Todo se complica

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ARTÍCULOS DE OPINIÓN
Todo se complica
Gobernar parece cada vez más difícil, cuando más falta hace. O quizá
siempre ha hecho falta y siempre decepcionan los gobernantes
22.10.10 - http://www.diariovasco.com/v/20101022/opinion/articulos-opinion/todo-complica-20101022.html
DIEGO ÍÑIGUEZ | DOCTOR EN DERECHO
La política en los Estados Unidos es dura. Piensa uno que un dirigente europeo
que se viera transportado -quizá por artes de magia negra de un compañero de
partido- a ella se tiraría al Potomac en una semana al verse enfrentado a
procedimientos parlamentarios que bloquean reformas apoyadas por el 60% de
los senadores, a la negociación diaria y a cara de perro con los congresistas,
gobernadores y lobbistas del propio partido, a la ferocidad con que se abren
paso grupos de presión o 'tea parties'. Si se compara con la vida en los partidos
europeos, funcionarizados y al abrigo de sus opiniones públicas gracias a las
listas cerradas, da vértigo.
Pero ¿es más fácil la política europea? ¿Lo es para la oposición en Italia bajo
el omnipresente berlusconismo televisado? ¿En la Bélgica erosionada por los
particularismos lingüísticos? ¿Lo será en el Reino Unido si se hace
proporcional el Parlamento? No son problemas abstractos: en Suiza prosperó
el referendo contra los minaretes frente a toda la clase dirigente. Las
expulsiones de gitanos de Italia o Francia disparan alarmas, llegan al poder
xenófobos declarados: la 'Lega Nord', en Suecia, en Holanda. La Europa rica
tiene miedo, cree poderse blindar. Parte de su electorado ya ni guarda las
apariencias hacia los que llegan de fuera para hacer trabajos que no quieren
los nacionales.
Hay otros déficits. El presidente turco explica el retraso de la entrada de su país
en la UE por la falta de pensamiento estratégico de los dirigentes e
intelectuales europeos. Si pensáramos a 25, 50 ó 100 años, dice Abdullah Gül,
veríamos razones -de seguridad, suministro energético o demografía- que
deberían pesar más que las de la política de diario. En EE UU, cientos de
fundaciones, académicos y hasta los estudiantes universitarios hacen
proyecciones a partir de la Historia de Roma o la moderna, de cálculos
económicos o sobre recursos naturales. Siempre con apasionamiento, muchas
veces con realismo. La élite británica, formada en las únicas universidades
europeas con buen lugar en los rankings, defiende implacablemente sus
intereses nacionales. Alemania, más internacionalista, tiene un tejido envidiable
de fundaciones para la formación política. En España, esfuerzos solventes
(Elcano, Oxfam, Alternativas, Fride, Cidob) no tienen los lectores que merecen:
nuestros futuros dirigentes estudian, si acaso Derecho, o dan sus primeros
pasos en la nueva carrera política profesional.
Sin saber cuáles son los objetivos es difícil valorar los resultados, incluso
cuando las cosas van bien. Ocurre en Alemania: aunque el país celebra veinte
años de reunificación, ha salido de la crisis con un crecimiento del 3,5%, el
paro baja a cifras mínimas, su política no refleja esa bonanza y los partidos que
la impulsaron con sus reformas pierden terreno. Un nuevo orgullo nacional
surge tímidamente entre las dudas e inseguridades que son parte esencial de
la cultura política alemana: ¿quién ha ganado con la reunificación? ¿Las
empresas que han reconstruido las infraestructuras del Este, los jóvenes de los
nuevos Estados, que tienen ahora el mundo abierto? ¿Han perdido su país los
alemanes del Este? ¿O son los del Oeste, los teóricos vencedores, los que
perdieron la buena, vieja RFA, endurecida desde que desapareció el modelo
rival? ¿Por qué no gana ventaja Merkel con las velas cargadas de la
economía? ¿Por su estilo de gobierno indecisivo, por una incompatibilidad
esencial entre sus democristianos y los liberales, porque no es bastante
conservadora, porque la gente sabe que las vacas gordas vienen de esfuerzos
anteriores y cree que ahora toca repartirlas subiendo los sueldos?
La política alemana gasta mucha energía en debates que no responden a
discrepancias reales. Ocurre con la inmigración: en realidad todos son
integradores, el modelo de acogida alemán nunca ha sido multicultural. Lo que
se busca son puntos políticos -el voto del 15% más conservador, titulares en
los medios- o preparar a la opinión para medidas en las que la clase dirigente
está esencialmente de acuerdo. Con más partidos, la gestión del sistema
político se hecho más difícil. Los grandes envejecen, pierden votos y juzgan
duramente a los verdes, que los ganan: son una suma de protestas, dicen, no
lograrán hacer un programa, no tienen experiencia. La generación política de
Kohl se apaga como la salud de Schäuble; la del 68 tiene un pie fuera. El
episodio político más interesante hoy es la protesta contra un proyecto
ferroviario, Stuttgart 21, aprobado en su día pero cuestionado hoy por verdes y
ciudadanos enfadados. Está en peligro la gobernabilidad del país si una
minoría de activistas logra bloquear una decisión acordada regularmente por la
mayoría, dicen los defensores; lo relevante es la opinión claramente
manifestada hoy por los ciudadanos y no una decisión adoptada hace años en
un oscuro procedimiento, dicen los oponentes. Democracia representativa
frente a la plebiscitaria. La canciller Merkel ha respaldado con inusitado brío al
Gobierno regional democristiano y se la juega en las elecciones regionales de
marzo.
Todo se complica. Una sensación de que atardece, hace frío y recordamos
tiempos soleados nos recorre la espalda. Gobernar parece cada vez más difícil,
cuando más falta hace. O quizá siempre ha hecho falta y siempre decepcionan
los gobernantes: los libros que publican hoy los grandes líderes de ayer curan
cualquier añoranza, cansa tanto carisma. Crecemos con una concepción lineal
del tiempo, con un sentido del progreso que nos hace querer ser mayores para
ver qué hay más allá.
Intuir que no hay nada mejor, o nada bueno, nos entristece. A lo mejor no es
para tanto: a veces, en otoño, es lo que pasa.
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