02N - EL ALFARERO Y EL ALZHEIMER

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EL ALFARERO Y EL ALZHEIMER
El alfarero de mi pueblo era un hombre feliz. Quería muchísimo a su mujer y a sus
hijos, tenía buenos amigos, y el negocio le iba viento en popa. Su patio siempre estaba
lleno de vasijas secándose al sol, y sus botijos y alcancías eran apreciados en toda la
comarca. Todo parecía irle bien en la vida hasta que a su mujer empezó a fallarle la
memoria. Al principio eran despistes sin importancia; errores perfectamente achacables
al estrés producido por la próxima boda del hijo mayor. Pero cuando después de la boda
los olvidos se fueron haciendo cada vez más frecuentes y de más entidad, el matrimonio
decidió ir a ver al médico. Éste los envió al hospital, y allí, después de realizarle
numerosas pruebas, le dijeron al alfarero que su mujer tenía la enfermedad de
Alzheimer. La noticia le conmocionó, pero procuró que no se le notara. Volvió a su casa
con ella, buscó en sus adentros la fuerza y se dispuso a afrontar la situación. Con ayuda
de sus hijos y de asistentes que le mandaba el Ayuntamiento, la estuvo cuidando durante
años. Asistió conmovido e impotente a su deterioro mental y físico, y cuando acabó en
una silla de ruedas vegetando, siguió cuidándola. Todos los días, para entretenerse, se
iba un rato al bar a echar una partida de dominó o a tomar el aire con los amigos; y
cuando ya no podía más y estaba al borde del desmoronamiento, hacía una escapada a la
capital para visitar a su amigo Antonio, que era la mar de divertido, y recobraba fuerzas.
Más tarde, con el casamiento de los hijos y los recortes presupuestarios y de personal
del Ayuntamiento, el alfarero comprendió que él solo no podía cuidar a su mujer, así
que, con un inmenso dolor, la llevó a una residencia.
Poco tiempo después, a él también le empezó a fallar la memoria. A veces se olvidaba,
por ejemplo, de echarle al cocido los garbanzos y el tocino, y otras veces no recordaba
para qué servía un lebrillo. Un día, estando en la calle, se desorientó, y no sabía volver a
su casa. Evidentemente, el primer vecino que se percató de su situación lo llevó al sitio
dónde vivía, pero él pasó una angustia terrible y quedó muy afectado. Particularmente
dramático fue lo sucedido en el velatorio de su amigo Ginés: se le fue la cabeza y se
puso a cantar el pasodoble “Francisco Alegre”.
Cuando los hijos se dieron cuenta de que no podía vivir solo, lo metieron en la misma
residencia en la que estaba su mujer. Dicen que de vez en cuando tiene algún momento
de lucidez, y yo me pregunto: si en esos momentos no tiene a su alrededor caras y cosas
conocidas que le sirvan de referencia, cómo puede saber el alfarero que está en el
mundo real y no en su mundo de tinieblas. También me pregunto si sacar a estos
enfermos de su medio en los primeros estadios de la enfermedad no acelera su deterioro.
Y por último: si alguna vez se cruza con su mujer por un pasillo, ¿le concederá Dios un
instante de lucidez para reconocerla y recordar lo vivido con ella?
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