Lo anal y lo sexual, según Lou Andreas

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REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 1, 2008, PÁGS. 69-92
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Lo anal y lo sexual, según
Lou Andreas-Salomé.
Una lectura desde nuestros días
*Gloria Gitaroff (Buenos Aires)
[...] la persona no escapa a su subjetividad, ni a los tiempos que la acuñan,
y mucho menos a la materia de esos
tiempos, empezando por la herida de
la palabra que al infante le provoca
el afuera.
Juan Gelman
Introducción
Sabemos que era habitual que Lou Andreas-Salomé y Sigmund Freud,
cuando se encontraban en lugares distantes, se enviaran los manuscritos en los que estaban trabajando y recibieran con mucho interés sus
mutuas respuestas. Así, en el verano de 1915, Lou 1 le hacía comentarios a su “querido señor profesor” sobre dos manuscritos que él le había enviado a tal fin (Los instintos y sus destinos y Consideraciones sobre la guerra y la muerte). En esa misma carta, le anunciaba que iba a
enviarle a su vez “un largo trabajo” (15 de junio de 1915). 2
1. Adopto el nombre de Lou para referirme a la autora, dado que ha sido tomado
por la mayoría de los autores que se ocuparon de ella, aunque se dividan en admiradores y detractores.
2. Las fechas de las cartas intercambiadas entre Freud y Lou, que se mencionan,
pertenecen a Sigmund Freud – Lou Andreas-Salomé. Correspondencia, compiladas
por Ernst Pfeiffer, de acuerdo con los datos que consignamos en la bibliografía.
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Dirección. S. de Bustamante 2311, 3º, C1425DUU, Ciudad Autónoma de Buenos
Aires. [email protected]
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GLORIA GITAROFF
Se trataba de Anal y sexual, 3 un texto complejo, por la dificultad intrínseca de la materia a tratar y porque, a pesar de su título, no solo teorizaba sobre temas relacionados con las fases pregenitales de la libido y
del erotismo anal sino sobre múltiples cuestiones.
Después de haberlo leído, Freud le contesta (18 de noviembre de 1916)
que “expresa muy hermosamente tanto su increíble finura de comprensión como su extraordinaria capacidad de síntesis de aquello que
la exploración ha discernido”. También le dice que ya lo ha entregado
a la redacción de la Revista Imago para su publicación (que tuvo lugar
al año siguiente).
Entre los ensayos psicoanalíticos más extensos e importantes de Lou
Andreas-Salomé están Anal y sexual y El narcisismo como doble dirección, dos textos estrechamente relacionados entre sí. Creo que merecen ser estudiados tanto por su originalidad como por su cualidad de
anticipación con respecto al papel del erotismo en la sexualidad y su
relación con el narcisismo.
En un trabajo anterior (Gitaroff-Guraieb, 1996), nos hemos ocupado
de analizar El narcisismo como doble dirección, donde ella hace una original reinterpretación del relato del mito, considerando que este principio estructurante freudiano es también un principio creador y que es
principalmente patrimonio de artistas y mujeres, y discrimina un “narcisismo renovador” del que denomina “narcisismo complacido”.
En esta ocasión la mirada se dirige hacia Anal y sexual, un texto
que, como veremos, Freud y Lacan mencionan; allí se amplifica la visión freudiana mediante la celebración de lo anal, encarándolo como la
producción de un “mundo” y no solamente de “objetos” propios, las heces. Como dice Angela Livingstone (1984, p. 18): “Al aceptar lo anal, la
autora canta un himno a lo genital, ya que convierte el asco en una
suerte de inspiración”.
Por último, cabe aclarar que sigue la vía trazada por Freud pero, en
tanto “discípula independiente”, aporta sus propias contribuciones
(Gitaroff-Guraieb, 1998).
Antes de entrar de lleno en la revisión de este escrito desde una mirada actual, creo que será útil visitarlo a partir de una semblanza de
la mujer que lo escribió y de su lugar de excepción tanto en el psicoanálisis como entre las mujeres de su época.
3. Los dos términos que componen este título están empleados en sentido sustantivado, por lo cual una traducción más ajustada, y que rescato para el título de este trabajo, sería Lo anal y lo sexual (según nota del editor de El narcisismo como doble dirección, Barcelona, Tusquets Editores, 1982).
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LO ANAL Y LO SEXUAL, SEGÚN LOU ANDREAS-SALOMÉ. [...]
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Lou Andreas-Salomé
Fue una mujer inteligente, bella y seductora, que había recibido
desde muy temprano una educación privilegiada en arte, filosofía e
historia de las religiones. Nacida en Rusia, su infancia transcurrió
en un palacio de San Petersburgo, ya que su padre estaba al servicio del zar. Con el tiempo hizo de Alemania su patria de adopción.
Fue hija de la Europa luminosa de fines del siglo XIX y comienzos del
XX y, anticipándose a la mujer moderna por advenir, vivió de acuerdo
con sus ideas y convicciones.
Se dice que volvía más inteligentes y brillantes a los hombres a su
vez inteligentes y brillantes con quienes se relacionaba y, por lo general, esos hombres se enamoraban de ella, con suertes diversas. Sin
embargo, el interés por este aspecto controvertido de su personalidad
y por la leyenda que se fue creando a su alrededor ha opacado tanto la
esencia de su obra psicoanalítica como sus condiciones de lúcida pensadora y filósofa, de reconocida ensayista, escritora de ficción y crítica
literaria y de teatro. Le interesaba ahondar en la comprensión del
misterio de la mujer, del amor y el erotismo, del significado del arte y
de la existencia creadora, así como de la sublimación, el niño, Dios y
la unión mística con el Todo. Los indagaba a través de sus novelas, de
sus ensayos filosóficos, de su correspondencia, de sus diarios, como si,
a la manera freudiana, sus ideas migraran de un escrito a otro mientras las iba elaborando.
Arribó al psicoanálisis cumplidos los cincuenta años, a partir de la
lectura de los textos de Freud primero, de su incorporación en 1912 a
las reuniones de los miércoles de la Sociedad de Viena después, y de una
amistad entrañable con Freud, de quien recibió el anillo que él solo reservaba a los integrantes de un reducido círculo de sus seguidores.
Esta amistad no se interrumpió hasta el fin de sus días.
En el psicoanálisis, y particularmente en el concepto de inconsciente,
encontró una nueva luz para sus ideas y para su vida. Dejó de escribir
ficción para dedicarse por entero a ser psicoanalista, a atender a sus pacientes y a escribir textos como el que nos ocupa, difíciles de clasificar,
igualmente teóricos que líricos, por momentos oscuros debido a su particular uso del idioma alemán y a su estilo de movimiento envolvente.
Si hoy mantienen un halo de otras épocas, resultan al mismo tiempo
asombrosos por su modernidad (Moscovici, 1980).
Poseía un talento especial para rescatar indicios de ideas quizá prematuras, que volverían a ver la luz incluso cuarenta o cincuenta años después. Freud mismo lo advirtió para su obra: “Salta a la vista que usted
se me anticipa cada vez y me completa [...]” (carta del 15 de junio de 1917).
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GLORIA GITAROFF
Fue considerada una de las musas inspiradoras, por lo general inteligentes y sagaces, que gravitaban en la vida de escritores y pensadores, quienes a su vez las elogiaban (Anzieu, 1980).
Sin embargo, no se adaptaba enteramente a ese lugar, ya que la palabra “musa” no formaba parte de su vocabulario y, a pesar de haber
inspirado a hombres relevantes como Rilke o Nietzsche, no anuló por
ellos su capacidad creadora (Michaud, 2001), como lo habían hecho,
entre otras, Alma Mahler o Camille Claudel.
Si Freud se lamentaba por su dificultad para comprender el universo
femenino y parecía esperar de las mujeres analistas mayor claridad
sobre la sexualidad femenina, no es un azar que la apelación a las zonas interiores sospechadas de impureza desde el comienzo de los tiempos únicamente fuera posible por las analistas mujeres.
Me ocuparé, entonces, de la parte que le correspondió a Lou AndreasSalomé en la exploración de una región donde se codean la zona impura (la cloaca) y aquella que tiene el reconocimiento oficial, la vagina.
Un antecedente de Anal y sexual: Tres cartas a un muchacho4
Quiero rescatar estas poco conocidas cartas que, editadas en forma
de libro, 5 Freud recomendaba a sus hijas y pacientes. Las dos primeras son anteriores al encuentro con Freud y, sin embargo, curiosamente
afines al psicoanálisis. En la tercera aparece ya claramente su influencia. Por este motivo, se las puede considerar un puente entre su obra
pre-psicoanalítica y psicoanalítica.
En ellas (escritas para el hijo de una amiga), se apartó del disimulo
y la moralina de su época y se anticipó al sinceramiento muy posterior
en la educación sexual de los niños.
En la primera se dirige al niño pequeño, a la manera de un cuento
de hadas, en un estilo sencillo y tierno, y le habla de la desaparición de
Papá Noel, debido a que la Navidad no es solo para Jesús, sino para todos los niños que nacieron después. Deja de lado las cigüeñas para decir, con una franqueza inusitada para su época, que no son necesarias,
dado que “los bebés crecen bajo el corazón de la madre” y se alimentan
de su pecho.
4. No existen versiones en castellano, por lo cual utilizamos la traducción de los
textos reproducidos en inglés por Levingstone, A. (ver bibliografía).
5. “Drei Briefe an eine Knaben”, concluido en 1912, durante su estadía en Viena
(carta a Freud del 3 de abril de 1931).
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También se anticipa a reflexiones de Melanie Klein, quien va a tomar como tema la historia de Papá Noel como esclarecimiento sexual
en 1921, probablemente porque Ferenczy, que conocía el contenido de
esta carta, se la transmitió a Klein. Es más, este libro de Lou sentó un
precedente en la exploración psicoanalítica de los cuentos de hadas
(Winship, 1999, p. 229).
La segunda carta merece ser citada para ejemplificar de qué modo deja
de lado la entonces habitual historia de las abejas o de las mariposas:
“[…] en el mismo lugar en que más tarde –alrededor de nueve meses
en los humanos– el chico va a nacer al mundo, el cuerpo de la mujer es accesible al varón y abre un espacio del cuerpo especial para ello, en que el
chico puede germinar y crecer; en el hombre el precioso jugo de la vida se
guarda en dos recipientes (los testículos), y su fuerza lo va a empujar
fuera de ellos, hacia el huevo femenino” (Livingstone, 1984, p. 182).
La ligazón con Anal y sexual y el psicoanálisis (con el que todavía
no se había encontrado, pero al que sus estudios de filosofía afines a
los de Freud la habían acercado) se advierte en el hecho de que dice
que, a partir de nuestra afinidad con los animales, se pasa a la diferencia mayor que nos separa de las plantas, a la distancia aun más
grande con la ameba y, finalmente, a la distancia infinita entre nosotros y la materia inorgánica.
De este modo arriba a la proximidad entre la reproducción y lo excretorio. Explica la actitud infantil hacia los excrementos, la limpieza
de lo sucio, explicando que es la experiencia sexual interior que revela
la vasta diferencia entre cosas similares, entre la cosa que engendra y
la que se corta, entre abrazar y defecar, entre el amor y la repulsión,
entre la vida y la muerte.
En la tercera carta le habla al joven ya adolescente de cómo es y cómo
aparece el sentimiento del placer sexual. Le dice que ese placer es sentido incluso por el bebé, y que se trata de algo tan importante que en la
antigüedad se creaban dioses para propiciarlo.
Además le habla del compañero, del papel que cumple en la relación
y se desliza, sin nombrarlo, hacia el tema del narcisismo. Según Lou,
el placer sexual está emparentado con la Unidad; identifica el amar
con la vuelta al Todo que una vez se disfrutó, ya que en el “útero primario” hay una unidad indivisa, y el nacimiento individual lo añora.
Conviene acotar que es precisamente la búsqueda de la Unidad con el
Todo lo que le da sentido y coherencia a toda su obra, a diferencia de Freud,
quien tendía a la síntesis, según él mismo lo expresó en una carta que le
escribió el 23 de marzo de 1930. Ella, por otra parte, interpreta siempre
desde la óptica de la pérdida del objeto o del amor, más que en función
de fijaciones o regresiones a fases libidinales (Cosnier, 1973, p. 174).
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GLORIA GITAROFF
Anal y sexual
Para escribir este texto la autora se había basado en la conferencia
“La predisposición a la neurosis obsesiva”, pronunciada por Freud en el
Congreso Internacional de Munich en 1913, al que ella había asistido.
En el primer apartado de los tres que lo componen, responde a las
críticas por el supuesto exceso de interés por la regresión anal del
grupo psicoanalítico.6 Según ella, no había tal exceso, y después del escándalo creado por “la palabra sexual”, con la que Freud había “osado
mancillar las caricias infantiles”, se “contaminó” lo sexual al referirlo
“vergonzosamente” a lo anal. Juzgaba esas críticas como un desplazamiento de la previa oposición al concepto de “sexualidad” cuando era
necesario volver, una y otra vez, sobre el complejo tema de lo anal, que
necesitaba aún ser profundizado (Anal y sexual, p. 54).
Acuerdo con ambas afirmaciones, la del desplazamiento de la resistencia y la necesidad de seguir revisando estos temas, debido a la
dificultad intrínseca de la neurosis obsesiva, que requiere correlacionar cuestiones tan diversas que van desde la disposición y el carácter
hasta las vivencias, desde la estructuración del aparato psíquico hasta
la regresión y las defensas, “en un abanico abierto a la metapsicología” (Navarro, 2004).
El primer ¡puaj! y el placer anal
Es fácil advertir la soltura con que Lou se desplaza por la metapsicología freudiana, debida seguramente a múltiples y comprometidas
lecturas y a un deseo de saber que le permite una comprensión fina y
profunda de los vericuetos teóricos y clínicos del psicoanálisis.
Pero también se observa que puede avanzar más allá, dejando a su
vez huellas que otros recogieron (o descubrieron por sí mismos después)
y advertir al mismo tiempo lo difícil que es seguirla en los meandros y
profundidades de su pensamiento.
Después de su apasionada defensa de las investigaciones del grupo
freudiano, continúa su artículo refiriéndose al placer y a la experiencia
anal. Lo hace en constante contrapunto con lo oral, pero no en los términos de placer-displacer, sino en torno al descubrimiento de sí mismo
y del mundo, esto es, desde el momento en que el infante, según la
6. Interés que se reflejaba en los escritos de Freud y sus discípulos.
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acertada descripción de Winship (1999, p. 228), es “catapultado de la
bendita unión con la madre”.
Como antes en las cartas al hijo de su amiga, vuelve a llamar la
atención sobre la importancia que tiene y las consecuencias que se derivan de la primera prohibición de sentir placer a través de la actividad anal y sus productos.
Dice: “Que los niños acaricien a los padres es perfectamente tolerado,
pero en cambio lo anal suscita ‘el primer ¡puaj!’”. Sintetiza con esta imagen, que tiene el valor de una metáfora, el rechazo de los padres hacia
la actividad anal del niño, al que instan a limitarse en su impulso y a
realizar una acción contra sí mismo, al educarlo para que sustituya la
pulsión por el hábito de la limpieza. Esta prohibición se convierte así
en el punto de partida del aprendizaje del asco en general y, si bien la
obra educativa se acaba pronto, ese asco no podrá disiparse y perdurará
toda la vida. En suma, “cuando apenas si sabe algo de sí mismo, ese niño
es inducido a realizar, en cierta medida, su primera ‘represión’7 verdadera al dominar su empuje anal” (Andreas-Salomé, 1982, p. 55). Es un
momento mítico que dejará una marca, una base sobre la que han de
instaurarse las represiones venideras. Esta situación se ve expresada
en la doble acepción del verbo utilizado, verschwinden: desvanecerse/ir
al baño (Alcalde, 1981). El verbo indica que algo se pierde, pero no definitivamente, por lo cual lo “perdido” puede volver a recuperarse.
Digamos de paso que a menudo Lou utiliza giros poéticos y extrae
del idioma los más complejos juegos de palabras o recurre a usos arcaicos, por los que ella tenía gran afición, y esto hace difícil su lectura, lo
cual puede haber contribuido a que su obra sea poco conocida.
Este “primer ¡puaj!” se produce en una etapa de la vida del niño en
que las mociones pulsionales no están separadas del universo que lo
rodea. Por ser una prohibición tan temprana, a través de ella logra conocer la pulsión y aprende a separar su propia identidad de ese exterior que ya no siente como una “pertenencia recíproca”; se le vuelve
ajeno, porque es hostil a sus impulsos instintivos. Esa hostilidad se le
hace aun más presente cuando descubre el placer que le produce la eliminación y busca aumentar ese placer. Freud, en su obra, en una de
las seis oportunidades en que, además del sentido obituario (1937a), se
refiere a Lou,8 sobre todo a este trabajo, como en la 20ª Conferencia
(1916-17) donde señala el lugar paradójico en que se ubica al niño cuando,
7. Las comillas son de Lou Andreas-Salomé.
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mientras él busca aumentar la excitación de las zonas erógenas vinculadas a la micción y la excreción, le inculcan que tales funciones son indecentes, y concluye: “En este punto, como lo señaló la sutil Lou Andreas-Salomé, el mundo exterior se le enfrenta por primera vez como
un poder inhibidor hostil a sus aspiraciones de placer, y así vislumbra
las luchas externas e internas que librará después”.
Pero antes había tenido lugar otro momento mítico, el del “recuerdo originario”, como prefiere llamar Lou a aquella primera experiencia de satisfacción, que se reedita con cada nueva carga de objeto (op. cit., p. 57).
En la experiencia oral, “que tiene como zona erógena la otra abertura del cuerpo, la boca”, el bebé va a sufrir la decepción de que el mundo
no es su cuerpo (op. cit., p. 56). Sin embargo, la experiencia oral está
acompañada por “luminosidad y dicha” porque el niño, en los casos
normales, es recibido por sus padres con un amor sin protestas, lo cual
le permite, periódicamente, restaurar aquel sentimiento. El bebé (sigue
diciendo) “está enamorado y es uno con el objeto”, en esa inefable unidad del yo y el mundo que más tarde será equivalente a la idea de religiosidad, de ser “como el bendito hijo de Dios, como un resplandor desde
la unidad originaria con los padres (la madre) hasta las últimas profundidades de la vida” (op. cit., p. 57).
De la relación con lo anal va a derivarse en cambio “el afán de saber”,
“la alegría creadora”, pero no encontraremos aquella placidez oral sino el
“odiado y desunido yo del mundo” y el sentimiento de estar aislado.
La prohibición del placer por lo anal, acompañada por “las tinieblas
debidas a la educación del esfínter”, hace que ese primer acto de ascetismo, de renuncia al placer, también tenga efectos de subjetivación al
hacerle reconocer que su “pequeño embrión de yo” es diferente de sus
impulsos y de sus procesos corporales (op. cit., p. 55).
Hay un componente de odio en lo anal y también en lo oral. El odio en
lo anal surge de la prohibición, del castigo y de la decepción libidinosa
anal por esa “herida necesaria y aparentemente inofensiva” (op. cit., p. 56).
La experiencia oral, en cambio, aunque acumula odio en el amor incestuoso, lo hace en forma secundaria; se acumula solo en forma de culpa en
los neuróticos, ya que incluso antes de que ese sentimiento llegue realmente
a brotar, el seno ya se ha acercado a la boca, reinstalándolo en aquella primera experiencia de satisfacción y en una unidad aparente con el afuera.
8. Las referencias de Freud a Lou Andreas-Salomé en su obra se encuentran en la
edición de Amorrortu Editores, en los siguientes volúmenes: VII, p. 170; X, p. 9; XVI,
p. 135; XVII, p. 133; XIX, p. 183, y XXII, p. 94.
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Lou piensa, al igual que Freud, que algo de odio es necesario para la
realización de un yo que se separa: “uno no llega a quedarse fuera de
sí mismo más que al rechazar alguna cosa, o al ser rechazado por alguna cosa”, dirá ella en el diario que escribió mientras asistía a las
reuniones de los miércoles en la casa de Freud (Andreas-Salomé, 1977).9
En lo anal, el niño “se convierte en productor, en ‘poder paternal’ al
ver que partes de sí mismo se transforman en el mundo exterior sin
que él disminuya [...] es el objeto que parte al encuentro del sujeto, más
unido a él que antes” (op. cit., p. 57).
Cuando evoca el pasaje de lo pregenital al Edipo nos lleva a pensar
en las ideas de Melanie Klein al respecto, ya que en el análisis que presenta del desarrollo del yo a partir de los conflictos anales subyacen los
conceptos de narcisismo y de ideal del yo.
Claro que el niño no se somete dócilmente a que le prohíban el placer anal, y se resistirá con mayor o menor fuerza, de acuerdo con la capacidad que tenga de tomar conciencia. Lou lo dice de esta manera: “El
yo humano se ve inmerso en la oposición, en lucha desde un principio
entre las inhibiciones exteriores y los empujes interiores, como el modo
de consumación de un equilibrio, como una manera de actuar que concilia estos dos factores. El yo logra, a través de esa oposición, la primera manifestación de su esencia, expresando de modo fundamental
la unidad de ansia y renuncia, […] y se desarrolla a favor de estas contradicciones, puesto que en esa doble relación con el mundo de ser y deber va a expresar la unidad entre la exigencia y el renunciamiento”
(op. cit., pp. 55-56).
Lo anal: “ese interesante bastardo”
A partir de las contradicciones, se dará una mezcla de autoafirmación e identificación, de tendencias yoicas y pulsiones sexuales, de antagonismos y luchas que podrán incluso fortalecer su ser y aumentar
su conocimiento de sí en ese juego entre pulsiones victoriosas y pulsiones dolorosamente derrotadas.
La pulsión derrotada se mantendrá, no obstante, fuera de la conciencia, hasta que su necesidad de reacción la lleve a aparecer en el lugar
inadecuado, generándole culpa. Sin embargo, tendrá la posibilidad de
9. Este diario fue obsequiado por Lou a Freud en ocasión de su 75º cumpleaños,
bajo la forma de libro y con el nombre de Mi agradecimiento a Freud.
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enfermar debido a ello, así como la de dirigir provechosamente ese
combate entre las fuerzas.
Aquí advertimos que introduce otra de sus clásicas preocupaciones,
que la llevan en varias partes de sus escritos a preguntarse no tanto
por qué enferma el hombre, sino más bien cómo hace para mantenerse
sano (Andreas-Salomé, 1933, p. 182).
También se refiere a lo que más tarde se llamaría relación de objeto
oral en su conexión con la “relación de objeto anal”, al decir que la experiencia oral abre la vía de relación genital y de la vivencia fusional,
mientras que la anal abre la del sentimiento de realidad, la percepción
del mundo exterior y del objeto.
Existen otras anticipaciones cuando, a partir del hallazgo de Freud
acerca de que la inhibición de la libido en la psicosis proviene de las fases más tempranas del desarrollo, ella agrega que “las enfermedades
más graves quizá sean aquellas en cuyas profundidades y abismos se
despiertan recuerdos de este tipo (se refiere a los inconcebibles afectos
originarios) aunque aparezcan ante nosotros con un rostro muerto, ya
que en general están privados de lenguaje para nuestro entendimiento”
(op. cit., p. 58), y vemos que se anticipa a lo originario de Laplanche y
a un debate que está en el centro del psicoanálisis contemporáneo, lo
de lo representado, lo no representado y lo irrepresentable en el psiquismo, que toma también Green (Marucco, 2007).
A su vez, cuando sigue diciendo que “existen influencias provenientes de esa esfera, incluso en la existencia más normal y corriente”, que
considera oculta para los demás y aislada en nosotros mismos, nos parece encontrar aquí un atisbo de lo que más tarde Marucco (1999) llamará “zonas psíquicas”.
Recapitulando, digamos que, en un primer momento, el niño se encuentra en unidad con el mundo; después, a partir de la prohibición del
placer anal, se separa y confronta para luego volver a entrar en ese
mundo. Finalmente sobrevendrá la etapa del autocontrol, y el placer
derivará del manejo autónomo de sus productos, mediante la retención
y el desprendimiento de las heces.
Le adjudica tanta importancia a esta etapa como para considerar que
el éxito para regular la actividad anal está absolutamente relacionado
con el éxito para vivir. Dice que la vida (desde lo biológico y desde lo
psíquico) consiste en introducir sustancias dentro del cuerpo y desalojarlas de él, y agrega que los excrementos, por los cuales se siente un
especial disgusto, se vuelven la representación de lo repugnante, lo ajeno,
lo muerto e inorgánico, el no-yo. Capaces como somos de rechazarlos,
nos volvemos también capaces, a través de nuestro poder de simbolización, de rechazar con la misma impunidad lo que arrastramos fuera: la
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muerte, mera materia (lo que Lacan llamaría más tarde “objeto a”).
“¡Qué contraste entre el regalo y lo exonerado [las heces], el futuro y la
transitoriedad!”, y sin embargo [...] “se tocan insensiblemente” (op. cit.,
p. 67). Solo cuando algo anda mal en este proceso aparecen los sentimientos de culpa, como dirá más adelante.
Lo anal, “ese interesante bastardo” (op. cit., p. 60), condensa el desprecio más allá del autor, en el objeto en sí (representante de lo repudiable) y un desagrado que es una renegación (Verleugnung). La línea
demarcatoria entre la vida y la muerte pasa por lo anal, y así se aventura Lou hacia la futura segunda tópica, planteando la original idea
del origen anal del superyó.
En suma, muestra la importancia del erotismo anal: a) en la constitución del mecanismo de la represión, fiel en esto a afirmaciones freudianas que se remontan a 1897; b) en la elaboración del juicio de realidad y de objetivación del mundo externo, precisamente a favor de la
constitución de la represión; c) en la delimitación yo-mundo exterior,
pero también en la delimitación del objeto bueno y el objeto malo y, por
último, d) en la oposición yo-no yo y su valor estructurante.
El “primer ¡puaj!” no solo tiene que ver con el desarrollo del individuo sino también con la cultura, ya que, según señala la autora, para
Freud la cultura tiene sus raíces en las importantes experiencias más
tempranas y en sus vinculaciones subterráneas con la esencia de toda
producción, en que el interés investigativo del niño girará inicialmente
y sobre todo alrededor del problema de dónde salen los niños.
Para Freud, la renuncia a los instintos no es natural y se realiza en aras
de la cultura. Esta dupla, Naturaleza-Cultura, es la historia de la humanidad, históricamente reprimida y sublimada. Lou no es reduccionista con
respecto a la cultura, sino amplificadora en relación con la infancia, y agrega
que “el renunciamiento a los instintos” es la operación de base del “progreso en la espiritualidad, y esto nos lleva a preguntarnos: ¿es que la comanda una represión, o implica, como ella lo ha remarcado, más bien un
“desplazamiento”? En todo caso, un desplazamiento que crea otra realidad, ya que no se cortan las fuentes pulsionales sexuales.
Según Lou, los problemas de la sexualidad pueden tener su origen
en los conflictos anales, en esa confusión entre la realidad y el símbolo,
que llevan a retornar a ese estadio, ya sea por una prohibición originaria excesiva, y por lo tanto amenazante, o porque algo de ese placer infantil se instaló más tarde como inhibición, o porque fantasías patológicas recurren a estas vivencias tempranas para descargarse en ellas.
Cuando la transición progresiva de lo sexual infantil a la vivencia
de la madurez está inhibida hay casos felices que desembocan en la
creación; otros derivan en la enfermedad, como “cuando se idealizan
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objetos o subliman pulsiones, siempre queda algo soterrado, apartado
como en una tumba, reprimido” [...] pero también “está desterrado”
(op. cit., p. 74).
Merece mencionarse que su interés por el misterio de la creación se
acrecentó en ella a partir de su relación con Rilke y su deseo de encontrar la forma de ayudarlo en sus padecimientos neuróticos. Le daba un
enorme valor a todo tipo de creación (la del pensamiento, del arte o de
la acción), por ser “un método para unir nuevamente el mundo del objeto con el sujeto” y de reconciliarlo con “ese mundo” en una unidad que
los enlazara de un modo diferente de la procreación; de “complementar
aquello que fue prohibido y reprimido por haberse quedado en lo infantil y subjetivo”.
Considera que al parecer las personas de lo más comunes pueden lograr una delicada armonía sexual, mientras le resulta más difícil a un
ser más elevado, como si tuviera que cumplir con “una exigencia demasiado arrogante por parte del espíritu: la de ser lo menos cuerpo posible”. De este modo “se complementa aquello que fue prohibido y reprimido por haberse quedado en lo infantil y subjetivo” (op. cit., p. 74).
Llama a esas personas “sublimantes”; son las que orientan su fervor a
metas asexuales, aunque la obra de los creadores sea enriquecedora
para los demás y les permita tener en la obra su descarga. Pero, concluye, “no hay un camino que vaya de ‘sublimación’ a ‘sublimación’” (Ronanduano, 2007).
Pienso que quizás aluda a la sublimación como un ejercicio solitario; el placer de sublimar no se puede compartir, aunque el resultado
obtenido sí pueda ser disfrutado por los demás.
Rasgos del carácter anal
Continúa diciendo que una vez que se le revela al niño la eterna y
nueva dualidad del mundo y del yo, la dualidad volverá, reconciliada,
renovada en el placer de la terquedad. Se introduce así en el tema de las
características de “tenacidad y avaricia”, que Freud (1908b) le había
adjudicado al carácter anal, ambas derivadas de aquel placer anal que
sobrevivió, aunque sublimado, y que se dirige al mundo exterior, convertido en algo extraño que nos hace frente. “Ante él [el mundo exterior]
es preciso huir hacia el ego, defender la propia piel [...]” (op. cit., p. 56).
Contra ese placer sublimado en tenacidad y avaricia, se vuelve la tercera característica del carácter anal, “la pedantería (también en su forma
de hipermoralidad)” volcando su hostilidad en lo externo.
El asceta, detenido en aquella prohibición, es “un individuo pobre
de instintos que busca hacer de la pobreza una virtud”, incapaz de su-
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blimar, porque para sublimar no hacen falta, según nos dice de los ascéticos, los que se abstienen, sino, por el contrario, los que alcanzan alguna cosa; son ellos los que logran que lo psíquico no esté escindido a
nivel conceptual.
Síntoma neurótico y culpa
Lou cierra el primer apartado de este trabajo (op. cit., p. 63) enlazando el sentimiento de culpa a las prohibiciones a que se somete el pequeño yo, puesto que, en lo anal, hay algo doble: la realidad y el símbolo. Por un lado, el placer primitivo que se va a incorporar a la sexualidad
genital, y por otro, el símbolo en tanto “elaboración simbólica de lo vaciado, de lo despojado de todo contenido de realidad, como manifestación de repudio” (op. cit., p. 61). La confusión entre realidad y símbolo
puede desembocar también en problemas de la sexualidad adulta, cuando
lo que seduce y lo sucio se unen; lo bello de la vida se vuelve sospechoso
precisamente porque es bello; lo eternamente muerto contamina lo
vivo (¿tal vez una manera de hablar del “muerto vivo”, término que
Freud va a introducir recién en el Moisés?), y lo contamina al principio
“como con sigilo, con disimulo”, hasta llegar a la culpabilidad inconsciente cuyo prototipo, para Lou, es lo anal, y solo conocemos nuestros
deseos si los miramos con “arrepentimiento” y buscamos una penitencia para “purificarnos” de ellos (op. cit., p. 63).
Si la prohibición de lo anal fue demasiado amenazante, o la analidad
no se pudo incorporar a la sexualidad adulta, o si la fantasía patológica
recurrió a vivencias tempranas para descargarse, no habrá mezcla de tendencias “y el ser entero se empobrecerá”. Tampoco se podrá separar lo
anal (como algo propio de la infancia que pasa a la vida adulta) de lo anal
como imagen permanente de lo sucio, de lo repudiable (op. cit., p. 62).
Aporta sus ideas sobre las perversiones en relación con la sublimación y dice que también marcan un camino. Es quizás “en las perversiones más repugnantes” donde se realiza una parte del trabajo psíquico, al cual uno no le puede negar, a pesar de su horrible resultado,
el valor de una “idealización de la pulsión”.
La familiaridad y originalidad con que ella se mueve dentro de las
ideas psicoanalíticas se advierte cuando califica a las pulsiones parciales de “semi exiliadas”, que vuelven a la superficie del cuerpo cuando
son llamadas por el centro de madurez, en la genitalidad, “como hijas
de una misma familia, [que] se reúnen alrededor del mismo festín, y
llevan su embriaguez a las regiones más remotas y más superficiales
de las provincias del yo” (op. cit., p. 71).
Las pulsiones parciales, “copia reducida del desarrollo amoroso com-
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GLORIA GITAROFF
pleto”, no son solo engranajes que se centralizan, sino que esa centralización invade tales engranajes y se apodera del yo.
A estos engranajes, dice, a veces se los llama “sublimaciones”, pero
ella alerta acerca de que entonces no le falta tanto sublimación como
libido, y aboga por la embriaguez en la relación sexual, ya que cuando
esto no sucede, como en el neurótico, se produce una serie de “renuncias que equivalen a una mutilación”, aunque esto no sea evidente, al
enlazarse con la “superficie de la vida práctica” (op. cit., p. 72).
Coincide con Freud al destacar cómo el sentimiento de culpa se encuentra siempre en el fondo de todo síntoma neurótico y agrega que,
aunque se suele adjudicar este sentimiento a acciones conscientes, el
que lo sufre suele advertir con extrañeza que tales acciones son muy
inofensivas como para provocarlo. Es que se trata de un sentimiento
que tiene raíces más profundas, ya que proviene de “la violencia de las
prohibiciones tempranas, desplazadas cada vez más a ocasiones sustitutorias”. Aquellas prohibiciones arrancaron al niño de su omnipotencia y lo arrojaron a “un sentimiento que perfora su nada”. Pero, para
profundizar en su comprensión, hay que remontarse al dualismo yo-conciencia de su existencia, y en esto se diferencia de Freud, en pos de algo
que, como dijimos, atraviesa y está presente en toda su obra, la búsqueda de la Unidad, y dice que “ese dualismo solo puede imponerse, no
obstante, en el contexto con el Todo, ya que la existencia está aislada
en sí misma y, simultáneamente, es Una con el Todo” (op. cit., p. 63).
Tanto la culpa como la enfermedad tienen su origen en esa doble
raíz de la esencia humana, en que la vida (op. cit., p. 65) se desarrolla
en los repliegues consigo misma y, en lucha entre pulsiones opuestas,
se escinde frente a la culpa. A veces se entrega al pathos del dolor (al
que tenemos un derecho inalienable) y otras veces aparece el asco de
los pecados, o “la enfermedad que intoxica” (op. cit., p. 64) como un modo
de reconocer la lucha de fuerzas opuestas, entre compulsión y defensa.
El sentimiento de culpa, que parece tener su origen en acciones inconfesables, y que en parte tienen que ser expulsadas de la conciencia
para unirse a “lo negado, desvalorizado, cuyo símbolo clásico es lo anal,
y en el que no nos atrevemos a reconocernos” (op. cit., p. 63).
Así sucede con los neuróticos, “esos maestros en el arte de sentirse
culpables, esos seres sumamente arrepentidos”, como dice Lou con una
penetración no exenta de humor.
“El abrazo de los sexos”
Parece oportuno rescatar esa frase del segundo apartado del artículo
(op. cit., p. 66) referida a la “experiencia genital”, a la cual le es cercano
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el erotismo anal en sus dos aspectos, por la proximidad entre los genitales y el ano (separados pero a la vez ligados entre sí) y por la semejanza
de ambos en la experiencia.
Comienza por referirse a la analidad no domesticada de los animales, que valoran siempre de la misma manera sus excreciones y las de
sus semejantes, husmeándolas y adjuntándolas a las propias. A partir
de una idea freudiana que a ella sin duda le era familiar y que más tarde
pasó a formar parte del capítulo 4 de El malestar en la cultura (1930a)
Lou dice que tal vez los pueblos primitivos tuvieran una sexualidad si
se quiere más “animal” que la que advendría con el correr de los siglos,
pero a la vez era conjurada (como lo es toda libertad) por medio de costumbres rígidas y ceremoniosas.
No solamente en las fases del comienzo hay tanto de parentesco entre las disposiciones anales y genitales, sino que permanecen una vez
alcanzada la madurez genital. Si se perturba esa proximidad se producen, con una apoyatura somática, ciertas regresiones de los eróticos anales (op. cit., p. 67).
Hace un paralelo entre el placer que proporciona controlar el impulso
anal y el genital. Más aun, considera que la proximidad de la función
anal es una ventaja para el acto sexual.
En tanto lo anal simboliza la muerte, en el sexo se estimula la vida
confrontándola con la muerte, este costado ajeno a nosotros, que hemos rechazado, pero que le da más fuerza a la vida.
“La sexualidad genital se acumula en el centro genital, únicamente
para afectar, desde ese centro, a toda su periferia, y poseerla” (op. cit.,
p. 67). Apenas en el comienzo de su carrera el erotismo anal se vio “recluido en un rincón, [...] excluido de toda la evolución posterior. La sexualidad genital, en cambio, arrolla con todas las prohibiciones” para
aumentar su placer, como lo hubo aprendido al principio del placer anal.
En general sucede una mezcla de transformación y represión. Las pulsiones se impondrán, aunque ocultas ante la prohibición, comenzando
por “un sigilo, un disimulo hacia el mundo externo”, en un sentimiento
de culpabilidad que se manifiesta en repugnancia, remordimientos y,
finalmente, en un síntoma. En consecuencia, para Lou lo anal no reconocido es el prototipo del sentimiento de culpabilidad inconsciente.
El arriendo de una zona a otra
Dentro de las citas de Lou Andreas-Salomé que utilizó Freud en su
obra hay dos que se refieren a la frase de Anal y sexual donde ella habla del arriendo de una zona a otra. Allí dice: “No en vano el aparato
genital se halla tan próximo a la cloaca (en la mujer podemos decir que
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está arrendado a esta)10 e incluso en la técnica primitiva de su aparición, los avances e impulsos periódicos se asemejan totalmente entre
sí” (op. cit., p. 67).
En primer lugar, en una nota agregada en 1920 a Tres ensayos…,
resume lo central del trabajo de Lou, del cual dice que “ahonda extraordinariamente nuestra comprensión del erotismo anal” y menciona la vecindad del aparato genital a la cloaca, que “en el caso de la
mujer no hace sino tomarle terreno en arriendo”.
Freud vuelve a mencionar la misma frase en la 32ª Conferencia de
1933 al decir que “el interés muy posterior hacia la vagina es principalmente de origen erótico-anal. Lo cual no es asombroso, ya que la vagina misma, según una feliz expresión de Lou Andreas-Salomé, ha tomado terreno en arriendo al ano”.
Pensamos que Freud debe de haber encontrado que Lou, debido a
su condición de escritora, puso palabras más representativas a su idea
de la transposición de representaciones de objeto parcial, en tanto los
orificios de las zonas erógenas son sustituibles unos por otros (como
por ejemplo, figurarse la vagina como una boca).
Pero quizás ella estaba diciendo también otra cosa, al designar con
ese arriendo, más que una transposición de representaciones, una comunicación directa de erogeneidad.
La cloaca es entonces designada como una zona erógena marcada por
la confusión de sensaciones eróticas, debido a la transmisión de la ola
ondulatoria de una mucosa a la otra. En una carta a Freud (26 de diciembre de 1924), Abraham ya había formulado la hipótesis de que
“las contracciones que surgen en la vagina están vinculadas de alguna
manera con contracciones del esfínter anal”.
En el Congreso en Ámsterdam de 1960 sobre La sexualidad femenina, Françoise Dolto osó evocar el goce de las mujeres por la penetración anal, y se arriesgó a que Lacan la tratara de culottée (descarada).
Esta anécdota es reveladora de un voto cuasi religioso de control anal,
que tanto Freud como Lacan testimoniaron: el de reducir el placer de
la erogeneidad mucosa difusa de la mujer a las representaciones eróticas de tipo anal o de tipo fálico, como un modo de reaseguro ante la angustia de castración de los hombres, contrainvistiendo el terror al goce
femenino.
Es interesante este testimonio de Shaeffer (1995, p. 888), así como
el valor que le otorga dicha autora a “esta confusión-difusión-efusión
10. La cursiva me pertenece.
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de la onda vibratoria que recorre todos los espacios del cuerpo y del
psiquismo femenino, como una de las riquezas del erotismo femenino
esencial para el desborde pulsional que constituye el goce femenino, vivencia fuera de las fronteras, fuera de los límites del Yo”.
Después de todo, la interioridad femenina, tan recelada a través de
los tiempos, tiene aún algo de misterioso, sobre todo en lo que respecta
al goce femenino. Como decía Lacan (1987), “la naturaleza del orgasmo
vaginal conserva su tiniebla inviolada dejando aparte la famosa ‘toma
en arriendo’ de la dependencia rectal en la que la señora Lou AndreasSalomé tomó posición personal [...] [‘las representantes del sexo’] se han
atenido generalmente a metáforas, cuya altura en el ideal no significa
nada que merezca preferirse a lo que el primer llegado nos ofrece de una
poesía menos intencional”.
“El compañero”
Lou no solo rescata el papel de la analidad en la genitalidad, sino también en la sexualidad solitaria y el autoerotismo, y (tal como en la tercera
carta al joven) también recalca el valor del objeto amoroso (pp. 69-70).
“El compañero” cumple múltiples funciones: existe para la satisfacción sexual, pero también para enjuiciarla, controlarla y establecer
una posible defensa por parte de la conciencia. La presencia del partenaire es para ella la diferencia esencial entre el erotismo anal ligado al
autoerotismo y el genital de la sexualidad madura en la cual “el goce
solo se inicia al romperse el aislamiento”. La vergüenza y el asco del
erotismo anal se reencuentran en el erotismo genital, donde son exacerbados por la presencia del compañero y se superan con su complicidad y por ser la persona a la cual va dirigido el pudor. El éxtasis, la embriaguez sexual, es tan pujante, tan global, que suprime las reacciones
de vergüenza, de repudio a lo anal y no se puede manifestar sino como
“una gota que se vuelve amarga o que, por lo contrario, inflama”. El
cuerpo se borra al entremezclarse con el otro cuerpo.
Pero también dice que, “salvo la ilusión de una compenetración mutua, el éxtasis momentáneo del acto sexual suprime, por así decirlo, al
otro y cuando los amantes vuelven en “sí” el compañero demuestra
–con un poco menos de distancia– ser alguien por sí mismo, estar dotado de vida independiente” (op. cit., p. 70).
Por momentos, parece escribir como si mezclase la teoría con la experiencia, “entrecruzando la metapsicología y la clínica del amor” (Moscovici, 1977) con una sexualidad viva y gozosa, de la que probablemente no debe de haber estado exenta, como cuando dice: “En el momento
culminante de la sexualidad nuestro deseo, que adormece la concien-
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GLORIA GITAROFF
cia, no ve más que la ilusión desenfrenada de una comunicación, de
una impregnación recíproca, de un momento de éxtasis [...]”. La poesía
que recubre esa experiencia también resuena en frases como esta: “En
última instancia, es como si uno no se poseyera tanto por medio del
cuerpo como a pesar de él”.
Este rechazo del cuerpo en la comunicación se refiere al sentido erótico anal de antaño, a lo que habíamos aprendido a rechazar como lo
muerto, el no-yo, el excremento, “y ante el cual volvemos a encontrarnos, tal vez precisamente en el momento culminante del amor, como en
un recuerdo oscuro, como ante una parte que nos ha sido sustraída de
la vida” […], op. cit. p 70.
Se refiere también a aquellas personas que orientan toda la fecundidad a sus metas asexuales, como si detentaran una pequeña insuficiencia en la evolución total, y se dedica a rehabilitar las pulsiones parciales y la función de las zonas erógenas “que nuestros sentidos han
eludido y que llegan a desarrollarse de un modo que les da derecho de
ciudadanía”. Concluye este apartado diciendo que aquello que fue prohibido y reprimido por haberse quedado en lo infantil y subjetivo y que
no parece tener cabida en la vida sexual se ubica en “el papel de Cenicienta entre sus hermanas que, más respetadas, representan la gloria
y la dignidad de la casa [...]; algún día le llegará la gran hora y será llevado a una dorada carroza [...]”, es decir, a formar parte por derecho
propio del placer en la relación sexual adulta.
Hacia El narcisismo como doble dirección
Así como en el primer apartado se refería a las resistencias al reconocimiento del concepto de sexualidad (por vía del rechazo a la analidad), cierra el tercero y último con la crítica a otra forma de oposición
al psicoanálisis que se gesta desde dentro del movimiento psicoanalítico, a través de desvirtuar la esencia sexual de la libido.11 Aunque lo
central parece ser tomar partido en la polémica entre el maestro y sus
discípulos disidentes (que tantos sinsabores le proporcionó a Freud, y
que ella vivió tan de cerca), no es un capítulo aparte, sino que está imbricado en lo que venía escribiendo en los anteriores, los completa y
avanza en cuestiones del narcisismo.
Se pronuncia contra el “optimismo ascético” de Jung y el “pesimismo
irónico” de Adler (op. cit., p. 78). Dice: “Si Jung amenaza la esencia se-
11. Este fenómeno puede observarse también hoy en aquellos análisis donde no se
toma en cuenta la sexualidad, como expresión de las resistencias del analista.
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xual de la libido, interpretaciones como la de Adler amenazan con asesinarla” (op. cit., p. 84).
Estigmatiza con argumentos muy sólidos a los dos, y especialmente
a Adler, por apostar “demasiado a la carta filosófica” y por considerar
al individuo solo “como una criatura consciente” (op. cit., p. 78). Se muestra como una cuidadosa conocedora de la obra de ambos y enlaza su
crítica a Jung, con lo que venía exponiendo en los apartados anteriores, cuando dice que la teoría junguiana “se inclina hacia lo moralista
antisexual, equiparando lo sexual con lo sucio” y que lo formulado y lo
odiado, al proceder de la analidad y ser reprimidos, son empleados de
manera simbólica, a través de parábolas.
En cuanto a Adler (a cuyas reuniones había concurrido por un
tiempo)12, lo critica porque no moraliza la sustancialidad de la libido originaria, como Jung, sino simplemente la suprime (op. cit., p. 79).
Dice, por otra parte, que Freud acota su campo de investigación, reserva su propio método para lo psíquico y tiene el derecho de dejar
atrás los problemas residuales, en lugar de permitir que se ocupe de
ellos una disciplina extraña que no acepte la particularidad del psicoanálisis (op. cit., p. 81).
Pero no se trata, sin embargo, solo de una defensa de la teoría freudiana, sino que Lou no abandona su preocupación principal, la de la
Unidad con el todo, como cuando dice que “en nuestra organización
psíquica la libido permanece siempre como un sustituto original de
este ser único original”.
Revisa también algunos puntos de Introducción del narcisismo, dedicados a la libido narcisista y a su relación con la libido objetal. Remarca el valor de frontera que tiene este concepto, para evitar que se
desborde sobre lo biológico, o sobre la especulación filosófica.
En este capítulo se advierte el enlace con su trabajo El narcisismo
como doble dirección, en primer lugar citando el pensamiento freudiano
y luego con sus propias elaboraciones.
Cita a Goethe cuando dice: “En el placer yo ‘languidezco del deseo
de desear’”, buscando que el poeta diga por ella que una vez satisfecho
el placer, el deseo se aquieta, y esta, a mi modo de ver, es la esencia de
la sexualidad para Lou, en ese juego entre lo dual y el retorno a sí misma.
Concluye el artículo precisamente con la noción de narcisismo (op.
cit., p. 81) y considera (aludiendo a su lectura personal del concepto) que
12. Fue en 1912, hasta que Freud la puso al tanto de las diferencias insalvables
que había entre ambos y Lou optó por continuar en las reuniones de los miércoles en
casa de Freud.
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la diferencia entre el concepto tal como ella lo ve y el concepto freudiano “radica en que no se convirtió en una señal fría y muerta, sino
que se transformó, de cara a mi vivencia interna, en un árbol cuyos
frutos recojo para llevarlos a mi propio jardín”. En otras palabras, el
refugio en el narcisismo no deja crecer el árbol de la experiencia que,
después de la efímera satisfacción, es la vuelta a sí misma, donde crece
el árbol, y se encuentra con el deseo de desear.
Palabras finales
El epígrafe que he elegido condensa la doble intención que he tenido al escribir este trabajo, al delinear la personalidad de Lou Andreas-Salomé, como dice Gelman, de los tiempos que acuñaron su subjetividad y también, desentrañar su intrincado pensamiento acerca
de “la herida de la palabra que al infante le provoca el afuera”, esa
palabra que lo incluye en la cultura y en la primera represión, ese
“primer ¡puaj!” que señala el sendero por el cual se instalará en su
propio placer.
Creo que vale la pena rescatar Anal y sexual, tan poco frecuentado,
no solo por sus hallazgos y el modo como los enlaza y presenta sino, sobre todo, porque mientras Freud se preguntaba qué quiere una mujer
(y otros psicoanalistas se lo siguen preguntando aun hoy), una mujer
contemporánea a su época se lo estaba diciendo y, a juzgar por el olvido
de su texto, sigue sin ser escuchada.
Al escribir no solo desde la teoría sino desde la versión poética de la
experiencia misma, el artículo es doblemente inquietante: por hablar
de lo anal, que hace evocar en el lector los ecos borrosos del “primer
¡puaj!” de su vida, y porque siente a Lou más cercana al “abrazo de los
sexos” que si lo hubiera hecho desde la fría teoría, entrecruzando la
metapsicología y la clínica del amor, en un texto de un lirismo extraordinario (Moscovici, p. 16).
No se tiene, sin embargo, la impresión de que se arriesgue a hablar
de ella misma, pero sí de que habla desde su propia experiencia, tal como
hizo Freud, aunque solo al confiarnos sus sueños. Quizá por eso su escrito tiene la fuerza y al mismo tiempo inspira la desconfianza que otorga
teorizar sobre la propia experiencia, pero es indudable que las ideas de
Lou son coherentes con su vida, tanto intelectual como erótica.
Mi agradecimiento a Adriana Guraieb por su inapreciable colaboración, y a Daniela Rodrigues Gesualdi por la traducción del inglés de los
textos no disponibles en castellano.
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Resumen
La autora reflexiona sobre Anal y sexual, un artículo central de la producción psicoanalítica de Lou Andreas-Salomé (que fuera mencionado por Freud
y Lacan).
Destaca la continuidad de sus ideas enlazadas intuitivamente al psicoanálisis que conocerá después, analizando su libro Tres cartas a un muchacho, escrito sobre el despertar sexual, cuya lectura recomendó Freud a sus hijas y
pacientes. Allí esboza ideas que luego volcaría en Anal y sexual y más tarde
en El narcisismo como doble dirección.
La autora señala el carácter anticipatorio de las ideas de Lou que surgirían en autores venideros, como Melanie Klein, Winnicott, Lacan y Laplanche, entre otros.
Enumera las distintas citas de Lou Andreas-Salomé por parte de Freud, quien
remarcó especialmente su idea del “arriendo” de una zona erógena por otra.
Según la autora, este texto es más abarcativo que lo que su título sugiere,
ya que analiza la regresión anal y su relación con el narcisismo. Amplifica la
celebración de lo anal como la producción de un “mundo” y no solamente de
“objetos propios”, las heces; resalta como momento estructurante para el yo y
su mundo el primer rechazo de los padres del impulso anal del niño o “primer
¡puaj!”, sus lazos con la regresión y la sublimación y sus huellas en el amor genital. No está escrito solo desde la teoría sino desde la versión poética de la experiencia misma, lo cual vuelve al ensayo doblemente inquietante: por hablar
de lo anal, que hace evocar en el lector los ecos que aún vibran de aquel reprimido “primer ¡puaj!” y por hablar del amor genital desde sus propias vivencias
(tal como hiciera Freud, aunque únicamente al relatar sus propios sueños).
La autora considera que Lou escribe, sobre todo, desde su propia feminidad,
y mientras Freud se preguntaba qué quiere una mujer (pregunta que resuena
aun hoy), precisamente una mujer, su contemporánea, se lo estaba manifestando y, a juzgar por el olvido de su texto, aún sigue sin ser escuchada.
DESCRIPTORES: ESCLARECIMIENTO SEXUAL / ANALIZAR / PROHIBICIÓN / PLACER / ASCO
/ SENTIMIENTO DE CULPA / GENITALIDAD / EROGENEIDAD / NARCISISMO
Summary
THE ANAL AND THE SEXUAL, ACCORDING TO LOU ANDREAS-SALOMÉ.
A READING IN OUR TIMES
The author reflects on Anal and Sexual, a central article in the psychoanalytic
production of Lou Andreas-Salomé (which was mentioned by Freud and Lacan).
She underscores the continuity of her ideas, intuitively connected to the psychoanalysis that she was to learn subsequently, analyzing her book Three Letters
to a Boy, written about sexual awakening, whose reading Freud recommended to his daughters and patients. In it, she outlines ideas that she later develops in Anal and Sexual and then in Double Direction of Narcissism.
The author points out the anticipatory character of Lou’s ideas, which emerge
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GLORIA GITAROFF
in the works of later authors, such as Melanie Klein, Winnicott, Lacan,
Laplanche and others.
She enumerates the different quotes from Lou Andreas-Salomé by Freud, who
especially highlighted her idea of the “rental” of one erogenous zone by another.
The author considers that this text encompasses more than what its title suggests, since it analyzes anal regression and its relation to narcissism. It broadens the celebration of the anal as the production of a “world” and not only
“the child’s own objects”, the feces; it emphasizes the parents’ first rejection of
the child’s anal impulse, the “first ugh!”, as a structuring moment for the ego
and its world, its connections with regression and sublimation and its traces
in genital love. It is written not only in terms of theory but in the poetic version of the experience itself, which makes this essay doubly unsettling: because
it discusses the anal, evoking in the reader the still vibrant echoes of that repressed “first ugh!” and because it discusses genital love in her own experience (just as Freud did, but only when he narrated his own dreams).
The author considers that Lou writes, particularly, on the basis of her own feminity and that while Freud was asking what women want (a question that
continues to resound today), a woman precisely, his contemporary, was manifesting it and, judging from the forgetting of her text, still goes unheard.
KEY
GUST
WORDS: SEXUAL ENLIGHTENMENT
/ ANALYZAND / PROHIBITION /
/ GUILT FEELING / GENITALITY / EROTOGENICITY / NARCISSISM
PLEASURE
/
DIS-
Bibliografía
(La versión de Anal y sexual que corresponde a las citas de este trabajo ha
sido la publicada por Siglo XXI Editores, pero la hemos cotejado con la de
la Revista Imago de Buenos Aires y con el texto original en alemán).
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XXI Editores, p. 8.
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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de enero de 2008)
REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 1, 2008, PÁGS. 69-92
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