CENTENARIO DE SANTA TERESA

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EL LAICO,
DESPERTADOR VOCACIONAL
VOCACIONES LAICALES QUE LLAMAN
1. LLAMADOS
“A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de
obtener el reino de Dios gestionando los asuntos
temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo,
es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones
del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida
familiar y social, con las que su existencia está como
entretejida. Allí están llamados por Dios, para que,
desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu
evangélico, contribuyan a la santificación del mundo
como desde dentro, a modo de fermento” (Lumen Gentium,
31).
Estas palabras tan preciosas y tan precisas del Concilio Vaticano II iluminan la vida
de los laicos en nuestro mundo. Los laicos tienen su propia vocación, su propia llamada de
parte de Dios, para desplegarla en la totalidad de su vida: movidos por el Espíritu
evangélico, “contribuyen a la santificación del mundo desde dentro”. Desde ese ser fermento
del que habla el Concilio, los laicos están llamados a ser testigos y seguidores que, a su vez,
ayudan a que otros descubran su propia llamada al seguimiento. Llamados para llamar.
La Palabra se hace llamada e historia. En ella, hombres y mujeres encontrarán la invitación
personal de Dios a la aventura creyente, al diálogo y la amistad, a la confianza decidida, a
saciar su sed de vida, a escucharle también en la oscuridad, a dejarse transformar en el
encuentro con Jesús.
Gn. 12 - 22; Ex. 3, 1ss.; Jos, 8,1; Jue 6 - 7; Sam. 3,1ss.; Jdt. 8 - 9; Est 4, 17i – 17z; Is. 6,111; Jer. 1,1-10; Mt. 4,18-22; Lc. 1, 26-38; Lc 19,1-11, Jn 4, 5-29.
De todas estas historias vocacionales, hay dos especialmente luminosas: las llamadas de
Abraham y de María. Con sus peculiaridades, que os invitamos a descubrir, nos presentan
a un Dios que entabla diálogo con la persona siempre a la escucha. A partir de una llamada,
la vida se despliega para ambos como diálogo orante, creyente y confiado con el Señor,
también en la oscuridad y la lucha. A eso aspira toda llamada: a prolongar la vida en un
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constante “hágase tu voluntad”, como María, que llegará hasta la cruz y la espera del
Espíritu con los amigos del Hijo.
Hombres y mujeres laicos pueden hallar en estas experiencias bíblicas el eco y la luz de su
propia llamada. Descubrirlo es ocasión de dar gracias y de entusiasmarse con una
vocación personal que quiere desplegarse como amistad orante con el Señor, al estilo de
María y de grandes creyentes como Teresa de Ávila, oración en fe que nos lleva a decir
AMÉN con alegría y esperanza en el camino de la vida.
Este centenario es ocasión de redescubrir a Teresa de Jesús desde su llamada
vocacional. Su respuesta no le ahorró luchas y sufrimiento, pero también la llenó de alegría
y plenitud, descubriéndole caminos nuevos e insospechados que ella compartió para quien
de veras desee vivir en amistad con Jesucristo. Así, su llamada se convirtió en un
progresivo dejar a Dios ser Dios y Señor de su vida, totalmente, radicalmente. Su respuesta
puede ayudar también hoy a quienes desde la vida laical sienten indecisión y miedo en las
luchas de cada día.
“Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración
entendía más mis faltas. Por una parte me llamaba Dios;
por otra, yo seguía al mundo. Dábanme gran contento
todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo.
Parece que quería concertar estos dos contrarios -tan
enemigo uno de otro- como es vida espiritual y contentos y
gustos y pasatiempos sensuales” (Vida 7,17).
Sin duda, la santa de la experiencia es una buena guía. Ante las mil dificultades
para responder a Dios en lo cotidiano, Teresa, desde su ruptura interior en ese primer sí
que la llevó al convento, da la clave para asumir la propia llamada: enamorarnos de Cristo,
como ella.
“Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que
cuando salí de casa de mi padre no creo será más el
sentimiento cuando me muera. Porque me parece cada
hueso se me apartaba por sí, que, como no había amor de
Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo
haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me
ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir
adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo
puse por obra” (Vida 4,1).
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIALOGO
 ¿Con cuál de las llamadas me siento más identificado/a?
 ¿Qué miedos tengo… si los tengo?
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 ¿Qué medios tengo para vivir una respuesta elegante y coherente?
 ¿Comprendo toda mi vida desde la llamada del Señor?
2. ENVIADOS
“Ante la mirada iluminada por la fe se descubre un
grandioso panorama: el de tantos y tantos fieles laicos -a
menudo inadvertidos o incluso incomprendidos;
desconocidos por los grandes de la tierra, pero mirados
con amor por el Padre-, hombres y mujeres que,
precisamente en la vida y actividades de cada jornada, son
los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor;
son los humildes y grandes artífices -por la potencia de la
gracia de Dios, ciertamente- del crecimiento del Reino de
Dios en la historia” (Christi Fideles Laici, 17 )
Juan Pablo II invita a los laicos a ser testigos, misioneros de la fe. Su llamada no
puede quedar como algo privado y particular. Por el contrario, el Papa les invita a
descubrirse mirados por el amor del Padre, un amor que llena de esperanza, de coraje, de
pasión por el trabajo en su viña. La fuerza del Señor que se descubre en el fondo del
corazón impulsa a salir como enviados. Hombres y mujeres laicos están llamados a seguir
a Jesús, el Enviado (Jn 5, 19-47; 7, 25-30; 8, 29), para con Él y como Él, vivir desde la
voluntad del Padre y en su compañía, para salir con el Maestro enviados a los caminos de
la historia.
La vocación laical es también apostólica. Escuchar la propia llamada
necesariamente es recibir un envío. Los laicos descubrirán, dentro de su propia vocación
personal, cómo y a quiénes son enviados concretamente por el Señor dentro del
entramado del mundo (Lc 9, 1-6; 20, 1-16; Jn 3, 28), pero siempre enviados a proclamar,
con el testimonio y la palabra, la Buena Nueva de Jesús, a proclamar que Él vive entre
nosotros. Todos al servicio del Reino desde su carisma concreto, desde su envío personal.
También los laicos son enviados como “despertadores vocacionales” para ayudar a
que otras personas descubran al Señor y propia llamada al seguimiento. Ser testigos que
suscitan nuevos testigos. ¿Acaso puede guardarse para uno mismo la alegría de seguir a
Jesús y vivir en la comunidad de creyentes que es la Iglesia?
Para laicos adultos, esta misión de ayudar a otros a descubrirse llamados por el
Señor tiene unos destinatarios especiales: los jóvenes. Ya el Papa Pablo VI en el año 1965
lazó a los laicos el desafío de acercarse y dialogar con los jóvenes, de ser testigos eficaces
entre las nuevas generaciones.
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“Procuren los adultos entablar diálogo amigable con los
jóvenes, que permita a unos y a otros, superada la
distancia de edad, conocerse mutuamente y comunicarse
entre sí lo bueno que cada uno tiene. Los adultos
estimulen hacia el apostolado a la juventud, sobre todo en
el ejemplo, y cuando haya oportunidad, con consejos
prudentes y auxilios eficaces. Los jóvenes, por su parte,
llénense de respeto y de confianza para con los adultos, y
aunque, naturalmente, se sientan inclinados hacia las
novedades, aprecien sin embargo como es debido las
loables tradiciones. También los niños tienen su actividad
apostólica. Según su capacidad, son testigos vivientes de
Cristo entre sus compañeros” (Apostolicam Actuositatem,
12).
Teresa de Ávila, en los primeros compases de su vida, nos habla de una experiencia
contagiosa: su amistad con María de Briceño, monja en el monasterio de Gracia. Ésta
comparte su vida con Teresa y le habla del Evangelio, suscitando nuevos deseos, abriendo
nuevos horizontes, ofreciendo humildemente un testimonio luminoso de vida entregada al
Señor. Teresa contará con toda sencillez su cambio personal gracias a esta mujer y con ello
nos deja a todos los adultos una invitación: permanecer cerca de los jóvenes para
ayudarles a descubrir a Cristo y su llamada personal al seguimiento.
“Pues comenzando a gustar de la buena y santa
conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien
hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto, a
mi parecer, en ningún tiempo dejé de holgarme de oírlo.
Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja
por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los
llamados y pocos los escogidos. Decíame el premio que
daba el Señor a los que todo lo dejan por El. Comenzó esta
buena compañía a desterrar las costumbres que había
hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento
deseos de las cosas eternas y a quitar algo la gran
enemistad que tenía con ser monja, que se me había
puesto grandísima” (Vida 3,1)
Si este centenario del nacimiento de Teresa de Jesús puede ayudarnos a
redescubrir nuestra llamada, también habrá de ser compromiso y estímulo en nuestra
común tarea eclesial de ser testigos y evangelizadores, seguidores que suscitan nuevos
creyentes, muy especialmente entre los jóvenes. La tarea de los laicos en insustituible. La
casa, la catequesis, el trabajo… mil y una ocasiones de desafiar a chicos y chicas a la
aventura del seguimiento de Jesús. Una palabra, un gesto, una pregunta que irán poco a
poco ayudándoles a descubrirse llamados por el Señor con una vocación particular, laical,
sacerdotal o consagrada.
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Teresa de Jesús no nos va a dar métodos para esto, pero sí una clave: esperar y
orar, orar sin descanso. El laicado, desde el Concilio Vaticano II, es mayor de edad y, como
tal, vivirá también su derecho y obligación de toda la Iglesia. Laicos de corazón libre y
evangélico, llenos de Cristo y de su Espíritu, que arrastran con su vida a otros hermanos,
laicos felices también en medio de la intemperie que, unidos a sacerdotes y consagrados,
construyen una Iglesia joven y contagiosa.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIALOGO
 ¿Me siento enviado/a?
 ¿Me siento concienciado/a para ser despertador vocacional?
 ¿Dificultades? ¿Soluciones?
Antonio Viguri
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