LAS CLASES SOCIALES EN ROMA. LA ESCLAVITUD Las clases

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LAS CLASES SOCIALES EN ROMA. LA ESCLAVITUD
Las clases sociales en Roma eran las siguientes:
Los patricios fueron siempre los que gozaron de mayores privilegios. Eran los descendientes de
los primeros habitantes de Roma y desde el comienzo acapararon los cargos políticos y religiosos;
también eran los únicos con derecho a poseer tierras. Esta situación no era aceptada por el resto del
pueblo, por lo que los enfrentamientos sociales fueron muy frecuentes en toda la historia de Roma.
Los caballeros eran los ciudadanos ricos que podían servir en el ejército con un caballo y a los
que se les permitía las actividades comerciales.
Los plebeyos procedían de los primeros pueblos que, vencidos, fueron anexionados a Roma. En
los primeros tiempos no gozaban de todos los derechos de ciudadanía, ya que carecían de los derechos
políticos. Tras continuas disputas con los patricios, consiguieron una magistratura específica para ellos,
los tribunos de la plebe, y, gracias a éstos, el acceso a las restantes magistraturas, por lo que, a partir
de este momento, ya eran ciudadanos de pleno derecho.
Los clientes eran ciudadanos libres, pero pobres, por lo que se ponían bajo la protección de un
patrono rico, que, a cambio de algunos servicios, se ocupaba de asegurarles la subsistencia.
Los esclavos carecían de todo derecho, pues se les consideraba “cosas”, no personas. Las
razones por las que se podía ser esclavo en Roma eran diversas. Había muchos esclavos, dedicados a
todo tipo de trabajos.
Los libertos eran esclavos que habían conseguido la libertad; sin embargo, no poseían todos los
derechos de ciudadanía. Seguían formando parte de la familia de su antiguo amo, cuyos primeros
nombres adoptaban.
Formas de caer en la esclavitud
El modo más habitual de caer en la esclavitud era como prisionero de guerra (o si se tenía la
desgracia de ser apresado por piratas), pues se consideraba posesión del vencedor todo lo adquirido en
el combate como parte del botín, incluidos los seres humanos, que luego eran vendidos. Así, en 146 a.C.,
tras la conquista de Cartago por los romanos, la ciudad fue destruida y sus habitantes fueron vendidos
como esclavos.
Los hombres libres podían caer en la esclavitud por deudas. Hubo un tiempo en que se podía
pedir un préstamo poniendo como garantía la propia libertad o la de la familia. Si no se pagaba, entonces
el deudor o su familia pasaban a ser propiedad del prestamista. Esta medida pareció tan denigrante que
no tardaron en prohibirla en 326 a.C.
También eran considerados esclavos los hijos de esclavos. En latín a este tipo de esclavo se le
denominaba vernaculus, frente al ingenuus, que era la persona nacida de padres libres.
Finalmente, otros procedimientos para caer en tan infame situación podían ser penas legales
que implicaban la pérdida de todos los derechos cívicos, niños abandonados o padres que, llevados por la
necesidad, vendían a sus hijos como esclavos.
Sobre las condiciones de vida de los esclavos
El destino inmediato de cualquier esclavo era la venta. Como cualquier otra mercancía, ésta era
supervisada en Roma por los ediles. En latín los comerciantes de esclavos eran denominados mangones.
Los mangones tenían fama de ser comerciantes muy hábiles en engañar al comprador, pues siempre
exageraban la calidad de su mercancía humana. De ahí que a esta práctica comercial fraudulenta se la
denominara mangonicare, de la que ha derivado el español “mangonear”.
Al esclavo se le colocaba en un tablero giratorio y se le colgaba del
cuello un cartel con sus características. El precio de un esclavo variaba
mucho, dependiendo de su edad y de sus aptitudes. Entre los romanos eran
especialmente apreciados los griegos, sobre todo los gramáticos, los
filósofos, los médicos, etc. Muchos de ellos pasaban a ser empleados como
tutores de los hijos de la aristocracia y se pagaban auténticas fortunas por
ellos. También se valoraba mucho la belleza o la habilidad para determinados oficios, como los
cocineros. Sin embargo, la mayoría de los esclavos solían ser relativamente baratos y hasta los
ciudadanos más pobres se podían permitir tener alguno. Algunos romanos ricos llegaron a tener más de
10000 esclavos.
Tareas en que eran empleados
Un número muy elevado de esclavos era empleado en el trabajo del campo y de las minas, donde
sus condiciones de vida eran muy penosas. En el trabajo agrícola el mayor número de esclavos se
empleaba en los grandes latifundios de Italia y Sicilia. En estos casos el dueño de la finca entregaba su
administración al villicus, un hombre libre, que se encargaba de repartir las diversas tareas entre los
esclavos: siembra, recolección, trabajo en el molino, etc. y que estaba obligado a rendirle cuentas en
todo momento.
En cuanto al trabajo en las minas, era más duro si cabe que el trabajo agrícola y se empleaba
un número enorme de esclavos. El historiador griego Estrabón nos informa de que en las minas de plata
de Cartagena, en Hispania, trabajaban unos 40000 esclavos.
Mejores condiciones de vida tenían los esclavos domésticos, que trabajaban en la casa de sus
amos donde desempeñaban todo tipo de tareas. En Roma, las familias más ricas tenían para sus hijos su
propio grammaticus o maestro de primeras letras, su praeceptor, para los estudios superiores, y su
paedagogus, esclavo que acompañaba al niño a la escuela. La administración de la casa se encargaba al
procurator. En la cocina de las casas más nobles trabajaba gran número de cocineros a las órdenes del
archimagirus o jefe de cocina. Por su parte, la señora de la casa dirigía el trabajo de las servae o
ancillae, encargadas de las tareas domésticas.
Había también esclavos propiedad del Estado, empleados en las grandes obras públicas,
remeros de la flota, escribas y secretarios de determinadas magistraturas, incluso los carceleros,
encargados también de aplicar las torturas a los prisioneros.
Sobre la condición jurídica del esclavo
Desde el punto de vista jurídico, el esclavo no era considerado un ser
humano, sino una cosa, por eso no tenía ninguna clase de derechos. Se le podía
comprar o vender a voluntad, no podía ser propietario, sus matrimonios no tenían
validez legal y los hijos eran propiedad del amo.
Los esclavos fugitivos eran marcados a hierro (se les grababa las iniciales
FUG, fugitivus, en la frente). En Roma, el esclavo condenado a muerte era
crucificado o bien enviado al anfiteatro para que fuera devorado por las fieras. Si
un hombre libre mataba a un esclavo, normalmente se le condenaba a pagar al dueño de éste el precio
del esclavo muerto.
La situación más penosa la tenían que soportar los esclavos agrícolas y los de las minas, lo cual
explica algunas grandes rebeliones que se produjeron en los siglos II y I a.C. como la de Espartaco. En
cambio, los esclavos domésticos solían ser bien tratados.
De todos modos, a lo largo de la época imperial se fue humanizando el trato y la legislación
respecto al esclavo. Así, el emperador Tiberio (42 a.C.-37 d.C.) prohibió que se pudiera mandar a un
esclavo a combatir con las fieras sin que lo ordenara un magistrado. Antonino Pio (84-161 d.C.)
consideró asesinato la muerte injustificada de un esclavo. Entre los intelectuales tenemos ejemplos de
gran amistad entre amo y esclavo, como ocurrió con Cicerón y su esclavo Tirón, que colaboraba con él en
la redacción de sus obras. Séneca (4-65 d.C.), escritor de origen hispano, habla con humanidad de los
esclavos como refleja el texto que tienes a continuación:
“Por lo que me han dicho, sé que vives familiarmente con tus esclavos. Eso se corresponde con tu
prudencia y tu cultura. Es cierto que son esclavos, pero también son hombres, además de familiares y
amigos tuyos, sólo que de modesta condición. Por ello me río de los que se niegan a cenar con su esclavo,
y sólo por la costumbre que ha establecido que el señor, mientras cena, esté rodeado de un grupo de
esclavos en pie. Y mientras come, a los esclavos no se les permite, bajo la amenaza de la vara, mover los
labios, ni hablar, ni siquiera realizar el más pequeño ruido involuntario, como la tos, el estornudo o el
hipo. Haces muy bien cuando, al castigarlos sólo con palabras, no quieres que tus esclavos te teman”
Adaptado de Séneca: Cartas morales a Lucilio, V, 47
Sobre la liberación de los esclavos
Había varias formas de darles la libertad a los esclavos, de manumitirlos:
-
El esclavo podía comprar su libertad pagando a su amo lo que le había costado. En este caso el
dinero provenía del peculium del esclavo, es decir, los ahorros que éste había conseguido reunir
fruto de su trabajo a lo largo de su vida
-
Por testamento (manumissio testamento). El amo, al morir, concedía en su testamento la
libertad a sus esclavos de confianza.
-
Inscribiendo al esclavo en el censo (manumissio censu). El amo
inscribía al esclavo en el censo de ciudadanos romanos, logrando
automáticamente la libertad.
-
Por declaración ante un magistrado (manumissio per vindictam). El
esclavo, de acuerdo con su amo, defendía su libertad ante un
magistrado; éste le ponía un bastoncito (vindicta) en la cabeza y lo liberaba.
En circunstancias excepcionales, por ejemplo, con ocasión de una guerra, cuando hacían falta
soldados para el ejército se podía alistar esclavos y darles luego la libertad. De todos modos la
manumisión era un fenómeno relativamente raro.
Una vez liberado, el esclavo se convertía en liberto. Se le reconocía porque llevaba un gorro
blanco y una túnica, nunca la toga, que era la prenda romana por excelencia. El liberto, aunque hombre
libre, seguía vinculado de por vida con su antiguo amo, que se convertía ahora en su patrono o protector.
No tenía derechos políticos, aunque sí sus hijos. El liberto solía estar mal considerado socialmente y
algunos de ellos consiguieron amasar grandes fortunas con los negocios y solían hacer ostentación de
sus riquezas.
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