ENTREVISTA AL HISTORIADOR BRITÁNICO HENRY FINCH POR

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ENTREVISTA AL
HISTORIADOR BRITÁNICO HENRY FINCH
POR JORGE REBELLA
El prof. Henry Finch nació en Inglaterra en 1941. A los efectos de elaborar su tesis de doctorado sobre el
estudio de la economía uruguaya desde 1870,residió en Montevideo a partir de 1967 y luego ha retornado
muchas veces.Su tesis fue publicada por la Editorial Banda Oriental en 1980 con el título "Historia
Económica del Uruguay Contemporáneo"; también es autor de varios trabajos sobre la historia económica
del Uruguay. El texto que publicamos a continuación es una entrevista que le realizara el prof. Jorge Rebella,
via Internet, en febrero de 1999. Agradecemos al prof. Henry Finch y al prof. Jorge Rebella la autorización
para su publicación en "La Gaceta".
¿Está escribiendo una edición actualizada de su libro "Historia Económica del Uruguay Contemporáneo"
que, pese a estar agotado, es un texto de consulta obligatoria en esta disciplina?
Sí. Espero que la segunda edición estará finalizada para fines de 2001. Sin embargo, aún no he conversado
con los editores, quienes pueden juzgar si hay suficiente demanda que amerite la publicación. Su primera
edición se hizo bajo condiciones difíciles. Era imposible, por ejemplo, siquiera mencionar al régimen militar,
y mucho menos analizar su significación. Asimismo, la versión en inglés incorporó una serie de cambios
recomendados por otros historiadores que habían leído el manuscrito original. Mi intención es adecuar la
nueva edición a la versión en inglés, con capítulos adicionales que cubran el período entre 1970 y el
presente.
¿Qué clima político se vivía en Montevideo mientras Ud. preparaba la "Historia Económica del Uruguay"?
Llegué a Montevideo en 1967, poco antes de la muerte del Presidente Gestido, y viví aquí hasta mediados de
1969. En un período de enorme tensión e incertidumbre pese a que el golpe de Estado no se produjo hasta
1973 (desgraciadamente el año en que regresé por primera vez al Uruguay), la decadencia de las
instituciones ya era evidente. Por supuesto, muchos factores contribuyeron a la creciente conflictividad
social. A medida que la situación económica se deterioraba, se percibía un progresivo sentimiento de
frustración por la falta de reformas estructurales que se creían necesarias. Dentro de amplios sectores
-aunque minoritarios- existía una convicción cada vez más acentuada en la necesidad de un cambio radical
para que el país pudiese poner fin al estancamiento sin abandonar la distribución relativamente equitativa del
ingreso. Esa convicción se nutría en un torrente de publicaciones al igual que en los editoriales del Dr. Carlos
Quijano en el semanario Marcha. Políticamente todo esto condujo a la aparición del MLN-Tupamaros y a la
creación del Frente Amplio en 1970. Las tensiones del gobierno de Pacheco Areco se sucedieron con las
angustias de la dictadura.
No era un contexto fácil para un investigador extranjero. El Uruguay -o, al menos, aquellos sectores con los
cuales estuve en contacto- parecían estar absortos en sí mismos. Para un "outsider" el país daba la
sensación de ser un tanto provinciano, aislado y sospechoso del mundo exterior. O quizás no tenía las
capacidades para una integración personal más completa.
¿Cuáles son las principales diferencias que ha percibido a nivel local entre esa época y ahora?
Treinta años más tarde, los grandes cambios que visualizo están en los niveles de tolerancia, apertura y
conciencia. (Y discúlpeme si esto le parece algo condescendiente.) En el contexto polarizado de los años
sesenta, las diferencias políticas impedían que muchos de mis amigos discutieran entre sí. Ahora veo que
las ideas se expresan y debaten mucho más en base a sus propios méritos y aquellos que se mantienen
inflexibles en sus opiniones y modelos dogmáticos parecen estar más a la defensiva. Sé que esta apertura
todavía tiene límites y que hay elementos de la sociedad que, por su propia voluntad, permanecen ajenos al
diálogo nacional de igual modo que hay asuntos de la reciente experiencia del país que permanecen ocultos.
Pero el profundo silencio de aquellos años trágicos impusieron una revalorización del proceso democrático,
incluyendo la importancia de que todas las voces sean oídas. El retorno de los exiliados de la década de los
setenta también ha contribuido a demoler el provincialismo del Uruguay. Y, por supuesto, los cambios
tecnológicos en materia de telecomunicaciones ha modificado totalmente la vida intelectual y comercial del
país.
¿En qué etapa de transición hacia una economía de mercado ubicaría al Uruguay actual?
No acepto la premisa de su pregunta referida a que se habrá de llegar a un cierto punto donde pueda decirse
que el Uruguay se ha convertido en una economía de libre mercado. Ahora hay mucha menor intervención
estatal en la economía que en períodos anteriores y los precios de mercado tienen hoy un rol más
importante en la asignación de recursos. En la región, el Uruguay estuvo entre los primeros en liberalizar los
sectores comercial y financiero en tanto que el sector público permanece siendo grande en comparación con
otros países de la región y del resto del mundo. Pero, no existe un plan único o un modelo correcto para
estas reformas estructurales. Cada sociedad democrática debe avanzar al paso que estime apropiado. Los
uruguayos indicaron claramente en 1992 que no querían que los bienes del Estado fuesen privatizados a gran
escala. No obstante, las fuerzas del mercado han adquirido mayor relevancia en el sector de los servicios
públicos y es evidente que este proceso continuará en un ritmo acelerado.
Estado benefactor y el batllismo
La intervención del Estado uruguayo en la economía empezó a crecer a principios de este siglo impulsada en
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gran medida por un sector del Partido Colorado. ¿Puede afirmarse que hubo en realidad un "estado
benefactor" bajo el primer y/o el segundo modelo batllista?
El término "estado benefactor" está pasado de moda desde la década de los setenta, en parte por razones
ideológicas y, por otra, porque aún entre sociedades que estaban orgullosas de ser "estados benefactores",
el alcance de la protección social ha sido muy desigual.
Por ejemplo, a mediados de este siglo, Gran Bretaña podía sostener que brindaba amplia cobertura social,
pero recién ahora -y con bastante renuencia- se contempla la introducción de un salario mínimo. La
reputación del Uruguay como una "utopía" se formó en el transcurso de sus reformas sociales, de las cuales
la legislación laboral y la seguridad social sólo fueron una parte. Esas reformas se debieron mucho al
idealismo de Batlle y Ordóñez, pero fueron también una respuesta al desafío de los planteos políticos de
nuevas doctrinas de izquierda. Batlle y Ordóñez buscó incorporar a la clase obrera urbana y, por cierto,
aumentar su tamaño persuadiendo a un gran número de inmigrantes para que se radicaran en Montevideo -o
en el Interior- en vez de irse a la Argentina.
No tengo objeciones si se aplica el rótulo de "estado benefactor" al primer modelo batllista siempre y cuando
recordemos que, al igual que otros similares, se desarrolló en un contexto socio-económico específico como
parte de un determinado proyecto político.
Durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, el contexto cambió radicalmente. Las necesidades de la
industria manufacturera uruguaya fomentaron el surgimiento de un nuevo modelo redistributivo y nuevas
estructuras corporativistas sobre las cuales predominaba el Estado. Las instituciones estatales fueron el
patrimonio y la fuente de sustento de los partidos tradicionales. Pero el alcance del crecimiento económico
basado en la redistribución fue muy limitado y para financiar sus gastos el Estado tuvo que confiscar nuevos
recursos del resto de la población mediante la inflación. Este expediente permitió que los partidos
tradicionales sobreviviesen a través de la década de los sesenta, pero posteriormente la protección social fue
sustituida por protección política como la función primordial del Estado benefactor.
¿Cuándo cree que el modelo batllista llegó a su fin?
El batllismo no es sólo una ideología para ser adoptada -o desechada- por los grupos políticos. Como una
expresión de la "singularidad" del Uruguay, el batllismo ha moldeado, de una forma u otra, la cultura política
del país a través de todo este siglo. Realmente creí -y escribí- en los años oscuros del régimen militar que la
dictadura había matado al Uruguay batllista, pero me equivoqué. El batllismo sobrevive, quizás no con ese
nombre, pero en valores políticos muy amplios, entre los cuales incluyo la preferencia por el cambio gradual
y las soluciones mediatas, un igualitarismo intuitivo y en una creencia que el Estado debe conducir y
proteger. Estos son valores conservadores, que no se adaptan fácilmente al nuevo modelo conducido por el
mercado y los mismos están llenos de ironías para los partidos que hoy disputan el poder.
¿Por qué los uruguayos han sido tan reacios a apoyar las políticas de libre mercado pese a todos los
defectos exhibidos por el modelo intervencionista del Estado en Uruguay?
Probablemente es más fácil explicar una preferencia por el estatismo y su intervención en términos de
rechazo a las políticas que proponen la función directriz del mercado y de las cuales resulta que "el ganador
se lleva todo". El grado de desconfianza de los uruguayos en el mercado podría estar relacionado con la
percepción que el Uruguay tiene de sí mismo como un accidente de la historia: un país consciente de ser
chico que no se hizo ni argentino ni brasileño. El sentido de identidad y modesto orgullo deriva menos de lo
que el país ha logrado en un mundo competitivo -a pesar de Maracaná en 1950- que de su éxito en diseñar
vías y medios para vivir en paz consigo mismo. Los montevideanos no son seguros de sí mismos y
extrovertidos como los porteños o los cariocas. Ni siquiera los militares se otorgan medallas. Los uruguayos
son más proclives a mirar al mundo -y a su país- como un teatro potencialmente hostil, en el cual es sabio
actuar con prudencia teniendo la seguridad de contar con un Estado para protegerlos.
Esta es, a grandes rasgos, una caricatura y consiento que algunas características de ese dibujo tienden a
disminuir actualmente. En términos económicos, los países pequeños son más vulnerables que los grandes
a las influencias externas adversas pero, por esa misma razón, son propensos a obtener ganancias
substanciales en épocas favorables. Por lo tanto, deberíamos caracterizar al Uruguay como un país renuente
al riesgo o, alternativamente, sugerir que los uruguayos no valoran ni miden al éxito meramente en términos
de tasas de crecimiento y niveles de ingresos reales.
A su juicio, ¿cuáles fueron los aspectos de la administración Sanguinetti que lo conectaron con los
antecedentes históricos del batllismo?
Los sectores partidarios en el Uruguay frecuentemente se inspiran o, al menos, se presentan como
vinculados con figuras políticas del pasado. En la víspera de las elecciones de 1994, el candidato del Foro
Batllista citaba a Batlle y Ordóñez ("su impulso transformador") y a Luis Batlle ("su apoyo a la industria
manufacturera") como puntos claves de referencia. Después de ganar las elecciones, el presidente
Sanguinetti también invocó la influencia de José Pedro Varela y el culto artiguista como los pilares en los
que se basaba su administración. El gobierno fue una coalición de Colorados y Blancos, en la cual no
debería esperarse encontrar un fuerte contenido batllista. Sin embargo, Sanguinetti a veces se refirió con
énfasis a la creación de un pequeño país modelo, siendo eso una clara referencia -aunque no atribuida- a
Batlle y Ordóñez.
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Hay una importante similitud en la situación de ambos presidentes. Los dos se veían confrontados por el
desafío de fuerzas de izquierda, que amenazaban al monopolio del poder de los partidos tradicionales.
Ambos reaccionaron intentando negar la base clasista de la política. El fundador del batllismo se anticipó a
las demandas de los socialistas y de los sindicatos; Sanguinetti, al rechazar la clásica polaridad de las
ideologías de izquierda y derecha, contrastó a las sociedades modernizantes con aquellas aferradas a
prácticas tradicionales.
Los partidos tradicionales y el liberalismo económico
En 1971 usted describió a los dos partidos tradicionales como "instituciones multiclasistas y
multisectoriales que se han mostrado incapaces de expresar intereses grupales o alternativas políticas
coherentes" ante la prolongada crisis económica que sufría el Uruguay desde mediados de la década de los
cincuenta. Aparentemente las cosas han cambiado desde entonces ya que el Partido Colorado y el Partido
Nacional están trabajando conjuntamente en pos de la liberalización gradual de la economía uruguaya. ¿A
qué razones puede atribuirse que las colectividades tradicionales sean las propulsoras de este cambio en la
ultima década?
Como sabemos, se ha registrado un cambio a nivel mundial en cuanto al paradigma de la política
económica. Algunas formas del modelo neoliberal han sido adoptadas casi universalmente y se han
adaptado para conformar los distintos contextos nacionales. En el Uruguay, el neoliberalismo ha sido
asociado no sólo con lo que se percibe como una ideología de derecha, sino también con el régimen militar
que instrumentó las primeras de las mayores reformas económicas. Esta asociación con la dictadura
parcialmente explica su impopularidad y fue la administración del presidente Lacalle, más que la primera
presidencia de Sanguinetti, la que intentó implementar el modelo en su totalidad. El segundo período de
Sanguinetti representó, a grandes rasgos, la continuación de la estrategia económica de Lacalle.
¿A qué se debe esta convergencia entre los principales sectores de los partidos tradicionales?
Retrotrayéndonos, por lo menos, hasta fines de la década de los sesenta, el sector minoritario de uno de los
partidos tradicionales ya apoyaba al gobierno del adversario. Después de la dictadura el Acuerdo Nacional
de 1986 y la Coincidencia Nacional de 1990 sólo arrojaron resultados limitados. Los integrantes del Foro
Batllista en el gabinete del Presidente Lacalle de 1990 renunciaron tempranamente en mayo de 1991 y la
oposición a la Ley de Empresas Públicas y a la reforma de la seguridad social probablemente fue tanto
oportunista como ideológica. El carácter de la segunda administración fue muy distinto a la de la primera
presidencia de Sanguinetti y esto se debe a que abarcaba a todos los sectores de los dos partidos
tradicionales. El apoyo de ellos a la coalición tenía menos que ver con los atractivos del nuevo modelo que
con la aritmética electoral. Ninguno de los partidos tradicionales ha podido prevalecer sobre el otro y los dos
han ido perdiendo terreno ante el Encuentro Progresista/Frente Amplio (EP/FA).
Concuerdo con que, en algún sentido, "todos somos neoliberales ahora". Pero la convergencia de los
Blancos y Colorados ha tenido un carácter especial. Los partidos tradicionales son dos colectividades cuya
propia identidad consiste en no ser la otra. No habría razón en ser Blanco a menos que existan los
Colorados y viceversa. Los dos partidos se presentan a sí mismos como auténticamente uruguayos. Han
cerrado filas para enfrentar la amenaza de una fuerza política no tradicional, que no reconoce que la división
histórica debería continuar siendo el principio fundamental de la política uruguaya. La historia de los partidos
tradicionales los divide, pero al mismo tiempo los une.
¿Es factible que los dos partidos tradicionales progresivamente se fusionen en una sola fuerza política a
causa de su coincidencia en cuanto a la política económica?
El margen de maniobra en cuanto a la adopción de políticas económicas realistas que disponen los partidos
políticos uruguayos, al igual que en otros países, se ha vuelto muy estrecho. Para no perder los éxitos
económicos de los noventa, como la estabilidad de precios, el crecimiento dinámico de varias exportaciones
no tradicionales, y la confianza de los inversores internacionales, es evidente que la actual coalición de
gobierno tiene que seguir en la ruta de modernización y reforma. Pero lo que une a los partidos tradicionales
es el peso relativo de las tres fuerzas políticas. No es una nueva coherencia ideológica sino una cuestión de
conveniencia -o quizás de necesidad- política. No veo que exista una base para que los partidos tradicionales
se fusionen porque el peso de su historia pesa mucho en ellos. Los partidos tradicionales pueden modificar
sus ideologías o sustituir a sus grupos dominantes, pero no pueden cambiar su historia. Estas les indican
que uno es distinto del otro y que la diferencia radica en no ser el otro. La fusión total, por ende, no es
posible, pero indudablemente habrá una creciente y estrecha cooperación entre ellos. Por cierto, lo exige el
nuevo sistema electoral. Pero un acuerdo no es igual a una fusión.
Perspectivas para la década
¿Prevé cambios dramáticos en las políticas económicas del Uruguay en la primera década del siglo XXI
teniendo en cuenta las tendencias recientes de la economía uruguaya así como sus antecedentes
históricos?
Soy aún más renuente a tratar de predecir el futuro que de buscar una interpretación del pasado. Sin
embargo, vislumbro que las posibilidades de éxito para un país pequeño en un mundo globalizado están en la
flexibilidad y la capacidad y voluntad de adaptarse. Eso significa trasladar recursos laborales y de capitales
de industrias envejecidas que están en franco retroceso a nuevas industrias cuando se presente la
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oportunidad propicia. Esto involucra la apertura de nuevos mercados así como la explotación de la demanda
existente. Soy consciente que la capacidad de hacer estas cosas requiere de cualidades que no han sido
muy características del Uruguay en el pasado. Sin embargo, en años recientes, el país ha mostrado una
capacidad notable para desarrollar nuevos productos para nuevos mercados usando nuevas tecnologías tanto
en los sectores urbanos como rurales. (En Inglaterra como naranjas y tomo vinos uruguayos, lo que era
imposible hace diez años). Para continuar haciéndolo el país tiene que fortalecer el sistema educativo y
mantener las políticas abiertas a nuevas tecnologías y a la inversión extranjera. Sería desgraciado que las
dificultades presentes a nivel global y regional condujesen a nueva ronda de demandas proteccionistas. Los
países pequeños son inevitablemente más vulnerables a los acontecimientos fuera de su control de lo que
son las grandes naciones y, proporcionalmente, pagan un precio mayor por protección pasiva que por una
adaptación positiva.
Mercosur y Alca
El ex-presidente Lacalle ha señalado que la suscripción del Tratado de Asunción de 1991 que creó al
Mercosur fue el hecho más importante en la historia del Uruguay luego del período de la Independencia.
¿Qué opina al respecto?
Estoy en desacuerdo con el Dr. Lacalle. La razón no radica en las actuales dificultades que surgen de la
crisis financiera en Brasil, aunque éstas contribuyen a las reservas que siento con respecto al Mercosur. En
un sentido, fue inevitable la decisión de buscar el ingreso a un acuerdo regional una vez que se conoció el
significado del Acta de Buenos Aires de 1990, que fijó al año 1995 como fecha de inicio del mercado común
argentino-brasileño. En aquel entonces, los dos países vecinos ya absorbían el 35% de las exportaciones
uruguayas, pero el tratamiento preferencial que recibían esas exportaciones estaba en peligro. La proporción
hoy ha crecido al 50%, por lo cual los mercados de los dos países mayores del Mercosur se han vuelto
fundamentales para la economía uruguaya. El Mercosur fue adoptado como un proyecto económico nacional,
apoyado con un raro grado de unanimidad por todos los partidos pese a las reservas expuestas con respecto
a la necesidad de renegociar determinados aspectos. El Mercosur ha ayudado a confirmar la apertura de la
economía, brindado al Uruguay un voz más fuerte y un perfil más alto de lo que pudo haber tenido por sí solo.
Asimismo, fomentó la inversión extranjera, promovió la adaptación de la economía y provocará una aún
mayor reestructura del sector público. Todo esto, que es mucho, resulta positivo.
¿Es conveniente el Mercosur para los intereses de Uruguay en materia de comercio exterior?
El Mercosur -por lo menos, con su actual integración de cuatro miembros plenos- es un vehículo inapropiado
para la promoción de los intereses comerciales del Uruguay. Hay una desproporción seria y perjudicial entre
Uruguay y el miembro abrumadoramente dominante del Mercosur. Esta desproporción puede ser aceptable
si el país dominante provee de un liderazgo estable al mercado común, pero obviamente ese no es el caso
todavía. Uruguay ha permitido que su dependencia del mercado brasileño, directamente y, a través de
Argentina, en forma indirecta, se vuelva peligrosamente alta, mientras que la condición del mercado uruguayo
es en última instancia de mínima importancia para Brasil. Aparte de las implicancias de la actual crisis,
Brasil se ha mostrado capaz de cambiar su régimen de importación unilateralmente para el detrimento de
los otros miembros del Mercosur. La tarifa externa común del Mercosur ha sido estructurada de acuerdo a
las demandas de Brasil y no a las de los demás socios. Es también muy evidente que el Mercosur supone
una significación geopolítica para Brasil, lo cual está mayormente ausente en los otros miembros. Un
resultado importante de la actual crisis ha sido revelar la inconveniencia de la unión monetaria para el
Mercosur. La experiencia europea sugiere que la creación de una moneda única es probable que sea una
consecuencia de la estabilidad monetaria y no un camino para alcanzarla.
¿Considera que el avance del proceso de integración del Mercosur, en el cual Brasil tiene un rol principal,
pueda ser afectado por el ALCA liderado por Estados Unidos? En caso afirmativo, ¿no sería aconsejable que
el Mercosur estableciera vínculos más fuertes con la Unión Europea?
No tengo respuestas claras para estas preguntas. Como habrá colegido, no soy muy entusiasta acerca de
los esquemas de integración regional, los cuales son por definición discriminatorios, aunque concedo que la
existencia de tal esquema incrementa el poder de negociación de sus miembros. La negociación del libre
comercio entre la Unión Europea y el Mercosur es un proyecto deseable, sobre todo si se incluye el
comercio de productos agropecuarios. Esto también es extensivo al libre comercio en el continente
americano. No hay razón para visualizarlas como alternativas excluyentes. No obstante, la dificultad con el
proyecto del ALCA, al igual que con el del Mercosur, está en que los dos están actualmente dominados por
un solo país de grandes dimensiones. Por otra parte, ambas naciones están disputándose la supremacía
hemisférica. Me resulta difícil pensar por qué Uruguay debería querer tomar partido en tal contienda.
FICHA TÉCNICA: Henry Finch, británico, 59 años, tiene un doctorado (PhD) en Historia otorgado por la
Universidad de Liverpool, donde actualmente es catedrático (Senior Lecturer) en Historia Económica. Ha
escrito varios libros, entre los cuales se destacan "Historia Económica del Uruguay Contemporáneo" (1980);
"Proletarianisation in the Third World" (1984); "Contemporary Uruguay: Problems and Prospects" (1989);
"Uruguay", tomo 102 en el World Bibliographical Series (con la asistencia de Alicia Casas de Barrán);
"Economía y Sociedad en el Uruguay del Siglo XX" (1993) y "Towards the New Economic Model: Uruguay
1973-97" (1998).
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