1 Association of Hispanists of Great Britain and Ireland (AHGBI) http://community.dur.ac.uk/hispanists/es/about-the-association La Asociación se fundó en 1955. 1498-1998 Raízes, Rotas, Reflexoes/Raíces, Rutas, Reflexiones, Universidade do Minho, Portugal , Braga 6-11.IX.1998 Los vocabularios españoles en América, en Oriente y en el Pacífico, siglos XVI-XVIII Parece adecuado que solicite su amabilidad, porque mi aportación al congreso no reviste la tradicional forma de un texto que recoja el resultado de una investigación, sino que pretende ser una intervención informativa, que atraiga su curiosidad científica hacia un ámbito que ni la filología ni la historia han atendido, en mi opinión, de un modo proporcionado a su importancia: la aportación que supone, para la filología, y no sólo la hispánica, la labor que emprendieron muchos navegantes europeos de confeccionar vocabularios de extensión variable en su contacto con los pueblos con los que trababan conocimiento en su proceso de expansión. Hace unos días, en este mismo congreso, mi colega, la dra. Elena Losada, les ha hablado del Apéndice Esta é a linguagem de Calecut, que cierra el Roteiro da primeira viagem de Vasco da Gama, atribuido a Álvaro Velho.(Ella y yo pertenecemos a un mismo equipo de investigación que desde hace ya más de diez años analiza el proceso de adquisición de conciencia de lenguas ajenas a la propia por parte de hablantes de lenguas de Europa; por lo tanto, nos mueven intereses, en parte, comunes.). Aludiré, en primer lugar, a la dilatada presencia española en el Pacífico (obviando referirme a la presencia en el océano Atlántico y en el territorio americano) desde la expedición de F. Magallanes y S. Elcano a principios del siglo XVI hasta la circumnavegación de A. Malaspina a fines del siglo XVIII; con hitos fundamentales para la historia de España y la de esas zonas (Islas Filipinas, 1521; Islas Carolinas, 1526; del 1539 al 1541, viaje de España al Perú pasando por el Estrecho de Magallanes, del 42 al 45, las Islas Marshall y las Palaos; las Islas Solomon en 1567; etc.) (en las 2 hojas que he distribuido hay bibliografía sobre la presencia española, y de su lengua –en palabras de A. Quilis, en “los cuatro mundos”--. Dado que la mayor parte de los relatos testimoniales fue poco o nada difundida en su momento, ese testimonio no ha llegado a constituir una base de conocimiento para los españoles, que saben mucho más de algunos viajeros británicos, noya de J. Cook, sino de F. Drake y otros, a los que vagamente asocian con una rivalidad marítima entre las dos naciones). Se trata de una vastedad que abarca, aparte del Extremo Oriente, los ámbitos denominados Micronesia, Melanesia y Polinesia, y que, por la costa americana bañada por el Pacífico, va de la Tierra de Fuego hasta Alaska. No sólo eso: una expedición de la Armada del Mar del Sur, con salida desde Chile, llega en 1603 a los 64º de latitud sur, en los umbrales de la Antártida. Por la costa asiática, la expansión comprende, aparte del archipiélago de las 7.083 islas Filipinas, la breve estancia, de 1626 a 1642, en la Isla Hermosa (Taiwán). Si mencionamos la expansión evangelizadora, podemos hablar de la entrada en la costa coreana de cristianos españoles y japoneses cristianizados) a finales del siglo XVI (1593). Entraron con los invasores, y entre ellos sobresale Gregorio de Céspedes, que permaneció un año en esa tierra –no fue el primer europeo, pues en 1653 habían llegado a las costas un grupo de náufragos holandeses--. Desde mediados del XVI y hasta que en 1815 lo impide la independencia de México, circula el Galeón de Manila, por la llamada Ruta del Galeón. El trazado de las rutas de América a Asia, la existencia de activas bases portuguesas y holandesas y, sobre todo, los sucesivos intentos de un más favorable “tornaviaje”, no hicieron sino favorecer la arribada de las embarcaciones españolas a los archipiélagos del Pacífico. Poco después del fin de la actividad de los galeones, en 1819, España renuncia, frente a Gran Bretaña, a sus pretensiones sobre la zona del Noroeste del Pacifico. En 1898 las Islas Filipinas alcanzan su independencia y en 1899 España vende a Alemania las Islas Marianas y las Islas Carolinas. La última empresa ilustrada tuvo lugar durante el reinado de Isabel II, cuando se organizó la Expedición de la Comisión Científica Española a América (1862-1866). La faceta que nos compete analizar es que por encima de cualquier fin –colonizador, evangelizador, comercial—se daba la expansión territorial de una lengua que en unos lugares llegó a ser la lengua de los colonizadores y de los aculturados, reduciendo el uso de las lenguas propias, o suplantándolo, en tanto que en otros solo perneó en capas privilegiadas social, económica y culturalmente, si bien quedó su rastro en los préstamos, de los cuales los había que, a su vez, el español había incorporado de lenguas 3 americanas. De otros contactos, fortuitos, accidentados, brutales, no se derivaron más que unas acuarelas que pretendían plasmar el aspecto de los naturales, o un ramillete de palabras, o la reproducción de un canto, o nada… Aparte están los pidgines y criollos de base española, solo existentes en Oriente, en el archipiélago filipino, en Guam…: el ternateño, el caviteño, el ermitaño, el chabacano…, y otros. Quedan las obras de hombres rutilantes, como la del jesuita Lorenzo Hervás y Panduro quien, en 1784 en edición italiana y en 1800 en edición española, dio a luz su Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, y numeración, división y clases de éstas según la diversidad de sus idiomas y dialectos. O de hombres estrellas fugaces o meteoritos del tipo de los catalanes Ali Bey o Sinibaldo de Mas (1809-1869). Del primero atrae el misterio de una misión secreta que le lleva a prender árabe, a pasar por musulmán… Del segundo nos queda una labor lingüística de relieve, no el informe secreto sobre el estado de las islas Filipinas, publicado en Manila en 1843, sino L’idéographie. Mémoire sur la facilité de former une écriture générale au moyen de laquelle Tous les peuples de la terre puissent s’entendre mutuellement sans que les uns connaissent la langue del autres (Macao, 1844), y los dos apéndices : « Spécimen de vocabulaire idéographique-français, français-idéographique » y « Spécimen de vocabulaire idéographique ». Hay mucho trabajo por hacer. De ahí la conveniencia de la actividad de la Asociación Española de Estudios del Pacífico. Por mi parte, debo mi actual formación en este terreno a la investigación previa de otras personas, y a la amabilidad con la que muchas otras me han enseñado la densidad de la presencia española en el Pacífico y en sus límites asiático y americano: el filólogo Antonio Quilis, la sra. Mercedes Palau, del Ministerio de Asuntos Exteriores, experta y editora de Malaspina; María Dolores Higueras, del Museo Naval de Madrid, editora y conocedora de sus fondos; hombres como Carlos Fernández Shaw, Francisco Otray y Pedro Ortiz Armengol que, desde la política exterior y su función de representantes de España han ahondado en el conocimiento de otros pueblos con los que mantenemos o mantuvimos estrecha relación. A todos ellos debo mi curiosidad y mi incipiente saber; a ellos y a otros, gracias a los cuales he viajado a ese Extremo Oriente, y a esa zona austral, que se tituló Austrialia, por la Corona de los Austrias. No he venido a Braga a hablar de la labor filológica, y etnográfica, desarrollada por los religiosos en América y en Asia. Portugueses y españoles, llevados de su afán evangelizador, redactaron Artes, Gramáticas y Vocabularios de las más exóticas lenguas 4 –a las que pretendían aplicar el modelo de organización dee la lengua latina--, y tradujeron las oraciones que rezaban. Hay abundante bibliografía, que muchos de ustedes conocen. A ella les remito. Sí me interesa, en cambio, llamar su atención sobre los cuestionarios que se remitieron a Indias desde mediados del XVI –López de Velasco era cosmógrafo y cronista oficial de las Indias desde 1571--. El texto editado en 1988 por Francisco de Solano (Cuestionarios para la formación de las Relaciones Geográficas de Indias, siglos XVIXIX, ver bibliografía) ilustra qué lugar ocupa en un cuestionario la curiosidad sobre la lengua de los naturales. También un repaso de otro texto editado por Solano, Documentos sobre política lingüística en Hispanoamérica (1492-1800), permite ver lo pronto (1568) que el monarca dictó la “Instrucción sobre nuevos descubrimientos por mar: ordenando que en las expediciones lleven intérpretes que faciliten los primeros encuentros y para que informen sobre las características políticas y calidades económicas de la tierra”. Sé que los navegantes y expedicionarios de España y de otras naciones dieron noticia de los pobladores de muchas tierras, así como de sus lenguas. Aportaron datos léxicos, que hicieron corresponder con sus propias voces, si era posible. Cuando no lo fue, aportaron datos descriptivos. Y los británicos se basaron, además de en el testimonios del os nativos, en listas de palabras confeccionadas previamente por los españoles, y los españoles en las británicas; y se superpusieron a ellas listas de los franceses, de los holandeses, de los rusos… A través de estas denominaciones indígenas, del contenido que les fue asignado, de la realidad a la que parecían aludir o del concepto que creyeron que encerraban, los historiadores, sociólogos, antropólogos y etólogos pueden hoy captar un tramo de la historia, un tramo de nuestra propia historia. La admiración que despiertan en nosotros se debe, ante todo, a la brevedad de los periodos de estancia, de días en ocasiones, de unas pocas semanas, pocas veces superiores, que les bastaron para la recopilación y la fijación de los datos (aunque contengan errores). La expedición Malaspina, de fines del XVIII, produjo un volumen extraordinario de diarios y, por lo que nos atañe, de vocabularios y noticias sobre lenguas. Los manuscritos, en su mayor parte, pertenecen al fondo bibliográfico del Museo Naval de Madrid (pueden ustedes repasar las indicaciones que les he dado en las hojas repartidas, hojas 10 a 13, donde hay una distribución por zona geográfica de las recopilaciones léxicas), ahora accesible en formato CDRom (Fundación Histórica Tavera-Museo Naval-Digibis). 5 1. Costa meridional de América, es decir, la Patagonia y el sur de Chile. 2. 2. Costa de California, a la altura de Monterey 3. 3. Islas del Pacífico 4. 4. Costa noroeste de América A la que nosotros añadimos el área de Extremo Oriente, que no cuenta con un vocabulario de la expedición Malaspina. Entre las páginas 4 y 10 de las hojas distribuidas podrán ustedes repasar a su gusto la descripción de los vocabularios por los que me he interesado. En primer lugar, está la costa meridional de América. La zona de Patagonia, de Tierra de Fuego, del Estrecho y del sur de Chile fue visitadísima por los navegantes europeos, después del hallazgo de Magallanes de un paso. Recordemos el primer listado de voces, el de Pigafetta. El de Antonio de Pineda se recogió en 1789. En segundo lugar, la costa americana, sobre todo en la parte de California. Los expedicionarios de Malaspina, allí, contaron con los datos de Bodega y Quadra (1775 y 1790) y éste contó con la labor previa de los religiosos. En tercer lugar, las islas del Pacífico. Hay una gran riqueza sobre la lengua del archipiélago de Vavao y sobre Haití. Es una zona de la que hay vocabularios con las equivalencias en francés y en inglés, de prestigiosas expediciones. Respecto de Hawaii (Sandwich), no conozco hasta el presente vocabulario español alguno. Lo que verán anotado en la hoja 7 son referencias bibliográficas que defienden o discuten la posibilidad de una temprana presencia española en el archipiélago, con motivo de la desaparición de uno de los galeones que cubría la línea Manila-Veracruz, o Acapulco. Respecto de la isla de Pascua (David y San Carlos), sí he localizado dos vocabularios. Respecto de Nueva Guinea (Isla del Oro) y Australia, si bien es apasionante el relato de los diarios de Munilla, Fernández Quirós y Váez de Torres (de ahí el nombre de Torres Strait entre Australia y Nueva Guinea), no me consta que existan vocabularios españoles. Esas expediciones descubrieron las Marquesas, las Salomon, pero, al parecer, no hicieron listas de palabras. Como no las hay de la zona de Tasmania, ni de Nueva Zelanda. En cambio, son abundantísimos las relaciones de las expediciones hacia la costa noroeste de Norteamérica, frecuentadas en busca de un paso al Atlántico, y, más adelante, por la lucha por el monopolio del comercio de las pieles del norte y por la 6 lucha por la primacía política. Hay muchos vocabularios, y de varios puntos geográficos. Finalmente, la zona del Extremo Oriente. Dejando aparte la brillante aportación de Pigafetta, anotamos las referencias de un vocabulario de las islas Marquesas y otro de la lengua visaya. Este material puede considerarse una parte, no desdeñable, del conjunto de vocabularios insertos o adjuntados a los relatos de las expediciones y navegaciones de los europeos de diversas naciones. Desde hace años, y a partir del acceso a los bien nutridos fondos de la Biblioteca de La Trobe University, de Melbourne –y de la comodidad que se me ha facilitado para su consulta y reproducción--, vengo recopilando textos. Unos proporcionan la descripción de escenas de contacto entre europeos y naturales; interesantes, sobre todo, son las escenas de los primeros contactos. Otros, además, proporcionan voces nativas, o transcriben cortas frases. Otras más, por fin, aportan un vocabulario. Según Maria Leonor Carvalhao Buescu, estas recopilaciones abarcan, como campos temáticos de interés, las “estructuras de supervivencia”. Bien, es así, y en un trabajo anterior he mostrado cómo se justifica la presencia, entre las palabras ordenadas alfabéticamente, de frases interrogativas (¿cómo te llamas?, ¿qué pueblo es éste?), de frases asertivas (esto es mío) o de órdenes (dame esto, trae más, acércate) que más parecen destinadas a ejercer la superioridad de todo tipo sobre el natural de la tierra que a satisfacer la curiosidad por la “calidad de la tierra”. En cambio, en las listas de palabras hay mucho más que lo necesario para sobrevivir. La misma descripción del cuerpo humano, de los cabellos hasta los pies es de una precisión y detalle pasmosos. Claro que la riqueza aumenta con los años, pero lo que nos explica la prof. Elena Losada sobre Vasco de Gama y Pigafetta es suficientemente claro. Además, no solo se incluyen sustantivos y adjetivos, sino los verbos descriptivos de las actividades de la vida cotidiana, los verbos que manifiestan que se establecía un trueque comercial. Los antropólogos encuentran en las palabras datos relevantes para sus investigaciones: la partición del espectro cromático en segmentos diferentes, la diferente concepción del periodo día, el reconocimiento de dignidades que el europeo no conocía. Los lingüistas encuentran, en las palabras, datos sobre una distinción genérica del locutor, sobre una concepción peculiar de la deíxis locativa, temporal y pronominal, sobre los grados de abertura vocálica reconocidos, etc. El análisis de los vocabularios permite otra investigación subsidiaria, interesante ésta para la historia del español, para la historia del español de y en América. Me refiero a 7 que venimos reconociendo una entrada de indoamericanismos en la lengua (ya desde el Diario de Colón, con cacique, canoa y maíz), y una posterior entrada en los diccionarios de la lengua española. También sabemos que algunas de estas voces existen hoy en todas las lenguas de Europa, que adoptaron el nombre al tiempo que conocían y adoptaban la realidad extralingüística correspondiente. Las tomaron el italiano y el francés, unas veces a través de testimonios redactados en esas lenguas, otras veces a partir de las traducciones de los textos españoles (como ocurrió con el portugués como lengua canalizadora de otras voces). Las tomó el alemán y el inglés; el sueco y el islandés. En el caso de la lengua inglesa basta un repaso rápido del material de relatos de expedicionarios británicos de que dispongo y entresacar el uso de cocoa-nuts en los diccionarios de Tonga (Samwell y Anderson), en los de ahití de Banks y de Parkinson, en Anderson (Islas Cook), en Lemaire, en los de Nueva Guinea de Banks y Forrest, Parkinson (Savoo), Parkinson (bajo-malayo), y lo mismo cabe decir de canoa, de piragua, de ñame, de tabaco, o de lima. Es decir, los indigenismos traspasaron la frontera del lugar de sus referentes y se utilizaron, con versiones fonéticas más o menos diferentes, allí donde el europeo encontró o bien lo mismo, o bien lo más parecido. Decimos eso porque voces como cacique fueron de una gran utilidad no solo cuando Colón dudaba del alcance de la palabra, sino siglos después, en cualquier ocasión en que el europeo encontraba a un natural revestido de dignidad y aceptado por sus iguales como superior. Y también se dio el nombre de canoa a la embarcación polinésica que, si bien estaba construida con un solo tronco vaciado, tenía unos refuerzos laterales. Un aspecto del fenómeno que me parece que hay que destacar es que esas voces indígenas y, sobre todo, las de México, pasaron a Filipinas. Buena parte de los religiosos que fueron allá a evangelizar procedía del Virreinato de la Nueva España, como lo era buena parte de los militares y gobernantes de diversos rangos allí destacados. En la ciudad de México, en 1585, se imprimió –pues no había imprenta en las Filipinas—el Arte y Vocabulario tagalog, de fray Juan de Plasencia. Pueden ustedes ver, en la bibliografía, referencia a monografías que tratan de la presencia de voces mexicanas en el tagalo. Pero hay más, y me refiero al trasiego de palabras. Por una parte, por ejemplo, lo que ocurre en el ponapeño, lengua de la isla de Ponapé o Pohnpei, una de las Carolinas. Es difícil desentrañar si el hispanismo que se detecta en esa lengua hoy en dia procede del, digamos, español de Filipinas o si ha llegado vehiculado por el inglés, o por un pidgin del inglés. Así, la palabra tipaker, ¿viene de tabaco, o de tobacco? Por otra parte, el 8 caso del actual basay hablado en Taiwán, donde existen las inequívocas palabras tabaku y vaca. La planta y el animal pasarían allí desde las Filipinas. A esas islas llegó una planta del cacao en 1670 y veinte años más tarde se cultivaba ya el maíz que habían introducido los jesuitas. Las modificaciones, como siempre, habían sido inevitables. El ejemplo lo tomo de M. León-Portilla: la voz del náhuatl atole no designó en Filipinas la bebida hecha con maíz molido y cocido en agua, sino el arroz cocido con bastante agua. Estamos ante una apropiación verbal, es cierto; pero, fundamentalmente, ante una apropiación cultural. Solo me queda animarlos a revisar las páginas 10 a 13 del cuadernillo distribuido. Advertirán la maraña de manuscritos, la abundancia de vocabularios y sus diversas copias. Verán, también que hay noticias y descripciones de pobladores que no se acompañaban de un vocabulario. Puedo decir que tengo constancia de todas las alusiones a las lenguas. Mi investigación ha de proseguir con la lectura de más documentación, sobre todo de la relativa a viajes del XVI y del XVII. He hecho ya un primer paso de la Colección de diarios y relaciones para la historia de los viajes y descubrimientos (CSIC). Allí se contienen diarios, como los hay en la Colección de Documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía. También en el trabajo de Fernández de Navarrete, Colección de viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde finales del siglo XV.