mayo de 1968: enigma y fin de un tipo de revolución

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MAYO DE 1968:
ENIGMA Y FIN DE UN TIPO DE REVOLUCIÓN
Sergio de Zubiría*
No es necesario ser un lector atento para comprender
que el ciclo de la revolución se ha reabierto en el 68,
alcanzando uno de sus puntos de más alta intensidad. Lo
que era sólo una indicación en 1917, lo que las luchas de
liberación nacional no han llegado a instaurar de un
modo duradero, lo ha sacado a ¡a luz el 68 como
posibilidad inmediata de la conciencia y de la praxis
colectiva.
T.Negri-EGuattari
El carácter único e irrepetible de los acontecimientos históricos y las inevitables
tensiones entre las miradas del historiador
y los propios actores sociales del suceso,
cargan de dificultades la aproximación a
una fecha tan importante para el siglo s.f.
y la cultura occidental, como es mayo de
1968. Por eso quisiéramos asumir este
desafío en tres momentos, que necesariamente fragmentan la riqueza de dimensiones y consecuencias de este enigmático
hecho de nuestra historia cultural, social
y política: aludir sucintamente a sus posibles equívocos, sustentar una tesis bastante dubitativa, y comentar una posible
interpretación sobre sus consecuencias en
la concepción del poder y la revolución.
Muchos son los terrenos que quedarían
por indagar, pero también demasiadas
nuestras propias limitaciones.
LOS EQUÍVOCOS
Múltiples fechas y sucesos históricos se
van convirtiendo en simples lugares comunes', en tan sólo recursos para 'clasificar' o periodizar acontecimientos históricos, pero pierden en su trajinar la
fuerza y vigor de sus inicios, así como
también sus inconmensurables consecuencias para nuestro presente. Parece
como si se fueran vaciando de contenido
y el desgaste de sus usos debilitaran su
promesa de libertad. Es difícil develar el
dispositivo que esteriliza y segmenta estas
fechas y sucesos; son demasiadas las
estrategias que impiden la sedimentación
de la memoria.
El pensamiento y la cultura occidental
del siglo XX han cargado de equívocos el
significado y vitalidad futura de la experiencia de mayo del 68. Por esto es conveniente una cierta aproximación por
medio de determinaciones negativas: qué
no fue mayo del 68.
En primer lugar, no fue un movimiento exclusivamente localizado en París, sino con elementos bastante similares
tuvo expresiones en las más diversas
latitudes.
* Profesor, Departamento de Filosofía, Universidad de los Andes.
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Polonia y la denominada primavera de
Praga, en los países del "socialismo real";
las protestas en Alemania contra la llegada
del Sah de Irán; las luchas contra el racismo y por los derechos civiles en gran
parte de los Estados Unidos; la masacre
de los estudiantes mexicanos; la oposición
radical a las guerras colonialistas y el
apoyo a los movimientos de liberación
nacional; el surgimiento de las guerrillas
en muchos países de América Latina y su
paradigma en la del Che en Bolivia, son
muestras del carácter muy genérico de
dicho estado de ánimo de rebelión en una
parte significativa de la población mundial.
En segunda instancia, no puede identificarse como un movimiento exclusivamente estudiantil, aunque en muchos
casos la protesta se inició por estos últimos, el apoyo de otros sectores muy
relevantes de la población fue un rasgo
típico de todas las revueltas. La autogestión obrero-estudiantil caracterizó la
mayoría de las acciones.
En tercera instancia, no pueden caracterizarse los métodos de protesta como
formas violentas ni sus reivindicaciones
como inmediatistas, porque si bien en
París los primeros enfrentamientos recurren a las barricadas, la huelga general
pacífica y las reivindicaciones antiproductívistas son lo que cohesiona y potencializa el movimiento. Herbert
Marcuse, quien por esos días estuvo en
Francia, lo describe así:
El gas forzó a los estudiantes a dejar las
barricadas y a huir. Tras ello la policía
aparentemente disparó granadas incendiarias, con lo cual el fuego ganó las barricadas... la población del barrio simpatizó
definida y decisivamente con los estu-
diantes. Y desde las ventanas de los
departamentos arrojaron a la policía todo
tipo de objetos... De ningún modo esto
concluyó las manifestaciones y la protesta.
Su joven líder, Cohn-Bendít, que organizó
las barricadas y estuvo en ellas todo el
tiempo hasta las 6 de la mañana, hora en
que la batalla callejera estuvo perdida,
dijo: 'Ahora queda sólo una cosa por hacer;
la huelga general'. Al lunes siguiente la
orden de huelga fue seguida en un ciento
por ciento ( Marcuse; 1969; p. 19).
Se trataba de una protesta total contra
carencias específicas, pero al mismo tiempo
contra el sistema completo de valores y
objetivos de la sociedad establecida.
En cuarto lugar, hay que destacar un
fenómeno por momentos paradójico, el
movimiento no fue dirigido por la izquierda
tradicional y aunque se presentaron rasgos
importantes de espontaneidad, no puede
considerarse una explosión simplemente
espontaneísta. Aunque se respetaron profundamente los procesos espontáneos, existían teorías, filosofías y prácticas inspiradoras de esa espontaneidad; porque de alguna
manera es necesario reconocer, que no es
posible una espontaneidad que no tenga
que ser ayudada un poco a fin de ser realmente espontánea.
TESIS Y ENIGMA
Tal vez, el momento en el siglo s.f. en que
coinciden las críticas más radicales a los
dos regímenes sociales existentes es mayo
de 1968. El capitalismo en su forma de
sociedad industrial avanzada y el socialismo del tipo burocratizado del éste son
sometidos en los años sesenta a una crítica radical como en ningún momento de este
siglo. Posiblemente allí esté la fuerza y también la imposibilidad de este movimiento;
ésta es nuestra tesis.
Mayo de 1968: enigma y fin de un tipo de revolución • 29
El rechazo a un socialismo burocrático
convertido no en la superación del capital
y del trabajo asalariado, sino en un alternativa de competencia socioeconómica al
capitalismo; un socialismo que sigue otorgando al trabajo la finalidad de la exclusión de la humanidad y la naturaleza mediante los procesos de mecanización; la
dolorosa evidencia de que la palabra
"socialismo" puede estar también marcada por la infamia.
La desnudez y dureza de este enfrentamiento contra el socialismo productivista conllevarán la profunda ambigüedad de la izquierda convencional ante los
sucesos de mayo de 1968. La CGT y el
Partido Comunista francés mantuvieron
ante la protesta una posición de atracción
y de vacilación. Por esto, es posible sostener que los partidos de izquierda de
todas las latitudes han sido atravesados
con profundidad por los efectos transformadores del movimiento de 1968.
Desde entonces el conjunto de la vieja
"política politiquera" no ha conseguido ya
ocultar su rostro cadavérico. Las estructuras constitucionales e institucionales de los
países desarrollados de Occidente y
Oriente se encontraron doblemente amenazadas: desde el interior, a causa de su
profunda inadecuación; desde el exterior,
por la nuevas formas proletarias de la
protesta, encarnadas en la masa inmensa
de los excluidos y no-asistidos por ese tipo
de sociedad, y por la multitud de minorías
que la rechazaban activamente ( NegriGuattari; 1996; p. 40 ).
La composición heterogénea de esta
oposición obrero-estudiantil, planteaba
una redefinición completa de lo que una
sociedad socialista puede ser. Un socialismo, que en términos de H. Marcuse,
expresa una nueva sensibilidad ("socialismo biológico" ) al estar bastante ligado
a valores y necesidades instintuales como
el rechazo a cualquier exceso represivo en
la sociedad. Un socialismo que es físicamente incapaz de tolerar la ignominia, la
crueldad, la destrucción y la agresión. Aun
esa exclusión o explotación se origine en
cualquier parte; si es la cultura y el arte
hay que marchar contra ella (en los muros
de la Sorbona se leía la máxima de los
Beatles "Marchemos sobre Beethoven" si
la cultura posee alguna complicidad en el
marginamiento).
La constante reivindicación de la imaginación está íntimamente ligada a esta
liberación de la sensitividad humana. Los
graffitti parisienses de la "imaginación al
poder" reconocen que esa facultad imaginativa, muchas veces relegada al reino
de la ficción, contiene y proyecta la
posibilidad de un mundo sin opresión y
enajenación. El poder de la imaginación
consiste en que siempre redime las posibilidades emancipatorias de los hombres
en sus sociedades concretas, porque ésta
es memoria y promesa quebrantada de
futuro. Las facultades humanas que han
sido maniatadas y reprimidas necesitan
ser politizadas.
También la crítica al capitalismo en sus
metamorfoseadas y veladas formas de
opresión es central en mayo de 1968. La
generación del sesenta destaca que ya no
se trata del mismo capitalismo investigado
por Marx, ni de los métodos de control
del fascismo, sino de una nueva configuración de la dominadón capitalista.
La noción más divulgada va a ser
"sociedad industrial avanzada", pero
los acercamientos teóricos para su
comprensión serán muy diversos.
Por ejemplo H.
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Marcuse acoge la denominación de "sociedad unidimensional"; A. Heller llamó
a esa época la "generación de la alienación"; y A. Negri destaca la afirmación de
"nuevas subjetividades".
Los dos rasgos principales de la sociedad unidimensional, para H. Marcuse,
son: el primero, sobre una intensa productividad del trabajo
(producir, producir y producir -lucrativamente- hasta que se tiene lo suficiente para
gozar la vida, si se recauda bastante, y una
vez acumulado lo suficiente ya se es demasiado viejo como para poder hacerlo)
y un creciente nivel de vida, en la mayoría
de las sociedades capitalistas avanzadas,
ha tenido lugar la integración de la oposición tradicional al sistema imperante; y
segundo, la sociedad unidimensional es
la "inoculación" en los individuos de los
requerimientos del sistema social establecido, de modo tal que el individuo siente
como sus propias necesidades las mismas
que el sistema exige para sobrevivir
(el conflicto y contraste entre las necesidades-satisfacciones socialmente requeridas y las necesidades-satisfacciones genuinamente individuales son oscurecidos).
Una sociedad sin oposición y la total
identificación entre las necesidades del
individuo y el establecimiento producen
la existencia de una sola dimensión; para
lograrlo el capitalismo no utiliza métodos
totalitarios sino la administración y movilización metódica de los instintos vitales.
El resultado: la necesidad de un cambio
social radical está reprimida en la mayoría
de la población.
Desde una lectura eminentemente
cultural, A. Heller considera que tres generaciones consecutivas han aparecido
desde la Segunda Guerra Mundial: la
existencialista, la de la alienación y la
postmoderna. La primera empezó su
avance después de la segunda posguerra
y alcanzó su cenit al principio de los años
cincuenta. La segunda se inició hacia
mediados de los sesenta y llegó a su cima
en 1968, con profundas consecuencias en
los años siguientes. La tercera aparece en
los ochenta con fuerza y aún se sigue
manifestando.
La generación de la alienación conoce
la ampliación de las posibilidades económicas de la posguerra, que no llevaron
necesariamente a la realización de la
subjetividad y un mundo en libertad. Por
eso al mismo tiempo puede expresar la
esperanza y la desesperanza. Nunca
como en ese momento se crearon las
condiciones materiales para la realización
de la libertad y la innecesariedad de la
enajenación, pero al mismo tiempo en
ninguna circunstancia hemos sido tan
menos libres. La dramática experiencia de
no poder soportar más que nada cambie
y constatar que la sociedad día a día se
está volviendo cada vez más destructiva
en cuanto la aptitud humana de ser libres.
La experiencia de la generación de la
enajenación
no era el amanecer sino el ocaso de la
subjetividad y la libertad. Mientras la
generación existencialista, a pesar de su
descubrimiento de la alienación, la falta de
vida de las instituciones modernas y el
absurdo de la contingencia fue, no obstante, una casta más bien optimista, la
generación de la enajenación, en cambio,
partió de la desesperanza. Debido precisamente a que esta generación se tomó
seriamente la ideología de la abundancia,
se rebeló contra la complacencia del
progreso industrial y la opulencia, a la vez
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que exigía para sí el sentido y significado
de la vida" (Heller; 1989; p. 61).
Un sentido de la vida que en general
en la "oleada" de la enajenación estuvo
muy vinculado a búsquedas colectivas en
la contigüidad con los otros (expansión de
las familias; regreso a la comunidad con
la naturaleza; extensión de la experiencia
humana en áreas tabús; liberación y
diversidad sexual; entre otras).
En este contexto es donde se comprende la fuerza de propuestas tan enigmáticas y favoritas de H. Marcuse, con gran
eco en las juventudes de la época, como:
"seamos realistas; exijamos lo imposible"
o "sólo gracias a aquéllos sin esperanza
nos será dada la esperanza" o "nuestro
error no es haber sido demasiado inmodestos, sino haber sido modestos en exceso". En la realidad del capitalismo están
en germen las posibilidades de un mundo
donde la represión se haga innecesaria y
al mismo tiempo existen fuerzas endógenas que hacen imposible que esto sea
realizable. No había existido hasta ahora
una realidad social tan rica en potencialidades materiales de emancipación, que
impida de tal manera la posibilidad de la
libertad y el fin de la alienación. La enajenación se expande y profundiza mediante
fuerzas incontrolables en un mundo que
ya no la necesita; la desesperanza está
justificada como escenario de la esperanza. La urgente necesidad real de un cambio social radical está justificada, pero la
falta de esa necesidad subjetiva envuelve
a la mayoría de la población ("exijamos lo
imposible"); una especie de existencia
humana que "defiende, violentamente,
su propia servidumbre" (Marcuse).
Es tan importante el peso cultural de
1968, que para A. Heller, de alguna mane-
ra el postmodernismo como teoría social
nació también en esa fecha. La generación
de la alienación "desilusionada", con su
percepción del mundo y motivada por los
acontecimientos de ese mayo, fue creando
las bases culturales para el surgimiento del
postmodernismo. El movimiento postmodernista de las décadas posteriores no
es explicable sin este suceso histórico. Las
consecuencias de ese acontecimiento según esta filósofa húngara están todavía
por discutirse; si hubo o no una tal derrota, tal como se evalúa por algunos
autores, exige análisis en los más diversos
ámbitos de la vida social.
Para A. Negri, el capitalismo de la
década del sesenta ha modificado profundamente la calidad del producir; ha
configurado un tipo de producción socializada donde el tiempo de la vida humana
se ha visto completamente absorbido por
el de la producción social. Se han creado
formas integradoras, totalizantes y totalitarias, que transforman los viejos modos
de la esclavitud económica (en que insistía
Marx), en sometimiento político y cultural, lográndose debilitar cualquier resistencia a las pretendidas necesidades económicas del sistema capitalista. Al
generalizarse la explotación a todos los
niveles de la sociedad y la vida humana,
la calidad del producir ha incrementado
las cargas suplementarias de sufrimiento
y suscitado nuevos tipos de conflictividad
política y micropolítica. Sufrimientos y
conflictos que se han desbordado en el
capitalismo de la posguerra, en medio de
un aparente "bienestar" económico. Estado de ánimo que llevó a afirmar, en las
semanas de las protestas en París, a J. R
Sartre en una entrevista al Nouvel Observateur, que "los jóvenes protestan y rechazan
porque se están asfixiando".
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Al transferirse la esclavitud a todos los
dominios de la sociedad y la vida humana,
se van creando nuevas formas de resistencia de carácter inmediato y empieza a
ganar relevancia la problemática de la
libertad individual y colectiva. Mayo de
1968 representa ese gigantesco "cortocircuito" contra la conversión totalitaria de
la vida en calidad de la producción. Lo
singular y lo micropolítico adquieren una
relevancia antes descuidada por las teorías de la sociedad.
El 68 expresa la reapertura materialobjetiva y la cristalización de la conciencia
crítica de las mutaciones acontecidas en
el interior de la fuerza de trabajo y del
mundo de la producción. Esta toma de
conciencia surgió ante todo como rebelión
y apertura de posibilidades diversas frente
al crecimiento económico, su impasse, sus
crisis y los movimientos de rechazo que
lo han acompañado. La fuerza esencial del
68 residía en el hecho de que, por primera
vez en la historia de las rebeliones humanas contra la explotación, su objetivo
no fue una simple emancipación, sino una
auténtica y verdadera liberación... Por
primera vez han comenzado a coincidir
con este grado de intensidad, dentro del
mismo torbellino subversivo, los macrocosmos molares y los microcosmos
moleculares... Así pues, el 68 señala la
reapertura del ciclo revolucionario. No
con la repetición vacía de viejas consignas,
sino con la intervención de nuevas
perspectivas de acción mediante una
redefinición del comunismo como enriquecimiento, como diversificación de la
conciencia y de la comunidad (Negri;
1996; p. 37).
Las transformaciones sociales en la
calidad del producir han delineado, de
todas maneras, nuevas subjetividades
colectivas. Tal vez, el rasgo principal de
ellas es que su antagonismo al sistema
social no es comprensible en el horizonte
tradicional de lo político. Los escenarios
convencionales de la lucha de clases
sufren a partir de este momento desplazamientos a órdenes diferentes. Marcuse
considera que el síntoma mayor de este
desplazamiento es la tendencia a la integración capitalista de la clase trabajadora
en muchos países y el surgimiento de una
nueva oposición radical de composición
enteramente heterodoxa. Negri-Guattari,
intentan demostrar que, para entender
este desplazamiento, es necesario demostrar que la "innovación sesentayochista"
se manifiesta ante todo en el universo de
la conciencia, la imaginación, los deseos y
los comportamientos. La singularización
del deseo, el aparecer de nuevos territorios políticos, la intensificación de la
subjetividad creadora, las prácticas colectivas alternativas y la búsqueda de formas
no agresivas de vida son herencias irreversibles de mayo del 68.
El anticapitalismo y el antisocialismo,
que vive intensamente en la rebelión "setentayochista" en la idea de configurar la
propia vida sin explotar la de otros,
teorizado por autores como Marcuse,
Heller y Negri, contiene tanto la herencia
como la fuerza de este suceso histórico,
pero también los distintos factores de su
imposibilidad práctica. En ningún momento de la historia de este siglo la filosofía y los movimientos sociales acuerdan
no transigir con ninguna forma de vida
que perpetúe la explotación del hombre,
sin importar su rótulo socialista o
socialdemócrata o capitalista. Mayo del 68
es una especie de forma alternativa de la
política que asume la recualificación de las
luchas para lograr la conquista continua
de espacios de libertad, de creatividad y
Mayo de 1968: enigma y fin de un tipo de revolución
de democracia autogestionaria. Si fue o
no una derrota, está por discutirse, como
plantea A. Heller.
PROBLEMAS DEL PODER Y
DE LA REVOLUCIÓN
Durante el período de las jornadas de mayo la finalidad principal que orientaba la
revuelta fue ante todo la autoproducción
de liberación. El imaginario de la liberación intenta con su vigor y recursos imponerse a la realidad dominante. Con esta
finalidad humana se criticaban paralelamente tres pilares de la sociedades capitalistas y/o socialistas: son las finalidades
humanas las que deben cualificar la
producción y no al contrario (las condiciones humanas de libertad y deseo son más
importantes que la producción como fin
en sí mismo); el poder nunca podrá ser el
sentido único de la liberación; y la idea y
estrategia de la revolución convencional
se han agotado.
La falta de humanidad de la subjetividad productivista se manifiesta en el
privilegio del trabajo y su capacidad de
producir, sobre todos los demás órdenes
de la vida humana. En la organización del
trabajo capitalista y/o socialista el deseo,
lo lúdico, la imaginación y la libertad son
utilizados para incrementar la producción
o vistos con indiferencia. Esta especie de
"productividad autoimpulsada" ha convertido a la vida en simplemente un medio para un fin y ha despojado a la vida
de su condición de fin en sí misma; en
palabras bastante duras de Marcuse,
convirtió la existencia humana en una
"carrera de ratas en la batalla por la existencia".
Pero también ha trasladado los típicos
esquemas de la "fabricación" a la dimen-
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sión política. En ese sentido, nunca la
acción política puede ser juzgada por el
producto final, como se realiza en la
producción fabril. Hay mucho de ilimitado e imprevisible en la acción política
radical y, por esto, la acción política en
libertad no es nunca algo cumplido sino
el acto de engendrar un "nuevo comienzo" (H. Arendt).
El rechazo en esos años a la llamada
"sociedad de consumo" es la justificada
protesta contra la conversión de los individuos en simples productores y consumidores para la producción, que termina
convirtiendo hasta las clases sociales
exclusivamente en clases de consumo;
contra la imagen de un mundo donde los
nexos societarios impongan la productividad sobre la libertad y la imaginación.
Una producción exteriorizante y sin subjetividad libre es estéril y agresiva con la
naturaleza y el hombre mismo.
Insurrección de los cuerpos como expresión de la subjetividad, como encarnación de la materialidad de los deseos y
de las necesidades, como promesa para el
futuro, como imposibilidad de separar la
naturaleza colectiva del desarrollo y de la
singularización de sus fines. Insurrección
de los cuerpos, como liberación efectiva
de las gigantescas fuerzas productivas que
el hombre, hasta entonces, no hacía más
que dirigir contra sí mismo. El 68 representa la vertiente subjetiva de la
producción; es una "interpretación", a
gran escala de su tejido social que disloca
las problemáticas políticas precedentes
sobre el terreno de la representación en
tanto que proyecto singular de liberación
(Negri;1996;p.47).
Un tipo de poder convertido en fin y
mistificado, aunque conserva su terrible
eficacia cotidiana, culmina negando todos
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los esfuerzos de liberación. Las finalidades
verdaderamente humanas no pueden
pactar con la perpetuación de los "palacios
de cristal" del poder. El poder transfigurado en fin exclusivo culmina en la
expresión de lo irracional y convertido en
una especie de "estalinismo lunar" que lo
único que hace es multiplicar hasta el
infinito su propia rigidez y parálisis: la
muerte de la imaginación. Cuando mayo
del 68 clama por la imaginación al poder,
tanto se opone a la isomorfia entre poder
y política, como a la conversión del poder
en fin último de la acción humana.
Además de la politización de ciertas
facultades humanas (imaginación, deseo,
juego, sexualidad, etc.) que han sido
maniatadas por el productivismo, tenemos que supeditar el poder a la emancipación. Reivindicar el poder liberador de
la sensibilidad, de la fantasía, de la imaginación. El poder tiene sentido si amplia
las fronteras de la libertad y el deseo. Un
poder descentrado que permea todos los
ámbitos micropolíticos de la vida, que
trata de romper con el modo familiar de
ver, tocar y sentir las cosas. Una sensualidad que protesta contra la hipócrita
moralidad puritana que todavía profesa
-pero no practica- el Establecimiento
(Marcuse; 1969; p. 119).
Los acontecimientos franceses perciben con agudeza las diferencias entre las
servidumbres del poder y el poder de la
emancipación. Y esto lo detectan porque
conocen en su desesperanza la enraizada
y profunda tendencia de los hombres a la
servidumbre voluntaria en las sociedades
opulentas. Reconocen que la necesidad de
liberación es cada día más escasa y débil
en la población mundial. La necesidad de
liberación que germina en esos años, al
plantear sin conciliaciones el cambio de
la sociedad como un todo, incita a una urgente necesidad de transformar el sentido
y finalidad del poder. Transformaciones
que hoy todavía mantienen una huella
imborrable.
El poder en las mentes de esa juventud
rebelde no tiene ninguna relación con la
fuerza ni la violencia. El poder es el acto
de potenciar. Y sólo potencian aquellos
actos que no se orientan para violar y
destruir, sino para establecer relaciones de
contigüidad con los otros y crear nuevas
realidades. La verdadera acción política
está cargada de cercanía con todos los
otros y ampliación del horizonte del
mundo presente; donde varios agentes se
encuentran fundando un mundo. La
política es la unión y acción libres de los
actuantes auténticos de una época y una
sociedad. Por eso no hay nada que defienda más la revolución de mayo que la
acción colectiva y libre.
El abuso conocido por el sinnúmero de
revoluciones del siglo XX en las cuales la
continuidad de la represión fue perpetuada, en que simplemente se sustituyó un
sistema de dominación por otro, lleva a
los rebeldes parisienses a desconfiar tanto
de la noción "revolución", como a anunciar la necesidad del fin de la idea y de la
estrategia convencional de ésta. Ni el
comunismo puede ser la barbarie colectivista que se nos ha mostrado, ni la revolución es la toma física del palacio de
invierno o la casa blanca.
La idea de copamiento de los aparatos
estatales y la estrategia de una organización que un día o noche cualquiera erige
un nuevo gobierno, no corresponde con
las exigencias de una verdadera revolución. Estas ideas han sido sobrepasadas
Mayo de 1968: enigma y fin de un tipo de revolución
por el desarrollo de las sociedades contemporáneas y por el fracaso de muchas
revoluciones que acogieron ese modelo.
Los argumentos que explican el envejecimiento de esta idea y estrategia de
revolución son muy variados.
En primera instancia, la toma física de
los espacios confunde la representación
simbólica con el poder y unilateraliza el
poder en la esfera reducida de lo estatal o
gubernamental (dos esferas que en la
mayoría de los casos son vistas en forma
indiferenciada). Desconociendo toda la
conflictividad y manifestación de los
poderes de la micropolítica. El valor de
una verdadera revolución es que saca a
la luz la autenticidad de la política, no que
tome el poder.
En segundo lugar, tiende a suplantar
los deseos y necesidades de la inmensa
mayoría de la población, al pretender
imponer las formas convencionales de
organización y "toma del poder", despreciando en muchas casos la autogestión
espontánea de las masas. Lo virtuoso de
los sucesos de París, para Marcuse, fue el
profundo respeto de las manifestaciones
espontáneas:
por una u otra razón, ha llegado la hora
en que cientos de miles y, como acabamos
de ver, millones de personas no quieren
más. No quisieron levantarse a la mañana
e ir a su trabajo y atravesar la misma rutina
y escuchar las mismas órdenes y ajustarse
a las mismas condiciones de trabajo y
representar los mismos roles. Simplemente estaban hartos, y así, entre quedarse en casa o salir a caminar, probaron
otra cosa.
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En tercera instancia, y tal vez es la mayor herencia de ese fin de la idea convencional de revolución que patentiza mayo
del 68, la revolución es ante todo el compromiso cotidiano y vital, individual y
colectivo, en las dimensiones conscientes,
preconscientes e inconscientes por la
construcción de esos valores cualitativamente diferentes que posibiliten una existencia humana libre. Sin una revolución
radical en los valores, deseos y necesidades instintuales, contra todos los obstáculos internos y externos que impiden
la construcción de un mundo sin explotación y sin enajenación, no será posible la
revolución.
Sin la aparición de estas nuevas
necesidades y satisfacciones de hombres
libres, todos los cambios en las instituciones sociales -por mayores que seanapenas implicarán la sustitución de un
sistema de servidumbre por otro.
Pero esas necesidades no están en un
lejano futuro, sino existen ya y se asomaron en mayo hace 30 años, aunque a veces
reprimidas, viven en muchas de nuestras
acciones verdaderamente libres y políticas.
BIBLIOGRAFÍA
Arendt, H. La condición humana. Paidós,
Barcelona, 1976.
Heller, A. y Fehér, F. Políticas de la postmodernidad. Ensayos de crítica cultural.
Península, Barcelona, 1989.
Marcuse, H. La sociedad carnívora. Galerna,
Buenos Aires, 1969.
Negri, T y Guattari, F. Las verdades nómadas.
Iralka, Bilbao, 1996.
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