Homilía de la Misa en la Jornada Diocesana de la Familia

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“La familia educadora en la fe”
Jornada Diocesana de la Familia
Homilía de la Misa
Mar del Plata, Universidad FASTA, 12 de mayo de 2012
Queridas familias, queridos fieles:
Culminamos esta Jornada Diocesana de la Familia celebrando la Eucaristía. Nada
más oportuno. La Eucaristía es, en efecto, el sacramento del esposo y de la esposa. Del
esposo Cristo y de la Iglesia esposa. El sacrificio de alabanza de la gran familia de los
hijos de Dios, engendrados en el seno de la Iglesia por el Espíritu Santo.
Aquí se actualiza el misterio de la alianza nueva y eterna entre Dios y los hombres,
entre Cristo y su Iglesia. Nuestra redención asumió la forma de la pasión de amor de un
esposo que se entregó para salvar a su esposa. Y ese amor redentor correspondido
entonces por María al pie de la cruz, constituye el modelo y la fuente de todo amor
verdadero; el modelo y la fuente de toda fecundidad.
Aquí nos encontramos en una fiesta, sagrada y fraterna, familiar y solemne, divina y
humana al mismo tiempo. Aquí sentimos que nuestra vida alcanza la plenitud de su
sentido. En este altar depositamos nuestro trabajo cotidiano para que sea santificado.
Hasta aquí traemos las fatigas y los gozos de cada día, vividos en familia, para que
unidos a la ofrenda de Cristo, constituyan con el suyo un sacrificio agradable a Dios
todopoderoso. En esta mesa encontramos la surgente interior donde se alimenta nuestra
alegría pura y verdadera.
Aquí Jesús nos enseña cuál es la medida del amor que debe animarnos, y cómo una
vida verdaderamente humana y digna es inseparable del esfuerzo y del heroísmo.
El misterio pascual de Cristo, donde sella con su sangre su alianza con la Iglesia, es
la luz que ilumina y vivifica al matrimonio cristiano, y la gracia que sostiene a la
familia. Así nos lo enseña San Pablo: “Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la
Iglesia y se entregó por ella… Cada uno debe amar a su mujer como a sí mismo, y la
esposa debe respetar a su marido” (Ef 5,25.33).
Cuando el Apóstol pasa de los esposos a los hijos, afirma: “Hijos obedezcan a sus
padres en el Señor porque esto es lo justo” (Ef 6,1). Enseguida se refiere a los padres:
“Padres, no irriten a sus hijos; al contrario, edúquenlos, corrigiéndolos y
aconsejándolos, según el espíritu del Señor” (Ef 6,4).
Se trate del amor mutuo entre los esposos, o de los hijos hacia los padres, o bien de
estos hacia sus hijos, oímos decir cosas semejantes: “como Cristo amó a la Iglesia”, “en
el Señor”, “según el espíritu del Señor”.
Por eso, la Eucaristía es escuela de humanidad, alimento del amor, exhortación a la
fidelidad, cátedra de convivencia y de virtudes familiares y sociales.
Si la Eucaristía evangeliza a la familia, ésta a su vez se vuelve evangelizadora. Esto
acontece ante todo en el seno del propio hogar. De allí el acierto del lema de esta
Jornada diocesana y de nuestro bienio pastoral: “La familia educadora en la fe”.
A nadie se le oculta que en los actuales cambios culturales, revolucionarios y
acelerados, donde se aprueban leyes contrarias a la ley divina y natural, la visión
cristiana del matrimonio y la familia es el bastión principal que han procurado derribar.
Sabemos que todo ser humano vive en una cultura, la cual es el medio que el
hombre necesita para realizar los altos fines que llenan de sentido su existencia. Pero si
bien en la sociedad las leyes tienen un papel pedagógico innegable, y ejercen un claro
influjo formativo, también es manifiesto que una cultura no se alimenta sólo de leyes
que en definitiva resultan exteriores a las conciencias de los hombres. Si desde nuestras
familias logramos formar hombres y mujeres libres de verdad, libres con la verdad y a
causa de ella, entonces veremos despuntar la aurora de una nueva civilización renovada
por la luz de la verdad y del amor que están en Cristo como en su fuente.
Escuchemos las palabras de Jesús: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán
verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres (…). Por
eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres” (Jn 8,31-32.36). Y el apóstol
Juan hoy nos dice: “Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y
el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn 4,7).
Verdad y amor. La familia educadora en la fe, es también educadora en el amor,
porque según afirma el apóstol San Pablo, lo que cuenta es “la fe que obra por medio
del amor” (Gal 5,6).
Cuando en nuestras familias enseñamos a rezar a los niños, cuando damos ejemplos
cotidianos de paciencia y gratuidad en el amor, cuando enseñamos con nuestro ejemplo
a perdonar y a abrirnos al bien de los demás, cuando aprendemos a dialogar, estamos
poniendo los cimientos de una nueva cultura.
Por eso, no debemos desalentarnos ante el espectáculo, por cierto triste, de nuestro
tiempo que se cierra a la ley de Dios. Si es verdad que la cultura ambiente influye sobre
nuestros jóvenes, también es verdad que la gracia puede abrirse paso en las peores
circunstancias y que muchos de nuestros jóvenes están hambrientos de grandes ideales.
Esta hora difícil nos impulsa a tener confianza en Dios que actúa en la historia
mediante su Espíritu creador, y a decidirnos a un compromiso activo y perseverante con
la misión que Cristo nos asigna. El desafío es inmenso y supera nuestras fuerzas
humanas. Pero el cristianismo se abrió paso en la historia con la lógica de su Fundador:
como levadura en la masa, con la insignificancia del grano de trigo que cae en la tierra y
muere, como el pequeño punto negro de un grano de mostaza, como fragancia que atrae,
con la sencillez de la paloma y la astucia de la serpiente, con la sangre de los mártires
que fue semilla de nuevos cristianos, con la fragilidad de la incomprendida virginidad
consagrada por el Reino de los cielos.
No esperemos de las leyes el cambio de la sociedad, cambiemos nosotros, y con el
tiempo cambiará también la sociedad. Es importante que como ciudadanos expresemos
por medios pacíficos nuestro desacuerdo, pero el tiempo se nos debe ir ante todo en la
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formación de las mentes y en el testimonio de la vida. Esto no excluye el exigir aquellos
derechos que son anteriores a toda ley de hombres, porque antes está la obediencia a la
ley de Dios: derecho a la objeción de conciencia y a no ser discriminados en la vida
pública por manifestar nuestras convicciones; derecho a ejercer la patria potestad sobre
nuestros hijos.
“La familia educadora en la fe”, no lo olvidemos. Es la fe la que nos permite
entender plenamente la verdad sobre la familia y toda su riqueza, oscurecida por la
debilidad del hombre. Desde la fe las nuevas generaciones entenderán que la familia es
el verdadero “patrimonio de la humanidad”.
Como obispo de esta diócesis quiero expresar mis felicitaciones al P. Gabriel Mestre
y a su equipo, y también a cuantos de una u otra manera han colaborado para hacer
posible esta Jornada. Expreso un agradecimiento especial al matrimonio Delbosco por
su hermosa exposición testimonial, y al querido y popular Padre Mamerto Menapace,
lleno del mejor humor y desbordante de sensatez. Para todos, sea el Señor su amplia
recompensa.
Concluyo pidiendo con todos ustedes a la Sagrada Familia de Nazaret que “aleje de
de nuestros hogares todo mal y afirme nuestros pasos en el bien y en el amor”.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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