Zigzag Zaha - Arquitectura Viva

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Primavera Spring
Zigzag Zaha
Zigzag Zaha
El premio Pritzker 2004 ha
distinguido a Zaha Hadid,
la iraquí afincada en
Londres cuyo lenguaje
diagonal o sinuoso es tan
singular como su figura.
The 2004 Pritzker Prize has
distinguished Zaha Hadid,
the London-based Iraqi
whose diagonal or wavy
architectural language is as
characteristic as her figure.
250 2005 AV Monografías 111-112
M
ÁS ARTISTA que arquitecta, y más personaje
que artista, Zaha Hadid es la encarnación rotunda de la diva. Temperamental y desbordante, su
voluminosa figura envuelta en túnicas plisadas de
Issey Miyake se impone con una presencia física
que irradia aplomo y energía contenida. Sobre zapatos imposibles, y ornamentada con bolsos y joyas
que quitan el hipo, la iraquí afincada en Londres
transmite una seguridad en sí misma que sólo puede
provenir de quien ha construido su imagen con tanto
empeño como su propia obra. Desde la época juvenil en que se ataviaba con innumerables gasas laboriosamente sujetas con decenas de imperdibles,
Zaha —como es universalmente conocida— ha
hecho de su persona un proyecto artístico tan significativo como el formado por sus pinturas, dibujos, escenografías y diseños: un camino ya explorado por Dalí, Warhol o Beuys, pero menos común
en el universo profesional de la arquitectura.
Elevada al estatus de icono mediático, recibió el
año pasado el premio Mies por una zigzagueante
marquesina de hormigón en Estrasburgo que realizó invitada a título de artista, y obtiene éste el premio Pritzker por una trayectoria más rica en representaciones visionarias que en obras construidas.
Nada de esto, sin embargo, disminuye el mérito de
la galardonada o hace polémica su elección: el unánime reconocimiento de su talento plástico hizo de
Zaha, “irónicamente, una opción segura” en el
Mies, como comentó el presidente del jurado, David
Chipperfield; y su condición de mujer y su origen
árabe, unida a su popularidad entre los estudiantes
—destacada en las motivaciones del jurado del
Pritzker—, la convierten en una candidata tan políticamente irreprochable como conviene al premio
americano (por más que su concesión a «Zaha
Hadid from Great Britain» cuando las tropas británicas siguen en Irak se preste a otras lecturas).
En esta convocatoria se incorporaron al jurado
del premio Pritzker, en sustitución de los fallecidos
J. Carter Brown y Giovanni Agnelli, dos miembros
nuevos: el presidente de Vitra, Rolf Fehlbaum, un
fabricante de muebles de autor y promotor de arquitecturas de vanguardia que fue el primer cliente
de Zaha; y la directora editorial de Phaidon en
Nueva York, Karen Stein. Ambos nombres refuerzan el peso en el premio del diseño y los medios de
comunicación, dando un protagonismo a la publicidad y la imagen en sintonía con el momento del
mundo, y haciendo más inteligible su decisión. Por
decimotercer año consecutivo, el Pritzker elude la
arquitectura americana, prolongando la ausencia en
el galardón de Peter Eisenman, un autor cuyo talante experimental ha dificultado su reconocimiento profesional, pero que tras la inclusión en el palmarés de Koolhaas en 2000 y Zaha ahora sólo puede
explicarse por alguna testaruda animadversión.
Avalada por un premio de esta trascendencia y
con el combustible del aluvión de proyectos que actualmente se aglomera en su estudio, la verdadera
carrera de Zaha se inicia ahora. De manera apropiada, la arquitecta recibirá la medalla en San Petersburgo, en la misma Rusia donde se gestaron muchas de las experiencias constructivistas y suprematistas —de El Lissitzky a Malevich— que
alimentaron su formación londinense, por no hablar
de los lienzos de Liubov Popova, cuyas formas
geométricas translúcidas, derivadas del cubismo
analítico, se prolongan en los ‘dibujos de rayos X’
de Zaha. La autora de paisajes cristalográficos y topografías fracturadas que demandaba al ingeniero
Peter Rice «lo quiero todo torcido», propone hoy
sin embargo espacios que fluyen y se penetran sobre
territorios de metacrilato, reemplazando el ángulo
agudo por la curva, el zigzag por el spaghetti, y las
colisiones por los flujos. Seguirá haciendo flotar el
hormigón, enredando rampas o agrupando columnas delgadas como bastones de lluvia; pero su vocabulario plástico estará desde ahora al servicio de
su empeño por construir una arquitectura líquida.
De los pilares oblícuos de
Estrasburgo (abajo) a las
formas fluidasdel proyecto
para el Centro de Arte
Contemporáneo en Roma
(página anterior), Zaha hace
del zigzag el signo peculiar
que abrevia el croquis para
Cincinnati (izquierda).
M
than an architect, and more
a personality than an artist, Zaha Hadid is
the rotund embodiment of the diva. Temperamental, overwhelming, her voluminous figure wrapped
in pleated Issey Miyake tunics is a physical presence irradiating aplomb and contained energy. On
impossible shoes and decked with breathtaking jewels and bags, the London-based Iraqi transmits the
self-confidence of one who has built her image as
determinedly as her work. Since the old days when
she dressed herself up in innumerable gauzes
painstakingly held together with dozens of safety
pins, Zaha – as she is widely known – has made of
her person an artistic project that is as significant
as that which consists of her paintings, drawings,
stage sets, and designs: a road previously explored
by Dalí, Warhol, or Beuys, but less commonly in the
professional world of architecture.
Elevated to the status of a media icon, last year
she received the European Union Mies van der Rohe
Award for a zigzagging concrete canopy over an intermodal terminal in Strasbourg that she was commissioned to build as an invited artist, and this year
she wins the Pritzker Prize for a career where visionary representations outnumber actual built
works. None of this diminishes the merit of the
ORE AN ARTIST
awardee or makes her victory polemic: unanimous
recognition of her sculptural talent made Zaha,
“ironically, a sure option” in the Mies, said jury
president David Chipperfield; and her being a
woman and of Arab origin, along with her popularity among students, which was highlighted
among the motivations of the Pritzker jury, turned
the architect into as politically irreproachable a
candidate as befits the American prize (however
much its going to “Zaha Hadid from Great Britain”,
at a time when there are still British troops in Irak,
lends itself to other symbolic readings).
This year, in place of the late J. Carter Brown
and Giovanni Agnelli, the Pritzker jury counted two
new members: Rolf Fehlbaum, president of Vitra,
manufacturer of signature furniture and promoter
of avant-garde architectures and, as such, Zaha’s
first client; and Karen Stein, editor of Phaidon in
New York. Both names add weight to design and the
media in the prize, giving importance to publicity
and image, in tune with the spirit of the times, and
thereby making the jury’s decision more readily intelligible. For thirteen consecutive years now the
Pritzker has stayed clear of American architecture,
prolonging the absence in the hall of fame of Peter
Eisenman, an author for whom professional recog-
From the oblique columns
of Strasbourg (below) to
the flowing forms of the
Contemporary Arts Center
project in Rome (previous
page), Zaha turns the
zigzag into a distinctive
feature, as abridged in the
sketch for Cincinnati (left).
nition has been hindered by his experimental and
critical inclinations. With Koolhaas’ winning the
prize in 2000 and Zaha’s capping it now, however,
the delay of Eisenman’s Pritzker can only be attributed to some stubborn animadversion.
Endorsed by a trophy of such significance and
inundated with projects, it is now that the real career of Zaha takes off. Appropriately, the architect
is to receive a medal in St. Petersburg, in the same
Russia where, from El Lissitzky to Malevich, many
of the constructivist and suprematist experiments
that nourished her London training were initiated,
not to mention the canvases of Liubov Popova,
whose translucent geometric forms, derived from
analytical cubism, are prolonged in Zaha’s ‘X-ray
drawings’. The author of crystallographic landscapes and fractured topographies who urged the
engineer Peter Rice to make everything at an angle
now proposes spaces that flow over and penetrate
territories of methacrylate, replacing acute angles
with curves, zigzags with spaghetti, and collisions
with fluxes. She will continue to make concrete float,
tangle up ramps, or orchestrate sheaves of slender
columns diagonal like the rain. But her aesthetic
vocabulary will from now on be at the service of a
determination to build a liquid architecture.
AV Monographs 111-112 2005 251
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