Monarquías medievales en España

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Problemas internos del reinado de Alfonso X (1252−1284)
Los dos primeros actos conocidos del reinado de Alfonso se complementan entre sí y son el mejor exponente
de la situación del reino en 1252. Alfonso devaluó la moneda y como consecuencia hubo inflación, lo que le
obligó a fijar, en las Cortes celebradas en Sevilla, los precios máximos de numerosos artículos, poner límite a
los gastos suntuarios, intentar frenar la especulación, prohibir la exportación de animales y de productos
alimenticios y tomar diversas medidas tendentes a restaurar la decaída economía castellana.
Las medidas tomadas por Alfonso X en 1252 fueron incapaces de contener el alza de precios y el desmedido
lujo de la población castellana, y las Cortes de Segovia suprimieron las tasas puestas en 1252 ya que los
mercaderes se negaron a vender a los precios fijados y los revendedores acapararon los productos, provocaron
su escasez artificial y los vendieron a precios más elevados. Una nueva devaluación monetaria realizada por
estos años agravó aun más la situación.
Dos años más tarde, las Cortes reunidas en Valladolid intentaron reorganizar la economía castellana mediante
una serie de medidas tendentes a reducir el gasto privado y público con las leyes suntuarias.
La penuria de la monarquía y de los súbditos fueron la causa de la convocatoria de las Cortes de Jerez (1268).
Por primera vez nos hallamos ante un intento serio de organizar la economía castellana. Por un lado se busca
incrementar la producción y por otro se ordena que ésta no sea exportada, que esté al servicio del reino.
Para cumplir los acuerdos de las Cortes era precisa la tranquilidad interior. Pero en 1269 la autoridad del rey
fue discutida por los nobles, que se sienten agraviados porque intenta sustituir el Fuero Viejo de Castilla y por
las medidas económicas y con la excusa de haber renunciado Alfonso a sus posesiones en el Algarve se
sublevaron. Alfonso para tener posibilidades en sus aspiraciones al trono imperial al final cede y hace
numerosas concesiones a los nobles.
Con motivo de la sucesión al trono, también los últimos años del reinado de Alfonso estuvieron enturbiados
por las revueltas nobiliarias, la mayor parte encabezadas por su hijo Sancho. En su último testamento, Alfonso
X desheredó a su hijo y proclamó herederos a los infantes bajo la tutela de Felipe III de Francia, que heredaría
Castilla si los infantes murieran sin descendencia. El Rey Sabio murió en 1284, su testamento no fue
respetado.
Cortes y Hermandades en los reinados de Sancho IV (1282−1295) y Fernando IV (1295−1312)
En la primera ocasión que tuvo Sancho IV (Cortes de 1285) ratificó su autoridad, revocando privilegios de
nobles, ciudades y Órdenes Militares y concediendo ciertas contrapartidas a ciudades sobre todo en el orden
fiscal en contra de los judíos, defensa y recuperación del patrimonio regio en contra de los nobles, así como
evitar la injerencia de éstos en las ciudades. Para favorecer a las ciudades, el rey retiró a los guardianes y
encomendó el cobro de los impuestos a los hombres buenos de las villas.
Salió reforzado el privado del rey, López de Haro. Al volverse a apoyar en el elemento judío (hacienda) se
enemistará no sólo con el otro bando nobiliario sino también con las ciudades, lo que provocaría la caída del
Señor de Vizcaya so pretexto de su amistad con Aragón. Ante las revueltas, tendrá el monarca que volver a
apoyarse en los concejos frente a los nobles descontentos y de nuevo volverá a otorgar concesiones a las
ciudades en las Cortes de Alfaro y posteriormente en 1293 se reunirán por separado los reinos de León y
Castilla en Valladolid (prueba de las diferencias existentes sobre todo del « nacionalismo» leonés), donde de
nuevo se revisarán sobre todo problemas fiscales, tipos de intereses en los préstamos de los que el elemento
judío eran los acreedores, así como otra serie de beneficios de la nobleza y el clero.
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Fue María de Molina, viuda de Sancho IV, quien mantuvo la unidad castellano−leonesa durante la minoría de
edad de su hijo Fernando IV, para ello se atrajo la lealtad de los concejos, ya que éstos aceptaban las
divisiones propuestas por los aspirantes a repartirse el reino.
Si los nobles aceptan finalmente a Fernando IV es porque quieren poner fin al ascendiente de los hombres de
las ciudades, quienes consiguieron en 1297 que se les reconozca su papel en el gobierno del reino. En 1302 se
puede decir que el poder está ya totalmente en manos de la nobleza, según se desprende de las Actas de las
Cortes.
La justicia se muestra impotente para reprimir los abusos y las quejas del pueblo no serán oídas hasta 1312,
cuando un grupo de nobles pretenda sustituir a Fernando IV por su hermano Pedro.
El rey de nuevo se ve obligado a solicitar ayuda a los concejos ofreciendo:
− La administración de justicia se encomendará a doce alcaldes legos,
− Se prohibirá ejercer como abogados en la corte a los eclesiásticos,
− Se reorganizará la cancillería para evitar que se concedan cartas en blanco y selladas para que luego sean
utilizadas en beneficio de particulares.
Todas estas concesiones habrían permitido la independencia de los concejos frente a nobles y eclesiásticos,
pero el mismo año que las otorga (1312) muere Fernando, dejando el reino en una nueva minoría (su hijo
Alfonso XI contaba un año de edad) y entrando en una nueva crisis.
El origen de las hermandades con finalidad política parece ser que fue en tiempos de Sancho IV (1282),
cuando se enfrentó a su padre Alfonso X. Sancho autorizó la formación de hermandades de clérigos y
ciudadanos para mantener la unión de sus partidarios, pero una vez pasado el peligro las suprime en 1284.
Con María de Molina en 1295 las hermandades resurgen y las legaliza en las Cortes. Cada reino crea su propia
hermandad. Se comprometían a guardar los derechos de Fernando IV y sus herederos. A cambio, el monarca
se compromete a guardar los fueros, usos, costumbres, franquicias y privilegios de los concejos y los autoriza
a unirse para mantener sus derechos frente al rey, contra sus oficiales, frente a los nobles y contra los
particulares.
Durante el reinado de Fernando IV las hermandades pierden fuerza, pero en 1315 (Alfonso XI) se reorganizan
creando la Hermandad General, que engloba a la baja nobleza y a los vecinos de las villas de todo el reino.
Junto a estas hermandades que engloban a todos los concejos de uno o todos los reinos, existen otras más
pequeñas: entre nobles y eclesiásticos, entre dos o más ciudades, baja nobleza o entre la alta nobleza para
mantener su situación privilegiada. La Iglesia sufre los efectos de la anarquía e intenta paliarlos mediante la
creación de hermandades.
Consolidación monárquica en el reinado de Alfonso XI
En 1325 termina la larga minoría de Alfonso XI durante la cual Castilla estuvo dividida entre los tutores del
rey, más interesados en consolidar su posición social y la de los nobles que les apoyan que en la gobernación
del reino. Obligado a elegir entre los tres grupos nobiliarios que se disputan el poder, Alfonso se apoya en los
partidarios del infante Felipe e intenta atraerse a D. Juan Manuel, pidiendo en matrimonio a su hija Costanza,
al tiempo que manda asesinar a D. Juan (1326). Abandonado el proyecto matrimonial con Constanza
(acordado en momentos de dificultad para romper la alianza de los nobles), Alfonso casará con María de
Portugal, con lo que quita a los nobles el apoyo del portugués, a lo que se añade el matrimonio de su prima
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Blanca con el heredero portugués. Después, casará a su hermana Leonor con Alfonso el Benigno de Aragón y
con la ayuda que le proporcionan las Cortes en 1329 compra los servicios de D. Juan Manuel e inicia la guerra
contra Granada, cuyo rey se declara vasallo del castellano.
La atracción de los nobles y los concejos continúa en los años siguientes. Ya en 1325 los concejos habían
pedido al monarca que fijara las soldadas de ricoshombres y caballeros, de manera que pudieran vivir
dignamente, sin necesidad de recurrir al robo y destrucción del reino; argumentos semejantes emplearán los
dirigentes nobiliarios para prestar su ayuda militar contra los benimerines.
El monarca necesitaba mantener a su servicio a los nobles, pero éstos sabían que la mejor forma de
incrementar sus beneficios era servir al rey desde los puestos de gobierno. Para lograr este objetivo, los nobles
no dudarán en sublevarse o aceptar la voluntad real si ésta les compensa. La sublevación de los nobles fue
derrotada militarmente en 1336 y desde ese momento parece existir una colaboración sincera entre ellos y el
monarca. En 1338, el rey ordena la reconciliación dando forma a un estatuto que fija los sueldos, tipos de
armas, tiempo de servicio, etc., que será perfeccionado en 1348 con los ordenamientos de Nájera, auténtico
fuero de los nobles, atribuidos a Alfonso VII el Emperador. Los salarios, punto más importante del estatuto,
fueron actualizados en las Cortes de Alcalá de 1348. La estabilidad dada con estas normas al grupo militar
pacificó a los nobles e hizo posible la realización de campañas contra los musulmanes. La nobleza
permanecerá sumisa durante algunos años, pero el alza de precios que ocasionó la peste negra hará que los
nobles vuelvan a sublevarse e intenten imponerse a Pedro I.
El Ordenamiento de Alcalá
Aunque inicialmente la nobleza era un grupo abierto al que se accedía en función de la intervención en la
guerra, la repoblación o el gobierno, o por disponer de tierras y medios suficientes para adquirir campesinos
que cultiven la tierra y vasallos para defenderla, pronto empezarán a establecerse diferencias jurídicas entre
los simples hombres libres y los nobles, caracterizados éstos por el disfrute de una serie de privilegios fiscales
y jurídicos que intentarán institucionalizar haciendo que se recojan por escrito en un texto legal, en un fuero
nobiliario.
Además de la existencia de dicho derecho consuetudinario nobiliario, existía toda una constelación de fueros
locales y regionales que emanaban de las cartas pueblas, privilegios, etc., y que regían la vida de los concejos
no sólo en los viejos territorios de Castilla y León sino en las extensas áreas reconquistadas y repobladas.
Hay que tener en cuenta, también, que los ricos−hombres (capas superiores de la nobleza) habían alcanzado
altas cotas de poder merced a la actividad guerrera en la reconquista, acumulando una serie de privilegios que
ensombrecían la autoridad regia, sobre todo tras el reinado de Alfonso X y las guerras intestinas de sucesión y
las minorías hasta Alfonso XI, en las que las Casas más importantes de la Alta Nobleza ejercieron el poder de
manera efectiva.
El Ordenamiento de Alcalá, de 1348, viene a cerrar el primer estadio de la transformación de las monarquías
medievales en monarquías de corte autoritario o centralista, modernas, con poder efectivo del Rey. En este
sentido, el Ordenamiento de Alcalá establece un orden de prioridad entre las diversas compilaciones legales
que existían en Castilla, constituyendo una estratificación que encabeza el propio Ordenamiento (cuyas leyes
regían sobre las demás) pasando por los fueros municipales y comarcales y terminando por las Partidas. El
Ordenamiento de Alcalá tiende a la territorialidad de las leyes, intentando superar el localismo y el
particularismo de los fueros, sustituyéndolos en lo posible por normas de carácter general que afecten a todo
el reino. Además, se codifica de una vez el derecho nobiliar, atendiendo en esencia a los privilegios de los
nobles recogidos en las disposiciones emanadas de unas supuestas Cortes celebradas en Nájera por Alfonso
VII, pero aceptando en adelante el derecho regio a dictar leyes de carácter general en todo el territorio de la
Corona e imponiendo, por primera vez, el Derecho Romano (las Siete Partidas) como ordenamiento jurídico
válido en toda la Corona.
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Las cañadas de la trashumancia ganadera
Se definen como Cañadas aquellos caminos ganaderos por los que circulan un muy complejo conglomerado
de hombres, rebaños y caballerías de manera periódica en dirección norte sur y sur norte en búsqueda de
pastos y condiciones climáticas benignas para el ganado. A este movimiento de hombres y bestias lo
conocemos con el nombre de trashumancia.
Las causas que encontramos para justificar este movimiento responden a cuestiones geográficas y sociales;
respecto a las primeras la accidentada orografía peninsular y los contrastes climáticos son los factores
favorecedores del fenómeno trashumante. En el plano social argumentos como el aprovechamiento de los
grandes espacios conquistados a partir de los siglos X−XIII, los valles del Tajo, del Guadiana, del
Guadalquivir y de Levante; además la solución ganadera se impone en las nuevas tierras al no poder ser
ocupadas con pobladores sedentarios (agricultores) porque los reinos cristianos carecen de suficiente
población. Por último, la situación político militar favorece el desarrollo de la ganadería sobre la agricultura:
una sociedad amenazada por las incursiones musulmanas protege mejor el ganado, por su movilidad, que los
cultivos.
Estas Cañadas se articulan en tres vías principales que constituyen los ejes básicos de nuestra ganadería
medieval. Por un lado la cañada leonesa o más occidental que recorre el país desde el norte de León al sur del
Guadiana. Seguía en buena medida al antiguo itinerario ya conocido que constituyó la calzada romana
denominada Vía de la Plata, desde las montañas leonesas hasta las praderas extremeñas de la comarca de la
Serena.
La segunda de las Cañadas es la denominada segoviana que, teniendo como extremo meridional Andalucía, se
dirige hacia el norte, hacia Segovia de donde parten dos ramales uno que se dirige hacia los Cameros riojanos
y otro hacia las tierras altas palentinas.
La tercera corresponde a la denominada Manchega que atravesará la Mancha desde Cuenca (o desde el Bajo
Aragón) para llegar al valle del Guadalquivir según unos autores o a las tierras del Levante murciano, según
otros.
Por estas redes agropecuarias se movían, principalmente, los millones de merinas de la cabaña Meseteña, que
bajo el título de Cabaña Real se escondía toda la riqueza ganadera del Reino y, también bajo el término
cabaña se incluían todas las propiedades semovientes de un propietario: ovejas y cabras, ganado vacuno,
caballos y perros más los enseres que viajaban con los pastores. Estas merinas eran por tanto las que
proporcionaban la base económica de los reinos peninsulares y la proyección comercial exterior a través del
mercado internacional de la lana durante cinco centurias.
El predominio ganadero, no sólo en la economía agraria, a partir del siglo XIII obliga a la Monarquía a
conceder privilegios y mercedes que se inician con los Privilegios de Gualda (Guadalajara) otorgados por
Alfonso X en el año 1273 y la creación del Honrado Concejo de La Mesta. Años después, los Reyes Católicos
dieron muchas más prerrogativas a los ganaderos, declarando de su libre provecho todos los pastos,
abrevaderos, majadas, veredas, descansaderos, baldíos y terrenos comunales, para que los ganados pudieran
circular libremente.
Ganaderos y agricultores: La Mesta (1273)
La insuficiencia demográfica y la situación fronteriza, junto con el valor económico del ganado resultan
factores determinantes del auge de la ganadería en todos los reinos del Norte, y de modo especial en los reinos
occidentales (León, Castilla y Portugal), que amplía considerablemente sus territorios entre el siglo X y los
años centrales del XIII.
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Por razones económicas y militares, los mayores propietarios de ganado son los monasterios−iglesias, los
grandes nobles y, desde el siglo XI, los caballeros de los concejos surgidos a lo largo del valle del Duero.
Éstos crean e impulsan las mestas locales o agrupaciones de ganaderos para defender el ganado y para buscar
nuevas tierras a costa de los musulmanes o en perjuicio de los concejos limítrofes.
La adquisición de tierras de pastos no basta cuando crece el número de cabezas de ganado y, además, no
siempre es fácil vencer las resistencias de los dueños de la tierra por lo que se hace necesario buscar nuevos
sistemas de obtención si no de la propiedad sí del derecho al uso de pastos en tierras ajenas. La fórmula más
fácil, a la que sólo tienen acceso grupos privilegiados, consiste en lograr del monarca autorización para que el
ganado de iglesias y monasterios −más raramente el de los concejos− pueda pastar en todo el reino en
condiciones semejantes a las del ganado real. Con frecuencia, la concesión va acompañada de una protección
especial al ganado y de la exención de impuestos de tránsito, pero ni siquiera la protección real garantiza el
pacífico disfrute porque los privilegios emanados de una cancillería no organizada se contradicen entre sí y
porque, en su marcha hacia los pastos, el ganado cruza tierras concejiles, eclesiástica o nobiliarias cuyos
dueños ofrecen fuerte resistencia al paso y disfrute gratuito de los pastos.
Estas situaciones hicieron ver la necesidad y el interés de lograr acuerdos de carácter general y para todo el
reino, que serán recogidos al crearse el Honrado Concejo de la Mesta, reconocido oficialmente por Alfonso X
en 1273. También en la Corona de Aragón se agrupan los ganaderos y crean organizaciones semejantes.
Frente a los campesinos desorganizados y dispersos, los ganaderos disponen de una organización y de unos
privilegios que les permiten incrementar aún más la ganadería en perjuicio de la agricultura.
Alfonso X en 1273 no innova, se limita a reconocer y dar carácter oficial a una organización ya existente. En
el mejor de los casos, su papel se redujo a reunir en un solo organismo las diferentes mestas.
La principal misión de la Mesta es organizar las cañadas o caminos entre zonas cultivadas. Estas Cañadas se
articulan en tres vías principales que constituyen los ejes básicos de nuestra ganadería medieval: la cañada
leonesa, la cañada segoviana y la cañada manchega.
Al crearse la Mesta general seguramente se respetó la organización de cada una de las mestas locales durante
un tiempo, pero pronto fueron creados nuevos cargos que anulaban los ya existentes: la autoridad del alcalde
local y de los ambulantes fue sustituida por la de los alcaldes entregadores, las reuniones de pastores y
miembros de la escolta armada previstas en los fueros adquirieron carácter general y las mismas disposiciones
del fuero quedaron anuladas por las Ordenanzas de la Mesta, de las que se conservan las aprobadas por los
Reyes Católicos en 1492.
Mercados y Ferias en la Corona de Castilla
La existencia de mercados y de mercaderes se incrementa a partir del siglo XI siguiendo las mismas pautas
que en Europa: a los mercados locales y regionales, de carácter básicamente agrícola−ganadero y de
periodicidad semanal, sigue pronto la instalación de tiendas permanentes en la mayor parte de las ciudades y
concejos, y la posibilidad de obtener y comprar productos de otras zonas hace que surjan los mercados anuales
celebrados en fecha fija y que reciben el nombre de feria. La organización del mercado diario está copiada en
todas partes de la del zoco o azogue musulmán; en él se vende en las condiciones señaladas por cada fuero.
El mercado periódico no puede realizarse sin garantías de tranquilidad y paz, no sólo en el lugar estricto de
celebración sino también en el viaje, por lo que reyes y concejos se transforman en protectores de los
mercaderes y garantizan la paz del mercado. Funcionario encargado de controlar o dirigir estos mercados es el
zavazoque, que tiene la misión de controlar pesos y calidades, mantener el orden e intervenir y entender en las
disputas y diferencias que se produzcan, aunque en muchos concejos esta misión es realizada por jueces y
alcaldes; el sayón es el encargado de percibir las caloñas o multas; los impuestos que recargan la entrada de
mercancías son cobrados por el telonero, portazguero o portero...
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Los productos comercializados pueden agruparse en cuatro grandes apartados: de origen animal, agrícolas,
minerales y artículos manufacturados.
Los beneficiados de este renacimiento comercial son indirectamente todos los pobladores, pero de un modo
especial y directo los mercaderes y los monasterios e iglesias a los que el rey concede el control del comercio
o exime de determinados impuestos, lo que les coloca en situación privilegiada para vender sus productos o
comprar artículos que les interesan.
Las ferias, aunque autorizadas y creadas por los reyes, sólo prosperan cuando están en zonas especialmente
aptas por su riqueza o por su situación estratégica, en otro caso quedan relegadas a mercados semanales de
carácter local. Entre las primeras ferias documentadas figura la de Valladolid creada por Alfonso VII en 1152.
Las fechas de celebración de las ferias no son fijadas de modo arbitrario sino de acuerdo con un plan
perfectamente organizado para evitar las coincidencias y permitir el desplazamiento de los mercaderes de unas
a otras.
La presencia de mercaderes extranjeros en estas ferias exige la creación de puertos o puestos de control que
conocemos por los acuerdos de las Cortes, que además nos informan de los productos importados y
exportados y de los derechos que sobre el comercio recibe el monarca en forma de sisas, diezmos y, más
tarde, alcabalas, que gravan la compraventa de artículos en el mercado.
Cambio de dinastía en Castilla
Coincidiendo con la guerra que enfrentó a castellanos y aragoneses a mediados del siglo XIV por la
hegemonía política peninsular, se produce el cambio dinástico en Castilla. El origen de este cambio lo
encontramos en las Cortes de 1351, en las que se produce el primer enfrentamiento entre los grupos
nobiliarios y la monarquía a causa de los lugares de behetría (en los que los campesinos pueden elegir señor) y
los resultados de la comisión que, tras la realización de un inventario, redactó un índice fiscal en el que
además de conocer la pertenencia de las behetrías, se copiaron los privilegios y cartas de quienes alegaban los
derechos de behetría. Así, el rey, entre otras cosas, se enteró de la autenticidad o falsedad de los derechos
nobiliarios, negándose a ceder la administración de justicia y a la parte de impuestos que correspondían a la
Corona (peticiones ambas de los nobles).
En este contexto se inicia el ambiente decisivo para realizar el cambio dinástico en el reino de Castilla, ya que
lejos de poner fin a las diferencias entre los nobles estas aumentaron. El primer levantamiento contra el rey lo
protagonizará Tello, hijo de Leonor de Guzmán y señor de Vizcaya. Posteriormente, grupos nobiliarios
apoyados por la iglesia se unieron contra Pedro I, al abandonar éste a Blanca de Borbón −lo que supone poner
fin a la amistad francesa y la garantía de alianza.
Al frente del levantamiento se encuentran el antiguo favorito, Alfonso de Alburquerque, y Enrique de
Trastámara, a los que apoyará Pedro IV, rey de Aragón y del que Enrique se convierte en auxiliar. Es a partir
de 1365 cuando Enrique de Trastámara deja de ser auxiliar del monarca aragonés para convertirse en aspirante
al trono castellano.
Los trastamaristas, se presentan ante los castellanos como los libertadores de la tiranía personal del rey, y
como defensores del pueblo frente a los judíos y contra las musulmanes cuya alianza con Pedro I permitirá
convertir en Cruzada la intervención de los nobles, así como justificar la presencia de compañías extranjeras
bendecidas por el Papa.
Para facilitar la recuperación de las economías nobiliarias, pagar los servicios que había recibido y ganarse el
apoyo de las grandes casas, Enrique tuvo que hacer donaciones masivas de privilegios, bienes y rentas (las
llamadas mercedes enriqueñas). En las Cortes reunidas en Burgos en 1367 acordó confirmar los fueros y
privilegios de cada ciudad, excepto los concedidos por Pedro I, que fueron sustituidos por otros similares
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otorgados por Enrique; reconstruyó las hermandades y concedió más protagonismo a los concejos.
Es en 1369 cuando triunfa definitivamente el movimiento trastamarista y el reino comienza a organizarse, tras
veinte años de guerra. En las Cortes reunidas en Toro en 1371, Enrique se consolida como monarca y puede
llevar a cabo su propia política para alejar definitivamente a los grandes nobles de la política, confiando los
cargos de gobierno a miembros de la segunda nobleza y a juristas, siguiendo, en líneas generales, la política
de Alfonso XI y que posteriormente seguirán los Reyes Católicos.
Del Secuestro de Tordesillas a la Farsa de Ávila (Juan II − Enrique IV)
Muerto Fernando de Antequera, la nobleza castellana agrupada en torno a la reina Catalina de
Lancaster se hizo con el poder y alejó momentáneamente a los infantes Juan y Enrique, quienes
recuperarán su poder sobre el monarca Juan II con el apoyo de Alfonso el Magnánimo de Aragón.
Durante dos años, Juan y Enrique gobernaron Castilla sin más oposición que la existente entre ellos,
puesta de manifiesto cuando Juan se aleja de Castilla para llevar a cabo el matrimonio con Blanca de
Navarra y Enrique aprovecha la ausencia de su hermano para apoderarse del monarca en Tordesillas,
hacerse conceder el marquesado de Villena y unirse en matrimonio a Catalina, hermana del monarca
castellano.
Con estas maniobras, Enrique superaba en poder a su hermano Juan de Navarra y hacia éste se vuelven los
nobles descontentos, dirigidos por Álvaro de Luna. Juntos derrotaron a Enrique (1422). La alianza de Juan de
Navarra y Álvaro de Luna durante algunos años servirá para anular totalmente a las ciudades y a las Cortes.
La fuerza adquirida por Álvaro de Luna terminó por alarmar a Juan de Navarra, quien, por mediación de
Alfonso el Magnánimo, se reconcilió con Enrique, dando paso a una serie de años de enfrentamientos entre el
privado de Juan II y los infantes, turnándose las victorias entre uno y otro bando según las alianzas que logran,
expulsando de Castilla a la parte vencida. Por último, fue el bando de Álvaro de Luna el que consiguió la
victoria sobre los infantes.
A pesar de sus victorias militares y diplomáticas, Álvaro no pudo consolidar su poder y en 1453 los nobles
consiguieron que Juan II mandara detener y ajusticiar al único que había intentado reafirmar su autoridad. Un
año más tarde moría Juan II y, a su muerte, gran número de lugares de realengo y todas las rentas del reino
estaban en manos de los nobles.
Cuando Enrique IV sube al trono no tiene autoridad para enfrentarse a los nobles y aceptó las condiciones que
le pusieron los nobles para desdecirse más tarde con lo que perdió autoridad e hizo posible su deposición en
efigie en la farsa de Ávila.
En la Farsa de Ávila, los nobles levantaron un cadalso, colocaron en él una estatua de Enrique IV sentado en
su trono; subieron los Grandes y delante de la estatua leyeron las súplicas que tantas veces y tan en vano
habían elevado a su Majestad los oprimidos, se añadieron acusaciones y al final se decreto la sentencia de
destronamiento. A la estatua le fueron quitando los símbolos de su poder: corona, cetro, espada, etc y la
despojaron de todas las insignias reales. Tras ello la empujaron con los pies y la arrojaron al suelo desde
aquella altura. A continuación proclamaron al infante Alfonso como monarca.
Farsa de Ávila
Cuando Enrique IV sube al trono no tiene autoridad para enfrentarse a los nobles, ni siquiera podía recurrir a
las ciudades, ya que habían perdido su poder dominadas por la nobleza triunfadora que se opone al nuevo
favorito Juan Pacheco. Un perdón general y una política de paz en el exterior permiten al reino estar tranquilo
unos años. Pero no se puso fin a las revueltas nobiliarias. Los intentos de algunos nobles de restaurar el poder
monárquico chocaron siempre con la actitud del rey de aceptar las condiciones de los nobles y no combatirles
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militarmente. Entre las condiciones que le imponen los nobles figura el reconocimiento como heredero de
Castilla del infante Alfonso y su matrimonio con la hija del monarca, el destierro de Beltrán de la Cueva, la
concesión del maestrazgo de la Orden de Santiago a Pacheco, la reducción del ejército real y el
reconocimiento del derecho de los nobles a no ser condenados sin ser sometidos a juicio por un tribunal
integrado por tres nobles, tres eclesiásticos y tres juristas. Enrique IV aceptó cuanto le pidieron, para
desdecirse más tarde con lo que perdió toda autoridad e hizo posible su deposición en efigie en la farsa de
Ávila.
En la Farsa de Ávila, los nobles levantaron un cadalso, colocaron en él una estatua de Enrique IV sentado en
su trono; subieron los Grandes y delante de la estatua leyeron las súplicas que tantas veces y tan en vano
habían elevado a su Majestad los oprimidos, se añadieron acusaciones y al final se decretó la sentencia de
destronamiento. A la estatua le fueron quitando los símbolos de su poder: corona, cetro, espada, etc y la
despojaron de todas las insignias reales. Tras ello la empujaron con los pies y la arrojaron al suelo desde
aquella altura, para a continuación proclamar al infante Alfonso como monarca.
Proclamado el príncipe Alfonso rey de Castilla a los once años, esto hace que el monarca reaccione y se
decida a combatir a los nobles, a los que vence en Olmedo (1467). Al morir el rey Alfonso en 1468, se ofrece
el trono a su hermana Isabel.
El Pacto de los Toros de Guisando
Tras la Farsa de Ávila (1465), Enrique IV se decidió a combatir militarmente a los nobles partidarios de
Alfonso, a los que venció en Olmedo (1467). Su victoria no sólo no sirvió para afianzar el poder real sino que
lo debilitó aún más al provocar el abandono de los Mendoza cuando el rey se dispuso una vez más a negociar
con los nobles. Éstos, al morir el príncipe−rey Alfonso (1468), ofrecieron el trono a su hermana Isabel.
Aunque apoyada por la nobleza rebelde, Isabel evitó el enfrentamiento abierto con los partidarios del monarca
y no se proclamó reina de Castilla sino heredera de Enrique IV que aceptó en la entrevista celebrada en
Guisando este mismo año la solución ofrecida por Isabel que significaba desheredar a su hija Juana al no ser
posible la salida ofrecida mientras el heredero del reino era Alfonso y se preveía su matrimonio con Juana.
Para asegurar su triunfo, los nobles necesitaban buscar un marido conveniente a Isabel y entre los numerosos
candidatos que se ofrecieron y desfilaron por la corte castellana, el elegido fue el monarca portugués Alfonso
V que se mostró dispuesto a aceptar las condiciones del marqués de Villena y a dejar el gobierno de Castilla
en manos de la oligarquía nobiliaria, en manos de los nobles que siguen a Pacheco.
Para hacer frente a los catalanes rebeldes, apoyados ahora por Luis XI de Francia, Juan II precisaba el apoyo o
al menos la neutralidad de Castilla y para lograr sus objetivos propuso el matrimonio de Isabel con su hijo
Fernando: También Luis XI, y por las mismas razones que Juan II, buscaba la alianza con Castilla y ofreció
como marido de Isabel a su hermano el duque de Guyena. La habilidad de Juan II de Aragón y de sus
partidarios castellanos convirtió en realidad el matrimonio de Isabel y Fernando en 1469, y contra ellos los
nobles descontentos dirigidos por el marqués de Villena proclamarán heredera legítima a la hija de Enrique, al
considerar roto el Pacto de los Toros de Guisando al casar con Fernando. Quienes habían utilizado a Isabel
para oponerse a Enrique IV se hallan ahora al lado de éste y de su hija. Quienes antes habían servido fielmente
al rey, los Mendoza, ayudaron a Isabel, que no dudó en hacerse eco de la propaganda nobiliaria y basó sus
derechos al trono en la presunta ilegitimidad de Juana.
La guerra civil fue inevitable y se prolongó hasta después de muerto Enrique IV. A la muerte de Enrique IV,
Isabel y Fernando fueron reconocidos por la mayor parte de los nobles castellanos mientras los seguidores de
Juana, apoyados por Alfonso V de Portugal, seguían la lucha hasta 1479.
Hermandades, ciudades y Cortes en la Corona de Castilla
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La formación de hermandades, dirigidas contra los nobles durante la época de Enrique IV, fue facilitada o
potenciada por el monarca y por sus fieles.
Las causas de los enfrentamientos hay que buscarlas en las contradicciones creadas en una sociedad en
expansión económica acompañada de una inflación en los precios, controlada por una nobleza que se resiste a
aceptar los cambios. Ante la nueva situación, que de hecho se prolonga desde el siglo XIV, la nobleza
reacciona intensificando su política tradicional: búsqueda o imposición de pactos con el monarca y creación
de ligas o hermandades nobiliarias para afianzar el poder del grupo y, en el plano individual, construcción de
casas fuertes y aumento del número de vasallos militares que dependen y cobran un salario de los miembros
de la nobleza. El grupo nobiliario oscila así entre la unión frente a los restantes grupos y la lucha entre bandos,
y para combatir a los nobles, que alternan la presión legal con el bandolerismo, se crean hermandades en las
que se integran grupos sociales heterogéneos con intereses distintos: campesinos, semisiervos y libres,
habitantes de los concejos, pequeña nobleza independiente y clérigos.
Durante el reinado de Enrique IV se dieron varios momentos de auge de las hermandades. En el primero, la
hermandad que adquiere mayor importancia es la formada por las villas y campesinos de Guipúzcoa contra los
nobles. El segundo es el período más importante desde el punto de vista asociativo, con la creación de la Santa
Hermandad, con autoridad en todo el reino. Hasta 1466 el monarca parece controlar a los agermanados y
utilizarlos contra los nobles rebeldes, pero a partir de esta fecha la hermandad se radicaliza y ataca por igual a
los nobles partidarios de Enrique IV y a los seguidores del príncipe Alfonso. Representa un peligro para la
nobleza y para el monarca y ambos se unirán para ponerle fin tras la firma del pacto de Guisando. Por otra
parte, las diferencias entre los miembros de las hermandades dieron lugar a defecciones de la pequeña nobleza
y a enfrentamientos entre el bajo pueblo y los dirigentes urbanos. En Galicia, la hermandad tuvo gran número
de seguidores y se radicalizó más a causa del mayor desarrollo de la señoralización. En 1467, la nobleza fue
derrotada y permaneció lejos de Galicia hasta la firma del pacto entre el monarca y los nobles que lograron
derrotar a los hermandinos en 1469. Poco más tarde, la hermandad desaparecía sin que por ello cesaran las
tensiones entre campesinos−ciudadanos y nobles laicos y eclesiásticos.
Pacificación interna y medidas unificadoras
Al morir Enrique IV, la guerra civil nobiliaria se extendió pronto a toda la Península. Isabel y Fernando
pasaron a la ofensiva y lentamente los partidarios de Alfonso V de Portugal abandonaron su causa y
prometieron obediencia a los reyes. En febrero de 1476 el ejército portugués fue vencido en Toro.
Respecto a la situación económica y el restablecimiento del orden fue fundamental lo acordado en 1476 en las
Cortes de Madrigal. La Contaduría o Hacienda fue reorganizada y se centralizó el cobro de los impuestos;
fueron reguladas las atribuciones y salarios de los contadores; se dispuso la confección de un índice de las
rentas pagadas por la Corona para anular las que no tuvieran razón de ser....
Las Cortes intentaron llevar la reforma más adelante al pedir la supresión de los privilegios de hidalguía, que
se pusiera fin a la enajenación de los bienes de la Corona y que se revocaran las mercedes hechas por los reyes
desde 1464. Ninguna de las peticiones fue atendida por los monarcas. Las ciudades obtuvieron, en cambio,
satisfacción en las demandas presentadas contra los judíos.
El mantenimiento del orden fue logrado mediante la creación de un ejército permanente. Los reyes restauraron
la Hermandad general del reino pero modificándola considerablemente y poniéndola al servicio no de las
ciudades sino de la Corona.
Las medidas de pacificación se completan buscando la colaboración de la monarquía y la nobleza
fortaleciendo la autoridad real a expensas de la Iglesia.
En las Cortes de Toledo (1480) se reafirmó la autoridad monárquica de acuerdo con la nobleza y frente a las
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ciudades, cuya participación fue meramente simbólica. Toda posible resistencia fue anulada eligiendo
cuidadosamente los procuradores y otorgándoles beneficios.
Gracias a la reducción de los juros se saneó la administración. Fueron reformadas la Audiencia y el Consejo
Real en el que, en adelante, predominarán los letrados sobre los caballeros y los eclesiásticos. También el
gobierno de las ciudades fue modificado al prohibir la hereditariedad de los cargos, excepto para los hijos de
los procuradores asistentes a las Cortes, y al ordenar la supresión de los cargos creados innecesariamente
desde 1448. El sistema de corregidores fue mantenido íntegramente. En estas mismas Cortes, los reyes
tomaron claramente postura a favor de la ganadería al prohibir el cobro de los impuestos sobre el ganado
creados después de 1464.
Se renovó la solicitud a Roma de que no concediera beneficios eclesiásticos a los extranjeros, y además se
pidió que ningún cargo eclesiástico fuera provisto sin el consentimiento de los reyes.
Con el fin de acelerar la unificación de los territorios dependientes de los Reyes Católicos se realiza la
expulsión de los judíos y el establecimiento de la Inquisición, que afectan a todos los reinos. Al crear la
Inquisición se atiende a los problemas religiosos, pero también y sobre todo a los políticos y sociales,
quedando totalmente sometida a los reyes.
Paz interior y proyección externa en el reinado de los Reyes Católicos
Al morir Enrique IV, la guerra civil nobiliaria se extendió pronto a toda la Península. Isabel y Fernando
pasaron a la ofensiva y lentamente los partidarios de Alfonso V de Portugal abandonaron su causa y
prometieron obediencia a los reyes. En febrero de 1476 el ejército portugués fue vencido en Toro.
El siguiente objetivo fue Navarra, logrando acuerdos con agramonteses y beamonteses, ratificados en la
Concordia de Tudela de 1476, que significaba el establecimiento de un protectorado castellano en Navarra,
aunque el reino mantuviera su independencia.
Aseguradas las fronteras de Castilla, los monarcas reorganizaron la gran alianza puesta en pie por Juan II de
Aragón contra Luis XI que se vio obligado a aceptar la paz en 1478.
Los monarcas castellanos desarrollaron una política de atracción del pontificado, que tuvo como resultado el
reconocimiento de Isabel como reina de Castilla, el nombramiento de Alfonso, hijo ilegítimo de Fernando,
como arzobispo de Zaragoza y el beneplácito del Papa para que se estableciera en Castilla la nueva
Inquisición (1478) a través de la cual los reyes tendrían un mayor control del reino.
Los intereses marítimos y comerciales del reino en el Atlántico Sur chocaban con los de Portugal, con quien
se firmaron los tratados de Alcaçobas en 1479, que fueron ratificados en Toledo (1480). Juana ingresó en un
monasterio; los aliados de Alfonso fueron perdonados; se restablecieron las relaciones amistosas entre los
reinos, y en el Atlántico se acordó reservar para Portugal la costa africana y para Castilla el archipiélago
canario.
Las Cortes de Madrigal de 1476
En 1476, en las Cortes de Madrigal, los reyes trataron dos problemas fundamentales: la situación económica y
el restablecimiento del orden. Los ingresos de la monarquía eran inferiores a sus gastos y de esta insuficiencia
correspondía una parte importante de culpa a la guerra y al bandidismo surgido a su sombra y endémico en
Castilla durante los últimos ciento cincuenta años. La Contaduría o Hacienda fue reorganizada y se centralizó
el cobro de los impuestos; fueron regulados las atribuciones y salarios de los contadores; se dispuso la
confección de un índice de las rentas pagadas por la Corona para anular las que no tuvieran razón de ser....
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Las Cortes intentaron llevar la reforma más adelante al pedir la supresión de los privilegios de hidalguía
concedidos desde 1464, que se pusiera fin a la enajenación de los bienes de la Corona y que se revocaran las
mercedes hechas por los reyes desde 1464. Ninguna de las peticiones fue atendida por los monarcas, cuya
política consistía en atraerse a la nobleza mediante concesiones económicas, al menos hasta que desapareciera
el peligro de guerra civil. En lo referente a los hidalgos, los monarcas no podían ir contra sus propios
intereses: en los momentos de dificultad los reyes lograban reunir ejércitos ofreciendo la hidalguía a quienes,
sin ser nobles ni estar obligados al servicio militar, les sirvieran con armas y caballo. Las ciudades obtuvieron,
en cambio, satisfacción en las demandas presentadas contra los judíos.
El mantenimiento del orden fue logrado mediante la creación de un ejército permanente, solicitado por la
ciudad de Burgos para proteger su comercio. La propuesta burgalesa coincidía con los intereses de la
monarquía. Los reyes restauraron la Hermandad general del reino pero modificándola considerablemente y
poniéndola al servicio no de las ciudades sino de la Corona. La Hermandad será un instrumento de
pacificación y también de centralización del reino. Las ciudades se opusieron por el fuerte gasto que
representaba, pero los reyes mantuvieron la propuesta y para prevenir posibles desavenencias en el futuro se
ordenó que a las juntas anuales de la Santa Hermandad acudieran por cada ciudad dos procuradores, uno de
los cuales sería nombrado por los reyes, que tendrían así de antemano la mitad de los votos.
Las Cortes de Toledo de 1480
En las Cortes de Toledo (1480) se reafirmó la autoridad monárquica de acuerdo con la nobleza y frente a las
ciudades, cuya participación fue meramente simbólica. Toda posible resistencia fue anulada eligiendo
cuidadosamente los procuradores, haciendo votar un crédito suplementario de cuatro millones de maravedíes
para pagarles y autorizándoles a trasmitir los oficios municipales a sus hijos. El primer tema fue la reducción
de los juros, que fue el resultado de un acuerdo entre los reyes y los estamentos nobiliario y eclesiástico.
Se mantenían las concesiones hechas antes de 1464 y se sometían a revisión las posteriores, de las que serían
aceptadas las otorgadas por servicios auténticamente importantes y se anularían las demás. En otros casos, los
juros equivalían a rentas obtenidas mediante préstamos a los reyes en momentos de apuro y éstos serían
comprados por la Corona. De este modo se saneó la administración, al descender las rentas empeñadas por la
Corona a casi el cincuenta por ciento.
En Toledo fueron reformadas la Audiencia y el Consejo Real en el que, en adelante, predominarán los letrados
sobre los caballeros y los eclesiásticos. El Consejo será un organismo de técnicos que deciden la actuación en
política interna y exterior, aunque muchos asuntos queden reservados a los reyes. También el gobierno de las
ciudades fue modificado al prohibir la hereditariedad de los cargos, excepto para los hijos de los procuradores
asistentes a las Cortes, y al ordenar la supresión de los cargos creados innecesariamente desde 1448. El
sistema de corregidores fue mantenido íntegramente aunque obligando a éstos a someterse a una inspección o
juicio de residencia al finalizar su mandato. En estas mismas Cortes, los reyes tomaron claramente postura a
favor de la ganadería al prohibir el cobro de los impuestos sobre el ganado creados después de 1464.
A petición de las Cortes se renovó la solicitud a Roma de que no concediera beneficios eclesiásticos a los
extranjeros, y los reyes fueron más allá: pidieron que ningún cargo eclesiástico fuera provisto sin el
consentimiento de los reyes que, de esta forma, controlaban al clero castellano, en connivencia con los
obispos.
La política interior de Pedro el Grande (1276−1285) − 1283
Enfrentado a Carlos de Anjou, rey destronado de Sicilia, al Papa, rey de derecho de la isla, al monarca francés,
protector de ambos, y al rey de Mallorca, Pedro el Grande necesita que aragoneses, valencianos y catalanes le
faciliten hombres de guerra y dinero, y para conseguir unos y otro aceptará todas las exigencias o peticiones
de los súbditos. En los tres reinos, la monarquía actúa de la misma forma: acepta un pacto que le compromete
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a reunir periódicamente a los súbditos y a no tomar medidas de carácter general ni dictar leyes sin el
consentimiento de las Cortes de cada uno de los Reinos, cuya unidad interna así como las diferencias con los
demás están aceptadas y expresadas en la confirmación de un derecho nacional; reconoce y aprueba los
derechos y privilegios personales, de grupo y locales, y concede mayor autonomía a los dirigentes urbanos.
Pedro el Grande, que en 1275 había pretendido recuperar algunos feudos y limitar la autonomía señorial,
confirmó en 1283 las libertades, franquezas y privilegios catalanes, de modo especial los derechos
jurisdiccionales de los señores en sus lugares en las condiciones y con el alcance del tiempo de Jaime I y sus
antecesores. La autoridad del monarca y sus oficiales en los lugares que no fueran de realengo y sobre lo
vasallos de los señores que estuvieran dispuestos a administrar justicia es nula, restableciendo incluso la
constitución de 1202 que daba poder total a los señores sobre sus vasallos.
Respecto a los derechos sobre la tierra de los campesinos, los señores consiguen en 1283 que se prohiba, con
carácter retroactivo, vender la tierra a personas que no tengan su misma condición de vasallos y se
comprometan a cumplir las obligaciones que ellos abandonan.
Por lo que se refiere a los patricios, el tercer gran grupo presente en las Cortes sólo hay una disposición: el
monarca acepta que sigan al frente de los lugares de realengo los pahers, jurats y consellers en las mismas
condiciones que en época de Jaime I; con esta fórmula se reafirma la independencia de las ciudades respecto
al monarca y se dejan éstas en manos de una minoría que tiende a reforzar su autonomía y su autoridad sobre
los hombres de realengo a través de acuerdos particulares con el rey.
La presión ejercida sobre la población más desfavorecida dio lugar al levantamiento de los menestrales
barceloneses que llegaron a instalar un auténtico gobierno popular. Los amotinados pretendieron acercarse al
monarca, pero se les adelantaron los patricios y Pedro el Grande se negó a escuchar las razones del dirigente
de la revuelta. Ejecutados o huidos los dirigentes, el movimiento fue sofocado y Barcelona entra en un
período de calma sólo alterada hasta la segunda mitad del siglo XIV por algunos motines populares
provocados por la escasez o carestía de productos alimenticios y por abusos concretos de los dirigentes
urbanos.
La revuelta urbana coincide en el tiempo con la migración de campesinos hacia las ciudades y en 1283 el
monarca facilitó la atracción de esta mano de obra eximiendo de la obligación de redimirse a quienes pudieran
alegar haber vivido en la ciudad durante un año, un mes y un día, plazo tras el que prescribe la obligación de
redimirse.
Mientras en otras partes se confirman los privilegios y se hace caso omiso de los mismos, en Cataluña, nobles,
clérigos y ciudadanos se ocupan de recordar al rey sus compromisos. El monarca y sus oficiales están
obligados a respetar y hacer cumplir las normas de derecho consuetudinario y todas las disposiciones de las
Cortes, y el monarca por sí no puede decidir en los casos dudosos.
Controlar el poder legislativo del monarca no es suficiente y el pacto político y la confirmación de los
privilegios tienen como complemento inseparable el control de los oficiales del monarca por las Cortes en un
largo proceso que se inicia en 1283 y podemos considerar finalizado en 1333. También las ciudades incluyen
en sus privilegios cláusulas de control de los oficiales, que pasan de dirigentes de la ciudad en nombre del rey
a auxiliares de los patricios.
El Privilegio de la Unión (1288−1348) − Alfonso el Franco
Las concesiones de Pedro el Grande no satisfacen de modo completo a los aragoneses que continúan la lucha
diplomática, y a veces militar, contra Alfonso el Franco del que obtienen en 1288 el Privilegio de la Unión por
el que se rigieron los nobles aragoneses hasta que en el siglo XIV Pedro el Ceremonioso derrotó militarmente
a los unionistas y destruyó sus privilegios.
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Cuando las situación internacional lo permite, los unionistas presionan a Alfonso el Franco y amenazan con
retirarle la obediencia y elegir otro rey si no se aviene a sus exigencias. En el Privilegio de la Unión, Alfonso
se comprometía a convocar anualmente Cortes y a reconocer a sus miembros el poder de elegir y asignar al
rey y a sus sucesores los consejeros. La Unión no se limitó a nombrar estos consejeros sino que eligió otros
cargos de la Casa Real. Además el rey se comprometió bajo juramento a no castigar corporalmente ni a privar
de libertad a los partidarios de la Unión sin sentencia previa del Justicia de Aragón y sin consejo manifiesto de
las Cortes. A esto se unía que entre las capitulaciones del Privilegio de la Unión figuraba el compromiso
aceptado por el rey de que si faltaba a sus promesas ante los súbditos de Aragón, estos pudiesen destituirle y
nombrar a otro en su lugar, entregando a los unionistas una serie de fortalezas como garantía de su palabra.
El Privilegio de la Unión sería la causa de continuas fricciones que, a la larga, se volverían contra los propios
unionistas.
Cuando Pedro el Ceremonioso pretende nombrar heredera a su hija Costanza por no tener hijos varones, los
nobles resucitan la Unión, la extienden al reino valenciano y exigen la confirmación y cumplimiento de sus
privilegios. Los unionistas intentaron extender la revuelta a Mallorca, recién conquistada, pero sus esfuerzos
fracasaron.
El ejército de Pedro el Ceremonioso derrotó a los unionistas en 1348, disolviendo la Unión en las Cortes
celebradas en Zaragoza y destruyendo el Privilegio de la Unión, así como otros dos de época de Alfonso el
Liberal sobre la posibilidad de deponer al monarca.
El problema de la Unión en el reinado de Pedro IV el Ceremonioso
Cuando Pedro el Ceremonioso pretende nombrar heredera a su hija Costanza por no tener hijos varones, los
unionistas lo utilizan de pretexto para resucitar la Unión, que alega como fundamento de su oposición al
monarca que éste no ha reunido las Cortes aragonesas desde el comienzo de su reinado y por tanto éstas no
han podido manifestarse sobre si Costanza tiene derecho a reinar, decisión que afecta a todos. Fuertes con el
apoyo de los infantes, los nobles resucitan la Unión, la extienden al reino valenciano gracias al apoyo de
Fernando y Juan, herederos en este reino, y exigen la confirmación y cumplimiento de sus privilegios después
de derrotar al Gobernador y al Justicia de Aragón y al Gobernador de Valencia. Los unionistas intentaron
extender la revuelta a Mallorca, recién conquistada, pero sus esfuerzos fracasaron a pesar de que el rey
destronado, Jaime III, se alió a los unionistas y atacó militarmente las tierras catalanas.
El ejército de Pedro el Ceremonioso derrotó a los unionistas en 1348, disolviendo la Unión en las Cortes
celebradas en Zaragoza y destruyendo el Privilegio de la Unión, así como otros dos de época de Alfonso el
Liberal sobre la posibilidad de deponer al monarca.
El Consulado del Mar
La proyección exterior de los mercaderes barceloneses, catalanes, valencianos y mallorquines no habría sido
posible sin una organización que coordinara sus actividades tanto en las ciudades como en el exterior. La
primera organización de los mercaderes la hallamos en las Ordenanzas de la Ribera de Barcelona, de 1258, en
las que se definen los derechos y obligaciones de marinos y mercaderes, que son la aplicación del derecho
marítimo mediterráneo en Barcelona. En la última ordenanza se crea de alguna forma la figura de los cónsules
en el exterior. Tripulantes y mercaderes de cada nave nombran dos próceres con autoridad sobre todos cuantos
van en ella y éstos a su vez eligen a otros cinco (dos en barcos de bajo tonelaje) y juntos los siete deciden
cuanto haya que hacer en la nave. Su autoridad se extiende a todos los barceloneses que encuentren en su
viaje, pues su autoridad es delegada del rey y de los prohombres de la Ribera de Barcelona.
Entre 1260 y 1270 los barceloneses procederían a una nueva redacción de las Ordenanzas, conocidas ahora
como Libro del Consulado, que serviría de pauta al Consulado de Valencia de 1283. En su forma actual, el
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Llibre del Consolat de Mar habría sido redactado en la segunda mitad del siglo XIV y aceptado en todo el
Mediterráneo como código marítimo.
En 1266, la figura del cónsul en el exterior se concreta aún más y su nombramiento queda en manos del
Consell de Barcelona al que el monarca autoriza a nombrar cada año cónsules, con jurisdicción, no ya sobre
los barceloneses sino sobre todos los pertenecientes a la Corona.
Las Ordenanzas de la Ribera se ocupan ante todo de las relaciones entre marinos y mercaderes. Los primeros
capítulos del Llibre se refieren a la construcción y reparación de naves y regulan minuciosamente los derechos
y obligaciones de los accionistas interesados en la empresa cuando la nave no es propiedad de una sola
persona. Otros temas tratados son las obligaciones del patrón y de los marineros, las condiciones de los fletes,
las normas de carga y descarga de los géneros y la forma de compensar los daños causados en la maniobra, las
reglas de anclaje de la nave en rada, en playa o en puerto, las relaciones entre el patrón, los mercaderes y los
pasajeros embarcados...
Rutas del comercio internacional catalán
Cataluña en general y Barcelona en particular, enriquecidas por el desarrollo agrícola, por el comercio de
esclavos y por el tráfico do oro musulmán, disponían en el siglo XII, y aun antes, de una marina dedicada al
comercio y al corso, que se dirigía principalmente por tres rutas.
La ruta norteafricana:
Parece ser la primera y más importante. Se inicia a comienzos del s. XIII. La actividad diplomática, el
funcionamiento de las milicias y la actividad comercial están unidas, es decir, la presencia en el Norte de
África depende del rey, de sus representantes y de los mercaderes.
En todas las ciudades del litoral, desde Ceuta hasta Túnez, parece haber existido una pequeña colonia de
mercaderes cuya actuación está coordinada por el rey. La mayor parte de los mercaderes son catalanes o
mallorquines.
Los productos norteafricanos más cotizados eran el oro y los esclavos. Otros productos de interés son el
marfil, incienso, cera, atún, coral, dátiles, azúcar, pimienta, ámbar, alumbre y, desde el siglo XIV, cereales
que se obtienen a cambio de paños de lujo procedentes de Europa, de madera, hierro y esparto para la
construcción naval, de plomo, estaño, cobre, sal y aceite.
La ruta del Mediterráneo central
Jaime II renuncia a Sicilia en 1295, pero consigue que la isla quede en manos de su hermano Federico y los
derechos sobre Cerdeña para controlar el trigo sardo y eliminar o disminuir la influencia de Pisa y Génova
Jaime II está interesado en Cerdeña por sus minas de plata y sus salinas. Se establece un monopolio real sobre
las salinas. Se dan grandes beneficios durante unos 30 años, pero desde 1350, hay un descenso de la
producción debido a las sublevaciones sardas y la Peste Negra. Por ello hay un alza de precios y salarios, que
obliga a aumentar el precio de la sal; dejando de ser competitiva en el mercado internacional. El rey aragonés
recurre al préstamo y los beneficios pasan a los prestamistas.
La ruta del Mediterráneo oriental (Bizancio, Las Islas Griegas, Siria y Egipto)
El interés comercial lleva a intentar aproximarse a Chipre mediante un enlace matrimonial, manteniéndose las
relaciones comerciales a pesar del fallido matrimonio. A ello se une la alianza con Venecia contra Génova a
fin de alejarlos del Mediterráneo oriental.
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Gracias a los acuerdos firmados con el emperador bizantino Andrónico II se autoriza a los mercaderes de la
Corona de Aragón a comerciar con el imperio.
Los catalanes exportan paños de lana, aceite, hierro, mercurio, cera, miel, azafrán y tejidos de lino, y compran
algodón, azúcar, esclavos y especias.
Aunque los catalanes llegan a Siria y Egipto nunca alcanzaron la importancia de genoveses y venecianos. Las
relaciones con esta zona son comerciales, piadosas y humanitarias.
Los productos orientales son cambiados en las ferias de Champagne por paños flamencos. Centros
importantes comerciales son Languedoc, Provenza, Sevilla y a partir de mediados del siglo XIV las Islas
Canarias.
Los Usatges de Barcelona
Los Usatges son el Fuero de Barcelona, que se extiende a todos los dominios del conde y aunque en sentido
estricto no pueden ser definidos como un fuero nobiliario, son mayoría en ellos las disposiciones referentes a
los nobles. Numerosas disposiciones regulan las relaciones entre los caballeros y sus señores, entre éstos y los
campesinos que cultivan sus tierras,... Pero donde verdaderamente puede verse el derecho feudal catalán es en
las Commemoracions redactadas a mediados del siglo XIII.
Las disposiciones legales no impiden la tendencia a la confusión entre los distintos grupos de nobles y en las
Constituciones de Paz y Tregua de 1235 se adoptaron medidas semejantes a las tomadas por las Cortes
castellanas en 1258 con las leyes suntuarias. Al mismo tiempo se completó la tendencia a convertir la
caballería en grupo cerrado al ordenar que nadie pudiera ser caballero si no era hijo de caballero, aunque no
todos los hijos de caballeros llegan a esta categoría según se desprende de los Usatges, que reconocen al hijo
de caballero la categoría paterna hasta que llegan a la edad de treinta años y de aquí en adelante se les
considerará como a un payés si no reúne las condiciones de los caballeros.
Fijados los derechos feudales en los Usatges y en las Commemoracions, las Constituciones de Paz y Tregua
confirman la independencia de los señores y su autoridad sobre los campesinos
El reino de Mallorca: independencia política y vinculación económica
A la muerte de Jaime I, el reino de Mallorca, incorporado a la Corona de Aragón en 1229, se convierte en
reino independiente, pero no está en condiciones de competir con Barcelona−Aragón−Valencia, dominios del
primogénito y aparece subordinado a la Corona. En 1279, Pedro el Grande da carácter oficial a esta
subordinación e impone a su hermano Jaime el tratado de Perpiñán por el que el mallorquín reconoce su
condición de vasallo del aragonés y se confirma la dependencia política de Mallorca respecto a Aragón y su
dependencia económica respecto a Cataluña.
La guerra contra Sicilia divide a los hermanos y Jaime II pone fin al vasallaje concertado en 1279. Pedro el
Grande mantuvo su política de atracción de los mercaderes mallorquines y ratificó la exención de impuestos
comerciales en las ciudades de la Corona.
En 1285 el monarca aragonés vuelve a ocupar Mallorca, pero en 1298 Jaime II de Aragón lo devuelve a Jaime
II de Mallorca, aliados económicos frente a la monarquía francesa cuando ésta cierra a la navegación catalana
y mallorquina los puertos de acceso a Montpellier, centro distribuidor de los paños flamencos y del Norte de
Francia. La presión francesa sirvió de estímulo para la creación de una industria textil de calidad destinada a
sustituir a los paños de Francia y Flandes.
Esta industria adquiere relativa importancia en los dominios pirenaicos de Mallorca mientras que en la isla ha
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de ser el rey el que promueva la actividad industrial. Desde mediados del siglo se trabaja en Mallorca para la
exportación aunque los precios no sean competitivos y los paños y otros productos mallorquines necesiten una
protección arancelaria que llevará a enfrentamientos con los mercaderes catalanes desde fines del siglo XIII.
En un intento de romper la dependencia económica de las islas respecto a la Corona y de afianzar su autoridad
política, a comienzos del siglo XIV el monarca mallorquín crea una moneda propia, adopta medidas para crear
en la isla una industria lanera de cierta calidad, reorganiza el mundo rural para conseguir un mayor
autoabastecimiento y eliminar en parte la dependencia del exterior, y en 1302 reforma la lezda en un sentido
claramente proteccionista: se aumentan las tasas aduaneras para las mercancías importadas o exportadas desde
el archipiélago por mercaderes no baleares, se suprimen las exenciones fiscales concedidas a los extranjeros y
se favorece el comercio en el exterior creando en el Norte de África consulados mallorquines independientes
de los catalanes. La defensa de los mercaderes catalanes será asumida por Barcelona y Valencia, llegando al
boicot comercial y a la guerra del corso hasta conseguir la anulación de la nueva lezda para los productos y
mercaderes de la Corona.
Las reformas emprendidas por Jaime II, unidas a obras militares y de prestigio suponen un gasto considerable
que coincide con una reducción de los ingresos debida a la presión de los mercaderes catalanes y a
circunstancias meteorológicas desfavorables que provocan escasez y subidas de precios de los artículos de
primera necesidad y el endeudamiento de la población a pesar de las disposiciones del monarca regulando el
tráfico y precio de estos artículos, limitando el gasto mediante leyes suntuarias, facilitando la llegada al
mercado de la producción agraria de la isla... Pese a éstas y otras disposiciones, Mallorca fue incapaz de
superar la crisis y entró en un período de decadencia que, en parte, explica la posterior anexión del Reino a la
Corona de Aragón en tiempos de Pedro el Ceremonioso.
Los seis malos usos a los que estaban sometidos algunos campesinos de Cataluña
Teniendo en cuenta la diversa consideración jurídica de los campesinos catalanes, los más sujetos a las
presiones feudales eran los payeses de remensa, o simplemente remensas, que estaban sujetos a su señor por
lazos de dependencia personal y estaban adscritos a la tierra, que no podían abandonar sin permiso del señor.
Los remensas, además de las rentas o censos que estaban obligados a entregar al señor y jornadas de trabajo
en periodos intensivos de trabajo agrícola, también estaban sometidos a unos malos usos, que eran: intestia,
eixorquia, cugucia, arcia y firma de spoli, además de la remensa.
Los tres primeros reflejan las relaciones de parentesco−dependencia establecidos entre señor y campesino. El
primero recibe parte de los bienes del segundo cuando éste muere sin hacer testamento (intestia) o sin dejar
descendencia (eixorquia) así como parte o la totalidad de los bienes de la payesa adúltera según ignore o
consienta el marido la infidelidad (cugucia). Los dos últimos usos son un reconocimiento de los derechos del
señor sobre la tierra. El campesino puede hipotecarla, pero sólo con autorización del señor y tras pagar los
derechos correspondientes (firma de spoli) y está obligado a compensar económicamente los daños que sufra
la tierra a causa de incendios (arcia).
El más importante de los malos usos es el que limita la capacidad de movimiento de los campesinos. En
muchos contratos se incluye la renuncia específica de los payeses a fijar su residencia en lugares de realengo y
para quienes olvidan su dependencia las Cortes recuerdan la obligación de redimirse, e insisten especialmente
en las de 1350 cuando por efecto de la Peste Negra se ha acelerado el proceso de emigración de los
campesinos hacia la ciudad.
El interés de los señores está en mantener la tierra en cultivo y mientras en las zonas de montaña poco
productivas se restablecen la remensa y demás malos usos para mantener en ellas a los campesinos, en
comarcas fértiles se ofrecen condiciones ventajosas para los campesinos.
En los años finales del siglo XIV la organización interna de los campesinos permite ofrecer a los reyes
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cantidades importantes para conseguir la redención en masa. A la oferta económica de los payeses se une el
interés de la monarquía por limitar el poder señorial.
El Compromiso de Caspe (sucesión de Martín el Humano)
La muerte de Martín el Joven en 1409 sin hijos legítimos planteó el problema de la sucesión al no tener
Martín el Humano, viudo, otros hijos. Martín el Humano contrajo matrimonio de nuevo pero no tuvo
descendencia, y los juristas consultados no se decidieron sobre el tema de la sucesión, tan sólo estuvieron de
acuerdo en rechazar la candidatura del hijo ilegítimo de Martín el Joven, Fadrique por la ilegitimidad de su
nacimiento.
Martín el Humano nombró a Jaime de Urgel Lugarteniente de todos sus reinos con el fin de que su
candidatura se impusiera de modo natural, pero no pudo poner fin a las banderías internas. Su candidatura no
tenía unanimidad en ninguno de los reinos de la Corona.
Los candidatos al trono eran:
Fadrique de Luna, hijo ilegítimo de Martín el Joven
Jaime de Urgel, nieto por línea masculina de Alfonso el Benigno
Luis de Anjou, nieto de Juan I por línea femenina
Fernando de Antequera, sobrino por línea femenina de Martín y nieto de Pedro el Ceremonioso
Alfonso, duque de Gandia, nieto de Jaime II
Para elegir sucesor es importante saber si el parentesco de los candidatos debía referirse al rey o a sus
antecesores y además si las mujeres podían transmitir los derechos. Además hay que añadir los intereses de
todo tipo que están en juego a la muerte de Martín el Humano.
En principio, los únicos candidatos con posibilidades reales son Jaime de Urgel y Luis de Anjou que tienen
cada uno de su lado a uno de los bandos de la nobleza, pero asesinado el cabeza de los partidarios de Luis de
Anjou, llevó a los aragoneses de su bando a buscar un candidato capaz de hacer frente a la amenaza de los
Luna, y éste fue el regente castellano Fernando de Antequera.
Las tropas castellanas dominaron rápidamente la mayor parte de Aragón y protegido por ellas se reunió el
parlamento aragonés formado por los partidarios de Fernando. Siguiendo las recomendaciones de Benedicto
XIII, los parlamentarios acordaron confiar la elección del nuevo rey a 9 personas, adelantándose a Cataluña al
no llegar sus parlamentarios a un acuerdo.
Desde este momento podía afirmarse que el único rey posible era Fernando de Antequera, ya que el
parlamento reunido bajo su protección es prácticamente seguro que fuese partidario de él. A ello se sumaba
que las tropas castellanas consiguieron que el parlamento valenciano aceptase a los nueve compromisarios
ofrecidos por Aragón.
El triunfo de Fernando se debió a la división existente entre los reinos y en el interior de cada uno, al poder
que tenía a título personal y como regente de Castilla, y al apoyo de Benedicto XIII.
La Busca y la Biga
La crisis económica mediterránea se agrava hacia 1425. Las protestas y motines se suceden y dan lugar a
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cambios y reformas que actúan como medidas de diversión y tratan de mantener el statu quo. La
intransigencia de los ciudadanos y su resistencia al cambio precipitaron la crisis económica y dividieron a los
barceloneses, a partir de 1450, en dos grupos claramente enfrentados: la Biga y la Busca.
La primera, integrada por la mayoría de los ciudadanos y por algunos mercaderes −especialmente
importadores de paños de lujo−, se considera, actúa y vive como un grupo nobiliario. La Busca, el partido de
los menestrales y mercaderes que aspiran a controlar el gobierno municipal para sanear la hacienda municipal,
conseguir la devaluación monetaria y con ella una más fácil salida de sus productos, y en implantar medidas
proteccionistas que favoreciendo en primer lugar sus intereses sean también beneficiosas para la ciudad.
Entre la Busca y la Biga, Alfonso el Magnánimo mantiene una postura ambigua y entre las dos posturas se
inclinará finalmente en favor de buscaris, a veces de manera directa y en otras ocasiones apoyando las
medidas antioligárquicas de sus oficiales.
La oposición sistemática a los sectores privilegiados, la divulgación de las irregularidades cometidas y de los
altos salarios cobrados por los ciudadanos, la insistencia en la necesidad de devaluar la moneda y la promesa
de rebajar los impuestos sobre la carne dieron a la Busca el apoyo del pueblo e hicieron posible el
reconocimiento por el monarca del Sindicato de los Tres Estamentos (mercaderes, artistas y menestrales) que
fue acompañado por una modificación del sistema de elección de los consellers y una reorganización del
Consejo de Ciento que en la práctica dejaban el municipio en manos del Sindicato.
El triunfo de la Busca fue seguido de las reformas pedidas o prometidas, pero debido a factores tanto internos
como externos gran parte de su política no tuvo los resultados deseados. Las diferencias entre el programa y
las posibilidades de Barcelona así como la heterogeneidad de los miembros del Sindicato dieron lugar a una
escisión en el grupo, y el relativo fracaso de las medidas económicas le hizo perder parte del apoyo popular.
Por su parte, la Biga y las Cortes procuraron hacer fracasar su programa.
A partir de la muerte de Alfonso el Magnánimo (1458), la Biga poco a poco fue recuperando su ascendencia
en el Consejo y con la colaboración de los Diputados del General y de algunos buscaris moderados logró
situar en el Consejo de Cinco en 1460 a tres de los suyos. El resurgimiento de los ciudadanos se confirmó
cuando la Diputación del General creó el Consell representat lo Principat de Catalunya y lo puso bajo la
dirección de la Biga. En 1461, después de la capitulación de Villafranca, los buscaris más conocidos fueron
ajusticiados con el pretexto de que los dirigentes de la Busca conspiraban para permitir el regreso a Cataluña
de Juan II.
El Sindicato remensa
Fernando de Antequera aprueba la constitución como a muchos, cuyo objetivo fundamental es la
recuperación de las tierras para cederlas en condiciones más ventajosas y recordar la vigencia de los
malos usos y la obligación de pagar para abandonar la tierra a los campesinos.
Desde 1440 el primer objetivo de los campesinos es conseguir la libertad personal, la supresión de los malos
usos mediante la compra de los derechos de los señores; con esta finalidad se forma el sindicato remensa en
cuya creación intervienen abiertamente los oficiales del rey mientras éste mantiene la política de ambigüedad.
El problema remensa aparece estrechamente ligado al de la recuperación del patrimonio real. A partir de
mediados del siglo XV se tomaron medidas para inventariar y amortizar todos los títulos señoriales y de
embargar los bienes de cuantos señores no pudieran presentar títulos convincentes.
Estas medidas se relacionan una vez más con las necesidades económicas del monarca. Los remensas se
ofrecieron a cubrir las necesidades del rey a cambio de volver a la jurisdicción real, que para ellos significa el
comienzo de la libertad, y los oficiales del monarca facilitaron las reuniones de los campesinos que así
pudieron coordinar su actuación para reunir el dinero necesario. Las protestas de las Cortes contra los
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instigadores de estas reuniones no se hicieron esperar y en 1447 llega a culparse de la agitación campesina a
los oficiales del rey.
Las Cortes pretenden que el rey sobresea los procesos de recuperación del patrimonio, pero Alfonso se limitó
a disolver las Cortes y se inclinó abiertamente hacia los campesinos, hacia los sometidos a la jurisdicción
señorial, que le ofrecieron dinero, y hacia los remensas a los que autorizó a reunirse en 1448.
Asume la defensa de los señores la Diputación del General que colabora activamente con el Consejo
barcelonés cuyos dirigentes y el propio municipio son propietarios de campesinos de remensa. Ofertas y
contraofertas de los payeses y de las Cortes a Alfonso el Magnánimo, con la condición puesta por las últimas
de no hacer efectiva la ayuda mientras el monarca no regresara a Cataluña, le llevaron a apoyar de nuevo a los
remensas y a suspender provisionalmente, el 5 de octubre de 1455, los malos usos y servidumbres hasta que se
llegara a un acuerdo entre señores y campesinos. Tras una nueva anulación, la sentencia fue confirmada el 9
de septiembre de 1457 cuando el rey renunció definitivamente a volver a Cataluña y recibir la ayuda ofrecida
por las Cortes.
Las oscilaciones de la política monárquica en el problema remensa dependen en gran parte de las necesidades
económicas, pero en el fondo, lo que está en juego es el poder político en Cataluña; lo que se discute es la
autoridad real, que no podrá ser efectiva por más dinero que se dé al monarca mientras no se recupere el
patrimonio real y no se reduzcan los poderes señoriales, es decir mientras ciudadanos, nobles y eclesiásticos
puedan imponer su voluntad al rey.
Valencia, entre Cataluña y Aragón
La ocupación de Valencia fue obra de aragoneses y catalanes, unidos bajo un mismo monarca y
diferentes, por su lengua, estructura social, sistema monetario, legislación, paisaje, economía,
tradiciones y temperamento. El doble origen de los conquistadores−repobladores tendrá su reflejo en
las tierras valencianas: habría un asentamiento básico de población aragonesa bajo la dirección de su
clase nobiliaria en las comarcas del interior, preferentemente en las regiones montañesas próximas a
Aragón, y un predominio de caballeros catalanes en las ciudades y villas del litoral así como de
agricultores procedentes de la Cataluña Nueva y cada grupo reproduciría sus modos de vida, su
organización económica y social y su mentalidad por lo que al menos habrá que distinguir entre una
zona de predominio agrícola−ganadero y otra artesana−comercial, una claramente feudal y otra con
predominio de los concejos..., sin olvidar las notas diferenciales de los territorios incorporados al Reino
en el siglo XIV después de cincuenta años de dominio castellano.
La importancia adquirida por la Ciudad desde el momento de la conquista ha llevado a identificarla con el
Reino y a ver éste como un gran centro artesanal y comercial que dispone, además, de una agricultura
intensiva de regadío cuyo origen se remonta a la época romana. La confusión Ciudad−Reino viene propiciada
ya en los primeros momentos por los fueros, a pesar de lo cual al menos cincuenta localidades se rigen por el
fuero aragonés y cerca de una docena reciben como norma las costums de Lérida frente a los casi cien lugares
en los que real y efectivamente está vigente el derecho valenciano, que se extenderá a las tierras alicantinas
tras su incorporación al Reino en el siglo XV. Aunque no siempre coincidan los límites, puede aceptarse que
el derecho valenciano, los furs están vigentes en los lugares de realengo y las Cartas Pueblas en las zonas de
señorío situadas en la parte norte del Reino controlada por señores aragoneses, por el obispo de Tortosa o por
las Órdenes Militares.
Valencia y la Unión aragonesa en el reinado de Pedro IV el Ceremonioso
La presencia de nobles aragoneses en Valencia explica inicialmente la adhesión del Reino a la revuelta contra
Pedro el Ceremonioso, pero la Unión es en Valencia algo más que un movimiento nobiliario y en ella
intervienen desde campesinos que intentan mejorar su posición hasta el Consell de Valencia que nada tiene
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que ver con la nobleza aragonesa. El resurgimiento de la Unión se sitúa en el acuerdo de Pedro el
Ceremonioso de nombrar heredera a su hija Costanza en perjuicio de los herederos varones. En Valencia, la
oposición parte del Consell valenciano que se niega a doblegarse a la voluntad real e indica que aceptará como
primogénito y heredero a quien sea designado no por el rey sino por las Cortes Generales de la Corona.
La llamada a constituir la Unión, hecha por el Consell en mayo de 1347 recoge los agravios sufridos por la
ciudad y por el reino: el monarca y sus oficiales han atentado contra los fueros, usos y privilegios de la ciudad
alegando que el rey no está obligado a cumplirlos, han creado impuestos ilegales, exigido préstamos
recurriendo en algunos casos al tormento, han aplicado la pena capital sin dar opción a los acusados a
defenderse, han interferido en la actuación de los jueces ordinarios llegando incluso a ordenar el cese en sus
funciones de justicias, abogados y notarios..., lo que ha obligado al Consell a negar validez a la decisión real y
autorizar a los abogados a seguir ejerciendo sus actividades por considerar que la decisión del monarca y de
sus oficiales eran contrarias a los fueros y privilegios del reino, cuya defensa es el pretexto o la razón
esgrimida por aragoneses y valencianos para oponerse a la política del monarca, y en ambos reinos
protagonizan la oposición los grupos sociales dominantes: los nobles en Aragón y en Valencia los burgueses
que controlan el Consell como protesta contra la excesiva presión fiscal provocada por las continuas
peticiones de dinero del monarca para financiar su política, a la que, por otra parte, se responsabiliza de las
dificultades de avituallamiento y del alto precio que se ha de pagar para defender las costas y mantenerlas
abiertas al comercio.
La rivalidad y los enfrentamientos entre la Ciudad y los nobles por el control del Reino, por el uso de los
pastos comunales o por la extensión y límites de los privilegios nobiliarios de exención fiscal pueden explicar
que mientras la primera dirige la Unión, los nobles se agrupan en torno al Gobernador del Reino y forman una
Germanía o Fraternitat para oponerse a los Unionistas que, lógicamente, tendrán el apoyo de los campesinos
dependientes de los nobles.
El predominio burgués y de la ciudad de Valencia en la Unión valenciana se ve claramente en la composición
de los organismos de la misma.
Las comunidades judías
Comunidades judías existen en todos los reinos cristianos y aunque en cada caso pueden hallarse
diferencias, su situación está condicionada por las normas emanadas de la Iglesia que, a partir del siglo
XIII, exige a los judíos llevar signos que los distingan claramente de los cristianos, les prohibe ocupar
cargos que les den poder sobre los seguidores de Cristo o les ordena encerrarse en sus barrios el Vienes
Santo para que su presencia no sea considerada una provocación por quienes recuerdan que sus
antepasados dieron muerte al Señor. Estas disposiciones serán integradas y actualizadas en las leyes
civiles y en las disposiciones de concilios y sínodos. A pesar de ello hasta finales del siglo XIII la religión
no es una barrera para los judíos.
El comercio del dinero enriqueció sobremanera a algunos judíos que de un modo natural se convirtieron en
prestamistas del monarca, en cobradores de impuestos y en administradores de la Hacienda real, consiguiendo
una autoridad que teóricamente les estaba negada por su condición de no cristianos. En los años finales del
siglo XIII, judío y recaudador−arrendador de impuestos se convirtieron en sinónimos para la gran masa de la
población, a lo que se añadió su actuación como prestamistas. El factor diferencial religioso, prácticamente
ignorado en los años anteriores, pasa a primer plano.
En principio, los pleitos entre cristianos y judíos se resuelven con la intervención de un juez cristiano y otro
judío, pero cuando las cuestiones pendientes son de tipo económico y el deudor cristiano se halla en
dificultades para pagar, el acuerdo es difícil. El problema pasa de la esfera particular a la nacional cuando los
judíos se niegan a pagar los impuestos que ellos como grupo deben al rey alegando que no les es posible
hacerlos efectivos mientras, a su vez, no cobren las deudas que los cristianos tienen con ellos. El monarca
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favorece a los prestamistas y exige el pago inmediato de las deudas lo que provoca numerosas confiscaciones
de bienes y la ruina de algunos deudores. Al mismo tiempo, esta medida real provoca malestar en las
autoridades locales cuya jurisdicción sobre los judíos es prácticamente nula desde el momento en que existe
un juez especial para los judíos. Las Cortes insisten una y otra vez en que sea el juez local el encargado de
resolver los pleitos con los judíos, aunque siempre teniendo en cuenta las normas legales hebreas.
La anárquica minoría de Alfonso XI fue perjudicial para los judíos. Los nobles que aspiraban a ser tutores del
monarca no estaban en condiciones de enajenarse el apoyo de las ciudades y éstas les arrancaron la promesa
de no conceder cargos a los judíos en ningún puesto de la administración, de confiar la de los pleitos entre
cristianos y hebreos al alcalde local que se regiría única y exclusivamente por el fuero municipal. La
personalidad jurídica de los hebreos desapareció al acceder los tutores a que el testimonio de un judío no
tuviera validez en juicios civiles o criminales cuando fuera contrario a un cristiano cuyo testimonio, en
cambio, tendría plena validez contra los judíos.
La indefensión jurídica significó para algunos hebreos la ruina al no poder reclamar legalmente sus deudas, y
el odio de los cristianos llegó a exigir, de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, que se obligara a los judíos
a llevar perfectamente visible una rodela de paño amarillo según la traían en Francia. La separación entre las
dos comunidades religiosas y el desprecio y odio a los judíos es evidente en estos años y explica la conversión
de algunos, la adopción de nombres cristianos por otros y la emigración de no pocos judíos. Algunos
volverían después cuando Alfonso XI se hizo cargo personalmente del reino.
La protección a los judíos es aún más visible en Aragón donde con Jaime I se les concedieron tierras y cargos,
pero también se les intento convertir. El cambio se inicia, como en Castilla, a fines del siglo XIII cuando
Jaime II aumenta considerablemente la presión fiscal sobre los judíos, muchos de los cuales acabarán
emigrando.
Grupos representados en las Cortes
Como precedentes de las Cortes tenemos los concilios, las curias y las asambleas de Paz y Tregua
Para poder hablar de Cortes es necesario que las asambleas sean representativas y que tengan capacidad para
deliberar y pedir a cambio de la ayuda que ofrecen, la reparación de agravios o el mantenimiento de los
fueros, costumbres y privilegios de la tierra. La asamblea leonesa de 1188 ha sido considerada la primera
manifestación de las Cortes.
Los asistentes a las Cortes, clérigos−nobles−ciudadanos, representan al Reino si no de acuerdo con la idea
actual de representación sí según el concepto medieval y la forma de organizarse la sociedad en estos siglos.
La representación es la que corresponde a una sociedad basada en la desigualdad y en el privilegio de unos
pocos frente a las obligaciones de la mayoría, y a las Cortes sólo son llamados, junto a los grandes nobles y a
la jerarquía eclesiástica, los miembros de la caballería villana que controla y se reserva los cargos municipales
en los concejos semiurbanos, o quienes se han destacado en los centros urbanos como mercaderes, a los que
las fuentes llaman patricios, ciudadanos o burgueses. Teóricamente todos están representados al representar
los anteriores a aquellos que dependen de ellos y el rey a los demás, que viven en zonas de realengo. Con ello
se cumple el principio de Derecho Romano según el cual lo que a todos atañe por todos ha de ser tratado; en la
práctica, sólo la minoría de mayor fuerza económica, política y militar está presente en las Cortes y aunque,
como representantes de los demás se ocupen del bien común, del bien de la tierra, con frecuencia confunden
éste con sus intereses personales o de grupo; afirman defender los fueros, usos y costumbres del Reino y en
numerosos casos se ocupan de mantener sus privilegios, de cerrar el paso a cuantos pretendan acceder al poder
político y, desde él, al económico.
Decadencia y desaparición de Granada
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Las victorias obtenidas por Alfonso XI de Castilla sobre los benimerines tuvieron mayor trascendencia
política que militar. Derrotados, los norteafricanos mantuvieron algunas plazas fuertes, pero éstas perdieron su
carácter de cabeza de puente para una penetración en la Península. Granada no podrá en adelante mantener su
política de equilibrio entre norteafricanos, aragoneses y castellanos. Durante el siglo XIV el reino musulmán
puede todavía servirse de la rivalidad castellano−aragonesa pero en el XV la pervivencia política de Granada
dependerá sólo del interés de los monarcas y de los problemas internos castellanos. Controlada la nobleza
castellana por los Reyes Católicos después de 1480, la conquista del último reino musulmán de la Península
será sólo cuestión de tiempo.
A mediados del siglo XIV, se produjeron transformaciones fundamentales en la economía y en la sociedad
granadina. La crisis social y económica se manifestó en las continuas sublevaciones nobiliarias que se inician
en el siglo XIV y se prolongan hasta la desaparición del reino que, por otro lado, es incapaz de atender a la
creciente población que desde el siglo XIII va llegando al único reino musulmán que sobrevive.
Los genoveses suplieron las deficiencias granadinas y llegaron a controlar el comercio de los productos
básicos, cuyo pago se logra mediante una especialización agraria creciente; bastará el bloqueo económico,
hábilmente empleado por los Reyes Católicos, para que se agudicen las divisiones internas y el reino pierda su
independencia.
Las revueltas y sublevaciones de la nobleza granadina tienen su base en razones sociales y defensa de los
intereses y derechos del grupo nobiliario que como en otras partes busca el apoyo de los enemigos exteriores
del reino con lo que, indirectamente, obliga a los monarcas a aceptar la amistad o la tutela de los poderosos
vecinos cristianos.
Los problemas castellanos de los años finales del siglo XIV y comienzos del XV permitieron a Granada
mantener la estabilidad de sus fronteras, que sólo fueron inquietadas por ataques de las poblaciones
fronterizas.
El siglo XV está dominado por las revueltas internas, en muchas ocasiones promovidas por la familia de los
banu Sarrag (abencerrajes) o por nobles opuestos a ellos y la injerencia de Castilla en el gobierno granadino.
Los monarcas serán alzados y depuestos continuamente, agudizándose la descomposición del reino, hasta que
Boabdil hace entrega de Granada a los Reyes Católicos.
En la rendición de Granada se concedió el perdón general a todos los musulmanes y garantías de no
imponerles autoridades molestas, respeto a los usos y costumbres granadinos, incluidos las religiosos y
mantenimiento de su propia organización administrativa y política, aunque no en el campo militar ni
hacendístico.
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