CENTRO CENTRO DE DE ESTUDIOS ESTUDIOS PARA PARA EL EL DESARROLLO DESARROLLO DE DE LA LA JUSTICIA JUSTICIA PROJUSTICIA LA EMPRESA PRIVADA Y LAS INVERSIONES ANTE LA AGUDA INSEGURIDAD CIUDADANA 2007 CENTRO CENTRO DE DE ESTUDIOS ESTUDIOS PARA PARA EL EL DESARROLLO DESARROLLO DE DE LA LA JUSTICIA JUSTICIA PROJUSTICIA www.projusticia.org.pe [email protected] La empresa privada y las inversiones ante la aguda inseguridad ciudadana En Washington y en los principales países de Europa, crece cada vez más el temor de que la ola de delincuencia que afecta a América Latina produzca un fenómeno de desintegración social, que haga colapsar irreversiblemente la gobernabilidad, aumente la fuga de capitales junto al caos social y genere “áreas sin ley”. Está visión sombría tiene una base real: América Latina es la región con los mayores índices de criminalidad en el mundo: es decir, los latinoamericanos vivimos en el lugar más violento del planeta, donde según la Organización Mundial de la Salud, la tasa promedio de homicidios es de 27,5 víctimas por cada 100 mil habitantes, frente a 22 víctimas en África, 15 en Europa del Este y 1 en los países desarrollados. En ese contexto, los homicidios son la sétima causa de muerte en América Latina, mientras que son la 14 en África y la 22 a nivel mundial; por ejemplo, en el mes de mayo de 2006, durante cuatro días, Sao Paulo la ciudad más grande de Sudamérica, pareció hundirse en la anarquía: la orden de trasladar a 750 presos a cárceles de alta seguridad, incluidos los cabecillas de la banda “Primer comando de la capital”, fue respondida con motines carcelarios, ataques tipo guerrilla urbana a 110 estaciones de policía, bombas en bancos y gasolineras, así como el incendio de 168 ómnibus en 19 ciudades de Sao Paulo causando la muerte de 35 policías, 9 guardias de prisión y 170 ciudadanos entre civiles inocentes y agresores enfrentados con la policía. En ese marco, según estudios del Banco Mundial, finalizada la etapa más crítica de la lucha antisubversiva en el Perú, el año 2002 la tasa de homicidios fue de 4,25 por cada 100,000 habitantes y 4,85 para el año 2003; no obstante, en los años 2004 y 2005 la tasa ha sufrido un incremento: 5 homicidios por cada 100,000 habitantes; a su turno, Brasil tiene casi 25 homicidios por cada 100,000 habitantes; México 20,9 homicidios por cada 100,000 y Colombia que tiene el índice de criminalidad más elevado a nivel mundial, padece unos 77 homicidios por cada 100,000 habitantes. Paralelamente, en Costa Rica, Chile y Uruguay, se producen unos 5 homicidios por cada 100,000 habitantes. Inversiones vs inseguridad Una reciente investigación realizada por el Consejo de las Americas -una asociación con sede en Nueva York que agrupa a unas 170 multinacionales con operaciones en América Latina- indica que como resultado de la incapacidad de los estados para frenar la delincuencia generalizada, hay unos 2,5 millones de guardias de seguridad privados y tan sólo en Sao Paulo, trabajan unos 400 mil vigilantes privados, tres veces más que los integrantes de la policía estatal; del mismo modo, en Colombia, donde se producen aún los mayores índices de secuestros, hay siete vigilantes privados por cada policía. Lo cierto, es que casi en todos los países latinoamericanos existe un factor en común que coincide con la generalizada violencia y criminalidad: una conjunción de incremento de las expectativas y el desplome de las oportunidades de progreso y calidad de vida en los sectores más pobres; cuando se produce un aumento del narcotráfico internacional, lavado de dinero, contrabando, piratería, narcomenudeo y consumo de drogas, crimen organizado, secuestro, tráfico de personas, proliferación de armas ilegales, pandillaje, prostitución, entre otros. Otro reto para las empresas privadas en el Perú y la región latinoamericana está dado por el siguiente hecho: aunque para muchos en América Latina, la pobreza es la generadora de esta ola de criminalidad, en los centros de decisión mundial como Washington o las capitales europeas consideran que mas bien la extendida inseguridad, genera la pobreza al espantar las inversiones. En esa línea, el Consejo de la Americas, también concluyó en un reciente informe que la inseguridad es unos de los principales factores de atraso en América Latina, porque está frenando las inversiones: una encuesta del Consejo entre las multinacionales, muestra que la inseguridad constituye “el principal riesgo” para las empresas en la región. Muchas corporaciones multinacionales ya no invierten en Latinoamérica por los altos costos de seguridad, ya que mientras los gastos operativos en seguridad representan el 3% de los gastos totales de las empresas en Asia, en América Latina la cifra asciende al 7%. Y realmente el costo por la inseguridad regional es alto. En México por ejemplo, se estima en 108 mil millones de dólares anuales, equivalentes al 15% del PBI, y sólo en la capital México D.F., esa cifra llega a 19 mil millones, según los cálculos del Instituto Mexicano para la Competitividad, que incluye gastos en vigilancia privada, monto de lo robado, seguros, inversiones truncas y la afectación al consumo y el trabajo. Los desafíos futuros para la empresa privada Incluso las perspectivas futuras no se avizoran menos complejas: en el seminario “Latinoamérica 2020: pensando los escenarios de largo plazo”, organizado por el Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU, la Georgetown University (Washington), Centro de Estudios Nueva Mayoría (Buenos Aires) y la Universidad Adolfo Ibáñez (Santiago de Chile), se concluyó que los indicadores de inseguridad y delincuencia en la región muestran una tendencia creciente desde hace varios años, coincidiendo con el aumento de la pobreza y la desigualdad en la mayoría de los países. Consecuentemente, se vislumbra que en los próximos quince años, la cuestión de la inseguridad se convertirá en una demanda creciente en las sociedades latinoamericanas y de la misma forma, en un tema de cada vez mayor importancia política y electoral: “A partir de este fenómeno, accederán políticos y candidatos de mano dura a alcaldías, gobernaciones y presidencias nacionales en América Latina”, asevera el estudio sobre el futuro regional. El caso peruano Frente al presente entorno y perspectivas futuras, en la década pasada había en el Perú unas 1.200 empresas de seguridad y según datos de la Sociedad Nacional de Seguridad (SNS), hasta el 2006 existían 350 empresas de seguridad (3 de ellas transnacionales), de las cuales 200 operan en Lima y 150 en provincias, agrupando a unos 50.000 vigilantes formales que representan el 0,4% de la PEA. Entre tanto, la cantidad de vigilantes informales bordea el 50% del total; dichas empresas facturan unos 375 millones de dólares anuales, correspondiendo el 30% de ese monto a contratos con el Estado. En suma, familias y empresas han invertido en el 2006 en el Perú, 1.200 millones de soles en contratar diferentes servicios de seguridad a las 350 empresas del rubro formales, según la SNS que agrupa a las empresas de este sector y las representa como gremio ante la Confederación de Instituciones Empresariales Privadas del Perú (Confiep); asimismo, la facturación en el ámbito de la seguridad ha venido creciendo 8% en promedio desde el 2001 y la demanda se mantiene constante. Teniendo en cuenta que en la época del fenómeno terrorista, el 6% de los costos de producción de las empresas peruanas se invertía en la seguridad, hoy esa cifra llegaría sólo al 1,7%. Igualmente, 24,7 millones de soles se pagaron en primas de seguros contra robo y asalto en Perú, entre enero y octubre del 2006; al tiempo que el sector de seguridad pagó 228 mil soles por Impuesto General a las Ventas (IGV) al Estado peruano, durante el ejercicio fiscal 2006. Pero el dinamismo de la empresa privada frente a la inseguridad extendida no se detiene allí: también se estima que trabajan en el Perú casi 800 guardaespaldas formales inscritos como personas naturales ante la Discamec (organismo estatal que supervisa empresas de seguridad, armas y explosivos), y otros 500 laboran para empresas formales de seguridad; sin embargo, de manera informal operarían unos 1.500 guardaespaldas. Los formales ganan aproximadamente unos S/. 3.000 soles al mes por su trabajo, pues se trata de personal entrenado como ex marinos o ex integrantes de los demás institutos armados del Estado. Normalmente las grandes corporaciones o empresas internacionales son las que utilizan el servicio de guardaespaldas: aplicando un criterio de seguridad preventiva, donde un guardaespaldas para el presidente del directorio y otro para el gerente general le representan una inversión de US$ 4.000.00 al mes, adicionalmente algunas compañías contratan en el exterior un seguro contra secuestros, por el que pagan unos US$ 15.000.00 anuales y cubre la negociación y parte del rescate de hasta siete ejecutivos. Empero, la más importante inversión está en la prevención: existen empresas que dan a sus clientes servicios de investigaciones de seguridad interna para empresas y familias, donde utilizan métodos sofisticados y tecnología de punta, de este modo muchas tiendas por departamentos, cadenas de supermercados, grandes multinacionales, mineras, empresas agroindustriales exportadoras, cementeras, estudios de abogados, casinos y laboratorios, pagan cada mes unos S/. 25.000. 00 soles para verificar los datos y antecedentes de sus trabajadores, realizar pruebas poligráficas con detectores de mentira para sospechosos de robos internos o fuga de información, realizar barridos electrónicos para descartar micrófonos infiltrados o trabajar con agentes encubiertos en las planillas de las instituciones para resolver problemas internos y efectuar verificaciones de las viviendas y nexos del entorno más cercano de la plana gerencial, a fin de minimizar la posibilidad de secuestros y atentados. Aunque según datos de las empresas, la cifra pagada finalmente por un secuestro, es diez veces menor a la solicitada, todavía se producen unos 35 y 40 secuestros al paso por mes. Por otra parte, la demanda en el sector de seguridad ha crecido en sectores como el minero y agroindustrial exportador donde se realizan ampliaciones o crean nuevos locales y necesitan mayor cantidad de personal, contexto en el cual las empresas privadas de seguridad se han modernizado y emplean medios electrónicos e informáticos sistematizados brindando un mejor servicio. Cabe recalcar que hasta julio de 2006, el Perú era el último país de la región sin una ley de seguridad privada, sin embargo, tomando el ejemplo argentino, donde la ley consiguió disminuir los índices de informalidad en el sector, la administración García, como una de sus primeras medidas de gobierno, promulgó la “Ley de servicios de vigilancia y seguridad privada”, cuyo objetivo central es integrar la seguridad privada al Sistema de Seguridad Ciudadana (Sinasec) mediante un mecanismo de “alerta temprana” contra la delincuencia, formalizar el sector en general y los procesos de entrenamiento, además crea 16 modalidades de seguridad, para que a partir de marzo de 2007, se pueda por ejemplo, dar servicios de seguridad en transportes (contratar vigilantes armados en los buses) y en contenedores. La empresa privada ante un frágil sistema de seguridad pública Sin duda un gran obstáculo para la consolidación y expansión de la inversión privada en el Perú surge de la siguiente realidad: si bien es cierto el grado de inseguridad y violencia provocada por el terrorismo de Sendero Luminoso no continua como en los años ochenta y noventa, en el Perú se ha producido un evidente deterioro en el ámbito de la seguridad interna: en el caso de la Policía Nacional, en 1986 el Perú tenía unos 120 mil efectivos. Veinte años después (2006), existían 27 millones de peruanos pero sólo se contaba con unos 92 mil policías. En definitiva, se produjo una disminución de 23.3% en la cantidad de efectivos policiales, mientras que la población en este mismo período aumentó en 29%. Otras cifras más que preocupantes, considerando el aumento de la delincuencia en el Perú: frente al estándar internacional de un policía por cada 250 habitantes, el Perú tiene un policía por cada 353 habitantes y siendo el estándar internacional de 60 policías por comisaría, el Perú sólo tiene en promedio 20 policías por comisaría. Por otra parte, aunque desde el 2003, se creó el Sistema Nacional de Seguridad Ciudadana (Sinasec) cuyo ente rector es el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana (Conasec), presidido por el ministro del Interior e integrado por los ministros de Educación, Justicia, Salud y Economía, el jefe de la Policía Nacional así como un delegado de la Corte Suprema, el Fiscal de la Nación, el Defensor del Pueblo, el Alcalde de Lima Metropolitana y alcaldes de las dos provincias con mayor número de electores del Perú. Todavía el Conasec no ha podido implementar un plan de seguridad ciudadana eficaz cuyo eje transversal sea la participación activa de los ciudadanos en alianzas estratégicas con las instituciones del sector público, privado y de la sociedad organizada que deben encontrarse representados en los respectivos Comités de Seguridad Ciudadana, bajo el lema: “la seguridad ciudadana es un compromiso de todos”. Sobre el particular, es pertinente referir que en Lima y Callao, hay unos 5.000 serenos o vigilantes municipales en 29 municipios distritales, encargados de la vigilancia y patrullaje preventivo pero sin capacidad legal para efectuar arrestos; a su vez, salvo en 7 distritos limeños, el resto de cuerpos de serenazgo no trabaja con una estrategia común ni procedimientos y capacitación estandarizada, por lo que su accionar todavía es deficiente y según la encuesta de victimización del Ministerio del Interior del 2005, el serenazgo genera desconfianza en el 66% de la población al considerarlo incompetente y mal preparado. Otros flancos vulnerables En otro plano que igualmente afecta la seguridad ciudadana y que demanda la participación de la empresa privada: el sistema penitenciario se encuentra en una situación crítica, el Perú tiene una de las mayores sobrepoblaciones carcelarias en la región junto con Bolivia y Brasil. Según el Instituto Nacional Penitenciario del Perú (Inpe), hasta agosto del 2006 habían 35.642 internos en los 84 penales del país, cuando la capacidad de albergue es sólo de 22.426 internos, produciéndose una sobrepoblación de 13.216 internos. Mas grave aún es el hecho que del total de internos, el 69.8% están en situación de procesados y sólo el 30.2% sentenciados. Este escenario se torna más caótico ya que el mal estado del 90% de la infraestructura penitenciaria y las mafias que operan desde las cárceles repercute negativamente en la seguridad ciudadana, al prevalecer un elevado porcentaje de reincidencia y por que anualmente 18 mil internos son excarcelados, sin que exista una política de reinserción social. Según cifras de la Policía Nacional, al menos 500 presos de alta peligrosidad vinculados con secuestros, asaltos y robos registran más de tres ingresos a centros penitenciarios y planifican nuevos crímenes desde sus celdas. En paralelo, de los 84 penales del Perú, 28 continúan aún bajo el control de la Policía Nacional en lo que se refiere a su seguridad interna y pese a que en un plazo de 3 años, se prevé que el Inpe se encargue de la dirección, administración y control de la seguridad integral de dichos penales, su incapacidad estructural para asumir dicha función, afianza la necesidad de dar paso a la empresa privada en este sector, a través de las concesiones para la administración y gestión de los establecimientos penales o en asociación con el Estado, en lo que se conoce en la jerga internacional PPP: Private, Public, Partnership. Y hasta que no se concrete este proceso, será imposible recuperar a personal policial para fortalecer la seguridad ciudadana, considerando que unos 2.800 policías están dedicados a custodiar los centros de reclusión. Conclusión Teniendo como trasfondo un creciente déficit de inversión pública en infraestructura y servicios para brindar adecuada protección a los ciudadanos y a la propiedad privada, a fin de sustentar el crecimiento económico impulsado desde el sector privado; la pobreza y criminalidad en el Perú se retroalimentan creando un círculo vicioso, donde actividades antisociales como la delincuencia común, pandillaje, el crimen organizado, los secuestros, el narcotráfico, el contrabando y piratería constituyen una amenaza para la ciudadanía y la gobernabilidad, imposibilitando al mismo tiempo, un mayor flujo de inversiones y el consecuente desarrollo económico. Por lo tanto, el eje central de una estrategia contra la delincuencia y la inseguridad ciudadana que afecta las inversiones y la convivencia pacífica, debe ser la implementación de un eficaz sistema basado en el paradigma de la seguridad del Siglo XXI: La prevención proactiva del delito, donde la conjunción de esfuerzos entre la policía, municipio, empresa privada y la ciudadanía organizada, permita cada vez con mayor precisión, prever cuándo y dónde actuarán los criminales, así como identificarlos. Esta labor requiere de importantes inversiones (en algunos casos), una labor organizada y un equipo especializado que se encargue del análisis de la información; contexto en el cual, una estrecha cooperación entre la empresa privada y los organismos de seguridad estatal, podría concretar la creación un Instituto de Análisis Estratégico en Criminología, como complemento del Sistema Georeferenciado de Información (“Observatorio del Crimen y la Violencia”), que viene implementando el Ministerio del Interior para establecer mapas de actos ilícitos y centralizar información de manera estadística proveniente de diferentes fuentes (policía, justicia, seguridad privada, municipalidades, centros de salud, bomberos, entre otros) a fin de ejecutar una adecuada estrategia contra la inseguridad ciudadana.