Incendios Forestales

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Incendios Forestales Grandes incendios forestales en el mundo: causas y consecuencias Land Care In Desertification Affected Areas From Science Towards Application Incendios Forestales Ramón Vallejo Alejandro Valdecantos Colección de folletos: B
Número: 2
Los incendios son unos de los procesos que rigen los ecosistemas naturales en muchas regiones del mundo. Las zonas de clima seco subhúmedo o semiárido son especialmente proclives a sufrir grandes incendios forestales ya que soportan una vegetación continua que se va secando durante la estación seca, facilitando la propagación y extensión del fuego. Las actividades humanas son a menudo la causa de incendios y constituyen uno de los principales impulsores de los procesos de desertificación. Estas actividades han aumentado la frecuencia de incendios y modificado su régimen en muchas regiones del mundo. Según la relación que exista entre las adaptaciones de los ecosistemas y la historia de incendios, es posible distinguir entre: • Ecosistemas adaptados al fuego: el fuego es una fuerza ecológica fundamental en la determinación de la forma, la estructura y la diversidad del paisaje, en la medida en que los incendios son necesarios para su regeneración. • Ecosistemas sensibles al fuego: son aquellos que no suelen sufrir incendios y no han desarrollado mecanismos de adaptación; como consecuencia de ello presentan un mayor riesgo de degradación tras un incendio Durante los últimos cincuenta años se ha producido una profunda transformación socioeconómica en los países del norte del Mediterráneo: la reducción del pastoreo y de la recogida de leña, así como el abandono de las tierras de cultivo ha provocado un incremento notable de la disponibilidad de biomasa combustible. Al mismo tiempo ha aumentado el número de ciudadanos que acude a las zonas forestales para realizar actividades de recreo. La gestión forestal ha incluido: • La aplicación de medidas de lucha contra incendios, que ha contribuido a la acumulación de grandes cantidades de combustible. • La forestación con coníferas y eucaliptos, con escasa gestión forestal tras su establecimiento. Todas estas transformaciones han fomentado la extensión de ecosistemas proclives a sufrir incendios y, por tanto, al aumento a largo plazo de la vulnerabilidad y de la probabilidad de ocurrencia de incendios (riesgo de incendio), determinado tanto por factores dinámicos (variables meteorológicas) como estáticos (estructura, modelos de combustible). El papel determinante de los incendios forestales en la desertificación Los ecosistemas quemados no regeneran una cobertura vegetal hasta después de varios meses o incluso años, y el suelo desnudo queda expuesto a la erosión. La estructura del paisaje tiende a homogeneizarse; el flujo de agua, de sedimentos y de nutrientes se ve alterado, con frecuentes aumentos de la escorrentía, de la redistribución del suelo en las laderas y de la producción de sedimentos. Durante uno o dos años después del incendio, aumenta el riesgo de inundaciones y de aterramientos, y estos riesgos se extienden fuera de las zonas afectadas en forma de posibles daños a infraestructuras y población (por deslizamientos de tierra o coladas de barro). Las consecuencias del fuego sobre los suelos son el resultado de la combinación del efecto directo de la combustión al calentar la superficie del suelo y de los efectos indirectos derivados de la pérdida de cubierta vegetal y suelo forestal. Los incendios de gran intensidad, en los que la superficie del suelo alcanza temperaturas elevadas, ocasionan la pérdida de materia orgánica y de nitrógeno en el mantillo y en la capa superficial del suelo subyacente, la esterilización temporal del suelo y el encostramiento de la superficie. La hidrofobicidad puede cambiar, aumentando o disminuyendo en función de la temperatura alcanzada y su duración. La escorrentía y la erosión normalmente aumentan, acarreando un empobrecimiento local del suelo y posibles daños fuera de la zona afectada. La flora y la fauna microscópicas del suelo pueden verse directamente afectadas por el calor y por la modificación del microhábitat. Esto afecta especialmente a la formación potencial de micorrizas. La pérdida de nutrientes que conllevan los incendios recurrentes puede no recuperarse entre dos incendios. Ese desequilibrio tiene como resultado una reducción neta de la fertilidad del suelo. La vegetación de los climas secos ha desarrollado numerosos mecanismos de adaptación al fuego. Los ecosistemas mediterráneos suelen ser capaces de regenerarse de manera eficaz tras sufrir un incendio. Las especies vegetales se recuperan mediante rebrotes (rebrotadoras), germinando (germinadoras obligadas) o utilizando ambos mecanismos (germinadoras facultativas). En general, los ecosistemas en los que predominan las especies rebrotadoras regeneran con más rapidez la cobertura vegetal que aquellos en los que predominan las especies germinadoras y ofrecen, por tanto, una mayor protección al suelo. Después de un incendio, los pinos mediterráneos necesitan generalmente entre 15 y 20 años para recuperar el banco de semillas que formaban sus copas. Además, los pinos no producen un banco de semillas permanente en el suelo. Como consecuencia de ello, la sucesión de incendios en un breve intervalo causa la desaparición de los pinares y hace que su recuperación dependa de la existencia de masas boscosas próximas que no hayan sido afectadas. En el caso de grandes incendios, esta recuperación requiere largos períodos ya que los pinos tienen una tasa de colonización de unos 25 metros cada 20 años. En general, los incendios no afectan negativamente a las especies vegetales mediterráneas raras o amenazadas, a menos que vengan acompañados de otras perturbaciones. En cambio, las especies exóticas no suelen proliferar en zonas quemadas. Las repercusiones que los incendios tienen sobre los animales dependen de su tamaño y de su movilidad, aunque en general la actividad de la fauna disminuye drásticamente tras un incendio. Los grupos más afectados son probablemente los reptiles. Las aves nidificantes se eligen a menudo como indicadores de las consecuencias del fuego sobre la fauna. Datos obtenidos en el sur de Francia muestran que la recuperación completa de las comunidades de aves en las zonas forestales puede requerir entre 25 y 30 años. No obstante, los bosques y matorrales recientemente quemados suelen favorecer el desarrollo de pastos de calidad, lo que crea un buen hábitat para las especies herbívoras. El caso especial de la interfaz urbano‐forestal (U‐F) El abandono de las tierras y la expansión urbanística actual en las zonas rurales están aumentando extraordinariamente la superficie de asentamientos urbanos en contacto con zonas forestales. Ello genera un elevado riesgo de ignición en las áreas forestales derivado de las actividades humanas (y un riesgo creciente de provocar daños personales en la U‐F). Algunos países han establecido normas para reducir el combustible alrededor de las viviendas, así como para reducir la inflamabilidad de los materiales de construcción utilizados. Se han propuesto otras medidas para disminuir el riesgo de incendios en la U‐F: la tala de árboles para reducir la cubierta de copas, la poda de las ramas y la limpieza del sotobosque en el perímetro de las viviendas para disminuir el riesgo de ignición. Estrategias para Reducir el riesgo de incendio, Mitigar las consecuencias del fuego y Restaurar bosques quemados La gestión forestal puede tener múltiples objetivos. Pero se puede definir un conjunto mínimo de objetivos prioritarios aplicables en la mayoría de los casos: •
Protección del suelo y regulación hidrológica •
Reducción del riesgo de incendio y aumento de la resistencia y la resiliencia de ecosistemas frente a los incendios forestales •
Figura 1. Pinar en la cuenca de Guadalest (Alicante, este de España), cuatro años después de sufrir un incendio, mostrando zonas no regeneradas junto a otras que no fueron afectadas Desarrollo de bosques maduros, diversos y productivos Se pueden aplicar varias estrategias de mitigación y restauración en función del riesgo de degradación y de los objetivos de gestión. Una de las opciones de rehabilitación apropiadas para los terrenos escarpados con escasa cobertura vegetal y alto riesgo de erosión es el acolchado o mulching (con o sin siembras) en zonas con escasa capacidad de regeneración. La plantación de árboles y arbustos rebrotadores es aconsejable cuando la restauración no tenga como principal objetivo la protección del suelo, sino la mejora de la diversidad biológica, de la resistencia y del funcionamiento de las zonas afectadas. Figura 2. Rebrote post‐incendio de un lentisco (Pistacia lentiscus). Criterios para identificar ecosistemas vulnerables; estudio de un caso práctico: la Comunidad Valenciana, España La vulnerabilidad de un ecosistema puede describirse como la susceptibilidad a degradarse si es perturbado, incluyendo la pérdida de recursos socioeconómicos (actividades recreativas, explotación maderera) y ecológicos (erosión, dinámica sucesional). La erosión, la dinámica de la vegetación y la estructura del paisaje son los tres componentes que se deben tener en cuenta en la evaluación de la vulnerabilidad ecológica frente a los incendios. La metodología que proponemos en este documento evalúa principalmente la gravedad de los daños y la capacidad de respuesta de los ecosistemas tras un incendio. El tiempo transcurrido desde el incendio es relevante para la evaluación (muy corto vs. medio plazo). Evaluación a corto plazo (< 1 año) A esta escala temporal, la erosión del suelo es el principal riesgo. Existe un conjunto de características físicas que modulan el riesgo de erosión del suelo: tipo de roca madre, tipo de suelo, intensidad de las precipitaciones, inclinación y longitud de la pendiente, y erosionabilidad de la fracción mineral del suelo. La estructura de la vegetación también determina el riesgo de erosión. Durante el primer año después del incendio, la respuesta del ecosistema dependerá de aquellas propiedades de la vegetación afectada que determinen la tasa de recuperación. En términos generales, cuanto menor sea el tiempo necesario para que la vegetación recupere una cobertura del suelo de 30–40 %, menor será el riesgo de erosión. La tasa de recuperación es el resultado de la estrategia reproductiva de las plantas afectadas en relación con otros factores físicos como el clima o la orientación. En general, tras un incendio, las especies rebrotadoras se recuperan con mayor rapidez que las germinadoras obligadas (ver más adelante). Además, la capacidad de rebrote (Figura 2) no depende de las precipitaciones, mientras que la emergencia de las especies germinadoras obligadas estará determinada en gran medida por las lluvias de la primavera o el otoño posteriores al incendio. Evaluación a medio plazo (≈ 25 años) A medio plazo, la vulnerabilidad de los ecosistemas dependerá de su capacidad para seguir desarrollándose sin que se produzcan cambios notables en la vegetación (composición, estructura y la cobertura relativa y la biomasa de las distintas especies). En general, los bosques maduros en los que dominan las especies germinadoras obligadas presentan en general una vulnerabilidad entre media y alta, en función de su capacidad de germinación tras un incendio. Por ejemplo, el pino carrasco y el pino rodeno (Pinus halepensis y P. pinaster) tienen elevadas tasas de supervivencia y de germinación de las semillas tras un incendio debido a la capacidad de retener las semillas dentro de las piñas en la copa mientras se produce un incendio (serotinia). Por otro lado, las semillas del pino piñonero (P. pinea) y las de otras especies de clima submediterráneo o templado (P. nigra, P. sylvestris) y sabinas (Juniperus phoenicea) apenas conservan germinan después de un incendio, lo que dificulta su recuperación. Los pinares inmaduros son más vulnerables que los bosques adultos, puesto que el reclutamiento de nuevos individuos es más bien bajo debido a que los pinos no producen grandes cantidades de semillas viables. Los bosques maduros dominados por especies frondosas rebrotadoras, como la encina (Quercus ilex) son muy resilientes. Por último, los matorrales dominados por especies germinadoras obligadas (Ulex parviflorus, Cistus spp., Rosmarinus officinalis) presentan una vulnerabilidad media por el hecho de estar, en general, bien adaptadas al fuego y disponer en el suelo de bancos de semillas muy dinámicos y abundantes. Además, su germinación es estimulada por el fuego y/o por las nuevas condiciones que éste genera (p. ej. grandes variaciones diarias de la temperatura). Estrategias y medidas para la restauración post‐
incendio de ecosistemas y la prevención de incendios; estudio de un caso práctico: la zona de Ayora (Valencia, España) Los factores que determinan el tipo y las características de las comunidades vegetales que se regeneran tras un incendio son el tipo de suelo, la evolución de sus usos, el régimen de incendios y la topografía. La recuperación de los ecosistemas forestales mediterráneos puede ser muy lenta debido a las condiciones climáticas de la región, y las masas forestales que se generan en las etapas intermedias de sucesión pueden ser muy combustibles. La mayoría de estas etapas de transición consiste en formaciones arbustivas densas en las que abunda la fracción fina y muerta del material vegetal, proporcionando un riesgo de incendio muy elevado. Las medidas que se adopten en estos contextos deben interrumpir esos ciclos de degradación, promover formas más rápidas y eficaces de alcanzar el objetivo final de desarrollo que se persiga para los ecosistemas forestales, y reducir el riesgo de incendio. El proyecto SPREAD, financiado por la UE, tenía como objetivo la mejora de la calidad de la vegetación mediante la reducción del riesgo de incendio y el aumento de su resiliencia. El ecosistema modelo elegido para este estudio fue el aulagar en fase senescente, un tipo de matorral muy proclive a sufrir incendios dominado por Ulex parviflorus, una germinadora obligada, siendo escasas o ausentes las rebrotadoras leñosas. Las técnicas de restauración consistieron en la plantación de especies rebrotadoras y en un desbroce selectivo de la vegetación, respetando los pinos y los pocos ejemplares de rebrotadoras Rhamnus alaternus. El desbroce demostró además favorecer el crecimiento de esas especies. Se puede concluir que la combinación del desbroce y la plantación de especies rebrotadoras es una opción presentes. Los restos del desbroce se trituraron y se aplicaron como mulch. Tres años después del desbroce se observó un cambio significativo en la estructura de la vegetación y en el modelo de combustible (Figura 3). El desbroce selectivo transformó lo que era una formación arbustiva densa, continua y altamente inflamable, con una gran acumulación de necromasa, en un pastizal con arbustos rebrotadores dispersos y una biomasa combustible discontinua. La relación especies rebrotadoras/germinadoras aumentó considerablemente. El mulch de restos del desbroce redujo notablemente las tasas de germinación de las adecuada para el manejo de zonas de matorral con alto riesgo de incendio, puesto que se obtiene una drástica reducción tanto de la cantidad total como de la tasa de acumulación de la biomasa combustible, y un aumento de la resiliencia del ecosistema por la introducción de especies rebrotadoras; todo ello disminuye la vulnerabilidad de estas zonas frente a los incendios y, por consiguiente, reduce el riesgo de desertificación. especies germinadoras obligadas. El número de plántulas por metro cuadrado fue dos veces mayor en las parcelas control que en las parcelas con mulch. Como resultado, en las parcelas con desbroce los individuos de especies rebrotadoras eran diez veces más abundantes que los de especies germinadoras, comparado con las parcelas de control. Esto dio al nuevo ecosistema una mayor capacidad de resistencia y de resiliencia. La plantación en zonas mediterráneas degradadas de especies frondosas de etapas avanzadas de la sucesión ha ofrecido, en general, bajas tasas de supervivencia y crecimiento. Es por ello digno de mención el éxito que supone la excelente tasa de supervivencia (alrededor del 90 %) de los brinzales de encina (Quercus ilex) y de Figura 3. Vista de un aulagar mediterráneo, con un estado de desarrollo entre maduro y senescente, un año después de una intervención que consistió en un desbroce y en la plantación de brinzales de especies rebrotadoras. 
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