LOS ASPKCTOS OIA'IDADOS DEL PLAN INDICATIVO MUNDIAL Jacobo Schatan (Chil*-) liiis sombrías n<*r!<j>t'c(ivas que <'n rnalt-ria de alitiicntiirión en*'arul>a la liumanidiid a ruiníni/vos úv la drcada dr k>s 60 ¡mpul>arnn a los o;<)l)iíTnos rnitMiiliros d< la l'AO a decidir la iniriarión úv un niajino ¡«iaii mundial para la prodiKi ion, el ronicrrio y el desarrollo agritola". <|n<'. romo lo s<*ñala < I Dirtí lor (íencral de la I' \() "proporrionará un >islema internacional <le coordenadas para ayudar a los gobiernos a formular y aplicar sus políticas apríc-olas". Producto de este esfuerzo pionert» es el Plan Inibcalivo Mun(Jial (l'IM). Quien conoz<a las dificultades que se eticaran al preparar nn plan nacional de dí!sarrollo, no (lejará de st^'ulir franca admiración por la labor casi sííbrebuniana cpn* significó ríM't)ger irtforniacitmes áv 64 países, orrlenarlas y analizarlas: suplir las graves deficiencias estad íslicas; aunar los criterios té( íiicos con los eeonómií'os, leniencJo e:n cuerita las tan disímiles siluaiiones que s»! encuentran íri el mundt>; visluinl)rar el futuro y sugerir medidas para modificar las tendiMicias bislórieas en cada zona o región, y llegar, finalmentí', a un cuadro mundial ct>herente. Sin embargo, este rceonoeimi(uito no puede hae(*rnos p<^rd(*r de vista algiHias dt'l)ilidai]i s fundamentales del (\studio, y que son patentes en el caso de la América Latina, región a la cual se circunscribe el eontí^nido díd pres<"nle artículo. iNo obstante, es probable que los comentarios que aquí se ofrecen sean aplicables también a otras regiont^s en desarrtíilo. La prinuíra reacción que Sí* (experimenta al leer el ttíxto del PIM provisional es la d<* eneontrarsí" frente* a una t>bra de ingeniería bellament<* coiístruida, en la que se ba prtxurado ensamblar íiiidadosamente cada una de sus partes, pero euya utilizacióti final resulta dudosa. Ks una obra que se pretendí'; poner al servicio dv. los bombres, p<'rt» és(t)s —que debieran ser los pcrsonaji's principales— t*stán austMites. S*m solamente gratules tiútrieros, euya fumióti principal pareciera que fues<; únicamente la de proflueir y cotisutnir alintentos y t)lros bienes agrí<olas. Sólo se liace referencia a otra futición vital —la de la reproducción— y ella es fuertemente criticada. Pero nada más. Kl Pl\l no tt)fna eti cuetíla, eti la ct)tislruccióii de su modílo d<' desarrt)ll(), los aspí'ctos sociales y políticos, los problemas relativos al bienestar y a la ubicación en la sociedad de las grandes tnasas mralíís, postergadas y empobrecidas durante tantas generaciones. t5 46 Kl. rUIMKSJ KK KCONOMICO Tal vez st*a ('\aj;<*ra(lo drcir qu(; v\ l'l\l fia (jj^norado los prul)l<'tnas de la distrihutión <l(*l itifjrrso y la riquc'za, lo» del crccicnlc dtstriiplco rural y, en fin, los de la parliii|)a(ión de las <»;randes masasen las dislinlas manilestaeiontís de la vida eeonóiniíui, soeial, eullural y polítiea de sus respectivas naciones. Kn verdad, estos aspeetos se rneneionan repelidas v<"ees a l(> larjn» del extenso estuíüo, pero en lornia tímida, rt'signada, eorno si no pudiera hacerse nada para cafrd)iar el aetuat estado de «-osas, como si c\ tnanlenimiento del slatii (¡uo fuese lo único (|u<* ("s faelihle esperar en los próxirtios veinte años. ICs, por consitruiente, un estudio carente de eso que <"s l'undanif^ntal para el (Jesarroljo de las so<;iedad(*s: la espí^anza. Priman ("n <d l'IM las consideraciotícs merarnenlí' cíonómicas, relaciones abstractas de producción y consumo, carcnles de eorüt-nido humanístico, (tomo si la ciencia (Monómica lucra una ciencia e\a<la y no una ciencia social. .Se proyíHtan las necesidades futuras de alinierdos y se diseñan las formas técnicas para satisfacerlas, indicándose los re(]uer)tnientos financi<íros e institucionales para alcanzar el ccpiilihrio. I'cro no se discuten a fondo las relaciones ác. pod<r, sea en I<íS planos nacionales o en el internacional, ni las formas <n que se distribuirán los iMfH'licios del desarrollo. I'or tratar de derrotar el fantasma malthusiano se cscoiie utia línea recta, ei(íga, que no admite altt'rtiativas, íJUC fatalmente llevará a millones dt; campcísinos latinoamericanos a un callejón sin salida de miseria y des<íspcranza. liealistno y neutralidad ¿ílómo explicar <;sta aparí^nte falta de sensibilidad social del 1*1 M? Según algunos, no sería comptítencia áv. un organismo internacional pronosticar o propugnar cambios sociales que, en el fondo, <;onstiluy(ín cambios políticos. ICIh) os resorte dv. los gobernantes, de los poIíli»-os o tl(* las propias fuerzas so<;iales comprometidas en <'ada país. (No sería "'realista"', por consiguiente, proy(M-tar situacioníís futuras (|U(" necesarianienlt* <leban contemplar <;ambios en la <'struclura d(; poder, sobr<; los cuales obviamente el organismo internacional no tieru' control alguno. Pero, ;no es acaso inae<;ptable qu(; en aras de un pretendido realismo se consi<'nta tácitament<> (*n manten<ír situaciones de injusticia social? La propia darla de las íNaciones Unidas prost:ribt; la indiferencia y la inacción frente a la injusticia y la misí^ria (pie afligía a buena parte de la humanidad. Por ello (^s qu(í la cons(;eu(;ión ár, determinados niveles de bien(;star para las grandes masas d(; poblattión —y toíJo lo que ello representa en los planos políti<(>, social y económico— no puedí! d(íjarse (U)mo el mero n'suUado de un ASPKCTÍ)S ÜLVIÜADOS DKL PLAN INDICATIVO MUNDIAL 47 <^j(írcicio aritmético, sino que debe constituir el objetivo fundamental, la meta central, de cualquier esfuerzo de planificación, por indicativa que ella sea. Un proceso de planificación neutral, que no involucre los cambios soc'iales requeridos, carece de significado dinámico, y pasa a ser más bien un lastre que un mecanismo motivador del desarrollo, entendiendo este último «orno un proceso de ascenso material y espiritual en el que participan todos los sectores di* la población y no sólo unos pocos grupos privilegiados. A partir de esa comprobación inicial es que debe construirse todo el aparato de la planificación para el desarrolU). De lo contrario, sucederá lo que ya ba venidt) ocurriendo en el pasado: que tasas medias de crecimiento eeonóm¡t;o, aparentemente satisfactorias, sean el resultado de cí)mbinar progresos muy rápidos de una minoría, y (*l retroceso o estancamiento de la mayoría. Ks evidente que no cabe a un organismo internacional imponer determinadas medidas que conduzcan al cambio social en los divíTsos países. La soberanía nacional es un IUMIIO indis<ulible. Pero no bay nada que impida a tales organismos analizar las consecuencias qu<* tendrían diversas vías de desarrollo, sugerir objetivos deseables y examinar posibles caminos alternativos. Por el contrario, el cotejo de los resultados d(* diversas alternativas de acción puede ayudar a mu<;bos gobernantes y círculos d(; opinión púl)lica a tomar conciencia de los graves problemas qu(' afligen o afligirán a sus países, y a (estimular la formulación de políticas conducentes a su solución. Por ello es que la "neutralidad" o el "realismo" no pueden Iransformar a los hombres que t¡(Mi(*n la responsabilidad de mirar hacia el futuro en meros (ísp(Htador(*s. En {;1 juego d<^ las rt^laciones sociales no hay espectadores: de una u otra manera, lodt)s U>s hombres son protagonistas. La dislribación del ííí^reso rural vn América Launa Basten unas pocas cifras para captar en toda su dimensión el dramatismo de la situación rural latinoamericana. En un conjunto de 16 países' el ingreso agrícola se encontraba distribuido en 1965 de la siguiente manera: alrededor del 70 9v de la población agrícola (o sea unos 70 millones de habitantes) recibía aproximadamente un tercio del total, con un ingreso medio por persona de aproximadamente 90 dólares anuales: en cambio, dos millones de habitantes, o sea el 2 '/V de la población agrícola total, se ' De las 20 repúblicas lalinoamí^ricana.s se han e\cliii«lo dr los cálculos que siguen a Argentina y l'rijgnay por |>res*cnlar raraclrn'sticas muy diferentes y a (^ul>a y llailí, j>or falta de datos. 48 11. TUIMKSTKI'. KCQINÓMirO adjudicaba un quinto del ingreso agrícola total, con una renta per capita cercana a los 2 000 dólares, cifra 22 veces sufícrior a la de la mayoría. La tierra se encontraba repartida de manera aún más desigual: el 2*^Y de las familias agrícolas eran propietarias de más de la mitad de la superficie agrícola en fincas, mientras que el 70 ^/ de las familias prácticamente no poseía superficie alguna. En total, este grupo solamente contaba con unos 10 millones de hectáreas, en su mayoría suelos pobres y mal ubicados, que representaban escasamente el 2.5 'r de la superficie total. De la fuerza total de trabajo, estimada en poco más de 30 millones de personas, alrededor de un tercio se encontraba virtualmente desocupada.^ No es necesario entrar en refinadas claboraíiotics para comprobar que con un ingreso anual como vA señalado, de menos de 90 dólares, la situación de las grandes masas rurales latinoamericanas ha íle ser muy precaria. Más aún, si se considera que esa cifra es un promedio, deben ser muchos millones los campesinos que no alcanzan a obtener un sustento superior a los 50 o 60 dólares anuales por persona. Ksa magra suma se deslina vn su (;asi totalidad a la adquisición de una dif^ta alimenticia insuficiente (;n cantidad y calidad, y es muy poco lo qut^ les queda para atend(;r a otras necesidades vitales. F^ste desalentador panorama no t<*nflería a cambiar mayormente en <*! futuro, a juzgar por las proyecciones del 1*1 M. Si eí ¡ngr(^st> brulo y la población del sector agrícola (Teeiese a razón de 3.6 y I .6 ^V anual, respíMtivamente, el ingreso prt>medio por persona solamente aumentaría a una tasa áe 2% por año, aproximadamente. Si, por otra parle, no se adoptan medidas que conduzcan a un cambio en los patrones distributivos, íiacia 1985 las masas rurales habrían mejorado sus nivel(\s de ingreso promedio en apenas unos 40 o 50 dólares con respecto a 1965. Aunque en términt>s relativos ello refleje un avance real, vn lérmintjs absolutos eonslituyt^ un progreso irrisorio, insuficiente para extraer a esa población d<; su actual estado de penuria. Más aún, si se considera que en ese lapso los otros grupos sociales habrían experimentado aumentos absolutos de ingreso sustancialmente más altos (alrededor de 1 000 dólares por persona en el estrato del 2 *7r superior), y que ello ocasionaría t;ambios importantes en los patrones generales de vida, la miseria de las masas rurales se haría todavía más patente, el contraste sería más doloroso aún. No cabe duda, pues, que no basta alcanzar determinadas tasas globales de desarrollo agrícola, que permitan hacer frente a las necesidades futuras 2 Dicha cifra engloba a los francamente desocupados y a los subempleados o parciaJrnente ocupados, pero convertidos e^tos últimos a términos de desocupación total. ASPKCTÜS OLVIDADOS DKl. IM.AN INDICATIVO MUNÜIAI, 49 de alimtntos de toda la población, para considerar solucionados los graves y urgentes problemas dt'l campesinado latinoamericano. Se requif-rc qu<' juntamente se vayan adoptando medidas destinadas a modificar tas relaciones ác participación en los bííneficios del desarrollo. Tales modificaciones, por cierto, no se ciríunscrib(;n evclusivamcinte; al ámbito rural, ya que también en los sectores no agrícolas se comprueban disparidades distributivas de parecida magnitud. lA ef<;cto d(* tales modificacio"<>s. sobre la economía en g(;neral y sobr(í la agricultura en particular, sería extraordinariamente grande. Kn prifTier lugar, la d("manda interna de alimentos y otros prot!uctt>s agropecuarios tendería a aumentar a ritmo mucbo más acelerado que el previsto por el FIM. Kilo sería la eonstícuencia natural de las diferencias que existen entre las elasticidad<;s í.on respt^cto al ingreso de los grupos minoritarios económicamente más fuertes y de aquellos estratos más pobres, pero numéricamente más impt)rtantes. Por cada dólar adicional de ingriíso, estos últimos destinan una proporción mucbo más alta a la adquisición de alimentt>s. De esta manera, el mercado interno para los productos agríct)las tendería a ampliarse considerablemente, abriendo así la posibilidad de aumentar las oportunidades de empleo en c] campo, tema al que nos referiremos más adelante. No ocurriría lo que señala t;l PIM, en el s<'nlido de que en América Latina el factor principal de la demanda agrícola estará constituido por el crecimiento de la población. Una distribución más equitativa d(* los ingrí^sos permitiría que el aumento de estos últimos puílicse gravitar de manera significativa, tal como se supon*' que ocurrirá <*n el Asia. También el d(*sarrollo industrial se vería altamentt* benefit-iado por un cambio profundt> en la distribución del ingreso. La incorporación elíM'tiva de más de 100 millones de consumidores al mercado de las manufacturas livianas abriría oportunidades insospe^liadas al desarrollo de nucwas industrias. Agregúese, de paso, que este desarrollo industrial podría tener un grado de autonomía mucbo mayor que atjuel que pudiera provocar inia masa igual de ingresos en poder de los estratos minoritarios. Kn este último caso, sí'guramerite habría la tendencia a consumir productos más sofisticados, que requieren una compleja tecnología para su fabricación, tecnología que, además de tener que itnportarse mediant»' el pago de patentes o regalías originan poco empleo industrial. Tampoco bay que olvidar que una proporción importante de esos mavores ingresos de l(js grupos ricos iría a parar ilirectamcntc al exterior, sea por la vía del turismo. pt>r las remesas de capital o las importaciones de biün«*s suntuarios. 50 KL TIUMKSTilK KCüNÜMICÜ El pro\)lvnui del ({rs<'mf)lv(> rural Otro aspecto (jiie se loca niii\ superficialmente ni el PI\L ^ cpie está estrechanienle vinculado al de la distribución de los ingresos, es el ijue se refiere al [)rol)leina de la desocupación de la mano de obra rural en América Latina. Va se señaló anteriormeril<' la ma«ínilud estimada de este fenómeno. Mrcfledor de un tercio de la fuerza total de trabajo en la agricultura pu<de consid< rarst- excedente y en algunos países esta propt>rción llega a cerca de la mitad. \ ju/gar por informarion(\s fragmentarias. v\ prt>eeso d<* la d<*socupación rural parece liabersí* agravado en los últimos añt)s, como consecuencia de la creciente concentración d(^l progr<;so trcnict) en ndativamcnt»* poras empresas agrícolas de tipo (omercial y de un intenst> procest> de metanización. En mucbos países (!<- la región puede com[)robarse ([ue un número cada vez menor de producton^s va absorbiendo proporcioruís crecientes del mercado de productos agrícolas, mercado que, como se vio, se expandí' lentam(mte. listas empresas, gracias a los avances de la técnica y al ernpl(H> de graníles dosis de capital, pucd(*n elevar considerablemente la productividad (!<• la mano d<" <d>ra, ní'cesitando menos cantidad de fuerza biunana por unidad de [)rodurlo. Aurujuc teóric;uncríte ésta es la única manera de eb^var realmente los niveles de ingreso, en la práctica ella beneficia a muy poca gente y tiende a provocar un aumento <MI la «'csanlía. Se abren relativamente pocas oportutúdades nuevas de trabajo cal¡fi<a(lo, perí> disminuyen aquellas para v\ personal no calificado. Los millones de pe<pic ños productores y núnifundistas, que no pueden competir eí)n las gramles empresas, v<;n r<':slringirse cada vez más sus posibilidades (\v llegar al mercado. ('uando las máipnnas son de propiedad d<d campesinado, o de la comunidad, su uso signifira indudablemente un alivio para el esfuerzo físico qut; d<'bc desplegar el trabajador agrícola y no afreta sus niveles de ingr<'so. \\n cambio, cuando la maquinaria es propiedad de relalivainente pocas empresas de gran tamaño, su empleo tiende a desplazar a la mano d<' obra asalariada. \\n mucbos casos se ba pt>dido comprobar í{UC los agricultores ocupan maquinaria no tanto por razones di* orden estrictam(^ntc^ productivo, como pí)r el deseo de evitar conflictos laborales. La situación que se ha descrito antes ha provocado, <(>mo es natural, un aumento de la agita ción social en los campos. La reacción de los agricultortís, en numtírosos casos, ha sido la de sustituir hombres por máquinas, dado que estas últimas son políticamente pasivas, no intentan formar sindicatos, ni luchan por el mejoramiento de sus salarios. ASrKCKJS OI.VH)AIM>.S DKL HAN rMJÍCATlVO MIMJIAL 51 Si hi (lernanda <!<■ productos agrícolas creciera en forma ilimítuda no habría problema [tara aumentar simultáneamente la productividad de la mano de obra y el em[)leo. I*jn una hipótesis Sí^mejante se podría j)asar de una situación de franco desempleo como la que existe actualmente, a una de escasez d(! mano óc obra. Pero la realidad es otra. Tanto la demanda interna como la exlerna, y particularmente esta última, tienen límit<;s bien precisos para su expansión. n^ampoco habría mayores problemas para intensificar la produc<ióri aiírí<'(íla en forma acelerada y aumentar la prí)fluctividad de la mano de obra a ritmos (pje permitieran un rápido incremento de los ingresos personales, si se pudieran trasladar los excedentes de población rural hacia otras actividades (|ue los aI)Sorbieran prtxiuctivamente. Sin errd>arjío, pese a la muy alta emigración de la población campíísina que s(> ha registrado en América Latina en las últimas décadas, que ha significado transferir a los centros urbanos cerca d<; la mitad de todo el crecimientí) v(>o;etalivo de la población rural, el número de babif anteas agrícolas ha seguido creciendo en términos absolutos a razón de un millón y medio de personas por año, en promedio, y es pndjable que eontiruie aumentando rn la misma cantidad en el futuro inmediato. Más aún, de aquel enorme (H>ntitigente que se ha desplazado a las ciudades sólo una pequeña parte lia encontrado trabajo con una remuneración adecuada. I.a mayoría ha engrosado el heterogéneo ejército de; los ocupados en servicios de baja productividad, en la artesanía, y en actividades no ("specificadas, que en buen romance equivalen al más puro y franco desí^mpleo. Ks probable que en lo futuro, debirlo al proceso de creciente automatización de las operaciones industriales, comerciales, e incluso de las del gobierno, la capacidad creadora dt^ empleo de los centros urbanos tienda a ser relativamente menor que en el pasado. Por (lio, la simple transferencia masiva de población agrícola a las ciudades, que* no estuviese apoyada en una aceleración significativa de la tasa global de cn'cimiento ele la ece)nomía, sóle) conduciría a un empe*oramiente> de" las conejieitíues de vida ór los trabajadores urbanos; sería apenas un e^ambio de localización de la miseria rural. Hesulla evidente, por lo expuesto, qiir un proceso masivej de Icciiif¡eaci<')n y mecanización, lante) en la agricultura como en la> demás actividaeles, puede- dar come) residlado la acentuaeieVn del pre)c<*se> de concenlraeieVn d*-l ingre*so, un aumente) ne>table* en le)s niveles de* desocupación y el «'mpeoramiemto de las condiciones de' vida eie* inuche)s millone\s de peTsonas, iiesulta edarej, también, ejue* no puede* esperarse ejue la seilución de'l prol)le*ma agrícola, a plaze) intermeeJie), radiepjc en la intensificaeiem elel proce'se) migrate)rie>. Por el ce>ntrario, será la f>ro(>¡a agrieultura latine)ame'r¡- 52 EL TRIMESTRE KCONOMICO cana la que deberá organizarse de manera que pueda ocupar productiva y plenamente a su actual masa de desocupados, así como a los nuevos contingentes de población que se irán agregando año tras año. Ahora bien, ¿cómo aumentar el empleo y proporcionar un ingreso más razonable a tantos millones de campesinos? Dadas las limitaciones impuestas por el crecimiento del ingreso bruto total, no existe otro camino que el del sacrificio de las expectativas de mejoramiento económico de las minorías, acompañado de una selección muy cuidadosa de la estrategia de innovación tecnológica. Tal sacrificio deberá traducirse en la práctica en tasas diferenciales de crecimiento de los ingresos, en favor de los asalariados y los pequeños agricultores. Pero, ¿cómo lograrlo? Mientras subsistan las actuales estructuras de distribución de la tierra y el capital, los empresarios seguirán percibiendo una fracción demasiado alta del ingreso generado en sus explotaciones, proporción que tenderá a aumentar en la medida en que se amplíe la incorporación de capital a las mismas. Por otra parte, mientras no disminuya drásticamente el desempleo rural será muy difícil que se creen las condiciones apropiadas para garantizar el pago fie salarios razonables en el campo. Muchas leyes se han dictado sobre salario mínimo rural, pero sólo en contadas parles ellas se cumplen cabalmente. ííesulta claro, entonces, que el doble propósito de eliminar el desempleo y elevar la participación de las masas rurales en la distribución de los frutos del desarrollo agrícola sólo podría cumplirse mediante la repartición más equitativa del patrimonio agrícola, que es la fuent(í originaria del ingreso. Recordemos que el estrato latifundista posee más de 200 millones de hectáreas, equivalentes a poco más del 50*/^ de toda la tierra agrícola disponible en los 16 países latinoamericanos citados, liutma parte de esa superficie se encuentra escasamente aprovechada, con pasturas naturales de bajo rendimiento, o explotaciones <;xtensivas, o simplemente (^n barbecho, aparte de extensas áreas no utilizadas. Aunque no toda esa tierra es de óptima calidad desde el punto de vista agrícola, sería posible darle un uso más pleno y obtener de ella un rendimiento económico más elevado. C>on la mitad de dicha superficie, o sea alrededor de 100 millones de hectáreas, sería posible dar una extensión razonable de tierra a cada uno de los 10 millones de desocupados actuales y a una fracción considerable del incremento demográfico rural en los años venideros. En total, habría que asignar tierra a unos 12 o 13 millones de habitant(ís activos. Esta redistribución del patrimonio agrícola no debe entenderse como la simple división de la tierra en una infinidad de pequeñas parcelas. Según sean las condiciones ecológicas de cada zona, el tipo de cultivos o la ASPECTOS OLVIDADOS DEL PLAN INDICATIVO MUNDIAL 53 idiosincrasia de los campesinos, habrá que organizar la actividad productiva. Así, junto a la pequeña propiedad individual —justificable en el caso de cultivos altamente intensivos— podrán existir explotaciones cooperativas o colectivas, que se acomodan mejor a los requerimientos de, por ejemplo, la ganadería o los cultivos de plantación. En todo caso, lo que interesa es que sea un mayor número de personas el que tenga acceso directo al goce de los frutos de) desarrollo agropecuario. Por lo demás, esa tierra, en poder de los propios trabajadores y con la adecuada incorporación de técnica y capital, podrá rendir mucho más que en la actualidad y contribuir así a la satisfacción de las crecientes necesidades de productos agrícolas. Una redistribución del patrimonio agrícola de esa magnitud, acompañada naturalmente de cambios igualmente significativos en la distribución del crédito y de los insumos, en el acceso a los mercados, en el aprovecha-' miento de la infraestructura física, comercial e industrial, en el acceso a la asistencia técnica y, en general, a las modalidades de la vida moderna, representaría un vuelco total de la situación que se ha descrito más arriba. Más aún, la incorporación plena de 100 millones de campesinos a la vida política, económica y social de sus países, tendría efectos positivos más allá de las fronteras de la agricultura. No parece necesario abundar en mayores argumentos sobre la necesidad —o más bien inevilabilidad— de una Reforma Agraria de dimensiones colosales. Numerosos estadistas han demostrado en forma irrefutable que ésta es la única manera de abrir el callejón sin salida en que se encuentra actualmente la América Latina. El PIM lo reconoce tácitamente e inclusive dedica un capítulo completo del estudio a esta materia. Sin embargo, no se puede dejar de apuntar que lo hace en forma subsidiaria, dejándole fuera del modelo general. En esto el PIM comparte el pecado de muchos planes nacionales de desarrollo, que tratan el problema de los cambios sociales como algo etéreo, indefinible, abstracto. Está en todas partes, pero a la vez no está. Como si se quisiera satisfacer los anhelos de cambio de los pueblos con el mero reconocimiento de que esos cambios son deseables y necesarios, pero sin decidirse a abordar el proceso de mutación social en forma frontal. Sin embargo, mientras no se le dé a la reforma social el papel de viga maestra del desarrollo que le corresponde, todo lo demás no será sino manifestaciones de escapismo, paliativos temporales que en definitiva no están destinados sino a mantener el statu quo vigente.