CAPITULO I CRECIMIENTO ECONOMICO, MODERNIZACION y DESARROLLO En el período de post-guerra, hasta finales de los años sesenta, la Economía del Desarrollo y la Teoría de la Modernización dominaban la escena en materia de la conceptualización y las políticas del desarrollo en las diversas ciencias sociales. Ambos enfoques atribuían el "subdesarrollo" a factores causales inter­ nos a nuestras economías y sociedades. Para ellos el Desarrollo se presentaba como un proceso unidimensional y natural a escala mundial, que consistía básicamente de sustanciales incrementos de productividad y del crecimiento económico (a través de la industrialización), en el marco de un proceso paralelo de alfabe­ tización, urbanización y movilidad social ascendente, todo lo que desembocaría en una creciente particip.ación y democratización de las sociedades (en el sentido de los sistemas parlamentarios occidentales). En su versión inicial, dominante entre los primeros "econo­ mistas del desarrollo" (Hirschman, Lewis, Nurkse, Prebisch, Ro­ senstein-Rodan, Rostow, Singer), así como entre los neoliberales contemporáneos, el énfasis de los análisis radicaba en alcanzar 30 Repe_odo el desarrollo elevadas tasas de crecimiento económico para asegurar el De­ sarrollo. Veinte años atrás Dudley Seers (1974: 39) comentaba que "naturalmente todos sabemos que "Desarrollo" significa mucho más que sólo crecimiento económico. (...) Sin embargo, este re­ conocimiento sólo sirve de la boca para afuera: Nuestras metas se refieren como siempre principal o únicamente a la elevación del Producto Interno". En efecto, el crecimientó del Producto Interno Bruto (PIB) era -y sigue siéndolo entre los economistas más ortodoxos-, condi­ ción necesaria y suficiente para el Desarrollo. Este concepto cha­ to, desde nuestra perspectiva actual, no debe hacemos olvidar, sin embargo, que el aumento del PIB es un prerequisito impor­ tante -entre otros muchos- para alcanzarlo~ sobre todo, si pensa­ mos en la indispensabilidad de incrementar -en cantidad y cali­ dad- la oferta de bienes esenciales, tales como vivienda, servi­ cios médicos, alimentos, etc. Veamos algunas de las limitaciones del PIB y su crecimiento como indicadores aparentes del bie­ nestar y la calidad de la vida. En primer lugar, la correlación entre crecimiento y desarro­ llo llega a diluirse -cuando menos en parte- si consideramos el método de cálculo del PIB (Sen, 1988~ Seers, 1974~ Schatan, 1991). Ahí tenemos, en primer lugar, el problema del autocon­ sumo, de las externalidades y de las distorsiones, que obligan a contemplar varios aspectos que escapan a la contabilidad nacio­ nal. Uno, es que la medición del PIB no estima los medios de bienestar que no pa'>an por el mercado o a los que no se les puede imputar un precio 1. Dos, tampoco se consideran las exter­ 7. Que comprende, entre otros, el caso de las labores caseras, del autoconsumo campesino, del trueque y la reciprocidad, que -en conjunt<>- pueden llegar a representar el 50% del "ingreso" de las familias. Crecimiento económico. modernización y desarrollo 31 nalidades negativas provenientes del consumo de recursos no renovables y todo lo que afecta al medio ambiente, que es excluido de la mencionada contabilidad. Lo mismo podrfa apli­ carse, tres, al medio ambiente social, en el marco del gigantismo urbano, la despersonalización de las relaciones humanas, etc. En estos dos últimos casos parecerfa clara la correlación negativa entre crecimiento económico y bienestar. Cuatro: mientras se contabiliza el consumo de cigarrillos, también se lo hace de los gastos para investigación y de los sufragados en los hospitales para curar el cáncer, entre otros ejemplos, en que ciertos gastos contribuyen (supuestamente) al bienestar y al PIS, pero que por sus efectos requieren de otras erogaciones para curar el daño que aquellos causaron (dándose asf una doble contabilidad del "bie­ nestar"); lo mismo se aplica al consumo excesivo de alimentos por parte de ciertos estratos de la población y que llevan al tratamiento de enfermedades que podrfan haberse evitado (yen que todos estos gastos se suman al PIS). Cinco, los propios mercados no necesariamente muestran equilibrios con "precios sombra", sino que son imperfectos o se encuentran en desequili­ brio, por lo que la valuación de los precios relativos incorpora sesgos que pueden llevar a una correlación negativa entre creci­ miento y bienestar; se reconoce, además la validez limitada de los precios que sirven para ponderar físicamente los servicios, debido a las deformaciones resultantes de la presencia de oligo­ polios, controles de precios, prohibiciones de importación, sobre­ valuación del tipo de cambio, altos márgenes de ganancia en ciertas ramas y sectores económicos, impuestos indirectos dife­ renciales, etc. Seis, no se deduce la destrucción de recursos básicos y otros recursos, muchos de los cuales no son renovables y dan lugar además a diversas formas de contaminación, que son procesos inherentes a la producción e implican costos invisibles en el corto plazo. Asimismo, "la visión economicista del desa­ rrollo, a través de indicadores agregados como el PIB, conside­ 32 Repensando el desarrollo ra como positivos, sin discriminación, todos los procesos donde ocurren transacciones de mercado, sin importar si éstas son productivas, improductivas o destructivas. Resulta asi, que la depredación indiscriminada de los recursos naturales hace au­ mentar el PIR, tal como lo hace una población enferma cuando incrementa su consumo de drogas farmacéuticas o de servicios hospitalarios" (Max-Neef et al., 1986: 57). Finalmente, siete, el valor del ocio tampoco es incorporado en esa contabilidad, cuando es evidente que se trata de un elemento sustantivo de cualquier "función de bienestar". En segundo lugar, hacia los años setenta, cuando los econo­ mistas se percataron que ciertas economías podían crecer acele­ radamente, pero que sus frutos generalmente estaban desigual­ mente distribuidos, incorporaron la variable de la distribución del ingreso nacional (en sus variantes personal, funcional y re­ gional) al concepto de Desarrollo, como condición adicional, enriqueciéndolo así sin duda. En efecto, como lo muestra p.ej. la experiencia de los países exportadores de petróleo, los incremen­ tos en el ingreso por habitante no alcanzan ni de lejos para redu­ cir la pobreza y el desempleo. Sabemos muy bien que "un incre­ mento del ingreso por habitante puede ir acompañado de desem­ pleo creciente, e incluso puede ser causa de ese desempleo", como lo ejemplifica el caso de Trinidad en que -entre 1953 y 1968- el ingreso por habitante aumentó 5% anual, mientras que paralelamente el desempleo abierto aumentó a más del 10% de la PEA (Seers, 1974: 43). Por lo demás, "las barreras sociales y los mecanismos de sometimiento de una sociedad basada en la desigualdad mutilan la personalidad de aquellos que tienen un elevado ingreso no mellos que la de los pobres" (ibid.). Con la introducción de la variable distribución de la renta nacional -cuyo impulso provino curiosamente de la invocación Crecimienlo económico, modemización y desarrollo 33 de Robert McNamara en la Conferencia de Bandung en 1974 y que dio un giro a las perspectivas del Banco Mundial- se inicia­ ron los largos debates en tomo a la distribución (del ingreso, más que de la propiedad) y su relación con el crecimiento. Mientras que los economistas ortodoxos planteaban (y lo siguen haciendo) la necesidad de crecer primero para redistribuir después 8, los heterodoxos establecían la relación inversa o la combinación de ambos. Es así como la política de desarrollo pasó a ser, además de una estrategia para fomentar el crecimiento económico (bási­ camente a través de la industrialización), una política para redis­ tribuir los ingresos. Paralelamente y ligado en parte a lo anterior, en tercer lugar, los economistas heterodoxos descubrieron que la relación entre el crecimiento económico y las condiciones de vida tampoco era tan sencilla como suponían los ortodoxos, incluso en presencia de situaciones relativamente más equitativas. En tal sentido, lle­ garon a demostrar, por ejemplo, que altos niveles de PIB per­ cápita no necesariamente determinaban una elevada esperanza de vida al nacer, como indicador del nivel de vida (v.gr., para el año 1984, se tiene que China y Sri Lanka mostraban elevadas esperanzas de vida que llegaban a los 70 años, a pesar de sus bajos ingresos por habitante, que apenas rebasaban los US$ 300 anuales; mientras que México y Africa del Sur, con ingresos superiores a US$ 2000, apenas llegaban a los 60 años). Igual­ mente podía sustentarse la relación perversa existente entre el ingreso por habitante y las tasas de suicidio y de crimen y vio­ lencia, como indicadores de prosperidad. Es entonces cuando surge el paradigma de las necesidades básicas como criterio central para conseguir y deLerminar el Desarrollo. Desde esa pers­ pectiva, lo que se pretendería es asegurar nutrición, vivienda, 8. Pueslo que, así argumentan, "no liene senlido redistribuír la pobreza". 34 Repensando el desarrollo salud, educación y otros bienes esenciales. Si bien se trata de un avance importante respecto a los paradigmas anteriores, también aquí el énfasis radica en la producción y disponibilidad de mer­ cancías, a partir de las cuales se determinan ciertos "mínimos" para "satisfacer" esas "necesidades básicas". De todas estas renexiones y de otras muchas que se debatie­ ron entonces quedaba claro, por tanto, por lo menos para los economistas heterodoxos y otros cientistas sociales, que no había cómo -ni tenía sentido-, identificar mecánicamente crecimiento económico con desarrollo económico y, mucho menos, con bie­ nestar y desarrollo. Más aún, el hecho de centrar la esencia del progreso y el desarrollo en la producción y, en general, en las mercancías llevaba -como lo ha venido haciendo de hecho- a tratar a las personas como medios del progreso económico, más que como beneficiarios y adjudicatarios de él, es decir como fines en sí. Este tipo de perspectivas deriva, en parte, de la propia defor­ mación profesional innata al economista y, por otra, al fetichis­ mo de la mercancía dominante en nuestras sociedades capitalis­ tas. De ahí que, hoy en día, sigamos fijándonos en el crecimiento del PIB como base o potencial último de todo esfuerzo de Desa­ rrollo. Si bien son necesarios el crecimiento económico, la equidad y la satisfacción de las necesidades básicas, como vere­ mos más adelante, no son suficientes para asegurar elevados ni­ veles cualitativos de vida y, en muchos casos, desembocan en propuestas de política equivocadas o en callejones sin salida: "No se trata, contra la opinión común, de acelerar el crecimien­ to económico -lo que incluso podría ser peligroso-, sino de trans­ formar la esencia de los procesos de desa"ollo" (Seers, 1974: 56). ·Crecimiento económico. modernización y desarrollo 35 De ahí que los economistas más lúcidos del campo anti-neoli­ beral se vieran obligados moral y profesionalmente -lo que nunca sintieron los ortodoxos- a avanzar por otras rutas para definir y darle contenido al Desarrollo para fines de política, aspectos que conviene delinear brevemente (en las próximas tres secciones), antes de entrar a los componentes y detalles propios de una Es­ trategia de Desarrollo Autoeentrado, sea a escala nacional (Se-· gunda Parte), sea en los ámbitos local-regionales (Tercera Parte).