Complejidad y hegemonía en la política de movimientos

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COMPLEJIDAD Y HEGEMONÍA EN LA POLÍTICA DE
MOVIMIENTOS. El caso 15M
por Aurelio Sainz Pezonaga
1 Por ejemplo, en la noción “onto‐sociológica” de complejidad que propuso Niklas Luhman, véase Ignacio Izuzquiza, La sociedad sin
hombres. Niklas Luhman o la teoría como escándalo, Anthropos, Barcelona, 1990, págs. 60‐67.
2 En este concepto se encuentran el Althusser de la sobredeterminación (La revolución teórica de Marx, Siglo XXI, México D. F., 1999), el
Deleuze lector de Nietzsche (Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Anagrama, Barcelona, 1986, págs. 14‐16) y el Derrida de la diffé‐
rance (Jacques Derrida, “La différance”, en Márgenes de la filosofía, Cátedra, Madrid, 1989, págs. 52‐3).
3 Cito y remito a la edición de tapa blanda de Harvard University Press, Cambridge (Mass.), de 2011, en adelante CW. En este mismo
2011 ha visto la luz la traducción española a cargo de Raúl Sánchez Cedillo, publicada por Akal en su colección “Cuestiones de an‐
tagonismo”.
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supuesto, normativa: la multiplicidad indiferente y la
reducción del exceso de diferencias quieren funcio‐
nar como ideales regulativos.
La complejidad es, por el contrario, la correlación
de diferentes fuerzas de fuerza diferente2. Este modo
de plantear la cuestión nos sitúa en un terreno com‐
pletamente distinto. La complejidad no es ni lo que
une ni lo que separa, sino la condición de toda uni‐
dad y de toda división. La complejidad no es lo que
divide: lo que divide es la incapacidad para extraer
de la complejidad una potencia común. La compleji‐
dad no es lo que une: lo que une es que una determi‐
nada concurrencia de diferentes fuerzas de fuerza di‐
ferente logra producir un efecto de intensificación re‐
cíproca de la capacidad de actuar. Es más, en la com‐
plejidad, la unidad o la división nunca son absolutas.
En consecuencia, por sí misma, la complejidad es am‐
bivalente, es amoral, es prenormativa: constituye to‐
da coyuntura política; la complejidad no es buena o
mala por sí misma, sino una cosa u otra, en cada ca‐
so, en relación con el deseo de aumentar nuestra ca‐
pacidad de actuar.
Quisiera proyectar esta perspectiva de la comple‐
jidad sobre la reflexión que Antonio Negri y Michael
Hardt realizan en la Parte 6 de su libro Common‐
wealth3 titulada “Revolución”. Una de las novedades
de Commonwealth respecto a Imperio y Multitud es que
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Uno de los problemas fundamentales a los que se
han enfrentado y se enfrentan las políticas de libera‐
ción en los últimos tiempos es la complejidad de los
actores, fuerzas o posiciones sociales con los que ne‐
cesitan contar para ser al menos viables. En esto el
15M no ha sido una excepción. De hecho, buena par‐
te de su efectividad como movimiento se debe a los
modos de operar que ha puesto en práctica para
abordar la complejidad del descontento. De igual
manera, cualquier desarrollo del 15M –tanto las mi‐
graciones que sus modos de hacer experimenten, así
la marea verde, como los mestizajes en los que se im‐
plique, así su relación con otros movimientos y orga‐
nizaciones– está suponiendo y va a suponer que esa
complejidad aumente.
Pero, ¿qué estamos entendiendo aquí por “com‐
plejidad”? La complejidad a la que nos referimos no
es ni una mera diversidad o multiplicidad indiferen‐
te de posiciones o tendencias, ni un exceso de dife‐
rencias que es necesario reducir1 para quedarnos con
lo que nos une. La multiplicidad indiferente y el ex‐
ceso reducible de diferencias son los dos extremos
con los que queremos polemizar: consideramos que
no son, en último término, sino formas de evacuar
imaginariamente el problema del conflicto. Son pro‐
puestas que pretenden haber resuelto el problema
antes de afrontarlo. La resolución que ofrecen es, por
página 5
Si [los átomos] no se desviaran así, todos caerían rectos,
Como gotas de lluvia, en el vacío sin fondo:
No se darían entre ellos ni encuentros ni choques;
Y la naturaleza nunca habría podido crear nada.
(Lucrecio, De rerum natura)
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en él Hardt y Negri han asumido ampliamente la crí‐
tica que Paolo Virno hizo al concepto de multitud.
Precisamente, lo que Virno planteaba es que la multi‐
tud contemporánea no podía entenderse únicamente
en términos positivos de resistencia al nuevo orden
mundial o imperio, tal como Hardt y Negri caracteri‐
zaron en un primer momento a esta figura política.
Sino que era necesario entender que la multitud de las
metrópolis actuales es el entramado por el que discu‐
rren igualmente las microtácticas neoliberales4. Si es‐
to no fuera así, si la multitud no tuviera esta doble ca‐
ra ¿sobre qué se sostendrían, entonces, todas las
transformaciones del dominio capitalista de las últi‐
mas décadas? De esta forma, Virno retornaba al uso
que Spinoza había hecho originalmente del concepto
de multitud. Efectivamente, Spinoza diferenciaba ya
entre multitud libre y multitud esclava, entre una
multitud que “procura cultivar la vida” y aquella otra
que busca “evitar simplemente la muerte”5. La críti‐
ca, pues, era de calado y la aceptación de la misma
por parte de Hardt y Negri ha supuesto una muta‐
ción profunda de todo su planteamiento. En efecto,
en Commonwealth la ambivalencia ya no sólo afecta al
concepto de multitud, sino igualmente al de lo común
y a lo que Hardt y Negri llaman “amor”.
Ahora bien, pensamos que esa autocrítica no ha
sido completa y que el tratamiento de la pluralidad
constitutiva de la lucha social que Hardt y Negri des‐
arrollan en la Parte 6 de Commonwealth, siendo como
es muy instructivo, no termina de recoger el proble‐
ma del carácter prenormativo o ambivalente de la
complejidad. Consideraremos, entonces, ese texto
desde tres de las cuestiones que lo recorren. La pri‐
mera es la complejidad interna de los movimientos
sociales, que Hardt y Negri analizan a través de la
distinción entre emancipación y liberación. La segun‐
da cuestión es la complejidad de la relación entre los
diferentes movimientos, que tratan ayudándose de
los conceptos de paralelismo e intersección. Y la ter‐
cera problemática, no separada de las anteriores, es
la de la hegemonía, ambiguamente tratada por
Hardt y Negri, que será necesario discutir a la luz de
la revisión de las cuestiones anteriores. Para acabar,
volveremos sobre el 15M para analizar su irrupción
en el espacio político español como una pugna por la
hegemonía (y por la forma de la hegemonía) de los
movimientos.
La complejidad interna a los movimientos sociales
Hardt y Negri abordan la complejidad interna de los
movimientos sociales en términos de política de la
identidad. La elección de esta perspectiva no es ca‐
sual. La producción de subjetividad es considerada
por ellos como el “terreno principal (primary) de la
lucha política”6. Sea esta aseveración acertada o no,
optar por las políticas de identidad como criterio pa‐
ra examinar las diferencias internas en los movimien‐
tos ofrece un resultado interesante porque, entre
otras cosas, permite señalar estructuras comunes a
los diferentes movimientos. Más en concreto, lo que
Hardt y Negri encuentran son tres tareas comunes,
tres modos de hacer antagonismo, que mantienen
entre sí una cierta relación de jerarquía, desde el gra‐
do más bajo de resistencia de la primera hasta el más
alto grado de transformación de la tercera.
La primera tarea consiste en hacer visibles y de‐
nunciar los mecanismos y regímenes de la subordi‐
nación social. Estas formas de dominación son conti‐
nuamente recubiertas, disimuladas, minimizadas o
justificadas por el trabajo ideológico que los poderes
dominantes ponen en marcha y es necesario, por tan‐
to, hacer un trabajo de resistencia en la dirección con‐
traria. Esta tarea es, entonces, fundamental ya que se
enfrenta al discurso dominante, cuestiona el discurso
del orden y la naturalidad del sometimiento y ofrece
un punto de vista contrario de la realidad. Encierra,
sin embargo, un peligro porque se suele realizar atri‐
buyendo una identidad fija al colectivo subordinado,
como si esa identidad, resultado al fin y al cabo de la
4 Véase “General Intellect, éxodo, multitud”, entrevista a Paolo Virno por el Colectivo Situaciones en P. Virno, Gramática de la multitud,
Traficantes de sueños, Madrid, págs. 130‐131.
5 B. Spinoza, Tratado Político, Alianza Ed., Madrid, 2004, cap. 5, §6,
6 CW, pág. 172.
7 Aunque en otros lugares del libro, sí que Hardt y Negri hacen referencia al movimiento ecologista, su ausencia en esta última parte
no puede dejar de llamar la atención. Otra ausencia importante, pero en un sentido diferente, sobre la que volveremos más adelan‐
te es la del movimiento democrático.
8 CW, págs. 338‐9.
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Respecto a estos tres rasgos, quiero empezar reali‐
zando dos apreciaciones. La primera es el uso mu‐
chas veces formal y normativo que Hardt y Negri ha‐
cen del carácter dinámico de la singularidad, por
ejemplo cuando oponen la singularidad a la identi‐
dad a partir del criterio de movimiento versus inmo‐
vilidad. De esta forma, parecen excluir la posibilidad
de una identidad que se sostenga sobre el cambio
continuo. Ahora bien, no otra es la identidad del con‐
sumidor de banalidades, obligado a renovar conti‐
nuamente su objeto de deseo para mantenerse en su
ser‐a‐la‐última.
La segunda es que tan importante como señalar
que la singularidad está constituida por una multipli‐
cidad (de singularidades) es insistir en que una mul‐
página 7
En primer lugar, toda singularidad apunta hacia
una multiplicidad externa y se define por ella.
Ninguna singularidad puede existir o concebirse
por sí misma, sino que tanto su existencia como
su definición deriva necesariamente de sus rela‐
ciones con las otras singularidades que constitu‐
yen la sociedad. Segundo, toda singularidad
apunta a una multiplicidad interna. Las innume‐
rables divisiones que atraviesan cada singulari‐
dad no impiden sino que constituyen su defini‐
ción. Tercero, toda singularidad está inmersa en
el proceso de convertirse en algo diferente –mul‐
tiplicidad temporal.8
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relación de poder, le perteneciera esencialmente. Al
mismo tiempo, esa identidad se construye a menudo
desde la posición de la víctima, es decir, de la impo‐
tencia. Es por ello que tiende a ser una posición más
ética que política: más que transformación social, de‐
manda compasión hacia quien sufre el agravio y cas‐
tigo para quien lo comete. Las figuras del obrero ex‐
plotado, la mujer oprimida, los gays y lesbianas dis‐
criminados, los negros sometidos pertenecen a esta
primera tarea7.
La segunda tarea consiste en convertir la identi‐
dad victimal en una identidad rebelde. Esa misma
identidad que ha servido para denunciar la iniqui‐
dad de la dominación, se transforma en bandera des‐
de la que construir la unidad de la lucha y el proyec‐
to emancipatorio. No obstante, este segundo modo
de hacer antagonismo ofrece también un peligro. La
identidad puede terminar reduciendo la multiplici‐
dad del colectivo rebelde a una unidad simple y ce‐
rrada. Se presenta, entonces, como una forma de so‐
beranía en cuyo nombre actúan los interpretes o re‐
presentantes que suplen a los demás en las tomas de
decisiones. Hardt y Negri hacen referencia en este
punto al nacionalismo como modelo adoptado, a ra‐
íz de las luchas anticoloniales, sobre todo dentro de
los movimientos negros o queer –nación negra, na‐
ción queer–, por los grupos que se han deslizado por
la pendiente de la identidad soberana. Pero, el movi‐
miento obrero revolucionario o el feminista han co‐
nocido igualmente tendencias fuertemente esencia‐
listas que responden a este mismo diagrama.
Hardt y Negri proponen calificar las dos primeras
tareas de emancipatorias y hablar de liberación úni‐
camente con respecto a la tercera. Esta tercera tarea la
conciben dotada de dos vertientes. Una vertiente ne‐
gativa que describen como una auto‐abolición de la
identidad. Y otra positiva presentada como produc‐
ción libre de subjetividad o metamorfosis. Tres son
los ejemplos que proponen para esta tercera tarea: la
liberación respecto del trabajo y la abolición de las
clases de la tradición comunista revolucionaria, las
políticas queer que ponen en primer plano la crítica a
la identidad y los planteamientos del radicalismo ne‐
gro que, como el de Paul Gilroy, abogan por la aboli‐
ción no sólo del racismo, sino de la raza en tanto que
categoría y en tanto que estructura social.
De las dos vertientes, sin embargo, la principal es
la metamorfosis. La metamorfosis supone un cambio
completo de perspectiva. Supone desplazarse hacia
una nueva problemática que gira en torno de la cate‐
goría de singularidad. Así, según Hardt y Negri, la
singularidad se definiría por tres rasgos:
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tiplicidad constituye a su vez una singularidad. Esto
es, aunque la singularidad esté siempre abierta, no
deja de ser determinación9.
Ahora bien, lo más cuestionable en el plantea‐
miento de Hardt y Negri es que tratan la singularidad
de la misma manera en la que antes habían abordado
la multitud, ya que la entienden como directamente
revolucionaria. Y, sin embargo, la singularidad no
puede ser menos ambivalente que la multitud. La sin‐
gularidad tiene que considerarse igualmente como
una categoría prenormativa. Y no puede suponer
simplemente un nuevo punto de vista, distinto del
punto de vista de la identidad. Sino que este nuevo
punto de vista es también un nuevo punto de vista
sobre la identidad. Es una explicación de la identidad.
Usando su terminología, habría que considerar la
identidad como una singularidad corrupta. Aunque
aquí quizás la pareja generación / corrupción no sea
tan útil como la distinción spinoziana entre pasiones
y acciones, entre pasiones tristes y alegres, y entre pa‐
siones tristes circunstancialmente útiles y pasiones
tristes completamente destructivas. La identidad vic‐
timal sería una pasión triste, pero útil. La identidad
rebelde sería una pasión alegre que puede tener exce‐
so. Y la singularidad libre, que correspondería a la ter‐
cera tarea que analizan, sería una acción en el sentido
spinoziano, esto es, una combatividad racional.
La identidad (victimal o rebelde) desconoce su
condición de cosa singular. Y al mismo tiempo se re‐
conoce en tanto que realidad simple y completa, exis‐
tente y concebible por sí misma. En el lenguaje de
Spinoza, podemos decir que se imagina como sus‐
tancial, cuando no es sino un modo finito. Hoy diría‐
mos también que se desconoce/reconoce como una
esencia transhistórica, cuando sus condiciones de
existencia son enteramente coyunturales. En cual‐
quier caso, entenderemos que el desconocimiento/re‐
conocimiento se produce socialmente en aparatos
singulares cuyo funcionamiento es necesario conocer
para conocer el modo efectivo en que se constituye y
opera la identidad social, ya sea una identidad sub‐
ordinada, victimal o rebelde.
El concepto de multiplicidad, que en el pasaje que
hemos citado acompaña de forma inseparable al de
singularidad, no es menos problemático que éste. Tal
como se presenta en estas páginas de Commonwealth,
la multiplicidad podría pensarse como una coexis‐
tencia angelical de singularidades, sin roces ni con‐
flictos. Ahora bien, el concepto de complejidad que al
comienzo hemos definido como correlación de dife‐
rentes fuerzas de fuerza diferente, al tiempo que con‐
cibe la singularidad como fuerza o potencia y exige
determinar de qué fuerzas o potencias hablamos,
conduce a entender la diversidad como tensional
manteniendo siempre la ambivalencia.
Estos problemas en la concepción que Hardt y
Negri sostienen de la singularidad y de la multiplici‐
dad se ponen especialmente a prueba en las dos obje‐
ciones dirigidas contra la tercera tarea –la auto‐aboli‐
ción de la identidad o metamorfosis– a las que los
propios autores consideran necesario responder unas
páginas más adelante10. En efecto, Hardt y Negri ex‐
ponen un primer peligro por el que, al esforzarnos
por abolir las identidades victimal y rebelde, podría‐
mos, por un lado, reforzar la estrategia reaccionaria
de hacer invisibles la opresión y el conflicto y, por
otro, obstaculizar la capacidad de sumar fuerzas de
los rebeldes. A esta objeción responden que las tres ta‐
reas son inseparables. Sin las dos primeras, perseguir
la tercera es ingenuo y corre el peligro de hacer más
difícil el desafío a las jerarquías existentes. Pero, sin la
tercera, las dos primeras permanecen atadas a las for‐
maciones de identidad, incapaces de tomar distancia
respecto de la construcción social y material de las
mismas, incapaces, por tanto, de abordar la tarea de
producir una subjetividad libre. Es más, las tres tare‐
as deben perseguirse simultáneamente, sin posponer
la tercera a un futuro indefinido11.
La respuesta es, sin duda, interesante, principal‐
mente desde la perspectiva de la complejidad a la que
apunta. Sin embargo, esa misma respuesta abre otra
9 Invirtiendo la expresión de Spinoza que Hegel hizo famosa, “toda determinación es negación”, y de modo más acorde con el pensa‐
miento del primero, podríamos decir que toda afirmación es determinación.
10 CW, págs. 336‐40.
11 Véase CW, pág. 337
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12 La anterioridad que propone Zizek en el texto al que remiten Hardt y Negri (The Parallax View, MIT press, Cambridge (Mass.), págs.
361‐2) descansa en dos cuestiones. La primera es de carácter explicativo. Según Zizek mientras que la lucha de clases puede explicar
los desajustes entre movimientos, no ocurre lo mismos con los restantes conflictos. Así, el clasismo de cierto feminismo o el racismo
de la clase obrera blanca se explican, ambos, por la lucha de clases. Pero, al menos en este texto, Zizek no atiende a ningún contrae‐
jemplo posible. Así, la lucha de clases no basta para explicar el modo en que el capital explota la división de genero, como ocurrió,
por ejemplo, al comienzo sobre todo de la implantación de las llamadas “maquilas” en la frontera mexicana con los Estados Unidos.
La segunda cuestión que plantea Zizek es que, mientras el movimiento obrero tiene como objetivo revolucionario la abolición
de las relaciones de clase y, por tanto, de las clases, los demás movimientos buscarían más bien un reconocimiento simétrico de las
diferentes identidades. Hardt y Negri, por el contrario, como hemos visto, consideran que el proyecto de la abolición de la identi‐
dad está presente como tarea revolucionaria en todos los movimientos.
página 9
De la complejidad interna a los movimientos pasan,
entonces, Hardt y Negri a la complejidad entre movi‐
mientos. Esta segunda complejidad la intentan abor‐
dar a partir de los concepto de interseccionalidad y
paralelismo. De los dos, este último es quizás el que
más problemas genera. El término proviene del mo‐
do en que Leibniz nombraba la relación entre los mo‐
dos de los infinitos atributos que constituyen la sus‐
tancia en la filosofía de Spinoza. Ya en ese uso, el tér‐
mino es cuestionable. El propio Spinoza no lo utiliza
y cuando habla de la relación entre las ideas y los
cuerpos, explica que son la misma cosa considerados
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La complejidad entre movimientos sociales
desde atributos distintos. En Spinoza, las mentes y
los cuerpos no se afectan entre sí y, por tanto, ningu‐
no de los dos gobierna sobre el otro, no hay ninguna
jerarquía entre ellos, sino que son simultáneos. Esta
ausencia de jerarquía es la que parece atraer a Hardt
y Negri de la noción de paralelismo. O, al menos, se‐
ría muy discutible plantear que las diferentes formas
de dominación y las diferentes respuestas que reci‐
ben son lo mismo considerado desde diferentes pers‐
pectivas. Así pues, de la misma manera que no hay
jerarquía alguna entre los atributos de la sustancia en
la filosofía de Spinoza, tampoco debería haberla en‐
tre los diferentes movimientos políticos de emanci‐
pación y liberación. Frente a quienes como Slavoj
Zizek defienden la anterioridad de la lucha de clases
respecto de cualquier otra lucha12, Hardt y Negri en‐
tienden que es necesario construir una autonomía re‐
lativa entre movimientos a través de la traducción y
la articulación y a esa autonomía relativa es a la que
llaman “paralelismo”.
Ocurre, sin embargo, que la relación entre el para‐
lelismo y la interseccionalidad o entrelazamiento de
los movimientos no termina de resultar convincente.
Por un lado, la interseccionalidad describe un nuevo
aspecto de la complejidad interna a los movimientos.
Presenta el hecho de que ninguna forma de domina‐
ción existe aislada o se expresa desde una única ins‐
tancia (económica, política o ideológica) y, por tanto,
lo mismo les sucede necesariamente a las formas de
resistencia que se alzan contra ellas. Toda domina‐
ción está compuesta de dominaciones y todo movi‐
miento social es un movimiento de movimientos. O
dicho de otro modo, hay un entrelazamiento interno
a los propios movimientos. Pero, por otro lado, el pa‐
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serie de problemas que quedan en suspenso. El prime‐
ro y principal es el de la relación entre las tres tareas.
No podemos pensar que esa relación sea armónica y
esté exenta de todo conflicto y de toda diferencia de
fuerza. Hasta tal punto este es un problema no abor‐
dado por Hardt y Negri que, en lo que resta de la Parte
6, se olvidan por completo de la primera y la segunda
tarea, como si la revolución que supone la tercera tarea
pudiera pensarse sin la relación con las otras dos.
Las consecuencias, sin embargo, van más allá y
salpican a la segunda objeción contra la tercera tarea.
Esta segunda objeción plantearía que al abolir la
identidad quedarían abolidas igualmente las diferen‐
cias y una indiferencia general recorrería el campo
social. La respuesta de Hardt y Negri es que, muy al
contrario, la abolición de la identidad libera la proli‐
feración de diferencias que no marcan jerarquías so‐
ciales. Ahora bien, la determinación de esas diferen‐
cias proliferantes flota enteramente en el aire. Son di‐
ferencias sin consistencia, sin peso, sin resistencia, sin
tensión, sin efectividad. Hardt y Negri las piensan al
margen de su relación con las identidades de las dos
primeras tareas y, en consecuencia, en una situación
completamente irreal de acuerdo con el horizonte
que ellos mismos acaban de trazar en el párrafo ante‐
rior. De este modo, las diferencias proliferantes fun‐
cionan en el discurso de Hardt y Negri de nuevo co‐
mo ideal regulativo, en lugar de hacerlo como cate‐
goría prenormativa, ambivalente, propia de la diná‐
mica de la singularidad.
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ralelismo es para Hardt y Negri la forma adecuada
de interseccionalidad externa o entre movimientos,
una forma adecuada que se materializa en la toma
democrática de decisiones.
Ahora bien, la complejidad de la interseccionali‐
dad interna es inseparable de la complejidad del en‐
trelazamiento externo. La complejidad interna se ex‐
plica por el modo en que la externa repercute en el in‐
terior de cada movimiento. Y la intersección externa
no es sino el efecto de conjunto de la determinación
mutua, aunque desigual entre las complejidades in‐
ternas. No está, por todo ello, nada claro que la rela‐
ción más adecuada entre los movimientos sociales
sea la del paralelismo.
O, dicho de otra manera, el paralelismo es incom‐
patible con la complejidad entendida como la correla‐
ción de diferentes fuerzas de fuerza diferente, ya que la
complejidad ni atribuye a ningún movimiento social
una hegemonía a priori ni deja espacio para la armonía.
Esto es, no cabe defender una jerarquía a priori entre
movimientos, pero la idea de una simetría perfecta en‐
tre ellos no pasa de ser un sueño vago de homogenei‐
dad que se asienta en un criterio ajeno a las dinámicas
de la práctica política. La complejidad es, en esto, igual
para todos. No es desde ella desde donde puede esta‐
blecerse criterio alguno para defender un liderazgo,
pero ella indica que no puede dejar de haber lideraz‐
gos. Será necesario, entonces, no confundir liderazgo
con suplencia o representación13, no confundirlo con
dominación o soberanía, sino intentar pensar una for‐
ma de liderazgo o hegemonía como expresión.
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página 10
El problema de la hegemonía
La multitud o, mejor, la multitud libre es un movi‐
miento de movimientos y cada movimiento es una
multitud libre. Por ello, en la multitud libre no puede
haber un núcleo íntimo donde se concentre su esen‐
cia ni puede señalarse un contorno que la cierre y la
totalice. No puede haber punto de vista privilegiado
a priori a partir del cual fundar un liderazgo. Para la
multitud libre, para la política de movimientos, el es‐
quema tradicional del partido o de una vanguardia
esclarecida que dirige desde arriba a unas masas in‐
capaces de organizar su propia lucha es completa‐
mente inútil. Pero, ¿quiere decir eso que la multitud
libre no admite ningún tipo de hegemonía?
En Commonwealth, la respuesta de Hardt y Negri a
esta pregunta es ambigua, una ambigüedad que se en‐
cuentra en el mismo uso del término “hegemonía”.
Por un lado, identifican “hegemonía” con “sobera‐
nía”, esto es, la hegemonía o soberanía consistiría en la
reducción de la multitud a una unidad simple y cerra‐
da que la convertiría en algo representable y supli‐
ble14. En este sentido, rechazan cualquier hegemonía.
Por otro lado, sin embargo, consideran que la pro‐
ducción biopolítica es hegemónica respecto de los res‐
tantes sectores de la producción y que esta hegemo‐
nía de la producción biopolítica “hace posible un pro‐
ceso de composición política definido por la toma de‐
mocrática de decisiones”15, esto es, hace posible una
hegemonía política no separada. Según aclaraban en
Multitud, la producción biopolítica es hegemónica
porque “ha impuesto una tendencia sobre todas las
otras formas de trabajo, transformándolas de acuerdo
con sus propias características”16. Si esto es así, en‐
tonces habrá que entender el posible trasvase de las
capacidades “técnicas” de la producción biopolítica a
la acción política como un efecto de esa “imposición
de la tendencia” en la que consiste la hegemonía de la
producción biopolítica. “Autonomía, comunicación,
cooperación y creatividad”17 son capacidades activas
en la producción biopolítica y potenciales para la to‐
ma democrática de decisiones. Son formas comunes
que, como tendencia, emergen y ejercen su hegemo‐
nía18. Son formas comunes, aunque en la producción
biopolítica lo que encontramos es una forma ya dada,
una forma cuya hegemonía el investigador encuentra
ya desarrollada, mientras que en la toma de decisio‐
nes se trata de una forma a construir, una forma que
el político propone como forma hegemónica desea‐
ble, una forma únicamente potencial19. Ahora bien,
esa forma hegemónica deseable se presenta como la
articulación del encuentro de todos los movimientos
sociales por medio de la toma democrática de decisio‐
nes. Esto es, de la hegemonía activa en la producción
13 Sobre la representación como suplencia, véase Juan Pedro García del Campo, “Contra la gestión de la suplencia. El 15M y la políti‐
ca”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=136110.
14 Véase CW, págs. 165‐178, en concreto 175.
15 CW, pág. 352.
16 M. Hardt y A. Negri, Multitude, Penguin Books, Londres, 2004, pág. 141.
17 CW, pág. 354
18 Multitude, op. cit., págs. 142‐3.
19 CW, pág. 365.
20 Véase CW, págs. 361 y siguientes: “pero la naturaleza humana tal como existe actualmente está lejos de ser perfecta. Estamos enre‐
dados y somos cómplices de la identidades, jerarquías y corrupciones de las forma actuales de poder”. Por ello, las solución será:
“explorar la composición técnica de la multitud productiva para descubrir su composición política potencial”.
21 Efectivamente, hubiera sido muy interesante ver el modo en que las tres tareas, victimal, rebelde, revolucionaria, se concretan en el
movimiento democrático. Tendríamos por ejemplo, la denuncia de las violaciones de los derechos humanos como primera tarea
(construida sobre la identidad del hombre), la defensa de una representatividad auténtica como segunda (en la que el hombre pa‐
sa a ser ciudadano) y las formas del asambleísmo abierto (que producen subjetividades en relación, subjetividades sin sujeto o sin‐
gularidades).
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lo hay una forma de establecer la diferencia entre la li‐
bertad y la servidumbre. La libertad es la lucha histó‐
rica de cada movimiento, entendiendo que esa lucha
implica no una tendencia, sino múltiples tendencias
no armónicamente articuladas al modo en que Hardt
y Negri nos muestran en sus análisis de las tres tare‐
as. Y la tendencia que logre la hegemonía dentro de
cada movimiento y sobre todos los movimientos no
será aquella que está dotada de una propiedad (o una
potencialidad) a priori, sino aquella que, dentro de
una determinada coyuntura, es capaz de configurar
una sobredeterminación que aumente la fuerza de ac‐
ción de cada una de las otras y del conjunto. La liber‐
tad común no está en uno de los movimientos ni en
una de las tareas, tampoco en las características que
puedan compartir abstractamente uno y otro movi‐
miento. La libertad común está en la mutua determi‐
nación con hegemonía, en la configuración de fuerzas
diferentes de diferente fuerza. Esa configuración, no
sólo la fuerza hegemónica, es la expresión de la poten‐
cia de todos los movimientos y todas las tendencias.
Y es la que determina el crecimiento de la libertad tan‐
to en cada uno de ellos como en el conjunto.
A diferencia de lo que plantean Hardt y Negri, en‐
tonces, lo común, la libertad común no está en la pro‐
ducción biopolítica, o al menos no está en ella en ma‐
yor medida de lo que lo está, de forma activa y no po‐
tencial, en los movimientos sociales o en la produc‐
ción cultural independiente. Es más, la selección que
realizan de ese rasgo de la producción postfordista se
explica, mejor que por el mero desarrollo del capita‐
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se pasa a la hegemonía posible de todas las luchas.
No entraremos todavía a analizar este resultado.
Lo que queremos, por ahora, es preguntarnos si, una
vez que hemos reconocido la ambivalencia de la mul‐
titud, de lo común, de la singularidad, de la comple‐
jidad, es posible mantener la idea de una tendencia
que funda el liderazgo deseable.
Tal y como la presentan Hardt y Negri, la relación
entre la producción biopolítica y el liderazgo demo‐
crático es circular. Son las capacidades generadas por
la producción biopolítica las que hacen que el lide‐
razgo democrático sea posible. Pero, esas capacida‐
des sólo pueden destacarse sobre el fondo de la vida
productiva capitalista a partir de un proyecto políti‐
co democrático20. La tendencia se construye, por tan‐
to, ya siempre desde la política de liberación del mo‐
vimiento democrático, seleccionando aquellas carac‐
terísticas que puedan ser útiles para la lucha contra
las nuevas formas de dominación. La hegemonía
económica de la producción biopolítica respalda la
hegemonía política deseable de la toma democrática
de decisiones porque no es otra cosa que este deseo
proyectado sobre el análisis de la vida económica.
Pero, si esto es cierto, entonces, el criterio de lo de‐
seable para un movimiento, que se convierte en el cri‐
terio de lo deseable para todos los movimientos, es un
a priori no muy distinto del que, páginas atrás, Hardt y
Negri han criticado a Zizek. La diferencia es que Zizek
atribuye la hegemonía a priori al movimiento obrero,
mientras que ellos, por mucho que se apoyen en el aná‐
lisis de la producción, se la atribuyen a un movimiento
que no están tematizando como tal. Se la atribuyen al
movimiento democrático desde su tarea revoluciona‐
ria21. La hegemonía de la toma democrática de deci‐
siones que Hardt y Negri proponen es tan a priori como
la de Zizek porque plantea que, al margen de los pro‐
cesos de lucha coyunturalmente determinados, uno de
los movimientos posee el privilegio de proporcionar la
unidad y el liderazgo de todos los demás, incluso si ese
liderazgo se realiza por medio de la articulación. Pues,
no conviene olvidar que todo liderazgo conlleva unos
líderes, un discurso y una iniciativa de liderazgo, con‐
lleva en fin una diferencia de fuerzas.
En consecuencia, si la complejidad, esto es, la mul‐
titud, la singularidad, la tendencia es ambivalente, só‐
15 - M
lismo, por el propio proceso de encuentros y desen‐
cuentros entre los distintos movimientos sociales a lo
largo de las últimas décadas y en la necesidad de re‐
conocer su propia complejidad interna a la hora de
continuar cada uno de ellos en su lucha. Es la multi‐
tud libre de los movimientos sociales la que está
aprendiendo de sus propias experiencias, de sus lo‐
gros y fracasos parciales, la que se ha encontrado con
la urgencia de construir una libertad común potente
que haga frente y derrote a un neoconservadurismo y
un neoliberalismo cuya fuerza se nutre de las divisio‐
nes, elitistas, burocráticas, sectaristas, excluyentes o
iluminadas, que atraviesan los propios movimientos.
ISBN: 1885-477X
YOUKALI, 12
página 12
El caso 15M
La hegemonía de la multitud libre es, entonces, una
correlación diferencial entre movimientos y tenden‐
cias diversos que acrecienta la capacidad de actuar
de todas ellas y del conjunto. Es por eso que la hege‐
monía libre sólo puede considerarse como resultado
de un proceso concreto de concurrencia que implica
una pugna entre tendencias por establecer una deter‐
minada correlación. Es más, sólo tiene sentido hablar
de hegemonía si la correlación diferencial es eficaz,
esto es, si es capaz de hacer experimentar la fuerza de
los movimientos como alternativa social real. La he‐
gemonía libre supone, por tanto, la intervención en la
coyuntura general buscando que los movimientos
tengan opción real de llevar la iniciativa en la consti‐
tución material de la sociedad.
Visto desde esta perspectiva, el 15M supone la
irrupción en España de una nueva opción hegemóni‐
ca para los movimientos. Después del giro a la dere‐
cha del gobierno de Zapatero y de la incapacidad de
los sindicatos mayoritarios para liderar una resisten‐
cia a las políticas neoliberales contra la crisis neolibe‐
ral, el 15M estalla como propuesta exitosa de movili‐
zación horizontal. El 15M es, principalmente, un mo‐
vimiento democrático que ha sabido articular de‐
mandas de carácter reformista de la estructura políti‐
ca y de la política económica de los estados con prác‐
ticas revolucionarias de asamblea abierta. Esta com‐
binación le ha permitido atraer a gentes de muy di‐
versas procedencias políticas y lograr un poder de
convocatoria de impacto global superior al de los
partidos y sindicatos. Se ha convertido, en fin, en una
fuerza social reconocida como tal.
El 15M es ahora un horizonte de encuentro para
múltiples sensibilidades, unas reacias a las formas de
organización de las izquierdas, otras desencantadas
con éstas u ocupando posiciones de menor capaci‐
dad de acción social, otras más, en fin, que ven posi‐
ble compaginar militancias. Ha creado, por tanto,
una nueva forma de hegemonía posible. Desde nues‐
tro punto de vista, ha creado la forma de hegemonía
de los movimientos más potente en la nueva coyun‐
tura abierta por la crisis neoliberal. Es más potente,
sobre todo, porque ha conseguido reactivar una lu‐
cha social que ni la hegemonía de los partidos y sin‐
dicatos mayores ni la radicalidad y pureza de los me‐
nores estaba logrando despertar en las mismas con‐
diciones sociales. Este hecho es incontrovertible y no
es casual. Y cualquier crítica al 15M o cualquier inten‐
to de aprovechar la reactivación a costa del 15M tie‐
nen que vérselas con él o desistir.
Es un hecho no casual porque responde a unos
modos de hacer particulares. Así el 15M es mucho
más incluyente que las formas de partido y sindica‐
to, abre redes de comunicación y aprendizaje mucho
más independientes de los grandes poderes mediáti‐
cos, da mucha mayor posibilidad a las diferentes ten‐
dencias de exponer sus visiones de la realidad, está
más pegado a lo cotidiano y genera un entusiasmo
mucho más enriquecedor y constructivo. Y a ello hay
que unir, por supuesto, su proyección global. En de‐
finitiva, el 15M reúne perfectamente las condiciones
para liderar un nuevo ciclo de luchas porque es ca‐
paz de crear un nuevo horizonte de acción transfor‐
madora, un nuevo diagrama político que exprese
una potencia común más potente.
Ahora bien, como hemos dicho, la hegemonía no
deja de ser nunca una pugna por la hegemonía, una
lucha por una determinada configuración diferen‐
cial. En España, la pugna más clara en estos momen‐
tos por la hegemonía de los movimientos se encuen‐
tra entre el 15M y los sindicatos y partidos mayores
de las izquierdas. Aunque la pugna no se entabla en‐
tre dos bandos. Hay mucha gente, como hemos di‐
cho, que se mueve entre el 15M y estas organizacio‐
nes sin demasiados problemas y hay otras propues‐
tas que también se esfuerzan por entrar en la liza. La
disputa más clara, que es tanto interior como exterior
al 15M, parece desarrollarse entre dos lógicas políti‐
cas: la lógica de la participación abierta y la de la su‐
plencia.
En el modo en que esa pugna se vaya definiendo
y resolviendo se juega el futuro del poder de los mo‐
vimientos. En el proceso puede ocurrir cualquier co‐
sa. Ambas propuestas pueden quedar bloqueadas, lo
que supondría un fracaso para las dos, o pueden en‐
contrar la manera de articular un esfuerzo de trans‐
formación social exitoso. Pero, es demasiado pronto
para abordar todas las dificultades de la situación.
Por ahora, sólo podemos estar seguros de dos cosas:
1] de que no hay una fórmula mágica para encauzar
el proceso de la mejor manera, por lo que no se trata
de imponer verdad alguna a nadie y 2] de que nues‐
tra tarea es configurar entre todos el diferencial más
potente para luchar contra las políticas neoconserva‐
doras y neoliberales que, como viejas parcas, hilan en
estos momentos las fibras del planeta.
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