Una de las conquistas históricas de los campesinos, reconocida y

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Una de las conquistas históricas de los campesinos, reconocida y elevada a rango
constitucional -el derecho a ser dotados de tierra y su intrasferibilidad-, ha sido
eliminada con las reformas al artículo 27 de la Constitución, aprobadas en lo general y
en lo particular el 22 de febrero de 1992 por el Congreso de la Unión.
En efecto, con el triunfo de la Revolución Mexicana, a los campesinos se les reconoció
el derecho a ser dotados de tierra y organizarse en forma colectiva para la producción a
través del ejido, de las comunidades indígenas y de la pequeña propiedad. Y el gobierno
quedó con la responsabilidad de proporcionar tierras a quienes tenían derecho a ellas.
Las luchas revolucionarias de campesinose e indígenas de fines de siglo pasado e inicios
del presente lograron, asimismo, integrar en la constitución de 1917 la existencia de la
propiedad social, materializada en los ejidos y las comunidades.
Sin embargo, las modificaciones al artículo 27 atentan contra la permanencia de estas
dos formas de propiedad social (privilegiándose de paso exclusivamente a la propiedad
privada) y da por concluido el reparto agrario. Con ello, la obligación del gobierno de
otorgar tierras a los grupos campesinos que carecen de ellas, de intervenir en obras de
infraestructura, de dar asistencia técnica y capacitación, de otorgar financiamientos, etc.,
pretende, sin más, eliminarse.
Las reformas al párrafo tercero y la derogación de la fracción X (que establecía la
obligación gubernamental de dotar de tierras y aguas a los núcleos que carecieran de
ellas) conllevan en la práctica poner fin a la reforma agraria, y al establecimiento legal
(al defender jurídicamente) de los latifundios, al quedar protegidos por la nueva ley
agraria ante cualquier posible intento de afectación. Esto es, las modificaciones
constitucionales legalizan los latifundios hoy existentes y la formación de nuevos,
mediante la compra de tierras ejidales y comunales, al eliminarse la prohibición para
que el capital extranjero pueda comprar las que desee.
Las reformas además, violan derechos de las comunidades indígenas, al aplicarles la
misma normatividad jurídica que a los ejidatarios y al hacer caso omiso de los derechos
reconocidos en, por lo menos, la "Cédula" del 31 de mayo de 1535 y en la que los
"Bienes de la comunidad de indios" de 1853. Pero también son violatorios a aspectos
del "Convenio 169" de la Organización Internacional del Trabajo ("Convenio sobre
Pueblos Indígenas y Tribunales 1989"), en lo que se refiere al derecho de las
comunidades indígenas a la tierra, a los recursos naturales que se encuentran en su
territorio, así como al beneficio del aprovechamiento de dichos recursos naturales,
suscrito por el gobierno mexicano, el 3 de agosto de 1990.
Igualmente, con las reformas se afecta la preocupación internacional de fortalecer la
interrelación armónica entre los pueblos indígenas y su entorno ecológico, de mantener
su identidad étnica y de no afectar su economía, hábitat y los sistemas sociales,
religiosos y culturales de los pueblos indios.
1. La reforma al artículo 27 constitucional
Los otrora hijos predilectos de la Revolución Mexicana (ejidatarios y comuneros) por
obra del neoliberalismo se están convirtiendo en otro más de los sectores afectados por
la fiebre privatizadora. Una de las principales conquistas de las luchas campesinas e
indígenas se les está arrebatando: el derecho a contar con un pedazo de tierra para poder
trabajar y sostener a sus familias. La Revolución otorgó, ratificó y devolvió las tierras a
los pueblos campesinos porque no entraba en contradicciones con los intereses
generales de la nueva clase en el poder. Los subsidios y el proteccionismo de que
gozaron posteriormente, sirvió a la producción en su conjunto. Empero, actualmente, el
neoliberalismo quiere toda la producción en manos del capital privado y para ello
modifica lo que se oponga al dominio absoluto de las leyes del mercado. Sin importarle
modificar el sistema jurídico heredado de la Revolución.
Terminar con las formas de producción trasnacionales -no capitalistas y con los
obstáculos legales que impedían que la tierra ejidal y comunal pudiera ser vendida
libremente y concentrada por nuevos latifundistas o por empresas privadas (tanto
nacionales como extranjeras)- es el propósito general y primordial de las modificaciones
al artículo 27.
Después de varios intentos infructuosos, los privatizadores volvieron a la carga y
avanzan en la desaparición de los ejidos y del usufructo comunal. Desde la campaña
presidencial, Carlos Salinas había expresado sus intenciones de reformar al sector
agrario. Las razones de ello eran que las funciones tradicionales asignadas a la
agricultura, como generadora de divisas, de mano de obra barata, de insumos
industriales y de alimentos económicos ya no correspondían a la realidad; y también,
porque ambas formas de tenencia habían fracasado y representaban un obstáculo a la
reestructuración (léase privatización) del sector agrícola y a juicio del gobierno,
solamente las fuerzas del mercado libre asegurarían la modernización del México rural,
promoverían el ingreso de capital nacional y extranjero al campo y garantizarían la
competitividad de la nación frente al mercado norteamericano.
Con ello, la meta de conseguir la autosuficiencia alimentaria, presente en los actuales
planes gubernamentales, se ha cambiado por la "complementariedad internacional"; esto
es, por la eterna dependencia de los vecinos del norte o del mercado mundial de
alimentos. Pues las empresas extranjeras que compren tierras, difícilmente las van a
dedicar a producir los elementos agrícolas que desde hace años se compran en el
extranjero, salvo que el gobierno les subsidie la producción, cosa que en la actualidad
prácticamente no sucede.
Sin embargo, la supuesta "inviabilidad" de dicha forma de propiedad social se explica,
entre otras cosas, por el abandono a que ha sido sometida por parte del gobierno federal,
por la falta de recursos económicos, pero también por el papel que a ésta se le ha
asignado últimamente en el proceso de acumulación general, consistente en el
otorgamiento de alimentos y materias primas baratas y de abundante fuerza de trabajo
no calificada a la industria y los servicios. En efecto, el gobierno declinó apoyos al
sector; la inversión pública y los aportes crediticios descendieron significativamente
entre 1980 y 1990; en este lapso, el gasto público para el desarrollo rural bajó de 12%
del total a 5.5% y los préstamos de la banca descendieron de 13.5% a 8.0% del total.
Del universo de comunidades y ejidos, el 54% no reciben asistencia técnica, el 40% no
son sujetos de créditos, sólo el 43% dispone de tractores, menos del 11% cuenta con
algún equipo agroindustrial, únicamente el 38% emplea semillas mejoradas, el 84%
carece de agua potable, entre el 20% y el 30% de las tierras ejidales se encuentran
rentadas y el 18% está integrado con alguna organización productiva.
La administración pública, además, inició el desmantelamiento de los mecanismos de
dicha rama; redujo los aranceles que la protegían de la competencia externa y desechó la
meta de la autosuficiencia alimentaria. Con lo cual la dependencia alimentaria
continuará manteniéndose (como se hace desde 1965) con la compra de los granos
básicos en el extranjero. En suma, el actual grupo gobernante busca someter toda la
producción agrícola a la competencia del mercado para, según ellos, elevar su
productividad, como etapa previa a la liberación externa. Dicha competencia se
realizará dentro del Tratado de Libre Comercio que integrará al país con Estados Unidos
y Canadá -dos de las más grandes potencias agrícolas del mundo- o en el seno del
Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT). En ambos casos, la producción
agrícola nacional poco tiene que hacer y que ofrecer.
Empero, no son las formas de tenencia de la tierra las causantes de la problemática
agraria, así como tampoco su solución depende únicamente de la modificación de ellas.
El gobierno se ha inclinado por una salida aparentemente fácil, dentro del proyecto
concertador de riqueza en unas cuantas manos, sin importarle los costos sociales que,
sin duda, ocasionará a ejidatarios y comuneros, que pueden ser enormes y desastrosos.
La problemática de la producción agrícola se explica también por la carencia de
créditos, por la falta de financiamiento a la producción, por la falta de inversión y
asistencia técnica, por los bajos precios de los productos agrícolas, por la
descapitalización, por el control que existe sobre la comercialización, por el desgaste y
las malas tierras que se han repartido, por la corrupción de las autoridades agrarias, por
la no solución de trámites agrarios y de resoluciones presidenciales de dotación y por
los vicios de la banca y de las aseguradoras.
Hasta antes de las reformas, la disposición de los más de 75'000,000 de hectáreas era la
siguiente: 17'000,000' de tierras ejidales de temporal, 3'000,350 tienen acceso a la
irrigación, 16'500,000 hectáreas son bosques y selvas, 59'000,000 son tierra de
agostadero y cerriles, y cerca de 10'000,000 son de diversa clasificación. Asimismo, los
aportes a la producción nacional son: 67% a la cosecha de maíz y frijol, 70% de arroz y
35% del sorgo.
Según su actividad principal, 23,600 ejidos y comunidades son predominantemente
agrícolas. El maíz es el cultivo principal del 65.2% de las unidades, siguiendo en
importancia el sorgo (7.2%), y el frijol (4.6%), la caña de azúcar (4.4%), el trigo (3.6%)
y el café (3.5%). Solamente 3,400 ejidos y comunidades tienen a la ganadería como su
actividad fundamental (de los cuales el 90.3% registraba a la bovina como principal
especie animal).
2. Los otros propósitos de la reforma
En síntesis, los propósitos no escritos en los motivos de la reforma, pero que en esencia
son los que se buscan con su aplicación son:
a) Suspender el reparto agrario; esto es, suprimir el derecho el derecho de los
campesinos a ser dotados de tierra;
b) Privatizar una gran cantidad de tierras ejidales y comunales;
c) Crear tribunales agrarios en los estados para que se encarguen de los expedientes que
les turne la SRA;
d) Permitir que las corporaciones puedan adquirir en propiedad tierra para cultivo o para
aprovechamiento ganadero y pesquero;
e) Crear nuevas formas de asociación en el campo que permitan la participación de
capitalistas en los ejidos y en las comunidades (tanto para financiar la producción como
para apoderarse de las tierras);
f) Reconocer a la pequeña propiedad forestal con un límite de 800 hectáreas, que podrá
ser vendida, rentada, etc., a los terratenientes;
g) Creación de las sociedades mercantiles, que será la forma legal que adquirirá la
participación y apropiación de la tierra por el capital privado;
h) Otorgar la propiedad de la tierra a ejidatarios y comuneros, para que éstos puedan
libremente venderla o rentarla;
i) Crear nuevos latifundios, legalizar los disimulados y acrecentar algunos de los ya
existentes; y
j) Permitir la inversión y la compra de tierra al capital extranjero.
Como se puede apreciar, las reformas al artículo 27 no están pensadas para solucionar
los verdaderos problemas que aquejan al campo, como la falta de empleo, de
inversiones, de financiamiento, mejorar los precios de garantía, etc. Las reformas tienen
como propósito terminar con el reparto agrario, inscribir la producción de ejidos y
comunidades bajo las leyes de la acumulación capitalista y otorgar plenas garantías
jurídicas a la propiedad latifundista.
Con las correcciones, las propiedades que sobrepasen los límites legales, quedan
liberadas y dejan de ser objeto de afectación agraria y se convierten en recursos que el
dueño podrá vender -en su propio beneficio- en el límite de un año.
Los arreglos permiten que una empresa pueda adquirir hasta 25 veces la propiedad
permitida anteriormente, lo que en tierras de irrigación dedicadas a la producción
significa propiedades empresariales de 7,500 hectáreas. Los ejidatarios, de lograr
asociarse con dichas empresas, no podrán tener participación real en la producción,
salvo que lo hagan como peones o rentando sus tierras.
Con las reformas, las mejores tierras y los distritos de riego que aún no estaban en poder
de los capitalistas, podrán pasar a manos del capital, pero seguramente no para producir
las alimentos básicos. Estos, en el futuro inmediato, se tendrán que seguir comprando en
el extranjero, sólo que en mayores volúmenes que las compras actuales.
En fin, las reformas al artículo 27 buscan: que la tierra sea para quien tiene con que
comprarla y hacerla producir (la enmienda dejará al campo en manos de unas cuantas
empresas -no de los campesinos); que los campesinos se vuelvan trabajadores
asalariados de por vida; que terminen sus esperanzas de contar con un pedazo de tierra
en dónde trabajar y después dejar a sus hijos; poner fin a la formación de nuevos grupos
de solicitantes; dar por terminadas las luchas por dotación de tierras, etc.
Sin embargo, en México aún queda mucha tierra por repartir, pues todavía existen las
grandes propiedades territoriales (algunas incluso sin explotación) que la modificación
de la ley aumentará. Recordemos cómo desde hace años se fueron diseñando varios
mecanismos para preservar los latifundios. Por ejemplo, el amparo agrario; las
concesiones ganaderas; los certificados de inafectabilidad agrícola y ganadera; los
exagerados límites legales para la ganadería y determinadas plantaciones: el
incumplimiento burocrático en cuanto a ejecución de resoluciones presidenciales se
refiere, etc. Y si agregamos a esto los fraccionamientos simulados, tendremos una idea
de las tierras que aún quedan por repartir y de la vigencia de la reforma agraria. El
derecho a la tierra es un derecho histórico, un derecho logrado gracias a la lucha y a la
pérdida de la vida de cientos de campesinos.
La privatización ejidal y comunal se hará, además, mediante las ancestrales y corruptas
estructuras de poder, que determinarán las condiciones de entrega del dominio de las
parcelas; y con respecto a los tribunales, nada garantiza su carácter autónomo (aunque
sea el legislativo quien nombre a los magistrados).
La privatización comprenderá, según datos del INEGI (encuesta nacional agropecuaria
ejidal 1988) a 28,058 ejidos y comunidades agrarias, que comprenden a 3'070,906
ejidatarios y comuneros, con una superficie total de 95'100,000 hectáreas (casi el 50%
del territorio nacional) y que comprenden al 60% de los productores agropecuarios.
3. Algunas consecuencias de las enmiendas
Los resultados mediatos e inmediatos de la privatización de ejidos y comunidades serán:
la completa proletarización de miles de ejidatarios y comuneros; el incremento de su
pobreza; mayor pauperización; el abandono de los lugares de origen, con el consabido
aumento de la migración hacia las ciudades industriales del país y a los Estados Unidos;
la violencia en las comunidades por los ancestrales enfrentamientos debido a la falta de
delimitación precisa de los linderos; problemas al interior de las comunidades y de los
ejidos, ya que la ley reglamentaria establece que una minoría de los integrantes puede
decidir, a nombre de todo el ejido o de la comunidad, qué hacer con las tierras y hasta
con ejidatarios; dificultades en las familias a la hora de la escrituración; y otras muchas
que sin duda surgirán después. Por otra parte, los beneficiarios de la privatización y
apertura comercial serán los grandes productores, los terratenientes, los que ya exportan
y cuentan con recursos para adquirir las tierras ejidales y desde luego, el capital
trasnacional.
Lo que aún está por conocerse son los efectos políticos que ocasionará la privatización
de ejidos y comunidades, pues como se conoce, el partido oficial se ha convertido en un
organismo con votos, principalmente en el campo y no sería raro que en próximas
contiendas electorales, una vez que los efectos de las reformas estén presentes, los
campesinos también voten en contra del PRI-gobierno. Lo cual le restaría espacios y le
quitaría márgenes al tradicional fraude electoral.
4. La ley reglamentaria
Que lo anteriormente señalado son los propósitos fundamentales y no otros, de la
reforma al artículo 27, lo deja claramente establecido la ley reglamentaria. En dicha ley
se establece, por ejemplo, que la asamblea ejidal y comunal, con tan sólo el 33% (más
uno) del total de sus miembros, puede decidir la terminación del régimen comunal y
ejidal; que los ejidatarios podrán otorgar en garantía el usufructo de las tierras en favor
de instituciones de crédito o con quienes tengan relaciones de asociaciones o
comerciales; la trasmisión a sociedades mercantiles del dominio de las tierras de uso
común en ejidos y comunidades; la libertad al ejidatario para que pueda otorgar el
usufructo de sus tierras ejidales, mediante aparcería, asociación o arrendamiento, sin
necesidad de autorización de la asamblea o cualquier otra autoridad; el ejidatario podrá
enajenar sus derechos parcelarios a otros ejidatarios o avecindados del mismo núcleo de
población, con sólo el acuerdo común y la certificación de dos testigos; la asamblea
general tiene la facultad de resolver que sus miembros adquieran el pleno dominio de
sus parcelas, una vez logrado esto, los titulares podrán gestionar su título de propiedad
para que sus tierras dejen de ser ejidales, pasando a ser sujetas del derecho común (al
ser gravables y convertirse en objeto de compraventa como cualquier terreno); las
comunidades también podrán asociarse con terceros o ceder el uso y disfrute de sus
bienes, incluyendo las áreas de uso común.
Sin lugar a dudas, con dichas disposiciones legales el proceso de desintegración de las
comunidades indígenas y de los centros ejidales será una realidad tangible e inmediata.
Pues, al cancelarse la prohibición de la venta de las tierras y permitirse su compraventa,
la comunidad rural se verá presionada y en la tentación/oportunidad de vender su parte
(a cualquier precio), lo que conllevará, más temprano que tarde, a la disolución de
ejidos y comunidades.
5. La apertura comercial en la agricultura
La apertura unilateral hacia el exterior se está impulsando por el gobierno desde 1986 en
varios cultivos agrícolas. Ello ha provocado graves daños a la producción
particularmente contra el sorgo, el arroz, la soya, la manzana, el durazno, la leche, el
huevo, la carne de cerdo, etc., agravando las tendencias decrecientes de la producción
agropecuaria mexicana.
Entre los pocos productos que aún están protegidos por barreras arancelarias se
encuentran el maíz y el frijol y otros productos como el trigo y la leche -protección que
en las negociaciones hacia el libre comercio, los representantes estadunidenses y
canadienses buscarán eliminar a como dé lugar.
Si el comercio agropecuario de México con Estados Unidos y Canadá se liberaliza
completamente, las consecuencias para los campesinos serán devastadoras a lo
inmediato.
La instrumentación de un libre comercio agropecuario entre las naciones de América del
Norte implicaría, en primer lugar, la desaparición prácticamente completa de los granos
básicos más importantes: maíz y frijol. Los costos de producción en México de estos
granos superan considerablemente a los de Estados Unidos y Canadá. En segundo lugar,
una liberalización comercial tendría resultados graves porque tres millones de familias
campesinas depende precisamente de la producción de esos granos; en tercer lugar, por
los efectos multiplicadores adversos que la virtual desaparición de la producción de
granos básicos provocaría en las demás ramas de la economía nacional; y en cuarto
lugar, por la importancia del suministro interno de estos productos imprescindibles en la
seguridad alimenticia y en la soberanía nacional.
El libre comercio implicará, según diversos estudios, el retiro del cultivo de más de 10
millones de hectáreas y un éxodo rural de alrededor de 15 millones de mexicanos (tres
millones de familias campesinas). Muchas de las cuales buscarán empleo no sólo en las
ciudades mexicanas, sino también allende nuestras fronteras, exponiéndose a toda una
serie de peligros, de vejaciones y discriminaciones, puesto que como se sabe, el
problema migratorio y los derechos de los trabajadores migrantes están excluidos de las
negociaciones del Tratado de Libre Comercio (aun cuando México firmó la Convención
Internacional sobre protección de los derechos de los trabajadores migratorios y sus
familiares, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 18 de
diciembre de 1990).
Poco se tiene que ganar y mucho que perder en el libre comercio agropecuario con
Estados Unidos y Canadá. De firmarse un tratado de libre comercio con Estados Unidos
y Canadá deben excluirse, por lo menos, los granos básicos, los lácteos, las carnes y las
maderas, salvo que se quiera terminar con su producción en el país y depender
completamente en el futuro inmediato de su compra en el extranjero. Con lo cual, la
soberanía alimentaria quedaría como un sueño.
6. Algunas conclusiones
Como hemos tratado de argumentar en líneas anteriores, las modificaciones al artículo
27 constitucional hacen caso omiso de aspectos de la historia nacional. Las
modificaciones que se han estado realizando por la presente administración van en
detrimento de los derechos de la sociedad, de las garantías de los individuos y de sus
derechos como seres humanos.
Los arreglos a la ley agraria buscan privatizar a los ejidos y a las comunidades; legalizar
el latifundio en la figura de las sociedades mercantiles y de las corporaciones
financieras, y al mismo tiempo legalizar (pero también fortalecer) la inversión
extranjera en el campo, sin ningún límite jurídico, en desmedro de la seguridad
alimentaria y el debilitamiento de la soberanía nacional.
Las alteraciones al artículo 27 pretenden dar un giro radical a la historia del país en
cuanto a los derechos de los pueblos campesinos e indígenas se refiere.
Los problemas que padece el campo no son jurídicos, sino que responden al abandono a
que los condena la falta de recursos y al papel que se le asignó dentro del proceso de
acumulación de capital. Los cambios también dejan al desamparo el resguardo y la
protección del territorio nacional.
Las enmiendas al 27 constitucional conllevan una revaloración del papel de la reforma
agraria, como proceso de justicia y participación de los campesinos en la forjación de su
futuro. El procedimiento para las reformas hizo nugatorio el ejercicio de la soberanía
popular. No se consultó a los directamente involucrados y sólo fueron unos cuantos los
que avalaron las reformas, que pueden afectar a millones de compatriotas.
Las correcciones son de regresión social en cuanto a impartición de justicia se refiere.
Con los cambios, la pequeña propiedad pierde su fundamento y su razón de ser, porque
la pequeña propiedad limita al reparto agrario. Los cambios efectuados privan de su
sentido social a la propiedad rústica, la cual es parte esencial de la reforma agraria. Las
modificaciones la convierten en propiedad infraccionable y no la obligan a satisfacer
necesidades agrarias, debido a que los excedentes de tierra no serán susceptibles de
venderse o fraccionarse.
Para dar salida a los más de 35,000 expedientes de rezago agrario, la nueva ley ha
concebido la creación de los tribunales agrarios, cuya simple existencia modifica la
justicia por el conflicto. Y se pasa con ello, de la esfera administrativa, que determinaba
el interés social, a un concepto de pleito sujeto a juicio.
Otra irregularidad consiste en que se suprime el reparto agrario, aunque queda la
restitución para resolver todo tipo de despojo.
Con la reordenación jurídica muchos ejidatarios dejarán de serlo. Ahora el ejidatario
tendrá la posibilidad de admitir en garantía prendaria su propia tierra al banco que le
otorgue créditos.
La nueva ley permite el acaparamiento de las tierras, y los acaparadores pueden ser
varios: pueden ser los comisariados ejidales, los ejidatarios ricos, cualquier persona que
tenga con qué comprar tierra, o con dinero suficiente para arrendar parcelas. Y las
sociedades mercantiles por acciones podrán ser propietarias de terrenos rústicos.
Pero, lo más grave de todo, es que con los arreglos a la ley se afectarán toda una serie de
garantías individuales colectivas que la Constitución consagraba para garantizar la
permanencia de las comunidades y los ejidos. Ahora, dichos grupos quedarán a la buena
de los intereses del neoliberalismo y del capital, que reeditarán la versión
correspondiente del capitalismo salvaje en el campo, como lo han hecho con los
trabajadores de la industria
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