy;
salgo de la ciudad a errar por la montaña
y me encuentro contigo en todas partes,
o me encuentro en el mismo jardín que he dejado.
Hablo con otros y repentinamente
descubro que estoy hablando contigo;
apenas cierro los ojos vuelvo a vivir
diálogos que tuvimos cuando vivías,
pero pervertidos, descompuestos.
Tu insistencia me consume como un ácido
y no me quedan fuerzas para resistirte.
SIQUEO.
No debes resistirte, sino abandonarte.
DIDO.
Veo mis manos exangües, mis ojeras de enferma,
y descubro en mi pecho heridas inexplicables,
señales de correas en los brazos,
las muñecas marcadas como si alguien
me hubiera arrastrado con una soga.
¿Eres tú, o son alucinaciones?
SIQUEO.
¿Recuerdas el jardín cerca del mar?
¿Recuerdas el ruido de las pisadas
bajo las ramas quietas, el murmullo
de la fuente llena de hojas secas?
DIDO.
No sé si lo he soñado hace un momento
o hace diez años, cuando tenía veinte.
SIQUEO.
Te quedan pocos días en la tierra;
las potencias vidriosas que habitan
25
en el aire y a través de las cosas,
han decidido llamarte. Soñarás
un número limitado de sueños
y sin darte cuenta ya estarás con nosotros.
DIDO.
Tú eres Siqueo, pero los otros
¿quiénes son, los que me llaman?
SIQUEO.
Yo no soy nadie, y ellos tampoco son
nadie, ni tú, ni el troyano, nadie,
ni este mundo que algunos conquistan y otros pierden,
nada, alucinaciones caprichosas.
DIDO.
No sé qué quieres decir. ¡Oh dormir!
(Cierra los ojos. Entra Ascanio corriendo y Siqueo desaparece).
ASCANIO .
DIDO.
¿Qué hace tu padre?
ASCANIO .
DIDO.
¿Por qué tiene los ojos cerrados? ¿Duerme sentada?
¡Oh, estará haciendo lo que hacen todos los padres!
Quisiera acostarme.
ASCANIO . Acuéstese en el suelo. Yo siempre me acuesto en el suelo, o me siento,
cuando estoy cansado. Soy un marinero.
DIDO.
Dile a tu padre que venga a buscarme.
ASCANIO .
¿Sabe que ha prometido llevarme a Italia?
(Sale Ascanio por la derecha y aparece Siqueo por la izquierda, con la túnica limpia).
SIQUEO.
Ven.
(Dido recobra las fuerzas).
DIDO.
Voy. ¡Te he esperado tanto!
Ana me vigilaba, ha hablado con mi madre,
pero le hice beber un narcótico
macerado con flores de amapola.
26
Y al cruzar el jardín me siguió un perro,
ladrando, un perro que no conozco.
¿Dónde me llevas? ¿Has traído el alambre de púas?
SIQUEO.
Ven. He traído todo.
(Salen Dido y Siqueo por la izquierda. Por la derecha llega Ascanio).
ASCANIO .
Aquí, sentada en esta piedra.
(Entran Eneas y Ana).
Estaba aquí, pero se ha ido.
Estaba pálida como una vieja
y no podía caminar, se caía.
Y sin embargo se ha ido.
ENEAS.
Habrá ido al valle.
Ve, pequeño, trata de encontrarla.
(Sale Ascanio)
ANA.
No ha sido dado al hombre el don de organizar su vida;
ni tampoco un instinto, como a las bestias,
al cual abandonarse libremente,
con la certeza de que todo se resolverá
en orden y armonía. No hay que hacerse
ilusiones en ese sentido: somos impotentes,
nuestros actos nos atropellan, nos derriban,
los vemos pasar como el soldado herido
ve pasar sobre su cuerpo las ruedas del carro
del enemigo que desdeña su presencia.
Y las que podrían ser nuestras mejores horas
las pasamos lamiendo las heridas
que nuestros propios actos nos infieren.
ENEAS.
O recordando diálogos interesantes
para pasar el tiempo, como yo.
ANA.
Nuestra hospitalidad es limitada.
Nunca previmos la necesidad
de tener que entretener a un huésped;
27
sólo sabemos alejarlos.
¿Quiere que haga bailar a las criadas?
¿Quiere que llame a los luchadores negros?
ENEAS.
No me entretienen esos espectáculos.
ANA.
A mí tampoco. Sólo me entretiene
mirar el fuego o las olas del mar,
o ver pasar el tiempo como un desfile
de sombras lentas y consoladoras.
ENEAS.
La inacción la divierte; a mí la acción.
ANA.
La discrepancia es sólo aparente,
ya que la actividad y la inactividad
se parecen extraordinariamente.
Y también se parecen sus consecuencias.
Una hora de acción es como una hora de sueño,
viajar es como quedarse donde uno estaba
vencer es como darse por vencido...
ENEAS.
Mi padre me enseñó a desconfiar de las paradojas,
porque, decía, no conducen a ninguna parte.
ANA.
No creo que debamos llegar a ninguna parte.
¿Dónde estará mi hermana? Estoy preocupada.
A veces pienso que si el sol fuera fijo
y nosotros los que giramos alrededor de él
el resultado sería el mismo.
ENEAS.
Y sin embargo el tiempo es irreversible;
la causa y el efecto son irreversibles.
ANA.
La única cosa irreversible es la muerte.
ENEAS.
¿Qué son esas ruinas? (señala un punto lejano).
ANA.
Los restos de una ciudad destruida.
Ya nadie sabe cómo se llamaba
ni quiénes eran sus habitantes.
ENEAS.
En mi infancia conocí a un zapatero
28
que era el mejor de la ciudad, y lo sabía;
y sin embargo hoy de él no queda nada
excepto este recuerdo en mi memoria
que pasea conmigo por los mares.
ANA.
Ni siquiera el recuerdo,
que es parte viva de su memoria viva;
su zapatero ha desaparecido,
lo siento, completamente desaparecido.
ENEAS.
¿Y tampoco quedará nada
según usted de este coloquio nuestro?
ANA.
Nada.
ENEAS.
ANA.
En ese caso es inútil hablar.
No más inútil que vivir.
ENEAS.
¿Es inútil vivir?
ANA.
Vivimos, y ya que vivimos,
hablamos, comemos, amamos.
ENEAS.
Para mí en cambio la vida tiene un sentido:
debo crear un linaje, fundar una ciudad.
ANA.
¿Otra?
ENEAS.
Una ciudad propuesta por los dioses.
ANA.
Que un día sin embargo como todas
las ciudades del mundo será polvo:
nadie sabrá cómo se llamaba
ni quiénes eran sus habitantes.
ENEAS.
También su hermana fundó una ciudad.
ANA.
Era más joven, era desdichada.
También la desdicha requiere energía.
ENEAS.
No puede haber sido más desdichada que ahora.
29
(Mira en torno).
Tengo la impresión de haber estado en este lugar.
ANA.
Y de haber dicho ya estas palabras.
No me extraña, dicen que este jardín está encantado.
Desde el día en que usted llegó a este puerto,
mi hermana se pasea preocupada,
como quien tuviera un tigre en el dormitorio
y un león delante de la puerta de calle.
No escucha cuando le hablan, de noche
se despierta sobresaltada y me llama
pero después no me dice por qué me ha llamado.
Usted no la conoció antes, no puede comprender.
Vivía dedicada al recuerdo de su esposo
al cual había jurado eterna fidelidad.
ENEAS.
Mis compañeros ya han terminado
de calafatear los barcos y aprovisionarlos.
En cualquier momento podemos irnos.
ANA.
Es como si un demonio se hubiera apoderado de ella.
ENEAS.
Yo soy solamente un guerrero, respetuoso
de los dioses tradicionales, los dioses decentes.
Pero éste es un país a la vez salvaje y corrupto;
hace demasiado calor para un troyano.
(Salen. Entra Gian Carlo por la derecha y Stephen Sp por la izquierda).
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Llamaba a una persona.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
A que no puedes hacer como él.
Sí, puedo.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¿Has visto lo que hacía el espectro?
Pero yo puedo hacerlo mejor. ¡Dido!
No, era así: ¡Dido!
30
(Se pasean por la escena llamando a Dido con diversas entonaciones de voz).
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¡Dido! ¡Bésame con la boca llena de arena!
¡Dido, mírame con los ojos llenos de arena!
(Siguen llamando, en distintas direcciones).
¡Dido! ¡Dido!.
(Entra Dido).
DIDO.
Me llamas; aquí estoy.
(Los dos Monstruos prorrumpen en carcajadas y salen corriendo. Dido se acerca al árbol).
Mis pensamientos van a la deriva,
tiernamente, puerilmente naufragan...
(Se sienta al pie del árbol; cierra los ojos. Entra Ana).
ANA.
Como a una criatura hay que buscarte,
y te encuentro en el suelo, con el vestido sucio,
las manos rasguñadas, despeinada.
DIDO.
Mi corazón todavía late, siempre me asombra
que no descanse; que una parte de Dido todavía
manifieste tan paciente actividad.
Si de mí dependiera, le daría permiso
para que se reposara unas horas.
ANA.
Tengo un remedio en casa, un cordial egipcio.
Basta una cucharada para cambiar
la visión del mundo del que lo bebe,
aun la visión más negra y pesimista.
DIDO.
No, no quiero cambiarla, sé que la más pesimista
es la más verdadera. ¿Dónde está Eneas?
ANA.
¡Ah triste la hora en que oímos su nombre!
Por un instante de placer ordinario
31
has pagado este precio de calamidades.
(Entra Ascanio).
ASCANIO .
Ana, llévame a ver los conejos.
¡Los conejos! Es él, estoy segura
que ha degollado mi coneja favorita con las uñas,
la blanca, mi preciosa, que nunca había parido.
¡Criminal, pervertido! ¡Fuera de mi vista!
DIDO
ANA.
Dido no hables así delante del niño.
DIDO.
A veces el mal se disfraza de niño
o de pariente para sorprendernos.
¡Llévatelo, estoy segura de que es un demonio,
como tú, como tú!
ASCANIO .
No soy un demonio; soy bueno
pero trataré de ser más bueno todavía.
DIDO.
ANA.
No hay nada más inmundo que un niño.
No todos los niños son inmundos.
ASCANIO .
Yo soy inmundo pero soy bueno,
y quisiera ir a ver los conejos.
DIDO.
Llévate esta repugnante criatura,
futuro rey de Italia. ¿Dónde está Italia?
¿Qué es esa costa según dicen salvaje
que atrae a Eneas del otro lado del mar?
ASCANIO .
¿Futuro rey de Italia, qué significa?
ANA.
Una tierra de bosques y marismas,
de invierno fría, caliente en verano.
Un náufrago una vez llegó a Sidón
que venía de Italia, enfermo y pobre.
DIDO.
¡Qué desagradable es el mundo, lleno de lugares
inexplorados, de reyes salvajes y de negros!
32
¡Llévate este asesino!
¡Fuera! ¡Fuera del jardín de la reina Dido!
(Salen Ana y Ascanio).
DIDO.
Basta verles los dientes, y las uñas... Nos han seguido; creo que nos han
seguido... Allí, al pasar junto a los cipreses, he tropezado con una víbora en
la oscuridad, una boa... No, se movía, era una serpiente gruesa como un
muslo, larga... Quiero volver...
Quiero acariciarla, echarme desnuda a su lado, que me envuelva y me apriete
con su cuerpo fuerte y frío...
No, el cilicio no, prefiero hacerme estrujar por la boa. Ve a buscármela...
Quiero sentir las escamas sobre la espalda, su boca maloliente sobre mi
mejilla... ¿De qué sirve el placer, si no nos mata? Mi piel arde, pero mi carne
está fría...
Como un espiral que se acerca cada vez más al centro, el centro de la tortura
y del placer reunidos. Como una diosa, como una reina...
He comprendido, finalmente, que nuestros juegos conducen a la muerte...
¡Oh Siqueo! ¿Es esto entonces el amor?
(Aparece Siqueo, con la túnica limpia).
SIQUEO.
DIDO.
Es esta insistencia, esta compañía.
Volvamos a buscar la serpiente.
SIQUEO.
Ya no la encontraremos.
DIDO.
Nadie, nadie como tú sabe descubrir estos lugares, que parecen
concebidos para refugio y escondite de amantes.
SIQUEO.
DIDO.
¿No he venido hasta aquí, atravesando estas dunas fatigosas?
SIQUEO.
DIDO.
Déjame entonces atarte.
La serpiente... ¿Has traído el látigo?
SIQUEO.
DIDO.
¿Me esperabas, Dido?
Sí, y la soga (muestra un látigo de mango corto, enrollado, y una soga).
Es muy corto.
33
SIQUEO.
DIDO.
Corto pero ávido de sangre.
No quiero que se dé cuenta mi madre, ni mi hermana, que me espía.
SIQUEO.
Dirás que te has lastimado atravesando un cerco de espinos.
(Dido se deja atar las manos. Siqueo no suelta el extremo de la soga).
DIDO.
¡El látigo! ¡Azótame!
SIQUEO.
Cuando la sombra llegue al fondo del valle, me iré y te dejaré atada al
árbol.
DIDO.
¡Ahogada de deseo insatisfecho!
(Trata de alejarse, pero Siqueo la retiene con la soga).
SIQUEO.
Ahogada de deseo insatisfecho.
DIDO.
Siento ascender por mis miembros las serpientes. ¡Me muerden! ¡Me
desgarran la carne, el vestido!
SIQUEO
No sientes nada, todavía.
DIDO.
¡Sí siento, siento! (Se retuerce) ¡Acércate, muérdeme tú también, con los
dientes, con la boca ensangrentada!
SIQUEO.
DIDO.
Siempre, siempre conmigo.
¡Me convertiré en serpiente!
SIQUEO.
¡Camilo José!
(Entra Camilo José, inseguro).
CAMILO JOSÉ.
SIQUEO.
Señor.
Toma el látigo (le da el látigo y el extremo de la soga). Azótala tú.
(Camilo José azota el aire, en torno a Dido, sin tocarla. Siqueo desaparece).
34
DIDO.
Obedece Monstruo.
(Camilo José obliga a Dido a seguirlo, a izquierda y derecha, siempre azotando el aire y el
suelo junto a los pies de la reina).
He sido siempre la más bella... Sé que hay algo que debo olvidar, pero no
recuerdo qué es...
¡Oh no me mires, madre, no es cierto!
Oigo una música deforme, la canción que cantaba mi hermana, reflejada en
un espejo cóncavo...
CAMILO JOSÉ.
Te estrangularé a la luz de las estrellas.
DIDO. Tres por cuatro doce, cuatro por cuatro dieciséis, cinco por cuatro veinte,
seis por cuatro veintidós, no, veintiséis, ¡oh no recuerdo más...!
A, be, ce, d, e, efe, ge, a, be, ce, de, e, efe, ge, a, be, ce, de...
Este dedito puso un huevo,
este dedito lo recogió,
este dedito lo puso al fuego,
este dedito lo cocinó,
y este dedito se lo comió.
Ainsi font, font, font...
CAMILO JOSÉ.
Te echaré en la cisterna de agua estancada.
(Sale Dido tambaleando, por la izquierda, siempre atada a Camilo José, que la sigue
fustigando al aire. Entran Gian Carlo y Stephen Sp, por la derecha).
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Quitémoselo, como él nos quitó el pañuelo!
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¡Camilo José ha encontrado un látigo!
En todos los sueños lo invitan.
Es una mariposa de salón, con la nariz metida en todas partes.
(Salen Gian Carlo y Stephen Sp por la izquierda. Entran Ascanio y Eneas).
ASCANIO .
ENEAS.
¿Y la señora vendrá con nosotros?
No puede venir, está enferma.
35
ASCANIO .
Dice que soy inmundo, y sin embargo
a veces me mira con afecto;
de todos modos, prefiero que no venga.
ENEAS.
¿Tu prefieres la hermana, no es cierto?
ASCANIO .
No, la hermana es una mujer falsa
y habla mal de ti cuando no estamos.
No me gusta la gente de este país.
(Entra Dido, por la izquierda)
ENEAS.
¡Oh Dido, de que nueva locura
emerges como quien vuelve del pasado!
(Ascanio sale por la derecha).
Me miras como nunca me has mirado
con los ojos brillantes, tienes fiebre.
Una idea incendiada te devora;
verte es ver llama que pasea
por un campo de rastrojos, hacia donde la empuja el viento,
dejando en torno la tierra calcinada
negra y sedienta. Y nadie puede acercarse.
DIDO.
Un vaso de agua. ¿Nadie me dará un vaso de agua?
ENEAS.
Cada vez más velos se interponen;
te veo en el fondo de un lago turbio,
espejismos de calor nos separan.
Dame la mano, Dido, tal vez pueda
todavía traerte hasta la orilla.
(Dido le da la mano).
DIDO.
Sálvame, sálvame, sálvame.
Oigo risas lejanas. No tengas miedo,
no quemo, al contrario, tengo frío.
Tu hombro.
(Apoya la cabeza sobre el hombro de Eneas).
36
Estoy tan débil que pediría perdón
por todo; llévame contigo.
ENEAS.
Dido no puedo llevarte, estás enferma;
mis barcos son pequeños y sin comodidades,
y no sé qué encontraremos al desembarcar.
DIDO.
No nos veremos más.
De todos modos los espectros
no temen el mar, me seguirían.
Vete, eres demasiado real.
ENEAS.
Los dioses han prometido un reino a mi hijo.
DIDO.
Quiero pedirte un último favor,
que me des al niño para sacrificarlo.
ENEAS.
¡No puedes pedir eso!
DIDO.
Debemos ofrecerlo al espíritu de mi esposo;
¿qué destino mejor podría tocarle?
Por otra parte no sería la primera vez
que un padre sacrifica a su hijo.
(Eneas se aparta de Dido).
ENEAS.
Cállate, mujer enferma.
DIDO.
Tú y yo solos, delante del altar de Siqueo;
tú lo degollarías y yo recogería
en la copa de ágata su sangre clara.
¿No ves que estoy quedándome sin sangre?
Pero no quiero la sangre de un niño cualquiera.
Haríamos una gran fiesta y después te irías
con los cofres llenos de regalos.
ENEAS.
Adiós; no quiero escucharte.
(Dido lo retiene).
37
DIDO.
¿No ves cómo estoy sola?
Los dioses no me escuchan, porque estoy sola.
Una persona sola está a la merced de los demonios.
Hazme beber la sangre de tu hijo,
no toda, tal vez un vaso sea suficiente,
y no me sentiré tan sola, tan débil.
ENEAS.
Nada podrá salvarte.
(Se suelta y sale).
DIDO.
¡Cómo desprecio a todos los que viven
y quieren seguir viviendo, como los animales!
(Aparece Siqueo, con la túnica ensangrentada).
Una fila de hormigas; ¡Qué presunción! (señala las hormigas)
No se conforman con vivir,
incuban huevos para hacer más hormigas.
Pero ¿adónde terminará todo esto,
te pregunto, adónde terminará?
SIQUEO.
No termina.
(Entre las rocas surge una planta monstruosa, como una gran flor en forma de vagina rodeada
de tentáculos. Siqueo desaparece).
VOZ DE LA PLANTA.
Ven Dido a conocer
las voluptuosidades vegetales.
(Dido se acerca).
DIDO.
¡Oh tú que das la calma, acógeme
en tu seno verde y rosa como el fondo del mar,
(La planta mueve sus tentáculos).
Planta del olvido, nepentes de terciopelo!
VOZ DE LA PLANTA.
Entra, échate, olvida.
Olvida, olvida, olvida.
38
(Dido entra en la planta, que cierra sus tentáculos y desaparece detrás de las rocas).
39
ACTO TERCERO
40
(Un árbol. Dunas y montañas. Mediodía A la derecha una chaise-longue. Entran Elena,
Paul y Kurt, exhaustos, por la derecha).
KURT.
Y entre esos cuerpos ocultos bajo las arenas yacerán los nuestros.
ELENA.
Sin embargo, a ratos me parece oír voces.
KURT.
Muertos de sed y de hambre en territorio tunecino. Siempre creí que eran
los otros, que morían.
PAUL.
También las voces pueden ser espejismos.
KURT.
Son las voces de los que ya han muerto. Y nosotros, ¿sabéis dónde nos
hemos muerto? En el manantial, cerca de las columnas rotas.
ELENA.
PAUL.
¡Era tan fresco, las piedras en el agua, el musgo verde!
¿Cuántas noches habrán pasado?
ELENA.
Más noches que días.
PAUL.
No puede ser que no haya nadie, que no encontremos a nadie, nadie,
nadie.
KURT. En un país existe una montaña de muertos. Dicen que murieron todos
una sola gran batalla.
en
(Elena se sienta en la piedra).
ELENA.
Ya me he sentado una vez en esta piedra.
PAUL.
Reconozco la gruta, las flores de la entrada.
KURT.
Marchitas, sin embargo.
PAUL.
¡Mira los buitres! Vuelan sobre nosotros, nos esperan.
ELENA.
No son buitres, son golondrinas.
KURT.
Habláis como si estuviéramos vivos. Ya no importa si son buitres o
golondrinas.
41
ELENA.
Si estuviéramos muertos no estaríamos tan cansados, no tendríamos ni
hambre ni sed.
KURT.
No sabemos cómo será estar muerto. O lo sabemos, y es esto. Un sueño.
PAUL.
Anoche soñé que estaba pintando. O tal vez estaba realmente pintando,
luego me dormí y empecé a soñar que me perdía en estos arenales.
ELENA.
Yo estoy casi segura de no estar soñando.
PAUL.
O tal vez somos el sueño de alguien que está por despertarse.
KURT.
Ya ni siquiera sabemos en qué época estamos.
ELENA.
Ni dónde estamos (se levanta). No podemos quedarnos aquí. Tenemos
que llegar a alguna parte.
PAUL. Tal vez somos actores de teatro, tan perfectos que ni siquiera sabemos que
estamos representando.
ELENA.
La comedia ya está escrita, y es siempre la misma.
KURT.
Somos tres muertos, y este cansancio y esta desesperación son los
síntomas de la descomposición.
ELENA.
KURT.
¡Otra vez el espejismo!
Brazos verdes en las aguas verdes, que nos llaman. Vamos.
(Salen Elena y Kurt, por la izquierda).
PAUL.
¡No me dejéis solo!
(Sale Paul. Entra Dido por la derecha, apoyándose en el brazo de Ana. Las sigue Ascanio).
DIDO.
Mira, las hormigas se han abierto otro caminito;
han dejado el viejo y ahora pasan por acá.
Espero que no vengan a visitarme, todas en fila.
ANA.
No, Ascanio, no pises las hormigas.
42
DIDO.
Déjalo que las mate, ha nacido para eso:
(Se recuesta en la chaise-longue).
es un asesino de hormigas.
ASCANIO .
Todo lo que hago está mal. Me consuelo pensando
que cuando seré grande vosotras ya estaréis muertas,
y podré decir que erais dos arpías.
Me voy a jugar solo en el torrente.
(Sale Ascanio por la izquierda).
ANA.
¡Oh mi querida hermana, estoy tan afligida
por tu estado que de noche lloro
y hasta el alba no consigo pegar los ojos!
DIDO.
Vivir es luchar con los demás,
y sólo un exceso de energía puede inducirnos
a creer que esa lucha es deseable.
Luchar contra sus pequeñas avaricias,
su afán de posesión y de prestigio,
¿qué belleza puede haber en esos combates?
No has terminado de sentarte en una silla
que ya alguien quiere sentarse en tu lugar;
te levantas por la mañana y das los buenos días
y todos se preguntan que habrás querido decir,
porque nadie dice nada sin segunda intención.
ANA.
Es cierto que la vida nos coloca
frecuentemente en situaciones incómodas,
pero también nos ofrece delicadas satisfacciones.
DIDO.
Ayer, observando un queso lleno de gusanos
he pensado que uno de esos gusanitos
era Dido, y que podía aplastarlo con un dedo
sin que uno solo de los demás gusanos
se diera cuenta. Alguien se ha propuesto
aplastar el gusano llamado Dido;
mejor: no quiero ser un gusano en un queso agusanado.
ANA.
¿Por qué no me dejas llamar a un médico?
43
Hay un asirio que cura a los pobres
pinchándoles la espalda con agujas;
dicen que es infalible para el reumatismo.
DIDO.
Ana, estoy en una isla abandonada
y las aguas suben, ya me lamen los pies,
las aguas de la suciedad que me rodea...
y tú vienes a hablarme de un médico asirio.
Tengo un pie en la realidad y el otro en un sueño
pero no sé cuál de los dos es el sueño.
ANA.
Todo se arreglará, cuando se vayan los troyanos;
volverás a ser Dido fiel a su amado esposo.
DIDO.
No sé quién soy, no sé quién es Eneas
no sé quién eres tú. Déjame sola, vete.
(Entra Ascanio por la izquierda).
ASCANIO .
¡He visto un conejo salvaje que se escapaba!
ANA.
No era un conejo salvaje, era una liebre.
Y ahora de dejo con el niño, te hará compañía,
(Sale Ana por la derecha).
ASCANIO .
¿Hoy te gusta mi compañía?
DIDO.
Estoy demasiado enferma para preocuparme
por un gusano más o menos.
Déjame verte. ¿Nunca estuviste enfermo?
ASCANIO .
Una vez comí demasiados higos.
DIDO.
Henchidas y rosadas son tus mejillas;
la sangre rueda por tu cuerpo transparente
como las aguas que bajan de la montaña
despertando a su paso el canto de los pájaros.
Acércate, quiero mostrarte una cosa.
ASCANIO .
¿Qué cosa, un regalo de despedida?
44
(Dido extrae del seno un puñal).
DIDO.
Este puñal de plata. Es un recuerdo
te lo regalo si me das un beso.
ASCANIO .
DIDO.
¿Regalas un recuerdo?
Tu cuello blanco... Acércate, muchacho.
(Entra Eneas por la derecha; ve que Dido se esconde el puñal en el seno).
ENEAS.
Ascanio, llegó la hora de tu partida.
En el puerto nos esperan los compañeros,
ya han izado las velas, entorpecidos
por la falta de ejercicio y el ocio forzado,
pero contentos de volver al mar.
Desde aquí se oyen sus cantos, los viejos cantos troyanos.
ASCANIO
DIDO.
(a Dido). Debo irme; ¿no me das el puñal?
Vete. ¡Vete! los niños no hablan de puñales.
(Sale Ascanio por la derecha).
Estoy triste y ni siquiera tengo la fuerza
de desear que mi tristeza cese.
ENEAS.
No me inspiras piedad sino desprecio;
si no estuvieras enferma te arrastraría
por los cabellos hasta el borde del mar,
¡oh víbora con cuernos, áspid pálido,
flor venenosa que una vez aspiré!
Muérdete los labios con tu propia ponzoña,
mujer extraña; muere sola.
DIDO.
Eneas, puedes salvarme aún de mis demonios.
Ves mi mano, quiere llegar a mis cabellos
pero a mitad camino cae exhausta
sobre mi corazón vacío, estoy tan débil...
ENEAS.
No me inspiras piedad sino desprecio.
45
(Sale Eneas por la derecha).
DIDO.
Lejos de aquí, el viento húmedo de espuma
dispersará los espectros que me persiguen
como soldados empeñados en saquear
una ciudad que ya ha sido varias veces saqueada.
Lejos de aquí, la fresca luna sobre las olas...
(Aparece Siqueo, con la túnica limpia).
SIQUEO.
DIDO.
Ven a bailar conmigo, Dido.
No puedo levantarme.
(Entran Polio, Alvaro con una sábana doblada y un balde, y León con otro balde).
SIQUEO.
Será la última vez que danzamos juntos.
(Dido recobra paulatinamente las fuerzas y se levanta. Entran Gian Carlo y Stephen Sp).
POLIO
(a Alvaro). ¿Te has preparado como dice el libro?
ALVARO .
No me he olvidado de nada.
GIAN CARLO
(a Stephen Sp). Aquí podemos jugar tranquilos.
STEPHEN SP.
Han dejado una valijita.
GIAN CARLO.
LEÓN
Es mía; todo lo que las personas se olvidan en los sueños, es mío.
(a Alvaro). ¿Y los sapos?
ALVARO . Los até todos por las patas, formando un collar. Después me los colgué
al cuello y me acosté; pero no me dejaron dormir.
DIDO
(a Siqueo). No puedo bailar, no tengo fuerzas.
SIQUEO.
Prueba. La noche empieza;
del cielo se derraman las estrellas
y sobre el negro mundo las constelaciones
ruedan hacia ti como los granos
de una granada, gotas de cloroformo,
46
collares de vidrio húmedos de alcohol,
(Dido danza).
que giran, giran y se confunden
con los vapores de la tierra joven.
(Danzando lentamente, Dido se acerca a Siqueo).
STEPHEN SP
(a Gian Carlo). Y una tela , también.
GIAN CARLO.
Dámela.
(Entran Ana y Ascanio).
STEPHEN SP.
No, la tela es para mí.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¿Qué vas a hacer con una tela?
Ponérmela de sombrero.
(Gian Carlo abre la valija).
(a Dido). Ven; bajo las palmeras un aire saludable
clama la frente, renueva los sentidos,
cortinas frescas, sedas vegetales
te acogerán como en el fondo de un lago.
SIQUEO
ASCANIO
ANA.
(a Ana). ¿Por qué los peces no salen nunca del agua?
Porque han nacido para vivir dentro del agua.
(Siqueo sale, retrocediendo, y Dido lo sigue, danzando).
ASCANIO .
¿Y crees que se matará, con el puñal de plata?
ANA.
Se matará, se matará. En realidad no es mi hermana, sino la hija de una
esclava, que mi padre adoptó para que me hiciera compañía.
ASCANIO .
Podríamos remplazarla con cinco discos de colores distintos,
excéntricos y superpuestos; bastaría hacerlos girar a la velocidad adecuada.
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(a Alvaro). Y cuando te lo quitaste por la mañana, ¿de qué lado tomaron?
POLIO
ALVARO .
POLIO .
Del lado que sale el sol.
Quiere decir que todo saldrá bien.
GIAN CARLO
(a Stephen Sp). Es una valija de pintor.
STEPHEN SP.
Dame un tubo.
GIAN CARLO. No.
STEPHEN SP.
¡Uno solo!
ANA (a
Ascanio). ¿Dónde estará la mona? Dices que hace un momento
estaba aquí despidiéndose del zorro
pero ahora el lecho está vacío, como si nunca
ninguna mona en él se hubiera despedido
de ningún zorro, en este árido lugar.
ASCANIO .
Tal vez durmiendo soñó que se iba
y se fue realmente; tal vez está y no la vemos.
LEÓN
(a Alvaro). ¿Y la piel de gato?
ALVARO .
Me la pasé por la lengua.
(Entran el Sacerdote y el Acólito).
POLIO .
¿Era una piel fresca?
ALVARO .
Yo mismo lo maté y lo cuereé.
GIAN CARLO
(a Stephen Sp). Y la tela es para pintar.
STEPHEN SP.
Mejor, así tendré un sombrero pintado.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¿Juguemos a pintar?
Te presto la tela si me prestas los pinceles. Y los colores.
GIAN CARLO.
Pareces una mujer. Siempre quieres todo.
48
(Gian Carlo apoya la tela contra el árbol. Con los pinceles y los colores, los dos Monstruos se
ponen a pintar, al azar).
SACERDOTE.
(al Acólito).Debes llamar a todas las puertas, en nombre del Sagrado
Colegio de Sacerdotes, y pedir dátiles.
ACÓLITO .
No me darán nada.
SACERDOTE. Llevarás en la mano la vara con la víbora enroscada. Peor es el año,
más dátiles te dan. Tendrás que llevar el asno, con las alforjas.
LEÓN
(a Alvaro). ¿Debajo de un roble?
ALVARO
POLIO .
No tuve tiempo de buscar un roble. Donde vivo son todos sauces.
Basta un detalle de nada para arruinar todo.
ASCANIO .
ANA.
(a Ana). ¿Y alguien se acordará de mí?
Yo me acordaré.
Soy demasiado inquieto para quedarme encerrado en una memoria
cualquiera.
ASCANIO
ANA.
Disimulemos, disimulemos.
LEÓN
(a Alvaro). Lo importante es saber si has sentido algo.
¡Oh sí! Un placer intenso como si me acariciaran todo el cuerpo con
violetas, oleada tras oleada, algo que no acababa y aumentaba siempre.
Cuando todo terminó, la delicia duraba todavía.
ALVARO
ACÓLITO
(al Sacerdote). ¿Y si en vez de dátiles me dan higos?
SACERDOTE.
Acepta, acepta lo que te den; nada te impide volver a pasar por los
dátiles, la semana que viene.
POLIO
(a León). Ahí está el sacerdote.
LEÓN.
Llamémoslo.
49
ALVARO
(al Sacerdote). Abuelo.
SACERDOTE.
POLIO .
¿Qué deseas, nieto mío?
Abuelo, nuestro compañero quisiera iniciarse.
(a Ana). ¿Soy yo la única persona que existe en el mundo?
ASCANIO
ANA. El mundo se compone de elementos duros, elementos blandos y elementos
de gramática.
ASCANIO .
Sí, a nadie le gustaría que fuera yo el único que existe.
SACERDOTE
ALVARO
Toda la noche, y todo el día de ayer.
SACERDOTE.
LEÓN.
(a Alvaro). ¿Y te has preparado devota y conscientemente?
¿Con los sapos y la piel de gato?
Sí, y el humo de bosta en la ventana.
ACÓLITO .
No está bastante pálido.
(a Ana). ¿A qué hora morirá Dido?
ASCANIO
ANA.
Cuando el viento del crepúsculo hinche las velas
de la escuadra troyana frente al puerto,
cuando la lechuza abra los ojos y cace el ratón dormido,
el nudo se cerrar torno del tallo frágil
y lo cortará en dos, y lo cortará en dos.
ASCANIO .
Solamente los relojes saben qué es el tiempo.
¿No es raro que un aparato sepa más que una persona?
SACERDOTE
POLIO .
(a los Muchachos). ¿Habéis traído el lienzo?
Una sábana de hilo.
ACÓLITO .
ALVARO .
¿Y las arañas venenosas?
En este balde.
50
LEÓN.
Y en este otro el barro.
ACÓLITO .
Debe quitarse todo, también la cadenita de oro.
(El Acólito coge los baldes. Polio y León sostienen la sábana alrededor de Alvaro para que
pueda desnudarse sin ser visto).
STEPHEN SP
(a Gian Carlo). Parece un repollo.
GIAN CARLO.
Demasiado verde. Más lindo es el colorado.
(Gian Carlo y Stephen Sp pintan. El Sacerdote toma el barro del balde y lo echa sobre el
cuerpo de Alvaro).
SACERDOTE.
De este barro habrás comido.
POLIO y LEÓN.
Somos testigos.
(El Sacerdote da vueltas alrededor de los Muchachos, murmurando hechizos).
STEPHEN SP (a
Gian Carlo). Quisiera hacer una cara, pero no sé dónde poner los
ojos. Uno a cada lado de la nariz, no me gustan.
GIAN CARLO.
Ponle uno a cada lado de la boca, que se los pueda lamer.
(a Ana). No quiero que se acuerden de mí, es como si me chuparan la
sangre.
ASCANIO
ANA.
No piensan en tu presente, piensan en tu pasado.
ASCANIO . Entonces
provecho.
les dejo mi pasado, para que se lo coman en ensalada. Buen
(Salen Ana y Ascanio).
SACERDOTE
(al Acólito). Las arañas.
(El Sacerdote aplica las arañas venenosas sobre el cuerpo de Alvaro; en el cuello, detrás de las
orejas, en el pecho, en los brazos).
SACERDOTE.
Fuera con la sangre impura.
51
(Alvaro grita).
POLIO y LEÓN.
Somos testigos.
(Alvaro se desmaya. Polio y León lo sostienen, envuelto en la sábana).
STEPHEN SP
(a Gian Carlo). Dame el pincel fino.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
No; confórmate con el grueso.
¡Quiero el fino!
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
¡Si no sabes pintar!
¿Y tú sabes?
GIAN CARLO.
Hace mil años que pinto. De noche cambio los cuadros de los
pintores famosos, les agrego una banana en la fuente, un gato en el jardín. Sé
pintar cualquier estilo, pero prefiero la pintura abstracta.
STEPHEN SP.
¿Cómo es?
GIAN CARLO.
Como uno quiere; por ejemplo, de espaldas.
(Se vuelve y pinta de espaldas).
LEÓN
(al Acólito). No ha resistido.
ACÓLITO .
Nadie resiste.
SACERDOTE.
ACÓLITO .
Llevadlo. Cuidado con las arañas, que no se le desprendan.
Debéis comerlas todas, antes de que se deshinchen.
SACERDOTE.
¡La cadena!
(Polio le da la cadena de Alvaro. Éste vuelve en sí y empieza a debatirse, tratando de
arrancarse las arañas y de escapar. Polio y León lo contienen. Entra Eneas, con cabeza de
asno; rebuzna).
STEPHEN SP
(a Gian Carlo). ¡Yo también, yo también!
52
(Los dos Monstruos pintan de espaldas a la tela, sin mirar).
ACÓLITO
(al Sacerdote). Vigoroso el muchacho.
SACERDOTE.
Sí, será un buen padre de familia, una columna de las instituciones.
(Eneas se lleva consigo a Alvaro; lo siguen Polio y León. Stephen Sp empieza de pronto a dar
pinceladas en la cara de Gian Carlo).
GIAN CARLO.
Eso se llama Escuela de París.
(Gian Carlo y Stephen Sp se pintan mutuamente la cara y se persiguen con los pinceles. Entra
Camilo José, adornado con plumas de todos colores y una gran capa negra).
STEPHEN SP.
ACÓLITO
¡Ven Camilo a pintar con nosotros!
(al Sacerdote). ¿Y qué hacemos con la ropa del iniciado?
SACERDOTE.
Para los pobres, para los pobres del monasterio.
(Salen el Sacerdote y el Acólito).
CAMILO JOSÉ.
GIAN CARLO
No, no quiero ser más el que soy.
(a Camilo José). ¡Ven a jugar con nosotros!
(Camilo José se pasea haciendo ondear la capa negra y recitando).
CAMILO JOSÉ.
No quiero ser más el que soy:
quiero ser un insecto monstruoso
con tentáculos y antenas negras;
y todos me encontrarían hermoso.
A mis amantes infundiría
espanto y sumisión,
y pagaría con lluvias de oro
su interesada dedicación.
De noche organizaría matanzas
de moralistas y comerciantes,
para entrar luego por las ventanas
y echarme sobre las mujeres elegantes,
mientras la gente desde la calle
me aplaude y me ofrece conciertos,
53
bebiendo la sangre de los ricos,
comiendo la carne de los muertos.
Y no me falta demasiado,
y no me falta demasiado
para ver mi sueño realizado.
(Entra Siqueo, con la túnica limpia, llevando a Dido de la mano. Gian Carlo y Stephen Sp
embadurnan de pintura a Camilo José y lo persiguen con los pinceles).
SIQUEO.
Tu sangre luminosa aún irradia
y late cálida bajo tu piel de estatua.
DIDO.
Este es mi cuello. Bésame, en el cuello.
(Siqueo besa a Dido en el cuello, ávidamente. Dido se abandona en sus brazos, y poco a poco
cae desmayada al suelo. Los tres Monstruos se llevan a Siqueo. Entra Ana, por la derecha).
ANA.
¡Oh Dido otra vez te encuentro en el suelo,
como una alcoholizada o una toxicómana,
como una chancha ebria en un chiquero
que ha comido cebada fermentada!
(Ayuda a Dido a volver a la chaise-longue).
Así no es posible vivir,
no digamos gobernar un país,
cuando el delicado jardín de la razón
se puebla de hierbajos y alimañas,
hasta volverse un erial que ni siquiera
los vagabundos por las noches visitan,
porque temen encontrarse con una víbora.
DIDO.
Oigo silbar. ¿Quién silba?
ANA.
Un labrador que cava una zanja
allá abajo en el valle, entre los naranjos.
DIDO.
No puedo oír silbar; dile que se calle.
ANA.
Está muy lejos. Pobre hombre,
silba para hacer ver al mundo que existe.
54
DIDO.
Yo preferiría ocultar que existo.
¿Dónde está Eneas? Temo haberlo ofendido,
ofendido muy seriamente,
pero no recuerdo cuándo ni cómo.
ANA.
Eneas se ha ido; lo he visto bajar
hacia el puerto por la escalera de la guardia,
con su escudo de bronce y su hijo Ascanio.
Ya habrán levado anclas y se habrán ido.
DIDO.
¿Qué dijo al despedirse?
ANA.
Dijo que las arenas de esta costa
le quemaban la planta de los pies.
DIDO.
Era un hombre como todos los hombres.
¡Oh Ana, hermana Ana!
¿Qué diferencia hay entre un gusano y otro?
No quiero volver nunca más al palacio,
vete, déjame sola, esperaré la noche
como una estatua en un jardín, bajo el rocío.
Quisiera morir, pero temo que la muerte
sea como la vida una pesadilla repugnante.
ANA.
Las almas apasionadas como la tuya
son fácil presa de la desesperación
que es casi siempre un error de perspectiva.
Pero el suicidio es una violación tan completa
del orden natural, que a último momento
la mano de la vida nos detiene.
DIDO.
Que levanten una cerca en torno mío,
para protegerme de mis sueños, un círculo de llamas
o de lanzas. No quiero ver más caras,
las caras de los hombres son demasiado estúpidas,
y al fin de cuentas son siempre la misma,
una broma de mal gusto de la naturaleza
que arruina el paisaje y asusta los animales.
ANA.
¡Ah cómo oprime el corazón ver una inteligencia
tan rica fundirse en una masa informe,
y ante el embate de la inanidad
55
disgregarse una persona como una fogata
de hojas secas al viento arremolinado!
DIDO.
Todo es mortal; no sé por qué pretenden
que una cosa sea menos mortal que otra.
La vida se renueva independientemente
de nuestras intenciones y decisiones.
ANA.
Ya nada puedo hacer por ella salvo dejarla
sola con sus fantasmas, con sus pobres visiones.
(Sale Ana por la derecha).
DIDO.
Extiendo hacia mi pasado
vanos tentáculos de ensueño,
buscando objetos, lugares
que tal vez no existieron nunca...
(Aparece Siqueo, con la túnica ensangrentada).
SIQUEO.
Repetirás incesantemente
la pantomima del amor...
(Entran Gian Carlo y Stephen Sp).
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
No, era más allá.
GIAN CARLO.
STEPHEN SP.
Era aquí.
No, era aquí, delante de esta gruta.
Allí está.
GIAN CARLO.
Ayúdame.
(Gian Carlo y Stephen Sp se llevan rodando la piedra que habían traído en el primer acto).
SIQUEO.
Mírame, soy un pobre espectro,
un trapo que el viento sacude...
(Entra Camilo José).
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DIDO.
Cuando el delicado jardín de la razón
se puebla de hierbajos y alimañas,
(Dido se clava el puñal en el pecho).
dice Ana...
Lejos de aquí, el viento húmedo de espuma...
(Dido muere. Camilo José le arranca el puñal del pecho y se lo lleva. Siqueo desaparece).
STEPHEN SP.
¡Camilo José ha encontrado un puñal!
GIAN CARLO.
¡Un puñal verdadero, con sangre de mujer!
(Camilo José huye con el puñal; Gian Carlo y Stephen Sp dejan la piedra y salen corriendo
detrás de él. Entran Kurt, completamente exhausto, sosteniendo a Elena que casi no puede
caminar).
KURT.
Otra vez aquí, frente a la gruta. Y allí está la piedra donde te sentaste.
(Se arrastran hasta la piedra y se dejan caer junto a ella).
ELENA.
¡Oh Kurt, qué inútil todo! ¿Dónde está Paul?
KURT.
Ya se habrá muerto. He visto los buitres que se posaban sobre su cabeza,
picoteando su frente de artista...
ELENA.
Y dentro de poco se posarán sobre nosotros. Kurt, hubiéramos debido
quedarnos donde estábamos. Quiero dormir; déjame apoyar la cabeza en tu
regazo.
(Elena duerme).
KURT.
Allá abajo veo un lago; donde antes había un valle pedregoso, ahora hay
un lago, un calmo lago verde; y en las orillas, entre los juncos, mujeres
también verdes, de largas cabelleras vegetales, que mueven los brazos,
llamando, llamándonos, un viento fresco sube desde las aguas... Y hundidos
en el limo verde del fondo están los muertos, los pobres muertos de otros
siglos, tantos siglos...
(Cae dormido sobre la piedra).
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