Lea la ponencia de Asdrúbal Aguiar

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III Congreso Internacional de la Lengua Española:
Identidad lingüística y globalización
(Rosario, República Argentina, 17 al 20 de noviembre de 2004)
Medios de comunicación y creación de cultura iberoamericana (I)
LEER Y PENSAR EN ESPAÑOL
Asdrúbal Aguiar*
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Durante el “Congreso internacional sobre lenguas neolatinas en la comunicación
especializada”, celebrado hace ya dos años por El Colegio de México, se citó la
preocupación del más grande de nuestros filólogos del siglo XIX: Andrés Bello, para
quien nuestra lengua arriesgaba transitar por la igual corrupción que en Europa hizo
desaparecer al latín. Bien podía transformarse aquella – apuntaba el Maestro - en una
pluralidad de dialectos irregulares, licenciosos y bárbaros, obra del aislamiento, del
analfabetismo y de la pluralidad de los países hispanohablantes de España y de América.
Sin embargo, a pesar de su cúmulo de palabras marcadas – dominadas por los “ismos” –
v.g. los americanismos, los argentinismos o los venezolanismos - y sus consiguientes
diferencias semánticas - y de palabras no marcadas – que son la mayoría, casi un 99% en
*
El autor es columnista y asesor editorial del Diario El Universal (Caracas), y conductor del
programa de televisión “En Profundidad” (Canal 51, Venezuela). Abogado, Doctor en Derecho
Summa cum laude y Catedrático de la Universidad Católica Andrés Bello y de la Universidad Central
de Venezuela, ha sido Profesor Visitante de la Universidad de Messina (Italia). Fue Gobernador de
Caracas, Ministro de Relaciones Interiores y, más luego Presidente del Consejo Ejecutivo de Unión
Latina (Paris). Es Académico de Número de la Academia Científica y de Cultura Iberoamericana.
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su uso por la televisión internacional -, el español logró establecerse, crecer, y
estandarizarse dentro de límites nunca antes imaginados. Sin proponérnoslo, más allá de
nuestro espíritu hispano, telúrico y disolvente, unos y otros nos hemos dado, en términos
lingüísticos, cuando menos, una “nación hispanohablante”. Su población representa el
6% de la Humanidad y el 40% de América; está unida a un territorio que desborda el
10% del planeta y se expande por cuatro continentes y veintidós países, según la
desafiante descripción de Carlos Leáñez Aristimuño, reputado investigador venezolano
sobre el devenir de las lenguas latinas en el contexto de la globalización.
Hoy existen 6.000 lenguas y el 96% de ellas las hablan apenas 4% de los seres humanos.
Más del 50% las hablan menos de 10.000 personas y el 25% menos de un mil. Cada dos
semanas una lengua desaparece, dado que, como lo recuerda el mismo Leañez “lengua
que vale poco, se usa poco y lengua que se usa poco, poco o nada vale”. Y no es este, en
efecto y con todos los riesgos que padece, el caso del español.
No fue tanto la imprenta de libros cuanto la reducción de las tasas de analfabetismo y,
junto a ésta, el inusitado crecimiento de los medios de comunicación de masas – escritos,
orales y visuales – los que hicieron posible y todavía sostienen el milagro de la unidad,
fortaleza y modernización de nuestra lengua castellana.
La emergencia y expansión en el uso contemporáneo de los medios electrónicos de
comunicación, a saber el Internet, dada la demanda de lo instantáneo que reclama la
interdependencia y el cruce acelerado entre pueblos y civilizaciones dentro de la llamada
Aldea Global, muestra de modo emblemático y actual el valor de uso creciente –
económico y no solo cultural - alcanzado por el español.
Hasta hace poco tiempo, el 90% de los 2.400 millones de páginas web estaban escritas en
inglés. Hoy, la lengua de Shakespeare cubre apenas el 65% de las páginas que a diario
son visitadas y leídas por los “internautas”.
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Iberoamérica, sumada España, muestra una cifra próxima a los 40 millones de usuarios
digitales de la lengua de Cervantes. La cifra de Venezuela, que es modesta dentro de los
señalados extremos, creció entre los años 2001 y 2002 desde 300.000 hasta 1.480.000
usuarios, revelando con su ejemplo el indiscutible despegue exponencial que ofrece y
revela la comunicación vía Internet: que es instrumento que complementa – sin sustituirlo
– el esfuerzo informativo de la prensa escrita y radioeléctrica.
Nuestra lengua, en suma, integradora de un universo próximo a los 400 millones de
hispanohablantes, es la cuarta más hablada, “tras el chino mandarín, el inglés, y el hindi.
Su empuje es de tal calibre que en Estados Unidos ya se está consolidando como segundo
idioma” (cf. Francisco Gómez Aladillo, La expansión del español en Internet, 2002).
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Podría decirse, entonces, que el español, amén de su disposición instrumental por los
medios de comunicación de masas y dado el valor estratégico que acusa en razón del
número creciente de lectores, “internautas”, radioescuchas y televidentes que hacen parte
del gran mercado mundializado e hispanohablante de la información, hoy plantea, sin
mengua de sus fortalezas, otros desafíos de no poca entidad. El español compite y no
siempre con éxito, ante el inglés, por los espacios inéditos y controversiales que nacen y
son inherentes a la Edad de la Inteligencia Artificial en cierne, es verdad.
La citada estandarización de la lengua española, cuyo uso adecuado y productivo ocupa
parte del trabajo diario de las redacciones de los periódicos y cuenta, además, con la
atención de organizaciones internacionales gubernamentales – como Unión Latina - y no
gubernamentales – como las asociaciones de terminología -, ayuda a que los contenidos
de la información alcancen al mayor número de destinatarios. Mas, tal propósito no
puede verse simplificado si con ello se sacrifica la rica variedad como los matices que le
otorgan talante propio al idioma español, sólo digno de las mejores creaciones del
pensamiento.
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En todo caso, uno de los papeles preparados con ocasión del citado Congreso sobre
Lenguas Latinas (v.g. Raúl Avila, La lengua española en el espacio internacional, El
Colegio de México, 2002), traslada ejemplos interesantes acerca del léxico y la sintaxis
del español y su adecuación a las exigencias obligantes de un mercado en franco
crecimiento, requerido de vocablos de uso general, no marcados, que superen la
segmentación a que ha dado lugar el uso del español en nuestros distintos países. De allí
la necesidad acusada por los medios de comunicación de vocación internacional, de
apelar a sinónimos que, incluso al margen de la versión estricta de la academia, ofrezcan
el mayor grado de generalidad para la descripción uniforme de una misma realidad
común.
El denominado equipamiento del idioma español, es decir, su desbordamiento hacia los
núcleos temáticos de mayor interés y demanda, en otro orden, nos puede abrir espacios
que son clave de la vida contemporánea y propicios para la expansión universal de la
cultura iberoamericana. Pero, el inglés, lo repetimos, aún nos supera en competencia y
pugna por la supremacía.
Así las cosas, sin perjuicio de todo lo anterior, juzgo de pertinente destacar lo que mas
importa – en mi criterio modesto - a la preservación de nuestra identidad iberoamericana
en el marco de la globalización corriente: Redescubrir la citada tonalidad de nuestra
lengua y su especifica vitalidad para aproximarnos a la realidad que nos circunda, con el
criterio plural del mestizaje, a fin de que pueda para dar lugar a ideas y pensamientos
originales, construidos a partir de lo que somos y sobre la forma en que existimos.
La lengua, que duda cabe, es parte esencial de la vida humana; es algo más y mucho más
que un atributo de la vida biológica.
Gracias al lenguaje, lo refería un aventajado alumno de nuestra Universidad Simón
Bolívar de Caracas, “somos capaces de crear conceptos que inclinan nuestra percepción”
(J.Guzmán, Vista, oído, gusto, tacto, olfato... y lenguaje, http://universalia.usb.ve).
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Cuando nombramos algo, o a alguien, le otorgamos identidad o lo clasificamos incluso
para fines de nuestra memoria y a la manera de Aureliano Buendía.
Pero la lengua, al permitirnos delimitar la realidad de la manera que mejor nos parece,
nos ayuda a darle un significado, un valor, y fijarle un modo de relación a sus distintos
componentes.
La lengua es el oxígeno de lo humano: lo dice con mejor y emocionado verbo Leañez
Aristimuño: “Por ella entramos en la sociedad, por ella la sociedad entra en nosotros. Ella
es la red que lanzamos sobre la realidad para pescar significación. No es otro
conocimiento más: es la base del conocimiento”, ... y de la cultura, a fin de cuentas.
No por azar, entonces, pude escribir hace algunos años sobre nuestro avance hacia el
tercer milenio, desde la perspectiva de la cultura y de la ética que sugiere la globalización
tecnotrónica, para decir con Octavio Paz que “despertar a la historia significa adquirir
conciencia de nuestra singularidad”. Y, dado que el signo constante de las tradiciones
culturales es la diversidad, como lo explica Ralph Turner en su conocida obra sobre Las
grandes culturas de la humanidad, todos y cada uno de los hombres – varones y mujeres
– si acaso hacemos pocas cosas a lo largo de nuestras existencias, todos y cada uno
hacemos “estas pocas cosas de muchos modos diferentes”.
Todos y en especial los iberoamericanos, dada nuestra génesis y a fuerza del mestizaje,
repetimos lo aprendido, lo cambiamos, o lo adaptamos. Pero, a fin de cuentas, todos
tenemos un modo propio de hacer y de sentir las cosas comunes. Todos somos, por lo
tanto, creadores y a la vez productos perfectibles de la cultura. Y no podría ser de otro
modo, siendo que el signo de lo humano es, justamente, la unidad en el genero y la
unicidad en la experiencia de lo vital.
En suma, de poco o nada servirá la lengua española al desarrollo de la personalidad de
cada iberoamericano si no es capaz de permitir y de permitirnos, aparte de hablar, pensar
y expresarnos en unidad y en diversidad, a la vez. De nada nos serviría ser
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hispanohablantes si no somos capaces de asumir el pensamiento y el hacer como
hispanohablantes. Y es este, exactamente, el dilema de nuestro tiempo, la oportunidad
para el despeje de la mentira política instalada en nuestro ser durante los dos últimos
siglos.
No nos hemos atrevido a ser lo que somos y, por lo mismo, lo diría Octavio Paz, el daño
moral que hemos sufrido alcanza a zonas muy profundas de nuestro Ser. “Imitación más
que creación, remedo más que originalidad, sigue siendo la causa cierta de nuestro
retardo como América mestiza para adquirir conciencia de nuestro propio Ser y de su
valor” (Vid. nuestro ensayo De la integración colonial a la desintegración republicana:
Una reflexión sobre la contemporaneidad de América Latina, 1978).
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El último 12 de octubre – he aquí quizás un ejemplo preciso que explica mi anterior
perorata - las agencias de noticias y los noticieros de televisión transmitidos vía satélite
hacia toda iberoamérica dieron cuenta de un hecho insólito, de no poca significación para
el cabal entendimiento del tema que nos ocupa.
Bajo la guía e inspiración del Gobierno del Presidente venezolano Hugo Chávez Frías,
sus seguidores, con fervor e igual indignación conmemoraron el Día de la Resistencia y
del Genocidio Indígenas. Evitaron toda referencia al tradicional Día de la Raza o del
Descubrimiento de América. Quisieron archivar para siempre, en un momento de euforia
colectiva, hasta el significado del “Encuentro entre dos mundos”: manera como la fértil
creatividad de los mexicanos describe la fecha de marras. Y dentro de tal contexto, con
inocultable saña primitiva, el “chavismo neobolivariano” tiró por suelos la estatua del
navegante y descubridor del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón.
Tras un juicio público, simbólico, condenaron no tanto al pionero cuanto la obra de
civilización que fraguara de su esfuerzo. Los seguidores del Teniente Coronel creyeron
haber destruido así, para la posteridad y en el imaginario popular, el lastre que nos habría
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hecho ver, hacer o sentir las cosas en línea diferente a los dictados de nuestra germinal
condición ‘indoamericana’. Sería la hora, por consiguiente, para dar vuelta atrás a las
páginas de la historia transcurrida y conocida.
El asunto no es baladí.
A pesar de que para el momento de nuestras independencias, hacia 1810, “la textura vital
y cultural del hispanoamericano – como lo apunta Fernando Cervigón Marcos (Porqué
Iberoamérica?, Universidad Monteávila, 2000)
– ya estaba configurada en sus
elementos básicos fundamentales: la religión y la lengua, y expresaba ya una forma de
ser, de pensar y de entender la vida” decantada durante más de 300 años; e incluso, no
habiendo sido la independencia un hito revolucionario, provocador por lo mismo de
fracturas sociales y sí instante de confrontación sólo entre españoles criollos y
peninsulares, asumimos valores trasplantados desde la experiencia revolucionaria
americana y francesa. Y poco interés despertó entre nosotros, por obra de la fatal
circunstancia, la evolución que entre el Antiguo Régimen hispano y la modernidad liberal
propusieron, con lucidez y sin solución de continuidad, las Cortes de Cádiz en el año 12.
Y la mentira, lo repetimos nuevamente con Paz, pudo instalarse aquí, a pesar de los siglos
de construcción del mestizaje iberoamericano.
Y ello, a pesar de lo único cierto, como lo expresaran con firmeza Cervigón y un siglo
antes Miguel Antonio Caro. Aquel para decir, con elemental sentido común, que “la
historia no vuelve nunca atrás, es indetenible, así como tampoco es modificable la
herencia genética”. En efecto, para 1810 “los americanos habían adquirido ya todos los
defectos y virtudes de los peninsulares, y habían recibido, en cierta medida, el aporte
biológico y cultural de las etnias indígena y negra”. Caro, a su vez, para recordarnos que
“las civilizaciones no se improvisan”. “Religión, lengua, costumbres y tradiciones: nada
de esto lo hemos creado; todo lo hemos recibido.....y lo que constituye nuestra herencia
nacional, pudo ser conmovida pero no destruida por revoluciones políticas”, como lo
ajusta el grande humanista y pensador colombiano del siglo XIX.
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Pero la mentirá, lo reiteramos, logró instalarse constitucionalmente en el seno de lo
iberoamericano y hoy vuelve por sus fueros. Así de simple.
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La más reciente jurisprudencia de la Sala Constitucional de Venezuela, fijada con su
célebre decisión 1.013, dice, con audaz heteronomia e ineditez, sobre como han de
redactar sus crónicas y usar el lenguaje los periodistas para no afectar a la información
veraz e imparcial.
El proyecto de Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión, que debate la
Asamblea Nacional venezolana por iniciativa del Gobierno, pretende discernir sobre los
elementos de lenguaje que mal podrán ser transmitidos por las emisoras radioeléctricas
entre las 5 de la mañana y las 11 de la noche de cada día. Tanto que, además y bajo dicha
premisa, será imperativa la transmisión diaria de programas de radio y de televisión
supervisados por el Estado y orientados a la defensa de los valores culturales del
“bolivarianismo” local.
Esto, dicho así y sin propósito militante subalterno, sitúa sobre el tapete de la reflexión
iberoamericana nuevos elementos sociales y políticos que descubren e ilustran la
diabólica dinámica sobre la que transita la Humanidad de nuestro tiempo y que poco se
aviene con el carácter plural y mestizo de nuestra esencia iberoamericana. Los
predicadores del pensamiento único, atado a la versión occidental y anglosajona nacida
del desmoronamiento del Muro de Berlín, no le dan tregua al conveniente ‘cruce de
civilizaciones’. Intentan apagar la pluralidad que reside en la condición humana y que,
por lo mismo, es asiento necesario de toda cultura.
En tanto que, en un patio no distinto, quienes otrora hicieron del Estado - y de sus
manifestaciones institucionales, entre éstas los partidos políticos – centro único para el
ensamblaje de la realidad social y el logro de la identidad en la ciudadanía, esta vez, por
huérfanos y solitarios vuelven sus miradas hacia las particularidades: hacia la raza, la
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religión, y el clan. Y no reparan en la recreación de ‘medievalismos’ y del espíritu de
intolerancia que les viene anejos. Auspician, temerosos del pensamiento único universal,
sus propios ‘pensamientos únicos’ e igualmente excluyentes.
Cabe, pues, preguntar a los medios de comunicación social, depositarios que han sido de
la opinión pública en tanto “expresión genuina de la soberanía”, según palabras del
constituyente gaditano Agustín de Argüelles; ‘articuladores’ que son – querámoslo o no –
de la identidad contemporánea global y antes de que sean víctimas de la insurgencia
estatal neototalitaria, si acaso no les corresponde y nos corresponde, al respecto, una
responsabilidad y respuesta proporcionales: Usar adecuadamente la lengua que se nos
legó por España, que es instrumento de información y vínculo de cohesión y de
proximidad iberoamericanas, pero a partir y con sentido de lo teleológico; para que la
lengua, nuestra lengua, nos ayude a pensar, a relacionar, a crear y a sentir, con legitima
ambición de universalidad, sin exclusiones y anegados por el pluralismo que le es
connatural.
Lectores, televidentes e “internautas” de esta parte de la Humanidad hemos de
restablecer, según parece, la fe en nuestra propia historia, aun cuando su hazaña pueda
haber sido viciosa. Hemos de retomar la conciencia sobre un futuro que nos será cierto en
la medida en que superemos los traumas y complejos que nos hacen presa de causas
inciertas y miedos de nuevo cuño. Hemos de rescatar la cultura iberoamericana, hija del
mestizaje, en su sentir no triste, vital, con ese gran aliento épico que se le ha observado
desde su salvaje amanecer.
En suma y como lo pedía para su gente Carlos Medinacelli, pensador boliviano, hemos de
atrevernos a ser lo que somos y nunca hemos dejado de ser: iberoamericanos.
Centro Cultural Parque de España, 19 de noviembre de 2004
aa.
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