llamados a la santidad: moral cristiana y espiritualidad

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MICHAEL K. DUFFEY
LLAMADOS A LA SANTIDAD: MORAL
CRISTIANA Y ESPIRITUALIDAD
Called to Be holy: The Reconvergence of Christian Morality and Spirituality,
Spirituality Today, 38 (1986) 349-359
Introducción
Aumenta en la actualidad el interés por la formación ética en los ne gocios, la
administración y la educación. En los centros universitarios americanos, los cursos de
ética tienen una audiencia notable. Los alumnos buscan "recetas", no tanto para que les
digan lo que han de hacer sino para confirmarse en su capacidad de responsabilidad
moral. Sus profesores quieren ampliar esta visión: desean formar conciencias que
juzguen más rectamente y que se preocupen por la calidad moral de la propia vida y de
su vida social. Pero esto no basta. La enseñanza de la ética cristiana ha de procurar
enraizar la vida moral de los estudiantes en su vocación cristiana: hacerles comprender
la moral cristiana como una invitación a vivir más profundamente la aventura de ser
cristianos. Por eso, para revitalizar la ética cristiana, hay que insistir más en la
espiritualidad.
Reforma de la ética
Los esfuerzos para renovar la ética católica, después del Vaticano II, han tenido diversas
formulaciones, pero el encanto se ha puesto en la responsabilidad moral y en la
formación de la conciencia. Después de largo tiempo insistiendo en el concepto de lo
permitido-prohibido en los actos concretos, renace el interés por la práctica de las
virtudes. Una referencia más explícita al papel central de Jesús para encontrar la propia
identidad moral, ha conducido nuevamente a las Escrituras en busca de un "horizonte"
moral para la comunidad cristiana. Sin embargo, el interés predominante de la
renovación sigue siendo la toma de decisiones morales, es decir, cómo resolver los
dilemas morales, qué ambigüedades se dan y cómo debemos comportarnos. Porque, a
pesar de todos los esfuerzos de "renovación" en la iglesia católica, hay algo esencial no
recobrado completamente. Si los universitarios no se sienten entusiasmados es porque
lo que se les enseña no les sugiere que han de adentrarse en la profundización de la vida
cristiana. Y no se trata simplemente de darles razones más sólidas para vivir como un
discípulo de Cristo. Hay algo más fundamental que pasa por alto. Para transmitir
adecuadamente la moral cristiana, la comprensión de la vida espiritual y sus caminos ha
de ser el telón de fondo en todas las cuestiones de la vida práctica cristiana.
Por ejemplo, en la Summa de santo Tomás, las teologías moral, ascética y mística se
tratan conjuntamente. No se pensó que pudieran tratarse independientemente una de
otra. Sólo en el siglo XVI apareció una summa sobre la moral sin referencia a la vida de
fe. En la teología moral contemporánea raramente se plantea la espiritualidad como
totalmente relacionada con el seguimiento de Cris to. Un libro de texto reciente de
teología moral, muy difundido, dedica sólo cuatro proposiciones a la espiritualidad. En
las últimas páginas Timothy O'Connell escribe: "La vida cristiana incluye también el
desarrollo de una espiritualidad interior que nut re nuestra vida... Hemos olvidado una
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profunda verdad: el sacrificio de sí mismo no es solamente un mandamiento religioso
externo. Es también una profunda exigencia humana, potencialmente enriquecedora y
que se relaciona con los demás. Y no hemos tratado del más importante tema: la ascesis
del amor tiene un importante cometido para vivir con éxito la vida cristiana".
Por el contexto y las disculpas del autor, se percibe que el libro no ofrece nada relevante
para vivir la vida cristiana. Aunque el autor cree que la vida espiritual es muy
importante para la práctica cotidiana, no da ninguna explicación de cómo la
espiritualidad y la vida práctica se interrelacionan. Los más profundos escritores de
espiritualidad cristiana nunca silencian la conexión de la vida espiritual con la ética;
cosa que raramente se hace ver en la teología moral.
No pocas veces los laicos se encuentran en un estado de confusión en cuanto a la
relación de la vida espiritual con la moral social. Lo cual no es extraño, ya que los
textos de espiritualidad y de ética hablan muy poco uno de otro. Los obispos y teólogos
críticos disputan sobre problemas morales, pero pocos señalan que los temas tratados
están involucrados con la espiritualidad personal. Los laicos, escandalizados o
indiferentes, no saben cómo relacionar la carrera de armamentos o la justicia social con
su propia experiencia religiosa. Algunos piensan que las deliberaciones de los obispos
americanos sobre armamento nuclear o sobre economía es algo "mundano" y "poco
espiritual". Otros consideran la espiritualidad como algo que aparta del mundo y ven en
la vida de piedad algo que elude las preocupaciones morales. Como concuerda el
Vaticano II, la vocación cristiana es la santificación en las circunstancias mundanas que
nos ha tocado vivir. Podríamos hablar de una "mundanidad santa".
Convergencia de moral y espiritualidad
Los contemplativos contemporáneos pueden ayudarnos a comprender e interiorizar
mejor la moral cristiana. Thomas Keating une la moral y la dimensión espiritual de la
vida. Dice que hay dos clases de espiritualidad:, interior una y exterior otra. La interior,
que se da por medio del ejercicio de la oración personal, es el resultado del amor de
Dios y de los dones del Espíritu Santo. El amor de dios ilumina los misterios de la fe y
nos capacita para gustar la suavidad y bondad de Dios, que suscita el entusiasmo en
todo nuestro ser. La segunda clase de experiencia espiritual, la exterior, trasvasa este
amor de Dios hacia la acción concreta. Y esto es lo que entendemos por la práctica de la
virtud. No practicamos la virtud por ella misma, sino por amor de Cristo. Y uno de los
primeros medios es la búsqueda de la voluntad de Dios tal y como se manifiesta en el
acontecer ordinario.
Los cristianos sabemos que la iniciativa divina precede nuestra respuesta y que, de
hecho, la posibilita. Pero pocas veces consideramos en la vida moral el dinamismo de la
gracia de Dios que nos vivifica, y las prácticas concretas que nos preparan para recibir
el Espíritu. Las prácticas de la vida espiritual nos muestran la necesidad humana de un
conocimiento más profundo y de comunión con Dios.
Enseñar a los universitarios la tradición cristiana y darles un recto conocimiento de su
identidad en la iglesia hará que su vida sea diferente solamente si y en cuanto progresen
en el conocimiento de sí mismos y de Dios. Es decir, el pleno conocimiento de sí
depende de la integración moral y de la dimensión espiritual de su vida. El fracaso en
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darnos cuenta de que ésta es una búsqueda espiritual, lleva a no pocas distorsiones en la
vida moral. La moral cristiana será una moral reduccionista, limitada a la conformidad
con la ley, o bien será forjar un ideal lejano y difícilmente aplicable a una situación
concreta.
¿Cómo se integran ética y espiritualidad? En principio, no por el estudio de la historia
de la espiritualidad, sino que hay que tener en cuenta la importancia del propio
conocimiento espiritual y el ejercicio de la práctica de la virtud.
Los estudiantes quieren más información sobre ética. Y, lo que es más importante,
quieren conocer cómo puede unirse el conocimiento propio y la espiritualidad. Hay
muchas ocasiones en que esta necesidad se hace sentir fuertemente. La "crisis" de la
madurez podría significar un tiempo de auténtica necesidad espiritual que se manifiesta
como un deseo de encontrarnos o redescubrimos a nosostros mismos. El resultado de
esta crisis no ha de ser necesariamente una vuelta a la espiritualidad. Con ello, se habrá
perdido una gran oportunidad. La vejez puede plantearnos su propia crisis personal,
abriéndonos el camino para profundizar en la vida espiritual. La vida de los adultos
jóvenes está llena de presiones para competir con éxito, para hacerse un sitio en el
mundo, para crear relaciones personales íntimas. Aunque se mira hacia el futuro con
esperanza, muchos jóvenes han experimentado ya la confusión, el fracaso y la soledad.
No nos imaginemos que los jóvenes están tan atareados en labrarse un puesto en el
mundo, en buscar sus medios de vida y en formar una familia que no se sientan atraídos
por la vida interior. La necesidad de descubrir la propia identidad en su nivel más
profundo de interrelación con Dios está presente y reclama dirección.
Recuperar una vida espiritual profunda
El hambre de espiritualidad es una constante de todos los tiempos. Hoy su necesidad
parece detectarse de forma especial. En los países avanzados, las fuerzas tecnológicas
nos han precipitado en una grave crisis que afecta a todos. Crisis que se manifiesta de
muchas formas. En contraste con nuestra fe en el progreso, vivimos en una tensión
desesperada. Cada vez con más frecuencia nos salen al encuentro teorías sobre el
declinar de nuestra cultura, del universo, o sobre el fin del mundo en su holocausto
nuclear. Al perder la confianza en la tecnología, nos vemos obligados a volvernos al
espíritu como fuente de esperanza y vitalidad.
En nuestro entorno académico, no siempre se reflexiona adecuadamente sobre la
integración personal entre lo que se enseña y lo que se aprende. A pesar del intenso
trabajo académico de los alumnos, la identidad propia sigue siendo un misterio. La
observación de Thoreau de que muchos de los que desean relacionarse con los demás
"no han estado en contacto consigo mismos desde hace largo tiempo", describe
acertadamente la situación universitaria. La inclusión de la espiritualidad en la
enseñanza de la ética cristiana ha de hacerse a sabiendas de que se está originando una
fuerza personal, en profesores y alumnos, que depende tanto del proceso personal y
comunitario como de los contenidos. Meter espiritualidad no significa añadir más temas
a los programas, ya de por sí recargados. La enseñanza de la ética presupone una actitud
contra-cultural. El hábito de la autorreflexión ha de ser formado por los profesores sin
prisas; no vaya a malograrse para la vida la riqueza del momento presente. Esta tarea de
autorreflexión significará, quizás, el sacrificio, por una parte de los profesores, de algún
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tema o método de enseñanza, a fin de animar a los alumnos a tomar la responsabilidad
de su vida interior. Actuando así, los profesores se lamentarán menos de la falta de
creatividad de sus alumnos.
El estudio de la ética sin reflexionar sobre uno mismo supone una ética memorizada.
Por el contrario, el meollo, de la ética -quiénes somos, qué debemos ser-, es un reto que
obliga a profundizar en el conocimiento propio y actuar honestamente en un mundo
altamente desintegrado. La unión de ética y espiritualidad nos ayuda a integrar nuestro
mundo exterior e interior, lo natural y lo sobrenatural, de tal modo que podamos
encontrarnos a nosotros mismos, a Dios y a nuestro prójimo.
Encuentro con el mundo y con Dios
Nuestra consideración de la vida moral presupone unir la actividad concreta propia con
el interés general por los otros, por uno mismo y por el mundo. La atención a la bondad
debe extenderse además a la verdad y a la belleza. Nos preocupa tanto dar un objetivo a
nuestras propias vidas que a veces olvidamos que ellas son un don que sólo se vive
plenamente cuando somos capaces de acoger la realidad que nos rodea y de reflexionar
sobre ella.
Llegar a conocerse uno mismo es también encontrar a Dios, cosa que es el fin de nuestra
existencia. Si vivir bien es una preparación para este encuentro, es necesario un paciente
y disciplinado trabajo para formar hábitos, pues éstos no se adquieren espontáneamente.
Nuestros fracasos en la vida moral se deben muchas veces al hecho de que no nos
conocemos a nosotros mismos. Si estamos en paz con nosotros, lo estaremos con todos
los que nos parece que nos amenazan. Cuanto más conozcamos nuestra identidad, más
capacitados estaremos para vivir con los demás.
La vida espiritual no nos aparta del mundo, sino que crea una fuerza tal que permite que
la gracia de Dios pueda actuar en nosotros. Cabe progresar mucho en nuestra reflexión
moral y en la práctica de la virtud si nos acercamos a la moral cristiana por los diversos
caminos que nos ofrece la espiritualidad. El alfa y la omega de todo es ser conscientes
de que en la vida todo es una llamada a entrar en la vida divina y a ser santos como Dios
es santo.
Tradujo y condensó: EDUARDO PASCUAL
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