Las cinco vocales de la Pedagogía

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4.-Las Cinco Vocales de la Pedagogía
La pedagogía (Frabboni 2001) forma parte –junto con la sicología, biología, sociología,
antropología y didáctica- de las ciencias de la educación, entre las que ocupa, por su bagaje
histórico y científico, el puesto más relevante. El objetivo de la pedagogía es reflexionar la
teoría y la práctica educativa para impulsar acciones concretas de transformación y lograr
un modelo congruente que responda, tanto en la teoría como en la práctica, a las
intencionalidades y a los contextos. El pedagogo es un estudioso del problema educativo
que reflexiona y revisa continuamente lo que hace para que responda cada vez mejor a lo
que busca.
Toda pedagogía responde necesariamente a la filosofía educativa, es decir, a la concepción
que se tiene de la educación y de la persona que se pretende formar. Una genuina
educación profética, orientada al desarrollo pleno e integral de la persona, requiere de una
pedagogía comprometida en la transformación de la cultura tradicional de los centros y de
las prácticas autoritarias, bancarias y transmisivas que imposibilitan que las personas
puedan alcanzar su plenitud. Pedagogía de la indignación y el desacuerdo, que combate
todo tipo de discriminación, autoritarismo, rutina y sinsentido pero también pedagogía
propositiva que ayuda a reflexionar y transformar las prácticas, a superar las
incoherencias, y es capaz de construir caminos educativos alternativos, que promuevan la
autonomía y el crecimiento.
En este capítulo quiero bajarme de toda pretensión academicista y voy a esforzarme por ser
especialmente sencillo y claro. Por ello, he construido el capítulo sobre las cinco vocales y
he espigado en torno a ellas una serie de principios pedagógicos simples, esenciales y muy
fáciles de recordar. Sobre ellos, podemos construir sesudas elucubraciones y teorías. Sin
ellos, todo puede resultar erudición hueca y estéril. No olvidemos que lo más culto es
siempre sencillo. Para promover la reflexión y el cuestionamiento, después de cada
principio pedagógico incluyo una serie de preguntas, que pueden ayudar a los educadores
a leer críticamente sus prácticas y a promover los cambios necesarios.
A, E, I, O, U: Posiblemente fueron ellas lo primero que aprendimos en la escuela o
incluso antes de llegar a ella. Tal vez nos traigan todavía recuerdos de canciones y juegos
de infancia. Están presentes en todas las palabras. Sin ellas no es posible la expresión ni
la verdadera comunicación. Ellas iluminan los sonidos y permiten escuchar la música del
lenguaje y disfrutar del abrazo de la poesía.
Dejémonos interpelar por las vocales. Escuchémoslas con atención porque tienen muchas
cosas interesantes que decirnos a los educadores.
A
Amor: Es el principio pedagógico esencial. De nada sirve que un docente se haya graduado
con excelentes calificaciones en las universidades más prestigiosas, si carece de este
principio fundamental. En educación es imposible ser efectivo si no se es afectivo. Ningún
método, ninguna técnica, ningún currículo por abultado que sea, puede reemplazar al afecto
en educación. Amor se escribe con “a” de ayuda, apoyo, ánimo, acompañamiento,
amistad. El educador es un amigo que ayuda a cada alumno, especialmente a los más
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débiles y necesitados, a superarse, a crecer, a ser mejor. El amor crea seguridad, confianza,
es inclusivo, no excluye a nadie. Es paciente y sabe esperar, por eso respeta los ritmos y
modos de aprender de cada uno y siempre está dispuesto a brindar una nueva oportunidad.
El amor verdadero no etiqueta a las personas, no guarda rencores, no promueve venganzas;
perdona sin condiciones, recibe con alegría, no pierde nunca la esperanza.
Amar no es consentir, sobreproteger, alcahuetear, dejar hacer. El amor no crea
dependencia sino que da alas a la libertad e impulsa a ser mejor. Busca el bien-ser y no
sólo el bienestar de los demás. Ama el maestro que cree en cada alumno, lo acepta y valora
como es, con su cultura, sus carencias, sus talentos, sus heridas, sus problemas, su
lenguaje, sus sueños, miedos e ilusiones; celebra y se alegra de los éxitos de cada uno
aunque sean parciales; y siempre está dispuesto a ayudar a cada uno para que llegue tan
lejos como le sea posible en su crecimiento y desarrollo integral. La evaluación, en
consecuencia, ya no es un medio para clasificar, aprobar o reprobar a los alumnos, sino que
es un medio para conocer qué sabe cada uno, cuáles son sus fortalezas y sus debilidades,
para brindarle la ayuda que necesita. El error no se castiga sino que se asume como una
excelente oportunidad de aprendizaje.
Además de amar a sus alumnos, el verdadero educador ama la materia que enseña (por ello
siempre está buscando, investigando, actualizándose) y ama el enseñar, es educador por
vocación. Comprende y asume que la educación no puede ser meramente un medio de
ganarse la vida, sino que tiene que ser un medio de ganar a los alumnos a la vida, de
provocarles las ganas de vivir intensamente, de buscar su plenitud.
Una genuina pedagogía del amor se vale de todos los recursos y oportunidades para
acrecentar la confianza de los educadores en los educandos, que hará posible el nacimiento
de la confianza que estos deben tener en sí mismos. Junto con la confianza, hay que cultivar
profundamente la amistad. En la amistad busca sediento todo ser humano la satisfacción
del aprecio, confianza y convivencia que, con frecuencia, no encuentra en el hogar. Y
aunque la tenga en su casa, le es necesaria porque la amistad otorga otros niveles de
seguridad, consideración y estima de sí mismo.
Cada centro educativo debería proponerse ser un lugar en el que crezcan y se cultiven
amistades duraderas, donde vaya madurando la amistad como aceptación del otro por lo
que es, y que niega por consiguiente la utilización de la amistad para egoísmos y chantajes.
Amigo verdadero es alguien que te conoce, te acepta como eres, te comprende y está
siempre dispuesto a ayudarte a ser mejor. El amigo espera, comprende, está dispuesto a
tender la mano cuando más se necesita. No mira con mirada enjuiciadora, sino
comprensiva, cariñosa. Cuando duele mirar atrás y tienes miedo de mirar al frente, puedes
mirar a tu lado...Tu mejor amigo estará allí, esperando en silencio, siempre dispuesto a
ayudarte.
¿Quiero realmente a todos y cada uno de mis alumnos, especialmente a los más débiles y
necesitados? ¿Se sienten ellos queridos por mí? ¿Preparo con ilusión mis clases y me
actualizo continuamente para desempeñar mejor mi labor? ¿Cuál –y cuándo- fue el último
libro que leí sobre los contenidos que enseño o sobre pedagogía? ¿Asumo la evaluación
como un medio de conocer qué sabe cada alumno para poderle brindar la ayuda que
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necesita? ¿Me evalúo a la luz de los resultados de las evaluaciones que propongo a los
alumnos? ¿Permito y estimulo que ellos me evalúen? ¿Qué debo mejorar en mi práctica
educativa para practicar con mayor énfasis la pedagogía del amor?
Alegría: Si hay alegría, hay motivación, hay deseos de aprender. Si en los centros
educativos brilla la alegría, habremos conseguido lo más importante. La pedagogía de la
alegría parte de las cosas que conocen e interesan a los alumnos, evitando la sensación de
estar sumergidos en un mundo lejano y absurdo. Debemos buscar y meter la alegría en
todas las actividades que planificamos y hacemos. Las aulas y todos los recintos escolares
deben invitar a la alegría y ser atractivos en lo físico y en el ambiente irradiador de
aceptación, comprensión, ayuda. La educación actual es demasiado fastidiosa y aburrida.
Muchos alumnos desertan porque no encuentran en el centro educativo respuesta a sus
intereses, preocupaciones y problemas. El objetivo principal de las planificaciones debe ser
tener a los alumnos motivados y contentos. Hay que volver al saber con sabor, a la escuela
(scholé) como lugar del disfrute en el trabajo gratificante y compartido. Quedan prohibidas
las caras largas, las palabras ofensivas y desestimulantes, las amenazas, los ejercicios
tediosos y aburridos, las memorizaciones sin entender, los aprendizajes sin sentido.
Desrutinicemos la educación, abramos las ventanas del aula a la vida, recuperemos el valor
educativo del recreo, el deporte, las actividades culturales, los grupos musicales, las
convivencias y excursiones. Este tipo de actividades que fortalecen la voluntad, desarrollan
la expresión, la iniciativa, la sensibilidad y el goce estético, que satisfacen la necesidad de
protagonizar algo, son las que calan más hondo en el espíritu. Ellas marcan a la persona
para toda la vida. Cuando uno hace su balance positivo de su paso por el sistema escolar,
recuerda este tipo de actividades como las más profundamente educativas. Y casi me
atrevería a afirmar que en los centros educativos donde están ausentes o se les da una
importancia mínima, difícilmente se gestarán personas en plenitud.
Atrevámonos a proponer y vivir el servicio como fuente de alegría. El egoísmo divide y
separa. La solidaridad y el servicio unen. Donde hay solidaridad, hay alegría. Las personas
generosas suelen ser felices. Los egoístas viven encerrados en sí mismos, son unos
amargados que amargan las vidas de los demás. A todos nos embarga una gran dicha
cuando logramos las cosas después de esforzarnos, cuando inventamos, cuando alcanzamos
metas difíciles, cuando nos vencemos, cuando ayudamos a otros, cuando nos sentimos
útiles, cuando hacemos el bien. Convirtamos nuestros salones en lugares de trabajo
cooperativo, de ayuda, de servicio. Y brillará en ellos la verdadera alegría, la que proviene
del deber cumplido, del trabajo solidario, del don a los demás. No olvidemos nunca que
“ser más –y no tener más- es el camino a la perfecta alegría”.
¿Me considero un educador ameno o aburrido? ¿Qué opinarían los alumnos si se les
preguntara?
¿Disfruto de mi trabajo educativo?
Cuando planifico, ¿busco
conscientemente tener a los alumnos motivados y felices? ¿Lo logro? ¿El aula y el centro
educativo refleja alegría, creatividad, colaboración? ¿Le damos la debida importancia en
nuestro centro educativo a las celebraciones, los actos culturales, el deporte? ¿Qué
propongo y estoy dispuesta a hacer para avanzar en una pedagogía de la genuina
alegría?
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Asombro: Desterremos la rutina, los rituales grises, las jornadas monótonas, siempre
iguales. Cada día debe ser una sorpresa, cada actividad una fuente de asombro. Los
alumnos acuden al centro educativo no a repetir rituales aburridos sino a dejarse sorprender
por la innovación y la creatividad. La biblioteca debe ser la casa de la magia, los libros
unos amigos ansiosos de contar historias, aventuras. Ir a la biblioteca debe considerarse un
premio. La maestra bibliotecaria debe ser la más soñadora, la más creativa, capaz de hacer
volar la imaginación de los alumnos, de despertar sus ganas de aprender.
Atrevámonos a innovar, a proponer, a soñar, a convertir nuestras actividades en una fiesta.
Estimulemos en los alumnos la capacidad de creer y de crear para que nunca se dejen
atrapar en el fango rastrero, sin alma, del materialismo que nos domina y aplasta, que no
nos deja soñar.
Ser maestro es alimentar la fantasía de los alumnos para que visiten estrellas y países
encantados, hablen con las mariposas y turpiales, descubran horizontes insospechados y se
acuesten a descansar en el pecho de la luna.
Ayudemos a los alumnos a mirar, a admirar, a contemplar, a descubrir el misterio que se
oculta en cada cosa, en cada flor, en cada persona. Seamos capaces de “acorazar” sus
corazones contra la vulgaridad, el mal gusto, la violencia, la banalidad. Volvamos a ser
capaces de vivir con ilusión nuestra vocación de educadores: “Si no se hicieren como niños,
no entrarán en el reino de la pedagogía”. El genuino maestro, más que inculcar respuestas e
imponer la repetición de normas, conceptos y fórmulas, orienta a los alumnos hacia la
creación y el descubrimiento, promueve su inventiva, los guía para que galopen sin
ataduras por los caminos de su libertad.
¿Acudo cada día al centro educativo con ilusión, dispuesto a sorprender y dejarme
sorprender por mis alumnos? ¿Me esfuerzo por hacer de cada jornada algo sorprendente y
nuevo? ¿Qué propongo para acabar con la rutina, con esos rituales escolares monótonos
y aburridos?
Autoridad: La palabra proviene del verbo latino augere, que significa, alentar, animar,
ayudar. Las palabras auge y aupar son primas hermanas de autoridad. Todos los educadores
tienen poder pero no todos tienen autoridad. Tienen poder para mandar callar al alumno,
para sacarlo del salón y mandarlo a la dirección, para bajarle puntos, castigarlo o ponerle
una mala nota. Poder dado por la institución, por el cargo, pero la autoridad sólo se la
pueden dar los alumnos. Y en palabras de Carbó (1999, 82) “sólo la darán si ven
coherencia en el educador, si se sienten queridos, si sienten que, en definitiva, se trata de su
propio bien: La disciplina que ayuda, gusta y es aceptada. La que reprime resulta odiosa”.
Sólo es deseable la autoridad que auxilia, que sirve, que aúpa, que empodera, que hace
crecer. La genuina autoridad se esfuerza por crear una disciplina consensuada, que norma
y regula el trabajo y la convivencia y por ello, está siempre al servicio del alumno, de su
crecimiento y formación. Disciplina que no impone, humilla y cercena, sino que surge de
la convicción personal y de las exigencias de la vida grupal. Disciplina que convierte al
educando en copartícipe de la programación, desarrollo y evaluación del proceso y que le
estimula a construir su personalidad. Disciplina orientada a crear un ambiente de trabajo,
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respeto y comunicación, donde los alumnos puedan expresarse con toda libertad, y los
conflictos se resuelvan mediante la negociación para convertirlos en fuente de avance y
desarrollo personal.
Por lo general, los maestros y maestras que quieren a sus alumnos y son queridos por ellos,
no suelen tener graves problemas de disciplina y, si los tienen, son capaces de resolverlos
sin graves inconvenientes. ¿Y no es cierto que los castigos con frecuencia son muy poco
educativos y suelen ser más bien una forma velada de venganza? Por ello, como nos
aconseja Carbó, “no castiguemos nunca a no ser que estemos convencidos de que el castigo
es absolutamente imprescindible y, en este caso, preguntemos siempre a la persona
sancionada si acepta el castigo, si le parece justo y si cree que le ayudará a corregir el
problema”.
La mayor parte de los conflictos en educación surgen porque las normas no están claras o
no han sido suficientemente analizadas o asumidas. De ahí la importancia de construir con
los alumnos las normas de disciplina, basándola en el respeto y la comprensión. La
disciplina es necesaria. El problema está en cómo ejercerla. Es urgente que se reflexione y
analice con los alumnos las normas disciplinares, el reglamento, buscando consensos y
responsabilidades. La razón del cumplimiento de los deberes y obligaciones, del respeto
mutuo, no está centrada en el poder del docente, en las exigencias del reglamento, sino en
la corresponsabilidad, en el acuerdo común, y en los objetivos y metas señalados
comunitariamente.
¿Tengo autoridad ante los alumnos o simplemente poder? ¿Siento que me respetan y
aprecian? ¿Hay normas claras en el salón y en el centro educativo? ¿Han sido construidas
con la participación de los alumnos? ¿Están realmente al servicio de los alumnos? ¿Qué
me propongo y propongo para avanzar en la creación de una disciplina consensuada al
servicio de la convivencia y del crecimiento de todos?
Alumno: Es el personaje más importante del centro educativo, sin importar su sexo, raza,
familia, color, religión, aspecto, peinado, forma de vestir... Todos son iguales y al mismo
tiempo diferentes, con el derecho y la obligación de realizarse en plenitud. Los directivos,
los maestros, los gremios, los administrativos y obreros, los programas, la distribución de
los horarios, tiempos y espacios, las actividades, ¡todo! (hasta el Ministerio de Educación)
debe estar al servicio del alumno, de todos y cada uno de los alumnos, en función de sus
aprendizajes, de su crecimiento integral. Del derecho de los alumnos a recibir una
educación de calidad, dimanan los derechos de los maestros, de los directores, de los
administrativos y obreros…quienes, en defensa de sus derechos, no pueden pisotear la
fuente de donde brotan.
Una pedagogía centrada en el alumno necesariamente debe ser una pedagogía del
aprendizaje, más que de la enseñanza. Es urgente que avancemos “del aprendizaje de la
cultura a la cultura del aprendizaje” (Pozo). Para la pedagogía del aprendizaje, buen
maestro o profesor no es el que enseña muchas cosas, el que ha logrado varios títulos
importantes, sino el que logra que los alumnos aprendan efectivamente lo que deben
aprender. El que logra la motivación y atención de los alumnos y es capaz de suscitar su
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reflexión sobre lo que aprenden y sobre el modo como aprenden. Los alumnos aprenden
realmente cuando dejan de ser
aprendices pasivos y acríticos que reproducen
mecánicamente conocimientos elaborados por otros, y se convierten en aprendices activos
y autónomos, capaces de construir sus aprendizajes de un modo significativo.
Un educador que busca fomentar el aprendizaje de sus alumnos promueve prácticas
pedagógicas que promueven la reflexión, la solución de problemas, la investigación, la
colaboración, la autonomía.
¿Son realmente los alumnos lo más importantes en el centro educativo? ¿Lo perciben ellos
así? Los horarios, los cargos, las actividades..., ¿se organizan para favorecer sus
aprendizajes? ¿Algunas veces hemos pisoteados los derechos de los alumnos por defender
los nuestros? ¿Gira la práctica pedagógica en torno al docente y la enseñanza, o en torno
al alumno y su aprendizaje? ¿Cómo lo demostraríamos? ¿Qué propongo para avanzar en
una pedagogía del aprendizaje?
Audacia: para superar la tentación del acomodo y la mediocridad, para ir más allá de lo
posible, para superar el pragmatismo y la sensatez de los pusilánimes y cobardes. Audacia
para innovar, para proponer, para emprender caminos siempre nuevos. Audacia que
contagie y sea capaz de provocar el atrevimiento y el riesgo, las ganas de vivir de un modo
fecundo, dando vida a los demás.
Para hacer la vida nueva, para levantarse de la mediocridad, para reemprender siempre
nuevos y más arriesgados vuelos, hace falta mucho valor y coraje. Hace falta tomar riesgos.
Las personas pusilánimes, que no arriesgan nada, dejan de crecer y renuncian a la plenitud.
Prisioneros de sus miedos, son esclavos que han renunciado a la libertad, pues sólo cuando
una persona se arriesga, llega a ser libre
Uno de los fallos principales del actual sistema educativo es que ha descuidado la
formación de la voluntad y la capacidad de riesgo. Vivimos en una cultura hedonista, vana,
sensiblera, que rehuye el esfuerzo, el sacrificio, el vencimiento de sí mismo. Es por ello
urgente enseñar el coraje para enfrentar con valor y decisión los problemas, para ser capaz
de superar las dificultades y levantarse de las caídas. Coraje es estar dispuesto a enfrentar lo
que haga falta para convertir en realidades los sueños y esperanzas. Los grandes hombres,
los que han sobresalido en lo político, en lo científico, en lo cultural, en la santidad, lo
hicieron porque quisieron con radicalidad algo y comprometieron sus vidas a lograrlo, sin
importar lo que costara, ni los esfuerzos y sacrificios que exigiera.
La mayor parte de los problemas desaparecen o se debilitan con tan sólo la decisión firme
de enfrentarlos. Por el contrario, si uno se acobarda, problemas y dificultades se agigantan.
El miedo paraliza, impide salir de sí, debilita y empequeñece, imposibilita la creación. El
miedo nunca ha sido capaz de cambiar nada importante. Con personas miedosas o
mediocres no va a ser posible cambiar el mundo.
¿Me considero una persona audaz o una persona pusilánime? ¿Cómo me perciben los
demás? ¿Qué mensajes transmito con mi vida? ¿Estoy siempre en búsqueda o me dejo
llevar por la rutina? ¿Soy constante en mis búsquedas y propuestas? ¿Me acobardo ante
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los problemas y dificultades o los asumo como retos para crecer? ¿Qué hago para formar
el carácter, la voluntad, el coraje de mis alumnos? ¿Qué innovaciones o cambios
importantes he incorporado a mi práctica educativa en los últimos meses? ¿El ambiente
del centro educativo invita a la superación permanente, o fomenta la mediocridad? ¿Qué
propongo para avanzar en una pedagogía de la audacia?
E
Escucha: En educación, se habla mucho, pero se escucha y se dialoga muy poco. En
general, es el maestro el que habla y los alumnos repiten sus palabras. La pedagogía está
penetrada por una gran verborrea hueca. Si queremos comprender y comunicarnos con los
alumnos, los educadores debemos aprender a escucharlos. Escuchar las palabras, el tono,
los silencios, los gestos, la timidez, la inseguridad, la rebeldía, los dolores del alma, los
gritos de sus miedos. Escuchar lo que expresan y lo que callan, lo que traen de la casa, la
calle, la familia. Escuchar lo que piensan, sin decirlo, de cada uno como maestro o profesor,
de la materia, del centro educativo. Escuchar antes de diagnosticar, de opinar, de juzgar.
Escuchar para comprender y así poder dialogar. El diálogo exige respeto al otro, humildad
para reconocer que uno no es el dueño de la verdad, que el alumno acude al acto educativo
con saberes, vivencias y puntos de vista que el educador debe tomar en cuenta. El diálogo
implica búsqueda, disposición a cambiar, a “dejarse tocar” por la palabra del otro.
Saber escuchar para saber decir, para superar las trampas de la apariencia de la
comunicación. La palabra construye realidad. Una palabra o una frase, un gesto, pueden
influir sobremanera en el crecimiento o en el estancamiento de los procesos de desarrollo
que vive el alumno.
El ser humano ha sido creado para comunicarse. Para comunicar, se necesita acoger al otro,
respetándolo, sin imponerle nada, sin violencia. Sólo la escucha verdadera, que nace del
amor, abre las puertas de la comunicación. Para comunicarse, hay que aprender a
escucharse, a escuchar el silencio, para ser capaz de engendrar en él palabras verdaderas,
coherentes, germinadoras de aliento y vida. Frente a un mundo y una cultura en la que
triunfan los charlatanes y los mentirosos, debemos cultivar una pedagogía de la escucha y
de la palabra como expresión de vida, palabra-testimonio.
¿Escucho realmente a los alumnos, a los compañeros, a los padres y representantes?
¿Escucho para comprender y así poder dialogar y ayudar? ¿Soy capaz de escuchar mi
silencio para conocer qué se oculta detrás de mis acciones, mis poses, mis palabras? ¿Me
siento realmente escuchado y comprendido por mis directivos y compañeros?¿Enseño a
mis alumnos a escuchar, qué hago para ello? ¿Qué propongo para avanzar realmente en
una pedagogía de la escucha?
Éxito: No hay alumnos incapaces, que no sirven. Todos tenemos talentos, dones,
posibilidades. Somos distintos, pero todos valiosos. Todos somos buenos para algo. El reto
está en descubrirlo y potenciarlo. Cada uno debe encontrar su propio camino de
realización. Todos nacimos para triunfar. El verdadero educador cultiva con tenacidad la
pedagogía del éxito, tiene expectativas positivas de cada uno y considera el fracaso de sus
alumnos también como su propio fracaso. Evitar el fracaso supone ayudar a cada alumno a
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descubrir, valorar y potenciar sus dones y cualidades positivas, de modo que pueda realizar
su misión en la vida: “Conócete a ti mismo, confía en ti, sé tú mismo”.
La pedagogía del éxito es inclusiva y combate con tenacidad todos los mecanismos de
exclusión. Es también una pedagogía de la equidad, de modo que privilegia más a los que
menos tienen y se esfuerza por compensar las desigualdades de origen. Pedagogía
orientada también a garantizar que todos los alumnos adquieran el dominio de las
herramientas esenciales de aprendizaje (lectura, escritura, expresión, cálculo, pensamiento,
ubicación en el espacio y en el tiempo…), y de las actitudes esenciales (curiosidad,
exigencia, superación, reflexión permanente...) que le permitirán seguir aprendiendo
siempre.
No olvidemos que el éxito exige esfuerzo, constancia, coraje, vencimiento. Éxito se escribe
con e de empeño, de esfuerzo, de empuje. Ayudemos a los alumnos a exigirse, a dar lo
mejor de sí mismos, a fructificar al máximo sus talentos, a no desanimarse ante los fracasos
y caídas y asumir las dificultades y problemas como retos. Se trata de que cada uno
busque su propia excelencia, que no se conforme con la mediocridad, que dé lo mejor de sí
en todas las cosas, que compita consigo mismo, más que contra los demás.
¿Siento que si uno de mis alumnos fracasa, yo estoy fracasando también con él?¿Hago
siempre todo lo posible para evitar su fracaso? ¿Me esfuerzo por descubrir las cualidades
y valores de cada alumno para ayudarle a potenciarlos? ¿Asumo que todos y cada uno
tienen derecho a triunfar? ¿Me esfuerzo para garantizar que todos los alumnos adquieran
las herramientas y actitudes esenciales para un aprendizaje permanente? ¿Cómo entiendo
y cultivo la excelencia? ¿Qué cambios me propongo hacer en mi práctica pedagógica para
practicar la pedagogía del éxito?
Entusiasmo: Etimológicamente, la palabra significa “tener un dios dentro”: estar lleno de
energía, de creatividad, de vida, de ilusión. Es sinónimo de jovial, poseído por Júpiter
(Iovis). El verdadero maestro busca generar el entusiasmo de sus alumnos en todas y cada
una de las actividades, de los ejercicios, de las prácticas, de los ambientes, de las relaciones,
de los resultados, incluso de los errores. Por eso, no los castiga, sino que los asume como
oportunidades privilegiadas para ayudar a cada uno a avanzar, a superar las dificultades, a
crecer.
La pedagogía del entusiasmo, muy ligada a la del asombro y la alegría, supone que el
maestro o profesor se asume como un animador , como la persona más motivada y
motivadora del salón, capaz de dejar fuera del aula sus problemas y dificultades para no
contaminar con ellos a los alumnos. Es una persona orgullosa y feliz de ser maestro, que
contagia vocación, ganas de aprender, ganas de vivir. Más que transmitir sus
conocimientos, comunica sus deseos y habilidades para que los alumnos los adquieran.
Vive con sus alumnos la aventura del aprendizaje cotidiano, convierte su salón en un taller,
en un laboratorio, en un lugar de búsqueda, de encuentro y convivencia, de construcción de
nuevos conocimientos y valores.
¿Qué hago para entusiasmar a mis alumnos? ¿Soy yo una persona entusiasmada? ¿Pierdo
fácilmente el entusiasmo? ¿Acudo al centro educativo con ilusión? ¿Asumo el error como
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una maravillosa oportunidad de aprendizaje? ¿Qué puedo hacer para vivir con mayor
entusiasmo mi vocación de educador?
Equipo: La unidad básica de la organización y el trabajo, no es el individuo, sino el equipo.
Equipo directivo, equipos de docentes, equipos de representantes, equipos de alumnos que
valoran la diversidad de raza, género, talentos..., como riqueza, que participan, colaboran
y se ayudan. Todo el centro educativo es un gran equipo, unidos en la identidad y en la
misión, en el que cada uno asume su tarea con entera responsabilidad y cuida y se preocupa
por todos los demás. En educación no puede haber lugar ni para solitarios ni para
insolidarios.
Trabajar en equipo implica saber dar y recibir, corresponsabilizarse, estar abierto a
descubrir lo positivo del otro, tener conciencia de las propias necesidades y carencias,
comprender para ser comprendido.
Necesitamos con urgencia una educación que cultive la cultura de la cooperación y la
solidaridad. Con frecuencia, alabamos teóricamente la cooperación, el compartir, pero la
práctica real impone la competencia, el individualismo, el triunfo de los mejor dotados o
con mayores ventajas, el “sálvese el que pueda”. De ahí la necesidad de analizar no tanto
los discursos y proclamas, sino el currículo oculto, el clima organizacional, las prácticas de
premios y castigos. Ello nos mostrará si en verdad los centros son lugares donde todos
aprenden juntos y aprenden unos de otros, donde se aprende a compartir, a colaborar, a ser
solidarios, o son más bien, lugares donde se fomenta el trabajo individual y el triunfo
exclusivamente personal.
¿Estamos organizados en el centro educativo como un verdadero equipo unidos en la
identidad y en la misión o cada uno anda por su lado? ¿Me considero miembro de un
proyecto educativo o simplemente un maestro de un determinado grado o un profesor de
algunas materias? ¿Considero a los bedeles, secretarias, padres y representantes como
miembros del equipo? ¿Siento como míos los logros o problemas de mis compañeros?
¿Organizo a los alumnos en verdaderos equipos de trabajo? ¿En el centro educativo,
fomentamos la cooperación o el individualismo? ¿Qué valores expresa el currículo oculto?
¿Qué propongo para fomentar la cooperación y el trabajo en equipo?
Expresión: oral, gestual, corporal, estética, dramática, escrita. Expresar: sacar fuera lo
que uno tiene adentro. Comunicar, manifestar, hacer público. Expresar ideas, sueños,
sentimientos. La educación tradicional niega la expresión: el maestro habla, el alumno
escucha y tiene que oír sin interrumpir, y luego decir y hacer lo que el maestro le ordena.
Se aburre, se le condena al quietismo, a la pasividad, a la repetición. Se le niega la palabra,
la posibilidad de ser. Quien no se expresa, lo suprimen, se reprime, le imprimen el sentido,
le impiden ser él.
La pedagogía de la expresión promueve un ambiente motivador, de confianza, acogida,
respeto, donde cada alumno se siente motivado a decir su palabra y a comunicarla de todas
las formas posibles. Por ello, desarrolla la oralidad y la escucha, cultiva el buen decir, la
oratoria, las habilidades comunicativas orales, gestuales, corporales, pictóricas, dramáticas,
mímicas, escritas de cada uno. Una pedagogía de la expresión promueve por todos los
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medios y en todos los espacios educativos, la comunicación entre maestro y alumnos y de
los alumnos entre sí. Para ello, reorganiza los ambientes, evitando una distribución del
espacio que pueda favorecer la palabra del profesor y la recepción pasiva de los alumnos, o
impedir la comunicación entre ellos.
La pedagogía de la expresión espolea la imaginación y la fantasía, cultiva la literatura, la
música, la pintura, las artes y artesanías, la fotografía, el cine, el contacto con la naturaleza.
Se promueven los grupos de danza, música, teatro, títeres, pintores, cuentacuentos, cine,
fotografía, creación literaria, periódico, folklore, ecológicos.... Se rescatan las fiestas y
tradiciones y los centros y programas educativos se unen a las celebraciones de la
comunidad. Todo el espacio físico y los alrededores del centro se convierten en un gran
taller, un museo, un enorme mural.
¿Cultivo con tenacidad las múltiples formas de expresión de los alumnos? ¿Convierto el
aula en un taller de creatividad y de expresión? ¿La organización del aula fomenta la
expresión y la comunicación? ¿Qué cambios debo introducir en mi práctica pedagógica
para fomentar más y mejor la expresión de los alumnos? ¿Qué propongo para fomentar
más la expresión en mi centro educativo?
Experiencia: Una de las mayores fatalidades de la escuela actual es su alejamiento de la
vida. El mundo escolar ha hecho un mundo artificial dentro del mundo real y la mayoría de
las cosas que se exigen y se aprenden en la escuela sólo sirven para permanecer o continuar
en la misma escuela, para seguir ascendiendo en una carrera de obstáculos que, con
demasiada frecuencia, no lleva a ninguna parte. La escuela gira y gira en un mundo irreal e
intrascendente, de conocimientos muertos, donde el saber, en vez de ser capacidad para
vivir más plenamente, se concibe como acumulación de datos inconexos, fechas, conceptos,
fórmulas, números, recital de un rito sin sentido.
Sólo educaremos para la vida, si la escuela, los programas, los contenidos están inmersos
en la realidad y en la vida cotidiana del alumno, su familia, el barrio, el caserío, la ciudad,
el país. La auténtica planificación parte siempre de la experiencia, saberes, sentimientos y
necesidades de los alumnos, de tal modo que sumerge la práctica escolar en la práctica
social cotidiana de sus vidas.
La pedagogía de la experiencia es una pedagogía inculturada en la realidad de los alumnos.
Es, en consecuencia, una pedagogía del encuentro entre profesor y alumnos, entre padres y
maestros, entre escuela y familia, entre educación y vida. Los educadores deben entender
que cada alumno tiene un saber, una forma de expresarse y de comunicarse, unos valores,
unas costumbres y tradiciones que deben ser valorados y reconocidos. Para ello, deben
esforzarse por conocer y comprender el mundo de sus alumnos para así poderles ayudar
mejor. Esto va a exigir mirar la realidad desde los ojos de los jóvenes. Sólo si estos se
sienten aceptados y acompañados en su crecimiento y realización personal; si perciben que
los educadores parten de sus experiencias y conocimientos y valoran su cultura, su
lenguaje, sus lógicas, saberes y percepciones; si experimentan que se les acompaña en su
crecimiento y realización personal, podrán echar raíces hacia adentro y fortalecer su
identidad.
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La pedagogía de la experiencia se esfuerza por introducir el currículo en la vida de los
alumnos, de modo que estos sientan y experimenten lo que aprenden y sean capaces de
adentrarse, con la inteligencia y también con el corazón, en el fondo de los hechos y los
acontecimientos. Sólo hay verdadero aprendizaje cuando se involucran también los afectos
y los sentimientos. De ahí la necesidad de movilizar los corazones de los alumnos, de
hacerlos reflexionar y reaccionar ante lo que ven y lo que estudian, de modo que adquieran
una visión personal y objetiva que les lleve a involucrarse como sujetos activos en la
creciente humanización y transformación de la realidad.
¿Valoro realmente el saber y la cultura diversos de cada uno de los alumnos? ¿Parto
siempre de su experiencia? ¿Promuevo su reflexión y reacción sobre los hechos y
acontecimientos? ¿Cómo lo hago? ¿En el centro educativo los programas están al servicio
de los alumnos, o más bien los alumnos al servicio de los programas? ¿Qué propongo
para que en el centro educativo vayamos avanzando hacia una pedagogía cada vez más
enraizada en la experiencia de los alumnos?
I.
Inteligencia: Como dijimos más arriba, capacidad de leer por dentro (intus-legere), de
pensar con la propia cabeza, de analizar los hechos y problemas de forma rigurosa para
dar una opinión pensada y razonada. Inteligencia para comprenderse, comprender a los
demás, comprender el mundo y dar respuestas apropiadas a los acontecimientos y
problemas, de modo de contribuir a su transformación. Capacidad crítica, analítica,
creativa, innovadora, de resolución de problemas. Capacidad de aprender a desaprender, a
aprender, a comprender, a emprender, que hoy supone la multialfabetización y el desarrollo
de la curiosidad y el deseo de aprender. Inteligencia como capacidad de escucha y de
expresión clara que dialoga y argumenta con precisión, que cree en las propias capacidades
de percepción, comprensión, interpretación y creación. Dominio de la lectura de todo tipo
de textos, del contexto, de imágenes y lenguajes digitales. La genuina lectura supone la
comprensión, el diálogo entre el texto del lector, sus conocimientos previos, con el texto
escrito. Leer es capacidad de buscar la información de manera crítica y selectiva, para
tomar las decisiones más adecuadas y convertir la mera información en conocimiento.
Desarrollar la inteligencia supone pasar de la pedagogía de la copia y reproducción, a la
pedagogía de la creación y producción. De la pedagogía del individualismo a la pedagogía
de la cooperación. De la pedagogía de la repetición de hechos y conceptos a la pedagogía
de la solución de problemas. Las aulas se van transformando en verdaderos talleres y
laboratorios, en lugares de búsqueda, experimentación, creación.
¿Mi pedagogía se orienta a cultivar la memoria o la inteligencia, la reproducción o la
producción, la repetición de datos y conceptos o la solución de problemas? ¿Qué me dicen
en este sentido las evaluaciones que propongo? ¿Me esfuerzo por hacer de mis alumnos,
sin importar su nivel o modalidad, lectores cada vez más autónomos y eficientes? ¿Soy yo
un verdadero lector de todo tipo de textos? ¿Qué cambios debo impulsar en mi práctica
pedagógica para desarrollar más y mejor la inteligencia de mis alumnos? ¿Qué propongo
para que en el centro educativo vayamos avanzando hacia una pedagogía orientada a
desarrollar la inteligencia?
80
Investigación: (In vestigia ire: ir tras los vestigios o huellas). Ir a la raíz de los problemas
y acontecimientos siguiendo los indicios, las pistas, las huellas. Para investigar se requiere
curiosidad, inquietud, búsqueda, ganas de saber y de aprender, de querer solucionar
problemas. Si no se tiene problemas, no hay investigación. De ahí la necesidad de una
pedagogía de la problematización, que promueva la curiosidad e inventiva de los alumnos.
No se aprende escuchando al maestro o profesor y repitiendo lo que dice. Ni se aprende
memorizando guías y lecciones. Se aprende buscando, experimentando, reflexionando,
discutiendo, confrontando, creando, inventando, resolviendo. El educador, como un buen
entrenador, ayuda, aconseja, corrige, anima, descubre talentos y posibilidades…, pero el
que juega es el alumno o, mejor, los alumnos organizados en equipos de investigación.
Investigar no es copiar de libros, enciclopedias o del internet. Toda investigación supone
una búsqueda consciente, un descubrimiento y la adquisición o profundización de nuevos
saberes. Investigar supone practicar más la pedagogía de la pregunta que la de la respuesta,
cultivar la curiosidad, el deseo de saber. La base de toda genuina investigación es tener una
buena pregunta. El alumno se convierte en un investigador cuando se encuentra con una
situación problemática que no puede resolver con los conocimientos que posee. Si alguien
la resuelve por él, se habrá perdido una gran oportunidad de aprender. Pero la investigación
sólo puede surgir en un ambiente en el que se le proporciona al alumno tiempo para
experimentar, manipular, preguntar; materiales que proporcionan información, datos
pertinentes, y la oportunidad de comprobar algunas de las soluciones. Esto requiere de un
docente que sea también él investigador, que le guste experimentar, descubrir, buscar.
¿Cómo concibo yo la investigación, cómo la practico personalmente? ¿Qué he investigado
en mi vida? ¿Qué he aprendido de las investigaciones que he hecho? ¿Qué estoy
investigando actualmente? ¿Cómo fomento, acompaño y guío las investigaciones que
propongo a los alumnos? ¿Qué investigaciones importantes hemos realizado juntos? ¿Me
considero en el salón de clase un entrenador que ayuda a que cada alumno juegue su
propio partido lo mejor posible, o me considero el jugador más importante? ¿Qué
propongo para que en el centro educativo vayamos avanzando hacia una pedagogía de la
investigación?
Integral: No es suficiente educar a todas las personas. Hay que educar a toda la persona. A
la educación tradicional sólo le interesa la cabeza del alumno, y de ella sólo la capacidad de
memorizar y repetir. El resto del cuerpo y de la persona los soporta la escuela porque no
tiene otro remedio, pero no los asume en su propuesta educativa.
Por ello, hay que educar los ojos, para saber observar, contemplar y admirar la belleza del
universo; para saber mirar con cariño y comprensión; para ver la realidad sin miedo.
Educar los oídos para saber escuchar antes de hablar y así poder comprender y dialogar;
escuchar el silencio para poder reflexionar y construir en él palabras testimonio. Educar la
lengua para ser hombres y mujeres de palabra responsable, para pronunciar palabras que
alienten, que acerquen, que construyan puentes. Educar la nariz para saber olfatear lo que
está sucediendo, lo que se oculta detrás de las apariencias, para no contentarse con la
primera explicación. Educar las manos para que sean honestas y trabajadoras, y siempre
estén dispuestas a dar y a recibir, a tenderse a quien las necesite. Educar los pies para que
sean fuertes y solidarios, listos para marchar al encuentro del prójimo, para labrarse el
81
propio camino con autenticidad y libertad. Educar la sexualidad para que sea asumida con
madurez y responsabilidad, para que el sexo se viva como una comunión profunda de los
cuerpos en el diálogo sublime de la entrega y el amor. Educar el estómago para saber comer
y beber con moderación, sin esclavizarse a la comida ni a la bebida. Educar el corazón, el
sentimiento, los afectos, los valores; corazón grande, con las puertas abiertas, para que
puedan entrar todos y quedarse en él; corazón generoso, solidario, capaz de compadecerse
del prójimo y correr en su ayuda. Educar la imaginación, la creatividad, los sueños, la
esperanza para imaginar un mundo distinto y comprometerse en su construcción.
¿Asumo en mi práctica educativa a todos los alumnos y la totalidad de cada alumno?
¿Educo sus sentidos, sentimientos, afectos, potencialidades? ¿Cómo lo hago? ¿Qué
reflejan las evaluaciones que propongo y las calificaciones de los alumnos? ¿Qué
podríamos hacer para avanzar en una pedagogía cada vez más integral e integradora?
O
Organización. No es posible una buena educación sin una organización eficaz y el
compromiso con ella de todos los miembros. La organización supone unidad de propósitos,
ayuda mutua, unión en la identidad, en la misión y en la vivencia de los valores. Todo en el
centro educativo (horarios, tiempos, reglamento, reuniones, actividades especiales, jornadas
de formación de los maestros, selección de cargos…) debe estar orientado a lograr el
aprendizaje y crecimiento de los alumnos. Todo el personal (directivos, maestros, bedeles,
secretarias, personal de la cantina...) tienen una función educadora.
La organización del centro educativo y de cada uno de los salones debe responder a la
pedagogía de la comunicación, la responsabilidad, el trabajo, la expresión y la
investigación. De nada sirve sustituir los pupitres por mesas u organizar a los alumnos en
círculo, si el educador sigue acaparando la palabra, o si practica una pedagogía bancaria y
transmisiva.
La organización supone desarrollar las habilidades de planificación, ejecución, revisión y
evaluación permanente de tareas y logros. Cada uno tiene que saber bien lo que tiene que
hacer y asumirlo con responsabilidad. “Quien no sabe dónde va, es posible que no llegue”.
“Si no sabemos dónde vamos, no tiene sentido el ir juntos”. La genuina educación se
opone a la improvisación, al espontaneismo y a la anarquía. La planificación explicita lo
que queremos lograr y lo que necesitamos para lograrlo. La evaluación formativa tiene
como finalidad conocer si estamos logrando lo que nos proponíamos, para reorientar los
procesos organizativos y pedagógicos de modo que superemos las dificultades, cambiemos
lo que no funciona y seamos capaces de brindarle a cada alumno la ayuda que necesita.
¿Me considero una persona organizada? ¿Tengo claro lo que espero que logren los
alumnos? ¿Lo tienen ellos claro? ¿Cómo están organizados los alumnos en el salón?
¿Planifico bien todas las actividades que realizo? ¿Asumo la evaluación como una
estrategia para revisar los procesos y conocer cómo va cada uno de los alumnos, para así
brindarle la ayuda que necesita? ¿Estamos verdaderamente organizados en el centro
educativo? ¿Evaluamos permanentemente lo que hacemos y los resultados que logramos?
¿Qué cambios propongo y me propongo para trabajar más organizadamente?
82
Observar: Mirar, estar atento para conocer lo que sucede en el salón y fuera de él. Mirada
que se esfuerza por comprender a cada alumno, y es capaz de acercarse a su dolor, su
fastidio, su agresividad, sus dificultades. Mirada profunda, que no se contenta con
explicaciones superficiales y trata de ir al fondo de las conductas, de los problemas, de los
conflictos, para hacer de ellos oportunidades educativas. “Lo esencial es invisible a los
ojos. Sólo se ve bien con el corazón” (S. Exupery). Mirar con ojos cariñosos, que acogen,
que estimulan, que superan las barreras, que dan fuerza. Preguntarse no sólo quién es el
que miro, sino por qué lo veo así. Mirada atenta para descubrir las posibilidades, los
talentos ocultos, las fortalezas de cada uno, para que las convierta en vida, en dignidad.
Mirada que acompaña, que orienta, que respeta, que genera confianza, que ayuda a cada
alumno a encontrar su rumbo, a superar sus fracasos. Mirar y enseñar a mirar. Educar la
mirada para no considerarnos como rivales o amenazas, sino para ser capaces de
reencontrarnos como compañeros y hermanos.
¿Soy capaz de mirar a cada alumno con los ojos del corazón? ¿Me esfuerzo por descubrir
sus posibilidades, sus fortalezas, más allá de las apariencias? ¿Se sienten ellos acogidos,
comprendidos, queridos en mis ojos? ¿Asumo los conflictos como oportunidades
privilegiadas para ir al fondo de las cosas y salir robustecidos de ellos? ¿Cómo educo la
mirada de los alumnos? ¿Qué propongo para que en el centro educativo avancemos hacia
una pedagogía de la mirada?
Ocio: Aprender a disfrutar, a gozar del tiempo libre, a encontrar la calma y la paz. Tiempo
libre para encontrarse consigo mismo, para dedicarse tiempo, para reflexionar y plantearse
con radicalidad el sentido y el proyecto de la propia vida, para cultivar la interioridad. La
cultura del espectáculo nos impone un tipo de diversión centrada sobre todo en el consumo,
en la evasión. Ocupamos el tiempo libre comprando, consumiendo, viendo televisión,
llenándonos de ruidos. Huimos de la paz, del silencio, de la soledad. Tenemos pánico a
estar con nosotros mismos. La felicidad se entiende como tener , consumir, emborracharse,
estar de fiesta hasta la madrugada, gritar en el fútbol, en el béisbol, y pasar toda la semana
pendientes del próximo partido. Nos llaman aburridos si no hacemos lo que todo el mundo
hace, si no nos la pasamos fuera, si nos quedamos en casa disfrutando de un buen libro, si
salimos de paseo a disfrutar de la naturaleza, a observar, sin necesidad de comprar y
consumir. Somos “pichirres” o tacaños si no compramos todo lo que nos ofrecen, si no
botamos el dinero, si somos austeros o nos conformamos con lo necesario.
La pedagogía del ocio debe enseñar a los alumnos a encontrarse consigo mismos, a
disfrutar de las cosas sencillas, a valorar la familia, la amistad, como lugares de acogida y
fuentes de plenitud y de dicha. Pedagogía capaz de cuestionar la cultura de los medios y de
la calle, y de enfrentar la trivialidad y el mal gusto. Pedagogía que enseña a discernir lo
que realmente nos brinda alegría y dicha. Pedagogía también de la austeridad para
contentarse con lo necesario y desechar lo superfluo y el derroche.
¿A qué dedico el tiempo libre? ¿Cuáles son las actividades que más me gustan, que me
producen alegría profunda? ¿Soy una persona consumista o austera, superficial o
profunda? ¿Cómo creo que me ven los demás? ¿Promuevo con los alumnos la pedagogía
del ocio para ayudarles a encontrarse consigo mismos y plantearse en serio la búsqueda
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de su genuina felicidad? ¿Cómo lo hago? ¿Qué propongo para que en el centro educativo
se practique la pedagogía del ocio?
U
Único: Cada persona es única e irrepetible, y sólo si somos capaces de observarla y
valorarla en su peculiaridad, nos dejaremos tocar por ella, nos interesaremos en ella, la
querremos. Y si la queremos, entrará en nuestra vida, nos ocuparemos de ella, nos
interesaremos por ella, seremos capaces de descubrir sus talentos y posibilidades. ¡Cómo
cambian las personas en el momento en que empiezan a gustarnos!.
No existen los alumnos ni “el alumno” tipo. Existen alumnos concretos, de carne y hueso,
con nombre y apellido, con una historia, una familia determinada, unas circunstancias
específicas. No hay dos alumnos iguales. Cada uno es diferente, único, con unos saberes,
expectativas, miedos, ansias y deseos, fortalezas y debilidades, con su ritmo y modo
propio de aprender. Con una misión en la vida que le tenemos que ayudar a descubrir y
realizar. De ahí que todos tienen derecho a la diversidad cultural y a la igualdad de
oportunidades. Derecho al respeto y a la equidad.
Educar es ayudar a cada alumno a ser lo que está llamado a ser. A quererse, aceptarse y
potenciar sus talentos y posibilidades, sabiendo que es único en el mundo, que no hay nadie
como él. Vivir es construirse. La vida exige una lucha tenaz por llegar a ser uno mismo.
Si aceptamos que cada alumno es diferente a los demás, no podemos compararlo con los
otros, y debemos ayudarle a que vaya tan lejos como pueda en su desarrollo personal. Si
cada alumno inicia su proceso de aprendizaje en un punto diferente y avanza a su propio
ritmo, no podemos exigir a todos el mismo punto de llegada. Cada alumno deberá ser
evaluado a partir de sus dificultades y avances. Deberá ser evaluado respecto a sí mismo,
no respecto a los demás.
Esforcémonos en ayudar a cada uno a ser competente y cooperador, de modo que pueda
vivir su realización en el servicio a los demás. La genuina convivencia supone superar la
mera tolerancia, para asumir la diversidad como riqueza. No olvidemos nunca que
precisamente porque todos somos iguales, todos tenemos derecho a ser diferentes.
¿Me esfuerzo por comprender, aceptar y querer a cada alumno como es? ¿Respeto su
ritmo y su modo de aprender? ¿Evito las comparaciones, tengo preferencias, trato a
algunos mejor que a otros? ¿Le exijo a cada uno según sus posibilidades? ¿La evaluación
tiene presente la realidad de cada alumno? ¿Ayudo a cada uno a conocer y realizar su
misión en la vida? ¿Qué cosas debo cambiar y mejorar en mi práctica pedagógica a la luz
de estos principios?
Utopía: Para no perder nunca la ilusión, para no conformarse con los pequeños logros, para
superar la tentación de la rutina, el acomodo, la mediocridad, la desesperanza. Sobre todo
en estos tiempos en que se ha puesto de modo el pesimismo y abundan los sepultureros de
la esperanza. Utopía para confrontar la crisis de fe, crisis de esperanza, crisis de
compromiso que carcome nuestra cultura. Utopía que se niega a aceptar que no son
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posibles las transformaciones y cambios profundos, la posibilidad de construir una
sociedad más humana y un futuro digno para todos. Utopía que, porque espera, se
compromete, y se transforma en osadía y fuerza para afrontar los nuevos retos. Utopía que
asume la educación como una tarea humanizadora, capaz de tocar las fibras más sensibles
del ser humano e invitarle a la valentía del servicio, la solidaridad y la libertad. Utopía que
nace y se sustenta en una gran fe comprometida. En palabras de Freinet: “No podemos
preparar a nuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si
nosotros ya no creemos en esos sueños. No podemos prepararlos para la vida, si no
creemos en ella. No podemos mostrar el camino, si nos hemos sentado, cansados y
desorientados, en la encrucijada de los caminos”.
En nuestro mundo tan materialista , insensible y frío, que ha reducido la vida a una mezcla
de teleconsumo (televisión y compras), que reniega de las utopías y asfixia la esperanza, los
educadores profetas debemos ejercitar continuamente la capacidad de imaginar y soñar de
los alumnos. Soñar que es posible un mundo mejor, donde las personas volvamos a
mirarnos a los ojos y seamos capaces de vernos como hermanos y no como rivales,
amenazas o enemigos. Soñar una educación alegre y pertinente, llena de sentido, orientada
a formar personas autónomas y ciudadanos responsables y solidarios. Soñar, imaginar
mundos nuevos y entregarse con ilusión a hacerlos posibles. Un sueño soñado por muchos
y la decisión de encarnarlo en la vida, pronto comenzará a hacerse realidad. Por ello, frente
al pragmatismo reduccionista y ramplón del “Compro, luego existo”, que tratan de
imponernos en estos días, levantamos con Fernando González Lucini un valiente “Sueño,
luego existo”, capaz de sacudir nuestro letargo, nutrir nuestra esperanza y fortalecer nuestro
compromiso.
No es posible ser un genuino educador si uno ha perdido la esperanza y anda por el mundo
amargado e infeliz. No podremos enseñar la alegría de vivir si nosotros la hemos perdido.
Educar es apostar al cambio, estar convencido de que los alumnos y el mundo pueden ser
mejores. Cerrarse al cambio es darle la espalda a la vida. El que cambia, puede
equivocarse; el que no cambia, vive equivocado. El mundo cambiará cuando cambies tú.
¿Me considero una persona de fe, esperanza e ilusión? ¿Me perciben así los demás?
¿Estoy comprometido en la transformación profunda de este mundo? ¿Asumo la educación
como una siembra de esperanza y compromiso? ¿Qué podría hacer para aumentar mi fe,
mi esperanza y mi compromiso? ¿Qué propongo para aumentar la fe, la esperanza y el
compromiso de los compañeros?
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