Arte en Japón

Anuncio
Arte en Japón
A lo largo de los siglos, al igual que ha ocurrido en muy distintos puntos y culturas de nuestro
continente, una amplia variedad de factores sociales, económicos, políticos, culturales y
medioambientales, han tenido su influencia en el desarrollo del arte de Japón. El clima
templado, similar al de España, y las cuatro estaciones bien diferenciadas, ofrecen una gran
abundancia de símbolos y temas estacionales, tales como el ciruelo, el cerezo, el crisantemo y
el arce, representando al invierno, la primavera, el verano y el otoño, que se repiten una y otra
vez en el arte japonés. El mitificado amor de los japoneses por la naturaleza se refleja en el uso
de materias primas como la laca, la madera, el bambú, y el papel. La alta humedad del clima y
los frecuentes terremotos y tifones, que con cierta periodicidad asolan el país, han hecho que el
arte japonés recurra a la utilización de materiales ligeros, que por un lado hagan a los objetos
fácilmente transportables, y por otro, que sus arquitecturas sean más fáciles de reconstruir. La
estética japonesa, más inclinada a admirar la hermosura de las cosas en función de su
fugacidad, ha preferido siempre la utilización de materiales humildes y sencillos de encontrar.
La historia del arte japonés no puede ser entendida sin sus contactos con el continente y la
gran tradición asiática del arte budista, como no lo puede ser el arte español, sin contemplar
sus relaciones con Italia o Francia, y la tradición del arte cristiano. En relación con estas
oleadas de influencias del continente, hay que aducir, que los artistas japoneses supieron
moldearlas y desarrollar un arte con unos valores estéticos propios, muy particulares.
Mirando el arte japonés desde otro punto de vista hay que decir que su influencia sobre otras
culturas fue escasa, si no nula hasta el siglo XIX, cuando los artistas europeos descubrieron
sus bellezas artísticas y demostraron hacia ellas una gran pasión. La participación japonesa en
las exposiciones universales, consideradas entonces como foros internacionales, contribuyó
enormemente a la difusión de su arte en Europa y Estados Unidos. También en España, en la
exposición universal celebrada en Barcelona en 1888, hubo participación japonesa, y consta
que la colección de estampas de la Biblioteca Central de Barcelona fue adquirida en la
muestra. Fueron las cerámicas y los grabados los que mayor impronta dejaron sobre la pintura
europea, y por supuesto, sobre las artes llamadas decorativas.
Hoy los artistas japoneses, baste recordar los nombres de algunos como el arquitecto Arata
Isozaki, autor del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (1986), o el Premio Nobel de
literatura Ôe Kenzaburô, están teniendo una participación cada vez más activa en el desarrollo
del arte contemporáneo internacional.
Arquitectura
La mejor manera de entender la arquitectura japonesa tradicional, en especial la doméstica,
menos influida por las corrientes continentales, es viéndola como una respuesta hacia el
entorno natural. La sociedad japonesa, primordialmente agraria, volcada al cultivo del arroz,
desarrolló un elevado sentimiento de cooperación entre los miembros de la comunidad para
sacar adelante las cosechas, y de agradecimiento y adaptación al entorno. Se desarrolló un
sentimiento de adaptación, y no de defensa frente a la naturaleza, poseedora de un poder al
que el hombre no se puede resistir. La imagen de la caña de bambú que se dobla cuando
azota el viento, pero que cuando cesa recupera su posición erguida, es quizá el ejemplo
comparativo más claro para entender la arquitectura japonesa.
1/9
Arte en Japón
El clima japonés se distingue por unos veranos largos, calurosos y terriblemente húmedos,
frente a un invierno corto y seco. Por ello las casas japonesas están pensadas para hacer más
soportables los rigores del verano. Así, en el pasado la única defensa frente al calor era
permitir circular el aire y crear espacios de sombra. Consecuentemente las paredes de las
residencias son movibles, los tejados muy salientes, y la construcción se eleva sobre el suelo
para evitar humedades de las lluvias del monzón. Como contrapartida son casas vulnerables a
todo tipo de intrusiones: polvo, suciedad, insectos, ruido, y también a la intimidad.
Materiales
La elección de la madera frente a la piedra es quizá una de las características más
sobresalientes. Por un lado, la piedra es menos abundante y más difícil de transportar, y por
otro, responde peor a las necesidades de absorber la humedad y permitir la aireación de los
espacios. Además requiere mayor tiempo de trabajo y preparación. Por otro, la madera
absorbe la humedad, no resulta tan fría en invierno como la piedra y es más adecuada para
soportar los temblores que se producen casi a diario.
Esta elección de la madera por su flexibilidad a la hora de componer espacios está muy de
acuerdo con las necesidades familiares de vivienda y los cambios de estación. Los espacios
están divididos por particiones tales como shôji (panel corredero con paredes de tramas de
madera y papel traslúcido) o fusuma (panel corredero de paredes opacas de papel), que
pueden ser desplazados o retirados, dejando ver espacios totalmente diáfanos, a excepción de
los pilares que sustentan las techumbres. Las paredes suelen ser tramas de bambú recubiertas
con arcilla hasta alcanzar un grosor considerable, y han demostrado una sorprendente
resistencia a los terremotos. En todo momento se buscaron soluciones que dotaran de gran
flexibilidad también a las estructuras, de manera que frecuentemente los elementos no están
fuertemente fijados, permitiendo una oscilación, y, en caso de desplazamiento, minimizar el
daño de las estructuras.
La construcción de la casa le era encomendada al carpintero, daiku, que era el responsable del
diseño y construcción de la estructura de acuerdo con los deseos de la familia. El daiku
preparaba todos los elementos constructivos en su taller, y en un día podían levantarse las
columnas y la estructura del tejado con la ayuda de la familia o algunos trabajadores. Los daiku
rara vez se desplazaban de zona, por lo cual no es infrecuente que los estilos arquitectónicos
varíen incluso de un lado a otro de la montaña, por ejemplo.
Conceptos de espacio
La palabra ma, cuyo ideograma también puede leerse como ken o aida, es difícil de traducir, ya
que engloba significados tales como 'espacio', 'relación', 'intervalo', 'período', 'pausa',
dependiendo del contexto, sin embargo, es fundamental para definir el concepto de espacio. En
arquitectura este término sirve para hablar de la distancia o espacio existente entre dos
soportes, o el espacio entre dos o más paredes, o entre las rocas del jardín, entre los edificios,
pero también puede utilizarse para todo aquello entre lo que exista una relación, ya sean
personas u objetos. Es esta relación entre los pilares, entre los muros, entre los vanos y lo
macizo, entre unos con otros, lo que da como resultado la armonía arquitectónica.
Los muros en Occidente están concebidos como barreras defensivas, separando dos
2/9
Arte en Japón
ambientes que se sienten como opuestos. También aquí el concepto de ma está presente, ya
que entre el interior de la arquitectura y el exterior existe una relación que no es percibida como
confrontación, por ello la pared carece de esa función defensiva y no es una barrera insalvable,
sino que puede desplazarse para dejar paso a la directa comunicación de espacios. Ésta es
otra de las características más destacables de la arquitectura japonesa y que más han influido
en los arquitectos occidentales, la visión de comprender el exterior y el interior no como dos
entidades separadas. Así, la casa se prolonga por el jardín, y el jardín penetra en la casa. En
las modernas arquitecturas occidentales, los shôji han sido sustituidos por grandes puertas o
muros de cristal, que permiten igualmente dicha comunicación. La casa de la cascada de Frank
Lloyd Wright es un buen ejemplo.
Un elemento característico de la arquitectura es la baranda o engawa, que sirve de transición
entre el espacio interior y el exterior, función que se expresa perfectamente en los materiales
utilizados en su construcción. Mientras que el solado interior se ha hecho de tatami, paja tejida
y prensada, el exterior es de tierra y piedra, y el suelo de la baranda es de planchas de madera
tosca, ni la suavidad interior, ni la tosquedad del exterior. En sus comienzos el interior de la
arquitectura japonesa era un gran espacio sin biombos y con un número muy limitado de
paredes. De forma gradual los grandes espacios fueron subdividiéndose a escala más humana
mediante mamparas o cortinajes, y se fue dando a cada espacio una función determinada, sin
llegar a la rigurosa definición de espacios conocida en Occidente. Posteriormente empezaron a
utilizarse los biombos plegables y cierto mobiliario como mesas, reposabrazos y lámparas. En
un último período las habitaciones individuales comenzaron a definirse por medio de los
mencionados shôji y fusuma, que siendo desplazados podían reunificar los espacios.
Templos
La arquitectura religiosa en Japón, tanto los templos budistas, como los santuarios sintoístas,
reflejan en sus estructuras sus orígenes chinos y coreanos, ya que junto con el budismo se
importaron las artes relacionadas con él. El sintoísmo, cuyo culto principal se centraba en la
veneración de los espíritus de la naturaleza, no utilizó las arquitecturas hasta la llegada del
budismo, inspirándose entonces tanto en los templos importados como en la arquitectura
doméstica, de almacenes y graneros.
El templo budista no es exclusivamente el lugar dedicado a la veneración de Buda, sino que es
también el lugar donde viven los monjes o monjas, donde reciben su formación y estudian los
sutras, y el lugar al que los fieles acuden. Para cada uno de estos propósitos se levanta un
edificio, conformando entre todos un gran complejo. En él se distinguen siete estructuras
básicas: la pagoda (tô); la sala de oración principal o sala dorada (kondô); sala de lectura
(kôdô); la torre de la campana (shôrô o shurô); el depósito de los sutra (kyôzô); los dormitorios
(sôbô); y el comedor (jikidô).
La arquitectura de los primeros templos de los siglos V y VI seguía los patrones chinos de la
dinastía Tang, y, aunque importado, este estilo se denominó wayô (modo japonés), y se
caracterizaba por las grandes proporciones y la escasa decoración, distinguiéndose del
llamado daibutsuyô (al estilo del gran Buda) y del karayô (estilo chino) propio del Zen, que
fueron introducidos durante el período Kamakura (1185-1333).
El llamado daibutsuyô se caracteriza por su notable integración de las características
arquitectónicas del sur de China, con el estilo tradicional. El mejor ejemplo lo constituye la Gran
3/9
Arte en Japón
Puerta del Sur del templo de Tôdaiji, diseñada por Chôgen (1121-1206). El karayô fue un
intento de hacer réplicas exactas de los templos zen del sur de China: sus estructuras son más
pequeñas y delicadas que los edificios de estilo wayô, y mucho más complicadas en los
detalles; sus tejados se curvan hacia arriba, los cercos de las ventanas se arquean, y las
puertas son de tablas; y en algunos casos los suelos de tatami o madera eran sustituidos por
baldosas. El gran ejemplo de arquitectura karayô que ha llegado hasta nuestros días es el
shariden (sala de las reliquias) de Enrakuji en Kamakura. Pronto surgió un estilo ecléctico
llamado setsuyô, que era una mezcla de los tres mencionados estilos, y que floreció durante el
período Muromachi (1333-1568).
En cuanto a la arquitectura sinto, el recinto no recoge exclusivamente el lugar donde la deidad
o deidades (kami) residen, sino que también hay lugares donde los creyentes pueden orar y
donde pueden celebrarse distintas ceremonias. Debido a que algunos santuarios están
dedicados a personajes históricos, esta arquitectura influyó en las construcciones concebidas
como mausoleos, especialmente desde el período Kamakura. Un elemento distintivo del altar o
santuario sinto es el torii, especie de puerta que marca la sacralidad del lugar. A diferencia de
lo que ocurre en Occidente, los creyentes no veneran a la divinidad en el interior de la
estructura, a la que se supone desciende la divinidad al ser llamada por los fieles (honden o
shôden). Hay un lugar independiente para ellos llamado haiden.
Durante el período Nara (710-794) la influencia de la arquitectura continental introducida con el
budismo se hizo patente en la preferencia por los complicados sistemas de soportes de
techumbres, los tejados curvados, los tejados múltiples y las estructuras pintadas de bermellón.
El santuario de Kasuga en Nara es el ejemplo más representativo de este tipo. A partir del
período Heian (794-1185) la distinción entre arquitectura budista y sinto se fue haciendo cada
vez más confusa, aunque se desarrollaran numerosos estilos.
Caligrafía
Es una de las tres grandes artes del pincel junto con la pintura y la poesía. La directa e intensa
relación entre estas artes hace que en una misma obra se puedan apreciar las formas de la
caligrafía, el alto valor de sus poemas, y la decoración pictórica que acompaña el tema. El
origen de la caligrafía japonesa está en China, en el continente, como ocurre con otras muchas
artes. La escritura ideográfica de idiomas como el chino, el coreano o el japonés potencia el
valor estético y el significado del arte de la caligrafía, que en Japón es considerado como una
vía de perfección para el hombre, es el "camino de la escritura", shodô. La belleza de la
escritura radica en el carácter del trazo, unas veces duro y austero, y otras fluido y alegre. Por
ello, y por constituir una verdadera disciplina, el aprendizaje de la escritura en las escuelas
infantiles depende de un modo muy directo de la práctica con el pincel, olvidando con
frecuencia el empleo del lapicero.
Así como en pintura conocemos distintos estilos, también en caligrafía se distinguen varios
estilos. Son los principales: tensho, o tipo arcaico; reisho, o escritura oficial; kaisho, o de
imprenta; gyôsho, cursivo; y sôsho, o "de hierba", un estilo cursivo en el que se enlazan los
caracteres. Este último es a la mirada occidental el que parece más artístico por el ritmo y la
fluidez de sus formas.
Fue el monje Kûkai (774-835) quien miró a la escritura desde el punto de vista caligráfico y
4/9
Arte en Japón
potenció su valor como forma artística. Si bien primeramente la caligrafía se plegó a los
modelos llegados de China, la invención de los silabarios kana introdujo en la caligrafía
japonesa una de sus mayores transformaciones. La combinación de los silabarios con la
escritura de ideogramas chinos aligera las composiciones creando un ritmo mucho más fluido
que en la caligrafía china.
Cerámica
La cerámica en Japón posee una larga historia de alrededor de 12.000 años. En su suelo
pueden encontrarse los más variados tipos de material que se encuadran en la clasificación de
arcilla. En el desarrollo de la cerámica, China fue el gran innovador, y toda la tecnología
avanzada llegó directa o indirectamente a Japón desde allí. La variedad cerámica de Japón
llegó a ser sumamente rica, desde terracotas que tienen sus precedentes en el neolítico a las
más sofisticadas piezas de estilo chino.
La afición japonesa por la cerámica va más allá de la forma, el diseño y el color, y llega a
involucrar al sentido del tacto. Así por ejemplo, los tazones de té carecen de asas y deben
recogerse en el cuenco de la palma de la mano. Como consecuencia de esta alta apreciación
del tacto se presta gran atención al tipo de arcilla utilizado y al arte de la cocción. La cocción, y
lo imprevisto en ésta, como una grieta, un barniz que ha rebasado sus contornos, o una gota
que ha quedado detenida, hacen su contribución y son estéticamente valoradas.
Los hornos fueron construidos allí donde había arcilla de buena calidad, y todas y cada una de
las variedades y estilos de la cerámica tradicional son el espejo de las condiciones locales y de
su historia. La cerámica de Arita, por ejemplo, manifiesta las contribuciones de los ceramistas
llegados de China y Corea en su elaborada decoración, mientras el estilo rústico de Bizen es el
eco de la vida de los campesinos que la usaban, y la llamada Raku de Kyôto sugiere la
serenidad de la ceremonia de té en la que sus cuencos eran utilizados.
Cine
Las primeras películas que llegaron a Japón lo hicieron en 1896. Tres años más tarde los
japoneses estaban filmando sus primeros filmes. Hasta la llegada del cine hablado, los
llamados benshi eran los encargados de poner voz a los diálogos. El benshi era un personaje
sacado de los cuentacuentos que recorrían los pueblos con sus imágenes pintadas. Los
primeros directores copiaron las obras que se representaban sobre los escenarios, ignorando
las técnicas occidentales de directores como D.W. Griffith (1875-1948). Los primeros directores
tomaron sus historias y elementos varios del teatro tradicional, kabuki, bunraku y nô. Después
de la Primera Guerra Mundial el nuevo teatro, shin geki, dejó notar su influencia abogando por
un mayor realismo y modernización. Buscaron entonces modos de actuar más cercanos y
naturales, los onnagata (actores masculinos propios del teatro kabuki que representaban los
papeles de mujer) fueron desterrados para dejar paso a las actrices, y se adoptaron técnicas
expresivas observadas en el cine extranjero. Kaeriyama Norimasa (1893-1964) estuvo entre los
primeros de estos innovadores.
El inicio de los años veinte del siglo XX estuvo marcado por el florecer del jidaigeki, género
histórico en el que todas las películas se ambientaban en períodos anteriores a la era Meiji
5/9
Arte en Japón
(1868-1912), preferentemente durante el período Edo (1600-1868). Los héroes solitarios y la
lucha de espadas eran ingredientes necesarios en todas ellas. Entre los directores que
definieron este género estuvieron Itô Daisuke (1898-1981), Makino Masahiro (1908) y
Futagawa Buntarô (1899-1960). Después de 1920 comenzó a trabajarse otro género, llamado
gendaigeki, que recoge todas aquellas historias que tienen lugar en un ambiente moderno. Las
primeras siguieron los modelos de las historias de aventuras, o bien se inspiraron en los temas
sentimentales de las canciones populares. Fue el actor Abe Yukata quien, tras formarse en
Hollywood, desarrolló un tipo de comedias al estilo americano, ingeniosas, modernas y rápidas.
Mizoguchi Kenji (1898-1956) fue el más ecléctico de todos los directores dedicados a este
género y bebió tanto en el cine alemán como en el drama tradicional renovado de estilo
japonés, shinpa.
La depresión económica sufrida por Japón a finales de los años veinte hizo girar el cine hacia
una tendencia más proletaria. En las películas de historia los héroes se mostraban dispuestos a
morir por los más débiles, y en el género moderno se oponían al sistema opresivo, social,
político y económico. Buen ejemplo es Tokai kôkyôgaku (1929, Sinfonía metropolitana) de
Mizoguchi. Tras la invasión de Manchuria en 1931, el gobierno, con su censura, cortó muchas
iniciativas. Con Ozu Yasujirô (1903-1963) se perfeccionó e impulsó un nuevo género,
shôshimin o dramas que giran en torno a la pequeña burguesía. La crítica premió sus películas,
alabando el tratamiento y manejo de la cámara para conseguir arrancar al público de sus
asientos e introducirlo en la pantalla. Umarete wa mita keredo (1932, Nací, pero...), en la que
se describe a un padre con sus imperfecciones, es un buen ejemplo de este género. La
introducción del cine hablado tuvo lugar en 1931, pero hasta 1934-1935 éste no representó
más de la mitad de la producción japonesa. Fue de nuevo Mizoguchi quien en 1936 se convirtió
en el pionero del "nuevo realismo hablado", con obras como Gion no shimai (Hermanas de
Gion), en la que se aborda la explotación de la mujer. A finales de los años treinta los
directores buscaron sus temas en la novela contemporánea, un buen ejemplo lo tenemos en la
adaptación que Toyoda Shirô (1906-1977) hizo de la obra de Ishizaka Yôjirô (1900-1986),
Wakai hito (1937, Gente joven).
Tras la censura de la guerra, tanto la japonesa como la americana, las peleas de espadas de
las películas de jidaigeki fueron trasplantadas al mundo moderno, y sustituidas las armas por
pistolas, y los samurai por detectives y gangsters. Dos hombres cuya carrera de director se
inició durante la guerra protagonizaron los primeros años de la Ocupación: con temas de la
vida de posguerra Kurosawa Akira (1910) y Kinoshita Keisuke (1912).
La década de los 50
Esta década fue la más próspera del cine japonés, y está considerada como su "Edad de Oro".
Destaca en estos años el trabajo de Imai Tadashi (1912), a quien en cinco ocasiones la crítica
premió sus películas como la mejor del año, entre ellas Mata au hi made (1950, Hasta que nos
volvamos a ver); y Rashômon (1950) de Kurosawa, quien ganó en 1951 el máximo galardón
del Festival de Venecia. También Ugetsu monogatari (1953, Cuentos de la luna pálida) de Kenji
Mizoguchi, el rival internacional de Kurosawa, muestra la gran maestría alcanzada por el cine
japonés en esta década. Durante los años cincuenta el tema de la guerra siguió siendo una
obsesión, y el tratamiento que se le dio tomó distintas direcciones: la dureza de la vida militar
(Biruma no tategoto, 1956), El arpa de Birmania, de Ichikawa Kon, 1915)); o los efectos de la
6/9
Arte en Japón
guerra en casa, lejos del frente (Nijûshi no hitomi (1954), Veinticuatro ojos, de Kinoshita
Keisuke.
En 1951, Karumen kokyô ni kaeru (Carmen vuelve a casa) fue la primera película en color, y
tres años después, Jigokumon (La puerta del infierno), de Kinugasa Teinosuke (1896-1982),
fue aclamada internacionalmente por el uso innovador del color, ganó el gran premio del
Festival de Cannes, y en 1955 el Premio de la Academia a la mejor película extranjera.
Desde los 60
La llegada de la televisión supuso la bancarrota de algunos estudios, y la mitad de los cines del
país cerró durante los años sesenta. Ôshima Nagisa (1932) se convirtió en el gran talento de la
década. Opuesto al tradicional lirismo del cine, al naturalismo y a las convenciones del realismo
del cine internacional, mostró un clara inspiración en el cine francés. En sus películas Ôshima
enfrenta al espectador a los dilemas psicológicos y las injusticias sociales del Japón moderno.
Muchos de los protagonistas de sus películas son marginados o criminales como en Seishun
zankoku monogatari (1960, Cruel historia de juventud), u obsesos como en Ai no korîda (1976,
El imperio de los sentidos). Otros nuevos talentos que empezaron a trabajar durante estos
años fueron Hani Susumi (1928), uno de los pioneros de los documentales, y Teshigahara
Hiroshi (1927), quien se acercó a los temas de un modo simbólico como en Suna no onna
(1964, Mujer en la arena).
Durante los años setenta el director más importante fue Yamada Yôji (1931). Su gran éxito fue
la popular serie Tora san, que iniciada en 1969 continuó durante más de dos décadas. En ella
se unían la vida cotidiana de la familia y las aventuras de un vagabundo solitario. Desde finales
de los años sesenta, los directores han tenido que trabajar como autónomos, sin depender de
los estudios para su empleo. Ôshima, Kurosawa e Itami Jûzô (1933) han de buscar en el
extranjero los fondos necesarios para sus producciones. El cine japonés cuenta hoy con muy
limitados recursos, en un momento en el que los escasos cines proyectan películas
americanas.
Literatura
La andadura de la lengua japonesa dentro del campo literario se inició, al igual que su
escritura, de la mano de China. Del continente importó el arte del pincel, tanto en sus formas
caligráficas y pictóricas, como en sus contenidos literarios.
Las primeras obras escritas que se conservan intentan ser compilaciones de carácter histórico,
pero que, al tratar de buscar los orígenes de Japón y su gente, recogen cuestiones y temas de
la leyenda y la mitología. Se trata del Kojiki (712) y Nihon shoki (720) que, aunque escritas en
chino, incluyen, junto a datos y reseñas, algunos poemas japoneses. Muy antiguas son también
las oraciones sintoístas llamadas norito, que, transmitidas oralmente, no consta que se
escribieran hasta el siglo X.
Cuando a mediados del siglo IX se desarrolló una ortografía nativa para la representación
fonética del japonés, se dio un gran paso hacia la independencia, siempre relativa, de la
literatura china. Dentro de la literatura, la poesía ha ocupado desde sus inicios una posición
privilegiada. Antes de que en el siglo XI Sei Shônagon escribiera Makura no sôshi y Murasaki
Shikibu su Genji monogatari utilizando la prosa, aunque intercalando poemas, hay recogidas
diversas antologías imperiales de poesía, siendo el Man´yôshû, del siglo VIII la primera gran
7/9
Arte en Japón
compilación de poemas, seguida en importancia por el Kokinshû, cuyo compilador y
prologuista, Ki no Tsurayuki, parece ser el autor del Tosa nikki (Diario de Tosa), que narra su
regreso a Kyôto desde la provincia de Tosa, la actual Kôchi, de la que acababa de ser
gobernador. Esta obra constituye un modelo de sencillez y elegancia estilística. También del
siglo X se conservan cuentos y relatos como Ise monogatari (Cantares de Ise) y Taketori
monogatari (Cuento del cortador de bambú).
El tema más característico y abundante en la literatura japonesa es el tema de la naturaleza,
que aparece en los primeros poemas y sigue utilizándose en la literatura contemporánea. Los
fenómenos naturales y las cuatro estaciones aparecen de forma reiterada en sus versos, y,
entre otras razones, esto ha hecho que se hable de que el "amor de los japoneses por la
naturaleza" es una parte esencial de su tradición cultural. La frecuente utilización de imágenes
de la naturaleza en las metáforas pone de relieve la íntima relación existente entre la
naturaleza y el hombre. Las imágenes de la naturaleza a las que se suele recurrir en la poesía
japonesa tienden a resaltar lo inmanente más que lo trascendente, a diferencia de lo que es
común en Occidente. Estas características arrancan de la tradición poética de los siglos XI y XII
y se generalizan en toda su literatura.
La práctica de composición poética al modo tradicional continúa vigente en Japón. El
emperador continúa al frente del casi ritual concurso de poesía de Año Nuevo, y distintos
programas educativos de televisión instruyen en la composición del waka y el haiku, al tiempo
que están a la venta numerosas publicaciones de poetas no profesionales.
En cuanto a la prosa hay que decir que despega de la mano de la mujer con las obras
anteriormente citadas de Sei Shônagon y Murasaki Shikibu. Destaca en ella, sobre todo en los
primeros tiempos, el género llamado nikki, o de diario, por lo que no resulta extraño,
contemplando tal pasado literario, que sea una costumbre tan generalizada en Japón,
fomentada desde las escuelas, el escribir cada uno su propio diario. Los géneros de carácter
épico florecieron sobremanera durante la Edad Media, que comprende los períodos Kamakura
(1185-1333), Muromachi (1333-1568) y Momoyama (1568-1600). Destacan entre todas ellas
Genpei seisuiki (Vicisitudes de los Gen y los Hei) y Heike monogatari (Historia de los Heike),
esta segunda una ampliación libre del anterior. También las obras religiosas de los monjes zen
tuvieron su protagonismo en esta época, englobadas bajo el denominador común de literatura
Gozan. En el siglo XV hay que destacar la aparición del teatro nô, con su acción lenta y ritual,
sus movimientos simbólicos, su lenguaje difícilmente comprensible, y su arcaísmo, pero de una
admirable calidad y dignidad. Hoy su repertorio es de unas doscientas cuarenta obras, y el
vestuario empleado es de un lujo y una elaboración exquisita. Durante el periodo Edo
(1600-1868) surgieron multitud de géneros diferentes, pero todos caracterizados por un
denominador común, la característica vitalidad de la sociedad urbana, y en particular de los
comerciantes. Las obras poseen un carácter más directo y desenfadado, al tiempo que se
atreven a abordar temas que antes estaban vedados por el gusto social al ser considerados
como vulgares o sucios. Los barrios de placer y el discurrir de la vida en ellos, temas
principales en el grabado, son también argumentos frecuentes de las novelas del momento,
quizás sea una de las obras más representativas Hombre lascivo y sin linaje, de Ihara Saikaku.
Durante la segunda mitad del siglo XVI surgen dos variedades de teatro popular: el bunraku, o
teatro de muñecos, y el kabuki, que tienen como máximo exponente a Chikamatsu Monzaemon
(1653-1724). Algún tipo de teatro de muñecos ya existía en los siglos VII y VIII, pero muy
8/9
Arte en Japón
rudimentario, y a cargo de una sola persona. Hacia mediados del siglo XVI encontramos una
modalidad muy desarrollada, que pronto se aplicará a la escenificación de los relatos jôruri. Un
narrador va entonando la historia, mientras los muñecos le dan movimiento y vida. El kabuki es
un tipo de teatro mucho más realista, cercano y popular que el nô. Las representaciones, de un
refinado gusto, incluían a veces el uso de escenarios giratorios. No se emplean máscaras,
aunque sí un maquillaje característico. Cuenta su repertorio con unas trescientas creaciones,
entre las que hay obras, llamadas shosa-goto, en las que la danza y las posturas son elemento
primordial, y dramas propiamente dichos, que pueden subdividirse en jidaimono (obras de tema
histórico), y sewamono (obras populares o de costumbres).
El poeta Matsuo Bashô fue contemporáneo de Chikamatsu Monzaemon y, así como este último
representa al más señalado dramaturgo del período Edo, Bashô es el más conocido de entre
los poetas de haiku. Desde 1868 la literatura japonesa se puso de lleno en contacto con la
cultura occidental, y ésta de formas muy diversas ha influido en su desarrollo. Entre los muchos
autores ya contemporáneos pueden citarse: Tsubouchi Shôyo (1859-1935), traductor de
Shakespeare y precursor de la novelística actual (La esencia de la novela); Futabatei Shimei
(1864-1909), introductor de Turgeniev y otros autores rusos, que escribe Nubes a la deriva;
Shimazaki Tôson (1872-1943), que enlaza con la novela francesa y explota ampliamente el
material autobiográfico; Natsume Sôseki (1867-1930) marca un avance decisivo con obras
como El señorito, Corazón, Yo soy un gato y Desde entonces...; Mori Ôgai (1862-1922), autor
de Vita sekusuarisu; Tanizaki Jun´ichirô (1886-1965), propuesto en distintas ocasiones para el
nobel por obras como El joven, Entre Dios y el hombre, Las hermanas Makioka, o La llave. Son
también figuras señeras Shiga Naoya, Akutagawa Ryûnosuke, Kawabata Yasunai, Dazai
Osamu, Mishima Yukio, Abe Kôbo y el original y brillante Ôe Kenzaburô, el último Premio Nobel
de Literatura japonés. Las traducciones de obras japonesas contemporáneas han aparecido en
número creciente en el mercado occidental desde los años setenta, y, en función de dichas
traducciones, los escritores japoneses más reconocidos en Europa y Estados Unidos: Sôseki,
Ôgai, Kafû, Tanizaki, Kawabata, Ôe y Mishima, entre otros.
9/9
Descargar