1 ¿Análisis didáctico para quien? Me gustaría aprovechar esta

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¿Análisis didáctico para quien?
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Mônica Cintra Antonácio Povedano
Me gustaría aprovechar esta oportunidad para discutir cómo se instala el
tema del análisis didáctico para nosotros, miembros afiliados en formación.
Pensar sobre este tema es rico e instigador bajo varios aspectos, y
reconozco que me siento estimulada a hacerlo debido a la institución a la cual
pertenezco. Es la posibilidad de levantar cuestionamientos, críticas, dudas y de
este modo ejercer un acto que tenga un carácter participativo y reafirmar mi
elección por la formación, conciente de sus funciones y limitaciones.
Durante este período en el Instituto (estoy el tercer año) me doy cuenta de
que este proceso transcendente de volverme analista, pasa a estar estrechamente
vinculado a mi formación como persona, a mi identidad.
La historia de nuestra formación remite al modelo Eitingon creado en Berlín
(1923), que prescribe de cuatro a cinco sesiones por semana y que actualmente
prevalece en la mayor parte de los Institutos. En este modelo tripartito el análisis
didáctico se impone como uno de los ejes de la formación, además de los casos
de supervisión oficial y de los seminarios teóricos y clínicos. En el articulo “Crítica
comprometida a la educación psicoanalítica” Otto Kernberg (2005), analiza la
educación psicoanalítica y recuerda que un obstáculo al análisis didáctico era la
obligatoriedad de que el analista hiciera un informe sobre el candidato.
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Psicóloga, Miembro Filiada da Sociedad Brasilera de Psicanálise São Paulo – Brasil.
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En estos modelos, el análisis existía fuertemente para la institución,
generando una situación persecutoria, porque al mismo tiempo en que se
realizaba una experiencia extremamente personal esta debía ser reportada hacia
otras instancias. Restaba la protección de no abrirse suficientemente, pues había
el riesgo de exposición indebida. ¿Qué experiencia restrictiva era ésta? ¿Y qué
analistas eran formados a partir de esa experiencia? Parecía haber un
enyesamiento de las funciones analíticas, pues se vivía bajo el miedo de que
aspectos terribles podrían ser descubiertos y exhibidos, lo que amenazaría el
desarrollo del proceso de formación y dejaba algunos candidatos en posición
sumisa y pasiva frente a su analista.
A lo largo de los años conquistamos mayor libertad, desde que esa
exigencia no rige más dentro del ámbito institucional. Sin embargo en muchas
ocasiones el miedo a ser desnudado y expuesto y a partir de ahí sufrir las
consecuencias, aun hace parte del imaginario de muchos analizados, que acaban
por someterse a un análisis que (en su fantasía) visa la institución – vista por ellos
como ejerciendo una función paterna autoritaria - y no posibilitando un crecimiento
personal. Este clima paranoico tiende a llevar a una paralización del proceso de
crecimiento psíquico que necesita estímulo, creatividad, entusiasmo y seguridad
para desarrollarse.
Tolerar o no adentramos por las catacumbas de nuestro inconsciente, va a
depender de características personales, de condiciones internas que puedan
facilitar ese trabajo y consecuentemente de la dupla que formamos con nuestro
analista.
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En este contexto surge el cuestionamiento sobre cómo vivimos la exigencia
del análisis. Para algunos, solamente cuando hacerse un análisis pasa a ser una
exigencia del proceso de la formación,
es que hay permiso interno para una
inversión de este orden en uno mismo. Una paradoja, si pensamos en cuan íntimo
y subjetivo es este proceso.
El miembro afiliado puede estar viviendo una postura regresiva al confiar a
la institución el poder de decidir sobre un camino cuya opción y construcción es
muy personal – que va mas allá de una formación académica hacia la formación
de la identidad personal.
Nuestra formación privilegia la clínica, lo que da importancia significativa al
análisis personal. Es durante este proceso tan íntimo y personal que tenemos la
oportunidad de vivir conflictos, contradicciones, dolores y sufrimientos que son
experiencias esenciales para que pueda madurar en un proceso de integración.
Estas vivencias nos instrumentalizan para poder estar junto con el paciente, poder
sentir, observar y pensar sin estar adherido, confundido con él. Es el análisis lo
que posibilita que desarrollemos esta función, desde que estemos acompañados
por la figura viva, espontánea, creativa y principalmente honesta del analista con
quien acordamos un trabajo en conjunto.
Pienso también en la dificultad que podamos tener para apropiarnos de los
propios deseos y necesidades. A fin de cuentas, el proceso analítico es la
experiencia de la apropiación de uno mismo y de poder pensar sobre la propia
singularidad, subjetividad e identidad.
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En la escucha analítica varias voces pueden alternarse dentro de una
misma sesión y necesitamos mantener una escucha cuidadosa para estar atentos
a lo que ellas pueden querer comunicarnos.
Una voz muy activa, por lo menos en nuestro Instituto, parece ser la voz de
los tiempos actuales, que tiene la preocupación de ‘no perder tiempo’, y de
imprimir una velocidad más acelerada a la formación. Se espera que el proceso
sea concluido dentro de un plazo más estricto. Bajo
este punto de vista la
duración del análisis didáctico queda limitado al tiempo determinado por la regla
dictada por la institución de un plazo mínimo de cinco años. Puede parecer
reduccionismo pensar en tiempo lógico cuando se habla en formación
psicoanalítica, ya que lo que importa es la construcción de una identidad, de una
actitud analítica donde se busca expandir la capacidad de insight, de introspección
y la aprehensión intuitiva del material inconsciente. Por otro lado, análisis
demasiado largos, a parte del alto costo, pueden perpetuar una actitud infantil del
miembro afiliado.
Otra voz que aparece es la del miedo que no soporta lo no dicho, o lo no
visible. Bajo ese discurso, lo que está por venir y que puede ser liberador, se
siente como muy amenazante, puesto que es lo inexplorable, lo desconocido que
asusta. La transformación y la mudanza traen el temor a perder lo que ya se ha
conquistado.
Hay también la voz de un ‘yo’ valiente y desesperado que quiere salir de un
claustro sofocante, que inviste, soporta y afirma su creencia en una relación que le
posibilita vislumbrar liberación.
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Muchas veces también escuchamos la voz omnipotente que espera una
transformación inmediata, drástica, sin tomar en cuenta toda la subjetividad que
está en escena.
Pienso en esas voces como niveles de funcionamiento mental que
requieren un maestro, que a mi ver es el papel del analista, para decodifícarlas y
ayudarnos a encontrar una cierta armonía en los sonidos provenientes de los
varios estados de la mente, entre ellos los más primitivos y muchas veces
incomprensibles a una escucha común.
La elección por esa profesión está calcada en la historia personal de cada
uno de nosotros. La búsqueda del análisis, sea consciente o inconsciente, intenta
dar sentido a las primeras experiencias y a los trazos que ellas dejaron impresos
en nuestra psique, experiencias muy primitivas. De hecho no escogemos ser
psicoanalistas por casualidad.
Dentro de la institución cada uno traza su propio camino. Como
representante de OCAL y, por lo tanto participante de la Asociación de los
Candidatos, inicialmente me sentí un tanto asustada, por un tipo de función que
nunca había realizado anteriormente, y al mismo tiempo muy curiosa y estimulada.
Hoy me doy cuenta que esta fue una oportunidad fundamental en mi formación,
porque me permitió cuestionarme, posicionarme y relacionarme con personas
cuestionadoras. Entré en contacto con mucha gente. Pude moverme por
institución
entre
miembros
asociados
y
efectivos,
cambiar
la
experiencias,
desmitificar relaciones. Esta búsqueda de otro lugar en la vida institucional
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proporcionó desdoblamientos positivos en mi vida personal y profesional (tanto en
la institución hospitalaria a que pertenezco, como en la consulta).
Pienso que en el proceso de ‘volverse analista’, más que fijar plazos existe
la convicción de la importancia de mantener esta jornada, que camina de modo
particular para cada uno, manteniendo atención permanente para saber que voz
se está haciendo oír.
Nos enfrentamos con las vicisitudes de estar en un proceso analítico y con
una infinidad de preguntas: ¿Cuál es el alcance de mi trabajo? ¿Cuánto me
incentivo al levantar vuelo? ¿Me siento en condiciones internas que me permitan
enfrentar los tropiezos, las dudas y las turbulencias que el “volverse” analista me
exige? ¿Como están mis pacientes? ¿Cuáles son las limitaciones de la función
que desarrollo como analista? ¿Las limitaciones del proceso son mías? ¿Son de la
dupla que formo con mi analista? ¿Con mi supervisor? ¿Reafirmo mi deseo de
continuar esta jornada?
Si la institución con todas sus limitaciones permite cuestionamientos – y hay
muchos que hacer – ella ofrece oportunidad de ser un compañero importante en
nuestro proceso de formación, y posibilita reducir la infantilización que esta
situación propicia. Es una función paterna sí, pero con apertura para dialogar con
los miembros más jóvenes.
El análisis solo tendrá sentido si es vivido como una experiencia personal,
con todos los contratiempos de esta caminata, y si me permite ser cada vez mejor,
sin abdicar de mi postura crítica.
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A mi parecer la discusión en relación al número de sesiones y duración del
proceso debe ser encarada con una postura realista y sincera del miembro afiliado
para con el proceso que inició y tener en el analista didacta su principal
interlocutor en la búsqueda de obtener condiciones
para ampliar su mundo
psíquico y poder ejercer un papel para el cual la introyección de la función
analítica es esencial.
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