¿Quo vadis Derecho de Contratos? Una reflexión crítica sobre los principios generales de la contratación inspiradores de las normas del Código Civil cubano (A propósito de los veinte años del Código Civil cubano) Leonardo B. PÉREZ GALLARDO Profesor Titular de Derecho Civil Facultad de Derecho Universidad de La Habana “Aunque el Código Civil acaba de nacer, será un importante eslabón de nuestra sistematización jurídica, ya que sus normas se aplican supletoriamente a las relaciones contempladas por la legislación especial, y constituirá un instrumento insustituible para la formación de nuestros jóvenes juristas y la actuación de nuestros jueces, abogados, funcionarios, y, en fin, de toda nuestra población, que podrá ver en el nuevo texto legal una manifestación genuina de nuestra cultura e idiosincrasia nacional.” Presentación del Código Civil Sumario: 1. El Código Civil cubano de 1987: el Código del ocaso del siglo XX en Latinoamérica. 1.1. Lo romano y lo hispánico en nuestra codificación civil. 1.2. El Código Civil cubano en el contexto del sistema jurídico latinoamericano. 2. El Derecho de Obligaciones y Contratos como Libro III del Código Civil. Apuntes sobre sus notas más sobresalientes. 3. La noción de contrato para el legislador del Código Civil. 4. Los principios generales de la contratación inspiradores de las normas del Código Civil. Su lectura a la luz de los criterios jurisprudenciales del Tribunal Supremo. 4.1. ¿Consensualismo o formalismo? Alcance del artículo 313 del Código Civil. 4.2. Buena fe en la concertación y ejecución de los contratos. 4.2.1. El deber de cooperación y solidaridad en sede de contratación. 4.2.2. Buena fe en la interpretación de los contratos. 4.2.3. El venire contra factum proprium non valet como expresión ad hoc de la buena fe. 4.3. Autonomía de la voluntad. Libertad para contratar y libertad para determinar el contenido del contrato. 4.4. Pacta sunt servanda (obligatoriedad contractual). El cumplimiento del contrato como deber jurídico y como deber ético. La “cultura” del cumplimiento contractual. 4.5 Relatividad contractual. 4.6. Protección al contratante más débil. 5. ¿Quo vadis Derecho de Contratos? Bibliografía. 1. El Código Civil cubano de Latinoamérica 1987: el Código del ocaso del siglo XX en Ya ha pasado más de un lustro desde que finalizó el siglo XX y con él un siglo prolífero en acontecimientos políticos, sociales, económicos y de descubrimientos científicos. Y también, y por qué no, un siglo henchido de sucesos trascendentales en la historia del Derecho. Parecía que el siglo se aventuraba a aproximarse al umbral de su última década sin que se aprobara nuestro Código Civil. Para dicha de todos los cubanos, y del gremio jurídico en particular, no sucedió así, el 16 de julio de 1987 el Parlamento aprobaba el que fuera el último de los códigos civiles latinoamericanos del siglo, un cuerpo normativo, peculiar en su formación por las fuentes que le sirvieron de inspiración, pero sin duda, un puente entre el sistema romano-francés y el Derecho socialista1. Su promulgación constituyó uno de los más importantes retos de nuestro Sistema de Derecho. El último Código Civil del siglo en Latinoamérica no ofrece otra particularidad que la de saber vincular armónicamente los principios socio-económicos y políticos informadores de cada una de las instituciones que regula, sin perder de vista su pertenencia al sistema jurídico romano-francés2, esa es, sin duda, su gran virtud. Del Código Civil cubano de 1987 se han vertido las más disímiles críticas que objetan, desde su enfoque socio-político, hasta la técnica legislativa empleada. Se ha llegado incluso, en peyorativa expresión, a catalogarse como reforma del Código Civil español heredado por nuestra nación, mero producto de los cambios políticos profundos, por el establecimiento del socialismo real3, no concibiéndose como un fenómeno de recodificación, lo que contradice la propia esencia 1 La expresión es de Pierangelo CATALANO, Secretario General de la Associazione di Studi Sociali Latinoamericani (ASSLA) en las palabras de saludo al encuentro de estudio sobre “El Código Civil de Cuba y el Derecho Latinoamericano”, celebrado en Roma, el 20 de noviembre de 1990, en Il Codice Civile di Cuba e il Diritto Latinoamericano, Centro interdisciplinare di studi Latino – Americani, Roma, 1990, p. 147. Otros autores lo califican como “un ejemplo inédito de C. c. hispano-marxista”, así GARCÍA CANTERO, Gabriel, “Significado del Código Civil cubano de 1987 en el proceso de codificación”, en Revista Jurídica del Notariado, Nº 26, abril-junio, 1998, pp. 70-71. 2 Al decir de RESCIGNO, Pietro, “Il Código Civil di Cuba, último codice socialista”, en Il Codice Civile…, cit., 1990, p. 79, este cuerpo legal ha tenido que conciliar dos motivos inspiradores concurrentes; de un lado la tradición romanística en la cual se inserta el Código español que estuvo en vigor en Cuba poco menos de un siglo, y de otro, la doctrina política del socialismo. 3 Así lo afirma DÍEZ-PICAZO, Luis, “Codificación, descodificación y recodificación”, en Anuario de Derecho Civil, tomo XLV, fascículo II, abril – junio, 1992, p. 481. transformadora de las relaciones privadas que el Código Civil impuso. No puede negarse la impronta que en su articulado tiene el precedente Código Civil español, un buen número de cuyos preceptos reproduce, algunos de ellos reformados conforme con la sistemática y la técnica empleadas. Empero, se distancia del código hispano desde el Plan al que se afilia, de corte alemán, hasta el grado tal de concreción de las instituciones reconocidas, que linda con una parquedad excesiva, influjo de los códigos civiles socialistas de Europa del Este, a los cuales supera, a tal extremo que hoy si no es el más, se incluye entre los más escuetos del mundo, en contraste con el español, criticado por su casuismo y minuciosidad extremas. Sin embargo, coincido con DÍEZ-PICAZO cuando le niega el carácter de código de segunda generación, a la par del italiano de 1942 o del holandés, hoy prácticamente renovado en todos sus Libros, en que el Código Civil de los cubanos de 1987 supone la primera codificación civil de nuestra nación. Nuestra gran isla vivió durante casi un siglo bajo la regulación de un cuerpo normativo que heredó de España y al cual no podemos desdecir. La huella hispana no sólo la tenemos y la llevamos con orgullo en nuestra sangre, en nuestra cultura e idiosincrasia, sino también en las normas jurídicas civiles que aún nos rigen, herederas, en una buena parte, de las contenidas en el centenario Código Civil español. Como sostiene TRÍAS MONGE4, al referirse al panorama puertorriqueño, se necesita afinar los conceptos: no puede reformarse lo que nunca hemos formado. Tanto Puerto Rico como Cuba, últimos vestigios del que fuera el vasto imperio español, recibieron la importación del Código Civil, como antes habían recibido mercancías e ideas. En contraste con el resto de los países latinoamericanos, han tenido la tarea de formular su primer Código Civil, de marcar las pautas en la ordenación de su Derecho Privado en forma autóctona. Cuba lo logró en 1987, Puerto Rico, en cambio, aún hoy discurre por esos senderos. El Código Civil cubano se apresta e intenta lograr un ideal muy encomiable, el de ser asequible y fácil de entender a sus destinatarios5. Su lenguaje, sin negar el tecnicismo, propio de estos cuerpos legales, es diáfano, no utiliza rodeos inútiles6. Sin embargo sus normas no logran la cohesión que un código requiere. No es el 4 TRÍAS MONGE, José, “Consideraciones sobre la reforma del Código Civil de Puerto Rico”, en Revista Jurídica de la Universidad de Puerto Rico, volumen LII, número 2, 1983, pp. 143-144. 5 Vid. en este sentido HUTSCHENREUTER, Helga, “Sobre algumas regulamentaçoes do Código Civil de 1987 directamente influenciadas pelo modelo social”, en Il Codice Civle di…, cit., pp. 137-138. 6 GIMÉNEZ-ARNAU, Enrique, “Nuevo Código Civil cubano” (Nota informativa), en Revista de Derecho Notarial, CXXXIX, enero-marzo, 1988, p. 390, elogia el que las reglas establecidas en el articulado del Código Civil estén escritas en muy buen castellano lenguaje del legislador quien ha abrumado más de una vez a nuestros operadores jurídicos, sino la parquedad de su normativa que se limita a enunciar los principios generales de cada instituto jurídico, y las antinomias, resultado de la confluencia de varios ordenamientos legales de naturaleza muy disímil, tenidos en cuenta por los codificadores, e indebidamente traspolados al cuerpo del código, sin más trabajo de orfebrería, necesario para todo codificador que, con acierto, abreva del Derecho Comparado. Ello ha conllevado a que se le tilde de código elemental7, demasiado simple. Lo cual no conduce a que sea calificado como un código “confeccionado por quienes no creen en el Derecho”8, porque amén de la descortesía que la expresión lleva implícita, al referirse su autor a un código foráneo, supone un desconocimiento de una realidad que le es ajena a su entorno, para quien –como expresara el profesor HINESTROSA9- carece de la vivencia del proceso cumplido en Cuba en los últimos años y cuya formación y experiencia jurídicas corresponden a una codificación concordante en su nomenclatura y en sus reglas con su sistema político, social y económico basado en la propiedad y autonomía privadas, en donde la iniciativa y la actividad individuales y colectivas constituyen el factor y el motor primordial de la economía y de las relaciones sociales en general. Por eso – sigue sosteniendo el célebre catedrático -, para entender la sistematización y la disciplina de las distintas instituciones reguladas en el código y para captar los alcances de esa normatividad, es menester no sólo tener en cuenta los problemas específicos y la situación de la sociedad cubana en la actualidad respecto de las materias que tradicionalmente se han considerado objeto del Derecho Civil, sino también y primordialmente, tener presente el régimen político del cual es producto y a cuya permanencia y afianzamiento está llamado a servir el código, que en última instancia es una pauta para el intérprete y aplicador del Derecho. No se trata de que los codificadores del Código Civil de los cubanos de 1987 no crean en el Derecho, sino de entender y respetar la forma en que otras naciones conciben la codificación de su propio Derecho Civil. La crítica de la doctrina científica extranjera se ha pronunciado también por el voluntarismo extremo de que son muestra muy significativa las definiciones de los hechos y los actos jurídicos que giran en derredor de la voluntad, la facultad dada a las partes de disponer la ley del contrato y la pauta trazada para su interpretación (cfr. artículos 48, 49, 17 y 52 respectivamente)10. La ejemplaridad del 7 Así, MOSSET ITURRASPE, Jorge, Contratos, edición actualizada, Rubinzal - Culzoni Editores, Buenos Aires, 1997, p. 53. 8 Ibídem. 9 HINESTROSA, Fernando, “Notas sobre el Código Civil cubano. Ley No. 59 de 16 de julio de 1987”, en Il Codice Civile di…, cit., p. 92. 10 Ibídem, p. 93. artículo 294 que unifica las reglas sobre responsabilidad civil aquiliana y contractual que se convierten en dos campos del Derecho cada uno con sus problemas particulares, pero sometidos a las mismas reglas, siguiendo así los movimientos más recientes en el orden doctrinal, jurisprudencial y legislativo 11. La claridad y precisión de las normas de Derecho Internacional Privado, expresión de una mentalidad pluralista y moderna, técnicamente bien acabadas. Alabo también ha merecido la construcción de la Parte General del Código, basándose en el concepto de la relación jurídica y no sobre la noción de acto o de sujeto. Para CARRASCO PERERA es su característica más significativa, lo cual permite una generalización de sus enunciados normativos. A su juicio resulta “particularmente acertada la definición y construcción (por lo demás, tan exquisitamente abstracta) de la relación jurídica que se hace en los arts. 22, 23, 45 y 47”12. La elección del vínculo o relación como concepto central del ordenamiento ha sido calificada por RESCIGNO13 como una opción ideológica pero en definitiva – según el autor-, resulta una noción sustantivamente nueva, al calificarse como relación o vínculo jurídico a toda relación social que produce efectos para el Derecho. Por otra parte, severa crítica ha merecido la supletoriedad del Código Civil reconocida en su artículo 8. A juicio de RESCIGNO14 es necesario reafirmar en el código el carácter de fuente primaria del Derecho Privado común. Sostiene el célebre tratadista italiano que la función del código no es meramente supletoria de un sistema de leyes especiales cuando éstas tengan necesidad de integración. El código debe permanecer o conservar su carácter fundamental para las relaciones privadas, subordinar las materias en las cuales, esta última fuente expresa la 11 Así lo tilda YZQUIERDO TOLSADA, Mariano, Responsabilidad Civil contractual y extracontractual, volumen I, 1ª edición, Reus, Madrid, 1993, pp. 122-123. Este autor ofrece un interesante análisis del comportamiento en el Derecho comparado de la tendencia hacia la unificación de ambos regímenes de responsabilidad civil, del cual Cuba es exponente, bajo la influencia, sin dudas, de los Códigos Civiles de la República Democrática Alemana (893), del Código Civil polaco de 1964 y de los Códigos Civil y de Comercio de Checoslovaquia, todos fuentes de inspiración de nuestro Código Civil. En el mismo sentido BUSNELLI, Francisco D., “Observacioni sul Código Civil cubano”, en Il Codice Civile di…, cit., p. 116, para quien con el artículo 294 el derribo del muro entre las dos responsabilidades puede apreciarse como cosa hecha, lo que considera sea saludado favorablemente, si se piensa que en la realidad de hoy los dos sectores están siempre más interactivos, mientras se va extendiendo la “tierra de nadie” entre contrato y hecho ilícito. 12 CARRASCO PERERA, Ángel, en la “Introducción” al Código Civil y leyes civiles cubanas, edición a su cargo, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2000, pp. 11-12. 13 RESCIGNO, P., “Il Código Civil di Cuba...” cit., p. 81. 14 Idem, p. 80. jerarquía de las propias fuentes. El carácter supletorio se resuelve reenviando a las fuentes extrañas al código el régimen de muchas materias, lo que explica la brevedad del texto. Es bueno que sea breve, un código compendioso es siempre una ventaja para los ciudadanos, a quienes va destinado, pero si su brevedad significa un elevado número y un complejo número de leyes especiales, este mérito se desvanece, al tiempo que se observan algunos vacíos o lagunas importantes en algunas disciplinas15. También se le ha catalogado de superfluo e inevitablemente parcial16. Decir que el objeto de la relación jurídica lo es un bien, o un patrimonio o una prestación, significa cerrar la realidad jurídica en una definición que no es exacta; decir que la prestación puede consistir en un dar, hacer o no hacer, significa dar una noción escolástica que no es indispensable en un código. La carencia de un sistema de fuentes que colme el ordenamiento jurídico ha sido también uno de los extremos más endebles del Código Civil cubano, de vital sentido en la integración del ordenamiento jurídico. Asimismo lo relativo a la aplicación y eficacia de las normas jurídicas (interpretación, equidad, analogía, fraude de ley) que entraña la investigación, aportación y fijación de los hechos y la investigación, interpretación e integración de la norma, labor hecha por los operadores jurídicos, en especial los jueces, lo que se agudiza en el ordenamiento cubano al preterir el legislador del Código Civil, en sus Disposiciones Preliminares, esta materia de primordial valor en la aplicación del Derecho, si tenemos en cuenta además que el Código Civil, a tenor de su artículo 8 y de su Disposición Final Primera, tiene carácter supletorio de todo el ordenamiento jurídico. Lo cierto es que en la actualidad existe en Cuba un vacío normativo en este orden, difícil de colmar por referirse a pilares del ordenamiento legal, esto es la propia aplicación y eficacia de las normas jurídicas, al no consagrar la Constitución cubana, que tiene un carácter programático, sus principios informadores. No puede perderse de vista que para juzgar con tino y entereza al Código Civil cubano de 1987, se necesita comprenderlo en su dimensión socio-histórica. Se trata de un código representativo de la culminación de un proceso de institucionalización, el cual no reniega de sus raíces hispánicas y de ahí su troncalidad latina, que en el libro dedicado al Derecho de Obligaciones y Contratos, encuentra expresión en instituciones como la mora creditoris, el favor 15 De ahí que se catalogue como un código “comprimido”, al decir de GIMÉNEZ-ARNAU, E., “Nuevo Código Civil...”, cit., p. 390, quien atribuye tal “deshidratación” a la supletoriedad extrema preconizada por su Disposición Final Primera. 16 RESCIGNO, P., “Il Código Civil di Cuba...”, cit., p. 82. debitoris, las acciones edilicias, la tácita reconducción, las obligaciones solidarias, indivisibles, principales, accesorias, la prenda, y otras tantas. No supuso una ruptura acabada con su pasado, en el orden técnico, si bien, sí en el ideológico. Adpero, si algo le he reprochado a sus autores, a quienes, por demás, siempre he admirado por la titánica tarea que un día emprendieron, y supieron darle fin, ha sido el no ofrecer una depurada técnica jurídica a las instituciones reguladas, evitar las múltiples antinomias fácilmente detectables en este trascendental cuerpo normativo, la falta de originalidad y de novedad en el tratamiento de muchas instituciones, las cuales hoy día son trasunto del Código Civil español, pero en todo caso mutilado, lo cual ha llevado a que el Código Civil ofrezca una regulación parca, fragmentada, a medias, de figuras jurídicas de trascendental arraigo social. Para colmo, algunos de los preceptos tomados casi textualmente del Código Civil español, ya habían provocado derroche de tinta en la doctrina científica, no solo hispana, sino también nacional, por lo ampuloso y desatinado de su formulación. Y fatídicamente aún los tenemos en nuestro código. Alguna de sus normas prohibitivas, no se justifican, y no son razones políticas tampoco las que avalan su existencia. A modo de ejemplo ¿Por qué razón se prohíbe que el comprador exima al vendedor de la obligación de sanear por evicción el bien vendido? ¿En todo caso, por qué se declara nulo este pacto? ¿Por qué motivo se prohíbe la posibilidad de establecer una condición en un contrato gratuito como lo es, paradigmáticamente, la donación? ¿Por qué tampoco se admite en este contrato, dada su naturaleza y el animus que motiva al donante, que este sea revocado por las causas taxativamente señaladas en la mayoría de los códigos civiles, lo cual sería de gran utilidad hoy día en sede inmobiliaria?. Otras instituciones tuvieron peor suerte y el momento histórico en que se redacta el código le llevaron a su desaparición de nuestro Derecho positivo. Me refiero al pago por cesión de bienes, al concurso de acreedores, a la hipoteca, entre otros. Ni qué decir de la ausencia de una parte general en materia de Derecho de Contratos, a lo cual me referiré con más detenimiento en breve. Los autores del Código Civil pudieron ofrecer un producto normativo más hilvanado, coherente, técnico, acorde con el desarrollo doctrinal del momento histórico de su elaboración y la experiencia de otros países hispanoamericanos, de los cuales nos distanciamos. Es cierto que la influencia de la codificación civil de los países de Europa del Este fue decisoria en la elaboración del código, pero el influjo ideológico en nada riñe con la técnica legislativa y la cohesión de las normas jurídicas. Un Código Civil es una pieza clave en cualquier ordenamiento jurídico. Después de la Constitución es la norma jurídica de mayor radio de acción y valía la pena entonces cualquier sacrificio extra para que esta importante pieza legal en un Estado de Derecho, hubiera resultado una obra mucho más acabada. Es de lamentar que los libros que integran la parte especial del código no hubieran quedado a la altura del Libro I, el cual, ajeno a ser catalogado de perfecto, sí que es muy superior al resto, y a la dimensión de otras normas jurídicas de esa época, como la Ley de Procedimiento Civil, Administrativo y Laboral, diez años anterior, y la Ley de las Notarías Estatales, aprobada por el Parlamento tres años antes, ambas de una factura técnica en su integridad, superior, a mi juicio, al Código Civil. Aún así el 16 de julio de 1987 pasa a la historia de Cuba como el día en que los cubanos tuvimos nuestro primer Código Civil, elaborado por y para nosotros, perfectible, superable, pero a la postre un código que aunque pudo ser muy superior, por la larga tradición jurídica civilista cubana, tierra que viera nacer a SÁNCHEZ DE BUSTAMANTE, DÍAZ PAIRÓ, DÍAZ CRUZ, GUERRA LÓPEZ, BLANCO, CLEMENTE DÍAZ y otros grandes juristas, estoy seguro dejará huellas en la historia de la codificación civil contemporánea. 1.1. Lo romano y lo hispánico en nuestra codificación civil A pesar de cuanto se ha dicho sobre el Código Civil cubano de 1987, no cabe duda que logra insertarse dentro de los códigos de corte romano. Como sostiene el profesor RAPA17 el sistema romano-francés de Derecho Privado se consolidó en Cuba en la época colonial, al hacerse extensivo a nuestra Isla el Código Civil español de 1889, que había recibido una fuerte influencia del Code Napoleón. Así, mediante Real Decreto de 31 de julio de 1889 se hace extensivo a las islas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, principales remanentes del que fuera el vasto imperio español, el Código Civil que había entrado en vigor en la península escasamente tres meses antes. La propuesta del Ministro de Ultramar sometiendo a la aprobación de la Reina Regente el proyecto de Decreto, señala como una de las grandes ventajas de esa extensión, la cual habría de ocurrir “sin necesidad de hacer modificación alguna que alterara el contenido y la forma en que fue promulgado (el Código)”, el mayor enlace entre los pueblos que promovería la unidad de legislación. Con el cese de la soberanía española y la instauración del gobierno norteamericano el 1º de enero de 1899, el gobierno militar dicta su proclama de esa misma fecha por la que se dispone que quedara con fuerza el Código Civil vigente, cambiándose en un futuro a través de modificaciones pertinentes, a los fines de su 17 RAPA ÁLVAREZ, Vicente, “La codificación del Derecho Civil” en Revista Jurídica Nº 11 Año IV, abril-junio de 1986, pp. 83-84. adaptación a las nuevas circunstancias. Extremo que venía dispuesto en la Base 27 de la Ley de 1888 acordada para la elaboración del Código y que establecía la periodicidad de cada diez años para conocer de las reformas que convinieran introducir en él. La Transitoria Séptima de la Constitución de 1901 ratificó la vigencia de las leyes en vigor al tiempo de su promulgación. Desde la independencia de Cuba de España se forjó la idea de la necesidad de promulgar un nuevo Código Civil que se atemperara a las nuevas condiciones o circunstancias imperantes en el orden político y económico en la nación, ya independiente del dominio español. En sentido general, las modificaciones de que fuera objeto el Código Civil español durante su casi centenaria vida en nuestro país, en su gran mayoría durante la etapa revolucionaria, obedecieron a razones socio-políticas. El impacto de las Leyes de Reforma Agraria (1959-1963) y de Reforma Urbana (1960) y de las que resultaron del cambio estructural de nuestra economía que transfirió a la propiedad estatal socialista la mayor parte de los bienes de producción a partir de la nacionalización de las empresas (1960) hicieron resquebrajar la vigencia del legendario Código, a tal punto de que en 1988, año de su abrogación, una buena parte de su articulado, estaba, bien derogado, bien modificado, o era de aplicación restringida por lo desactualizado de su normativa. Momentos de significativa importancia lo constituyeron también la promulgación y entrada en vigor del Código de Familia y de la Constitución de la República de 1976. El Código de Familia desmembró del Código Civil español vigente en la Isla desde 1889, todo lo atinente a la regulación de la familia (matrimonio, relaciones paternofiliales, adopción, alimentos, parentesco y tutela). En este sentido el legislador de 1975 siguió la orientación de los países socialistas de Europa oriental, que tenían codificada esta materia en cuerpo normativo diferente y destinado a ese único fin18. Principio al que ya se habían afiliados en América Latina Bolivia y Costa Rica19 y 18 Así, Código de la Familia de Alemania Democrática, sancionado en 1965, con vigencia desde el 10 de abril de 1966; Código de la Familia de Checoslovaquia de 1963; Código de la Familia y Tutela de Polonia de 1963; Código sobre Matrimonio, Familia y Tutela de Rusia de 1925; con modificaciones de 1944 y 1945; Ley sobre Personas y Familia de Bulgaria de 1949; con modificaciones de 1953, 1955 y 1961; Código de Matrimonio, Familia y Tutela de Hungría de 1952 y Leyes Fundamentales de Yugoslavia sobre Matrimonio de 1946; Tutela de 1947, Relaciones entre padres e hijos de 1947 y Adopción de 1947. que hoy día también abrazan Honduras, El Salvador, y Panamá20. Señala la profesora MESA CASTILLO21 que el legislador del Código de Familia pretendió barrer con las normas jurídicas familiares del pasado, contrarias al principio de igualdad de ambos cónyuges y de los hijos nacidos fuera del matrimonio y sustituirlas por los concordantes principios y objetivos de nuestra sociedad. La realidad en el campo normativo refuerza las tesis que en Latinoamérica abogan, en la arena académica, por la separación del Derecho de Familia del Derecho Civil, entre otras razones por la peculiar naturaleza de las relaciones que son objeto de su regulación, preeminentemente personales, derivadas de los vínculos que entre los miembros de la familia pueden establecerse, amén de otras de naturaleza patrimonial como las relativas al régimen económico del matrimonio, que también son objeto de su regulación. Destacan RAPA ÁLVAREZ y FERNÁNDEZ BULTÉ22 como hito importante que contribuye a la codificación civil cubana la promulgación en 1976 de la Constitución que incentivó la actividad legislativa del Parlamento, constituido ese mismo año, a lo cual sucedió la aprobación de normas como las Leyes de Procedimiento Civil, Administrativo y Laboral y la de Procedimiento Penal, el nuevo régimen de la contratación económica (Decreto-Ley Nº 15 de 1978) y las relativas a la organización del sistema judicial, entre otras. Más en todo este período, incluso post revolucionario, no se abandona el ideal de un código civil de tipo latino. No es de extrañar el influjo que en su proceso de creación ejercieron los códigos y leyes especiales de la Europa del Este, pero no menos importante lo fueron: el Código Civil español, vigente en Cuba desde 1889 y hasta su abrogación en 1988, el B.G.B., la Ley española de bases para la modificación del Título Preliminar del Código Civil, Ley Nº 3/1973, y el DecretoLey de 31 de marzo de 1974; el Código Civil chileno de 1857; el Código Civil argentino de 1869; el Código Civil suizo de 1907; el Codice Civile de 1942 y el anteproyecto del que después sería el Código Civil peruano de 1984, fuentes en las que abrevaron sus codificadores. 19 Código de Familia de Bolivia (aprobado por Decreto-Ley Nº 10426 de 23 de agosto de 1972, y en vigencia desde 6 de agosto de 1973 y Código de Familia de Costa Rica (Ley Nº 5476 de 21 de diciembre de 1973, en vigencia desde junio de 1974). 20 Código de Familia de Honduras (vigente desde el 16 de agosto de 1985), Código de Familia de El Salvador (Decreto Legislativo Nº 677 de 11 de octubre de 1993, en vigor desde el 1º de octubre de 1994) y Código de la Familia de Panamá (Ley Nº 3 de 17 de mayo de 1994 en Gaceta Oficial No. 22591 de 1º De agosto de 1994). 21 MESA CASTILLO, Olga, Derecho de Familia (Módulo 1), 1ª edición, Facultad de Derecho, Universidad de La Habana, Editorial ENPES, La Habana, 1992, pp. 26-27. 22 RAPA ÁLVAREZ, Vicente y Julio FERNÁNDEZ BULTÉ, “El Código Civil cubano y el sistema jurídico latinoamericano” en Il Codice Civile di Cuba e il Diritto Latinoamericano, Centro interdisciplinare di studi Latino – Americani, Roma, 1990, p. 42. El Código Civil cubano no niega, porque hacerlo hubiera supuesto desdecir sus raíces, sus antecedentes hispanos y una ruptura con el sistema jurídico al que pertenece. El texto reproduce preceptos del Código Civil español, mientras otros los reformula a tono con los tiempos del momento de su redacción, pero en esencia, mantiene la hispanidad, en este sentido vid. en lo que atañe al Libro III (obligaciones y normas de alcance general en materia contractual) artículos 233, 234, 236, 237, 238, 239, 243, 244, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 289, 290, 291, 296, 297, 298, 299, 300, 301, 302, 303, 304, 306, 310, 311, 312, 313, 316, preceptos en los que se sienten el influjo del Código Civil español, a pesar de que en algunas figuras su regulación no calca la precedente, pero su construcción en sentido general se sustenta en los arquetipos o moldes regulados en el texto español. 1.2. El Código Civil cubano en el contexto del sistema jurídico latinoamericano Como expresa VIDAL RAMÍREZ, “El sistema jurídico, en su significado más amplio, es un conjunto de principios y normas que se relacionan entre sí y que se estructuran en busca de una unidad, cohesionada y coordinada, para dar lugar a la formación de un ordenamiento jurídico, asignando a cada institución jurídica la ubicación que le corresponde dentro de dicho ordenamiento”23, se caracteriza pues por la simetría y funcionalidad de las instituciones, por la idea de cohesión, de unidad normativa. En este sentido, no me cabe duda que el Código Civil cubano, si bien ideológicamente tiene elementos que le particularizan y que responde a la realidad sociopolítica y económica en la que inserta, lo cual le hace un Código sui generis, no deja de recepcionar los institutos jurídicos romanos, lo cual se hace más palpable en sede obligaciones y contratos. Por mucho que se quiera ver en el Código Civil cubano un cuerpo normativo distante de los de su entorno cultural, geográfico e histórico, su pertenencia a él es irrefutable. Compartimos una misma historia, en un entorno cultural e idiosincrático similar. No podríamos volver la espalda, a pesar de que el momento histórico en que se codifica no fue el más propicio para ese influjo. Adpero, en las fuentes consultadas por sus autores, si bien en ella tuvieron gran peso los códigos de Europa del Este, los códigos latinoamericanos también estuvieron presentes, por fortuna el buen tino de sus autores, nos salvó de copiar íntegramente un modelo que nos era bastante ajeno. 23 Vid. VIDAL RAMÍREZ, Fernando, “La teoría del acto y del negocio jurídico en el sistema jurídico peruano y en el sistema jurídico latinoamericano”, en Roma e America. Diritto Romano Comune, Nº 7/1999 “Unificazione del Diritto dei Contratti in America Latina”, p. 143. El Código Civil de 1987 supo sortear valladares y mantener su pertenencia al entorno sociocultural e histórico que le pertenece. Ello, a pesar de las críticas de las que ha sido objeto, algunas merecidas, otras sin fundamento objetivo. No se olvide que los códigos son obras de los hombres y los autores del Código Civil de los cubanos de 1987, en su gran mayoría se formaron con un fuerte influjo de los civilistas españoles, franceses e italianos, doctrina enseñada al dedillo por los grandes maestros del Derecho Civil cubano, algunos incluso, traductores de maestros franceses de la talla de PLANIOL y RIPERT. Cabe destacar la importancia que la Escuela cubana de Derecho tuvo en la formación durante décadas de notables juristas, con una prosapia intelectual, comparable con la de grandes juristas europeos, de ahí la transfusión del Derecho Romano que aun se siente en su articulado. No se olvide que el legislador cubano ha tenido además que afianzar sus raíces romanistas, latinas, como expresión de resistencia ante la penetración anglosajona, de la cual no escapan las legislaciones latinoamericanas. Un estudio detenido del Código Civil y, en especial, de su Libro III, me dará la razón, el Código de 1987 es más latino de lo que muchos podrían esperar. Su promulgación en el ocaso del siglo XX fue la más genuina expresión de cómo un Código ideológicamente socialista en nada riñe con su raíz latina, de modo que las instituciones del Derecho Civil son capaces de cumplir su cometido, así sea la filosofía que le informa, parafraseando al profesor SCHIPANI cumple el Código Civil cubano la noble función de ser un Código latinoamericano de la transfusión y la independencia, que acentúa la comunicación y da continuidad al diálogo entre Europa y América, pero sin dejar de perder su propia y autóctona impronta24. 2. El Derecho de Obligaciones y Contratos como Libro III del Código Civil. Apuntes sobre sus notas más sobresalientes El legislador dedicó un Libro a regular el Derecho de Obligaciones y Contratos, siguiendo así el Plan de ordenación de las materias de Derecho Civil de SAVIGNY, con la mutación de posponerlo al Libro dedicado al Derecho sobre bienes. En este, más que en cualquier otro Libro, resulta palpable la huella hispana, siendo quizás en el que más preceptos son tomados del Código Civil español25. Piénsese 24 SCHIPANI, S., cit pos, ESBORRAZ, David Fabio, Contrato y Sistema en América Latina, Roma e America, Monografie, 1ª edición, Rubinzal-Culzoni Editores, Centro di Studi Giuridici Latinoamericani-Univertità di Roma “Tor Vergara”/CNR, Santa Fe, 2006, pp. 29-30. 25 Expresa GARCÍA CANTERO, G., “Significado del Código Civil...”, cit., p. 86, que “Las huellas españolas son abundantes en el Libro III y, en particular, en el régimen de las obligaciones alternativas y solidarias, mora del deudor y del acreedor (ésta mejorando el modelo), imputación que en la fecha de la codificación importaban más los principios y reglas, a la sazón reguladores de los contratos económicos, en su mayoría sujetos a un plan económico de irrestricto cumplimiento, regulados por el Decreto-Ley 15/1978 de 3 de julio, Normas Básicas para los contratos económicos, aún vigente. En este sentido cabe reseñar como notas más sobresalientes: - - La regulación del Derecho de Obligaciones, previo al Derecho de Contratos (vid. artículos 233 y ss.). La noción de contrato como acto jurídico (vid. artículo 309, en relación con artículo 49). La unificación del régimen de responsabilidad civil contractual y extracontractual, a partir de concebirse al incumplimiento contractual como un ilícito civil, con las consecuencias que en Derecho ello supone (vid. artículo 294). El carácter subsidiario de los sustitutos del cumplimiento forzoso, o cumplimiento forzoso por equivalente (vid. artículo 293). La protección al deudor (favor debitoris) (vid. artículos 236.3, 237, 238, 239.1, 244, 245, 248.4). La proscripción del pacto de intereses en el tráfico jurídico entre particulares (vid. artículos 242.1 y 380). El carácter excepcional de la solidaridad pasiva de deudores (régimen pluripersonal subjetivo) (vid. artículo 248.4). La transmisibilidad de los créditos y deudas (vid. artículos 256 al 265). El reconocimiento expreso y uniforme de un sistema de garantías contractuales (vid. artículos 266 al 288). La prevalencia de los intereses del Estado y de sus empresas (vid. artículos 270.2, 276, 279, 287, 307, incisos c) y ch), 336, 380). La consensualidad, frente al carácter real o solemne de los contratos (vid. artículos 334, 367, 379, 382, 389, 398, 423, 429, 435, 438, 448). El reconocimiento de algunos derechos de los consumidores (vid. artículos 324, 325, 328, 329, 332, 333, 356, 357, 358, 361, 362, 363, 364, 366). El reconocimiento de las acciones edilicias (vid. artículos 347 en la compraventa, 381 en el préstamo, 385, inciso ch), en el comodato, artículo 393, inciso ch), en el arrendamiento). de deudas, pérdida de la cosa como causa extintiva, confusión, compensación, resolución por incumplimiento, contrato a favor de tercero. En el régimen de los contratos en particular el C.c. cubano reproduce gran número de preceptos españoles en materia de vicios ocultos en la compraventa, contrato de permuta, donación, préstamo, comodato y arrendamiento”. - - La indebida inclusión de figuras no contractuales como el poder y la gestión sin mandato (vid. artículos 414 al 422). La carencia de una regulación exhaustiva de la parte general del Derecho de Contratos. El reconocimiento de la autonomía de la voluntad (vid. artículo 312 en relación con los artículos 234.1, 236.1, 248.4, 268.2, 295.2, 332, 336, 337.1 y 4, 385, inciso b), 386, inciso b), 387.2, 395, 427, 456.3) y de la libertad de contratación (vid. artículos 314 y 315). La continua remisión a normas legales de igual o menor jerarquía que complementan la regulación genérica contenida en el código (vid. artículos 236.1., 240.2, 279, 288, 313, 317.1, 332, 335, 336, 339, 356, 359, 380, 397, 404, 415.1 y 4, 429, 434, 437, inciso d), 438.2, 441, 444.2, 445.2, 448, 449, 463.2) A todo ello hay que añadir que el régimen legal contractual cubano está diseminado en un número considerable de preceptivas jurídicas, a la cabeza de las cuales se erigen además del Código Civil, el citado Decreto-Ley № 15/1978 la Resolución № 2253/2005 de 8 de junio del Ministro de Economía y Planificación, contentiva de las “Indicaciones para la contratación económica” y el Código de Comercio español, aún vigente en Cuba, con las modificaciones introducidas, tras más de un siglo de vigencia. Ello descontando los contratos en sede inmobiliaria, regulados en la Ley № 65/1988, Ley General de la Vivienda y toda la normativa que le complementa, bastante prolífera, por cierto, preeminentes respecto del Código Civil, según lo establecen su artículo 8 y su Disposición Final Primera, por solo citar algunos ejemplos. La función del Código Civil es por tanto reguladora de los principios generales o ideas directrices en sede de contratación, si bien una buena parte de tales principios no tienen una regulación expresa en su articulado y sólo caben sean colegidos por vía de inducción. A muy lamentar, aunque el código signifique la idea de continuidad del fenómeno de la codificación, la realidad se ha encargado de demostrar cómo la supletoriedad enunciada ad intra, lo ha convertido en un texto al cual se acude, en defecto de norma especial aplicable en la materia y, para colmo de males, con una parquedad extrema en la regulación de los principios básicos del Derecho de Contratos. Así, los contratos en materia autoral tienen su sede normativa en la Ley № 14/1977 de 28 de diciembre, Ley de Derecho de Autor y demás normas complementarias. Algunos contratos de prestación de servicios, son regulados con detenimiento por disposiciones administrativas, v.gr., la Resolución № 255/2003 de 30 de septiembre del Ministro de la Industria Básica, contentiva del “Reglamento para el servicio del gas licuado de petróleo a la población”, la Resolución № 247/2003 de 7 de julio del Ministro del Comercio Interior en la que se regulan las ”Indicaciones generales para los servicios de garantía y postventa de los equipos electrodomésticos, electrónicos, enseres menores y otros”, la Resolución № 137/2004 de 10 de junio de la Ministra del Comercio Interior, reguladora del derecho de retención como garantía a favor de las entidades estatales que prestan servicios de reparación a electrodomésticos. Otras garantías de los derechos de los consumidores están reguladas en el Decreto № 155/1989 de 1º de noviembre, sobre “Contravenciones de las regulaciones sobre precios y tarifas, comercio minorista, gastronomía y determinados servicios”, en la Resolución № 236/1990 de 16 de octubre del Ministro del Comercio Interior, “Reglamento sobre reclamaciones de la población por defectos de calidad del calzado”, en el Decreto № 227/1997 de 1º de noviembre, “Contravenciones personales de las normas que rigen la política de precios y tarifas” y en la Instrucción № 2/1998 de 8 de marzo del Ministro de Finanzas y Precios,”Metodología para la aplicación de las contravenciones personales por la violación de las normas que rigen la política de precios y tarifas minoritarias”, entre otros cuerpos normativos. Como ya había expresado, los contratos sobre bienes inmuebles urbanos se regulan en la Ley № 65/1988, Ley General de la Vivienda, complementada a su vez, en sede de arrendamientos urbanos por el Decreto-Ley № 171/1997 de 15 de mayo, modificativo del artículo 74 de la Ley General de la Vivienda y su Reglamento “Sobre el arrendamiento de viviendas, habitaciones o espacios”, contenido en la Resolución № 270/2003 de 8 de junio del Presidente del Instituto Nacional de la Vivienda, y la permuta de viviendas por la Resolución № 617/2003 de 21 de octubre del Presidente del Instituto Nacional de la Vivienda, contentiva del “Reglamento para las Permutas”. En sede de contratos bancarios, entre otras tantas normas, vale mencionar la Resolución № 76/1988 de 22 de abril del Presidente del Banco Popular de Ahorro, contentiva de las “Reglas del Servicio de Ahorro”, donde se regula el contrato de cuenta de ahorro, la Resolución № 17/1995 de 22 de mayo de la Presidenta del Banco Popular de Ahorro, que autoriza la apertura de cuentas de ahorro y la imposición de depósitos a plazo fijo en moneda libremente convertible por personas naturales residentes permanentes en el territorio nacional, así como por extranjeros residentes con carácter temporal en el país y la Resolución № 184/1993 de 18 de junio, del Ministro-Presidente del Banco Nacional de Cuba, por la que se dicta el “Reglamento General de Cuentas Corrientes del Banco Nacional de Cuba”. Por último, también en la regulación del seguro hay que acudir a normas complementarias, v.gr., la Resolución № 384/2001 de 29 de noviembre del Ministro de Finanzas y Precios sobre condiciones generales del seguro obligatorio contra incendios. 3. La noción de contrato para el legislador del Código Civil ¿Qué contrato fue el regulado por el legislador del Código Civil de 1987? Después de tomar la decisión de no incluir en el código la contratación económica, como se había advertido en algunos anteproyectos26 y no prever la necesaria construcción de una parte general del Derecho de Contratos, cualquiera fuera su naturaleza, aun cuando su regulación obedeciera a normativas especiales, como sucedía con la llamada “contratación económica”, cuya peculiaridad esencial lo constituye el ámbito subjetivo en que se desenvuelve y con ello, el fin que el contrato asume en el orden social, el legislador prefirió optar por una regulación del contrato, en la que la abstracción y la parquedad van de consuno. Se conecta con la noción de acto jurídico, definido por el propio autor del código en el artículo 49.1, de modo que el protagonismo que la categoría jurídica contrato adquiere en códigos como el francés o el español, se disipa. Y hay razón para ello, el acto jurídico como género, incluye especies, entre las que clasifica el contrato. Tiene razón el profesor HINESTROSA cuando expresa: “... el código acoge la noción amplia de contrato, no como negocio jurídico con eficacia meramente obligatoria, sino como efecto proyectado sobre cualquier relación jurídica y con cualquier resultado (art. 309) (...)”27. De este modo el contrato se toma en su dimensión de hecho jurídico, como realidad jurídica unitaria, “... así es un hecho jurídico y es fuente de una norma o reglamentación de conductas entre quienes ostentan la posición de parte contractual por ser titulares de la relación jurídica que se trate”28. El contrato como acto jurídico es fuente de relaciones jurídicas civiles, concretamente de obligaciones de cumplimiento u observancia, según se infiere de la formulación del artículo 47, inciso b), que si bien no hace referencia expresa al contrato, lo hace respecto de la categoría genérica de acto jurídico. Por ello el legislador logra 26 Expresan RAPA ÁLVAREZ, Vicente y Julio FERNÁNDEZ BULTÉ, “El Código Civil cubano…”, en Il Codice Civile di…, cit., p. 45, que: “La más importante de las sugerencias hechas al anteproyecto de febrero de 1985 se pronunció por eliminar del código los temas relacionados con el Derecho económico, relativo a las relaciones patrimoniales que, en plano de igualdad, se mantienen entre las organizaciones económicas socialistas (...) dirigidos al cumplimiento del Plan Unico de Desarrollo Económico Social. El régimen de esta contratación económica se incluyó en los códigos civiles de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, República Popular de Polonia y República Popular de Hungría; pero fue excluido en los códigos civiles de Checoslovaquia y de la República Democrática Alemana”. 27 HINESTROSA, F., “Notas sobre el Código Civil cubano...”, cit., p. 103. 28 Vid. RODRÍGUEZ, GONZÁLEZ, José Ignacio, El principio de relatividad de los contratos en el Derecho español, Colex, Madrid, 2000, p, 144. brevedad en la regulación de instituciones como el contrato, y también el testamento. No se detiene en la especificidad de su interpretación, o en las causales de ineficacia y de los regímenes jurídicos sancionatorios que ellas llevan consigo. Tampoco en los elementos accidentales del contrato. Para ello está la parte general del Código, que irradia, a tono de principios, los postulados normativos en este orden (vid. artículos del 53 al 55 y del 67 al 80). Adpero, la vida demostró la necesidad de su particularización, sin llegar al casuismo de los códigos decimonónicos. Pasa el legislador por definirlo, no le corresponde esta función a los códigos, ello es tarea de la doctrina científica. Con la definición de acto jurídico es suficiente. Las bases están delimitadas y los operadores del Derecho tienen entonces que colegir la definición de contrato, de los pilares en los cuales se sustenta el acto jurídico, con las peculiaridades que la noción de contrato ofrece. El concepto de contrato es una idea subyacente, sobreentendida, la pieza clave conductora del Código Civil cubano deja de ser el contrato para ubicarse en el acto jurídico, mucho más abarcador y comprensivo. Pero no solo el contrato crea la relación jurídica contractual, y las particulares relaciones obligatorias, sino también puede incidir sobre ellas, modificándolas o extinguiéndolas. De ahí que en la noción de contrato prevista por el legislador, no se descarte al contrato como hecho, en su concreción de acto jurídico, creador de obligaciones propias de cada tipo contractual, como parte de la realidad jurídica en la que se inserta, como norma de naturaleza voluntaria que disciplina el actuar ulterior de las partes, al cual ellas han de ajustar su conducta, con prevalencia frente al Derecho dispositivo. El contrato es por tanto, el resultado de una composición heterónoma, al cual acuden varias fuentes a los fines de integrarlo. Existe un interés público en ello, las lagunas de las normas contractuales deben ser colmadas y el legislador ofrece herramientas para esto. Por esta razón, y a modo de ejemplos, el comodato finaliza, si las partes no hubieran previsto una regla concreta a ese fin, o sea a finiquitar el contrato, delimitando su extinción, cuando así se colige de la propia naturaleza de las obligaciones derivadas del contrato o, en su defecto, conforme las normas legales dispositivas establecidas en el propio código sobre exigibilidad de las obligaciones puras (vid. artículo 387.1 y 2, este último apartado en relación con el artículo 234.2), en la compraventa en establecimientos minoristas (artículo 355.1) “Los bienes que son objeto de venta deben ajustarse, tanto en su calidad como en su cantidad, medida y peso, a lo establecido en las regulaciones legales o, en su defecto, a la costumbre o uso de la localidad”, usos y costumbres con función normativa; asimismo si el comprador y el vendedor no fijaron como un precepto autónomo del contrato el lugar del pago del precio, por el comprador, entonces, la norma dispositiva establece que este será el lugar de entrega (vid. artículo 352, inciso a)). Por último, el contrato también se dimensiona como relación jurídica, no obviemos que el Libro I del Código Civil está destinado a regular la relación jurídica y el Título II, del Libro III, reglamenta las obligaciones contractuales, o sea las derivadas del contrato, más que al propio contrato como fuente creadora de la relación jurídica, al menos eso parece ser el animus legislatoris. Por supuesto, no considero que sea precisamente la fuente de atención del legislador las relaciones jurídicas obligatorias creadas por los tipos contractuales en especie, que luego comienza a distinguir, sino la relación jurídica contractual propiamente dicha, esto es, la que se crea en virtud del contrato, entre las partes contratantes, que a su vez se integra por un contenido heterogéneo de deberesderechos-facultades-situaciones y que se manifiesta en la posición jurídica asumida por cada parte contratante. Se trata de una relación jurídica patrimonial paritaria según el enunciado del artículo 1 del propio Código Civil. El contrato regulado por el código supone la concurrencia de “personas situadas en plano de igualdad”, a pesar de la dubitativa simetría contractual que pueda predicarse en contratos como la compraventa en establecimiento minoristas, el seguro y los contratos bancarios, todos regulados en el código. Así, uno de sus propios autores reconoce la falacia de esta aparente simetría, en tanto “... el intervencionismo estatal se manifiesta en todo tipo de contratos, para la protección de los intereses individuales y sociales”29, llegando incluso a confesar que: “En el caso concreto de las obligaciones nacidas de contratos, el nuevo Derecho cubano ha abandonado la inexacta suposición de que en el tráfico de bienes y servicios se enfrentan sujetos iguales que, de conformidad con la ley del valor, intercambian prestaciones equivalentes y gozan de absoluta libertad para realizar uno u otro acto o contraer determinada obligación” 30, en franca antinomia con el enunciado del artículo 1 del Código Civil, ya mencionado, el cual regula el objeto del Derecho Civil, bajo el principio de igualdad entre las personas, sujetos de las relaciones jurídicas. El Código Civil tampoco reduce al contrato a una fórmula preconcebida, estricta, estereotipada. No encapsula los tipos legales reconocidos y regulados. Para ello concibe y reconoce la autonomía de la voluntad, eso sí limitada, con alcance general para otros actos jurídicos, si bien el principio lo positiviza en el artículo 312, en ocasión de regular las normas generales de los contratos, y la libertad contractual, al prever en los artículos 314 y 315 los contratos atípicos y mixtos. Con ello no se pone cortapisa a la necesidad de dar entrada en el mundo del Derecho a otros contratos, no reconocidos aún en el momento de sancionarse la norma, pero con posibilidad de concertación en la realidad social, a la cual el Derecho debe dar respuesta, preceptos que constituyen un paraguas de todo el ordenamiento 29 Me refiero a Vicente RAPA ÁLVAREZ, en el citado artículo, en coautoría con Julio FERNÁNDEZ BULTÉ, “El Código Civil cubano...”, cit., p. 64. 30 Idem, p. 65. jurídico contractual cubano, dadores de cauce legal a cualquier tipo contractual merecedor de tutela jurídica, ya sea su naturaleza, civil, mercantil o económica. Nos ofrece además el legislador una idea del contrato despojada, aparentemente, de toda noción de causa. Con una simpleza inusitada se ha dicho que nos afiliamos a la concepción germánica de no regular la causa como requisito esencial del contrato. Empero, las propias normas contenidas en el artículo 67, incisos a), ch, e) y f), dan fe de la ausencia de una causa objetiva, de una ilicitud de la causa, de causa inexistente o de una causa falsa, respectivamente, razón que motiva el rechazo del ordenamiento jurídico a la recepción de ese contrato, en el que la causa tiene cierta patología, o ni siquiera existe31. No hay un precepto del código dedicado a la causa, al menos de los contratos, pero según su artículo 100, la ausencia de causa legitima en la transferencia de valores de un patrimonio a otro, conduce a la existencia de un enriquecimiento indebido, que es fuente de una obligación de restitución. En consecuencia, el anticausalismo es el pretexto para desembarazarnos de la figura quizás más abstracta de toda la teoría del contrato, pero eso sí, una herramienta útil para la tuición de aquellos contratos, tributarios de una receptividad en el orden legal. 4. Los principios generales de la contratación inspiradores de las normas del Código Civil. Su lectura a la luz de los criterios jurisprudenciales del Tribunal Supremo El Código Civil ha estado inspirado por principios informadores, algunos de alcance muy general y otros, cuya esfera de actuación resulta más reducida. Ha de tenerse en cuenta que “(...) los principios generales no son normas propiamente dichas, sino ideas capaces de inspirar todo un conjunto normativo y, en tal sentido, su función es completamente distinta de la que desempeñan las normas propiamente dichas. Estas ideas, estos principios, deben ser tenidas en cuenta por el Juez, no sólo cuando pretende llenar una laguna de la ley, sino también cuando desenvuelve una labor meramente interpretativa, porque las normas concretas únicamente son capaces de manifestar su verdadero sentido a la luz de los principios generales que los inspiraron”32. 31 Sobre el tema vid. VALDÉS DÍAZ, Caridad del Carmen, “Requisitos del contrato”, en Derecho de Contratos, tomo I – Teoría general del contrato, bajo la coordinación de Nancy C. Ojeda Rodríguez, Félix Varela, La Habana, 2004, pp. 82-83. 32 COSSIO, Alfonso de, Instituciones de Derecho Civil 1, 1ª edición, Alianza Universidad. Textos, Madrid, 1977, p. 52. Ya había exteriorizado mis impresiones, a tono de crítica, por la ausencia de un título, en la estructura del código, en el que tuvieran su sede las normas en las cuales se sustenta la teoría general del contrato. Su ausencia, se siente y de qué manera. En un ordenamiento jurídico contractual, como el cubano, con una regulación, a modo de tríptico, de los contratos civiles, mercantiles y los llamados contratos “económicos”, la existencia de una acabada formulación normativa del régimen general de los contratos, con domicilio en el Código Civil, hubiera reforzado la misión que en todo Estado de Derecho está llamado a desempeñar este importante cuerpo normativo. Con ello se hubiera evitado la duplicidad o triplicidad en la regulación de las instituciones básicas del Derecho de Obligaciones y Contratos, atribuyendo a las normas de alcance más especial los elementos que le individualizan, si es que resultare necesaria la regulación en otros códigos o leyes especiales, del régimen jurídico de los contratos, lo cual a mi parecer, ya resulta obsoleto. Modelos como el Codice Civile italiano de 1942, dan fe de la ventaja de esa unificación. Ello, sin contar con las ventajas atribuibles para los operadores del Derecho en su afán de hacer más dúctil su realización, ante la proliferación de normas al estilo de resoluciones ministeriales contentivas de principios generales de la contratación, cuyo móvil, que no deja de ser noble, a la vez que útil, pretende suplir la ausencia de la positivización de tales principios en el régimen jurídico contractual sancionado en el Código Civil cubano de 1987. Pasemos, pues, a ofrecer una valoración de los principios, a mi juicio, sustentadores de tal régimen. 4.1. ¿Consensualismo o formalismo? Alcance del artículo 313 del Código Civil ¿Supone el Código Civil una tendencia a la consensualidad o, por el contrario, se inclina al formalismo? Del estudio de su articulado, quizás pudiera inferirse una marcada concepción consensualista del contrato, en claro contraste con el Código Civil español, regulador de contratos reales como el depósito, (vid. artículo 1758), el comodato, y el préstamo (vid. artículo 1740). Es cierto que los contratos reales apenas existen en las normas del Código Civil cubano, siquiera la donación manual sobre bienes muebles (vid. artículo 373) y el préstamo bancario (vid. artículo 447), pero ello no implica, en mi criterio, una desaparición absoluta de la forma. Una buena parte de los contratos reconocidos por el legislador son formales, si bien, no solemnes33. Lo que sucede es que en ellos se desplaza el rol que a la forma le viene atribuido. Por esa razón, cabe observar en la forma, más 33 Sobre la distinción entre contratos solemnes y formales en el Derecho patrio, vid. OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C., “Clasificación de los contratos”, en Derecho de Contratos, tomo I – Teoría general del contrato, bajo su coordinación, Félix Varela, La Habana, 2004, pp. 117-120. que un elemento constitutivo (forma ab substantiam o ab solemnitatem), un valor meramente probatorio o de elemento signado para la oponibilidad del contrato (forma ab utilitatem). El código no reclama de la forma un componente estructural del contrato, sino un elemento de prueba o un presupuesto sine qua non, a los fines de su oponibilidad frente a terceros, no inter partes. Tal principio arranca en su formulación genérica en el artículo 51, al exigir que, al menos consten por escrito los actos en los que así lo haya dispuesto la ley, aquellos cuyo objeto tenga un valor superior a los $500.00 o los realizados por personas jurídicas. No se trata sino de una fórmula normativa, en la que el legislador al emplear el verbo “deben”, nos alerta de la necesidad del ropaje formal del acto, pero no como elemento de solemnidad, sino solo de forma. No es sino expresión del impacto psicológico que para los autores del acto implica su revestimiento de una forma cualificada. Se trata de la necesidad de exteriorizar la voluntad con un ropaje formal dispuesto por el ordenamiento, bien, porque el valor del objeto de las prestaciones sea superior a los $ 500.00, lo cual merced del nominalismo impuesto, hoy no se atempera al valor de las prestaciones medianamente comunes en el tráfico entre particulares, de modo que casi todos los actos jurídicos versan sobre objetos cuyo valor supera esa cifra, a la postre irrisoria, o bien en razón de los sujetos del acto jurídico, o sea, cuando estos lo sean personas jurídicas, o cuando la ley lo disponga expresamente, que por cierto, no resultan pocos los contratos en los que así se exige, a saber: 34 En la constitución de la prenda, conforme con el artículo 270.4 y 273; En la constitución de la fianza, artículo 280.4; En el anticipo, a tenor del artículo 286.5; Las garantías pactadas en los contratos de compraventa en establecimiento minorista, a tenor de los artículos 362 y 366.2; Para la constitución del contrato de sociedad civil, según artículo 396.3; En el depósito, según artículo 42434; y En el contrato de seguro, según artículo 450.1. En materia de contrato de depósito recientemente ha dicho la Sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Supremo en su Sentencia Nº 522 de 9 de octubre de 2007, Segundo Considerando, de la cual fue ponente González García que: “… el requerimiento de la forma escrita a que se refiere el artículo cuatrocientos veinticuatro del Código Civil que se aduce como supuestamente infringido por el juzgador es elemento no esencial ni consustancial a la existencia del contrato de depósito mismo, que es principal en tanto tiene vida propia, consensual, oneroso o gratuito y sinalagmático, en tanto entraña obligaciones para depositante y depositario; requisito de forma sólo exigible por el legislador dado el monto de la prestación a los efectos de su eventual prueba y publicidad, pero que no obsta para que, de no haberse observado el requerimiento de escritura, afecte la constitución válida de la relación jurídica contractual; y afirmar lo contrario conduciría al absurdo de sostener que en aquellos contratos de depósito donde la ley no recomienda la forma escrita no existiría la propia relación jurídica obligacional (…)”. Así, conforme lo ha dicho la Sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Supremo se trata de un artículo (el 51, inciso a)) que “... no es preceptivo, no resultando en todo caso requisito esencial de validez del acto jurídico su existencia documental (...)” (Sentencia № 535 de 30 de julio del 2004. Segundo Considerando. Ponente Acosta Ricart), de manera que su incumplimiento (ahora refiriéndose al inciso b)) “... no es esencial para asegurar la validez y eficacia de un acto jurídico (...) y menos aún el hecho de no constar de esa forma35 signifique que se esté en el supuesto de nulidad absoluta que preconiza el artículo sesenta y siete (del Código Civil), en el entendido que ésta existe cuando el acto se crea o nace contraviniendo preceptos imperativos de la ley (...)” (Sentencia № 120 de 24 de febrero del 2004. Tercer Considerando. Ponente Díaz Tenreiro). A mi juicio los supuestos comprendidos en el artículo 51, no suponen, en modo alguno, una solemnidad constitutiva36, sino meramente precautoria. Se trata de una forma escrita, sin más, ni tan siquiera esta resulta cualificada, adjetivada. Suficiente con la existencia de un medio de prueba que dé fijeza y certeza a ese acto jurídico contractual concertado. Como acertadamente ha dicho el Tribunal Supremo, no estamos en sede de una norma de ius cogens. Incluso, aun cuando el Código Civil, o una legislación especial así lo exigiere, ni siquiera el requerimiento de una solemnidad cualificada, tal cual es la escritura pública notarial (vid. artículo 13, inciso a) de la Ley de las Notarías Estatales), convierte al contrato en uno con forma solemne o constitutiva, desde el mismo momento en que el artículo 313 del Código Civil cubano, derivación, con variantes gramaticales disímiles, del artículo 1279 del Código Civil español, permite el ejercicio de la actio pro forma, a aquel de los contratantes que logre probar, con éxito, la existencia del consentimiento, y demás requisitos para la “validez del contrato”37, ello a los fines de revestirlo de esa formalidad y, en consecuencia, alcanzar su oponibilidad erga omnes y su acceso, v.gr., al Registro de la Propiedad, o a otro registro, en los que como presupuesto de ingreso del contrato se exija una forma solemne. El controvertido precepto resulta la pieza clave para entender el sentido atribuido a la forma en sede contractual38, aplicable precisamente con exclusividad en ella, pues “… de la lectura literal del precepto (artículo 313 del Código Civil) fácil es inferir que su aplicación está 35 Se trataba de un caso de litis en razón de una compraventa de automóvil entre particulares. Como sostiene HINESTROSA, F., “Notas sobre el Código Civil cubano...”, cit., p. 93. 37 Expresión que por cierto, mueve a la equivocidad y que califico de muy poco feliz por parte del legislador. 38 Para uno de sus autores, el profesor Vicente RAPA ÁLVAREZ, tal prescripción legal hace inferir que, “como regla general, nuestro Derecho mantiene, en materia contractual, el principio de libertad de forma”. Vid. en este sentido su obra, Manual de Obligaciones y Contratos, primera parte, Facultad de Derecho, Universidad de La Habana, 1991, pp. 141-142. 36 condicionada a la existencia previa de una relación contractual entre las partes, para cuyo agotamiento la ley exigiera el otorgamiento de escritura pública, en cuyo caso es que las partes pueden compelerse al cumplimiento de la señalada formalidad, todo ello supeditado a la demostración de haber intervenido el consentimiento y demás requisitos necesarios para su validez (…)”, según la propia interpretación que de tal precepto ha dado la Sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Supremo (Sentencia Nº 349 de 29 de junio de 2007, en su Único Considerando de la primera Sentencia, de la ponencia de Acosta Ricart). De él no escapa, ni la compraventa de bienes inmuebles (vid. artículo 339), ni la permuta de bienes inmuebles (por expresa remisión del artículo 370 a los preceptos reguladores de la compraventa), ni la donación sobre bienes inmuebles (vid. artículo 374.1)39. La ausencia de una forma notarial, a pesar incluso 39 No obstante, cabe apuntar que en fecha reciente (Sentencia Nº 318 de 30 de mayo de 2007, Único Considerando de la primera Sentencia, cuya ponente lo fue Acosta Ricart), la Sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Supremo se ha pronunciado en sentido francamente paradójico, al calificar la forma en el contrato de donación sobre bienes inmueble, de solemne, y al mismo tiempo aplicar el artículo 313 del Código Civil que predica todo lo contrario, o sea, la posibilidad de ejercicio de la actio pro forma, solo respecto de los contratos formales, más no solemnes, en tanto en estos últimos la forma es un elemento constitutivo, estructural del negocio, de modo que su ausencia provoca la no perfección del contrato, mientras que el ejercicio de la citada acción, solo cabe en contratos ya concertados, pero ineficaces frente a terceros, por resultar necesaria la forma prevista ex lege, con valor ad utilitatem, más no ad solemnitatem. En ese sentido el pronunciamiento judicial apunta a que “… debemos dejar esclarecido que los principios generales del sistema contractual encuentran su excepción en los contratos entendidos como solemnes, en los que la ley exige la observancia de una forma determinada, no para acreditar su existencia, sino para su perfección, de tal modo que ésta no se alcanza aun cuando concurran los requisitos esenciales, o sea que en estos la forma es condición legal que determina la perfección y que ha de estar presente junto al consentimiento, objeto y causa, constituyendo una de estas excepciones legales, el contrato de donación, específicamente en relación con bienes inmuebles, para cuyo nacimiento y validez el legislador ha impuesto determinadas solemnidades que integran la esencia estructural del negocio, de tal suerte, en cuanto a los efectos, que produce la aceptación por el donatario, nos encontramos que con arreglo al artículo trescientos setenta y dos, del Código Civil, la aceptación hace que la donación obligue al donante y produzca efectos, mientras que de acuerdo con el inciso cuatro del artículo trescientos setenta y cuatro del propio Código, la perfección a que el mismo se refiere equivale a irrevocabilidad de la donación, la cual sólo se alcanza cuando el donante conoce de la aceptación, la que de conformidad con el inciso dos del citado precepto, puede hacerse lo mismo en el propio documento público de la donación o en otro separado, en cuyo caso debe notificarse de forma auténtica al donante, estimándose por esta Sala, cubierta la forma escrita de la aceptación establecida en el último de los preceptos mencionados, en virtud del actuar del donatario, cuando libremente compareció ante fedatario público, y por Acta de Requerimiento interesó que fueran a su vez requeridos por el notario actuante los oferentes para que concurrieran a la Unidad Notarial a los efectos de cumplimentar la Resolución por la que se autorizó por la Administración la División y Donación de la Vivienda, actos estos contenidos en documento público, por el que el aceptante pone así de manifiesto de forma inequívoca y mediante documento público su voluntad indudable de aceptar la donación, lo cual le fue notificado a aquellos de forma auténtica con las exigencias y minuciosidad que distingue el actuar notarial”. De lo dicho cabe colegir que, el alto foro en esta sentencia confunde forma con solemnidad. No hay dudas que la donación sobre bienes inmuebles exige el cumplimiento de determinada forma, pero que esta sea constitutiva lo pone en tela de juicio de los dictados de la legislación especial, puede ser superada, sin que se dé legitimación a cualquiera de las partes contratantes o a un tercero para ejercitar la acción de nulidad ex artículo 67, inciso d), en relación con el artículo 68.2, ambos del Código Civil. El ejercicio de la actio pro forma se sustenta en la eficacia del contrato inter partes, en tanto la forma no es un elemento estructural del contrato, sino un requisito para su oponibilidad y con ello para su publicidad frente a terceros. Podemos hablar de partes contratantes, en tanto existe el contrato, empero si la forma fuera constitutiva, su inexistencia predicaría inexistencia misma del contrato, nada salvable a través de la socorrida actio pro forma40. Complementando la posición contenida en el artículo 51, inciso c), del Código Civil, hoy se asume por la ya citada Resolución 2253/2005, atinente a la contratación económica, un resurgir del formalismo, evidenciado en su numeral 3 que dispone: “El contrato debe constar por escrito y en idioma español, sin sujeción a otro tipo de formalidad, a menos que las partes así lo acuerden o la ley lo exija”. Por supuesto, tratándose de contratación entre empresas, se pretende obtener medios de pruebas facilitados por la constancia escrita del contrato (vid. numeral 3.1). De modo que no solo el contrato obre por escrito, sino también cualquier modificación o alteración que de su contenido las partes acuerden, haciéndolo constar a través de anexos, ya sea la propia modificación, la prórroga o su extinción por mutuo disenso de las partes (vid. numeral 3.5). No es de extrañar entonces el contenido del numeral 10, el propio dictado literal del artículo 313 del Código Civil, al viabilizar el ejercicio de la actio pro forma, incompatible en supuestos en que la forma es un elemento esencial del contrato. 40 Conforme con la interpretación que al efecto ha dado la Sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Supremo en su Sentencia № 442 de 22 de julio del 2003. Segundo Considerando. Ponente Carrasco Casi, al valorar la sentencia de instancia, juzga a bien en ésta el que reconozca “... la existencia de una compraventa entre los litigantes, estimándola perfeccionada y obligatoria, dado que existió la entrega del controvertido bien por parte del actor en su carácter de vendedor y el pago de parte del precio del comprometido por la recurrente en su condición de compradora, de conformidad con lo previsto en el artículo trescientos treinta y cinco del Código Civil, de ahí que, lo prescripto en el Código de Viabilidad y Tránsito, actualizado por el Decreto-Ley doscientos treinta y uno de doce de diciembre del dos mil dos, con respecto a la inscripción en el Registro de Vehículos, no desvirtúa su fuerza entre los contratantes, habida cuenta que el señalado Registro es fuente oficial que garantiza la situación jurídica de los derechos inscriptos, pero no se exige como requisito esencial y previo a celebrarse el negocio de la naturaleza del que nos ocupa, y por ello podían las partes compelerse a efectuarlo en virtud de lo previsto en el artículo trescientos trece del apuntado Código Civil; o sea, que el señalado precepto permite a los contratantes llenar la forma que exige el artículo cincuenta y uno de este Código para los actos cuyo objeto tenga un precio superior a quinientos pesos (...)”, sentido que confirma la propia Sala en su Sentencia № 570 de 20 de agosto del 2004. Segundo Considerando. Ponente Carrasco Casi, al expresar que: “... el artículo trescientos trece del propio Código no priva de efectos en los términos pretendidos a los contratos no escritos cuando existe constancia por otros medios, de haber intervenido el consentimiento y demás requisitos necesarios para su validez (...)”. en el que se establece que “Los contratos deben ser lo suficientemente precisos como para que no se entiendan comprendidos en él cosas distintas y casos diferentes a aquellos respecto a los cuales las partes se propusieron contratar. Las partes deben pactar todas las cláusulas necesarias que garanticen el mejor cumplimiento de la prestación objeto del contrato, atendiendo a su naturaleza y tipo”. Y para ello, nada mejor que consten por escrito, solo así podríamos hablar de cláusulas contractuales, a las que las partes tendrán que adecuar su conducta, si no quieren quebrantar la buena fe. 4.2. Buena fe en la concertación y ejecución de los contratos Entre las expresiones técnicas que han trascendido del Derecho romano a la terminología jurídica actual se cita la de buena fe, buona fede, bonna foi, boa-fé, good faith, treu und glauben41. En el orden gramatical la bona fides, como la nombraron los romanos, era sinónimo de honradez, honorabilidad, leal comportamiento. Nos da cuenta VON THUR que la buena fe era entendida en varias aristas del Derecho, como bonae fidei possessor, en sede de obligaciones, como error excusable acerca de una situación jurídica, cuando se trata de saber si el deudor queda liberado por pagar a quien no era el verdadero acreedor y en materia contractual para calificar a un tipo de contratos llamados bonae fidei, en contraste con los contratos stricti iuris, entendidos los primeros como aquellos en que el acreedor no podía exigir una prestación determinada de antemano, sino aquello que el deudor hubiera de dar o hacer según la buena fe y en vista de las circunstancias todas del caso. Aquí la buena fe era entendida en el parecer unánime de las personas razonables y honradas que se refleja en los usos sociales y determina los derechos que en determinadas circunstancias corresponden al acreedor42. La buena fe se ha impuesto como criterio moralizador del comercio o tráfico jurídico. Acudir a ella, supone buscar una fórmula “que excede ampliamente el marco jurídico, (con) un profundo contenido ético que importa un obrar conforme a (sic) la honestidad, la lealtad y la previsibilidad. La conducta ajustada a este Principio, lógicamente, genera la tan ansiada Confianza, que constituye el 'mejor 41 Definir la buena fe, como se expresa por los autores del Proyecto de Código Civil de la República Argentina de 1998, es, quizás, un empeño técnicamente difícil, pero, en realidad, cualquiera sabe de qué se trata. A este fin vid. el citado Proyecto, editado por el Ministerio de la Nación de la República Argentina, Buenos Aires, 1999, p. 50. 42 Vid. VON THUR, Andreas, “La buena fe en el Derecho romano y en el Derecho actual”, traducción y concordancias W. ROCES, en Revista de Derecho Privado, año XII, Nº 146, 15 de noviembre de 1925, pp. 23 y ss. clima' para el desarrollo de negocios jurídicos y es la base de la seguridad jurídica, valor tan arduamente perseguido en todos los tiempos.”43 Arguye DE LOS MOZOS que “En cuanto a su contenido material, la buena fe 'representa una de las más fecundas vías de irrupción del contenido ético-social en el orden jurídico' “44. Es el puente que permite una tempestiva moralización de la vida económica de la sociedad. Como expresa LARENZ la buena fe es reflejo de la dirección que ha de seguirse para buscar una adecuada solución “ajustándonos a las exigencias generalmente vigentes de justicia, al criterio reflejado en la conciencia jurídica del pueblo o en el sector de que se trate”45 . La buena fe es considerada en forma consensual por la doctrina como “... un elemento de la vida de relación humana que se ha incorporado al Derecho, pero que éste no lo ha recibido tal como es sino dándole precisiones técnicas, lo cual ha determinado que se convierta en un concepto jurídico. En otras palabras, la buena fe no es una creación del legislador, que ha preestablecido su contenido, sino la adaptación de un principio inherente a la conducta de los hombres en la esfera más amplia de todas sus relaciones, pero que ha sido preciso regular para que sea susceptible de tener efectos jurídicos, convirtiéndola así en una buena fe civil.”46. Sin necesidad de reiterar en el plano dogmático las disquisiciones que en torno a las manifestaciones de la buena fe se han suscitado desde la doble dimensión objetivo-subjetiva o a partir de una concepción unitaria de la buena fe 47, resulta 43 Vid. ESTIGARRIBIA BIEBER, María Laura “La buena fe. Implicaciones actuales en las relaciones negociales” en la obra colectiva Estudios de Derecho Privado contemporáneo (Jorge OVIEDO ALBÁN – César CARRANZA ÁLVAREZ - Coordinadores), tomo I - De los contratos, Editorial Industria Gráfica Liberal, Trujillo, 2005, p. 63. 44 Vid. DE LOS MOZOS, José Luis, Derecho Civil (método, sistemas y categorías jurídicas, Cívitas, Madrid, 1987, pp. 226- 227. Según el autor la buena fe sirve de cauce para la integración del ordenamiento jurídico conforme con una regla ético-material, la idea de fidelidad y de creencia y confianza que constituye un modelo para las relaciones sociales 45 Cit pos DE LOS MOZOS, J. L., Derecho Civil..., loc. cit. 46 Vid. DE LA PUENTE LAVALLE, Manuel, El Contrato en general. Comentarios a la Sección Primera del Libro VII del Código Civil, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, tomo II, volumen XI, Primera Parte, Lima, 1996, pp. 19-90. 47 Posición que ha sido abrazada por HERNÁNDEZ GIL, Antonio, “Reflexiones sobre una concepción ética y unitaria de la buena fe”, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, Madrid, 1979, p. 36, quien concluye afirmando que: “1. No es divisible el concepto de la buena fe, que es ético-social y general-concreto. 2. La buena fe cumple siempre una función normativa conformadora de la conducta. 3. No es admisible la dualidad buena fe objetiva/buena fe subjetiva, ya que rompe la unidad de significación. suficiente precisar que estamos frente a una figura que tiene dos aristas o vertientes, a mi juicio, delimitadas en su modo de actuación, “Sin perjuicio de reconocer que en un plano muy elevado la buena fe responde a una misma idea o a un mismo valor ético, a efectos de la aplicación del Derecho encontramos la buena fe en situaciones diversas. En estas situaciones los problemas son también diferentes y por ello es preciso caracterizarlas y tratarlas por separado”48. Buena fe subjetiva: Comprende el desconocimiento de un hecho, un estado psicológico, valorable jurídicamente a los fines de determinar el tratamiento que el sujeto ha de recibir. Es la convicción o persuasión de actuar conforme a Derecho, sin lesionar los derechos de tercero. Sin desdén del contenido ético que está subyacente en ella. Según la profesora FERREIRA RUBIO la "buena fe subjetiva es la 4. Sólo cabe utilizar como fórmulas clasificatorias aquellas que, partiendo de esa unidad de significación, ponderen los diversos cometidos o subfunciones que el Código civil atribuye a la buena fe. 5. Con este solo alcance, el análisis detallado de los numerosos preceptos del Código civil que sirven de la buena fe permitiría elaborar una tipología muy cualificada. 6. Una fórmula clasificatoria muy simple es la que distingue estos dos cometidos de la buena fe: como reguladora del ejercicio de los derechos y del cumplimiento de los deberes; y la buena fe como presupuesto de la atribución de derechos que, sin su concurso, quedan excluidos. En la primera hipótesis se parte de una situación jurídica dentro de la cual la buena fe concurre a moderar la actuación de los interesados. En la segunda, la propia buena fe determina la constitución de una situación jurídica que no existiría sin su concurso, de tal manera que en razón de ella se produce un efecto jurídico.”. Tesis defendida por YZQUIERDO TOLSADA, Mariano, “De nuevo sobre la buena fe”, en Anuario de la Facultad de Derecho, Universidad de Extremadura, Cáceres, 1988, pp. 639, quien se opone a la distinción entre buena fe objetiva/buena fe subjetiva a partir de la reconducción de la segunda en sede de posesión (y de derechos reales, en general), en tanto la objetiva en razón de la dinámica patrimonial, o sea, en los derechos de crédito. Según el autor “No es admisible semejante maniqueísmo, (...) si se sigue hasta sus últimas consecuencias y se pude permitir el retruécano, complicado y simplón al mismo tiempo. Porque distinguir dos esferas de actuación partiendo de diferencias ontológicas dentro de un principio general que si algo tiene, es unicidad, es complicar las cosas. Pero pretender ver dos manifestaciones prácticas es además empobrecedor, pues no son dos, sino infinitas, las funciones que el principio de buena fe, con su elástica riqueza, desempeña en el ordenamiento jurídico”. 48 Según la tesis de MIQUEL GONZÁLEZ, José María, Comentario del Código Civil, tomo I, dirigidos por PAZ-ARES, DÍEZ-PICAZO, BERCOVITZ y SALVADOR CODERCH, Secretaría General Técnica, Centro de Publicaciones, Madrid, 1991, p.41. El citado catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid ha expresado que: “(...) los intentos de reconducir a unidad el concepto de buena fe, aunque bien intencionados, están condenados de antemano a permanecer en las alturas de la vaguedad y de la abstracción, en un plano, por tanto, pobre en información, que no aporta los desarrollos necesarios para la aplicación fundada del principio”. A lo cual agrega que: “Hay que advertir, por lo demás, que reducir a unidad el concepto de buena fe tiene consecuencias perturbadoras para la comprensión de su funcionamiento en las distintas instituciones, y en alguna medida perjudica la depuración del concepto sobre todo en su vertiente subjetiva”. condición de un sujeto en una situación jurídica dada, con referencia al conocimiento o grado de conocimiento que tenga de las circunstancias generales de la misma", a lo cual agrega que la buena fe "resulta de cierto estado psicológico, de una convicción sincera del espíritu, que debe estar fundada, por cierto, con moderada razonabilidad, y no en el simple creer candoroso. Consiste en una firme persuasión sobre la legitimidad con que se adquiere y mantiene una determinada situación jurídica"49. Por último, debe tenerse presente que la buena fe subjetiva es la convicción razonada y diligente del contratante que se atiene a lo que surge de la apariencia. Buena fe objetiva: como estándar o patrón de conducta, implica un espíritu de lealtad, hábito viril de firmeza, claridad y coherencia, fidelidad y respeto a los deberes que según la conciencia general deben ser observados en las relaciones jurídico-sociales. Es un criterio objetivo de valoración, un estándar o prototipo de conducta, fundado en las reglas objetivas que tipifican la honradez en el comercio o en las relaciones sociales. Se trata del patrón de comportamiento del hombre medio, de la conducta social media, de la de aquel que procede con cuidado y previsión, de conformidad con lo que verosímilmente ha entendido o pudo entender. En el terreno contractual, que es el que nos concierne, la buena fe negocial supone un comportamiento leal y honesto de los sujetos, incluso antes de concertar el contrato, en la etapa de tratativas, cuando aún sólo puede hablarse de pretensas partes contratantes, en los albores del íter contractual. Esta buena fe se expresa en la confianza depositada para cada sujeto en el actuar del otro. Se trata de “un componente de lealtad hacia la consecución del fin propuesto en el mismo contrato, así como de protección a la confianza que cada parte deposita en el accionar correcto de la otra, como la base que permite mantener un sistema de contratación privada, que constituye un pilar fundamental de la economía”50. La buena fe negocial comporta un nivel de diligencia, ajustado a determinados cánones o estándar de conducta51, similar al del buen padre de familia romano, es 49 FERREIRA RUBIO, cit. pos DE LA PUENTE LAVALLE, M., “El contrato en general...”, cit., Vid. ESTIGARRIBIA BIEBER, M. L., “La buena fe. Implicaciones actuales...”, cit., p. 65. 51 “… de ahí que no sea dable admitir la existencia de vicios ocultos cuando a simple vista y con la diligencia adecuada eran apreciables los desperfectos que ahora atribuye a dicho bien que por demás coinciden con los expuestos en los dictámenes emitidos sucesivamente por especialistas en diversos trámites administrativos en los que se ha encontrado inmerso el inmueble del debate sin que en éstos se considerase inhabitable y por ende impropio para las funciones a que viene destinado”, razón por la cual no tiene éxito el actor en el ejercicio de la acción redhibitoria ex artículo 347 del Código Civil, al no cumplir con el deber de 50 decir, un prototipo de conducta social media, ello a partir del entorno en que se desenvuelve el sujeto, o sea, las circunstancias de tiempo y lugar en que cada sujeto despliega un comportamiento, del que las normas éticas exigen su adecuación al arquetipo de conducta impuesto al sujeto mismo, con independencia de su creencia. La buena fe actúa como un baremo de la conducta, no del conocimiento, creencia, estado psicológico, convicción, o persuasión de actuar conforme con la ley. Constituye un modelo de conducta con un componente de lealtad hacia la consecución del fin que las partes se proponen por una parte y, por otra, supone la protección a la confianza que cada una de las partes deposita en la otra. Conducta modélica que se eleva por el ordenamiento jurídico a parámetro jurídico, creador de deberes jurídicos específicos en las relaciones contractuales, a partir de la naturaleza de cada tipo contractual52. El Código Civil cubano la regula en su artículo 6, ubicado dentro de las disposiciones preliminares, a modo de principio general aplicable a todo tipo de relación jurídica civil, entre las cuales se incluye las relaciones jurídicas de obligaciones. De la interpretación de tal precepto se colige su aplicación en sede contractual, en tanto de los contratos, nacen derechos de crédito. Precepto hoy complementado con la citada Resolución 2253/2005 de 8 de junio que en su numeral 2 establece con carácter de principio general en sede de contratación, a mi juicio aplicable a todo tipo de contrato53, cualquiera sea su naturaleza, la buena fe diligencia de inspección sobre el bien objeto del contrato que pechaba sobre el contratante. Así lo ha dicho la Sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Supremo en su Sentencia Nº 375 de 29 de junio de 2007, Primer Considerando, cuya ponente lo fue Arredondo Suárez). 52 Vid. ESTIGARRIBIA BIEBER, M. L., “La buena fe. Implicaciones actuales...”, cit., pp. 64-65. 53 Como principio general en sede de contratación económica ha sido catalogado por la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo en su Sentencia № 236 de 22 de octubre del 2002 (Proceso Ordinario). Tercer Considerando y en la Sentencia № 45 de 30 de junio del 2005 (Proceso de Revisión). Décimo Considerando, ambas de la ponente Rosario López en las que se dispone: “... es de señalar que el principio de buena fe desarrolla su relevancia en la actuación de las partes en la relación obligatoria, e impone al tribunal la exigencia de valorar el comportamiento de las mismas, no sólo sobre la base de un mero criterio formal, sino en función de las exigencias concretas del caso”. Igualmente en las Sentencias № 165 de 27 de marzo del 2000 (Proceso Ordinario). Décimo Considerando y la № 185 de 11 de abril del 2002 (Proceso Ordinario). Decimocuarto Considerando, ambas de la propia ponente, al expresar que: “... al principio de buena fe le es inherente todo comportamiento de las partes dirigido a asegurar por sobre cualquier eventualidad el cumplimiento de las obligaciones contraídas en virtud de la relación jurídica-económica constituida”. También en la Sentencia № 211 de 29 de mayo del 2002 (Proceso Ordinario). Quinto Considerando, de la misma ponente, en la que la Sala confirma la tesis de concebirlo como principio informante en sede de contratación, al advertir: “... la necesidad de que las partes en sus relaciones mutuas actúen conforme al principio de la buena fe, tratando de garantizar, por sobre cualquier eventualidad, el cumplimiento de sus obligaciones, no siendo consecuente alegar una extemporaneidad que no se configura en el caso, ni condicionar dicho cumplimiento a la no disponibilidad financiera, que ha de ser resuelta por su entidad y no por la actora en este proceso”. comportamiento, o buena fe objetiva en las etapas de concertación y ejecución del contrato y, por supuesto, en la interpretación contractual. Ello supone que, en la etapa de formación del contrato las partes deben comportarse de buena fe para no frustrar injustamente las tratativas contractuales, aunque todavía no haya sido emitida una oferta; y el oferente está obligado, conforme con esa regla y según las circunstancias, a poner al alcance del destinatario de la oferta, información adecuada sobre hechos relativos al contrato que puedan tener aptitud para influir sobre su decisión de aceptar. Este precepto es pieza clave para entender la buena fe contractual. El autor de la norma, sin miramientos, en franca armonía con la etapa contractual propiamente dicha, impone un proceder de buena fe en el resto de las etapas negociales, en mi criterio de palmaria naturaleza objetiva, o sea, en el entendido de la buena fe-lealtad. Es cierto que durante esta etapa no podemos hablar de la existencia de obligatoriedad para los tratantes, estos se comportan como tales y van en la búsqueda de un contrato que les resulte provechoso en sus intereses y apetencias patrimoniales. Los tratantes son libres de no continuar las tratativas, momento a partir del cual se daría inicio a un nuevo fenómeno de igual naturaleza, a saber la gestación de nuevas tratativas. Si no se llega a la oferta contractual es porque, sencillamente, la etapa inicial de la formación del contrato se frustró. De suerte que el deber de actuar conforme con la buena fe no supone sujetarse al cumplimiento de lo que las partes van a intentar dilucidar durante esta fase. Tratar no es contratar, ni tampoco conduce inexorablemente a ello. Sucede como con los seres humanos. Hay personas que tienen predisposición genética respecto de determinada enfermedad, pero ello no implica que esta tenga que debutar en determinado momento. Se juega en el campo de las probabilidades. De ahí el refuerzo del autor de la norma cuando en su numeral 3.2 significa la posibilidad de utilizar formularios o modelos de contratos, pero sin que en ningún modo ello quebrante la buena fe y colaboración entre las partes contratantes. La buena fe en esta etapa de la concertación del contrato no radica tanto en la lealtad que deben tener, respectivamente, el oferente y el destinatario respecto a sus propias declaraciones, en el sentido de estar obligados a respetarlas, sino en la creencia o confianza que adquieren sucesivamente el destinatario y el oferente respecto a que la declaración del otro responde a su voluntad. “El sujeto no sólo debe creer en la correspondencia entre su propia voluntad y su exteriorización, sino en la correspondencia de la voluntad de la otra parte y su exteriorización. No es, pues, una regla de conducta impuesta, sino una confianza razonable en la otra parte.”54 54 Vid. JIMÉNEZ VARGAS-MACHUCA, Roxana “La unidad del principio general de buena fe y su trascendencia en el derecho moderno”, en Contratación Privada, Roxana JIMÉNEZ VARGAS-MACHUCA, – Carlos A. SOTO COAGUILA (Coordinadores), Jurista Editores, Lima, 2002, pp. 73-109. Hay buena fe objetiva desde que a cada parte se impone el deber de lealtad al formular lo mismo la oferta como la aceptación, en tanto también se exige buena fe subjetiva o creencia razonable de que las partes se están comportando honestamente, a que la declaración de voluntad contentiva de la oferta coincide con la voluntad del oferente y a que la aceptación por el destinatario también coincide plenamente con su deseo de perfeccionar el contrato proyectado. Se exigen en esta etapa los deberes de exactitud, claridad e investigación. Creada la relación jurídica contractual, corresponde su ejecución, o sea, el deber de quienes fueron los artífices del contrato de ejecutar las prestaciones derivadas de cada una de las obligaciones nacidas de la peculiar relación jurídica en la que el contrato desemboca. En esta etapa es en la que la buena fe objetiva tiene un rol de integración del contrato, o sea, el contrato obliga no solo a lo expresamente previsto, sino también a todo aquello a que conforme con la naturaleza misma del contrato y a tenor de la buena fe, deba derivarse55. Tiene la buena fe la misión de integrar y corregir la voluntad privada que ha dado vida al negocio. Ella misma crea deberes para los contratantes, entre ellos un deber de honestidad, pero a la vez de cooperación56. Este deber de ejecutar de buena fe tiene como contenido esencial el que se actúe lealmente a fin de que las prestaciones a cargo de una parte se cumplan de la manera que resulten más beneficiosas para la contraparte, aunque, desde luego, ello no imponga a la parte sacrificios desmedidos, de ahí la formulación contenida en el numeral 16 de la ya citada Resolución a cuyo tenor se le impone a las partes, ante la posibilidad de prever un incumplimiento, la necesaria comunicación entre ellas y el despliegue de 55 Ordenamientos jurídicos como el español lo consagra en el artículo 1258, sede de la integración contractual. 56 En este sentido se ha pronunciado la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo a través de la Sentencia № 153 de 15 de marzo del 2002 (Proceso Ordinario). Noveno Considerando y de la Sentencia № 3 de 30 de enero del 2003 (Proceso Ordinario). Noveno Considerando, ambas de la ponente Rosario López al disponer: “... es un deber ineludible de las partes conducirse de acuerdo a la buena fe y con lealtad negocial, por lo que una vez concertado el contrato, todo comportamiento de éstas debe estar dirigido, por sobre cualquier eventualidad, al cumplimiento de la obligación principal contraída”. Y con similar orientación en la Sentencia № 165 de 27 de marzo del 2000 (Proceso Ordinario). Décimo Considerando y en la Sentencia № 185 de 11 de abril del 2002 (Proceso Ordinario). Decimocuarto Considerando, ambas de la ponente Rosario López, al expresar: “... al principio de buena fe le es inherente todo comportamiento de las partes dirigido a asegurar por sobre cualquier eventualidad el cumplimiento de las obligaciones contraídas en virtud de la relación jurídica-económica constituida”. conductas tendientes a aminorar los efectos nocivos del incumplimiento. Se trata de la buena fe en su dimensión objetiva, la cual genera obligaciones secundarias pues las vincula con los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor, incluyendo a las consecuencias virtualmente comprendidas en él, acorde con su naturaleza, a las negociaciones previas, a la conducta ulterior, a las prácticas establecidas entre las partes, a los usos si no han sido excluidos expresamente, y a la equidad, teniendo en cuenta la finalidad del acto y las expectativas justificadas de la otra parte. 4.2.1. El deber de cooperación y de solidaridad en sede de contratación De lo que he venido argumentando, como una derivación de la buena fe contractual, o si se quiere decir de manera más diáfana, como expresión concreta de la buena fe, el contrato diseñado por el legislador del Código Civil cubano, presupone el deber de cooperación, que se vincula con la suerte de los contratos de larga duración, e implica que el contratante debe ser tratado “como compañero y no como presa”57. Desde el punto de vista del deudor, consiste en colaborar con el acreedor para procurarle una ejecución completa, más allá del marco de una simple ejecución fiel de las cláusulas contractuales; y desde el punto de vista del acreedor, le impone facilitar al deudor el cumplimiento de sus obligaciones, prestándole la ayuda necesaria58, mediante “cierta unión” en “una suerte de microcosmos”59. El contrato desempeña una función social, supone la composición de intereses que van más allá de los intereses particulares de las partes, si bien no se puede dejar de mirar en ellos. En el último de sus POR CUANTO, el legislador deja claro que el Código Civil tiende a “estimular la ayuda mutua entre los miembros de la sociedad”, en tanto su artículo 1 refuerza la idea directriz de que, las relaciones objeto de regulación del código son aquellas que tienen por finalidad “satisfacer necesidades materiales y espirituales”. A ese fin, se condena el uso abusivo del derecho, en tanto este debe ejercitarse conforme “con su contenido social y finalidad” (vid. artículo 4)60 y 57 LE TOURNEAU, Ph., cit. pos. ALTERINI, Atilio Anibal, “Algunos perfiles actuales del contrato”, en El Derecho de Contratos en los umbrales del siglo XXI, bajo la coordinación de Leonardo B. PÉREZ GALLARDO, MP Editora, São Paulo, 2007, p. 38. 58 PICOD, Y., cit. pos. ALTERINI, A. A., “Algunos perfiles...”, cit., p.38. 59 DEMOGUE, R, cit. pos. ALTERINi, A. A., “Algunos perfiles...”, cit., p. 38. 60 Ha advertido la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo a través de su Sentencia № 69 de 3 de diciembre del 2003 (Proceso Ordinario). Decimotercero Considerando. Ponente Caballero Luque, que: “... el derecho no debe usarse mal (...) la malicia no merece indulgencia habiendo supuestos en que se puede responder por el ejercicio de un acto de abuso de derecho, cuya existencia queda en manos en mayor o menor grado a la apreciación del juez, debiendo ejercitarse los derechos de buena fe para excluir el carácter aun cuando se reconozca la posibilidad de renunciar a los derechos reconocidos por el código, esta procede mientras no “redunde en menoscabo del interés social o en perjuicio de tercero” (vid. artículo 5), asimismo se consideran nulos los actos jurídicos, y dentro de ellos los contratos, que atentan contra los intereses de la sociedad o del Estado (vid. artículo 67, inciso a)). El contrato se conforma como una situación jurídica compleja en la que ambas partes deben cooperar en la realización de los fines que motivaron su concertación. Este desempeña una función económica apreciable socialmente, palpable en la regulación de los contratos con consumidores (vid. artículo 320 y ss. y artículo 353 y ss.). De la misma manera que el acreedor debe contribuir a facilitar la liberación del deudor y una vez que éste paga, a entregarle recibo de pago o cancelarle el título de la obligación, si con el pago finiquita la deuda (vid. artículo 237). En caso de mora accipiendi, puede el deudor liberarse, utilizando el mecanismo de la consignación (vid. artículo 254). Incumbe igualmente a las partes contratantes cumplir el deber de información que les viene impuesto, así el prestador de un servicio ha de “informar al usuario acerca de sus características, tarifas, tiempo de ejecución y demás particularidades, y a hacerle las recomendaciones pertinentes de modo que le resulte lo más beneficioso” (vid. artículo 321), y si el servicio es de los que requiere previamente la entrega de un objeto, entonces el usuario “debe ser advertido previamente de las deficiencias que puedan quedarle al objeto después de efectuado el trabajo, a fin de que desista del servicio si lo estima conveniente” (vid. artículo 324), mientras que en reciprocidad “El usuario está obligado a facilitar la normal ejecución del trabajo” (vid. artículo 327.1) y a brindarle información “al que presta el servicio sobre las deficiencias del objeto que le sean conocidas, por si éstas pueden influir en la ejecución del trabajo o en sus resultados” (vid. artículo 327.2). Es obligación del vendedor advertirle y con ello, informarle al comprador, los posibles vicios o defectos del bien enajenado, o los posibles derechos que terceras personas pudieran ostentar sobre el bien (vid. artículo 340 inciso a)), preconizándose así una lealtad negocial entre las partes. Cabe la venta de productos defectuosos en establecimientos minoristas, pero siempre que tales defectos se pongan en conocimiento del adquirente (vid. artículo 355.2), y dentro del deber de información postcontractual, compete al vendedor “dar por escrito al comprador las correspondientes instrucciones si para el uso del bien adquirido deben observarse cuidados extraordinarios o cumplirse determinadas normas técnicas, especialmente si se trata de efectos electrodomésticos” (vid. artículo 357), mientras, el asegurado o el tomador del seguro, corre con la carga de notificarle a la empresa antisocial de la conducta, ya que no hay responsabilidad civil cuando el daño se produce por la propia culpa del que lo sufre, encaminando la actuación hacia la valoración de las condiciones o circunstancias que el buen sentido señala en cada caso como índice de responsabilidad dentro del infinito encadenamiento de causa y efectos (...)”. de seguro la ocurrencia del siniestro en el término previsto (vid. artículo 457), y también, en aras del deber de colaboración que le viene impuesto, realizar razonables esfuerzos para evitar que el bien asegurado resulte dañado o extraviado (vid. artículo 456.1). El Tribunal Supremo se ha hecho eco de este deber de lealtad negocial y de colaboración entre las partes contratantes. La Sala de lo Económico, en Sentencia № 153 de 15 de marzo del 2002 (Proceso Ordinario). Noveno Considerando y en Sentencia № 3 de 30 de enero del 2003 (Proceso Ordinario). Noveno Considerando, ambas de la ponente Rosario López ha dejado dicho: “... es un deber ineludible de las partes conducirse de acuerdo a la buena fe y con lealtad negocial, por lo que una vez concertado el contrato, todo comportamiento de éstas debe estar dirigido, por sobre cualquier eventualidad, al cumplimiento de la obligación principal contraída”. Tratándose de un litigio entre empresas ha resultado de aplicación el Decreto-Ley № 15/1978 que en su artículo 7 positiviza el deber de cooperación entre las partes contratantes, teniendo en cuenta el marcado fin social que el llamado “contrato económico” representa en Cuba y que es desarrollado in extenso en la Resolución 2253/2005 del Ministro de Economía y Planificación, la cual refrenda el deber de colaboración y solidaridad contractual, derivado de la buena fe, en sus numerales 2 y 3.1, con alcance general, el deber de confidencialidad recíproca durante la etapa de negociación contractual, en el numeral 2.1 y, el deber del destinatario de la oferta, una vez la haya recibido, de dar respuesta a ésta, en el plazo y lugar indicado en la propia oferta, en el numeral 8. 4.2.2. Buena fe en la interpretación de los contratos Cabe acotar también la exigencia de una interpretación conforme con la buena fe al amparo del numeral 2 de la citada Resolución, en relación con los artículos 6 y 52 del Código Civil. La aplicación del principio de buena fe al caso particular deriva de un juego de juicios de valor. En ese proceso estimativo, de dos intereses contrapuestos, uno de ellos se considera más valioso y, como consecuencia, se le reputa determinante respecto del contenido contractual. La buena fe ayuda y orienta al análisis y ella misma asume per se el alcance de regla interpretativa, quedando, desde luego, en primer plano el aspecto ético al impedir que por la observancia estricta del contenido del contrato éste se convierta en una asechanza para una de las partes. Como las partes son, en primer orden, las que pueden y de hecho interpretan el contrato al que han dado vida, son ellas mismas las que cuentan con los argumentos más adecuados, a los efectos de determinar el significado del contrato concluido, pero para esto, su actuar debe estar guiado por el principio de la buena fe. En todo momento debe respetarse el trato limpio. El autor de la declaración debe evitar inducir a error a la otra parte por medio de una expresión que no permita percibir su verdadero contenido. En tanto el receptor tiene el deber de efectuar una interpretación leal que evite toda sorpresa. En definitiva, en última instancia será el juez, a quien corresponda decidir sobre el asunto sometido a su foro, conforme con el criterio de buena fe61. Si bien es cierto que en códigos civiles como el nuestro, nada se establece sobre la buena fe como principio hermenéutico contractual62, no cabe dudar, en modo alguno, que la fuerza expansiva de este principio, supone que el comportamiento de las partes contratantes desde el inicio de las tratativas contractuales hasta la etapa posterior al cumplimiento del contrato, debe estar informado por un actuar honesto, leal, o sea sin apartarse en lo más mínimo de la buena fe-probidad. Los contratos han de ser concertados además con buena fecreencia. La apariencia jurídica, la exteriorización de la voluntad aprehendida como lo hacen los hombres que actúan honestamente y son razonables, constituye un imperativo de la justicia y de la seguridad en el ámbito de los contratos63. La aplicación del principio de buena fe al caso particular deriva de un juego de juicios de valor. En ese proceso estimativo, de dos intereses contrapuestos, uno de ellos se considera más valioso y, como consecuencia, se le reputa determinante respecto del contenido contractual. En este sentido se ha dicho64, con acierto, que la buena fe es más un producto de la experiencia de la vida, de la razón práctica o del sentido común, que de la propia lógica. 61 Para REZZÓNICO, J. C., Principios…, cit., p. 537, este principio no constituye una mera opción más para el juez, sino es un ineludible deber en la tarea de administrar justicia, únicamente así podría reconocerse al juez ético, el juez del contrato justo y del reinado de la buena fe. 62 Aun cuando no puede negarse el valor informante que como principio del Derecho positivo cubano tiene la buena fe, al amparo de lo previsto en el artículo 6: “La buena fe se presume cuando el Código la exige para el nacimiento o los efectos de un derecho”. Si bien no puede predicarse de su enunciado que el Código Civil lleve a norma positiva la buena fe como principio hermenéutico. Empero, nada impediría a los operadores jurídicos el cobijarse, además, en el citado artículo 6, en aras de ofrecer una justa y adecuada interpretación del negocio contractual. 63 Al decir de SPOTA, Alberto G., Instituciones de Derecho Civil. Contratos, volumen II, Depalma, Buenos Aires, 1975, pp. 98-102. 64 REZZÓNICO, Juan Carlos, Principios fundamentales de los contratos, Astrea y Depalma, Buenos Aires, 1999, p. 531. En síntesis, podemos concluir que la buena fe es un estándar, una directiva básica y elemental en la interpretación de los contratos. Esta supone no sólo la buena fe subjetiva, o buena fe – creencia o confianza, sino también la buena fe objetiva, o buena fe – lealtad, probidad. La primera, implica la protección a los adquirentes que obran sobre la base de la confianza que suscita un derecho aparente, o en la formación del contrato, de manera que la interpretación del contrato ha de atenerse a los términos que se desprenden de la declaración y no a los que permanecen guardados en la conciencia de los contratantes. En su aspecto subjetivo la buena fe alude a un estado de conciencia que consiste en ignorar que se está perjudicando un interés ajeno tutelado por el Derecho; es la creencia en la apariencia de una relación cualificante que legitima a la contraparte a disponer del derecho de que se trata en el acto o negocio65. La segunda, supone que los contratantes deben observar una conducta funcional, o sea, no abusiva66 ya que la buena fe no es sino una directiva para establecer si medió o no una conducta no reñida con los fines éticos, sociales y económicos de las prerrogativas o facultades jurídicas. De ahí que algunos códigos civiles a partir de la consagración en el BGB de la buena fe como directiva en la interpretación contractual, le han dado carácter de norma positiva67. 65 En esta dirección vid. MOSSET ITURRASPE, Contratos, cit., pp. 304-307. Nuestro Código Civil en su artículo 4, veda el ejercicio abusivo de los derechos: “Los derechos que este Código reconoce han de ejercerse de acuerdo con su contenido social y finalidad, y no es lícito su ejercicio cuando el fin perseguido sea causar daño a otro”. Por su parte, el Tribunal Supremo se ha pronunciado en este sentido a través de la Sala de lo Económico, en la Sentencia № 69 de 3 de diciembre del 2003 (Proceso Ordinario). Decimotercero Considerando. Ponente Caballero Luque, ya citada en nota (49). Sobre el tema vid. el valioso Trabajo de Diploma: “El principio del abuso del derecho” de Naiví CHIKOC BARREDA, bajo mi dirección, Facultad de Derecho, Universidad de La Habana, 2001 (en Biblioteca de la Facultad de Derecho). 67 Literalmente el §157 del BGB expresa: “Los contratos serán interpretados de acuerdo con los requisitos de la fidelidad y la buena fe, teniendo en consideración los usos del tráfico”. Igualmente el artículo 1366 del Codice Civile: “Il contratto debe essere interpretato secondo buona fede” y los Códigos que en él se han inspirado, a saber: el de Perú que en su artículo 1362 regula: “Los contratos deben negociarse, celebrarse y ejecutarse según las reglas de la buena fe y común intención de las partes”; el de Paraguay en su artículo 714, segundo párrafo, a cuyo tenor: “El contrato debe ser interpretado de acuerdo con la buena fe”; y el de Argentina, que tras la reforma operada por la Ley 17.711 de 22 de abril de 1968, reza en su artículo 1198, primer párrafo, que: “Los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe y de acuerdo con lo que verosímilmente las partes entendieron o pudieron entender, obrando con cuidado y previsión”. Hoy día el Proyecto de Código Civil Unificado de la Argentina de 1998, reconoce en su artículo 1023, como primera regla de interpretación de los contratos, la buena fe: “Interpretación de buena fe. El contrato debe ser interpretado de buena fe. En la aplicación de esta regla debe atenderse a lo dispuesto en el artículo 967, asignando especial relevancia a: a) Lo que ha sido común intención de las partes, antes que a la literalidad de lo manifestado. 66 4.2.3. El venire contra factum proprium non valet como expresión ad hoc de la buena fe El principio cardinal o deber general de actuar de buena fe tiene la función de colmar las inevitables lagunas del sistema legal; la ley, por muy casuística que sea, no puede prever todas las situaciones posibles mediante normas concretas, ni todos los abusos que las partes pueden cometer, la una en perjuicio de la otra. La ley sólo previene las situaciones más frecuentes, eliminando o prohibiendo los abusos más comunes; muchas conductas reprochables escaparían a las espesas redes de la ley, si debiera considerarse permitido o lícito cualquier comportamiento que la ley no prohibiera. El principio general de corrección y buena fe permite identificar otras prohibiciones y otras obligaciones no contenidas en la ley. Como suele decirse cierra el sistema legislativo, es decir ofrece criterios para colmar aquellas lagunas que se pueden manifestar en las cambiantes circunstancias de la vida social. Fiel expresión de la buena fe es el principio que prohíbe volver sobre los propios actos, cuando la actuación de un sujeto ha sido motivo suficiente para fundar en ella el nacimiento, modificación o extinción de derechos. La teoría de los actos propios es un principio de Derecho de origen muy antiguo y según el cual a nadie le está permitido ir contra sus propios actos68. En el Derecho b) El sentido que razonablemente hubiera atribuido a la manifestación de una de las partes una persona en la situación y de las condiciones de la otra. c) La existencia de diferencias significativas en el poder de negociación relativo de cada una de las partes. d) La relación de equivalencia de las contraprestaciones si el contrato es a título oneroso”. En tanto los artículos 966 y 967 contemplan, dentro de la eficacia contractual, el deber de buena fe de las partes. Así, según el artículo 966: “Deber de buena fe. Las partes deben actuar de buena fe durante la celebración y la ejecución del contrato”, mientras el artículo 967 prescribe: “Alcances de la obligación contractual. El contrato obliga con los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor, incluyendo a las consecuencias virtualmente comprendidas en él, conforme a su naturaleza, a las negociaciones previas, a la conducta ulterior de las partes, a las prácticas establecidas entre ellas, a los usos si no han sido excluidos expresamente, y a la equidad, teniendo en cuenta la finalidad del acto y las expectativas justificadas de la otra parte. Las cláusulas abusivas no constituyen usos, aunque sean de práctica”. Esta regla de la interpretación conforme con la buena fe, según el tenor literal del artículo 1024 también se aplica a aquellas cláusulas que permiten modificar unilateralmente lo convenido. 68 Como principio general del Derecho lo catalogan varias sentencias de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo, así, Sentencia № 105 de 25 de febrero del 2000 (Proceso Ordinario). Tercer Considerando, Sentencia № 185 de 11 de abril del 2002 (Proceso Ordinario). Sexto Considerando, Sentencia № 214 de 6 de julio del 2002 (Proceso Ordinario). Octavo Considerando y Sentencia № 251 de 3 de noviembre del 2002 (Proceso Ordinario). Cuarto Considerando, todas de la ponente Rosario López. Para los que han negado la aplicación de los principios generales del Derecho como romano se encontraba resumido en el aforismo venire contra factum propium non valet. Se define de la siguiente manera: a nadie es lícito hacer valer un derecho en contradicción con su anterior conducta, cuando esta conducta, interpretada objetivamente según la ley, las buenas costumbres o la buena fe, justifica la conclusión de que no se hará valer el derecho, o cuando el ejercicio posterior choque contra la ley, las buenas costumbres o la buena fe. Empero, para la aplicación de la doctrina de los actos propios es necesario que se cumplan los siguientes requisitos: a) Existencia de una conducta anterior relevante y eficaz. b) El ejercicio de una facultad o derecho subjetivo contradictorio con la conducta ya existente. c) Identidad de sujetos que se vinculan en ambas conductas. Es cierto que nuestro ordenamiento jurídico no le dedica un precepto al estilo de otros modernos códigos civiles en el que se enuncie “No es lícito hacer valer un derecho en contradicción con una conducta anterior, cuando en razón de ella otro sujeto haya tenido motivo justificado para confiar razonablemente en que no se ejercerá tal derecho.”, pero ello en modo alguno significa que un actuar en contra de los actos propios esté permitido. La doctrina y la jurisprudencia españolas han sido prolijas en su disección. Se configura como exigencia de congruencia, conforme con la cual, quien afirma o admite algo, no puede luego contradecirlo69. fuente del ordenamiento jurídico en Cuba, cabe que analicen y estudien la interesante Sentencia Nº 126 de 28 de febrero del 2005, cuya ponente lo es ARREDONDO SUÁREZ. En ella se invoca el venire contra factum proprium. Se trata de un principio de alcance general no solo en el Derecho Civil y que tiene como fundamento el actuar honesto, en aras de la protección de la buena fe objetiva y con ello, de la seguridad jurídica. 69 Sobre la definición de actos propios en el orden jurisprudencial cubano vid. las Sentencias Nº 534 de 30 de julio del 2004, en su Cuarto Considerando y la Nº 751 de 25 de noviembre del 2005, en su Primer Considerando, ambas del Tribunal Supremo, y de la misma ponente Acosta Ricart, a cuyo tenor: “(...) actos propios, son aquellos que como expresión de libre y espontánea decisión se realizan con el fin de crear, extinguir o modificar algún derecho, y en tal virtud, así como nadie puede ser perjudicado por actos ajenos, tampoco ninguna persona puede ir válidamente contra sus propios actos, y ello porque si bien toda persona es libre de realizarlo o no, al hacerlo y reconocer algún derecho a favor de tercero, surge una relación jurídica entre ambos que no puede después ser arbitrariamente destruida por actos posteriores (...)”, sustentada también por la Nº 420 de 29 de junio del 2006, en su Segundo Considerando, de la propia ponente. Una aplicación práctica de este principio puede constatarse en la Sentencia Nº 34 de 31 de enero del 2007 de la Sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Supremo, de la En España, el Tribunal Supremo ha ido configurando dogmáticamente este principio. La Sala Primera en su Sentencia de 16 de febrero de 1988 (Ref. El Derecho 1988/1248) dijo que: “La doctrina de los actos propios ha sido desarrollada (...) en el sentido de que el principio en cuestión, basado en la necesidad de proteger la buena fe y la confianza, amén de la apariencia y estabilidad de las situaciones jurídicas, exige, para que su autor quede ligado frente al sujeto pasivo de los mismos, una palmaria contradicción entre lo realizado por el primero y la acción que luego el propio interesado ejercita, o lo que es igual, que exista un nexo de causalidad eficiente entre dichos actos y su incompatibilidad con lo ulteriormente pretendido, habiéndose matizado dicha doctrina por la jurisprudencia en el sentido de que no merecen la calificación de actos propios los que no dan lugar a derechos y obligaciones o no se ejecuten con el fin de crear, modificar o extinguir algún derecho, siendo los actos contra los que no es lícito actuar aquellos que, por su carácter trascendente, o por constituir convención, causan estado definiendo inalterablemente la situación jurídica de su autor, situación jurídica o de hecho que no podrá ser alterada por quien se hallaba obligado a respetarla”. La misma jurisprudencia española ha delineado los requisitos para que se considere el acto como vinculante, a saber: a) que el acto tenga “como fin la creación, modificación o extinción de algún derecho” (Sentencia de 3 de abril de 1973, Ref. El Derecho 1973/187, Sentencia de 22 de septiembre de 1988, Ref. El Derecho 1988/7229, Sentencia de 27 de enero de 1996, Ref. El Derecho 1996/236, Sentencia de 20 de diciembre de 1996, Ref. El Derecho 1996/9115)70; b) que se trate de “un acto adoptado con plena libertad de criterio” (Sentencia de 14 de febrero de 1984, Ref. El Derecho 1984/7021, Sentencia de 20 de diciembre de 1996, Ref. El Derecho 1996/9115), con pleno conocimiento de las consecuencias ponencia de Acosta Ricart, que motivó mis comentarios, si bien en sede de declaración judicial de incapacitación. A tal fin, vid. PÉREZ GALLARDO, Leonardo B., “Intereses espurios y declaración judicial de incapacidad. A propósito de la Sentencia Nº 34 de 31 de enero del 2007 de la Sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Supremo de Cuba”, en Boletín de Información del Ministerio de Justicia (España), año LXI, Nº 2042, de 1 de agosto del 2007, pp. 3093-3108. En fecha muy reciente también se ha pronunciado el Tribunal Supremo, en Sentencia Nº 5 de 22 de enero de 2008, Primer Considerando, Ponente Díaz Tenreiro en un caso en que se declara SIN LUGAR el recurso de casación interpuesto por quien pretende la nulidad parcial de una escritura pública de la que él había sido su propio otorgante. 70 Aclara DÍEZ-PICAZO, Luis, La doctrina de los propios actos, Bosch, Barcelona, 1962, p. 115, en nota (56), con toda razón, que esta idea no tiene valor absoluto, pues existe un gran número de sentencias del Tribunal Supremo en que hay “actos propios” sin aquel efecto. Incluso – comenta el afamado profesor- que en la mayor parte de las veces, se deja sin determinar si el derecho creado, modificado o extinguido es del autor de los actos o de una tercera persona. (Sentencia de 25 de mayo de 1970, Ref. El Derecho 1970/351), “razón por la cual dicho principio no puede alegarse cuando el acto viene provocado por la conducta o presión de quien pretende valerse en provecho propio” (Sentencia de 14 de febrero de 1984, Ref. El Derecho 1984/7021), ni, “que en la conducta del agente exista ningún margen de error por haber actuado con plena conciencia para producir o modificar un derecho” (Sentencia de 27 de enero de 1996, Ref. El Derecho 1996/236); c) la existencia de “un nexo causal eficiente entre el acuerdo adoptado o acto realizado y su incompatibilidad con la conducta posterior” (Sentencia de 25 de mayo de 1970, Ref. El Derecho 1970/351, Sentencia de 3 de abril de 1973, Ref. El Derecho 1973/187, Sentencia de 20 de diciembre de 1996, Ref. El Derecho 1996/9115); d) que se trate de un acto jurídicamente eficaz, concluyente e indubitado, con carácter trascendente (Sentencia de 3 de abril de 1973, Ref. El Derecho 1973/187, Sentencia de 22 de septiembre de 1988, Ref. El Derecho 1988/7229) o que “por constituir convención causa estado definiendo inalterablemente, la situación jurídica de su autor” (Sentencia de 17 de mayo de 1941, citada por la de 25 de mayo de 1970, Ref. El Derecho 1970/351). La doctrina conforme con la cual nadie puede contradecir sus propios actos está reflejada en el ordenamiento jurídico cubano, si bien carecemos de un precepto que explícitamente venga a refrendarla, y solo por vía de abstracción podemos colegir su expresión concreta, muestra de ello, y a modo de ejemplo, lo encontramos en el artículo 181 de la Ley de Procedimiento Civil, Administrativo y Laboral que no habilita a interesar una nulidad de actos procesales a quien ha sido su artífice, igualmente en la imposibilidad de impugnar ex acción de nulidad, un acto jurídico, por personas capaces, alegando la incapacidad de aquellos con quienes contrataron, según lo dispuesto por el artículo 68.2, en relación con su apartado 1, del Código Civil y, en la imposibilidad de volver sobre los propios actos a los fines de impugnar el reconocimiento de un hijo, al cónyuge que asistió a dicho reconocimiento, prohibición colegida por un argumento a contrario, del artículo 78 del Código de Familia. No obstante, ha de tenerse en cuenta que la doctrina de los actos propios no constituye una barrera infranqueable, al permitir el propio ordenamiento jurídico, posturas o posiciones que vistas in abstractum, atentarían contra el sentir del principio, pero que en concreto, con verdadera lógica, constituyen supuestos arquetípicos en que no resulta aplicable la doctrina por autorizar la legislación el cambio de actitud. Se trata de supuestos en que la variación de una conducta está justificada por las circunstancias del caso o existen intereses sociales prevalentes que llevan al legislador a autorizar retrocesos o contramarcha, de ahí el valor residual del principio, a saber: la revocación del testamento a tenor del artículo 479 del Código Civil, la revocación del mandante o la renuncia del mandatario, conforme con el artículo 409, incisos a) y b), del Código Civil, la excesiva onerosidad sobreviniente por acontecimientos extraordinarios o imprevisibles de una prestación que justifica la solicitud de rescisión del contrato por parte del obligado a cumplirla, según artículo 80 del Código Civil, la posibilidad franqueada al comodante de interesar el bien dado en comodato cuando, antes de haber vencido el término fijado en el contrato o de haber concluido el uso convenido, por tener necesidad urgente de él, según artículo 386, inciso ch), del Código Civil, la posibilidad de retirar el bien dado en consignación, antes de que el acreedor lo acepte o recaiga resolución judicial teniéndola por bien hecha, vid. artículo 254.3 del Código Civil. Se trata de un principio aplicable, lo mismo a actos realizados en sede extrajudicial, que judicial, incluso posible de apreciar de oficio por el tribunal. Constituye una defensa amplia, abarcadora, hábil para frustrar la pretensión desleal. Es un escudo que puede utilizar el demandado como medio de defensa. Ello, sin perjuicio de su posibilidad de invocación de oficio, en los casos en que proceda. No cabe sea esgrimido en los actos insubsanables, esto es, no procede cuando se trate de un acto nulo, el cual al no resultar confirmable, puede ser impugnado en cualquier momento, sin que quepa argüir en su defensa la doctrina de los actos propios. Lo contrario significaría llanamente echar por tierra con todo el régimen legal pacientemente construido en materia de nulidades, vedando que quien ha participado de un acto alegue la existencia de cualquier vicio que hubiese padecido su voluntad. Estamos ante un principio moralizador del tráfico jurídico, que aplicado con prudencia, es el triunfo del buen criterio, del sentido común hecho justicia, invocado, pues, en función tuitiva de la buena fe objetiva, esto es de la confianza depositada por terceros, cuyos derechos pueden haber nacido, modificado o extinguido, en razón de la conducta anterior, que luego, en franca contradicción, pretende desdecirse71. 71 Con este parecer ha sido aplicado en reiteradas ocasiones por la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo, a saber: Sentencia № 105 de 25 de febrero del 2000 (Proceso Ordinario). Tercer Considerando, al pronunciarse en el sentido de que: “... está en contradicción con la doctrina de los Actos propios, como principio general del Derecho, que una parte, después de haber prestado su consentimiento en una conciliación efectuada, posteriormente trate de impugnarla para modificar a su beneficio la cuantía de la pretensión alegando modificaciones en la tasa de cambio de la moneda, sin que pruebe dicho extremo (...)”, Sentencia № 165 de 27 de marzo del 2000 (Proceso Ordinario). Onceno Considerando en la que expresa: “... la posición asumida por la demandada en cuanto a la negación de los hechos, de la renegociación, de la inexistencia de la deuda, etc, evidencia una actuación contraria al (...) principio de buena fe, actuando con el no reconocimiento en contradicción con sus propios actos”, Sentencia 4.3. Autonomía de la voluntad. Libertad para contratar y libertad para determinar el contenido del contrato La noción de autonomía de la voluntad es una creación de la doctrina civilista francesa de los siglos XVIII y XIX. Su reflejo más cardinal lo constituye la libertad contractual. “La ideología voluntarista del siglo XVIII en Francia, manifiesta en toda la producción filosófica de la época, desde la Enciclopedia al 'contrato social' de ROUSSEAU (muy distinto, por lo demás, del contrato de Derecho Civil): voluntarismo que coincide con los intereses de la clase social ascendente. Frente a un régimen económico fundado sobre la reglamentación y los gremios, el reconocimiento de la libertad de contratar significaba la superación de los privilegios feudales, la abolición de los obstáculos representados por las corporaciones de oficios, los monopolios fiscales y las aduanas interiores”72. El término autonomía proviene de las voces griegas nomos que significa ley y autos, que es compuesto gramatical de algunas voces que significa propio o por uno mismo. En sentido etimológico, indica el poder de dictarse uno a sí mismo su propia ley. Cuando se refiere a un poder de determinación de la propia conducta, № 185 de 11 de abril del 2002 (Proceso Ordinario). Sexto Considerando en que dispone: “... está en contradicción con la doctrina de Actos propios incorporada a los principios generales del Derecho, el que la demandada, después de haber expresado su reconocimiento de la deuda y su consentimiento para efectuar el pago, posteriormente trate de impugnarlo alegando que se trata de un acto jurídico anulable”, Sentencia № 214 de 6 de julio del 2002 (Proceso Ordinario). Octavo Considerando, al afirmar que: “... está en contradicción con la doctrina de los actos propios – incorporada a los principios generales del derecho – el que una parte, en este caso la demandada, después de haber reconocido una deuda en reiteradas ocasiones, (...) pretenda eludir su responsabilidad de pago, alegando una presunta prescripción de la acción, - no configurada- que no alegó en su contestación, limitándose en tal oportunidad a oponerse exclusivamente fundándose en una excepción dilatoria por aspectos de carácter formal que no fueron acogidos por el Tribunal pues el escrito de demanda fue reconducido a ésta y admitido en su oportunidad”, Sentencia № 228 de 15 de octubre del 2002 (Proceso Ordinario). Cuarto Considerando, al expresar: “... en el caso la posición asumida por la representación de la demandada en actos reiterados, donde reconoce la deuda (...) incluso se compromete a pagar antes (...) y en otras oportunidades dentro del proceso, incluido su escrito de (...) donde señala mantener su propuesta de pagar en especie, tienen la entidad suficiente- a juicio de este Tribunal- para desestimar la prescripción alegada en la contestación, como quiera se está en presencia de actos propios que han de entenderse como legítimos y que en modo alguno pueden ser desvirtuados para liberarse de responsabilidad” y Sentencia № 251 de 3 de noviembre del 2002 (Proceso Ordinario). Cuarto Considerando (todas de la ponente Rosario López) cuando expresa: “... está en contradicción con la doctrina de los Actos propios, como principio general del Derecho que una parte después de haber expresado su consentimiento en un Acuerdo entre partes, posteriormente trata de modificarlo a su beneficio, haciendo precisiones ulteriores que debió prever de conjunto con la contraparte (...)”. 72 LACRUZ BERDEJO, José Luis, et. al., Elementos de Derecho Civil II, - Derecho de Obligaciones, volumen 1° Parte General – Teoría General del Contrato, 3ª edición, Bosch, Barcelona, 1994, p. 349. de la conducta individual, se habla entonces de “autonomía de la voluntad”, “autonomía privada”, “autonomía de la persona”. El eje cardinal, medular en sede contractual, lo es precisamente el principio de autonomía de la voluntad, a cuyo tenor los individuos serán capaces de autodiseñarse la estructura y el funcionamiento del instituto contractual que por sus propias declaraciones negociales han creado. La autonomía de la voluntad es para el campo contractual, lo que el cerebro para el cuerpo humano, el sostén básico de la vitalidad, capaz de ofrecer las más increíbles combinaciones que la necesidad y el interés motiven en el ingenio humano. Como indica el profesor DÍEZ-PICAZO: “La idea de contrato y de obligatoriedad del contrato encuentran su fundamento en la idea misma de persona y en el respeto de la dignidad que a la persona le es debida. Ello implica el reconocimiento de un poder de autogobierno de los propios fines e intereses o de un poder de autorreglamentación de las propias situaciones y relaciones jurídicas al que la doctrina denomina ‘autonomía privada’ o ‘autonomía de la voluntad’. El contrato tiene pues su fundamento más hondo en el principio de autonomía privada o de autonomía de la voluntad”73. El principio de autonomía privada se manifiesta en el contrato, en primer orden, en la posibilidad hecha realidad en los ordenamientos jurídicos que lo reconocen de decidir, los sujetos, concertar o no un contrato, es su opción la de contratar o abstenerse de hacerlo y de seleccionar con quien lo hace, en segundo orden en la libertad de elegir el tipo contractual (el typenfreiheit no queda atado al tipo establecido en la norma legal sino que puede construir uno distinto), y un tercer orden en la posibilidad de modificar o fijar su contenido. Sin embargo, tampoco ha sido saludable – y esto lo ha evidenciado el devenir histórico del Derecho de Contratos – hiperbolizar la función capital de la autonomía de la voluntad. Autonomía no es sinónimo de anarquía, lo contrario implicaría hacer dueño a cada sujeto de la porción que le compete y pertenece a terceros, incluido por supuesto el Estado. La autonomía de la voluntad tiene sus propias dimensiones, o sea, aquellos espacios donde ella está inserta, allí donde está presente inmanentemente en la institución, en un sentido no ya de principio general informador de la contratación, sino manifestándose en el caso concreto. 73 DÍEZ-PICAZO, Luis, Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, tomo I – Introducción. Teoría del Contrato, 4ª edición, Civitas, Madrid, 1993, p. 127. La autonomía de la voluntad como eje central del Derecho Civil se ha erigido en principio general del Derecho, informador del conjunto de normas jurídicas, el cual a mi juicio, no está desterrado en el ordenamiento jurídico cubano, aun cuando desde el Derecho Civil se siente el influjo de normas de naturaleza administrativa que ponen cortapisas al poder de decisión de las partes en sede de contratación. El ejemplo más paradigmático lo encontramos en materia inmobiliaria. Más, no puede negarse que la autonomía de la voluntad, como expresión del auge del individualismo, sobre la base de un pretendido poder absoluto para autodiseñar el contrato, tiene hoy día otra connotación socioeconómica, despojada de ese liberalismo a ultranza, con el cual se pretende convertir a las partes en dueñas absolutas del contrato. Como principio tiene su consagración normativa, tal y como ya había dicho, en el artículo 312 del código, siendo además un principio positivizado en una gran parte de los ordenamientos jurídicos en sede contractual74 pues no hay que dudar que es en el Derecho de Obligaciones y Contratos donde más se siente el influjo de la libertad jurídica, en el sentido del respaldo legal a la libre decisión del individuo de concertar o no cualquier contrato y de determinar su contenido (libertad para contratar y libertad para perfilar el contrato)75. De esta manera el citado principio recibe – en cuanto jurídico – toda su fuerza y virtualidad del propio ordenamiento jurídico estatal, siendo determinado por éste en su esfera de aplicación. 74 Así vid. artículo 1255 del Código Civil español: “Los contratantes pueden establecer los pactos, cláusulas y condiciones que tengan por conveniente (...)”; artículo 1322 del Códice Civile italiano: “Le parti possono liberamente determinare il contenuto del contratto (...)” “Le parti possono anche concludere contratti che non appartengano ai tipi aventi una disciplina particolare purché siano diretti a realizzare interessi meritevoli di tutela secondo l’ordinamento giuridico”,; artículo 405 del Código Civil portugués: I “..., as partes têm a facultade de fixar livremente o conteído dos contratos, celebrar contratos diferentes dos previstos neste código ou incluir nestes as cláusulas que lhes aprouver”. 2. “As partes podem ainda reunir no mesmo contrato regras de dois o mais negócios, total ou parcialmente regulados na lei”; artículo 1839 del Código Civil de México para el Distrito Federal: “Los contratantes pueden poner las cláusulas que crean convenientes (...)”; artículo 454.1 del Código Civil boliviano: “Las partes pueden determinar libremente el contenido de los contratos que celebren y acordar contratos diferentes de los comprendidos en este Código”; artículo 1354 del Código Civil peruano: “Las partes pueden determinar libremente el contenido del contrato (...)”; artículo 669 del Código Civil paraguayo: “Los interesados pueden regular libremente sus derechos mediante contratos (...)”; y artículos 1207, 1547 y 1106 de los Códigos Civiles de Puerto Rico, Honduras y Panamá respectivamente, con idénticos pronunciamientos que su homólogo español. 75 Con acierto sostiene LALAGUNA DOMÍNGUEZ, Enrique, Estudios de Derecho Civil. Obligaciones y Contratos, 2ª edición, Tirant lo blanch, Valencia, 1993, p. 41 que: “El contrato es el paradigma (del) poder de vinculación del propio comportamiento de la persona en el orden jurídico. De tal modo, la libertad contractual viene a ser uno de los principios cardinales del orden jurídico”. No obstante, la autonomía de la voluntad en la contratación tiene sus peculiaridades en Cuba, a las que me referiré en breve. Del articulado del Código Civil cabe colegir la libertad de introducir pactos, cláusulas y condiciones a que el artículo 312 se refiere, esto es, determinar el contenido del contrato, a partir del programa contractual que las partes han previsto, a lo cual se subordina la aplicación de las normas de Derecho dispositivo, fijadas por el legislador, a pesar de que no puede perderse de vista y menos en Cuba que de las normas dispositivas deriva la tendencia a un equilibrio de prestaciones, fiel reflejo de la causa contractual, y en consecuencia, solamente admiten su modificación o sustitución, dentro de ciertos límites, cuando ello se encuentre debidamente justificado o compensado. Cabe señalar entre las normas en las cuales resulta nítido diferenciar su carácter dispositivo, aquellas en las que en su hipótesis, se prevé expresamente que las partes pacten: a) La posibilidad de incorporar al contrato elementos o requisitos de naturaleza accidental como el término, la condición y el modo (vid. artículos del 53 al 55), el término de exigibilidad del cumplimiento de la obligación, salvo que el legislador lo establezca expresamente (vid. artículo 234.1). b) Determinar el locus executionis obligationis (vid. artículo 236.1). c) Como régimen jurídico de una obligación pluripersonal el de la solidaridad (vid. artículo 248.4), a cuyas reglas ajustarán el plan de cumplimiento de la obligación. d) Si la sanción pecuniaria tendrá, o no, carácter sustituto respecto de la indemnización de daños y perjuicios resultante, o sea, si al fijar su monto quedaría incluida dicha suma reparadora e indemnizatoria (vid. artículo 268.2). e) El día de ejecución de la prestación obligatoria (vid. artículo 295.2). f) Un período de garantía en los contratos de prestación de servicios que requieren la entrega de un objeto, nunca inferior a seis meses (vid. artículo 332). g) La posibilidad, al menos con carácter supletorio, de fijar el precio en la compraventa (vid. artículo 336) y de determinar los gastos de entrega, recepción del bien vendido, formalización del contrato, y de remisión a lugar distinto al del cumplimiento del contrato. h) La determinación del destino, del tiempo de uso del bien y de la duración del contrato de comodato (vid. artículos 386, inciso b) y 385, inciso b) y 387.2, respectivamente). i) La posibilidad de que el arrendatario pueda subarrendar el bien o ceder los derechos arrendaticios (vid. artículo 395). j) La posibilidad del depositario de usar los bienes que le han sido confiados (vid. artículo 427). k) Obligaciones especiales del asegurado respecto a la prevención y disminución del daño (vid. artículo 456.3). Y en materia de autonomía conflictual, en sede de Derecho Internacional Privado, cabe que las partes determinen de común acuerdo la ley que será aplicable al contrato, de manera que si ellas no lo han hecho, el legislador, en ausencia de sumisión expresa o tácita de las partes, fija como aplicable la lex loci executionis contractus (vid. artículo 17 del Código Civil)76. Por su parte, la libertad contractual tiene su reconocimiento en los artículos 314 y 315 del Código Civil, preceptos que positivizan los contratos atípicos, y los mixtos77, con mucho más auge en la contratación mercantil que en la civil, si tenemos en cuenta que a partir de la década de los años '90 y el redimensionamiento de la economía cubana, con necesidad de insertarse en un mercado globalizado, resulta necesario darle cobertura legal a tipos contractuales con tipicidad social, algunos de ellos, pero carentes de tipicidad legal en el Derecho patrio. A fin de cuentas en la sociedad actual, es muy difícil encontrar un contrato químicamente puro, pues si diseccionamos cualquiera de ellos, podremos constatar que por sus nervios y arterias se desenvuelven prestaciones que de un modo u otro desnaturalizan al contrato en su prístina formulación normativa. 76 En ello se ha basado la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo en su Sentencia № 17 de 20 de junio del 2003 (Proceso Ordinario). Segundo Considerando. Ponente Cobo Roura, al expresar: “... en el presente caso se trata de una relación comercial de carácter internacional en razón del domicilio de una de las partes contratantes, actora en este proceso, en cuya virtud, de conformidad con lo preceptuado en el artículo diecisiete del vigente Código Civil, resulta de aplicación la ley cubana por ser ésta la correspondiente al lugar de ejecución del contrato, y expresa la voluntad de las partes de aplicar la ley material del país en que se litigue, siendo de aplicación, en primer término, por ser asimismo pacto expreso en el contrato suscrito por estas, la Convención de Naciones Unidas sobre Compraventa Internacional de Mercaderías, Viena, mil novecientos ochenta”. 77 Sustentado en este precepto, la Sentencia № 45 de 30 de junio del 2005 de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo (Proceso de Revisión). Tercer Considerando. Ponente Rosario López, ha dispuesto: “... analizado el contenido y alcance del contrato, cuyo incumplimiento se reclama a título de daños y perjuicios, y que fuera denominado inadecuadamente por las partes como de servicio, se trata de una relación jurídica contractual de carácter mercantil que, por su naturaleza, objeto, sujetos y el contenido de sus cláusulas, constituye un contrato atípico, con particularidades propias de los contratos mixtos –tal y como fuera alegado y sostenido por la promovente-, cuyo objeto está integrado por diversas prestaciones, que exceden de la prestación de un servicio y sin que sea ésta la característica que identifique la relación, según se colige del objeto del contrato en cuestión (...)”. Cabe expresar además que hoy día el Derecho Contractual cubano, del cual tampoco escapan otros ordenamientos internos, la autonomía sólo es tal en el campo de las leyes dispositivas, en el terreno de las leyes prohibitivas e imperativas sólo cabrá heteronomía. La ley prohibitiva conlleva determinar que una persona o una materia no podrá participar o ser objeto de un negocio jurídico. Es un mandato de abstención, bien a una persona de que no intervenga en un negocio jurídico o bien a las personas para que se abstengan de realizarlo en una materia específica. Como argumenta LALAGUNA DOMÍNGUEZ es la ley, “(...) la fuente que ofrece el más amplio repertorio de expresiones limitativas de la libertad contractual, lo que no significa que la ley sea la fuente más importante de límites a la autonomía privada”78. Así, las leyes prohibitivas e imperativas limitan la libertad contractual de varias formas, bien: a) Al proscribir un determinado tipo contractual (vid. artículo 74, tercer párrafo de la Ley General de la Vivienda modificada por el artículo 1 in fine del DecretoLey 171 de 15 de mayo de 1997 sobre Arrendamiento de viviendas, habitaciones o espacios, que prohíbe el subarrendamiento de la vivienda y la cesión de derechos arrendaticios). b) Al prohibir si no todo el tipo contractual, sí una zona de su contenido. El contrato en sí es permitido, pero no así determinadas cláusulas, pactos o condiciones (vid. artículo 376 que prohíbe al donante imponer una condición en la donación, artículo 380, al prohibir el pacto de intereses entre particulares y el artículo 342, al prohibir que los sujetos contratantes en la compraventa pacten la exención de la obligación de saneamiento por evicción). c) Al dotar al contrato, libremente concertado, de un contenido previo e imperativamente fijado. Las partes pueden contratar o no, pero de hacerlo les viene encima un contenido sobre el cual no pueden disponer y que se integra al contenido del contrato. Ocurre en nuestro ordenamiento con el contrato de seguro, regulado por el Código Civil en sus artículos 448 al 465, y por las disposiciones dictadas por los organismos correspondientes, contentivos de las condiciones generales y especiales y las tarifas aplicables a cada tipo de seguro. 78 LALAGUNA DOMÍNGUEZ, E., Estudios de Derecho..., cit., p. 48. d) De imponer determinadas formalidades a los negocios. Su desconocimiento invalida el negocio cuando se le considera requisito esencial para su constitución. Es el caso de las formalidades impuestas en nuestro ordenamiento al contrato de sociedad civil (vid. artículo 396.2 del Código Civil). El espíritu de la intervención de la ley en la vida de los negocios jurídicos, y, en especial, de los contratos, no deja de inundar los ámbitos de todas las latitudes79. El volumen de las normas de ius cogens han convertido ciertas relaciones originariamente contractuales en relaciones que implican la preponderancia de obligaciones de origen legal. De manera que, para algunos, significa una reconversión del concepto contrato al concepto status. Al irrumpir así la ley en los terrenos del otrora imperio de la voluntad se ha venido abriendo paso el dirigismo contractual, como manifestación “(...) de desconfianza que al ordenamiento jurídico ofrece el automatismo económico representado por la autonomía contractual”80. La intervención del legislador se realiza especialmente con el fin de garantizar un mínimo de justicia en la relación que surja entre los contratantes. Ello justifica la moderación de la cláusula penal o sanción pecuniaria cuando ha existido un cumplimiento parcial o regular, de modo que la exigencia del cumplimiento íntegro de la cláusula prevista, supondría para el deudor una lesividad o inequivalencia de las prestaciones, razón por la cual el legislador franquea la posibilidad de su reajuste, conforme con la equidad, ya por acuerdo entre las partes o por disposición judicial (vid. artículo 269.2 del Código Civil). 4.4. Pacta sunt servanda (obligatoriedad contractual). El cumplimiento del contrato como deber jurídico y como deber ético. La “cultura” del cumplimiento contractual No positiviza el ordenamiento jurídico civil cubano la obligatoriedad del contrato. Empero, el pacta sunt servanda, se erige como fundamento y razón misma de la 79 Vid. artículo 1255 del Código Civil español, artículo 1322 del Códice Civile italiano, artículo 405 del Código Civil portugués, artículo 1839 del Código Civil mexicano para el Distrito Federal, artículo 454 – II del Código Civil boliviano, artículo 1354 del Código Civil peruano, artículo 669 del Código Civil paraguayo, artículo 312 del Código Civil cubano, artículo 1207 del Código Civil puertorriqueño, artículo 1547 del Código Civil hondureño y artículo 1106 del Código Civil panameño. 80 TRABUCCHI, Alberto, Instituciones de Derecho Civil II – Obligaciones y Contratos. Sucesiones “Mortis Causa”. Donaciones, traducción de la 15ª edición italiana con notas y concordancias al Derecho español por Luis MARTÍNEZ – CALCERRADA, Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1967, p.183. concertación de los contratos. Los contratos se conciertan para cumplirse. Por ello las partes contratantes ajustan el plan de cumplimiento contractual a lo previsto y pactado por ellas. Una buena parte de los códigos de tradición civilista (sistema romano-francés) siguen el modelo del Code, llevando a la norma la idea de la equiparación del contrato a la ley, en cuanto a su fuerza obligatoria concierne. Obvio es que tal equiparación viene de la propia fuerza vinculante pero no en los aspectos formales. Sólo atañe a la firmeza del vínculo que se asume con el contrato o la fuerza vinculante similar entre el contrato y la ley. Las partes lo que hacen al perfeccionar el contrato es crear una regulación normativa privada para la interrelación de sus intereses. Crean una reglamentación a la que deben ajustarse y respetar. Lo que sí debe quedar claro es que cuando la norma jurídica regula la fuerza de ley del contrato, la asimilación ley-contrato no se refiere sino a la imperatividad del vínculo. Una vez perfeccionado el contrato, se crea una norma que compele a las partes como la ley misma, y esa norma no puede dejarse sin efecto, en principio por una manifestación unilateral de voluntad81. La fuerza vinculante del contrato no supone un encadenamiento de la libertad de la persona. La vinculación contractual implica simplemente un cambio de perspectiva en la dinámica real de la libertad82. 81 Ilustrativa resulta la Sentencia de 5 de enero de 1994 de la Audiencia Provincial de Lleida (España) (Ref. 1994/7552) que resolviendo el recurso de apelación radicado al número 712/1993 en su Fundamento de Derecho Primero dispuso: “(...) resulta evidente que todo contrato contiene dentro de sí una imperatividad que no descansa en la voluntad de las partes contratantes, sino que resulta impuesta por el propio ordenamiento jurídico, de tal forma que el contrato no crea normas de derecho objetivo, sino únicamente normas particulares para regular las relaciones entre los contratantes, lo que no es óbice para que lo acordado contractualmente pueda imponerse coactivamente a los contratantes, si éstos no se someten voluntariamente a ello (artículos 1098 y 1099 del Código Civil), no debiendo olvidarse que es la voluntad propia de las partes, la que produce la fuerza obligatoria de los contratos, inspirándose en el principio 'pacta sunt servanda', precisamente en aras del valor y eficacia de lo libremente pactado, en servicio de la seguridad jurídica, de público interés para el mantenimiento del orden social, y también del orden privado, que se basa en las relaciones que ligan a los ciudadanos”. En tanto, la Sala de lo Económico de nuestro Tribunal Supremo en su Sentencia № 153 de 15 de marzo del 2002 (Proceso Ordinario). Sexto Considerando. Ponente Rosario López, deja sentado el principio de la obligatoriedad contractual al disponer: “... la posición asumida por la demandada en el proceso pretende eludir el efecto vinculante del contrato, cuando es lo cierto que en el caso este Contrato de Suministro válidamente celebrado es obligatorio para las partes y por consiguiente, ambas responden por las obligaciones dimanantes del mismo”. 82 LALAGUNA DOMINGUEZ, E., Estudios de Derecho..., cit., pp. 17-20. Ahora bien la obligatoriedad del contrato, no sustrae a las partes de la posibilidad, aunque excepcional, de alterarlo o modificarlo, de mutuo acuerdo, o cuando la ley o las propias partes así lo acuerden de poderlo denunciar unilateralmente. De esta forma ha dicho la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo: “... las partes durante la ejecución del contrato tienen que estarse a lo pactado en el Contrato, sin perjuicio del derecho que le asiste de modificar cualquiera de sus cláusulas mediante Suplemento suscrito al efecto por proceder de razones debidamente fundamentadas (...)”, Sentencia № 100 de 22 de febrero del 2000 (Proceso Ordinario). Segundo Considerando. Ponente Abad Hernández. Conforme la communis opinio al ser obra de dos o más partes el contrato, su destrucción sólo opera por el común acuerdo de quienes han sido sus artífices. Se señala, por tanto, al mutuo disenso como una de las vías por las cuales se puede hacer inoperante el contrato. Acto éste de naturaleza contractual y que despliega una eficacia extintiva de una situación jurídica preexistente. No obstante, también cabe que los efectos del contrato cesen por las causas previstas y reconocidas en la ley, o al menos sean alterados o modificados, cuando circunstancias extraordinarias e imprevistas hagan inequitativas las prestaciones contractuales, autorizándose en tal supuesto una revisión judicial del contrato por circunstancias sobrevenidas que supongan una onerosidad excesiva. En este caso, el juez, en clara intromisión en la normativa privada, intentará poner fin al desequilibrio contractual originado, en aras de ajustar el cronograma de las prestaciones por cumplir con los principios de justicia y equidad contractual, salvando, en última instancia, los fines perseguidos por las partes con la concertación del contrato patológicamente afectado. Este es el sentido del artículo 80 del Código Civil, precepto que debió incluirse en sede de contratos y no de obligaciones, pues en realidad la rescisión procede respecto del acto jurídico (contrato) y no de la obligación nacida de él. Es posible además que las propias partes hayan convenido la eventualidad de denunciar el contrato unilateralmente. En esta circunstancia, en atención a la misma autonomía de la voluntad, cualquiera de ellas, con los requerimientos fijados en el contrato, podrá ponerle fin, utilizando, como es usual, el sistema de preaviso dentro del término fijado ex contractu. En algunas oportunidades es la propia ley la que establece, si bien con carácter excepcional, la posibilidad de desatar unilateralmente el vínculo contractual, v.gr., en el mandato en el cual se autoriza la revocación por el mandante o la renuncia por el mandatario (cfr. artículo 409, incisos a) y b), del Código Civil), ambas causas de extinción del contrato; en el depósito en el que se autoriza al depositante a dar por terminado el contrato antes del término previsto, interesando el bien depositado, aun cuando el depositario dispone para ello de un término prudencial, de acuerdo con la naturaleza del objeto, pudiendo incluso, en el caso de que tal devolución anticipada pueda ocasionarle perjuicios interesar su indemnización (vid. artículo 425 del Código Civil); en el arrendamiento de viviendas, habitaciones o espacios, en el que el propietario, único legitimado ex lege para asumir la cualidad de arrendador, puede dar por terminado el contrato en cualquier momento83 (vid. artículo 6, primer párrafo, del Decreto-Ley Nº 171/1997 de 15 de mayo sobre el arrendamiento de viviendas, habitaciones o espacios); en el comodato que puede extinguirse por la voluntad unilateral del comodante, cuando en circunstancias excepcionales éste tenga necesidad urgente de utilizar el bien objeto del contrato, a pesar de que el término pactado no haya vencido o no hubiere concluido el uso normal establecido (vid. artículo 386, inciso ch), del Código Civil, el cual contempla esta circunstancia como causa extintiva del contrato) y en el transporte de pasajeros, contrato en el que resulta posible como causa de su extinción el desistimiento del pasajero, siempre que éste sea en tiempo (lo que se colige de una interpretación a contrario sensu del artículo 434 del Código Civil). Ahora bien, el cumplimiento de las obligaciones derivadas de un contrato no solo supone para las partes un deber jurídico derivado de la autorresponsabilidad asumida por ellas en razón del contrato mismo concertado, sino también un deber ético. Las partes deben conducirse y educarse en la “cultura” del cumplimiento contractual. El papel social que está llamado a desenvolver este instituto jurídico sólo se alcanza en la medida que se logra el cumplimiento de las prestaciones previstas por las partes. A ello se dirige el llamado del legislador del Código Civil en el tercero de los POR CUANTO cuando preconiza “la ayuda mutua entre los miembros de la sociedad”, y el fortalecimiento de nuestro sistema económico y social, en el que el contrato juega un papel esencial no solo como figura jurídica, sino como instrumento de realización económica. Llama la atención el numeral 16 de la Resolución 2253/2005 de 8 de junio del Ministro de Economía y Planificación al establecer que: “Ante la posibilidad de incumplimiento del contrato, las partes deben comunicarse de inmediato y, conforme con el principio de buena fe contractual, adoptar medidas efectivas que tiendan a disminuir el efecto del incumplimiento”, de este modo la bona fides concurre como un elemento moralizador y estabilizador del contrato, en pos de la ejecución de las prestaciones 83 Lo que, por demás, resulta una paradoja, si se tiene en cuenta la naturaleza de este tipo contractual. previstas, imponiéndosele a las partes el deber de información contractual ante la inminencia de incumplimientos prestacionales y, en todo caso, que su actuar tienda a atisbar el efecto nocivo que cualquier incumplimiento conlleva en el orden patrimonial para las partes contratantes. En última instancia prevé el numeral 16.1 que: “En el contrato deben pactarse, las formas y procedimientos por los que las partes pueden negociar y solucionar amigablemente sus controversias antes de llegar a formular una reclamación judicial, incluyendo penalidades, debiéndose agotar todas las posibilidades de arribar a acuerdo llegado el momento”. En este sentido debe crearse una “cultura” del cumplimiento, las partes de un contrato no solo se obligan a lo estipulado en él, sino a lo que se deriva de la propia naturaleza del contrato y de la buena fe. El deber de cumplimiento no solo es un deber jurídico, sino también un deber ético que las buenas costumbres y la moral le imponen a quienes han empeñado su palabra. Es un compromiso no solo individual, sino también social, en tanto que la realización de un contrato puede suponer la satisfacción de intereses públicos, amén de los individuales que a las partes concierne. 4.5. Relatividad contractual Si partimos de que la libertad contractual deja expedita a los individuos la posibilidad de moldear el fruto de su creación: el contrato, es dable entonces sustentar que ese poder tiene límites, constitutivos de la dimensión negativa de este mismo fenómeno, o sea, ¿cuál es el espacio dentro del que tendrían potestades las partes para diseñar el contrato? Tales límites no son extrínsecos al contrato, en cuanto forman parte de él, son su recubrimiento, la frontera entre el yo contractual, y lo ajeno al contrato, el deslinde entre partes interesadas y tercero contractual. En este orden se ofrece el vínculo conceptual entre la autonomía privada en su dimensión negativa y la relatividad contractual. Como bien expone DÍEZ-PICAZO 84 la ausencia de irradiación de efectos del contrato respecto de los terceros (acotaría efectos directos) se sustenta en el hecho de que el contrato es un acto de ejercicio de poder de autonomía privada, de suerte que desplegar eficacia respecto de terceros constituiría cabalmente lo contrario, es decir heteroeficacia. El fundamento de la relatividad contractual está en la misma esencia del contrato, de la misma manera que es una manifestación de la autonomía de la voluntad, sólo compete a quienes libremente lo concertaron, deducir lo contrario, supondría que una persona quedase obligada por decisión de otra, sin que previamente le haya autorizado, otorgándole representación o ratificado con posterioridad; de lo que 84 Idem, p. 398. hay que salvar, lógicamente, la representación legal que encuentra su ratio en la norma jurídica que la impone85. Entendida la eficacia contractual como las consecuencias jurídicas, o mutaciones que en el espacio vital en que se desenvuelve el contrato este produce, porque así han sido queridas y pretendidas por las partes, no puede negarse que los efectos directos que irradia el negocio contractual, sólo sean de la incumbencia de las partes contratantes. Dicha relatividad supone que el conjunto de deberes y derechos que la relación jurídica contractual creada despliega, sólo atañe a los autores del negocio contractual, y a sus herederos. La fuerza compulsiva del contrato no puede expandirse a los terceros, quienes, en principio, resultan extraños al negocio concertado86. La relatividad contractual se ha elevado al rango de principio general del Derecho Contractual, y así es reconocido por la doctrina y la jurisprudencia foráneas87. 85 Apud VALPUESTA FERNÁNDEZ, María Rosario (coordinadora) et al., Derecho de Obligaciones y Contratos, 3ª edición, Tirant lo blanch, Valencia, 1998, p. 431. 86 La Jurisprudencia francesa así se ha pronunciado: «Una transaction entre cohéritiers à laquelle l’un d’entre eux n’a pas été partie ne fait naître ni obligation ni droit à sa charge; les juges du fond ne portent done pas atteinte au principe de la relativité des effets du contrat en lui refusant toute qualité pour attaquer cet acte. En revanche, ils sont en droit de lui imposer le respect des relations que cet acte avait établies entre les autres cohéritiers». Civ. 1re., 7 de julio de 1981: Bull. civ. I, nº 250, Civ. 1re, 28 de abril de 1981: ibid I, nº 139, y 30 de junio de 1993: ibid I, nº 241. 87 Cfr. DÍEZ-PICAZO, Luis, Fundamentos… I, cit., pp. 398-400); GIORGI, Jorge, Teoría de las Obligaciones en el Derecho moderno (traducción de la 7ª edición italiana, anotada con arreglo a las legislaciones, española y americanas), volumen IV -Fuentes de las Obligaciones. Contratos y fin de los contratos, s. ed., Imprenta de la Revista de Legislación, Madrid, 1911, pp. 277-282; VODANOVIC H., Antonio, Curso de Derecho Civil, tomo IV - Fuentes de las Obligaciones, s. ed., Nascimento, Santiago de Chile, 1942, pp. 268-293; ROJINA VILLEGAS Rafael, Compendio de Derecho Civil. Teoría General de las Obligaciones, tomo III, 19ª edición (concordada con la legislación vigente), Porrúa, México, D.F., 1994, pp. 157159; MARTY, G., Derecho Civil. Teoría General de las Obligaciones, volumen I (traducción de José M. CAJICA Jr.), s. ed., Editorial José M. Cajica Jr., Puebla, México, 1952; ABELIUK MANASEVICH, René, Las Obligaciones, tomo I, s. ed., Temis, Santiago de Chile, s.f., pp. 105-106, entre otros. En el plano jurisprudencial español vid. sentencia de 9 de febrero de 1981 del Tribunal Supremo citada por la sentencia de 15 de marzo de 1994 del mismo foro, a tenor de la cual, del principio de relatividad contractual proclamado en el párrafo 1º del artículo 1257 del Código Civil, los límites subjetivos en relación con la efectividad de los derechos y obligaciones que nacen de todo contrato, se constriñen exclusivamente a las partes contratantes o, en su defecto, a sus herederos, de tal suerte que en general, no puede afectar lo estipulado en todo contrato a quien no intervino en su otorgamiento. En el caso de autos, la demanda se dirigía a obtener el otorgamiento de la correspondiente póliza de transmisión de las acciones de C, S.A., ante corredor de comercio colegiado, en cumplimiento de lo pactado en el contrato de 22-7-83, obligación que sólo podría Aunque comúnmente la doctrina científica alude a principios generales del Derecho Civil, y en especial del Derecho de Contratos, no se suelen sistematizar, y es más, la fuerza de la costumbre, y la communis opinio, son los que los impone. A mi juicio88 no se trata, en esta oportunidad, de una simple regla de Derecho o de un axioma jurídico indiscutible, sino en realidad de un principio general del Derecho Contractual89 que está implícita o explícitamente contenido en el propio sistema legal. Recordemos que el principio de relatividad contractual si bien se reconoce explícitamente en la mayoría de los códigos civiles, en ocasión de regularse las disposiciones generales en sede de eficacia contractual, en otros códigos resulta necesario destilarlo del espíritu de sus normas jurídicas. Así, v. gr. en la legislación chilena no existe un precepto que consagre el citado principio, como tampoco en los códigos de Colombia y Ecuador, inspirados en el Código de Andrés BELLO. El Código Civil cubano se une a esta posición, coligiéndose de su contexto la vigencia de la relatividad contractual como principio, así los artículos 309, 310, 311, 312 y 313, comprendidos en las disposiciones generales del Capítulo I, Título II, Libro III del código hacen referencia exclusivamente a las partes como artífices de la concertación, perfección, contenido y forma del contrato. Así reza el artículo 310: “El contrato se perfecciona desde que las partes…”, “En los contratos las partes pueden establecer…”, ello para preconizar la autonomía de la voluntad en el artículo 312, “…las partes pueden compelerse recíprocamente a cumplir esa formalidad”, según el artículo 313 respecto al imponerse a los socios titulares de la totalidad de las acciones intervinientes en aquel contrato y no a la sociedad demandada que no fue parte en el contrato ni quedara acreditado que tuviera en cartera ninguna acción representativa de su propio capital. Asimismo cfr. sentencias de 27 de enero de 1989, 3 de diciembre de 1990 y 12 de mayo de 1992, en las que se pronuncia expresamente el Tribunal Supremo en el sentido de catalogar como principio a la relatividad contractual. 88 Me refiero al ordenamiento jurídico cubano, a contrario sensu del español en el que el citado principio se normativiza (vid. artículo 1257.1º del Código Civil). 89 Así, algunos autores como MANS PUIGARNAU, Jaime M., Los Principios Generales el Derecho, Repertorio de reglas, máximas y aforismos jurídicos con la jurisprudencia del Tribunal Supremo de Justicia, s. ed., Bosch, Barcelona, 1979, p. xxx, expresan que la distinción técnica entre principio general y regla de Derecho no resulta nada fácil, los principios suponen conceptos o normas fundamentales y abstractas, hayan sido o no objeto de una formulación concreta, en tanto la regla, una locución concisa y sentenciosa que sirve de expresión a un principio jurídico. Corresponde al jurista la misión de descubrir los principios fundamentales del sistema jurídico, en tanto estén contenidos e implícitos, como presupuestos remotos en las normas particulares, o de cualquier manera sean exigidos por ellos como su complemento lógico. Empero, acontece que el propio jurista puede encontrar tales principios ya en parte formulados si no en su íntegro significado, sí al menos en algunos de sus aspectos o fases, por obra del propio legislador. Vid. también DEL VECCHIO, Giorgio, Los Principios Generales del Derecho, traducción y apéndice por Juan OSSORIO MORALES, 3ª edición, Bosch, Barcelona, 1979, pp. 68 y ss. ejercicio de la actio pro forma. Mientras, los artículos 309 y 311, aun cuando no mencionan expresamente el término “partes”, responden al citado principio, la oferta y aceptación a la que alude el artículo 311, para conformar el contrato (artículo 309) suponen la preexistencia de partes contratantes. 4.6. Protección al contratante más débil Es cierto que el Código Civil cubano no positiviza el principio conforme con el cual se ha de atender con especial preferencia los intereses del contratante más débil. Entiéndase que en las condiciones de la economía cubana también existe un sujeto de la contratación que no llega al contrato en iguales condiciones que el otro cocontratante, de ahí los supuestos de asimetría contractual que ponen en riesgo la presunta igualdad paritaria reivindicada por el artículo 1 del Código Civil. Vale aclarar que no se trata del favor debitoris, principio también derivado de la buena fe, conforme con el cual en las particulares relaciones obligatorias se tiende a proteger al deudor. Mas, resulta que muchas veces el deudor de una relación obligatoria contractual no es el contratante más débil, y ejemplo de ello lo encontramos en los contratos con consumidores, en los que, quien presta el servicio se convierte en deudor por deficiencia o irregularidad en el cumplimiento de las prestaciones, resultando el consumidor o destinatario final del producto o servicio quien funge como acreedor. En este sentido se siente la ausencia de la interpretatio contra proferentem en nuestro Derecho positivo. De todas formas, el favor debitoris puede resultar una herramienta útil para el consumidor, en tanto actúe como deudor en la relación jurídica obligatoria, pues a pesar de la carencia de un precepto ad hoc regulador de este principio, es clara la tendencia extremadamente protectora del deudor en las normas del Código Civil, a saber: a) Dispone a su favor el deudor en las obligaciones puras de un término de quince días para cumplir la prestación, contado éste a partir de su intimación (mora ex persona) por el acreedor (vid. artículo 234.2). b) A falta de acuerdo de las partes o de aplicación de las reglas legales, el locus solutionis será el domicilio del deudor (vid. artículo 236.3). c) Corresponde al deudor que paga, se le entregue recibo de pago y si con él, extingue la deuda, que se le cancele el título de la obligación (vid. artículo 237). d) En las obligaciones sujetas a término, este favorece al deudor, a menos que las partes hayan estipulado lo contrario, o así se derive de la naturaleza o circunstancias de la obligación (vid. artículo 238). e) En el supuesto de imputación de pago, el deudor tiene preferencia para declarar a cuál de las varias deudas contraídas con el acreedor, debe entenderse imputado el pago (vid. artículo 239.1). f) Corresponde al deudor la elección de la prestación, entre las varias previstas, en las obligaciones alternativas, si otra cosa no se deriva de la naturaleza de la obligación (vid. artículo 244). g) En las obligaciones con prestaciones genéricas, igualmente la elección compete al deudor (vid. artículo 245). h) Salvo disposición expresa de las partes, la solidaridad pasiva, sólo existe en los casos previstos en la ley (vid. artículo 248.4). i) En caso de mora accipiendi, el deudor se libera del cumplimiento de la obligación, consignando el bien objeto de la prestación, si se tratare de obligaciones positivas de dar (vid. artículo 254). j) En los supuestos de cesión de créditos, el pago hecho por el deudor al acreedor aparente, si no le había sido notificada la cesión, lo libera respecto del acreedor primigenio (vid. artículo 261), igualmente el deudor tiene derecho a oponer al nuevo acreedor todas las excepciones que podría haber opuesto al acreedor original en el momento de serle notificada la cesión (vid. artículo 262). k) Le es dable al nuevo deudor, en los casos de asunción de deudas, oponer al acreedor las mismas excepciones derivadas de la relación jurídica existente entre él y el deudor original (vid. artículo 265). No obstante, el Código Civil de Cuba no es ajeno a la protección a la parte más débil del contrato, resultando uno de los códigos pioneros en incorporar en su plexo normativo la noción de consumidor y usuario. En tal sentido el profesor CARRASCO PERERA, ha expresado que le “sorprende gratamente encontrar también en este Código normas de protección de los consumidores y usuarios”90. A lo cual ha agregado el profesor ACEDO PENCO que “Si bien (...) no ha venido siendo muy frecuente la inclusión en los textos legales que conforman los códigos civiles que siguen el modelo francés del Code de Napoleón de 1804, el reconocimiento de la figura autónoma de la protección de los consumidores y usuarios, lo cierto es que el Código Civil de la República de Cuba (...) ha sido sensible a la introducción de 90 CARRASCO PERERA, A., “Introducción”…, cit., p. 13. Para el autor es un modelo de prudencia jurídica y corrección técnica “encontrar una norma que detalle los derechos que corresponden al comprador de productos duraderos, respecto de la garantía del buen funcionamiento, técnica y prudencialmente tan correcta como la que se contiene en los arts. 364 y 365, que supera con mucho la comparación con nuestros imperfectos arts. 1486 del Código Civil o 11 de la Ley de Consumidores y Usuarios”. esta protección en su articulado en materia de regulación de los contratos”91. En este sentido alega el citado profesor que: “Estas referencias pueden advertirse, directamente, al menos, en los artículos 321 (disposiciones comunes a los contratos de prestación de un servicio), 324 y 325 (disposiciones especiales para los contratos en que el servicio requiere la entrega de un objeto) así como 353 (compraventa en establecimientos de comercio minorista) del Código cubano. Sin embargo, en la regulación de otras muchas instituciones jurídico privadas del Código también se aprecia esta sensibilidad protectora hacia la parte más débil del contrato”92. Esta exigencia de la obligación de información se concreta igualmente en el artículo 324 respecto de la necesidad de advertir previamente al consumidor (usuario) de los desperfectos e inconvenientes que puede sufrir el objeto después de realizar el trabajo a los efectos de que el contratante pueda desistir del servicio si no le resultara conveniente. Por su parte, el artículo 325 reconoce la acción de reclamación del que recibe un servicio deficiente frente a la entidad o persona que se lo prestó. En tal caso, además de obligarse a tomar las medidas adecuadas para la subsanación de las deficiencias al causante de ellas, también se le conmina al cumplimiento de las obligaciones propias del servicio, y si no fuere posible, a resarcir la oportuna indemnización económica por los daños y perjuicios originados. Así, la garantía del bien vendido se contiene en los artículos 361 a 366, en concreto, en el artículo 364 se reconoce el derecho del comprador (consumidor), cuando el bien no puede ser reparado correctamente, al cambio por otro o a la resolución del contrato, derecho que se reconoce igualmente si tras su reparación vuelven a aparecer los defectos en el período de garantía, debiendo computarse en tal caso un nuevo período de garantía, igual al original. Si el defecto irreparable no impide su uso normal, entonces el consumidor tendrá derecho a una rebaja del precio. Y en el artículo 366, se concede la acción de reclamación por la garantía de los bienes al comprador, frente a la entidad vendedora, o la que se señale en el certificado de garantía, y podrá ejercitarse desde el momento en que se advierta la deficiencia. De este modo concluye el ya nombrado profesor expresando, con razón, que: “Este sistema sobre el régimen de las garantías del bien vendido establecido en el Código Civil de Cuba contiene mecanismos sencillos y de cierto parecido a los más complejos, y algo más oscuros, que recoge la Directiva 99/44CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 25 de mayo de 1999 sobre determinados aspectos de la 91 ACEDO PENCO, Ángel, “El concepto de consumidor y usuario y sus derechos básicos en el vigente Derecho comunitario europeo y español. La protección del consumidor en el Código civil de la República de Cuba” (inédito), p. 14. 92 Idem, p. 14. venta y las garantías de los bienes de consumo, a la que se anticipa, con éxito, en más de un decenio”93. También merece prestar atención al régimen de responsabilidad civil por las actividades que generan riesgo, contenido en los artículos 104 a 107, y en especial, el 105, reguladores de reglas de responsabilidad civil solidaria, y el 106 sobre la exención de responsabilidad cuando se demuestre que los daños sufridos fueron culpa de la víctima. Se mencionan como sustancias peligrosas las que resulten nocivas o perjudiciales en cuanto puedan causar daños y perjuicios dentro o fuera de los medios de transporte terrestre, aéreo o marítimo, incluyendo las sustancias radioactivas, los hidrocarburos y sus derivados, y otras que se decidan en convenios internacionales. Como se ha podido constatar, el Derecho cubano no ha permanecido ajeno a los movimientos legislativos de protección jurídica de los consumidores, siendo pionero en la introducción, en su Código Civil de 1987, de importantes mecanismos protectores de los intereses económicos de aquellos. 5. ¿Quo vadis Derecho de Contratos? Resulta difícil predecir cuáles serán las coordenadas futuras de nuestro Derecho de Contratos, el cual no puede tomarse aisladamente, pues al fin y al cabo vivimos en un mundo globalizado en el que la figura jurídica del contrato sigue siendo “posibilitador y paradigma de relaciones humanas”94. Es casi imposible, en consecuencia, encapsularlo, pues el Derecho de Contratos es desde ya el lenguaje de común entendimiento entre los juristas, cualquiera sea la escuela jurídica a la que pertenezcan o el sistema de Derecho al que se adscriban sus normas jurídicas nacionales. Adpero, la realidad interna de cada nación siempre imprime un sello de personalidad propia a las instituciones del Derecho. Cada día merece mayor atención la protección al consumidor, dentro de un sistema jurídico organizado y dispuesto a ese fin, y no a través de una abrumadora lista de normas legales, de la más disímil jerarquía normativa 95, una buena parte de 93 Ibídem, pp. 14-15 La frase se atribuye a FIOL MATTA, Liana, “La buena fe como presupuesto para la uniformidad del Derecho de contratos”, en Revista del Colegio de Abogados de Puerto Rico, Nº 2, vol. 59, abril-junio 1998, p. 129. 95 Así, Decreto № 155/1989 de 1º de noviembre, “Contravenciones de las regulaciones sobre precios y tarifas, comercio minorista, gastronomía y determinados servicios”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Extraordinaria, № 19, de 14 de noviembre de 1989, Decreto № 227/1997 de 1º de noviembre, “Contravenciones personales de las normas que rigen la política de precios y tarifas”, en Gaceta Oficial de 94 ella, producción normativa ministerial96, pues si bien, como expresa la profesora OJEDA RODRÍGUEZ, la sociedad cubana no es una sociedad de consumo. “Sin embargo, el ciudadano consume (sin ser consumista) ya que el consumo es una actividad humana necesaria y es una etapa propia del proceso económico; en consecuencia los ciudadanos cubanos adquieren, disfrutan y utilizan bienes y servicios para satisfacer sus necesidades personales, familiares y domésticas, las cuales deben solventar, si no de forma exclusiva en nuestras condiciones sí de modo preponderante, a través de la concertación de contratos de prestación de servicios, contratos que son concertados bajo condiciones generales que tienen las características de predisposición, unilateralidad e imposición a la parte que se adhiere a ellas, los consumidores”97. Por esta razón urge de una coherencia y sistematicidad a la protección de los consumidores como eslabón más débil de la cadena contractual. Es cierto que el Código Civil cubano es precursor en la inserción legal de medidas tuitivas de alcance general, pero ello no es suficiente. Un sistema de protección al consumidor ha de ser coherente, sistemático, simétrico. Se requiere de una estructura piramidal, de una autoridad la República de Cuba, Ordinaria, № 37, de 24 de noviembre de 1997, Decreto-Ley № 182/1998 de 23 de febrero, “De Normalización y Control”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ordinaria, № 17, de 2 de abril de 1998, Decreto-Ley № 183/1998 de 23 de febrero, “De la Metrología”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ordinaria, № 17, de 2 de abril de 1998, Instrucción № 2/1998 de 8 de marzo del Ministro de Finanzas y Precios,”Metodología para la aplicación de las contravenciones personales por la violación de las normas que rigen la política de precios y tarifas minoritarias”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ordinaria, № 27, de 1º de junio de 1998, Decreto № 267/1999 de 3 de septiembre, “Contravenciones de las regulaciones establecidas sobre normalización y calidad”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ordinaria, № 55, de 6 de septiembre de 1999, Decreto № 271/2001 de 11 de enero, “Contravenciones de las regulaciones establecidas sobre metrología”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ordinaria, № 9, de 19 de enero del 2001. 96 Dan fe de ello, la Resolución № 236/1990 de 16 de octubre del Ministro del Comercio Interior, “Reglamento sobre reclamaciones de la población por defectos de calidad del calzado”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ordinaria, № 42, de 26 de octubre de 1990, la Resolución № 148/2003 de 22 de abril de la Ministra del Comercio Interior, “Manual de procedimientos para la aplicación de la política comercial en el mercado interno en divisas”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ordinaria, № 11, de 12 de mayo del 2003, la Resolución № 201/2003 de 2 de junio de la Ministra del Comercio Interior,”Manual de lineamientos para la aplicación de la política comercial para el mercado en divisas”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ordinaria, № 14, de 13 de agosto del 2003, la Resolución № 247/2003 de 7 de julio del Ministro del Comercio Interior,”Indicaciones generales para los servicios de garantía y postventa de los equipos electrodomésticos, electrónicos, enseres menores y otros”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Extraordinaria, № 14, de 13 de agosto del 2003 y la Resolución № 255/2003 de 30 de septiembre del Ministro de la Industria Básica, contentiva del “Reglamento para el servicio del gas licuado de petróleo a la población”, en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Extraordinaria, № 2, de 5 de febrero del 2004. 97 Vid. OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C., “Los consumidores en el Derecho Contractual cubano”, en Tendencias actuales del Derecho Cuba – Argentina, Roberto O. BERIZONCE, Juan MENDOZA DÍAZ (coordinadores), bibliográfika de Voros, Buenos Aires, 2006, p. 401. administrativa imparcial, que vele por el estricto cumplimiento de los derechos de los consumidores y de un sistema arbitral o judicial que ofrezca celeridad y seguridad jurídica a la solución de los conflictos que se suscitan, no con poca frecuencia, por el incumplimiento de obligaciones derivadas de contratos con consumidores y usuarios. Urge una nueva lectura del Derecho del consumo y una nueva dimensión del contrato, con realce de la buena fe no solo en la etapa de negociación, sino en la etapa de ejecución de las obligaciones derivadas de éste. Sin un control judicial o administrativo de las cláusulas abusivas contenidas en el pliego de condiciones generales, máxime cuando muchas de las empresas que suministran el servicio tienen el monopolio de éste, poco se habrá avanzado. Otro de los derroteros por donde ha de transitar el Derecho de Contratos en Cuba es el de la unificación del régimen general de las obligaciones y contratos. Estamos hablando de los principios generales que informan cualquier régimen contractual. En Cuba este sacrosanto tríptico de contratos civiles, económicos y mercantiles, ha dado más quebraderos de cabeza, que soluciones dúctiles y flexibles. Si tenemos en cuenta los agentes económicos que interactúan en nuestra economía, no podemos dar la espalda a sus peculiaridades. Es cierto, y no lo niego, que la economía cubana ofrece ribetes disímiles a la del resto de los países iberoamericanos, por compararla con los países de nuestro entorno histórico, cultural, y geográfico, pero estoy refiriéndome tan solo a los principios generales de la contratación, amén de las peculiaridades que el contrato pueda revestir en relación con los sujetos que en él intervienen y la función socio-económica llamada a desempeñar. Negarlo sería ofrecer una opinión descontextualizada, y esa no es mi labor. La naturaleza independiente de los llamados “contratos económicos”, discutible incluso en su denominación, pues a mi juicio, todos lo son, dado el carácter económico que es consustancial a la naturaleza del contrato, hoy está en tela de juicio. En un interesante artículo escrito por los profesores COBO ROURA y ODRIOZOLA GUITART, voces autorizadas del Derecho Económico en Cuba, los autores ponen en duda la autonomía de la contratación económica, en tanto se preguntan si debe mantenerse la dicotomía entre contratos mercantiles y económicos, que tanto ha llamado la atención a los operadores del Derecho en el país, y en ese sentido reflexionan que “estamos en presencia de la misma institución cuya denominación tal vez dependa, en nuestra realidad y en nuestros días, más de consideraciones ideológicas que de conceptualizaciones jurídicas”98. Comparto su tesis de que el contrato económico surge como contrapartida al contrato mercantil, pues quizás se entendió que para nuestra sociedad los términos mercancía, mercado, mercantil, 98 COBO ROURA, Narciso A. y Johana ODRIOZOLA GUITART, “Los contratos económicos. Una visión desde la actualidad”, en Temas de Derecho Económico, redactado por un colectivo de autores, Félix Varela, La Habana, 2005, pp. 113-114. comerciante, le eran ajenos, sin embargo la realidad demostró lo contrario. Por eso arguyen los citados profesores, la necesidad de replantearse el significado del término privado en sede de contratación, descontextualizándolo de la propiedad privada, y concibiéndose como sinónimo de posición paritaria de las partes en el contrato. Es muy difícil distinguir los sujetos de los contratos económicos, de aquellos que en nuestras condiciones actúan en los contratos mercantiles, el fin en ambos es el mismo, si bien el marco normativo referencial es disímil. Hoy día contamos con un Código Civil de finales de la década de los años '80, un DecretoLey sobre contratación económica de una década antes y un Código de Comercio del siglo antespasado, que cuan fósil viviente, se ha extraído del fondo de los mares, en los que durante décadas languideció. Y en fecha muy reciente (2005) una Resolución del Ministro de Economía y Planificación contentiva de Indicaciones para la contratación económica, aplicable solo a contratos económicos, si bien por autonomía de las partes, extensible a contratos mercantiles internacionales (vid. segundo párrafo del segundo apartado). Todo ello supone el andamiaje normativo de primer orden, regulador del Derecho Contractual. Dicho sea de paso, la última de las disposiciones jurídicas mencionadas, si bien atañe a los contratos económicos está inspirada en los “Principios sobre los contratos comerciales internacionales” elaborados en Roma por UNIDROIT99. Precisamente concluyen sus aseveraciones los nombrados profesores, manifestando su inquietud por el diapasón normativo que en sede contractual se abre en el Derecho cubano. Para ellos la coexistencia de estos cuerpos legales “es una muestra de la profusión normativa en esta materia y sin dudas complejiza lo relativo a cuál es la disposición aplicable a una relación jurídica dada”100. Y es muy cierto, esta profusión normativa en nada contribuye a la seguridad jurídica. En estas circunstancias el Código Civil está llamado a cumplir la función rectora que le viene establecida. Una regulación exhaustiva de los principios generales de la contratación, conforme con los dictados de estos tiempos, ayudaría a lograr una economía preceptual en el ordenamiento jurídico cubano muy loable. Los modelos internacionales como los citados principios de UNIDROIT o la Convención de Viena de 1980 sobre compraventa internacional de mercaderías, suscrita por Cuba, o los Principios del Derecho Europeo de Contratos redactados por una comisión, presidida por el profesor danés Ole LANDO, son modelos paradigmáticos que debemos tomar hacia dentro, o sea, en la contratación doméstica. 99 Así, si hacemos unas concordancias pudiéramos citar: el numeral 8.2 con el artículo 2.11, apartado 1) de los principios de UNIDROIT, el numeral 7 con el artículo 2.2, el numeral 2.1 con el artículo 2.16. 100 COBO ROURA, N. A. y J. ODRIOZOLA GUITART, “Los contratos económicos...”, cit., p. 114. No por mero capricho el legislador decimonónico español del Código de Comercio remitió en sus artículos 2 y 50, en lo que a la regulación de las normas de carácter general en sede de contratación concierne, al Derecho común, dígase Derecho Civil, aun con carácter supletorio. Como expresa el profesor DÁVALOS FERNÁNDEZ: “El Derecho civil es el eje central del sistema jurídico. Las distintas ramas del Derecho se han desarrollado posteriormente y siempre a partir de los principios del Derecho civil, que actúa generalmente como supletorio a las normas de otras ramas del ordenamiento material interno, y continúa siendo el centro por excelencia de la ciencia jurídica (...)”101. Cobran vida también las palabras del profesor colombiano PINZÓN SÁNCHEZ, cuando al estudiar la quaestio iuris, en su entorno legal comenta: “bien podría acometerse una reorganización interna del derecho privado que mantenga en el Código Civil sus materias intransferibles, según la expresión de JOAQUÍN GARRIGUES; que adopte un estatuto general sobre obligaciones de derecho privado, llámese código de las obligaciones, ley general sobre las obligaciones o de cualquier otro modo; y que a través de leyes especiales regule las diversas facetas de la actividad económica desarrollada por los particulares con la colaboración del Estado o sin ella, pero en todo caso bajo su vigilancia y custodia (…)”102. Un estudio preliminar de los criterios jurisprudenciales esgrimidos por la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo nos daría la razón. La mayoría de las instituciones jurídicas contenidas en sus sentencias son meramente civiles, de modo que la Sala de lo Económico se ha convertido en la Sala del Tribunal Supremo que más aplica, aun cuando lo hace con carácter supletorio, las normas del Derecho Contractual contenidas en el Libro III del Código Civil. Ha sido esta Sala quien más ha contribuido a interpretar dichas normas, incluso más que la propia Sala de lo Civil y de lo Administrativo, que resuelve un mayor número de casos sobre limitaciones derivadas de las relaciones de vecindad, usucapión, conflictos particionales del caudal hereditario, nulidades de títulos de dominio y de títulos sucesorios y todo lo relativo al Derecho de Familia, sin obviar la jurisdicción administrativa cuyo conocimiento le viene impuesto. En este orden sienta pautas la interpretación de la Sala de lo Económico en torno a los criterios de 101 Vid. DÁVALOS FERNÁNDEZ, Rodolfo, Fronteras y Contratos, Ciencias Sociales, La Habana, 2005, p. 38. 102 Vid. PINZÓN SÁNCHEZ, José, “El Código de Comercio treinta años después de su expedición. Algunas reflexiones acerca del sentido actual de una codificación en materia mercantil” en Estudios de Derecho Económico, tomo I - Instituciones de Derecho Comercial, José ALPINIANO GARCÍA- MUÑOZ y Jorge OVIEDO ALBÁN (coordinadores), Ediciones Jurídicas Gustavo Ibáñez, Ltda., Bogotá, 2003, pp. 45-46. hermenéutica contractual103, imputación de pagos104, moneda de pago105, caducidad106, prescripción107, buena fe108, prohibición de ir contra los actos propios109, efecto vinculante de los contratos110, obligación sujeta a término suspensivo 111, cláusula rebus sic stantibus112, entre otros. En una buena parte de dichas sentencias se invoca el carácter supletorio de las normas del Código Civil, pero al fin y al cabo no se hace sino determinar el sentido y alcance del plexo normativo recogido en sede contractual en dicho código. Ello a pesar de una supuesta parte general de las normas de la contratación económica que se contienen en el Decreto Ley 15/1978, 103 Vid. Sentencia № 741 de 29 de diciembre del 2000 (Proceso Ordinario), séptimo considerando, Sentencia № 153 de 15 de marzo del 2002 (Proceso Ordinario), séptimo considerando, Sentencia № 185 de 11 de abril del 2002 (Proceso Ordinario), décimo considerando, Sentencia № 196 de 3 de mayo del 2002 (Proceso Ordinario), décimo considerando, Sentencia № 214 de 6 de junio del 2002 (Proceso Ordinario), tercer considerando, Sentencia № 215 de 4 de julio del 2002 (Proceso Ordinario), quinto considerando, Sentencia № 251 de 3 de noviembre del 2002 (Proceso Ordinario) octavo considerando, Sentencia № 278 de 29 de noviembre del 2002 (Proceso Ordinario), tercer considerando, Sentencia № 712 de 12 de diciembre del 2002 (Proceso Ordinario), cuarto considerando, Sentencia № 3 de 30 de enero del 2003 (Proceso Ordinario), sexto considerando, Sentencias № 10 y № 11 de 30 de enero del 2003 (Proceso de Revisión), segundo considerando, Sentencias № 29 y 30 de 20 de mayo del 2003 (Proceso de Revisión), primer considerando, Sentencia № 43 de 30 de junio del 2003 (Proceso de Revisión), cuarto considerando, Sentencia № 65 de 26 de noviembre del 2003 (Proceso de Revisión), segundo considerando, Sentencia № 21 de 10 de marzo del 2004 (Proceso de Revisión), tercer considerando, Sentencia № 40 de 10 de noviembre del 2004 (Proceso Ordinario), cuarto considerando, Sentencia № 190 de 29 de noviembre del 2004 (Proceso Ordinario), segundo considerando, Sentencia № 17 de 28 de abril del 2005 (Proceso de Revisión), séptimo considerando, Sentencia № 45 de 30 de junio del 2005 (Proceso de Revisión), primer considerando, Sentencia № 33 de 28 de febrero del 2006 (Proceso de Revisión), quinto considerando, todas de la ponente Rosario López, Sentencias № 79 y № 80 de 15 de noviembre del 2005 (Procesos de Revisión). Primer Considerando en ambas, Sentencia № 25 de 3 de abril del 2006 (Proceso de Revisión), primer considerando, Sentencia № 26 de 6 de abril del 2006 (Proceso de Revisión), sexto considerando, estas cuatro últimas de la ponencia de Abad Hernández. 104 Vid. Sentencia № 73 de 8 de febrero del 2002 (Proceso Ordinario), primer considerando. Ponente Cobo Roura. 105 Vid. Sentencia № 188 de 15 de abril del 2002 (Proceso Ordinario), segundo considerando, ponente Caballero Luque. 106 Vid. Sentencia № 10 de 31 de enero del 2000 (Proceso Ordinario), sexto considerando, ponente Caballero Luque, Sentencia № 102 de 28 de febrero del 2000 (Proceso Ordinario), sexto considerando, Sentencia № 218 de 28 de marzo del 2000 (Proceso Ordinario), cuarto considerando, Sentencia № 340 de 21 de julio del 2000 (Proceso Ordinario), cuarto considerando, las tres de la ponente Rosario López, Sentencia № 180 de 3 de abril del 2002 (Proceso Ordinario), onceno considerando, ponente Caballero Luque, Sentencia № 663 de 14 de octubre del 2003 (Proceso de Revisión), octavo considerando, Sentencia № 693 de 16 de noviembre del 2003 (Proceso Ordinario), onceno considerando, ambas del ponente Caballero Luque, Sentencia № 17 de 27 de febrero del 2004 (Proceso Ordinario), primer considerando, ponente Caballero Luque, Sentencias № 18 y № 19 de 27 de febrero del 2004 (Procesos de Revisión), tercer y cuarto considerandos, respectivamente, ambas de la ponente Rosario López, Sentencia № 17 de 27 de febrero del 2004 (Proceso Ordinario), quinto considerando, Sentencia № 27 de 16 de marzo del 2004 (Proceso Ordinario), quinto hoy desactualizado, con muy limitado alcance. Por ello, la Resolución 2253/2005 del Ministro de Economía y Planificación, que acude a oxigenar el ya enfermizo Decreto-Ley, solo resuelve a medias, el problema, pero crea otros. Con su vigencia se positivizan principios que si bien aparecen regulados en el Código Civil, no con el alcance que le da de esta norma. Así el de la buena fe (numerales 2 y 3.2), lealtad y colaboración negocial (numerales 2, 3.2, 10, 16.1), se reconoce el deber de confidencialidad de las partes durante las tratativas preliminares (numeral 2.1) y la responsabilidad por su quebrantamiento (numeral 2.1), se regula expresamente el mutuo disenso como causa de extinción del contrato (numeral 3.5) y se suplen los vacíos contenidos en el Código Civil sobre el proceso de formación del contrato (oferta, aceptación, efectos del silencio, posibilidad de contraoferta –numerales 7 y 8-). Es de lamentar la vacuidad de la citada Resolución que al final no logra el cometido que en el año 2005 le debía corresponder, o sea convertirse en una norma de alcance general reguladora de los principios generales de la contratación, a incorporarse en un futuro en el texto del Código Civil. Nuevamente el péndulo va de un lado hacia otro, sin encontrar su más atinada orientación considerando, ambas del ponente Caballero Luque. 107 Vid. Sentencia № 258 de 10 de abril del 2000 (Proceso Ordinario), quinto considerando, ponente Rosario López, Sentencia № 10 de 10 de mayo del 2003 (Proceso Ordinario), segundo considerando, ponente Cobo Roura, Sentencia № 18 de 27 de febrero del 2004 (Proceso de Revisión), sexto considerando, Sentencia № 45 de 30 de junio del 2005 (Proceso de Revisión), octavo considerando, Sentencia № 81 de 18 de noviembre del 2005 (Proceso de Revisión), primer considerando, estas tres últimas de la ponente Rosario López. 108 Vid. Sentencia № 165 de 27 de marzo del 2000 (Proceso Ordinario), décimo considerando, Sentencia № 153 de 15 de marzo del 2002 (Proceso Ordinario), noveno considerando, Sentencia № 185 de 11 de abril del 2002 (Proceso Ordinario), decimocuarto considerando, Sentencia № 211 de 29 de mayo del 2002 (Proceso Ordinario), quinto considerando, Sentencia № 236 de 22 de octubre del 2002 (Proceso Ordinario), tercer considerando, Sentencia № 3 de 30 de enero del 2003 (Proceso Ordinario), noveno considerando, Sentencia № 45 de 30 de junio del 2005 (Proceso de Revisión), décimo considerando, todas de la ponente Rosario López. 109 Vid. Sentencia № 105 de 25 de febrero del 2000 (Proceso Ordinario), tercer considerando, Sentencia № 165 de 27 de marzo del 2000 (Proceso Ordinario), onceno considerando, Sentencia № 185 de 11 de abril del 2002 (Proceso Ordinario), sexto considerando, Sentencia № 210 de 29 de mayo del 2002 (Proceso Ordinario), octavo considerando, Sentencia № 214 de 6 de julio del 2002 (Proceso Ordinario), octavo considerando, Sentencia № 228 de 15 de octubre del 2002 (Proceso Ordinario), cuarto considerando, Sentencia № 251 de 3 de noviembre del 2002 (Proceso Ordinario), cuarto considerando, todas de la ponente Rosario López. 110 Vid. Sentencia № 153 de 15 de marzo del 2002 (Proceso Ordinario), sexto considerando, ponente Rosario López. 111 Vid. Sentencia № 54 de 30 de junio del 2006 (Proceso de Revisión), cuarto considerando, ponente Rosario López. 112 Vid. Sentencia № 15 de 7 de febrero del 2003 (Proceso Ordinario), segundo considerando, ponente Abad Hernández. A la par de la unificación del régimen jurídico contractual, necesariamente el Derecho de Contratos tiene que ofrecer soluciones a los impactos que la ciencia y la tecnología imponen. Para el profesor colombiano OVIEDO ALBÁN “(...) las transformaciones de la contratación contemporánea abarcan las relaciones derivadas de las modernas tecnologías, el 'comercio electrónico' (...). Por otra parte (...) deben ser observadas también desde la óptica de la legislación fiscal, la normatividad sobre propiedad intelectual y propiedad industrial”113. Los principios de la contratación pueden ser adaptados a cualquier régimen de contratos, sean estos concertados vía electrónica o no. Por ello las normas que se adopten en este sentido tan solo han de tender a modificar la normativa existente en lo que resulte pertinente, pues los contratos en soporte electrónico no constituyen un nuevo tipo contractual, y sí tan solo una nueva manera de concertar el contrato. No obstante, el Derecho cubano debe dar pasos importantes en este orden, de modo que el comercio electrónico cuente con normas legales capaces de ofrecer la cobertura que la era de la cibercontratación requiere, a lo cual han de responder los juristas, no solo como autores de normas legales, sino también como creadores de la doctrina cubana en este orden. Como expresara AMOROSO FERNÁNDEZ “asistimos a la gestación de nuevos usos y costumbres aplicadas al Comercio. Se requiere de esfuerzo coordinado y de acciones integradoras en materia de Derecho, de una nueva mentalidad jurídica y de comprender al Comercio Electrónico no como un mito sino como una realidad que existe y se expande."114, “con el uso intensivo que se dará a la contratación electrónica, los investigadores del Derecho se encuentran obligados a dedicar tiempo y esfuerzo en la búsqueda de los mecanismos legales que brinden una adecuada seguridad a las personas que se involucran contractualmente al usar tales medios, dado que la contratación electrónica es el presente que nos toca vivir.”115 Igualmente urge una reformulación de los programas de estudios en las universidades. De nada vale que se preconicen cambios en el orden normativo, si desde las universidades, que es donde se hace ciencia del Derecho, se mantiene incólume la enseñanza del Derecho Contractual. Nada se habrá avanzado mientras desde las aulas se reciba una teoría general de las obligaciones y contratos civiles con una perspectiva reduccionista, mirando solo el área de conocimiento del 113 OVIEDO ALBÁN, Jorge, “Transformaciones de la contratación mercantil: hacia una lex mercatoria”, en Estudios de Derecho..., cit., p. 191. 114 AMOROSO FERNÁNDEZ, Y., cit. pos HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Lisette, “Momento y lugar de perfección de los contratos concertados vía electrónica”, Tesis doctoral, Las Villas, 2004 (en biblioteca de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana), p. 2 115 ESPINOZA CÉSPEDES, José Francisco, Contratación electrónica, medidas de seguridad y derecho informático, Ed. RAO, Lima, 2000, p. 17. Derecho Civil, en tanto después, en la medida que se avancen los estudios universitarios, se imparta la teoría general de los contratos mercantiles, y los nombrados contratos económicos, como si fueran compartimentos estancos, ajenos los unos a los otros, corriéndose el riesgo de reiterarse conocimientos ya recibidos e incluso con posibilidad de antinomias que pudieran ser transmitidas a los alumnos. De idéntica manera, sería irreprochable que obviáramos la existencia de los contratos atípicos que van teniendo reconocimiento social, o sea, los contratos llamados de tipicidad social, pero no normativa, pues ya estamos inmersos en una contratación atípica y en medio de una conexidad negocial, difícil de darle la espalda. De lo cual da fe el sinnúmero de contratos atípicos recepcionados en nuestro Derecho116 como los contratos de sponsoring 117, el leasing, el factoring, los contratos de transferencia de tecnología como el contrato de servicios y asistencia técnica, el contrato de suministro de maquinarias y equipos con su correspondiente documentación técnica, el contrato de inversión extranjera, en la cual se aporta tecnología, el contrato de franquicia, el contrato de cesión y el contrato de licencia (licencia de patente, licencia de marca, licencia de know-how o cualquier otro derecho de propiedad industrial), los contratos de representación a favor de entidades de gestión colectiva en sede de derecho de autor, el contrato de servicio de seguridad y protección118, el contrato de administración hotelera119, el contrato de servicios portuarios120, el contrato de construcción y montaje121, el contrato para la comercialización del combustible122, entre otros tantos. Tampoco 116 Sobre el tema vid. ROSELLÓ MANZANO, Rafael et al., “Atipicidad y contratos atípicos: implicaciones teóricas y prácticas”, ponencia presentada a la III Jornada Internacional de Derecho de Contratos, La Habana, marzo 31 - abril 2 del 2004, en CD IV Jornada Internacional de Derecho de Contratos, 2005. 117 Particularmente sobre este contrato vid. GUEVARA ESPINA, Aymé, Bárbara, RICARDO VENTURA y Erianna SUÁREZ LÓPEZ, “El contrato de esponsorización, como expresión de los nuevos tipos contractuales”, ponencia presentada a la III Jornada Internacional de Derecho de Contratos, La Habana, marzo 31 - abril 2 del 2004, en CD IV Jornada Internacional de Derecho de Contratos, 2005. 118 Vid. Sentencia № 25 de 3 de abril del 2006 (Proceso de Revisión), ponente Abad Hernández, de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo y Sentencia № 694 de 16 de noviembre del 2000 (Proceso Ordinario), ponente Caballero Luque, de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo. En esta última sentencia, en su variante de servicio de protección con agentes de seguridad privada. 119 Vid. Sentencia № 712 de 12 de diciembre del 2002 (Proceso Ordinario), ponente Rosario López, de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo. 120 Vid. Sentencia № 100 de 22 de febrero del 2002 (Proceso Ordinario), ponente Abad Hernández, de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo. 121 Vid. Sentencia № 741 de 29 de diciembre del 2000 (Proceso Ordinario), ponente Rosario López, de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo. 122 Vid. Sentencia № 40 de 10 de noviembre del 2004 (Proceso Ordinario), ponente Rosario López, de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo. podemos dar de soslayo el comercio electrónico y la tecnología digital por los retos que imponen en sede contractual. Ello sin perder de vista el sentido axiológico con el que el Derecho tiene que evaluar los nuevos tipos contractuales para darle cobertura legal o rechazarlos, cuando ello supone el quebrantamiento de la dignidad humana, como pudieran ser los contratos sobre alquiler de útero o venta de órganos y tejidos humanos. Nada, que como expresa el ya nombrado profesor OVIEDO ALBÁN parte de las transformaciones de la contratación contemporánea se sitúa en la creación de “… los modernos contratos atípicos, no recogidos en los códigos de derecho privado, pero de tanta y frecuente utilización en los mercados, y otros que por medio de normatividades especiales han ido siendo incorporados al sistema jurídico”123, lo cual no hace sino validar la lapidaria frase de PORTALIS de que: “No hay legislación en el mundo que haya podido determinar la cantidad y establecer la diversidad de las convenciones de las que son susceptibles los asuntos humanos”124. En sentido general, el contrato en nuestra sociedad seguirá teniendo un cometido significativo en función no solo de intereses particulares, sino sobre todo de intereses públicos, de intereses sociales que han de ser satisfechos. Por ello, no ha de serle ajeno los principios de solidaridad, buena fe, justo equilibrio de las prestaciones y lealtad negocial. El Derecho de Contratos ha de concebir en sus normas la armonía perfecta entre el poder de autodeterminación y autorresponsabilidad de las partes que interactúan a través del contrato, y la realización social de intereses colectivos, motivo por el cual se impone un control legislativo y judicial del contrato, en pos de proteger al contratante más débil. Por ello tiene plena razón el profesor Guido ALPA cuando expresa: “Oggi il contratto comprende tre diversi aspectti: continua a conservare la sua esenziale funzione di affare privato delle parti, ma la sua disciplina si preocupa di tutelare anche i terzi e l'interesse pubblico”125. Bibliografía I. Fuentes doctrinales: 123 Vid. OVIEDO ALBÁN, J., “Transformaciones de la contratación…”, cit., p. 191. PORTALIS, Jean-Étienne-Marie, Discurso preliminar Código Civil francés, (Estudio introductorio de Jorge Horacio ALTERINI, Universidad de Buenos Aires- La Ley, Buenos Aires, 2004, p. 35. 125 Vid. ALPA, Guido, Istituzioni di Diritto Privato, UTET, Torino, 1994, p. 794. 124 ABELIUK MANASEVICH, René, Las Obligaciones, tomo I, s. ed., Temis, Santiago de Chile, s.f.; ACEDO PENCO, Ángel, “El concepto de consumidor y usuario y sus derechos básicos en el vigente Derecho comunitario europeo y español. La protección del consumidor en el Código civil de la República de Cuba” (inédito); ALPA, Guido, Istituzioni di Diritto Privato, UTET, Torino, 1994; ALTERINI, Atilio Aníbal “Algunos perfiles del contrato”, en El Derecho de Contratos en los umbrales del siglo XXI, bajo la coordinación de Leonardo B. 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