comentario a la stc 231/1988, de 2 de diciembre

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Comentario a la STC 231/1988,
de 2 de diciembre. Caso Paquirri
por
Fernando Herrero-Tejedor
Fiscal de Sala del Tribunal Supremo
1. Conceptos constitucionales examinados en la Sentencia
El Derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.
Artículo 18.1 CE
Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia
imagen.
2. Contexto histórico-político de la Sentencia
El dos de diciembre de 1988 el Tribunal Constitucional español dictó su Sentencia
231/1988, que resolvía el conocido como caso Paquirri, y estaba llamada a pasar a la his-
STC 231/1988, de 2 de diciembre, ponente López Guerra.
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toria de la protección que el supremo intérprete de la Constitución dispensa a los derechos
fundamentales de las personas.
La importancia de tal resolución se debe en primer lugar a razones temporales: se trataba de la primera ocasión en que el Tribunal Constitucional se pronunciaba sobre el derecho a la intimidad. Pero -lo que es más importante- venía a anular la que constituía el
primer pronunciamiento de nuestro Tribunal Supremo sobre el tema en nuestra tradición
jurídica.
En efecto, el derecho al honor poseía desde antiguo una protección penal a través de los
delitos de injuria y calumnia, e incluso existía ya una construcción jurisprudencial acerca
de la posibilidad del resarcimiento del daño moral por injerencias en la buena fama de las
personas, ex art. 1.902 del Código Civil10; y hasta el derecho a la propia imagen había sido
objeto de un pronunciamiento judicial11. Pero no se encuentra en nuestra historia jurídica
una sola Sentencia relativa al derecho a la intimidad12. The right to privacy era una creación
anglosajona, ajena hasta ese momento a nuestra tradición.
A ello hay que añadir la notoriedad del hecho y de sus protagonistas. Televisión Española había retransmitido en diversos telediarios fragmentos de la corrida de toros desde la
plaza de Pozoblanco en que el diestro Francisco Rivera Paquirri había sido objeto de una
gravísima cogida que le produciría la muerte. Además, el programa «Informe Semanal»
había dedicado un monográfico sobre el tema. Un producto americano13 como la privacy
entraba en nuestro país de la mano de la propia fiesta nacional, y de protagonistas tan
conocidos popularmente como el torero Paquirri y su esposa, la tonadillera Isabel Pantoja,
demandante en vía judicial.
STS de 28 de octubre de 1986, ponente Serena Veloso, caso Isabel Pantoja vs Prographic S.A.
Y que iniciaría una larga serie de ejemplos de los que en otros sistemas se ha denominado la «guerra de las dos cortes».
10 STS de 6 de diciembre de 1912, caso Mussó Cánovas vs Moya Ojauguren y Vicente Rey (conocido como el del «fraile de Totana»).
Colección Legislativa nº 95, pág. 582.
11 Sentencia de la Sala de lo Civil de la Audiencia Territorial de Zaragoza de 9 de junio de 1967, caso Pregonero de la Ciudad.
12 El hecho se explica quizá por la falta de protección penal al derecho a la intimidad como tal (pese a la existencia de un tipo
de «revelación de secretos»), y a la falta de una consagración legal del derecho en otros órdenes jurisdiccionales.
13 Existe coincidencia doctrinal en que el primer estudio jurídico sobre el derecho a la intimidad es el publicado por Warren y
Brandeis bajo el título «The right to privacy» en la Harvard Law Review en 1890.
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Pero vayamos a los hechos.
En 1983, Isabel Pantoja interpuso demanda de protección civil del derecho a la intimidad y a la propia imagen (al amparo de lo prevenido en la recién estrenada Ley Orgánica
1/1982 que desarrolla el art. 18.1 de la Constitución) ante el Juzgado de Primera Instancia
14 de los de Madrid y contra la entidad mercantil «Prographic, Sociedad Anónima», sociedad que había realizado y posteriormente comercializado, sin autorización alguna, unas
cintas de vídeo en las que se mostraban imágenes de la vida privada y profesional de su
difunto marido, don Francisco Rivera Pérez, de profesión torero y conocido públicamente
como Paquirri, y muy especialmente, imágenes de la mortal cogida que sufrió en la plaza
de toros de Pozoblanco (Córdoba) y de su posterior tratamiento médico en la enfermería
de la citada plaza.
El Juzgado estimó la demanda y otorgó una indemnización de 20 millones de pesetas (la
mitad de lo solicitado) a la viuda y herederos, en concepto de daños y perjuicios. Apelada
la Sentencia, fue confirmada íntegramente por la Sala Segunda de lo Civil de la Audiencia
Territorial de Madrid.
Contra dicha resolución se acudió en casación a la Sala Primera del Tribunal Supremo.
Dicha Sala estima el recurso y anula la Sentencia, con base en las siguientes consideraciones
principales:
1. En primer lugar se destaca el carácter marcadamente profesional del contenido de
la cinta de vídeo, que dedica la inmensa mayoría de su contenido a actuaciones y
comentarios taurinos, así como a remembranzas del torero por parte de críticos y
colaboradores; de esta línea, estrictamente profesional, únicamente se apartan algunas imágenes de su boda y de su entierro, y, muy especialmente, las escenas de la
agonía del torero tomadas en la enfermería de la plaza. A juicio de la Audiencia, estas
últimas imágenes debían poseer carácter privado por su propia naturaleza, conclusión que no puede ser modificada por el hecho de que en un determinado momento
tuvieran acceso a la enfermería un buen número de personas; asimismo, la Audiencia
distinguía entre la divulgación de estas imágenes con fines informativos (como se
hizo, por vez primera, en un conocido programa de la cadena estatal de televisión)
y su uso con pretensiones comerciales y ánimo de lucro. Sin embargo, el Tribunal
Supremo se aparta de este criterio y sostiene que conviene relativizar la protección de
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los bienes de la personalidad, teniendo en cuenta en cada caso concreto las circunstancias y características singulares que concurren en los distintos supuestos de hecho
y en la persona titular del derecho.
2. Por otra parte, se afirma que la esfera de la intimidad personal viene determinada
por las ideas que prevalezcan en cada momento en la sociedad y por el propio concepto y las pautas de comportamiento que cada persona según sus actos mantenga.
Partiendo de estos dos basamentos, se advierte que la persona de cuya intimidad se
trata en la presente controversia tenía como profesión la de torero y había alcanzado con ella notoria celebridad; del mismo modo, se recuerda también que el riesgo
de ser corneado por el animal es inherente, de un lado, al espectáculo de los toros
que en sí mismo conlleva esa grave amenaza, y de otro, a la profesión de torero que
requiere una libre aceptación de ese riesgo con todas sus consecuencias. En este sentido, la herida mortal que el animal le produjo al protagonista de la lidia, tuvo lugar
obviamente a la vista del público y lo mismo cabe decir de su posterior traslado a la
enfermería atravesando el ruedo y el callejón del coso, lo que hace que sean escenas
que, según el Tribunal Supremo, no pertenezcan «en manera alguna a la concreta intimidad protegible, ya que no son sino el propio espectáculo, consistente en sortear el necesario riesgo».
Por consiguiente, se estima que tales imágenes obtenidas al final del espectáculo y luego
en la enfermería no pueden ser interpretadas como una trasgresión del derecho a la intimidad, porque ni los usos sociales ni la actividad profesional implicada, ni tan siquiera la
propia decisión de la persona afectada excluían aquellos momentos de publicidad, «que le
proporcionaba su desgracia a la que hacía frente con serenidad poco común».
3. Comentario
La doctrina sentada por el Tribunal Constitucional en este pronunciamiento es particularmente rica, además de novedosa. Analiza previamente diversos problemas para ir
desbrozando el núcleo del asunto que se le plantea, y -tras abordarlo decididamente- anula
la Sentencia impugnada y devuelve la competencia al Tribunal Supremo para que se pronuncie sobre los aspectos patrimoniales derivados de los daños y perjuicios, materia ajena
a la jurisdicción constitucional.
Analicémoslos separadamente.
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A) La lesión de derechos fundamentales entre particulares
El primer problema a abordar deriva del hecho de que la invocada lesión del derecho a
la intimidad y a la propia imagen proviene de una empresa privada. Sin embargo, los derechos fundamentales se configuran como derechos de los ciudadanos frente a los poderes
públicos. ¿Es esa razón suficiente para no resolver la cuestión planteada en el recurso de
amparo? El Tribunal Constitucional contesta negativamente, y fundamenta su respuesta
(sin mencionarla expresamente más que en el voto particular) en la doctrina germánica.
El Tribunal Constitucional alemán, ya desde su Sentencia de 15 de enero de 1958, en el
caso Lüth, mantiene que en los casos en que la lesión de derechos fundamentales provenga
originariamente de una actuación de particulares (Drittwirkung), la posterior intervención
del poder público judicial, si no ha sido capaz de restablecer el derecho vulnerado, es causa
suficiente para fundamentar la actuación del Tribunal Constitucional14. Viene así a garantizarse la eficacia de los derechos fundamentales en las relaciones inter privatos15.
Así lo expresa la Sentencia constitucional que comentamos: «ha de tenerse en cuenta que,
aun cuando la alegada lesión de derechos se originó por la actuación de terceros particulares, se pretendió,
por la parte afectada, la corrección de los efectos de esa lesión acudiendo a los órganos jurisdiccionales; y si
bien se obtuvo inicialmente de ellos el remedio solicitado, el curso de las diversas alzadas y recursos posibles
en la vía judicial (en este caso, los recursos de apelación y casación) condujo a que los Tribunales ordinarios
concluyeran por desestimar la pretensión ante ellos deducida para que se remediara la lesión alegada, y
en consecuencia, por mantener desprotegidos los derechos fundamentales que la parte recurrente estimaba
violados. La Sentencia del Tribunal Supremo que ahora se impugna aparece pues como directamente relacionada (al restablecerla y mantener sus efectos) con una situación que la recurrente estima atentatoria a
sus derechos; y por ello, y en cuanto los Jueces y Tribunales ordinarios están obligados por el art. 53.2 CE
a la tutela de los derechos y libertades de los artículos 14 a 29, así como del 30.2 CE, procede considerar
que la Sentencia atacada en amparo ha dado lugar, en forma «inmediata y directa», como exige el art.
44.1 LOTC, a la situación que la recurrente mantiene que vulnera derechos fundamentales. Por tanto lo
que procede examinar, como objeto del presente amparo, es si la Sentencia mencionada efectivamente atenta
a los derechos fundamentales que se alegan».
14 Se sigue así la línea de «importación» de la Drittwirkung iniciada por la STC 104/1986, de 17 de julio, ponente Tomás y Valiente.
15 Sobre el tema, vid. García Torres, Jesús, y Jiménez-Blanco, Antonio, «Derechos fundamentales y relaciones entre particulares», Madrid 1986, y la bibliografía allí citada.
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B) Los derechos fundamentales, personalísimos
Un segundo problema que el intérprete supremo de la Constitución debe afrontar antes
de entrar en el fondo del asunto es la posible titularidad de los derechos fundamentales que
se invocan (intimidad y propia imagen) por una persona que ya ha fallecido, cual es el caso
del torero esposo de la demandante.
Tales derechos aparecen directamente vinculados a la propia personalidad y derivados
de la dignidad de la persona reconocida en el art. 10 de la Norma Suprema. Por ello, «una
vez fallecido el titular de esos derechos, y extinguida su personalidad, -según determina el art. 32 del Código
Civil: “La personalidad civil se extingue por la muerte de las personas”- lógicamente desaparece también
el mismo objeto de la protección constitucional, que está encaminada a garantizar, como dijimos, un ámbito
vital reservado, que con la muerte deviene inexistente».
Ello no impide que algunas manifestaciones de tales derechos puedan ejercitarse por
terceros, desvinculados ya de la persona del afectado. Pero ello debe hacerse dentro de la
jurisdicción ordinaria, ajena al recurso de amparo que se reserva para la salvaguarda de los
derechos fundamentales.
Tal caracterización de los derechos fundamentales como «personalísimos» impide que
el Tribunal Constitucional entre a conocer acerca de «los derechos que se invocan de don Francisco Rivera, muerto a consecuencia de las heridas causadas por un toro en la plaza de Pozoblanco». Los
derechos a la intimidad personal y a la propia imagen del diestro queda, pues, extramuros
del proceso constitucional.
C) La intimidad familiar
Ello no supone -sin embargo- que el recurso de amparo haya quedado sin objeto. Resta
incólume el derecho a la intimidad personal y familiar de la demandante.
«La demanda de amparo presenta una segunda perspectiva: se invocan derechos (a la intimidad personal y familiar) cuyo titular no es ya exclusivamente el fallecido, sino, genéricamente, su familia, “afectada
en su dolor e intimidad”, y, más específicamente su viuda, y hoy demandante, doña Isabel Pantoja Martín».
Desde esta segunda perspectiva, la demanda se centra en el carácter íntimo de los momentos en que una persona se debate entre la vida y la muerte, parcela que debe ser respetada
por los demás. Y viene a mantenerse que esa intimidad no sólo es propia del directamente
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afectado, sino que, por su repercusión moral, es también un derecho de sus familiares.
Se está desarrollando así un derecho fundamental novedoso hasta ese momento en nuestro sistema: la intimidad de la familia, derivada también de la dignidad de la persona y tan
digna de protección como ella misma. La intimidad familiar se extiende así a determinados
aspectos de la vida de otras personas con las que se guarde una especial y estrecha vinculación; aspectos que, por la relación o vínculo existente entre ellos, inciden en la propia esfera
de la personalidad del individuo que los derechos del art. 18 de la Constitución protegen.
D) El núcleo del derecho a la intimidad
Si hay un momento íntimo, ése debe ser el instante de la muerte. Y si la misma va acompañada de dolor físico, con mayor razón.
Por tanto, a la pregunta de si las imágenes reproducidas por la entidad demandada inciden en el ámbito de la intimidad, el propio Tribunal Constitucional contesta: «se trata de los
momentos en que don Francisco Rivera es introducido en la enfermería y examinado por los médicos; en
esas imágenes se reproducen, en forma directa y claramente perceptible, las heridas sufridas, la situación y
reacción del herido y la manifestación de su estado anímico, que se revela en las imágenes de sus ademanes
y rostro, y que muestra ciertamente, la entereza del diestro, pero también el dolor y postración causados por
las lesiones recibidas. Se trata, pues, de imágenes de las que, con seguridad, puede inferirse, dentro de las
pautas de nuestra cultura, que inciden negativamente, causando dolor y angustia en los familiares cercanos
del fallecido, no sólo por la situación que reflejan en ese momento, sino también puestas en relación con el
hecho de que las heridas y lesiones que allí se muestran causaron, en muy breve plazo, la muerte del torero.
No cabe pues dudar de que las imágenes en cuestión, y según lo arriba dicho, inciden en la intimidad personal y familiar de la hoy recurrente, entonces esposa, y hoy viuda, del desaparecido señor Rivera».
A ello hay que añadir el lugar en que tales imágenes fueron captadas (la enfermería de
la plaza de toros): «en ningún caso pueden considerarse públicos y parte del espectáculo las incidencias
sobre la salud y vida del torero, derivada de las heridas recibidas, una vez que abandona el coso, pues
ciertamente ello supondría convertir en instrumento de diversión y entretenimiento algo tan personal como
los padecimientos y la misma muerte de un individuo».
Existe, pues, una injerencia no justificada en el derecho a la intimidad, que ha de ser
reparada por el Tribunal Constitucional.
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E) Las consecuencias patrimoniales de la intromisión ilegítima
El Tribunal Supremo había declarado la inexistencia de intromisión ilegítima. En consecuencia, no había lugar a pronunciarse sobre la indemnización correspondiente y su cuantía. El Tribunal Constitucional reitera su doctrina anterior acerca de la falta de contenido
constitucional de tales cuestiones, y -en consecuencia devuelve las actuaciones al Tribunal
Supremo para que efectúe los pronunciamientos derivados de la declarada existencia de
vulneración del derecho a la intimidad.
La técnica resulta impecable, pero la segunda Sentencia del Tribunal Supremo (que
valora la indemnización en 25.000 pesetas, frente a los 20 millones concedidos en primera
y segunda instancia), constituye uno de los primeros episodios de la versión española de la
«guerra de las dos cortes», que tendrá manifestaciones posteriores sobre todo respecto a la
Sala Primera del Tribunal Supremo16.
F) La importancia del derecho a la intimidad
El Tribunal Constitucional no sólo analiza el derecho fundamental a la intimidad, acotando su ámbito protegido y concluyendo la existencia de una intromisión ilegítima en el
mismo, sino que efectúa declaraciones de alto interés respecto a la importancia axiológica
de tal derecho.
En concreto, afirma el supremo intérprete de la Constitución que el derecho a la intimidad implica la existencia de un ámbito propio y reservado frente a la acción y conocimiento
de los demás, «necesario -según las pautas de nuestra cultura- para mantener una calidad mínima de
la vida humana».
El hecho de que en el primer pronunciamiento constitucional relativo al derecho a la intimidad en nuestra historia jurídica se haga una afirmación tan elevada acerca del valor del
derecho para la vida humana, resulta altamente significativo. Máxime cuanto que tal afir-
16 Quizá uno de los más sonados lo constituye la STC 7/1994, en la que el Tribunal Constitucional rectifica el criterio de la Sala
Primera del Tribunal Supremo en materia de investigación de la paternidad, y que dio lugar a una queja formal de dicha Sala.
Pero el más conocido puede resultar el caso Isabel Preysler, con sus dos Sentencias constitucionales (SSTC 115/2000, de 5
de mayo, y 186/2001, de 17 de septiembre), también en materia de derecho a la intimidad, y con discrepancias respecto a la
valoración de la indemnización por daños y perjuicios.
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mación ha sido reiterada posteriormente respecto al mismo derecho a la intimidad17, pero
no se ha aplicado el canon de necesidad para la calidad de vida a ningún otro derecho.
Es precisamente esa necesariedad en orden a un nivel de calidad de vida mínimamente
aceptable lo que nos lleva a reconocer a la intimidad una posición propia y superior a la de
otros derechos, incluso fundamentales18.
Y sin duda constituye uno de los factores que convierten la Sentencia del caso Paquirri
en una de las más significativas de la doctrina del Tribunal Constitucional en sus veinticinco primeros años de existencia.
17 Entre otras, SSTC 197/1991, 20/1992, 219/1992, 142/1993, 117/1994 y 207/1996.
18 Herrero-Tejedor Algar, Fernando: «La intimidad como derecho fundamental», Madrid 1998, pág. 40.
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Comentario a la STC 292/2000,
de 30 de noviembre.
Protección de datos de carácter personal.
Los derechos civiles individuales
por
Mercedes Galán Juárez
Abogado
Profesora Titular de Filosofía del Derecho, Universidad Rey Juan Carlos
1. Conceptos constitucionales examinados en la Sentencia
Derecho fundamental a la intimidad personal y familiar. Protección de datos de carácter personal. Libertad informática como habeas data y como nuevo derecho fundamental.
Recurso de inconstitucionalidad. Dignidad de la persona. Cesión o comunicación de datos
entre Administraciones Públicas y limitación de los derechos básicos de los afectados.
Artículo 18.1 CE
Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia
imagen.
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Veinticinco años de Jurisprudencia Constitucional
Artículo 18.4 CE
La ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal
y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus derecho.
Artículo 53.1 CE
Los derechos y libertades reconocidos en el Capítulo segundo del presente Título vinculan
a todos los poderes públicos. Sólo por ley, que en todo caso deberá respetar su contenido
esencial, podrá regularse el ejercicio de tales derechos y libertades que se tutelarán de
acuerdo con lo previsto en el artículo 161, 1, a).
2. Contexto histórico-político de la Sentencia
La Sentencia analizada es de noviembre del año 2000 como respuesta al recurso de
inconstitucionalidad presentado por el Defensor del Pueblo en el mes de marzo de ese
mismo año, contra incisos de los artículos 21.1 y 24.1 y 2 de la Ley Orgánica 15/1999 de
13 de diciembre. Por tanto, el contexto de la Sentencia hay que situarlo en un momento
crucial de la llamada «Sociedad de la Información» en el que las principales actuaciones del
Gobierno español eran precisamente impulsar el desarrollo de la Sociedad de la Información, tal y como se plasmó en el Plan Info XXI, aprobado, por primera vez, en diciembre
de 1999 y renovado en enero del 2001, como iniciativa para el periodo 2001-2003, cuyos
objetivos engloban el impulso del sector TIC, mediante la potenciación, entre otras medidas, de la Administración electrónica y la difusión de la Sociedad de la Información a todo
el conjunto de los ciudadanos. En el año 2000 España contaba con un retraso relativo en la
implantación de tecnologías de la información y comunicación con respecto a la media de
la Unión Europea, si bien, en los últimos años se ha registrado una evolución muy positiva,
tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. En marzo de 2000 tuvo lugar
la Cumbre de Lisboa en la que se adopto como objetivo estratégico de la Unión Europea
convertir a Europa en una sociedad basada en el conocimiento. Fruto de esa Cumbre fue
la presentación, en junio de 2000, del Plan de Acción «e-Europe 2002», en el que se detallaban las medidas que habrían de ponerse en práctica para lograr ese objetivo y se instaba
a los países miembros a que las adoptaran.
En línea con este objetivo, en abril de 2000 se creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología, que concentró en un único Departamento ministerial todos los instrumentos de
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intervención pública relacionados con la investigación, el desarrollo y la innovación y la
ordenación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación.
Dentro del marco jurídico de la Sociedad de la Información, existen numerosas disciplinas que la conforman, siendo una de ellas la que se refiere a la normativa que regula
la Protección de Datos de Carácter Personal. La protección de datos ha sido objeto en
estos últimos años de un profundo desarrollo normativo, paralelo al desarrollo tecnológico experimentado por la sociedad, que en línea con la defensa de determinados derechos
fundamentales de la persona (honor, intimidad y propia imagen), viene a llenar un hueco
generado por el empleo de potentes sistemas informáticos en el tratamiento de datos personales, y así dar cumplida cuenta del mandado constitucional del artículo 1819. De hecho,
«el carácter circunstancial del derecho, condicionado incluso en su estructura existencial por los factores de
espacio y tiempo, que aparecen dotados de especial contingencia en una sociedad dominada por el progreso de
la tecnología, se manifiesta también en la evolución o dinamismo de los derechos fundamentales proclamados
en la Constitución»20. La aparición y el desarrollo de nuevas tecnologías en el tratamiento y
transmisión de la información y de datos de carácter personal han abierto nuevas posibilidades de atentar contra los derechos de las personas. De ahí que la consolidación de nuevas
tecnologías ha transformado el proceso tradicional informático dando paso a un proceso
basado en la tecnología digital. El propio Tribunal Constitucional recuerda que ya «desde el
anteproyecto del Texto Constitucional se incluía un apartado similar al vigente artículo 18.4 de la Constitución Española. (...) Porque si en el debate en el Senado se suscitaron algunas dudas sobre la necesidad de
este apartado del precepto dado el reconocimiento de los derechos a la intimidad y al honor en el apartado
inicial, sin embargo fueron disipadas al ponerse de relieve que estos derechos, en atención a su contenido,
no ofrecían garantías suficientes frente a las amenazas que el uso de la informática podía entrañar para la
protección de la vida privada»21.
En los últimos veinte años la informática viene ofreciendo nuevas posibilidades para el
quehacer vital, tanto positivas como negativas. Ya desde los años 80 la Unión Europea ha
sido consciente de los retos que planteaba el desarrollo de las nuevas tecnologías. Desde
19 Echegoyen, R.: «El marco jurídico de la Sociedad de la Información: los retos pendientes», en La Sociedad de la Información
en España, Revista del Instituto de Estudios Económicos, nº 1 y 2, 2001, págs. 65-84, en concreto pág. 68.
20 Álvarez-Cienfuegos Suárez, J. Mª: «La libertad informática, un nuevo derecho fundamental en nuestra Constitución», en La
Ley, año XXII, número 5.230 de 22 de enero de 2001, pág. 2.
21 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 4º.
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entonces ha ido multiplicando sus iniciativas en todos los aspectos de sus crecientes atribuciones y ha logrado dotarse de un marco coherente y coordinado de actividades impulsoras entre sus Estados Miembros y ha propiciado un ordenamiento jurídico adaptado a
las nuevas circunstancias.
«Significativo es, en este sentido, el reconocimiento que ha recibido la protección de los datos personales
en la reciente Carta de derechos Fundamentales de la Unión Europea. (...) Mediante la técnica, lo que
hoy llamamos “sociedad tecnológica”, el hombre crea una “circunstancia nueva”. Esa nueva circunstancia
condiciona o forma parte del ser del hombre, de tal forma que una discriminación en el acceso a los avances
de la técnica puede afectar al principio de igualdad efectiva de todos los ciudadanos»22.
Dentro de este escenario se sitúa el texto básico que regula la protección de datos personales, la Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal, 15/1999 (LOPD),
de 13 de diciembre, que entró en vigor el 14 de enero del 2000. Esta Ley es el resultado
de la transposición de la Directiva 95/46/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de
24 de octubre de 1995, relativa a la protección de las personas físicas en lo que respecta al
tratamiento de datos personales y a la libre circulación de estos datos.
Esta nueva Ley Orgánica derogó a la anterior Ley Orgánica 5/1992 de Regulación del
Tratamiento Automatizado de los Datos de Carácter Personal (LORTAD), de 29 de octubre, si bien continuaban en vigor las normas reglamentarias que no se opusieran a la Ley
Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal.
Los cuatro objetivos que persiguen los procedimientos establecidos por la normativa
europea y española son23:
1. Que los titulares de los datos dispongan de una información elemental acerca de la
incorporación de sus datos personales a un fichero.
2. Que los «beneficiarios» de los datos recaben de los titulares o interesados aquellos
22 Álvarez-Cienfuegos Suárez, J.Mª: «La libertad informática, un nuevo derecho fundamental en nuestra Constitución», en La
Ley, Op. Cit. pág. 5.
23 Echegoyen, R.: «El marco jurídico de la Sociedad de la Información: los retos pendientes», en La Sociedad de la Información
en España, Revista del Instituto de Estudios Económicos, Op. Cit., pág. 70.
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datos exclusivamente necesarios para el desempeño de la legítima finalidad con la
que han sido solicitados.
3. Que exista un consentimiento por parte del titular del dato para su tratamiento.
4. Que la cesión de datos de carácter personal no se efectúe de una forma incontrolada.
3. Comentario
Por medio de esta Sentencia el Tribunal Constitucional sienta la siguiente doctrina:
1. La intimidad personal y familiar y el derecho a la protección de datos son dos derechos
fundamentales, tal y como se manifiesta en los aspectos señalados a continuación:
Contenido24
La protección de la intimidad tiene un carácter defensivo, excluyendo del conocimiento
ajeno la vida personal y familiar, imponiendo a terceros, por tanto, un deber de abstención, de no intromisión en la esfera íntima de la persona25. Sin embargo, el derecho a la
protección de datos personales, garantiza a la persona un poder de control -de contenido
positivo- sobre la captura, uso, destino y posterior tráfico de los datos de carácter personal.
Este derecho añade a su titular un haz de facultades consistente en el derecho a saber y ser
informado sobre el destino y uso de los datos, el derecho a acceder, rectificar y cancelar
datos, pues sólo así será eficaz su derecho a consentir, en cuanto facultad esencial de su
derecho a controlar y disponer de sus datos personales26.
Este derecho se proyecta con la misma intensidad sobre su posible uso por un tercero
cualquiera, sea el Estado o un particular y forma parte del contenido esencial de su protección constitucional y se derivan, también de textos internacionales como la Directiva
95/46 y la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
24 Ver el extenso análisis de la STC 292/2000 (Fundamentos Jurídicos 6 y 7), y de la relación entre el derecho a la protección de
datos personales y el derecho a la intimidad que realiza Fernández lópez, J.M.: «El derecho fundamental a la Protección de
Datos Personales», en Otrosí, abril 2001, págs, 56-60.
25 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 5º.
26 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 13º.
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Objeto
El objeto del derecho a la protección de datos es más amplio que el del derecho a la
intimidad ya que extiende su garantía no sólo a la intimidad en su dimensión constitucionalmente protegida por el artículo 18.1 de la Constitución Española, sino a lo que en ocasiones el Tribunal Constitucional ha definido como esfera de los bienes de la personalidad
que pertenecen al ámbito de la vida privada, inextricablemente unidos al respeto de la dignidad personal. De ahí que los datos amparados son todos los que identifiquen o permitan
la identificación de la persona, pudiendo servir para la confección de su perfil ideológico,
racial, sexual, económico o de cualquier otra índole.
Asimismo el objeto de protección del derecho a la protección de datos no se reduce sólo a
los datos íntimos de la persona, sino a cualquier tipo de dato personal, sea o no íntimo, cuyo
conocimiento o empleo por terceros pueda afectar a sus derechos sean o no fundamentales,
por que su objeto no es sólo la intimidad individual, sino los datos de carácter personal.
Función
El derecho a la protección de datos personales «persigue garantizar a una persona el poder de
control sobre sus datos personales, sobre su uso y destino, con el propósito de impedir su tráfico lesivo para
la dignidad y derecho del afectado (...) Esta garantía impone a los poderes públicos la prohibición de que se
conviertan en fuentes de esa información sin las debidas garantías; y también el deber de prevenir los riesgos
que puedan derivarse del acceso o divulgación indebidas de dicha información»27.
El derecho a la intimidad, por su parte, además de tener la función de proteger frente a
cualquier invasión que pueda realizarse en aquél ámbito de la vida personal y familiar que la
persona desea excluir del conocimiento ajeno y de las intromisiones de terceros en contra
de su voluntad, otorga «el poder de resguardar su vida privada de una publicidad no querida»28.
Límites
1. Ninguno de los dos derechos analizados es ilimitado. Sin embargo, a pesar de la
Constitución no les imponga expresamente límites específicos, «no cabe duda de que
27 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 6º.
28 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 6º.
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han de encontrarlos en los restantes derechos fundamentales y bienes jurídicos constitucionalmente
protegidos»29. Ahora bien, y en lo que al derecho a la intimidad se refiere, el Tribunal
Constitucional mantiene que «sus posibles limitaciones deben estar fundadas en una previsión
legal que tenga justificación constitucional y que sea proporcionada», siendo además necesario
que «la ley que restrinja este derecho debe expresar con precisión todos y cada uno de los presupuestos materiales de la medida limitadora»30. Este mismo órgano advierte, refiriéndose a las
limitaciones del derecho a la protección de datos que, además de estar justificadas en
la protección de otros derechos o bienes constitucionales y de ser proporcionales al
fin perseguido, es necesario que la ley precise los supuestos materiales de dichos límites so pena de «generar una indeterminación sobre los casos a los que se aplica tal restricción»31.
Finalmente, será en el legislador -mediante reglas precisas y previsibles para el interesado- quien tenga la misión de «determinar cuándo concurre ese bien o derecho que justifica
la restricción del derecho a la protección de datos personales y en qué circunstancias puede limitarse
(...)»32.
2. Como consecuencia de lo expuesto en el punto anterior, el derecho a la protección
de datos resulta ser un derecho fundamental nuevo y, por tanto, autónomo e independiente, a pesar de que tradicionalmente la protección de datos se ha vinculado
al derecho a la intimidad. Es más, el Tribunal Constitucional considera que, dadas
las amplias posibilidades que la informática ofrece tanto para recoger como para
comunicar datos personales y los riesgos que ello puede entrañar para una persona,
al ignorar no sólo cuáles son los datos que se hallan recogidos en un fichero y que le
conciernen, sino también si han sido trasladados a otro, el derecho a la intimidad del
artículo 18.1 de la Constitución resulta insuficiente para proteger suficientemente «a
esta nueva realidad derivada del proceso tecnológico»33.
La doctrina también se ha hecho eco de este extremo al afirmar: «Estas dos Sentencias
-290/2000 y 292/2000- (...) constituyen un paso decisivo en la consolidación de un nuevo derecho
29 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 9º refiriéndose al derecho a la protección de datos.
30 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 16º.
31 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 15º.
32 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 16º.
33 Sentencia del Tribunal Constitucional 292/2000, Fundamento Jurídico 4º.
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fundamental el “derecho a la libertad informática” que, si bien no está reconocido explícitamente en
nuestra Constitución, constituye el natural desenlace del camino iniciado por la Sentencia 254/1993
y que culmina en las Sentencias 94/1998 y 292/1999 del Tribunal Constitucional»34. De hecho, «en el sistema jurídico español, el derecho fundamental a la protección de datos personales es
resultado de una paulatina construcción constitucional, legislativa y, sobre todo, jurisprudencial. (...).
Hoy liberado ya de su congénita servidumbre respecto de la protección de la intimidad, el derecho a
la protección de datos se configura por fin como un derecho fundamental autónomo (...)35».
3. El principio de reserva de ley para el establecimiento de los límites al derecho de
protección de los datos personales. Los límites a la facultad de disposición o control, sean a favor del Estado o de un tercero, deberán venir reconocidos en normas
de rango de ley y no meramente reglamentarias, todo ello por imposición de los
artículos 18.4, 53.1 y 81 de la Constitución y de las normas internacionales de aplicación que exigen, además, que estos límites sean proporcionados e indispensables en
una sociedad democrática. En este sentido, la intervención del Reglamento debe ser
34 Álvarez-Cienfuegos Suárez, J.Mª: «La libertad informática, un nuevo derecho fundamental en nuestra Constitución», en La
Ley, Op. Cit., pág. 1. Asimismo Daniel Basterra Alonso se refiere al significado del término «derecho fundamental» y en qué
medida es preferible hablar de «derecho fundamental a la protección de datos» o de «libertad informática». También enfatiza
que con el artículo 18.4 de la Constitución Española estamos ante un derecho fundamental en sentido estricto, con la misma
intensidad y rango que los restantes derechos expuestos en el artículo 18, respecto de los que ya no se puede predicar que sea
una variante específica (más bien sucede lo contrario, pues con él se protegen todos los datos personales, pertenezcan o no a
la intimidad), ni que contenga un simple mandato constitucional para hacerlos más efectivos frente al mal uso de la informática (configurándolo desde una perspectiva instrumental): «El derecho a la Protección de Datos como derecho fundamental»,
en Justicia y Derecho, número 46, marzo 2001, págs. 634-638.
Por nuestra parte, ya señalamos en el libro «El derecho a la intimidad: nuevas dimensiones de un viejo derecho», Universidad
Rey Juan Carlos y Editorial Ramón Areces, Madrid, 2005, pág. 214, que el Tribunal Constitucional tuvo ocasión de pronunciarse por vez primera sobre este nuevo derecho a la autodeterminación informativa o derecho de control de datos personales, por medio de su Sentencia 254/1993, Fundamento Jurídico 6º: «(...) nuestra Constitución ha incorporado una nueva garantía
constitucional (...). Estamos ante un instituto de garantía de otros derechos fundamentalmente el honor y la intimidad, pero también de un instituto
que es, en sí mismo, un derecho o libertad fundamental, el derecho a la libertad frente a las potenciales agresiones a la dignidad y a la libertad de
la persona provenientes de un uso ilegítimo del tratamiento mecanizado de datos, lo que la Constitución llama la “informática”». Sin embargo
si leemos el Fundamento Jurídico 7º de la misma Sentencia, vemos que existe una contradicción respecto a lo señalado en el
anterior: «la garantía de la intimidad adopta hoy un contenido positivo en forma de derecho de control sobre los datos relativos a la propia personal.
La llamada “libertad informática” es, así, también derecho a controlar el uso de los mismos datos insertos en un programa informático (habeas
data)». Ese mismo Fundamento Jurídico 7º establece in fine: «La constatación elemental de que los datos personales que almacena la
Administración son utilizados por sus autoridades y sus servicios impide aceptar la tesis de que el derecho fundamental a la intimidad agota su
contenido en facultades puramente negativas, de exclusión. Las facultades precisas para conocer la existencia, los fines y los responsables de los ficheros automatizado dependientes de una Administración Pública donde obran datos personales de un ciudadano son absolutamente necesarias para
que los intereses protegidos por el artículo 18 de la Constitución Española, y que dan vida al derecho fundamental a la intimidad, resulten real y
efectivamente protegidos. Por ende, dichas facultades de información forman parte del contenido del derecho a la intimidad, que vincula directamente
a todos los poderes públicos ha de ser salvaguardado por este Tribunal, haya sido o no desarrollado legislativamente (...)». De ello se deduce que
en 1993 la doctrina del Tribunal Constitucional en este sentido no estaba todavía consolidada.
35 Oliver Lalana, D.: «El derecho fundamental “virtual” a la protección de datos. Tecnología transparente y normas privadas»,
en La Ley, año XXIII, número 5.592, 22 de julio de 2002, pág. 1.
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auxiliar y complementaria, siempre que ello sea indispensable por motivos técnicos
o para optimizar el cumplimiento de las finalidades propuestas por la Constitución
o por la propia Ley. De ahí que el Defensor del Pueblo alegue que el inciso primero
del artículo 21 de la Ley Orgánica de Protección de Datos36 impugnado vulneraría
la Constitución al permitir la cesión de datos para fines distintos para los que han
sido recabados, sin consentimiento ni conocimiento del interesado siempre que así
lo autorice una norma reglamentaria.
4. La intimidad personal y familiar y el derecho a la protección de datos tienen un fundamento común: la dignidad de la persona humana y los derechos inviolables que le
son inherentes37.
5. Los tratados y acuerdos internacionales no constituyen canon de la constitucionalidad de las normas con rango de ley, si bien, a tenor del artículo 10.2 de la Constitución Española, sí constituyen valiosos criterios hermenéuticos del sentido y alcance
de los derechos y libertades que la Constitución reconoce38.
36 Artículo 21.1 de la LOPD: «Los datos de carácter personal recogidos o elaborados por las Administraciones Públicas para el desempeño de sus
atribuciones no serán comunicados a otras Administraciones Públicas para el ejercicio de competencias diferentes o de competencias que versen sobre
materias distintas, salvo cuando la comunicación hubiere sido prevista por las disposiciones de creación del fichero o por disposición de superior rango
que regule su uso, o cuando la comunicación tenga por objeto el tratamiento posterior de los datos con fines históricos, estadísticos o científicos».
37 En este sentido Daniel Oliver Lalana destaca la ligazón del derecho de protección de datos con la dignidad humana y
señala que «su aspecto objetivo de pertenencia privilegiada al orden público constitucional le otorgan una relativa prevalencia sobre otros derechos e
intereses jurídicamente amparables»: «El derecho fundamental “virtual” a la protección de datos. Tecnología transparente y normas
privadas», en La Ley, Op. Cit., pág. 4.
38 STC 292/2000, Fundamento Jurídico 3º.
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Comentario a la STC 45/1989,
de 20 de febrero.
Inconstitucionalidad del
artículo 34 de la Ley del IRPF
por
José Marí Olano
Abogado
Abogado del Estado
1. Conceptos constitucionales examinados en la Sentencia
Intimidad familiar y declaración conjunta de las unidades familiares matrimoniales.
Artículo 18.1 CE:
Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.
2. Contexto histórico-político de la Sentencia
Pocas Sentencias (si es que hay alguna) del Tribunal Constitucional han tenido una incidencia tan directa e importante en la vida (y en la faltriquera) de millones de ciudadanos
como la STC 45/1989, de 20 de febrero.
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Los hechos que dieron lugar a esta trascendental decisión del Tribunal Constitucional se
produjeron apenas un mes antes de que el supremo intérprete de la Carta Magna dictara su
primera Sentencia, efemérides que conmemora la publicación colectiva a la que se aportan
estas líneas.
Efectivamente, el 27 de diciembre de 1980, tan sólo tres días después de su onomástica,
un decidido Licenciado en Derecho tarraconense contraía matrimonio religioso.
Cuatro días después, el 31 de diciembre, se producía otro hecho jurídico que no por
reiterado deja ser tener cierta trascendencia (aunque no tanta como la unión conyugal, es
de suponer) en el día a día de los ciudadanos: el devengo anual del IRPF.
Nuestro protagonista y su esposa, cuando en primavera presentaron su declaración por
este impuesto, decidieron hacerlo por separado, y ello a pesar de que la entonces vigente
Ley 44/1978, de 8 de septiembre, sujetaba a los esposos conjuntamente a este tributo y,
en consecuencia, obligaba a que los matrimonios presentaran una única declaración, sin
posibilidad de opción entre la declaración conjunta y la separada. Era, pues, casi una Ley
canónica: los dos esposos, que se habían hecho una sola carne por razón de su matrimonio
(cánones 1.055.1 y 1.061.1 del Código de Derecho Canónico; canon 776.1 del Código de los
Cánones de las Iglesias Orientales), debían hacer patente su entrega mutua ante el Fisco.
Con todo, el razonamiento de este intrépido jurista, al que tanto le debemos tantos,
no dejaba de tener una cierta lógica: si de los 366 días que tiene el año (1980 fue bisiesto)
sólo he estado casado 5, ¿por qué tenemos Alicia (tal era el nombre de su esposa) y yo
que presentar una declaración conjunta, y no declaramos como el año pasado, o como lo
hubiéramos hecho si la boda se hubiera celebrado apenas unos días más tarde?
Naturalmente, el Fisco no entendió esa lógica (hay que atender a la situación jurídica
existente a la fecha del devengo, dice la Ley), y dos años más tarde la Inspección de Hacienda levantó acta en la que se practicó liquidación conjunta a ambos cónyuges.
Nuestro protagonista no se amilanó, y tras la desestimación de la correspondiente reclamación económico-administrativa contra el acta, interpuso recurso contencioso-administrativo en el que, esencialmente, argumentó que era contrario al principio de igualdad
consagrado por el artículo 14 de la Constitución la obligación de presentar una declaración
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conjunta que abarcara todo el período impositivo cuando sólo se había estado casado una
mínima parte del mismo. Es decir, no criticaba en realidad la tributación conjunta de los
matrimonios, sino el hecho de que la Ley no previera la posibilidad de que, en casos como
el suyo en que la unidad familiar se constituyó casi acabado el año, se pudiera declarar
separadamente. Si nuestro recurrente no hubiera contraído matrimonio a finales, sino a
principios de año, probablemente no hubiera presentado declaración separada.
La Sentencia de la Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia Territorial de
Barcelona de 19 de junio de 1985 (todos sus componentes o bien eran solteros impenitentes,
o bien eran casados recalcitrantes; ninguno, desde luego, pecaba de tibieza matrimonial) no
sólo no estimó las pretensiones deducidas por el recurrente sino que, además, le reprendió:
«(...) la estructura legal del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas no admite la pretensión
deducida de que se declare el derecho del actor a la declaración y liquidación por separado de su esposa de
las rentas sometidas al Impuesto, por cuanto ello iría, claramente, contra el principio precisamente invocado
por el recurrente (de capacidad económica o contributiva, así como el de generalidad) del art. 31.1 de la
Constitución, dado que si la liquidación conjunta, por acumular las rentas de ambos cónyuges, comporta
una cuota íntegra superior que en el supuesto de declaración y liquidación por separado, el no practicarse
liquidación conjunta (al menos por los días que van desde la fecha de celebración del matrimonio hasta el
día 31 de diciembre de 1980) habría de suponer una ventaja económica para el recurrente que, aunque
mínima, atendiendo a la fecha en que contrajo matrimonio, supondría contravenir los referidos principios
tributarios dado que, por esos cinco días al final del período impositivo, no se tendría en cuenta la capacidad
económica del sujeto pasivo-unidad familiar».
Agotadas todas las instancias y grados procesales ordinarios, Jesús acudió al Tribunal
Constitucional, y de él obtuvo satisfacción (satisfacción plenaria, no sólo porque estimó la
totalidad de las pretensiones deducidas por el recurrente, sino también porque dicha satisfacción la otorgó el Pleno del Tribunal, el cual avocó de su Sala 1ª el conocimiento y resolución
de este asunto) a través de su Sentencia 209/1988, de 10 de noviembre, la cual reconoció «el
derecho del recurrente a no ser discriminado fiscalmente por el hecho de haber contraído matrimonio y a hacer
por separado su declaración del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas del ejercicio 1980».
Sin embargo, el Tribunal Constitucional no sólo satisfizo al recurrente sino que, precisamente a consecuencia del recurso, satisfizo a millones de contribuyentes, puesto que se
planteó ante sí mismo, conforme a las previsiones del artículo 55.2 LOTC, una cuestión
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de inconstitucionalidad relativa a la Ley 44/1978, autocuestión que dio lugar a la Sentencia
que comentamos, la 45/1989.
Es esta segunda Sentencia la que, en puridad, beneficia a tantas y tantas personas, ya
que es ésta la decisión que declara nulos, con los efectos erga omnes propios de las Sentencias dictadas en los procesos de inconstitucionalidad (artículos 164.1 CE y 38.1 LOTC),
las normas legales que obligaban a los matrimonios a declarar conjuntamente el IRPF, sin
posibilidad alguna de presentación de declaración separada.
3. Comentario
El Tribunal Constitucional examina las normas legales recurridas desde la perspectiva del
principio de igualdad/derecho a la igualdad que consagra el artículo 14 CE, y lo hace tomando
en consideración la conexión de este precepto constitucional con otros tres, los artículos 31
(deber de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos), 32 (matrimonio) y 39 (protección de la familia). Además de lo anterior, la Sentencia realiza un breve examen de un aspecto
concreto de la normativa impugnada a la luz del derecho a la intimidad (artículo 18 CE).
La Sentencia parte de considerar al IRPF como un tributo estrictamente personal, en el
que cada uno de los sujetos pasivos debe, constitucionalmente, contribuir de acuerdo con
su propia capacidad económica, de modo que la cuantía de su contribución debería ser
exactamente la misma estuviera o no casado.
La Sentencia no considera inconstitucional, de por sí, que exista un diferente trato fiscal
a los sujetos pasivos del impuesto según estén o no casados, ya que en la familia conyugal
existen, por mandato legal (todo matrimonio tiene un específico régimen económico, sea
el pactado con los límites legales, sea el legal supletorio), unos rasgos peculiares que no
se dan en otras estructuras de convivencia y que en cuanto comportan rentas comunes y
comunicación de renta entre los cónyuges pueden ser legítimamente tomados en cuenta
por el legislador al configurar el IRPF. Por ello, el Tribunal Constitucional afirma que no es
contrario al principio de igualdad, por ser razonable, la diferenciación que resulta de estos
rasgos peculiares entre los sujetos pasivos del impuesto, según estén o no casados.
Sin embargo, una vez sentada esta premisa, el Tribunal entiende que las consecuencias
jurídicas que el legislador extraiga de la diferencia de trato entre quienes están o no casados
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sólo serán aceptables en la medida en que sean congruentes con tal diferencia, salvo que,
por exigencias de la protección que a la familia otorga el artículo 39 CE, se dé un trato
fiscal más favorable a los casados que a los solteros, cosa que, evidentemente, el sistema
establecido por la Ley 47/1978 no hacía, ya que el efecto que produce la acumulación de
rentas en un impuesto personal y progresivo no es, ni más ni menos, que el de que los
casados paguen más, y sustancialmente más a medida que su renta es más alta, que lo que
pagarían por separado si fuesen solteros.
El Tribunal, tras analizar extensamente el sistema de correcciones de la progresividad
derivada de la acumulación obligatoria de las rentas de los cónyuges, llega a la conclusión
de que no existe una justificación razonable de esta desigualdad entre los casados y los solteros, concluyendo que el sistema es contrario al artículo 14 CE, sí, pero también al artículo
39 CE (y ello a pasear de la naturaleza de este precepto, principio rector de la política social
y económica y, por ende, con una vinculación para el legislador muy inferior a la de los
derechos y libertades reconocidos por los Capítulos I y II del Título I CE), puesto que dicho sistema, a igualdad de niveles de renta (esto es, a igualdad de capacidades económicas),
obligaba a pagar más a los casados que a los solteros, por lo que no protegía a la familia
sino que, antes bien, directamente se la perjudicaba.
Ésta es la enseñanza esencial de la STC 45/1989, de la cual el propio Tribunal extrae
otras consecuencia que, si bien hoy no, hace quince años eran novedosas, como el desincentivo que el sistema producía en la integración de la mujer en el mercado laboral (¿para
que va a querer la mujer trabajar fuera del hogar, si el rendimiento neto -después de impuestos- de su trabajo va a ser inferior al que correspondería si estuviera soltera, debido
a la acumulación obligatoria de dicho rendimiento con los de su marido?) o el ataque a la
intimidad que conllevaba el hecho de que ambos cónyuges debieran presentar y suscribir
una declaración única y conjunta, comprensiva de la totalidad de sus rentas, de forma que
cada uno de ellos era responsable de las incorrecciones de la declaración aunque tales
incorrecciones fueran imputables al otro cónyuge (precisamente a consecuencia de ello el
Tribunal llega a afirmar que el sistema imponía a cada cónyuge el deber de denunciar ante
la Hacienda Pública las incorrecciones en las que podía incurrir el otro).
Por último, y dada la enorme trascendencia que una decisión como ésta tiene, no sólo
para futuro -para los millones de declaraciones de la renta que se deberán presentar en los
ejercicios posteriores a la fecha de la Sentencia- sino también para pasado -para los millo-
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nes de declaraciones correspondientes a ejercicios en los que las normas inconstitucionales
estuvieron vigentes-, el Tribunal determina cuál debía ser la eficacia de la Sentencia en el
tiempo, introduciendo la doctrina de la prospectividad en la declaración de inconstitucionalidad de las Leyes al considerar que sólo tendrán derecho a devolución los sujetos
pasivos cuyas liquidaciones no hubieran ganado firmeza, sea ésta judicial (lo cual era claro,
ya que así lo prevé expresamente el artículo 40.1 LOTC), sea ésta administrativa (lo cual,
desde luego, no está tan claro, ya que nada prevé al respecto la LOTC, e incluso el propio
Tribunal fundamenta esta decisión en un principio tan etéreo y manejable -especialmente
por aquél cuyas decisiones no admiten pero jurídico alguno, como no sea el de la mera
crítica jurídica- como el de seguridad jurídica).
Sin lugar a dudas, es ésta la parte de la Sentencia (Fundamento Jurídico Undécimo y
Último) la que la hace trascender del ámbito estrictamente tributario para permitir que
la incluyamos en ese puñado de Sentencias que, valga la expresión, conforman la «parte
general» de la doctrina del intérprete supremo de la Constitución, compendio de la cual
pretende ser la presente publicación.
Efectivamente, y como describió muy tempranamente Eduardo García de Enterría
en un artículo escrito pocas semanas después de hacerse pública la Sentencia («Un paso
importante para el desarrollo de nuestra justicia constitucional: la doctrina prospectiva en
la declaración de ineficacia de las Leyes inconstitucionales»; Revista Española de Derecho
Administrativo, número 61, enero-marzo de 1989, páginas 5 y siguientes), esta doctrina tiene su origen, como tantos otros hallazgos de la justicia constitucional (en puridad, la propia
existencia de la justicia constitucional, en cuanto actividad dirigida a revisar la adecuación
a la Constitución de las Leyes), en la actividad de la Supreme Court de los Estados Unidos
de América -Sentencia Linkletter vs Walker, 381 U.S. 618 (1965)-, y fue recibida en Europa
una década más tarde de su formulación original, a través de sendas decisiones del Tribunal
de Justicia de las Comunidades Europeas (Sentencia de 15 de junio de 1978, dictada en el
asunto 149/1977, Defrenne vs Sabena; Recueil 1978, página 1365) y del Tribunal Europeo de
los Derechos Humanos (Sentencia de 13 de junio de 1979, dictada en el asunto 6833/1974,
Marckx vs Bélgica).
Básicamente, esta doctrina prospectiva considera que las consecuencias prácticas de
toda declaración de inconstitucionalidad de una Ley, en cuanto a sus efectos respecto del
pasado, deben ser ponderadas cuidadosamente por el órgano jurisdiccional revisor, de
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forma que dicho órgano puede acordar que los efectos de su decisión sean tan sólo respecto del futuro, es decir, prospectivos, cuando su aplicación retroactiva puede ocasionar
un quebranto importante o desorganización efectiva (serious disrupt, en la terminología de
la U.S. Supreme Court) de otras instituciones capitales en un Estado democrático de Derecho, como la Administración de Justicia (en el caso de la Sentencia Linkletter) o la Hacienda
Pública (en el caso de la Sentencia que estamos estudiando).
De esta forma, lo que la doctrina prospectiva en la declaración de ineficacia de las Leyes
inconstitucionales propugna no es más que un análisis, caso por caso pero a la luz del Derecho, de las consecuencias que la declaración de inconstitucionalidad de una Ley concreta
puede provocar, para de esta manera modular los efectos temporales de dicha declaración
de inconstitucionalidad.
Y esto es, precisamente, lo que se echa en falta de la STC 45/1989, ya que no profundiza
en cúales podrían ser los parámetros que el Tribunal Constitucional (o los Tribunales ordinarios, en el caso de declaración de ilegalidad de normas reglamentarias) debería seguir a la
hora de efectuar, en cada caso concreto, esta modulación. En cambio, el Tribunal prefiere
limitarse a invocar -pero sin mayor motivación- el principio de seguridad jurídica.
Por contra, la solución adoptada por el órgano jurisdiccional ha sido diametralmente
opuesta a la de nuestro Tribunal Constitucional en la última declaración de nulidad de normas legales tributarias que, en el día en el que esto escribo, se ha producido, la que afecta
a la limitación del derecho a la deducción de cuotas soportadas por los sujetos pasivos
que hubieran percibido subvenciones que establece la legislación española, limitación que
ha sido declarada contraria al Derecho Europeo por la STJCE de 6 de octubre de 2005,
dictada en el asunto C-204/2003, Comisión vs España.
En este caso, y a pesar de que el Gobierno de la Nación había solicitado del Tribunal
una limitación de los efectos de su eventual Sentencia declaratoria de la ineficacia de la
normativa española en la materia por contravenir el Derecho Comunitario Europeo, el Tribunal recuerda que «sólo con carácter excepcional puede el Tribunal de Justicia, aplicando el principio
general de seguridad jurídica inherente al ordenamiento jurídico comunitario, verse inducido a establecerla»
(apartado 29), añadiendo que «para ello, como ha señalado el Abogado General en el punto 24 de
sus conclusiones, es necesario que pueda acreditarse que las autoridades estatales fueron incitadas a adoptar
una normativa o a observar una conducta contraria al Derecho comunitario en razón de una incertidum-
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bre objetiva e importante en cuanto al alcance de las disposiciones comunitarias en cuestión (véase, en este
sentido, la Sentencia de 12 de septiembre de 2000, Comisión/Reino Unido, C 359/97, Rec. p. I 6355,
apartado 92). Pues bien, en este caso no existía tal incertidumbre. No procede, por tanto, limitar los efectos
en el tiempo de la presente Sentencia» (apartado 30).
De esta forma, la Resolución 2/2005, de 14 de noviembre, de la Dirección General de
Tributos, contemplando el efecto temporal de esta Sentencia, ha considerado que (apartado VIII.8ª) en los supuestos distintos a aquéllos en los que todavía existieran actuaciones
judiciales o administrativas en curso, o no se hubieran dictado liquidaciones administrativas
firmes, es decir, los supuestos de autoliquidación no comprobada por la Administración,
se pueden presentar por lo contribuyentes solicitudes de devolución de ingresos indebidos
por los ejercicios no prescritos.
Contraponiendo los casos resueltos por ambas Sentencias, la del Tribunal Constitucional y la del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, se aprecia cómo, partiendo
de una situación fáctica similar (la declaración de ineficacia por contradecir un Derecho
superior de una norma largo tiempo aplicada), los efectos temporales de las Sentencias se
modulan de forma diferente (en ambos casos, con invocación del principio de seguridad
jurídica; en el caso español, sin mayores explicaciones) en función de sus repercusiones.
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