la liberación de los opresores

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JÜRGEN MOLTMANN
LA LIBERACIÓN DE LOS OPRESORES
El profesor Moltmann, como ya hiciera con su artículo El Dios Crucificado
(SELECCIONES DE TEOLOGIA 12 (1973) 3-14), nos ha enviado, con ruego de
publicación, este artículo, escrito, según nos dice, a la vuelta de su visita y encuentro
con los teólogos latinoamericanos de la liberación. Y quiere ser, tonto él mismo indica,
una contribución de la teología de un mundo desarrollado a este proceso de conversión
iniciado con la llamada teología de la liberación.
I. LOS DOS LADOS DE LA OPRESIÓN
La opresión de los hombres es un crimen contra la vida. Vida es "amar a tu prójimo
como a ti mismo" (Lc 19,18; Mi 22,39). Opresión significa separarse de Dios: "Pues
quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20).
La opresión presenta siempre dos caras: por un lado, está el señor, el explotador; por el
otro, el esclavo, la víctima. El opresor es inhumano; el oprimido es deshumanizado. La
opresión destroza la humanidad en los dos lados, pero de distinta forma: a través del
mal, por un lado; a través del sufrimiento, por el otro. De ahí que el proceso de
liberación deba emprenderse en ambos lados: liberar a los oprimidos del sufrimiento de
la opresión ha de ir unido a la liberación de los opresores del pecado de opresión. De lo
contrario, no hay liberación para la libertad. Pues la meta no puede ser otra que una
comunidad humana no angustiada, abierta, sin opresores ni oprimidos. La liberación de
los oprimidos es una obligación moral, y en muchas ocasiones evidente, al menos para
los oprimidos. La liberación de los opresores, en la mayoría de los casos, no es evidente,
al menos para los opresores. Están ciegos: no ven el dolor que ellos causan a sus
víctimas. Están ofuscados y justifican su infamia con muchas razones. Por esto la
liberación de los opresores es una experiencia que supera la buena voluntad: el señor
debe morir para que el hermano pueda nacer.
Teologías de la liberación
Las "Teologías de la Liberación" que conocemos, son, sin excepción, teologías de la
liberación de los oprimidos, ya sean negras, feministas o socialistas. Expresan la fe de
los oprimidos y suscitan su esperanza. Por supuesto, son "parciales" y para ellas el
problema del mal, el poder del pecado y la liberación a través de la reconciliación pasan
detrás del análisis de la miseria y del clamor de los que sufren.
Es lamentable que no haya surgido una teología de la liberación desde el otro lado de la
opresión. El hecho de que nos dejemos sorprender o entretener por la teología negra,
feminista o socialista, el mostrarnos tolerantes ante sus presiones es una muestra de
cerrazón, no de inteligencia. Y la razón está en que nosotros, miembros del mundo
blanco y machista de las clases medias quisiéramos reconocer la necesidad de liberación
de los otros, pero no queremos reconocernos como sus "opresores". Tenemos buena
voluntad, pero ninguna idea. Queremos ser liberales y con ello desperdiciamos nuestra
propia liberación. Pero quien quiera liberar a los oprimidos ha de empezar por dejar de
ser un opresor. Ha de liberarse a sí mismo. No es cosa de mala conciencia. Es más bien
la conversión hacia el propio futuro.
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Ahora bien, como la mayor parte de los hombre somos "oprimidos opresores", es
importante reconocer la necesidad de liberación en ambos lados de la opresión.
II. FENÓMENOS DE OPRESIÓN - FORMAS DE AUTOJUSTIFICACIÓN
Empezaremos con un análisis de las formas más graves y actuales de opresión,
atendiendo más bien al lado de los opresores: ¿por qué y cómo oprimen? Trataremos el
racismo, el sexismo y el capitalismo, y buscaremos las causas de estos fenómenos
inhumanos.
Racismo
Entendemos por racismo, siguiendo la definición de la UNESCO y de la Conferencia
mundial de las Iglesias, "el orgullo etnocéntrico por el propio grupo racial, el privilegiar
las principales características de este grupo, el convencimiento de que estas
características son fundamentalmente de naturaleza biológica, los sentimientos
negativos frente a otros grupos, junto con el ansia de discriminar a los grupos de otra
raza y excluirlos de una plena participación en la vida de la comunidad".
Aunque esta definición no sea completa, lo importante es que en ella se puede captar lo
fundamental del racismo: las características de la propia raza se identifican con las del
ser humano en cuanto tal ser humano significa ser blanco. Los hombres de otras razas
son infrahumanos. "Vienen de los monos", decían antes. Están "infradesarrollados",
decimos hoy. El sentimiento de autovaloración de las características propias de la raza
se apoya en el color de la piel. Y todo ello conduce a la legitimación del derecho a
dominar: la raza blanca o nórdica está destinada á dominar a los otros pueblos
("mestizos", "esclavos" o "infradesarrollados"). En el racismo, la propia identidad se
define por dis criminación de las otras razas. La identidad racista es negativa, crispada,
agresiva.
Formas no peligrosas de este racismo podemos descubrirlas en todos los pueblos de la
historia: egoísmo de grupo, temor ante los extraños. Este racismo latente se hace
peligroso cuando el potencial de miedo y de agresión se aplica al montaje de sistemas
de dominio para la opresión, la esclavitud y la explotación de hombres de otras razas.
En tal caso, el racismo es un medio de llevar adelante la guerra psicológica de los
dominadores contra los dominados. Los hombres de otras razas son desterrados a las
castas inferiores, privados de sus derechos fundamentales como hombres y como
ciudadanos. Como trabajadores errantes están condenados a una dependencia
permanente. El sentimiento de superioridad de la raza dominante engendra sentimiento
de inferioridad en la dominada.
Las dos caras del racismo
En su forma concreta, el racismo presenta dos aspectos o caras: interiormente es un
mecanismo psicológico de autojustificación; exterio rmente es un mecanismo ideológico
del sometimiento de otros hombres. Por ello sólo puede ser superado si 1) los hombres
abandonan la identificación racista de su humanidad y encuentran una identidad no
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agresiva "como hombres"; y 2) si una "redistribución del poder" (de los poderosos a los
impotentes y oprimidos) da a todos y en la misma medida las oportunidades
económicas, legales y políticas para la realización de su humanidad.
El racista manifiesta un orgullo sobrehumano y, sin embargo, está dominado por un
terror inhumano. Quien identifica ser hombre con ser blanco se está destruyendo a sí
mismo. Y como siempre traduce su miedo en agresiones, destruye la comunidad. En el
otro hombre ve sólo la otra raza, y no ve en las otras razas hombres como él mismo. Su
desprecio por los otros, la injuria y la humillación de los otros es en el fondo odio a sí
mismo.
Sexismo
Por sexismo masculino entendemos el dominio del hombre sobre la mujer, en virtud de
unos privilegios que él descubre en su masculinidad. Es el orgullo por el propio sexo, el
privilegiar las características del sexo masculino en la cultura, el convencimiento de que
estas características son fundamentalmente de naturaleza biológica, algo
predeterminado; Todo esto unido a un desprecio por la mujer (sexo débil), a la
infravaloración de las propiedades "femeninas" y la exclusión de la mujer de una plena
participación en la vida de la sociedad.
El patriarcado surge del sexismo masculino. Y con el patriarcado comienza "la historia",
entendida como "lucha por el poder". En efecto, en culturas matriarcales anteriores,
"pre-históricas", la "lucha por el poder" no había existido. El patriarcado, en cambio, fue
agresivo desde el principio.
Fundamentación mítica
La cultura judeo-cristiana es fuertemente patriarcal. Según el décimo mandamiento, la
mujer es una de las posesiones del prójimo -por supuesto, varón- que no se debe
codiciar, como tampoco su "casa, esclavo, esclava, buey o asno". Algo insultante para la
mujer, ser humano e imagen de Dios. Cierto que el documento sacerdotal, en Gn 1,
presenta al hombre, varón y hembra, como imagen de Dios, ya que Dios no es ni
hombre ni mujer y tiene propiedades de ambos. Pero esta dignidad igual de los orígenes
se reduce rápidamente: la mujer fue creada en segundo lugar y fue la primera en pecar.
En castigo, deberá "parir los hijos con dolor", "su apetencia irá hacia su marido y él la
dominará" (Gn 3, 16). De esta forma se fundamenta míticamente el dominio del hombre
sobre la mujer, que es condenada al sometimiento y la. dependencia en todos los
aspectos.
La cuestión de fondo
Como vemos, las características del sexo masculino son usadas para su
autojustificación: ser plenamente humano significa ser varón. La mujer es tenida por un
ser humano de segundo orden y menores capacidades. Las características "femeninas"
son infravaloradas. El predominio del hombre sobre la mujer se legitima por el sexo.
También aquí sucede que la propia identidad se busca a través de la discriminación del
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otro sexo, y resulta una identidad negativa, agresiva. El hombre se define diciendo que
no es "ninguna mujer", ni se dejará "feminizar", como decían las asociaciones
masculinas que identifican feminidad con debilidad.
El sexismo es más que un fenómeno de grupos: es también un medio de la estrategia
psicológica que los hombres dominadores ejercen sobre las mujeres dominadas. Los
complejos masculinos de superioridad engendran complejos de inferioridad femeninos,
para que las mujeres acepten como querida por Dios y natural la dependencia que las
somete.
Los dos aspectos del sexismo
En su forma concreta, el sexismo masculino presenta dos caras o aspectos:
interiormente es un mecanismo espiritual o anímico de autojustificación; exteriormente
es un mecanismo ideológico del sometimiento y la utilización del otro sexo. Por esto
sólo puede superarse si 1) los hombres abandonan la estupidez sexística de su virilidad
y encuentran una identidad humana no agresiva, y si 2) una "redistribución del poder"
da a los hombres y a las mujeres en la misma medida las oportunidades económicas,
legales, sociales y políticas para la realización de su humanidad y de su comunidad.
El sexismo masculino es autojustificación de cara a una autoafirmación, y una
autoafirmación de cara a un dominio. El orgullo sobrehumano del varón no es otra cosa
que expresión de un terror inhumano. Al compensar el miedo que tiene ante sí mismo
por medio de la agresión contra la mujer, destroza la comunidad humana de hombre y
mujer. También el sexismo masculino es, en el fondo, odio a sí mismo.
Capitalismo
Lo que el capitalismo significó para la depauperación del proletariado ha sido expuesto
muchas veces. Aquí nos preguntamos más bien por la depauperación de la clase media,
de la que ella misma tiene la culpa, ya que está alienada, según Marx, como la clase
proletaria, pero, a diferencia de ésta, se encuentra satisfecha en su posesión aparente de
una existencia humana.
Max Weber describió detalladamente el "espíritu del capitalismo" y sus raíces
religiosas. La alienación de la burguesía está en la idolatría religiosa de la profesión, el
trabajo, la eficacia y el éxito y en la entrega sacrificada a estos valores. La alienación
está en esta justificación por las obras de estos modernos ascetas intramundarios,
convertidos en seres inhumanos sin tregua ni descanso. Weber cita a un emigrante
alemán que describe así a su suegro norteamericano: sus 75.000 dólares anuales no
consiguen que tome reposo: ha de ampliar su comercio. Por las tardes, cuando mujer e
hija se sientan tranquilas a leer, el viejo corre a acostarse. Los domingos se le hacen
insoportables; cada cinco minutos mira el reloj para ver si el día se acaba ya: "una
existencia malograda". Con este juicio acertado acaba el emigrante su descripción. El
activista poseído por el éxito, que ha de justificarse a sí mismo por medio de su
actividad, malogra su vida.
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Aspectos de la alienación del capitalismo
Quien cae en la rueda del capitalismo es alienado de su verdadero yo de distintas
formas:
1) Se ve obligado a justificarse a sí mismo constantemente por medio del trabajo, la
eficacia, el beneficio y el progreso: el hombre es lo que hace. No produce para satisfacer
sus necesidades, sino que las satisface para producir más. Es juzgado y valorado por su
eficacia y sus bienes. Bajo estas presiones, se rompe toda confianza en el ser humano.
Ya de niños se les humilla diciéndoles: "Trabaja para ser alguien, pues de por sí, no eres
nada".
2) La riqueza acumulada es vida potencial, pero no utilizada. Esta acumulación de
posibilidades nos presenta la apariencia de una existencia humana, pero no su realidad.
Se acumulan posibilidades a costa de la realidad. De esta forma la riqueza reunida
engaña al hombre sobre la vida real que ha vivido.
3) La riqueza aísla. En la medida en que la clase posesora sólo puede afirmarse y
enriquecerse a expensas de la clase trabajadora, el capitalismo destruye la comunidad
humana. La sociedad se divide en clases, y las clases dominantes viven en permanente
guerra civil contra las clases sometidas, asalariadas. Incluso en las clases dominantes, el
principio de concurrencia divide y opone. La riqueza aísla los grupos y deja solo en
definitiva al individuo, que debe afirmarse entonces contra un mundo que es enemigo
por principio.
Capitalismo, sexismo, racismo
El capitalismo tiene una estructura semejante a la del racismo y el sexismo y, sin
embargo, aparece de forma distinta. Mientras que en el racismo y en el sexismo la
propia raza y el sexo aparecen como fundamentos de la autovaloración, en el
capitalismo la base es el capital acumulado por medio del trabajo -propio o, lo que es
más general, ajeno-. Ahora bien, trabajo y capital no tienen límites, como los tienen la
raza y el sexo: son de naturaleza imperialista. En efecto, como fuerza de trabajo, todo
hombre -sin distinción de raza, edad, sexo...- puede ser explotado. Por otra parte, con la
acumulación y el interés del capital, se acumula cada vez más poder, cosa que no podía
suceder con el mero racismo o el mero sexismo. Por esto el racismo y el sexismo son
peligrosos hoy en combinación con el capitalismo, como antes lo fueron en
combinación con el dominio de las castas y el feudalismo. El capitalismo es la ilimitada
progresión de la agresividad, la constante lucha por el dominio. La agresividad que
libera el capitalismo para construir su mundo debe tener su fuente -si se sigue la tesis de
agresión/temor- en un miedo sin límites que él mismo presupone y propaga. Si esto es
así, el capitalismo debe ser la última forma del odio a sí mismo. Pues, por primera vez
en la historia, el potencial de autodestrucción y de destrucción de la tierra está en manos
del hombre malogrado. Esto hace que la situación sea tan peligrosa.
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III. LA CAUSA: MALOGRADO AMOR A DIOS
Hemos descrito estos fenómenos -racismo, sexismo, capitalismo- como fenómenos de
agresión, y en su raíz hemos encontrado el miedo, y en el corazón del miedo la
necesidad de autoafirmarse. Preguntamos ahora por la causa de esta existencia crispada.
Generalmente la gente se contenta con un análisis sociológico y psicológico, y se
condenan estas agresiones en nombre de las víctimas. Sin embargo, el juicio moral
sigue siendo superficial si se desconocen o siguen sin conocerse las formas coercitivas
de la actuación a las que se somete una existencia fallida. De hecho, hay una discusión
entre las teologías de la liberación sobre la "raíz de todos los males", pues sólo si se
conoce la raíz se puede ser literalmente "radical". Ahora bien, quien coloca el sexismo o
el capitalismo como raíz de todos los males, no encuentra de hecho la raíz verdadera: no
puede explicar por qué los hombres inician el capitalismo o los varones someten a las
mujeres. La secularización de la doctrina del pecado original induce a error: las
manifestaciones son interpretadas metafísicamente y su eliminación se hace entonces
utópica.
El pecado original
Desde Pablo y Agustín, la teología cristiana ha retrotraído las manifestaciones del
pecado al origen del pecado: los pecados actuales radican en el pecado de la existencia
fallida, equivocada. Y este pecado es de naturaleza transmoral: atañe al hombre en su
mismidad, en su ser. Y como el obrar sigue siempre al ser, este fallo transmoral del ser
humano es la causa de los muchos fallos del hacer y omitir.
En la doctrina cristiana del pecado original hay cuatro dimensiones que no pueden
abandonarse: 1) el hombre no sólo tiene pecados, sino que es pecador; 2) el pecado no
es una falta moral, sino una necesidad, una coacción, una esclavitud de la voluntad; 3) la
existencia fallida es universal; 4) la doctrina del mal como pecado es una doctrina de
esperanza: el pecado no es el destino del hombre, sino su historia. Es superable. El
pecado no pertenece a la moral ni a la tragedia. El pecado original es un amor
malogrado a Dios.
Consecuencias teológicas
Lo último que hemos dicho significa teológicamente que el hombre ha sido creado para
Dios. Dios es la felicidad del hombre y el amor sin fronteras del hombre es la alegría de
Dios. Cuando este amor de capacidad infinita se dirige a seres finitos surge el fracaso.
El amor que ha perdido a Dios se convierte en una obsesión insaciable y destructora: la
obsesión de dominio y la pasión del poseer. El amor que no encuentra satisfacción se
convierte en miedo. El amor defraudado en sus esperanzas se convierte en afán
destructor. De esta forma llega a expresarse la ira de Dios, que no es más que su amor
despreciado: no como castigo moral, sino como abandono: "por eso Dios los entregó" a
su mente insensata (Rm l, 24.26.28). En la historia, culpa y juicio van, juntos: los
hombres que abandonan a Dios son a su vez abandonados por él, que se hace notar en
su ausencia. Por esto el amor fallido a Dios es, en el mundo, una pasión infeliz que
propaga la muerte. El amor fallido es el terror en medio del terror de la historia.
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Consecuencias psicológicas
De ahí se sigue, psicológicamente, que la esencia del hombre histórico es una pasión
por el amor. El miedo y la agresión que dominan la historia humana son formas de este
amor. "Por causa de este amor se cometen todos los crímenes y se hacen todas las
guerras, por su causa aman y odian los hombres... El hambre insaciable de los
dictadores, hambre de poder, dinero y posesión es en verdad amor a Dios" (Ernesto
Cardenal, Vida en el amor). El pecado no es más que la perversión del amor a Dios. Por
ello el hambre de poder es insaciable y la voluntad de sometimiento no tiene límites.
Esta dimensión religiosa debe ser captada en los fenómenos o manifestaciones de
inhumanidad: de lo contrario, es imposible captar la violenta pasión que hay en ellas.
IV. LA LIBERACIÓN DE LOS OPRESORES
Si el opresor actúa coaccionado, si el pecador ha perdido su libertad, entonces no le van
a ayudar las acusaciones o interpelaciones morales. Es imprescindible que cambie su
relación con el fundamento de su existencia, con el Dios abandonado. Ahora bien, este
cambio, posible sólo desde Dios, se ha producido: "Porque en Cristo estaba Dios
reconciliando al mundo consigo" (2Co 5, 19).
El mensaje cristiano anuncia la liberación desde este fundamento: en la entrega
mesiánica de Jesús se revela, según el NT, la humanidad de Dios: Dios se humilla, se
deja herir, toma sobre sí la agresión mortal y se hace víctima, a fin de liberar al opresor
de la necesidad de humillar. Y en la resurrección de Jesús, el crucificado, pasando de la
muerte al reino futuro de Dios, se revela, según el NT la divinidad del hombre, el cual,
liberado del pecado y del sufrimiento construye aquella comunidad libre de temor, en la
que ya no hay señor ni esclavo (Ga 3, 28).
Lutero formuló así la liberación de los opresores: "A través del señorío de su humanidad
o de su carne, que actúa en la fe, nos hace conformes a él, nos crucifica, y de ídolos
infelices y orgullosos nos hace verdaderos hombres, es decir, pobres y pecadores.
Porque en Adán habíamos subido hasta la semejanza con Dios, por esto bajó El hasta
nuestra semejanza para llevarnos al conocimiento de lo que somos. Este es el reino de la
fe en el que domina la cruz: la divinidad, que queríamos arrebatar en forma perversa, es
rechazada, y la humanidad y la vulnerabilidad de la carne, que nosotros abandonamos
en forma perversa, nos es devuelta" (WA 5, 128).
La fe
La humanización de los opresores se hace por la fe, por la que el opresor descubre al
Dios hecho hombre, y en él aquella humanidad que él oprime, persigue y destruye en sí
mismo y en los demás. Se descubre a sí mismo en el crucificado: Ecce Homo! Descubre
a Dios, a quien ama desesperadamente, en las víctimas que él, por odio ha oprimido y
asesinado. El Crucificado pasa a ser, para él, la verdad del hombre en un mundo
inhumano, y la verdad de Dios en un mundo sin dios. En el dolor de Dios en la cruz
acaba la agresión del pecador. En esta pasión de Dios se revela el amor de Dios por una
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creatura malograda. En este ofrecimiento de Dios, es otorgada gratuitamente al hombre
injusto la justificación.
La historia de la lucha de los hombres por el poder es, al mismo tiempo, la historia de la
pasión de Dios. La lucha desesperada por el poder acaba cuando el hombre reconoce el
sufrimiento infinito de Dios, que el mismo hombre acumula sobre sus víctimas. Con
este conocimiento el hombre se libera de la angustia y de la coerción a la agresión; y es
cogido por la pasión divina que soporta este dolor. Es verdad que de parte del hombre la
historia es lucha de clases, de razas y lucha por el poder; pero es mucho más verdad que
también es la historia de la Pasión divina: la historia del sufrimiento y de la pasión de
Dios por la libertad del hombre y su comunidad sin trabas con toda la creación.
V. EL ÉXODO DE LOS OPRESORES
El que es liberado, sale de su prisión; de lo contrario, la llamada a la libertad queda sin
respuesta. Todo aquel por quien Dios ha sufrido en la cruz, que ha sido agraciado en el
juicio y justificado en su ser, éste pasa a morir para lo que hasta entonces ha sido su
mundo. "Lo deja todo" y "le sigue" como los discípulos. Ya no puede "acomodarse al
mundo presente" (Rm 12, 2), para el cual está "muerto". Ya no reconoce las leyes y las
promesas de la opresión. Esto significa que ha cargado con su cruz.
En la cruz de Cristo, ha muerto al racismo, al machismo y al capitalismo. Ha nacido el
hombre nuevo, libre. Abandona las identificaciones negativas y se identifica "como
hombre". La justificación le viene por la fe y no por la raza, la clase, el sexo o la
eficacia.
Lo que el creyente hace entonces es, según el racismo, una "deshonra para la raza";
según el sexismo masculino, es algo "femenino" y, según el capitalismo, una "traición
de clase". Y es que evidentemente no hay solidaridad con las víctimas de estas
opresiones sin "traición". Quien se solidariza con las víctimas se hace enemigo de los de
sus propias filas, se hace traidor. Es un "extranjero en su propio pueblo", se pasa
socialmente a "tierra de nadie". Y sólo por medio de esta extranjerización puede mostrar
a los opresores la auténtica patria de la humanidad, puede dar testimonio del amor de
Dios, vive en el seguimiento de Cristo, dilata la esperanza y trabaja por la vida contra la
muerte.
El camino del seguimiento lleva a la autonegación, al sufrimiento y el oprobio (Mc 8,
34). Muchos han cargado con esta "cruz" por causa de su fe. Porque aquí el punto
nuclear es la fe y no algo exterior a ella. Se trata de la vida de la fe liberadora.
Dos ejemplos
1) Cuando el Reich alemán estaba dominado por la locura de la raza, los judíos fueron
marginados de la vida social. Les fueron quitados su puesto de trabajo, sus derechos, sus
bienes, su libertad y finalmente su vida. Quien compartía la vida con ellos era acusado
de "deshonrar la raza" y a menudo sufría idéntica marginación. Muchos lo hicieron
voluntariamente. Fueron acusados de "traidores al pueblo" y condenados.
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2) La superación del capitalismo comienza en el mismo capitalismo, por medio de un
pacto entre la clase trabajadora y los traidores de clase de la clase dominante. Marx y
Engels, Lenin y Trotski, Che Guevara y Fidel Castro, por no decir nada de los filósofos
Lukacs, Bloch, Adorno, Horkheimer, etc, eran "traidores a su clase".
La opresión se ha de quitar al mismo tiempo de ambos lados. Y en ello trabajan juntos
opresores liberados y oprimidos liberados. Para los opresores liberados, es éste un
camino que lleva al aislamiento de su medio social, que lleva a la amenaza de pérdida
de trabajo, al destierro, y frecuentemente también a la impotencia y al silencio. Por ello
es preciso que se pregunten constantemente a dónde pueden llegar, qué riesgo pueden
correr, para realmente ampliar la libertad. Porque en este terreno es mejor un solo paso
adelante en el camino de la liberación de cara a una auténtica comunidad humana, que
todos los sueños sobre la "sociedad sin clases". El radicalismo no realista es algo
pubertario. La liberación de la ley del racismo, del sexismo, de la clase ha de ser
realizado y soportado lenta, constante y efectivamente. Raramente se conserva de este
modo la pureza o puridad privada. Con todo, la integridad personal es el criterio más
importante para apuntarse a la acomodación o a la resistencia.
VI. ¿QUÉ LIBERTAD BUSCAMOS?
Hasta nuestros días, la historia ha entendido siempre la libertad como dominio, como
señorío, y me temo que nosotros, oprimidos u opresores, difícilmente podremos
liberarnos de este malentendido. La historia del lenguaje demuestra que el "libre"
siempre se ha definido frente al "esclavo". En la sociedad de esclavos, libre lo es sólo el
señor. G. Gutiérrez define también así la libertad (Teología de la Liberación): es una
"conquista histórica". Entender la libertad como conquista o señorío significa que sólo
se puede ser libre a costa de los demás. El liberalismo otorgó a todos el derecho a la
libertad. La libertad de cada uno tiene sus límites en la libertad de los demás. Esta
manera de ver las cosas hace que unos vean en los otros los concurrentes, si no los
limitadores de su libertad. La sociedad así concebida es una sociedad de individuos
aislados. En el fondo lo que sucede es que estamos ante la "no- verdad" de la libertad.
La verdad de la libertad
La verdad de la libertad yo la veo en la comunidad sin trabas, pues la verdad de la
libertad humana es el amor: soy libre cuando soy reconocido, aceptado y amado por los
demás. El otro es libre cuando le reconozco, le abro mi vida y la comparto con él. En la
participación mutua en la vida uno se hace libre más allá de las fronteras de su propia
individualidad.
Si la libertad no es señorío, sino comunidad, la falta de libertad es comunidad con
trabas, alienada y dividida. La liberación lleva a una comunidad abierta sin miedo,
cuando es liberación para la libertad y no para el señorío. La historia del lenguaje
muestra qué ser libre va unido a ser amigable, querido, estar inclinado, sentir alegría,
como lo muestra la expresión "hospitalario" (en alemán: "libre para el huésped":
gastfrei).
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Si entendemos la libertad como dominio, señorío, el opresor es libre y el oprimido no lo
es. Si, en cambio, entendemos la libertad como comunidad, entonces es el opresor el
que no es libre, porque se aparta de la comunidad y la destruye. Los oprimidos en contra
de su voluntad muestran entre sí más libertad que sus dominadores. Para la libertad,
entendida como comunidad, el camino de los opresores es más largo que el de los
oprimidos.
Los opresores sólo emprenderán su "larga marcha" hacia la verdadera libertad, si llegan
a comprender en qué cárcel y a qué desgracias les ha llevado el haber pervertido la
libertad en señorío.
El verdadero ser libre consiste en una comunidad sin trabas, solidaria y abierta con los
otros hombres, con uno mismo, con la naturaleza y con Dios.
Notas:
*
N. de R.-Este artículo acaba de aparecer también en su lengua original en Evangelische
Theologie, 38 (1978) 527-538.
Tradujo y extractó: LUÍS TUÑI
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