El hombre es un ser de corazón inquieto Para comenzar, y tal vez más como conclusión de mi anterior escrito que como introducción de éste, les acerco un pensamiento. San Agustín, al comienzo de sus Confesiones, le dice a Dios: “nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Es lo que Miguel de Unamuno llamaba “apetito de eternidad”. Esa ansia de inmortalidad, esa aspiración a otra vida en presencia del Summum Bonum, es algo que está marcado a fuego en el corazón del hombre. Y concluyo, más por acierto teológico que por interés ortodoxo, con una cita del Catecismo de la Iglesia Católica: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”1. Dolina, en una charla que dio en la Feria del Libro del año 2000, decía: “El hombre es una perpetua víspera. Es lo que es, pero también lo que todavía no es. Vive inclinado hacia el futuro. Vive deseando y es él mismo su deseo. El hombre se va a morir, pero tiene apetito de eternidad. El hombre es mortal y es esa tragedia la que lo hace libre, la que lo convierte en constante posibilidad. Posibilidad de caída o de salvación. El hombre se va a morir y por eso ama, y por eso escribe poemas. Y tal vez el poetizar no sea más que un juicio sobre el carácter mortal del hombre. La poesía revela nuestra condición fundamental y esa condición es trágica”. Uno (entre tantos) de los grandes aciertos de Sören Kierkegaard fue el descubrir que el hombre está en constante tensión. Es más, podríamos decir que el hombre es tensión. La tensión no es movimiento pero tampoco es quietud; es inquietud. El arco tensa la cuerda porque cada extremo tira para su lado. Esa cuerda no está en movimiento pero tampoco está quieta; está inquieta. Eso es el hombre: un ser de corazón inquieto. ¿Cuáles son los extremos que tensan al hombre?. Vale decir que los extremos no tienen porqué ser opuestos ni antagónicos. También debo aclarar que todos los extremos que pueda nombrar no son sinónimos entre sí ni buscan serlo. Pero ¿cuáles son?. Estamos hechos de barro con un soplo divino2. Llevamos este tesoro en vasijas de barro3. En nuestro ser se conjugan lo terrenal y lo celestial; lo temporal y lo eterno. Tolkien desnuda nuestro Smeagol y nuestro Gollum. Stevenson saca a la luz a nuestro Dr. Jekill y a nuestro Mr Hyde. Dolina nos enfrenta a nuestro Hombre Sensible y a nuestro Refutador de Leyendas. Pascal habla tanto de nuestra grandeza y miseria, como de nuestro espíritu de fineza y nuestro espíritu geométrico. En el Génesis nos vemos reflejados tanto en Caín como en Abel. El hombre es cuerpo y alma (sí, ya sé, unión, es decir, ni dualista ni monista. Pero es y no tiene.); es un ser individual y social; es varón o mujer (atención: puse o; y no me vengan con cosas raras); participa de la naturaleza y de la cultura. Vive tironeado por lo consciente y lo inconsciente, lo apolíneo y lo dionisíaco. En él se dan gracia y pecado; es más que los animales y menos que Dios; y para Resucitar debe Morir. ¿Cómo superar la tensión?. Lamento decirle que no se puede: el hombre es tensión, es un ser de corazón inquieto... hasta que descanse en Dios. La tensión acaba 1 Nº 27. Cf. Gn 3 Cf. 2 Cor 4, 7. 2 con la muerte. La vida transcurre (debiera transcurrir) en un proceso de cristificación 4, ya que Cristo es modelo, fuente y fin. Él es el Hombre Perfecto, la imagen de Dios Padre, Ecce Homo y Ecce Deus. Cuando Prometeo creó a los hombres los hizo con barro. Pero para darles vida decidió robar una chispa de fuego a la antorcha que tienen los dioses en el Olimpo. Esto mereció un terrible castigo para Prometeo, pero también dejó profundas consecuencias en el ser humano. Esa chispa lo hace superior a todos los seres vivos pero inferior a los dioses. No sólo no llega a tener la inmortalidad de los dioses sino que adquiere la conciencia de la muerte que el resto de los vivientes no tiene5. Sabe, pero no todo. Puede, pero no todo. Está como a mitad de camino. Aspira a más pero no termina de llegar. Quiere ser como los dioses pero no lo logrará jamás. Es que no tiene el fuego de los dioses sino apenas una chispa. Este afamado y antiquísimo mito describe la condición trágica de la vida humana. El Padre Mamerto Menapace concluye su cuento titulado El científico y la rosa de la siguiente manera: “Al médico podrás preguntarle sobre los porqué de tu dolor. Al psicólogo sobre la raíz de tus traumas. Al historiador y al sociólogo el pasado que te condiciona. Pero el para qué fuiste llamado a la vida aquí y ahora, eso tenés que preguntarselo a Dios”. ¿Para qué estamos en esta vida?. Quizá esta definición venga a ayudarnos: El hombre es un ser vocacional que tiene distintas misiones. Vocación significa llamado. El hombre es llamado a la vida por Dios. El hombre está llamado a ser feliz. Y aquí me sumo a tu ignorancia: tampoco sé qué es ser feliz. ¿Qué es la felicidad?. No pretendo dar una respuesta acabada, pero al menos intentaré arrimar el bochín: La felicidad es la posesión del Sumo Bien para siempre. Seguramente me dirán que esto es imposible y yo les diré: es imposible... en esta vida. ¿Entonces?. Como bien dije en el escrito anterior, “el hombre es un ser limitado que se siente ilimitado en sus deseos. De ahí su constante insatisfacción. Por eso todo lo que nombramos anteriormente no nos llena totalmente aunque nos ayude a experimentar chispas de felicidad. Es que somos seres de corazón inquieto. Estamos hechos para soñar cosas grandes. Pero mientras vamos detrás de ese sueño, debemos saborear las pequeñas alegrías. He ahí el camino: seguir buscando la felicidad en cada paso”. Sólo alcanzaremos La Felicidad (así, con mayúsculas) cuando contemplemos a Dios cara a cara*. Por eso, Fer, no creo que, por mucho que parezca, los desgraciados y homicidas sean más felices que vos. Y ya que me he remitido a tu escrito quisiera hacer algunas salvedades. Primero quisiera aclarar tu distinción entre sentido de la vida y motivación para vivir, para luego responder a tu refutación acerca de cómo encaja el ideal en todo esto. Vos escribiste: “Puedo decir que la vida tiene sentido, por Dios, por alguna religión o por lo que sea, pero nada me motiva a vivir”. Por supuesto que la vida tiene sentido y eso es independiente de que lo descubramos o no. Y creo que la clave está en tus palabras: “puedo decir que”. Uno puede decir algo y no por eso creerlo y obrar en consecuencia. Si uno, en vez de decir, cree que Dios lo creó por amor se siente motivado a vivir por esto que es el sentido de su vida. Practicar aeromodelismo, bailar un candombe o tirarse pedos en la bañadera son cosas que nos pueden gustar o hacernos 4 Sin alusión alguna a la New Age. Pascal dirá que esto, a saber, que el hombre a diferencia de un árbol sepa que muere, es lo que ennoblece al hombre. * Habría que revisar si la Felicidad es meramente contemplar. 5 pasar un buen momento pero jamás le darán sentido a nuestra vida. Y tampoco nos motivarán a vivir. Releyendo detenidamente mi escrito próximo pasado (siempre me gustó esa expresión) encuentro respuesta para este aparente problema. Decía que no hay que hablar tanto del sentido de la vida sino del sentido de mi vida. Y esa es la motivación para vivir (mi vida). Otra cuestión es cuál es el sentido de la vida en general, y ahí ingresaría Dios, la Creación, etc. Con este párrafo tal vez, y sólo tal vez, encontré un acercamiento para nuestras aparentemente irreconciliables posturas. Y si te queda alguna duda, dice la Bersuit, revisá la diferencia entre ideal y metas parciales (o algo por el estilo). Pero más adelante agregás: “No encuentro un sentido a la vida y nada me motiva a vivir. Sin embargo, y en contradicción con tu artículo Javier, tengo un ideal el cual es Cristo, por lo cual no es tanto el ideal lo que le da sentido a la vida o le da un motivo a la existencia”. En cuanto leí esto pensé: “Si nada lo motiva a vivir... por qué no se mata”. Inmediatamente comprendí: tal vez tampoco haya nada que te motive a morir. Sin embargo me interesa desmenuzar esas palabras tuyas. Decís que tu ideal es Cristo. ¿Qué significa que sea tu ideal?. Creo entender que es tu Modelo, la Perfección, aquello máximo a lo que aspirás. Entonces aquí retomo lo plasmado algunos párrafos antes: la vida es cristificarse, es decir, ser alter Christus, otro Cristo. Poder decir “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”6. ¿Esto no le da sentido a tu vida?. ¿No te da motivo para vivir saber que Él murió por vos, para salvarte, porque te ama?. Por último te pido que elevemos el nivel de nuestras reflexiones. No quiero toparme con Jorge Bucay en Buscate un Amante y menos con Jorge Marrale hablando con Adrián Suar en El día que me ames. Y te aseguro que no me burlo de esta ciencia que Wilheim Wundt logró independizar de la tan amada filosofía gracias a la introspección. Tal vez la filosofía existencial esté más cerca de la psicología que de la metafísica (o no) pero no es psicología. Al menos no en el sentido que la entendemos actualmente. Si miramos su etimología descubriremos un sentido más profundo: estudio del alma. Pero ese es otro cantar, y un cantar demasiado ajeno a esta orquesta. Como te darás cuenta (se darán cuenta) no soy muy devoto de Santa Psicología. Sin embargo en mi anterior escrito cité unas reflexiones de Victor Frankl y su psicología pseudo-filosófica llamada logoterapia. Para remendar esa impertinencia decidí citar, sobre el mismo tema, a Albert Camus que inicia El mito de Sísifo diciendo: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Ahora sí puedo descansar en paz... Miguel de Unamuno, en Del sentimiento trágico de la vida, nos reta a pensar en el hombre de carne y hueso. No en el hombre, no en el animal racional, no en el homo economicus; sí en este hombre, en el hombre concreto: usted, yo o su suegra. Nos desafía a pensar en el hombre que “nace, sufre y muere –sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere”, y no en ese otro “que no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra; que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin”. Acepto el desafío... En estos 23 años ininterrumpidos de vida aprendí que somos felices cuando hacemos las cosas bien. Debido al intento existencial de este último tramo del escrito no voy a entrar en disquisiciones intelectuales sobre el carácter bondadoso de ciertos actos. 6 Gal 2, 20 Uno, a veces, siente que hace las cosas bien. Y no es un sentir sensiblero, sino el gozo de la obra bien hecha. Y aunque haya costado esfuerzo y sufrimiento (o no) uno se encuentra feliz. Uno está feliz. Uno es feliz. Por eso los dejo con algunas frases tan existenciales como apócrifas: Apostemos por la vida, diría Blaise, ya que el que no arriesga no gana, completaría Sören. Estimado Fernando: Posiblemente no estés de acuerdo, o sí, con lo aquí expuesto. Pero lamentablemente, y debido a nuestra autolimitación editorial, tu próximo escrito será el cierre definitivo de este tema. Espero haber sido claro (y polémico) para que puedas despacharte con tu respuesta final.