21 Los retos del crecimiento del área metropolitana ALVARO URIBE [email protected] Cuarenta años después de su última transformación radical, la ciudad de Panamá enfrenta nuevos desafíos en su proceso de metropolización LA CIUDAD . desparramada: vista aérea desde las barriadas de Santa Marta y Cerro Batea en San Miguelito hacia el centro de la Ciudad de Panamá con el Corredor Norte atravesando el tejido urbano. Foto: Cortesía | Álvaro Uribe La ciudad de Panamá es la síntesis de la patria (Rubio), es el ombligo del mapamundi (Korsi) y el puente del mundo. Es un canal, pero es más que un canal, es un centro financiero, un crisol de biodiversidad, etc. Para mi generación, que se aproxima a la tercera edad , la ciudad de Panamá era el área comprendida entre el Casco Viejo y Río Abajo, que actualmente se puede denominar ‘casco central’. Lo demás era campo, área rural. Durante el último medio siglo, sin embargo, la ‘ciudad’ se dispersó, y ahora se proyecta en una extensa área metropolitana (ver mapa). SE INICIA LA DISPERSIÓN En 1960, antes de la construcción del Puente de Las Américas , la incipiente área metropolitana tenía 320 mil personas, 80% de ellas en el Casco Central, era una ciudad de casas de inquilinato, muy compacta, de menos de 4,000 hectáreas. Sin embargo, al aproximarse al medio millón hacia 1970, la ciudad inquilinaria se mostraba inviable y tuvo que dar un salto, con la adopción de una serie de medidas que, combinadas, cambiaron su rumbo en muy poco tiempo: 1.el congelamiento de alquileres y otras disposiciones sobre arrendamientos e hipotecas entre 1968 y 1974. 2-la creación de la Comisión Bancaria Nacional en 1970. 3.la creación del Ministerio de Vivienda (MIVI) y del Banco Hipotecario Nacional en 1973 y 4- las exoneraciones por 10 años y luego por 20, del pago de impuestos de bienes inmuebles a ‘cualquier casa, edificio o mejora’ que se construyera desde 1976. Así, en escasos 7 años, la ciudad de Panamá abandonó la vivienda de alquiler a la vez que abrió el mercado hipotecario de vivienda, pero también exageró en las concesiones al naciente mercado inmobiliario, entregándole la ciudad mediante la flexibilización de las normas urbanas, modificadas ‘en atención a la tendencia actual urbanística’ (MIVI, 1978). EL URBANISMO DARWINISTA Lo que dicha ‘tendencia’ impuso, fue un modelo de urbanismo darwinista, donde solo sobrevivieron los usos más rentables, con un centro y una periferia, donde el espacio público, pero también el suelo barato, fueron los grandes sacrificados. En el centro se inició la construcción de la primera ola de edificios de apartamentos y oficinas alrededor del distrito bancario (Bella Vista- Punta Paitilla); en la periferia, la construcción masiva de viviendas populares y de ‘barriadas brujas’; las primeras, por el recién creado Ministerio de Vivienda (1973), mayormente en San Miguelito. Las segundas, por autoconstrucción, produciendo más unidades de vivienda que el MIVI, en asentamientos espontáneos, como Samaria y La Cabima al norte y 24 de Diciembre al este y Guadalupe y Burunga al oeste. Con estos ingredientes, el AMP generó un modelo de expansión que se puede esbozar de la siguiente manera: el autoconstructor informal extiende los límites urbanos con su presencia en áreas periféricas carentes de servicios, llevando artesanalmente pozos de agua, caminos, drenajes y transporte. Después de algún tiempo, las autoridades reaccionan y comienzan a instalar acueductos, a pavimentar calles y construir escuelas, consolidando los barrios informales, pero también dotándolas de servicios, que entonces empiezan a recibir proyectos privados de urbanización formal. La razón de este tipo de urbanización es sencilla: le conviene a todos. Al poblador, porque obtiene un lugar para vivir; al Estado, porque ya no construye vivienda popular y tolera la ocupación ilegal de áreas periféricas donde la propia gente más o menos resuelve su problema; y al propietario privado, porque la valorización de la tierra mediante obras públicas, generalmente se realiza sin costo. Como resultado de esto, en el centro, el valor de la tierra aumenta porque la norma le otorga, gratuitamente, una mayor capacidad de edificación y en la periferia, la tierra, antes rural y sin servicios y vendida por hectárea, pasa mágicamente a ser urbana, con servicios y se vende por metro cuadrado. En ambos casos los beneficios son, fácilmente, de 10 a 1 y la tierra, ahora cara, no permite construir vivienda accesible, con lo que la población de ingresos medios sale del centro y la población más pobre inicia un nuevo ciclo de ocupaciones ilegales que estira una vez más la frontera de la ciudad y engloba nuevas áreas que reciben servicios urbanos gratuitamente, etc. El resultado del modelo que se limitó a dejar que el mercado diseñara la ciudad, ha sido el paso del Área Metropolitana de 1980, que ocupaba apenas un poco más de 10,000 hectáreas y poseía 725,000 habitantes, al AMP de hoy que duplicó su población (1,550,000 habitantes en 2010), fenómeno normal y previsible, pero que triplicó su superficie (32,000 hectáreas), y que en sus extremos, Las Garzas- El Espino, tiene 76 kms, lo que condena a una parte importante de su población a vivir muy por debajo del nivel de servicios que ha alcanzado una ciudad que la publicidad quiere comparar con Singapur. Y que, además, nos lleva a una situación insostenible, porque no vamos a poder servirla cuando esta tendencia la lleve a duplicar su superficie en 30 o 40 años. EL ESPACIO URBANO SE COMPLICA El absurdo de tener la ciudad más desparramada del continente, la de menor densidad, la de viajes promedio más largos, obliga a buscar salidas. Una debacle que requiere cirugía mayor y ahora puede ser revertida mediante los grandes proyectos de transporte colectivo, donde el Metro es probablemente la mejor apuesta que se haga en el futuro del AMP. La razón principal es la propia índole del proyecto, más colectiva que particular. El Metro necesita acondicionar canales de circulación, pero también accesos y una adecuada articulación con la ciudad para que funcione. Lo que significa crear espacio público, no vendible, y obliga a plantear un cambio de modelo de ciudad, no solamente una que se limite a acompañar las tendencias del mercado, sino crear nuevas normas o al menos recuperar las que teníamos, donde también todo se puede hacer, edificios de 100 pisos, por ejemplo, pero siempre a cambio de algo para la ciudad. La rentabilidad sigue existiendo, pero para que haya calidad de vida se necesita una mejor distribución de los beneficios del desarrollo urbano. En vez de exoneraciones para una industria o un grupo social que no las necesita, impuestos que incluso pueden ser más bajos, pero pagados por todos los beneficiarios, porque una ciudad de calidad cuesta. En 2011, como en los años 1970 y otra vez ante un modelo de ciudad agotado por inviable, las medidas que acompañen estos proyectos deben darle otro giro al AMP, ya no simplemente para seguir tendencias, sino para definir nuevos objetivos. Empezar a diseñar la metrópoli modelo del siglo XXI es un buen regalo para los primeros 500 años de Panamá. Solo depende de nosotros. APOYO Desde 1970 el mercado inmobiliario, casi sin restricciones, diseñó la ciudad El desarrollo del transporte colectivo es ‘la palanca de cambio’ más importante hacia la ciudad del futuro