La tumba de Tut Ankh Amon

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La tumba de Tut Ankh Amon
La tumba
Como en las leyendas, las historias más fascinantes tienen siempre algo oculto,
misterios sin resolver que avivan la curiosidad de quienes se adentran a intentar
resolverlos, dudas que se disipan solo con el paso del tiempo y el buen hacer de los
investigadores, respuestas que solo se obtienen tras muchos años de paciencia, lecturas e
interés. Pero no todo el mundo tiene la posibilidad de acceder a las llaves de esos
misterios, ni tiempo para leer toda la documentación escrita sobre, pongamos, el más
famoso
de
los
faraones,
Tut
Ankh
Amon,
el
faraón
niño.
El descubrimiento de su tumba en el Valle de los Reyes, en 1922, por Howard Carter y
Lord Carnavon, desató una pasión inaudita entre los occidentales, que en ese momento
viajaban a Egipto no solo por ser una de las más antiguas cunas de la civilización, sino
por que se había puesto de moda entre las clases adineradas viajar a los fascinantes
países de oriente, los cuales, mediante la literatura y los grabados de algunos viajeros
anteriores, como David Roberts, idealizaron imágenes y costumbres. La pasión por la
historia del Antiguo Egipto, sin embargo, no era algo nuevo para muchos de esos
viajeros, fuesen estos verdaderos arqueólogos y expertos o simples pero sinceros
aficionados.
El Valle de los Reyes es una solitaria cuenca donde se halla el pico más alto de los
montes tebanos, cerca de Luxor, al sur de Egipto, donde se enterraron entre 30 y 40
reyes del Antiguo Egipto de las dinastías XVIII, XIX y XX, entre ellos algunos de los
más grandes, como Ramses II. El Valle sirvió de necrópolis durante 500 años, a partir
de
los
cuales
se
fue
abandonando
paulatinamente.
En los siglos XVIII y XIX fueron varios y de distintas nacionalidades los excavadores
que llegaron al Valle buscando antigüedades, tumbas y momias. Algunos de los objetos
encontrados entonces aún permanecen en los museos de Londres, París o El Cairo. Fue
una época de excavaciones frenéticas, hasta que muchos pensaron que el Valle estaba
agotado y sería imposible encontrar nada más de importancia. Pero en 1902, el
norteamericano Theodore Davis consiguió un permiso para excavar en el Valle de los
Reyes en busca de nuevas tumbas, bajo la supervisión del gobierno egipcio, y encontró,
entre otros hallazgos, la bóveda que contenía la momia y el sarcófago de Ekhnatón.
Pero, lo mejor será hacer un alto en el camino y explicar quien era Ekhnatón, puesto que
tiene importancia en la historia de nuestro protagonista, el faraón Tut Ankh Amon.
Ekhnatón, también conocido como el "Rey hereje", era el suegro del joven Tut Ankh
Amon, del que no sabemos a ciencia cierta si tenía o no sangre real. Esposo de la hija
más pequeña del rey hereje, Tut Ankh Amon llegó a reinar por un cúmulo de
casualidades: la primogénita de Ekhnatón enviudó poco después de la muerte de su
padre, la segunda hija murió célibe aún en vida del rey, y fue la pequeña, casada con el
aún llamado Tut-Ankh-Atón desde muy jóvenes, quien heredó la sucesión del trono,
que
pasó
a
su
también
joven
esposo.
Por la juventud de ambos, es más que probable que alguien moviera los hilos del poder
tras ellos, y la figura que los investigadores creen ejerció de mandatario real fue el sumo
sacerdote Eye, amigo íntimo de Ekhnatón, poseedor de casi todos los títulos cortesanos
y sucesor de Tut Ankh Amon a su muerte. Apenas se sabe mucho más del mandato del
faraón niño, excepto que el reinado duró algo más de seis años, que durante ese tiempo
la corte abandonó la capital hereje que había escogido su suegro y regresó a Tebas, que
comenzó adorando a Atón para luego regresar a la religión antigua y que durante su
periodo de reinado, como en el de Ekhnatón y Eye, se produjeron algunas de las más
bellas y refinadas piezas de arte egipcio de la Era Imperial.
Theodore Davis abandonó las excavaciones en el Valle de los Reyes en 1914, y fue
entonces cuando Carter y Carnarvon se hicieron cargo de la concesión para seguir
excavando, convencidos de que muy cerca debía encontrarse la tumba de ese faraón tan
desconocido hasta entonces, basándose en algunos objetos descubiertos por Davis y que
llevaban impresos los sellos de arcilla del joven faraón. Ni siquiera el director del
departamento de Antigüedades del gobierno egipcio pensaba se pudiera encontrar nada
más en ese desierto polvoriento, pero aún así firmó la renovación del permiso de
excavación para aquella pareja formada por un arqueólogo experimentado y tenaz y un
noble inglés fascinado por el arte y la historia del Antiguo Egipto.
La tumba de Tut Ankh Amon
Comienza la aventura
Como todas las historias emocionantes, y esta lo es, los inicios de la excavación de esta
tumba no pudieron ser peores. En 1914 estallaba la I Guerra Mundial, la Gran Guerra, y
excepto algunos pequeños trabajos ocasionales, las excavaciones tuvieron que ser
suspendidas. La ausencia de funcionarios que vigilaran el Valle durante los años que
duró la guerra propició que algunos bandidos y saqueadores se aprovecharan de la
situación para volver a robar en algunas tumbas. Hubo incluso enfrentamientos entre
algunos grupos que se dedicaban a la expoliación, y la situación estaba deteriorándose
de tal forma que los notables del pueblo y de la zona pidieron a Carter que actuara. Éste
sorprendió a un grupo saqueando una tumba que al parecer solo contenía un sarcófago,
pero no había indicios de que hubiera estado ni terminada ni ocupada.
Sin embargo, no fue hasta 1917 que se inició la verdadera campaña de exploración.
Carter no sabía muy bien por donde empezar, aunque el equipo acabó escogiendo el
terreno delimitado por las tumbas de Ramses II, Mer-en-Ptah y Ramses VI. Al pie de
esta última tumba se encontraron una serie de cabañas de los trabajadores que habían
participado en la construcción de las tumbas, lo que en el Valle suele significar
proximidad de una de ellas, por lo que Carter pronto se convenció de que aquel era el
lugar indicado para empezar a buscar. La dificultad era que para excavar en aquella
zona debía cortarse el acceso a la tumba de Ramses VI, una de las más visitadas
entonces, así que Carter y Lord Carnarvon esperaron un tiempo prudencial antes de
iniciar los trabajos en serio, lo cual retrasó sus trabajos hasta 1919.
Cuando se reanudaron los trabajos de excavación encontraron una reserva secreta que
contenía 13 jarras de alabastro con los nombres de Ramses II y Mer-en-Ptah, el mayor
hallazgo con importancia que consiguieron hasta entonces. Eso les animó a proseguir en
la zona y trillaron todo el triángulo acotado, excepto aquel terreno ocupado por las
cabañas. Durante dos temporadas completas estuvieron excavando en un pequeño valle
lateral, donde se encuentra la tumba de Tutmosis III, y aunque no encontraron nada de
auténtico valor si descubrieron que había una nueva tumba sin terminar. El tiempo
trascurrido desde el inicio de las investigaciones sin que hubieran encontrado una pista
real de la tumba de Tut Ankh Amon hizo que los dos socios discutieran la posibilidad
de buscar en otra zona, pero Carter insistió ante la presencia de aquellas cabañas. Creía
en su intuición y convenció a Lord Carnarvon para seguir buscando bajo ellas, cortando
el acceso a la tumba de Ramses VI en una época de poca afluencia turística.
Cuando Carter y Lord Carnarvon decidieron continuar excavando esa zona sabían que
iba a ser la última oportunidad, después de seis temporadas de desaliento, tras seis años
de no encontrar nada que los llevase a pensar que realmente iban en el camino correcto.
Solo les quedaba confiar en la intuición de Carter y que aquellas cabañas escondiesen
secretos hasta entonces no descubiertos.
La tumba de Tut Ankh Amon
El hallazgo de la tumba
El 28 de octubre de 1922 Carter llegó a la ciudad de Luxor para contratar a los
trabajadores de esa temporada. A principios de noviembre ya estaba a punto para
reanudar las excavaciones abandonadas durante los meses de más calor. Esta vez
comenzó a excavar una trinchera hacia el sur, partiendo de la tumba de Ramses VI, tal y
como habían decidido la temporada anterior con lord Carnarvon. Las cabañas de los
trabajadores cubrían la parte delantera de la tumba y se extendían hacia el sur de la
misma, hasta unirse a otro grupo de cabañas similares construidas en el lado opuesto del
valle. Cuando todo estaba dispuesto para comenzar la búsqueda se descubre un corte en
la roca situada bajo la primera cabaña. El corte era, curiosamente, muy parecido a los
que se veían en las escalinatas de entrada del valle. Cuando acabaron de sacar todos los
escombros que dificultaban la visión de la hendidura vieron claramente que estaban
frente a una tumba, aunque aún no sabían si sería una tumba inacabada o tal vez
inutilizada o saqueada algunos siglos atrás. La incertidumbre seguía guiando los
trabajos, pero las obras avanzaron hasta dejar al descubierto la parte superior de una
puerta cegada, enyesada y sellada. Que la puerta estuviera sellada constituía todo un
descubrimiento ¡Eso quería decir que nadie había saqueado la tumba! Carter
inspeccionó las huellas del sello en la puerta, buscando indicios que le indicaran a quien
pertenecía la tumba, nombres, ¡algo! pero solo encontró el sello real de la necrópolis, lo
que indicaba que la tumba era para alguien de alto rango. Que las cabañas de los
trabajadores estuvieran encima significaba también algo, que al menos desde la XX
dinastía la tumba no había sido visitada.
Carter realizó una minuciosa inspección y descubrió que la abertura era muy pequeña
comparada con las encontradas en otros lugares del Valle, y que correspondía a un
diseño de la XVIII dinastía. Lord Carnarvon se encontraba en esos momentos en
Inglaterra, así que Carter dejó a sus trabajadores de mayor confianza montando guardia
en la entrada de la tumba durante la noche, mientras avisaba a su socio del
descubrimiento. Mientras aguardaba la llegada de su compañero de excavaciones,
Carter dispuso que se volviera a cubrir toda la entrada para que nadie advirtiese que se
había descubierto algo, por si los saqueadores seguían merodeando el terreno. Ahora le
tocaba esperar pacientemente la llegada de Lord Carnarvon durante aproximadamente
quince días, quince días de nervios e incertidumbre.
Lord Carnarvon llegó el 23 de noviembre a Luxor vía Alejandría, acompañado de su
hija, Evelyn Harbert, quien compartía con su padre la afición a la arqueología y a la
historia del Antiguo Egipto. Al día siguiente de su llegada la escalinata y sus 16
escalones se pusieron de nuevo al descubierto. Esta vez examinaron con mayor
detenimiento los sellos de la puerta y descubrieron que en la parte interior de los sellos
había algunas referencias al faraón Tut Ankh Amon, que la puerta se había abierto y
vuelto a cerrar, lo que indicaba que probablemente los saqueadores habían llegado antes
que ellos en algún momento de la historia. A pesar de los indicios de los sellos, la
acumulación de objetos pertenecientes a otros reyes les desconcertó de tal forma que
llegaron a pensar que la tumba no sería más que una especie de almacén de objetos
reales de la XVIII dinastía que fueron trasladados por orden del joven faraón desde Tell
el Amarna para preservarlos de los robos en la esperanza de que su nueva ubicación
fuera más segura.
El 25 de noviembre los trabajos se centraron en desbloquear la entrada, y cuando la
tuvieron totalmente despejada descubrieron una rampa de piedra y grava sembrado de
restos de objetos que confirmaban la idea inicial de que el lugar, fuese tumba o almacén,
había sido saqueado. Al día siguiente los trabajadores vaciaron el pasillo de objetos y
fue entonces cuando pudieron ver una segunda entrada, otra puerta sellada muy parecida
a la primera. Los primeros indicios apuntaban a una cámara secreta, pero para confirmar
las sospechas debían ver que había al otro lado de la puerta. Carter se adelantó y abrió
una pequeña grieta en el rincón superior izquierdo de la puerta y tras limpiarlo y
comprobar que no había gases acumulados introdujo una vela y se asomó al otro lado
mientras los otros esperaban expectantes sus palabras. Pero Carter, tras asomarse por la
pequeña hendidura, se quedó mudo por unos segundos y a la pregunta de su socio sobre
si veía algo, éste solo pudo responder "Sí, cosas maravillosas". Solo quien lleve tantos
años esperando encontrar siquiera un indicio de lo que anda buscando podría
comprender la emoción que embargó a los presentes en ese momento.
La tumba de Tut Ankh Amon
Los preliminares a la inspección
Tras aquella puerta sellada por la que Carter se había asomado alumbrado únicamente
por la luz tenue de una vela se hallaba una habitación repleta de objetos, algunos ya
conocidos y otros muy distintos a los que se conocían hasta entonces del arte egipcio.
La mayoría de objetos estaban apilados unos sobre otro, desordenadamente, lo que
dificultaba la observación de los mismos. Pero entre todos destacaban, por su tamaño y
belleza, tres grandes lechos funerarios de color dorado adornados con elaboradas
esculturas de animales míticos y semimonstruosos y dos estatuas de color negro de un
mismo rey, enfrentadas la una a la otra, como si se tratara de centinelas que hicieran la
guardia frente a la puerta, ataviadas con sandalias de oro, una maza, una vara y la cobra
sagrada sobre cada una de sus frentes.
Además de estas impresionantes estatuas y los lechos había otros objetos igualmente
bellos y valiosos, entremezclados entre sí: cofres, jarrones, relicarios, ramos de flores y
hojas, camas, sillas, copas de alabastro con forma de loto, carros con incrustaciones de
oro y piedras preciosas, y muchas otras maravillas. Tras todos estos objetos, otra efigie
de rey.
Carter y Lord Carnarbon se percataron de que aquella habitación debía ser una especie
de antecámara y que debía haber otras cámaras tras la puerta guardada por los dos
centinelas negros. Tras la alegría inicial del descubrimiento, la visión del desorden y la
riqueza de esta antecámara los dejó a los tres, incluida Evelyn Harbert, un poco
sorprendidos y confusos, y sus opiniones sobre lo hallado diferían en muchos aspectos,
así que decidieron cerrar de nuevo la cámara y dejar la entrada con vigilancia hasta
decidir que método seguir para seguir avanzando en los descubrimientos hechos hasta el
momento.
Una de las primeras medidas que tomaron fue tender cables eléctricos para tener una
mejor iluminación, y de esa forma pudieron tomar notas de los sellos grabados en la
puerta interior y deshacer el bloqueo. Cuando pudieron entrar a la antecámara con la luz
eléctrica vieron mucho mejor los objetos que allí se hallaban, y también descubrieron un
agujero en la puerta que antes les había pasado desapercibido, lo que les hizo volver de
nuevo a la idea de los saqueadores. Cuando vieron todos los objetos desordenados de la
sala se dieron cuenta de que no podían mover nada hasta que no se hubiese dibujado un
plano y haber sacado fotografías de los mismos, algo que iba a llevar mucho tiempo.
Como arqueólogos e investigadores serios que eran, y conscientes de la magnitud del
descubrimiento que habían hecho, eran conscientes de que uno de los trabajos más
complicados iba a ser el de realizar la clasificación de los objetos encontrados, por ello
el primer paso dado fue posponer la apertura de la puerta interior sellada hasta que la
antecámara no estuviera vacía y sus objetos debidamente clasificados y fotografiados.
Según los comentarios que Carter escribió en su libro sobre el descubrimiento de la
tumba, pese a que ya sabían que el periodo al que pertenece la tumba es, en muchos
aspectos, el más interesante de la historia del arte egipcio y esperaban encontrar objetos
magníficos, no esperaban encontrarse ante tanta vitalidad y animación en algunos de los
objetos. Al ir analizando poco a poco lo encontrado vieron que tanto los objetos grandes
como los más pequeños, o al menos la mayoría de ellos, llevaban inscrito el nombre de
Tut Ankh Amon. También la puerta interior llevaba sus sellos.
Atras
La tumba de Tut Ankh Amon
Las otras estancias
Cuando desbloquearon la entrada a la siguiente cámara, en una de las paredes hallaron
un agujero pequeño por el que se veía una puerta también sellada y un nuevo agujero,
seguramente hecho por algún ladrón, que no había sido tapado. Tras esta puerta había
otra sala, aún más pequeña que la primera, pero más atestada de objetos, y a la que
llamarían "anexo". Cuando pudieron acceder al anexo confirmaron que los saqueadores
habían pasado por allí, ya que estaba todo mucho más desordenado que en la cámara
anterior, y los objetos, la mayoría más pequeños que los encontrados anteriormente, era
nde una calidad artesanal exquisita: cajas pintadas, una silla de marfil, oro, madera y
piel curtida, jarrones de alabastro, cerámica, un tablero de juego de colores…
Fue el descubrimiento de esta segunda sala lo que les hizo reflexionar sobre la
importancia del hallazgo, ya que hasta entonces no se había encontrado nunca tanto
material junto, ni de tanto valor. No existía precedente alguno a aquel descubrimiento,
lo que les hizo ser mucho más conscientes de la responsabilidad que tenían a la hora de
analizar, clasificar y estudiar todo lo que fueran encontrando fruto de su investigación.
Los tres sabían que antes de trasladar todos aquellos objetos a un almacén o museo
debían hacer un exhaustivo trabajo de documentación que incluía conseguir
conservantes, material de embalaje para que los objetos no sufrieran daños con el
traslado, instalar un laboratorio en un lugar seguro donde poder tratar, catalogar y
embalar todos los artículos, realizar un plano lo más fiel posible y a escala de la
colocación de los objetos y realizar un estudio fotográfico completo mientras aún no se
hubieran movido las piezas y luego de cada pieza individualmente, para facilitar su
clasificación. Todo esto sin olvidar el incalculable valor de las piezas encontradas, que
exigía una medidas de seguridad extraordinarias contra los intentos de robo.
Para realizar todos estos trabajo, el trío de investigadores tuvo la fortuna de contar con
unos excelentes colaboradores: de las fotografías se encargó Harry Burton; de los
planos, los dibujantes Hall y Hauser; el señor Lucas, experto en química que trabajaba
para el gobierno egipcio, fue el encargado de los análisis, y también contaron con la
ayuda de A.C. Mace, el conservador del Museo de Arte Metropolitano de Nueva York,
que fue quien les facilitó al resto de los miembros.
La noticia del descubrimiento se difundió a la velocidad de la luz, no solo entre los
círculos de investigación y arqueólogos, también entre la gente común, y corrían
rumores acerca de aviones que habían salido de Egipto repletos de objetos asombrosos y
de incalculable valor. Para atajar las habladurías, que estaban llegando incluso a las
estancias oficiales, el equipo de exploración de la tumba de Tut Ankh Amon decidieron
invitar a los responsables de los departamentos implicados en el descubrimiento a
visitar la tumba y comprobaran por ellos mismos los hallazgos y que no faltaba nada de
lo allí encontrado. No solo eso, también enviaron un informe completo y autorizado
sobre el descubrimiento a la revista "Times". Así, el 29 de noviembre se inauguró
oficialmente la tumba ante la presencia de algunas altas personalidades y funcionarios
del gobierno egipcio, y al día siguiente fue el propio ministerio de Obras Públicas y
Antigüedades quien realizó una inspección oficial de la parte de la tumba abierta,
acompañados de un corresponsal enviado por "Times".
Tras las inspecciones oficiales Carter viajó a El Cairo a recopilar el material necesario
para la clasificación. Durante quince días no se realizaron más trabajos en la tumba,
hasta que a mediados de diciembre, concretamente el día 16, ésta se volvió a abrir para
instalar una reja de seguridad en la entrada. Pocos días después se concedió autorización
a la prensa para visitar la tumba, visitas que fueron acompañadas de algunas
personalidades que no pudieron estar presentes en la inauguración oficial.
Atras
La tumba de Tut Ankh Amon
Traslado de los objetos
Sería demasiado largo enumerar aquí los objetos que se encontraron en esa primera
cámara y su anexo, así como su descripción, pero sí es interesante comentar algunos de
ellos por su sorprendente calidad y belleza. A Carter le impresionaron algunos pequeños
objetos encontrados en la antecámara, como una copa de alabastro semitransparente y
un cofre de madera pintado que él consideró uno de los mayores artísticos de la tumba.
La delicadeza de los dibujos y pinturas de ese cofre le recordó a Carter las miniaturas
persas, aunque los motivos y el tratamiento del color fueran genuinamente egipcios.
Otros artículos llamaban la atención por su sorprendente modernidad (la modernidad de
la época), como una silla de junco de singular diseño.
Sin embargo, todos los objetos estaban tan amontonados que fue muy complicado
moverlos uno a uno sin hacer caer a los demás. Y mientras algunas piezas podían
sacarse y ser tratadas en un laboratorio, muchas otras, por el deterioro que acusaban, fue
necesario tratarlas allí mismo, pues otra cosa habría significado su destrucción. De los
700 objetos catalogados, uno por uno necesitaron un tratamiento diferenciado, lo cual
alargó muchísimo un trabajo que ya se intuía lento, cansado, laborioso y en el que había
que acumular grandes dosis de paciencia.
La conservación y clasificación de los objetos eran una prioridad para un profesional de
la arqueología como era Carter, quien reprochaba a anteriores arqueólogos o simples
exploradores y coleccionistas de antigüedades que en sus descubrimientos no hubieran
sido más meticulosos y hubieran trasladado piezas de sitio sin catalogarlas ni
documentarlas, con lo cual se había acumulado una enorme cantidad de material en los
museos con los que era difícil trabajar al desconocerse los más elementales datos sobre
su procedencia. Carter conocía el alcance del descubrimiento y aceptó la gran
responsabilidad que significaba hacerse cargo de un material tan valioso para la
investigación posterior.
Con ese afán de tratar todo lo hallado con meticulosidad, el equipo se encargó de que el
trabajo que debía realizarse se llevara a cabo de manera profesional, lo que comportó no
pocas dificultades añadidas. Por ejemplo, para realizar las fotografías, que requerían de
una iluminación especial y exposiciones lentas, a veces hacía falta sacar algunas
pruebas, así que se decidió montar un laboratorio de fotografía en la tumba vacía de
Ekhnatón, la encontrada por Davis, muy cerca de la de Tut Ankh Amon. Otro problema
que había que solventar era el almacenaje. Si todos los objetos encontrados debían salir
de las cámaras para su tratamiento y catalogación, ¿dónde iban a ponerse mientras se
esperaba un traslado definitivo? No serviría cualquier lugar, puesto que el material con
el que se iba a trabajar era extremadamente delicado y valioso, además de abundante lo
que significaba que debía encontrarse un lugar seguro, amplio y con condiciones de
conservación apropiadas, a ser posible lejos de miradas indiscretas de espectadores no
deseados. Un problema añadido era la dificultad de reponer los materiales de
conservación agotados, puesto que debían pedirlos siempre a un lugar lejano, ya fuera a
El Cairo o, en ocasiones, a Inglaterra, lo que ocasionaba algunas demoras en el trabajo.
El problema del lugar se solucionó con la autorización del gobierno egipcio a ocupar la
tumba de Seti II, un sepulcro tal vez demasiado estrecho pero cuya parte inferior podía
usarse como almacén y la superior para trabajar. Durante todo el resto del mes se
dedicaron a trabajar a contrarreloj para poder realizar el traslado de los objetos cuanto
antes. Se hicieron las fotos y los planos de las cámaras y anexo, se realizaron
anotaciones preliminares y se restauraron objetos que necesitaban atención primaria
antes de ser trasladados.
Cuando todo este trabajo estuvo hecho comenzaron trasladando los objetos en el orden
en que los encontraban, de norte a sur, dejando para el final los carros y las camas. Todo
este proceso duró un total de siete semanas, casi dos meses, en los que pudieron
constatar que los saqueadores que habían entrado en la tumba lo hicieron al cabo de
pocos años del entierro del faraón, y que habían entrado al menos dos veces. También
hallaron evidencias de que alguien había llegado después que los ladrones y había
reorganizado las cosas, de un modo, eso sí, un tanto chapucero.
La tumba de Tut Ankh Amon
La batalla de la popularidad
Como si la sociedad del espectáculo se hubiera puesto de acuerdo, tras el conocimiento
del descubrimiento de esta tumba, el resto de monumentos de Egipto dejaron de ser
importantes para los visitantes del país. La prensa descubrió su vocación arqueológica y
los turistas de medio mundo se pasaban horas bajo el sol para poder ver aquella
maravilla de la que tanto habían oído hablar. Tantas visitas, de prensa y turistas ávidos
de fotos que enseñar y experiencias que relatar, dificultó más si cabe le trabajo de
investigación en la tumba, aunque las visitas más peligrosas, las que estuvieron a punto
de paralizar los trabajos, fueron las que llegaban bajo el paraguas de la oficialidad.
Carter, Carnarvon y Evelyn no tuvieron inconveniente en recibir a compañeros
arqueólogos realmente interesados en la investigación y el descubrimiento, pero se
sentían agobiados ante la cantidad de cartas de presentación que les llegaban de parte de
amigos o familiares del gobierno o alguna instancia más o menos oficial de cualquier
país para obtener el permiso de visitar la tumba. Todo ello les hizo adoptar la decisión
de cerrar la tumba durante una semana, esperando que el flujo de visitantes aflojara. A
partir de ese momento se prohibieron las visitas a la tumba y al laboratorio, lo que les
valió unas cuantas acusaciones de carácter negativo, pero al menos así pudieron seguir
trabajando.
Cuando acabó la temporada y todos los objetos habían sido trasladados y almacenados
en la tumba de Seti II se planteó otro problema: el traslado fuera del Valle de los Reyes.
Los objetos debían protegerse de accidentes, robos, roturas, polvo, deterioro… Para
salvar la distancia de casi nueve kilómetros que separaba el Valle del río Nilo, por
donde pensaban realizar el traslado hasta El Cairo, y dado que el estado del terreno era
más que accidentado, se construyó un ferrocarril de campaña cuyo trazado de vía se iba
construyendo a medida que se iba avanzando, colocando el tramo de vía posterior en la
parte delantera, y así sucesivamente. Todo este trabajo se realizó en el mes de marzo,
con unas temperaturas que ya alcanzaban los 40º y perpetuamente bajo el sol. Una vez
en el río la cosa fue más sencilla: se subieron las cajas a una barcaza que llevaba escolta
militar y tras siete días de navegación los objetos llegaron a la capital egipcia.
Atras
La tumba de Tut Ankh Amon
La cámara mortuoria
Obviamente, las sorpresas no habían acabado aún. Una vez trasladado todo el material
clasificado quedaba la incertidumbre de lo que se iba a encontrar tras la puerta sellada.
Unas veinte personas, entre altos cargos del gobierno, profesores y estudiosos,
acudieron a presenciar la apertura de la cámara que comunicaba con el sepulcro. Carter
estaba visiblemente emocionado ante esta última etapa de la investigación. Cuando
abrieran esa puerta penetrarían en una estancia que había permanecido cerrada durante
tres mil años.
Para abrirla primero abrieron un pequeño boquete en el que Carter y dos personas más
siguieron trabajando por un largo rato, ya que las piedras que rodeaban la puerta eran
muy grandes y de tamaños irregulares, y la amenaza de que alguna de ellas cayera y
dañara algo al otro lado les impedía trabajar más rápido. Cuando hubieron sacado unas
cuantas de estas grandes piedras descubrieron la auténtica cámara funeraria del faraón,
que llenaba casi por completo un inmenso sepulcro dorado que cubría y protegía el
sarcófago. La estructura era enorme, cinco metros por tres y casi otros tres de altura, y
estaba bañada enteramente en oro, con paneles laterales que contenían incrustaciones de
cerámica brillantes con símbolos mágicos. Las paredes de la sala estaban decoradas con
pinturas muy llamativas y ejecutadas con algo de prisa, como si el funeral hubiera
pillado a los pintores por sorpresa.
Cuando abrieron los pasadores del sepulcro y retiraron sus puertas vieron que en interior
había otro sepulcro de puertas muy parecidas, cerradas también con pasadores, pero con
los sellos intactos. Al contemplar los sellos, decidieron volver a cerrar las puertas para
evitar dañar innecesariamente el sepulcro y seguir investigando el resto de la cámara.
Descubrieron una puerta pequeña, abierta y sin sellos, que daba a una estancia de
reducidas dimensiones, donde estaban concentrados los mayores tesoros de toda la
tumba. Carter quedó totalmente asombrado de la belleza y magnificencia de los objetos
que se presentaban ante sus ojos. Lo primero que les despertó admiración fue un gran
arca dorada en forma de sepulcro, cuya cornisa soportaba a las cobras sagradas.
Alrededor del arca las estatuas de las cuatro diosas tutelares de los muertos, guardando
el cofre canope, uno de los elementos más importantes en el ritual de la momificación.
Otras estatuas y objetos se repartían por la estancia, como la figura del dios chacal
Anubis, o del propio faraón Tut Ankh Amon.
Durante la etapa en la que el equipo de investigación se encargaban de estudiar la
cámara mortuoria ocurrieron dos hechos de trascendental importancia. El primero, los
disturbios contra europeos en todo Egipto, particularmente en El Cairo, que en aquella
época se hallaba bajo influencia inglesa. El segundo, la muerte de Lord Carnavorn el 6
de abril de 1923, pocos meses después del descubrimiento de la tumba y antes de la
temporada invernal en la que se abrieron los sepulcros del faraón. La muerte de este
mecenas y entusiasta de la arqueología egipcia se produjo tras el envenenamiento
provocado por una picadura de mosquito, que afectó a su ya de por sí delicada salud y
que contribuyó la difusión de la leyenda sobre una posible maldición sobre quienes
habían participado en la apertura de la tumba.
Los disturbios se calmaron, y cuando se reanudaron los trabajos, la temporada invernal
de 1923, se siguieron abriendo los sepulcros empezando por el intermedio, que dio paso
al último de ellos. Éste era, probablemente, el más bello ataúd que hayan contemplado
jamás ojos humanos, fabricado en oro macizo de 3 mm de espesor y que contaba con
una representación de Tut Ankh Amon con el báculo y el mayal sobre el pecho, igual
que en el segundo sepulcro. Solo este ataúd pesaba más de 100 kilos.
Fue el 28 de octubre cuando se levantó, por fin, la tapa del ataúd que les mostraría el
rostro momificado del joven faraón. La momia estaba rodeada de algunos objetos de
gran valor, la mayoría joyas personales: brazaletes, pectorales, collares, gargantillas,
pulseras… Cuando se hubieron extraído los objetos del ataúd se procedió a un primer
estudio de la momia, realizado por los profesores Elliot Smith, Douglas E. Derry y Salh
Bey Hamdi, que constataron que al ser una tumba no profanada y en la que los
ungüentos habían actuado durante 3000 años, los tejidos se habían deteriorado más que
en anteriores descubrimientos. Se han escrito muchas teorías acerca de las causas de la
muerte del faraón, sobre todo por su juventud y a partir de que un análisis mediante
escáner descubriera una fractura de cráneo, lo que ocasionó numerosas especulaciones
sobre un asesinato presuntamente provocado por un fuerte golpe. Aún hoy las teorías
siguen siendo varias, y mientras en algunos lados se lee que Tut Ankh Amon podía
padecer de un tumor que provocara las lesiones, en otros lugares se duda de elo y se
cree que esa fractura pudo ocasionarse durante el proceso de momificación o, incluso,
en el curso de la investigación de la momia por los colaboradores del propio Howard
Carter. Sea como sea, lo cierto es que la vida y la muerte del faraón más famoso de
Egipto, pese a su juventud y corto reinado, sigue siendo un absoluto misterio. Las 2099
piezas encontradas en la tumba del Valle de los Reyes, y que se encuentran desde
entonces en el Museo de El Cairo, son lo único que pueden hablarnos de él. Tal vez el
tiempo y los avances tecnológicos puedan decirnos más cosas, pero lo que es cierto es
que el misterio y las leyendas que rodean la historia de este rey no desaparecerán
fácilmente.
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