Meditación al final del mundo

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Gangotri-Haridwar, Uttarakhand
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Gomukh
Haridwar
Varanasi
Kolkata
Esta es la tercera y última parte de la serie de historias sobre el Ganges, que
iniciamos en septiembre de 2010 desde su desembocadura en Bengala del
oeste, y que le ha llevado a las llanuras de Bihar y Uttar Pradesh a través de
ciudades históricas como Bodh Gaya, Patna y Varanasi.Ahora, Charles Isabey
llega a la parte del Ganges en el Himalaya y comienza su descubrimiento desde
Haridwar,en un viaje que le llevará por Uttarkashi y Gangotri hasta Gaumukh,
donde se encuentra el nacimiento del río sagrado.
Texto y fotos de Charles Isabey
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ustituimos la Gloria de Varanasi por las
profundidades de Haridwar para explorar los altos
valles del Himalaya, en busca de la fuente del
Ganges. Subiendo por el río sagrado para descubrir
poco a poco cada día los misterios que se esconden en sus
orillas. El tumulto de la humanidad comienza a dar paso
al tumulto de las olas del río, aquí la naturaleza gana
terreno frente a la civilización, en su propio territorio de
magia y grandeza.
S
Desde mi breve escala en Bodhgaya, me había dejado
llevar por el flujo de gente que es tan característico de las
ciudades indias, pero Haridwar, justo desde su estación de
trenes, da una impresión totalmente diferente. Nos
calmamos, cedemos y nos relajamos, el clamor aquí se
suaviza e incluso el polvo nos acaricia y los mercaderes
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son menos mercantes. India se envuelve en una nota
mística en esta pequeña ciudad, desde donde se ven
sobresalir las colinas del Himalaya. Un poco más lejos se
encuentra Rishikesh, el templo moderno de yoga para los
occidentales cansados del misticismo, pero para mí el
atractivo reside en Haridwar.
tierra – Haridwar, Prayag (Allahabad), Nashik y Ujjain.
Así, Haridwar es uno de las ciudades sagradas más
importantes para los hindúes en todo el mundo.
La historia de los pandas y el Kumbh Mela
Haridwar es una de las cuatro ciudades en el país que
albergan el Kumbh Mela, la reunión de personas más
grande del mundo: 60 millones en el Kumbh de 2001 y no
menos de 16,5 millones en el 2010 en Haridwar. La leyenda
cuenta que Kumbh comenzó cuando los Dioses,
debilitados por sus continuas batallas con los demonios,
quisieron un alto el fuego para conseguir el néctar de la
inmortalidad en los océanos. Cuando consiguieron el
néctar, los dos bandos volvieron a luchar para ver quién
bebería primero, y la batalla duró 12 “Días de Dioses” o 12
años en el calendario humano. Durante la batalla, Lord
Vishnu tomó la urna o el Kumbh que contenía el néctar y
dejó caer cuatro gotas en cuatro lugares diferentes de la
La otra razón por la que la ciudad es famosa es su
situación estratégica en un lugar en el que el Ganges se
adentra en los llanos, atrayendo cada año a cientos de
peregrinos para los que este es el punto de inicio de un
peregrinaje muy importante hacia Gangotri, la fuente del
río sagrado. Hasta los años 60, la peregrinación era
peligrosa debido a las corrientes, las empinadas
montañas, desprendimientos, carreteras y animales
salvajes. Muchos peregrinos morían en el camino hacia
Gangotri. Los peregrinos también venían a ver a los
“pandas”, brahmanes especializados en mantener
grandes registros de los peregrinos y sus orígenes. Mohan,
el fotógrafo local, me cuenta que es capaz de seguir
15 generaciones de su árbol genealógico a través de este
registro. Por lo tanto, al firmar, los peregrinos dejan una
nota y una huella para las futuras generaciones. Haridwar
por lo tanto tiene algo que ver también con la familia.
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Despertarse en Dam Kothi
Tan solo son las 6 de la mañana cuando el amanecer
aparece en este cielo de paz en el que el gobierno de
Uttarakhand me ha hospedado. Es también el mismo
lugar en el que varios oficiales del gobierno se quedan
durante sus viajes. Justo al lado, el Ganges pasa
tranquilamente a través de las puertas azules de la presa.
La fresca habitación del viejo edificio victoriano se abre
hacia un prado en medio del río, con la vista de las altas
montañas y la fachada de la ciudad a orillas del río. Del otro
lado del río se encuentra un gran bosque que sirve como
camping para los cientos de sadhus que se pueden
conocer aquí.
Despacio, me escapo de la casa de invitados hacia la
presa. Hace frío, el aire es puro y cortante, las aguas del
Ganges están más tranquilas de lo normal. En las orillas,
una bruma espesa oculta las siluetas que se vuelven más
afiladas progresivamente en un halo de azul.
Gradualmente, según se va acercando el amanecer, las
crestas de las colinas alrededor empiezan a blanquearse, la
mañana asoma orgullosamente y pronto los primeros
rayos de sol, como el fino cabello de los ángeles, se
estirarán por toda la ciudad. Los Sadhus y otros
peregrinos también se despiertan, con poco o ningún
equipaje, a menudo tan sólo una hoja de plástico en la que
duermen y un bol. Las ropas se lavan al mismo tiempo que
el cuerpo en el baño de la mañana. Entre los árboles y
mezclándose con las sombras azules, el dorado sol alcanza
tonalidades de púrpura gradualmente, otorgando una
vista abrumadora.
Vistas a contraluz, las personas con las que uno se
encuentra tienen algo que brilla, una forma vaporosa
emergiendo de la nada y que se disuelve rápidamente en
las sombras de la maleza. Pequeños comerciantes que
venden comida parecen alquimistas entre los humos que
salen de los chapatis que se cocinan en los hornillos y las
curvas tenues que surgen de las cacerolas de té a su lado.
Un poco más lejos, un sadhu me invita a beber té a su lado.
La conversación es, de alguna manera, surrealista, bajo
una higuera, en esta luz caleidoscópica filtrada a través del
denso humo del cannabis que estos hombres sagrados
consumen en grandes cantidades.
En las Ghats (escaleras que dan al agua) de la ciudad,
las personas se refrescan mientras el sol continúa
calentando el día. Se ve una composición única de
colores entre los saris de las mujeres y el azafrán de los turbantes y las hojas de los sadhus. Haridwar es una
explosión de colores que es un placer sensual para los ojos.
Las carreteras, el monzón y mi
Tata Indica
A las siete de la mañana, mi chofer me espera en frente
del viejo edificio de la casa de invitados del gobierno.
Agradezco a mis anfitriones en Dam Kothi por su
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hospitalidad y prometo regresar en cinco días. El cielo ha
perdido sus tonos mágicos y algunas nubes comienzan a
amenazar la atmósfera con varios tonos de gris que
parecen ampliarse hasta el infinito. Haridwar se despierta
con un cielo sin color y los contrastes son fláccidos. En
pocos minutos, comienza una tormenta y un muro de agua
se forma en el parabrisas a pesar de los intentos de los
limpiaparabrisas de apaciguarlo. Mi conductor, Joseph,
prefiere esperar a un lado de la carretera ya que la
tormenta hace que conducir sea peligroso en estas
montañas.
Por suerte no dura mucho y en poco tiempo estamos
de vuelta en la carretera, y tras atravesar Rishikesh,
comenzamos nuestro primer día de conducción por los
afilados bordes y las empinadas faldas de los campos
Himalayas. Las nubes siguen apareciendo constantemente
en lo alto de los picos y la parte superior verde del
Himalaya permanece cubierta en gran parte con nubes
grises. En lo profundo de los valles, entre dos nubles, se
puede divisar plantaciones de arroz en terrazas, y, a causa
de las nubes, parecen estar esparcidas como si fueran
confeti. De vez en cuando me despierto de estos sueños por
culpa de los numerosos desprendimientos que el Himalaya
ha sufrido este año. Fuertes y excepcionales monzones han
causado daños considerables a las carreteras de las
montañas. Pero uno debe seguir conduciendo, entre los
trabajadores arreglando las carreteras y los camiones
cargados hasta los topes. El tiempo parece diferente aquí,
y aunque en tu reloj se muestre la verdadera hora, no se
percibe realmente. La vegetación va cambiando
gradualmente y se vuelve más alpina. La abundancia y
exuberancia da paso a pastos en medio de bellos bosques
de coníferas, todos rectos y paralelos.
Uttarkashi
Finalmente llegamos a Uttarkashi, una especie de
puesto fronterizo en la intersección entre los altos valles y
los lugares de paso del bajo Himalaya. El Ganges
también pasa por aquí, pero en realidad es un torrente de
gris-azul muy típico, tan cercano a lo que he visto en las
montañas de los Alpes. Si solo fuera por las montañas,
podríamos habernos imaginado en algún sitio del
Haut-Queyras, solo que sin escuelas de sánscrito, con
estudiantes descalzos andando por los Ghats al anochecer.
Los fuegos de Aartis en el frío que desciende de los
glaciares no existen en Francia y por eso hoy disfruto de
un bocado de espiritualidad esta noche en las frías aguas
del Ganges.
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En una esquina, entablo una conversación con
algunos jóvenes que sienten mucha curiosidad sobre
occidente, y me invitan a su casa a tomar el té. “No se ven
muchos occidentales por aquí”, comenta uno de ellos,
añadiendo: “me gustaría ver a muchos más, supondría un
cambio de los peregrinos indios que son mucho más
tacaños que los occidentales”. En breve tengo que irme y
dirigirme hacia la casa de invitados puesta a mi
disposición por el gobierno, lo que indudablemente hace
que el viaje sea más sencillo. Calmado por el rugir del
torrente, debo dejarme llevar y soñar con dónde estaré en
menos de dos días. Mi mente me lleva a imaginar
escenas de una senda fantástica en los enormes
glaciares, bajo la severa mirada de los altos picos. Mi sueño
esa noche sabe a esa desconocida pero deliciosa aventura
que me espera.
Gangotri, el final del camino
Sobre las 6 de la fría mañana, empezamos nuestro
viaje. Joseph conduce el coche rápidamente por
carreteras estrechas. Por desgracia no tiene en cuenta el
horrible estado de la carretera. En un punto muy
omplejo de la carretera debemos mirar con cuidado que
no haya rocas caídas de las montañas y al mismo tiempo
debemos asegurarnos de que la tierra debajo de las ruedas
sigue ahí y de no derrapar y caer por un precipicio de más
de 300 metros al río que hay abajo. Algunos de los pueblos
que atravesamos en esta carretera han sido devastados por
completo debido a derrumbamientos, y las casas
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estropeadas todavía permanecen en las colinas, a pesar de
que están al aire libre y ya no disponen de la privacidad de
antes.
Después de Harsil, el cuartel militar en la frontera
indo-tibetana, la carretera está tranquila, el valle está
menos usado y el Ganges fluye plano, con vastos montones
de piedrecillas. Del otro lado del río se pueden ver pueblos,
minúsculos en este paraje enorme en el que los soberanos
picos de Himalaya parecen estar desfilando.
Pero el cielo todavía está cubierto con nubes que tapan
las vistas de los altos picos, con lluvias ocasionales. Cuando
dan las 10, por fin llegamos a Gangotri, literalmente el
final del camino. Esta pequeña ciudad da a una enorme
cascada. Siempre se puede ir a visitar el templo o los Ghats
de la ciudad, pero fuera de temporada, esta ciudad tiene un
interés limitado excepto por el senderismo y el paisaje.
Debido a la retracción de los glaciares, debemos continuar
un poco en el valle para encontrar la fuente del río sagrado.
El Ganges definitivamente no se deja ver fácilmente, te
hace trabajar duro para encontrarlo.
Bajo uno mismo reposa Gaumukh
El tiempo sigue dando pena cuando dejo a mi chofer
hasta la siguiente noche. El peregrino está obligado a
atravesar el camino que lleva a un refugio a 3.900 metros
y después a la morrena desde la que fluye el glaciar-río. Al
ritmo de las gotas de lluvia en mi capucha, afloran rocas
que hacen que el camino sea particularmente difícil para
las rodillas y tobillos. Alcanzamos rápidamente el final del
bosque para llegar a los pastos. Las dimensiones de estas
montañas son impresionantes. Caminando muy por
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encima de los 3000 metros, la vegetación empieza a penas
a ser escasa y desafía la lógica de cualquier alpinista, ya que
a esta altura normalmente debemos sacar nuestras
cuerdas y ejes de hielo.
Pero aquí, junto al Ganges, nada es así. Un buen par de
zapatillas de marcha bastan. A pesar de la capucha, la
lluvia incesante empieza a penetrar y moja mi ropa y
zapatillas, haciendo que algunas partes del camino sean
muy delicadas, como el cruzar el río en tablas de madera o
a veces buscar marcas en la arena para encontrar el camino
hacia el puesto de observación. A unos 14 kilómetros de
Gangotri, encuentro un lugar que es particularmente
peligroso y propenso a que caigan ocas. Además de este
peligro me encuentro con un camino de barro y agua, en
el que las zapatillas dejan de ser útiles, limitando la
adhesión al suelo. La ecuación es complicada: cómo ser
rápido sin sacrificar la seguridad.
Tras el kilómetro 18, el campo con su refugio aparece
tras una cadena de rocas. La visión de este pequeño
edificio, ahí al final del mundo, lejos de la civilización, es
suficiente para disipar el dolor de músculos, el dolor de las
tiras de mi mochila que rozan la espalda, las ampollas de
los pies y el temblor constante a causa de la humedad y el
frío. Ya casi no siento las piernas, sobre todo porque he
caminado 18 kilómetros en unas cuatro horas, lo que
según el guardián del refugio es muy poco tiempo.
El refugio no está calentado, no hay agua potable y el
dormitorio no tiene ventanas con cristales, sólo un trozo
de cartón colocado de mala manera para cubrir la
ventana… ¡cuando estamos a 3900 metros y hace frío! Por
suerte hay varias mantas y la fatiga me ayuda a
sobreponerme del dudoso olor de ellas, mientras estén
calientes… Para cenar, tengo la única compañía del
guardián del refugio, que me proporciona un poco de calor
humano, y su lámpara de aceite, para calentar mi manos
heladas. Muerto de cansancio, el sueño no tarda en llegar.
El sol se levanta a las 5h30 y engullo el desayuno
rápidamente antes de marcharme. El dolor de la
noche anterior vuelve rápidamente, especialmente las
ampollas, pero sé por experiencia que cuanto más marches
sobre las ampollas, más se calientan y menos duelen.
Alrededor de las 7 de la mañana, empieza una caminata
especialmente dolorosa en medio de las grandes rocas, y
el cielo parece abrirse.
Aparece un punto azul como un premio, mi premio,
sólo para que yo lo vea. Me siento único, lleno de alegría, e
incluso el aire helado que desciende de las vertiginosas
alturas se convierte en una caricia. El viaje entero empieza
a tener sentido cuando llego a mis propios adentros, mi
propio final tras un viaje que me llevó por más de 2.600
kilómetros. Por supuesto, tendré que volver pronto, y habrá
muchas otras aventuras a la vuelta también, pero en este
momento, solo, al final del mundo, sin tener nada excepto
el cielo que mirar, la suavidad y dulzura de respirar, me
disuelvo completamente en los kilómetros de mi viaje y el
agua que sale de este glaciar también es mía, al menos
durante unos instantes, mientras estoy aquí solo.
Así que esto es todo. La gran aventura llega, por fin, a
su fin. Aquí esta la tan admirada fuente. Quién lo hubiera
pensado, contemplando el mismo río en el Puente Howrah
en Kolkata. Es un sentimiento extraño el estar al final del
peregrinaje, más allá sólo hay nieve y picos de altas
montañas. Más allá de este punto, el Ganges no existe. A lo
largo de este río, es nuestro ego, nuestro yo que
consolidamos como dijo Faust de Valery: “¿Dónde está el
fin del mundo? Me gustaría hacer un viaje que me asegure,
a mí también, sobre mi existencia”. ■
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