COMENTARIO DE TEXTO SONETO XXIII En tanto que de rosa y d’azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena; y en tanto que’l cabello, que’n la vena del oro s’escogió, con vuelo presto, por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena; coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que’l tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre. En este comentario que acometemos, no hay palabras que nos hayan causado dificultades por su significado, si bien es conveniente conocer la simbología, por recurrente, que adoptan. Es el caso de la azucena, que es una flor blanca que habitualmente se usa para ejemplificar la pureza. De hecho, este es el nombre del lilium candidum (que en latín significaba, precisamente, “blanco”) y que suele ser el representativo de esta especie, común, sobre todo, en su variedad blanca. Por ende, “cándido” pasa a significar alguien inocente, puro, simple, característica necesaria en el ideal femenino (recordemos los típicos dibujos del día de los enamorados, del libro y la rosa, o el día de San Jorge). Del mismo modo, la rosa es la flor que comúnmente se identifica con el amor, la pasión, y sus demostraciones, por tanto es más “atrevida”, como flor, más física, más explícita. Nos situamos en el Renacimiento, con todo lo que esta época significa en cuanto a apertura racional por parte de las corrientes filosóficas, del saber y alejamiento de la superstición y la fe ciega. Como tal, hay una serie de cambios que afectan profundamente al arte en general. Es el caso del “antropocentrismo” como principal corriente de pensamiento frente al “teocentrismo” imperante en la Edad Media, de manera que el hombre se convierte en el centro, y todo aquello que tiene que ver con él adquiere una dimensión esencial. Por eso, la vida, el amor, la fortuna, y la muerte son ejes principales. El amor como opuesto al zánatos destaca, puesto que del Eros deviene la vida, que acaba con la muerte, el amor como pulsión vital y principal sentimiento y los elementos terrenales como la fortuna (tanto económica como vital), que es azarosa y determina si el hombre navegará en el éxito o se hundirá en el fracaso. Si lo adscribimos a la esfera del amor, toda su vida estará impregnada de sus consecuencias. La influencia italiana es patente en los versos, la melodía y la estructura, puesto que Petrarca fue el impulsor del amor como centro universal en el siglo XVI. De estos cambios, del interés por el ser humano, por cultivarse, por ser “humanista”, por centrarse en lo importante de la vida, tenemos una serie de tópicos que se desarrollan en este soneto: carpe diem, vita brevis/ tempus fugit, descriptio puellae, dona angelicatta, oculos sicarii, u omni mors aequat (más tácito que explícito). Es cierto que aunque el carpe diem subyace en todo el poema, puesto que la primera parte es una excusa para llegar a la arenga final, centrado, pues, en los versos 9 y 10. De esta manera, se anima al tú poético a que asuma la rapidez del tiempo para disfrutar de los momentos que la juventud le ofrece. Esto se debe a que una de las características de la vida es su brevedad. Vita brevis y tempus fugit son comprobables en el verso 10 y 13. El primero expone “antes que’l tiempo airado”, entiendo por airado un movimiento rápido, con matiz de violento; y “todo lo mudará la edad ligera”, por ágil, veloz, pero también por “inconstante”, punto que viene subrayado a continuación por “no hacer mudanza en su costumbre” es decir, que es mutable por no ser mutable. Y su mutabilidad hace que el tiempo “pase”, que envejezcamos y, finalmente, acabemos todos en el mismo lugar: omnia mors aequat. En los versos que van del 1 al 8, e incluso en el 9, vemos la descriptio puellae y la donna angelicata. Escasas son las ocasiones en las que un poema hace referencia a la etopeya de una mujer, sino es para destacar su carácter liviano y desdeñoso con respecto al amor. Cuando se trata de una descripción , suele ser física, la prosopografía se suele limitar, como en este caso, al rostro, e incluso se puede circunscribir a los ojos, o a los labios. El autor hace gala de todos los rasgos propios del ideal renacentista: una joven (v. 9 “alegre primavera” y “dulce fruto”, como sinónimos metafóricos de juventud -recordemos que las estaciones simbolizan los estadios de la edad del hombre), rubia (v. 6 “del oro s'escogio”), con el pelo lacio y largo, rezumando sensualidad “mueve, esparce y desordena”, v. 8), de largo cuello pálido (v. 7 “por el hermoso cuello blanco, enhiesto”), sin arrugas (“inhiesto”) y terso, al igual que el resto de la piel (“de rosa y d'azucena”, v. 1). Recordemos que la palidez de la piel, desde la Edad Media es la forma de reconocer a ricos y pobres (recordemos a Jorge Manrique “los ricos e los que trabajan por sus manos”), puesto que la clase baja trabaja el campo y tiene la piel morena y ajada por el sol. Eso sin contar que, al correr de los años, la piel se oscurece. Y tiene los ojos claros, pero es un “mirar ardiente, honesto”, parejo a lo que hemos visto en la azucena: sincero, inocente, pero con tanta fuerza que es capaz de “serenar la tempestad” solo con una mirada (v. 3 y 4). Contrapuesta es, para mejor ver el carpe diem, la imagen de este retrato con el de la anciana de los últimos versos, en los que la cumbre se ha cubierto de nieve y se ha marchitado la rosa. La rosa no es aquí símbolo de la pasión, sino ejemplo del color de las mejillas, que se ajarán con el tiempo. Alguna relación guarda con la otra denominación del carpe diem que es el collige, virgo rosas, como “coge, virgen, las rosas”, recordando que “coger rosas” indica, desde la Edad Media, el momento de la “desfloración”. Resumiendo, el tema que se trata aquí es el del TIEMPO, a través del tópico del carpe diem y el tempus fugit. La vida es considerada un bien muy preciado, pero breve, no te has dado cuenta y los mejores años pasan, por eso el autor le dice a la fémina que disfrute de esos momentos de juventud, en los que puede hacer cualquier cosa por empuje, vigor, aguante, etc. El poema es susceptible de dos divisiones en partes. De un lado, tenemos la posibilidad de ver dos partes: desde el verso 1 al 8; y del 9 al 14. La parte inicial cubriría toda la prosopografía (rostro, cabello y cuello), la siguiente es carpe diem: vive, goza tu tiempo, antes de que te llegue la vejez, y una descripción de esta. Esto correspondería a un “antes” y un “después en la vida de la mujer. Pero, también es posible observar tres: la primera va del verso 1 al 8, con la descripción física; la segunda va del 9 al 11, el carpe diem propiamente dicho, el “aprovecha el momento”; la tercera se reduce a los tres últimos versos podemos distinguir un final lejos del positivismo inicial, y más cercano a la línea de la segunda parte, totalmente pesimista, nos anticipa el inevitable final al que todos llegamos y los cambios que opera en la persona. Por lo que se refiere a la estructura formal, estamos ante un soneto compuesto por dos cuartetos y dos tercetos que riman en consonante ABBA ABBA CDE DCE, son endecasílabos perfectos. Y la estrofa preferida para cualquier tipo de tema (a todos se adapta) en el Renacimiento. La estructura gramatical del poema pasa por ser una sucesión de sustantivos y adjetivos que van dando la forma y el color al texto, con minoría de verbos. En los dos cuartetos, los verbos se reparten en los versos pares, mientras que el sujeto está en los pares, no siendo así en los tercetos, que tienen condensado el sentido, con un verbo en cada verso. Todos son en tercera persona, exceptuando el “coged”, que exhorta y que alude al lector directamente, sea o no mujer. Todos están en presente o pasado, una cosa ya hecha, sin embargo, el terceto final, que está en futuro, acentuando la inexorabilidad de lo que sucederá tarde o temprano. Lo que no tiene vuelta de hoja. Tampoco son verbos de acción, que requieran esfuerzo o indiquen desplazamiento excesivo, sino que son más bien intelectuales, o juicios: cambiar, escoger, mostrar, excepto, quizá, mueve, esparce y desordena, que aluden al viento, y, por tanto, son un movimiento moderado y, por supuesto, no humano, aunque subraye la sensación humana de la sensualidad. Los sustantivos son coloristas, no necesitan adjetivación para evocar cromatismo: rosa, azucena, color, luz, tempestad, oro, primavera, fruto, nieve, cumbre y lo evocan por sí solos. Algunos pertenecen a la esfera del cuerpo humano: Gesto, mirar, luz, cabello, cuello. Otros a la de la naturaleza: rosa, azucena, viento, primavera, fruto, cumbre, haciendo propias de la mujer sus características. Y la mayoría son percibibles por los sentidos, pero no “tocables”: gesto, viento, mirar, tempestad y tenemos la espera de lo abstracto: edad ligera, primavera, dulce fruto –por ser metafórico-, costumbre. Todos ayudan a configurar un poema que se caracteriza por contraponer lo físico con lo sugerido, con lo que se percibe, pero no se toca, lo que sucede, más que verse. En su mayoría, estos nombres, van acompañados de un adjetivo epitético (dulce fruto, enhiesto cuello, clara luz, alegre primavera, ligera edad, etcétera). Los colores son claros, cálidos blancos, rosas, amarillos, colorados cuando se refieren a la mujer y a la juventud, y grises y apagados cuando suceden a los abstractos (tormenta, tiempo airado), apoyados por los adjetivos mencionados y los que evocan serenidad, hermosura, candidez. Se dan algunas repeticiones (rosa, viento) y algunos sinónimos (edad- tiempo, ligero- airado) que subrayan la idea principal. Da idea de templanza, serenidad (en la juventud) e inexorabilidad del tiempo, subrayado por la sentencia final.. 8. En tanto que de rosa y d’azucena Metáf. por juventud y mejillas color. se muestra la color en vuestro gesto, Metonimia gesto por rostro y que vuestro mirar ardiente, honesto, sinestesia / personificación con clara luz la tempestad serena; epíteto/ contraposición y en tanto que’l cabello, que’n la vena metáfora/ encabalgam. del oro s’escogió, con vuelo presto, Hipérbat. por el hermoso cuello blanco, enhiesto, epíteto el viento mueve, esparce y desordena; gradación/ acumulatio coged de vuestra alegre primavera exortación/metáfora/ epíteto el dulce fruto antes que’l tiempo airado personif/epíteto/ encabalgam Perífras, circunloquio cubra de nieve la hermosa cumbre. Metáfora/ aliteración de “crb” Marchitará la rosa el viento helado, hipérbaton/ metáfora Sentencia, paradoja todo lo mudará la edad ligera metonimia/ por no hacer mudanza en su costumbre contraposición/ uso derivac. Descrip. Dona angelicat. (etopeya) Encabalg. El poema juega todo el tiempo con las metáforas, siendo toda él una: una descripción de cómo se envejece para que la persona se dé cuenta de cuán poco dura todo y de cuán profundamente debemos vivirlo, para no desaprovechar los mejores momentos. De hecho, incluso se contrapone la primera parte, con la metáfora sobre la juventud (la descripción externa de la mujer y su lozanía), y la última, con la alusión a los síntomas de la vejez. Así, del primer y segundo terceto, destacaríamos los símiles que envejecer y marchitar, así como la comparación de las estaciones con las fases de la vida del hombre (primavera- juventud, otoño, verano- madurez, invierno- vejez) y el paso del tiempo, de gran éxito en el Siglo de Oro. Si empezamos por el tropo de la “rosa” y “azucena”, que, como hemos explicado antes, son flores que, tradicionalmente se usan como referencia a la pureza (en este caso no solo estaría significando el color, sino también una característica moral de la persona descrita), inocencia y candor, tenemos el color de la tez (la piel, y las mejillas de la joven son blancas, indicando su procedencia noble y su corta edad, puesto que la piel va amarilleando a medida que va pasando la edad). En el segundo verso vemos una metonimia, el uso de la parte por el todo, es decir, que se refiere al “gesto” (algo que hace la cara) cuando se refiere a la cara por entero, para subrayar que no solo es el color de la epidermis, sino que su expresión es “de rosa y azucena”: puro, candoroso, inocente y está ruborizándose. Ese “de rosa”, aparte de referirse a la mejilla fresca, también es una perífrasis (una “ampliatio”) por “enrojecer” (cuando uno se avergüenza –cuanto más joven se es, más se avergüenza uno- se le colorean las mejillas). La misma figura metonímica la hallamos en “mirar”, usando solo la acción de la mirada para referirnos a ella. Esta misma se une con una sinestesia, puesto que uno lo percibimos por la vista (“mirar”), mientras que “ardiente” se percibe por el tacto, y “honesto” sería cualidad propia de una persona, por tanto es personificación, por lo que entendemos que su mirada es joven, encendida, llena de pasión y sincera, que descubre sus sentimientos y está llena de vitalidad (recordemos que “los ojos son el espejo del alma”, y más en el Renacimiento, con el neoplatonismo). Esta mirada misma templa la tormenta (generalmente la tormenta y el fuego son sinónimos de pasión), por lo que la mirada de la joven calmaría el ardor del amado, usando su “clara luz”, es decir, a través de sus ojos azules, tan inocentes, que calmaría a quienes la miren. Está claro que “tempestad” se opone a “serena” (por mucho que uno sea nombre y el otro verbo), por tanto es un contraste; mientras que la luz siempre es “clara”, si es oscura es sombra, por tanto tenemos un epíteto que subraya el color inevitable de los iris de la donna angelicata. Este retrato iniciado, se continúa, deteniéndose en el cabello, rubio y lacio, y largo, como una vena, aunque del color del oro, que en este caso se da en la metáfora, tanto por la forma (vena, larga), como por el color rubio (oro); y más adelante se concreta en el cuello, que es blanco (como la piel de azucena) y enhiesto (que podemos considerar epíteto, es decir, largo y erguido (hemos de recordar que al envejecer los huesos se van curvando y se arruga la piel). Todo esto forma la prosopografía, o retrato físico, en este caso sólo del rostro de la mujer. En “el viento mueve, esparce y desordena”, nos damos cuenta de que la mujer lleva el pelo suelto y que el viento le acaricia el cabello, si bien en una especie de gradación que va en movimiento ascendente, y una especie de acumulatio de verbos. Ese movimiento, lento, condensa la sensualidad de la mujer que, candorosa, contempla al poeta con sus ojos claros, su gesto pálido, pero ruborizado, el cuello largo y el pelo suelto, movido por el viento. Una imagen bucólica, sin duda. El tono descriptivo da paso a la exhortación, con el “coged”, en segunda persona, con metáfora por juventud (“alegre primavera”), y “dulce fruto” (lo mejor de la vida), usando el tópico del “collige, virgo, rosas” y subrayando el significado de los sustantivos con los epítetos. El tiempo “airado” es una personificación: el tiempo no es veloz, sino que nosotros lo percibimos así. Y seguimos describiendo, aunque ahora señalamos la contraposición entre la mujer joven con el retrato de alguien para la que acusa el paso del tiempo: “cubra de nieve la hermosa cumbre” ya hemos mentado su adscripción a una sentencia perifrástica que podría haberse resuelto con un “encanecer” y “la hermosa cumbre” con cabeza, aunque aquí, además de metáfora tenemos una metonimia, ya que utiliza la parte superior de la cabeza por el rostro y el cuerpo, incluso. Hay una aliteración del sonido “cubr”. De nuevo vemos un hipérbaton en el último terceto, que pretende subrayar la importancia del elemento que “marchita”, que es el viento helado, o lo que es lo mismo, el viento propio del invierno, asociado metafóricamente con la vejez, por tanto una parte del invierno, el viento helado, se usa en alusión a la totalidad (metonimia) y otro tropo en “marchitará la rosa” por “ajarse” y, a su vez, envejecer, comparando la flor y la belleza de una mujer. El viento helado es el tiempo, puesto que si el viento helado es capaz de destruir la rosa, y estamos hablando en términos vegetales, el tiempo hace lo mismo con la “rosa” de las mejillas de la joven. El penúltimo verso contiene una metonimia (“edad ligera” por “el tiempo”, ya que edad sería una fracción temporal y aquí se refiere al tiempo en general), y un hipérbaton. El último verso, comparándolo con el anterior, contiene dos palabras de la misma familia léxica (mudanza, mudará) y una contraposición, antítesis o contraste, puesto que “mudanza” es cambio, mientras que “costumbre” es tradición, por tanto inmutabilidad, constancia, algo que siempre es igual. Los dos unidos contienen una sentencia, algo que se cumple (el tiempo siempre hace cambiar las cosas, pero él siempre es igual), y a su vez una paradoja, puesto que nos explica que el tiempo todo lo cambia, para, precisamente, no hacer ningún cambio en lo que viene haciendo siempre. Todo lo cambia, aunque es inexorable, todo cambia, menos el tiempo, que es el motor que hace que todo cambie. El poema utiliza, asimismo, una suerte de encabalgamientos que tienden a destacar el elemento que se deja al final del verso y el principio del otro, por aparecer aislado (“vuestro gesto”, “que’n la vena”, “alegre primavera”, “tiempo airado”, “hermosa cumbre”, “edad ligera”, “en su costumbre”. Aquí residen las claves del poema: el gesto, el cabello, la juventud, el goce y el envejecer, todo condensado mediante lo que subrayan estas figuras. Dado que estamos hablando de un poema del renacimiento, sabemos que el autor usa una estrofa típicamente italiana, y un tema que deriva de los italianos, también. Recurre al “carpe diem” para subrayar la fugacidad de la vida, y cómo, siendo un bien preciado, debe vivirse con intensidad, aprovechando cada minuto, sacándole el jugo, amando, sintiendo, antes de que ese don convierta la mujer en polvo, haciendo uso de su presteza, de su rapidez, de la brevedad. Para eso usa el retrato de una mujer rubia, de ojos claros y largos cabellos y claros ojos que tranquilizan al poeta y son el espejo de su alma sincera y honesta. Una mujer que, comparada con una flor, tanto por lozanía como por colores, se ajará como ella ante el viento. Entrevisto, en ese poema, está la inexorabilidad de la muerte, que llega a todos, aunándonos al final. En un tiempo en el que el hombre es el centro de las preocupaciones, en el que destaca el epicureísmo, la exaltación del goce moderado de los placeres de la vida y de no creer en la fe ciega, sin razón, el hombre se antepone a cualquier vida más allá de la conocida, de la que se duda, por tanto, haya, o no, vida más allá, lo que importa es lo que se disfrute en esta. Por otro lado vemos el influjo de Platón en los ojos de la amada y sabemos que siendo ella tan bella, es partícipe de la belleza ideal. Todo esto nos lo transmite el poema a través de las figuras colocadas estratégicamente para dar forma al poema y dotarle del sentido que se pretende: hacer hincapié en la juventud y sus posibilidades, y la merma de estas con el paso del tiempo.