El muñeco de nieve

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Primer premio de prosa en la categoría de 1º, 2º y 3º E.S.O.
Laura Jiménez Monforte (ESO2B)
El muñeco de nieve
Hacía mucho tiempo que no pisaba la casa de mis padres, la casa donde me crié
hasta los veintiséis años. A esa edad, justo cuando acabé mi carrera de derecho, me
fui a vivir a Barcelona porque allí conseguí un magnífico puesto. A pesar de tener a
mi familia en el mismo país, nunca más volví a Santander. En realidad, no solo me
marché por eso, me enfadé con mi padre y en cuanto tuve la oportunidad, lo hice.
Ahora tengo la necesidad de volver. Me separé de mi novio hace un año
aproximadamente, justo cuando me despidieron y me quedé sin mi casa. Entonces
vi que la gente que te quiere siempre está a tu lado.
Cogí el avión y cuando llegué a mi casa, di un gran abrazo a mi madre.
Inmediatamente empezamos a llorar y a contarnos absolutamente todo lo que nos
había pasado en aquellos años separadas. Le pregunté por mi padre, ya que no le
veía en casa y, al fin y al cabo, tenía que volver a convivir con él. Enmudeció, miró al
suelo y me contestó que luego le veríamos, que estaba trabajando. Al dejar todas
las cosas en mi cuarto y salir a dar una vuelta, me empecé a acordar mejor de mi
infancia. Vi a todos mis amigos y vecinos queridos, aparte de la familia,
exceptuando a mi padre. No esperé más y quedé con todos esa misma tarde.
Hablando y hablando se me hicieron las nueve. Al llegar a casa, mi madre me sentó
en el sofá. Estaba llorando. Eso me fue muy extraño, siempre ha sido una mujer
muy fuerte. Un momento después, yo también estaba llorando, ya lo sabía todo. Me
acababa de anunciar la muerte de mi padre, hacía un año de eso. No volvimos a
hablar desde que me fui, por lo tanto, no tenía ni idea de lo que había pasado.
Ahora sí que nunca más, aunque quisiese, le podría volver a hablar. Aunque
quisiese, nunca podría pedirle perdón por irme de esa manera. Aunque quisiese,
nunca podría volver a abrazarle, y él no podría acunarme en sus brazos cuando
estuviera triste.
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Por la noche no podía dormir, estaba muy nerviosa. Supongo que sería porque de
repente me había cambiado la vida. Pensaba que con mis 30 años ya la tenía toda
perfectamente montada, con una casa, una pareja y un buen sueldo, que tenía una
vida feliz. Pero no, ahora me tocaba volver a casa de mis padres, como a muchos
otros jóvenes afectados por la crisis de hoy en día. Y no solo eso, ya no era feliz. No
había vuelta atrás, había hecho las cosas muy mal, y lo que me había salido bien
hasta el momento se me estropeó… Ni siquiera había llamado durante estos cuatro
años a nadie del pueblo para preguntar qué tal iban las cosas, y ahora todos me
añoraban tanto, que se comportaban conmigo mejor que nunca. Como pasé la
noche en vela estirada en la cama llorando, cogí el diario que dejé a mis 8 años
dentro de un cajón escondido. Quise hacer algo de memoria de lo que expliqué, así
que leí las últimas páginas. Decían así:
Querido diario, hoy ya somos a tres de febrero. Todo está nevado, ¡es tan bonito!
He salido con la prima a un bar para merendar, intentando escapar un poco del
frío. Hoy no hemos tenido escuela porque las carreteras están cortadas. He
aprovechado antes de que llegase la prima y los tíos para jugar un poco yo sola
con la nieve de delante de casa. ¿Sabes qué, querido diario? He hecho un muñeco
de nieve enorme yo sola. Le he puesto un sombrero negro de papá, unos botones
rojos de una camisa de mamá, una zanahoria, una bufanda, claro está, para que
no pase frío, una pajarita que he encontrado en el armario y una nariz roja.
Ahora mismo le estoy viendo desde la ventana y me ha quedado muy bien. El día
de hoy me ha gustado mucho, por la mañana un muñeco de nieve y por la tarde,
una merienda con la prima. Ahora me voy a dormir, que es tarde y no quiero que
papá y mamá me castiguen. Buenas noches diario.
Querido diario, hoy es siete de febrero. Ya sé que hace mucho que no te escribo,
no te enfades. Ahora te explicaré por qué. ¿Te acuerdas de ese muñeco de nieve que
hice? Es muy especial, porque ha cobrado vida. Nadie lo sabe y quiero que me
guardes el secreto. Le he llamado Flurry y se ha hecho mi amigo. El otro día, al
salir de casa, me reconoció y se me lanzó encima. Nos hemos hecho muy amigos y
le he contado mis secretos más valiosos. Gracias a él he sentido como si tuviese
realmente amigos, no los compañeros que tengo en clase que se burlan de mí. Él
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me comprende y está todo el rato a mi lado, conmigo. Estoy muy feliz, nos lo
pasamos muy bien juntos jugando sobre la nieve.
Querido diario, es nueve de febrero. El muñeco y yo somos súperamigos, cada
vez me lo paso mejor con él. No te tengo nada importante que contar, solo eso, que
hoy con el muñeco no me he aburrido nada.
Querido diario, estamos a trece de marzo. Estoy muy triste, la nieve se empieza
a derretir y mi muñeco dentro de poco también lo hará. ¡No quiero que pase eso!
¿Ahora cómo me entretendré? Bueno, voy a aprovechar que ahora está aun aquí
para estar con él un poco más. Voy a verle un rato. Hasta luego, querido diario.
Querido diario, hoy es catorce de mayo. No sé si el muñeco al final se derretirá o
qué pasará. Tampoco lo podré saber. Hoy se ha ido, ya no le veo en el jardín. Esta
mañana me ha dicho que me quería mucho, pero que tenía que irse para hacer
feliz a otros niños, que también se lo merecen. Yo me he puesto muy triste y sigo
triste, porque no quería que se fuese tan de repente, sin ninguna otra excusa.
Mientras leía, entró mi madre por la puerta. Se estiró junto a mí y me quitó con
suavidad el diario de las manos. Hojeó, por un momento, las páginas en las que me
había quedado, las páginas en las que hablaba del muñeco. Entonces sonrió
brevemente y de manera cariñosa. Me miró y empezó a contarme una historia:
“Querida hija mía, tú puede que no hayas sido la mejor hija de todas, pero yo
tampoco he sido la mejor madre. Ahora que me doy cuenta, no te he contado la
historia real que tuviste con ese pequeño muñeco de nieve. Es cierto, le querías
mucho, pero que no se te olvide, a la vez querías a tu padre. Tu padre vio lo bien
que te lo pasabas con ese muñeco y pensó que cuando se derritiese lo pasarías muy
mal. Lo mejor que se le ocurrió fue destruirlo. Pero se hizo pasar por él. En realidad
con quien hablabas y pasabas esos momentos geniales era con tu padre. Momentos
que nunca volverás a pasar. Tú lo veías como un muñeco, pero era tu padre.
Recuerda esto también, lo esencial es invisible a los ojos.”
Ahora lo entendía todo. La historia me conmovió y me hizo seguir pensando y
recordando. Yo tan solo era una niña de ocho años, una niña inocente. No me di
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cuenta de que el muñeco, unos días después de crearlo ya no existía, era siempre
mi padre.
De pequeña ya no escribí más en el diario, así que decidí acabar las dos últimas
páginas que me quedaban en blanco:
Querido diario, esta vez sí que me tengo que perdonar de verdad, han pasado
años desde que no te escribía. Hoy he ido al cementerio y he visto a papá. Me
hubiese gustado que estuviera paseando por allí, pero no podía ser. Papá ha
muerto, murió el año pasado. Realmente no le he visto, he ido a ver su tumba. Me
siento muy mal por todo, ahora mismo me gustaría estar en el ataúd con él, tan
solo para poderle abrazar una última vez. Eso no lo puedo hacer, me queda
mucha vida por delante y quiero pasarla con mi madre, ahora que puedo. Así que
me he parado en frente de su tumba y le he dejado muy cariñosamente una rosa,
la más bonita que he visto. Me he quedado un rato pensando en todo lo que
habíamos pasado y que ni siquiera me he podido despedir, aunque en realidad
me lo merezco, no he sido una hija ejemplar en su última etapa de vida. Creo que
he pasado horas al lado de su lápida. He pensado en él, y en lo que hizo por mí,
en lo que hizo solo para que tuviera un amigo especial, mi querido muñeco. Le
dejé al lado de un ramo de flores de mi abuela un pequeño muñequito de nieve
hecho con plastilina por mí. El muñequito llevaba todo lo que llevaba el real, al
que yo tanto apreciaba. Al despedirme, he acariciado las letras de su nombre y le
he dicho en un susurro lo que nunca le dije: te quiero.
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