~ Reprodución social, entre el deseo y la necesidad ~notas

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~ Reprodución social, entre el deseo y la necesidad
~notas preliminares~
¿Por qué tememos tanto a la precariedad o al desempleo aun no sufriéndolos? Quizá la
respuesta estriba en que, aunque nuestro «trabajo vivo» contribuye de manera central a la
producción de riqueza y de deseo, todos y todas somos virtual paupers (como lo llamaba
Marx en los Grundrisse): potencialmente incapaces de reproducirnos.
La pregunta anterior se refiere a nuestras «necesidades», es decir, a la dependencia
material de nuestra vida en el marco del Estado de Bienestar que el neoliberalismo está
desmantelando. Pero hay una conexión entre las dependencias materiales y nuestros
deseos. En la medida en que el capital y el Estado sean los mediadores entre nuestros
deseos y nuestras condiciones materiales, nuestra capacidad de reproducirnos dependerá
inevitablemente de ellos.
Cuando «ellos» entran en crisis, o más bien cuando utilizan la «crisis» como forma
de governance, nos obligan a enfrentarnos a esta situación en la que hay una brecha entre
la autoreproducción de nuestros cuerpos y la reproducción del capital. En esta experiencia,
descubrimos que nuestras crisis existenciales —la crisis de nuestros deseos y necesidades—
están entrelazadas e interconectadas con el Estado y el capital.
En el Anti Edipo, Deleuze y Guattari polemizaron en contra de los conceptos de «escasez»
y «necesidad», desarrollados respectivamente por Sartre y Lacan. Deleuze y Guattari
afirmaban, en contra de aquellos dos filósofos, que la carencia se crea, planifica e impone
mediante la reproducción social. Desde este punto de vista, la necesidad sería artificial e
impuesta; el deseo vendría a ser la fuerza desbordante que superaría cualquier tipo de
impedimento.
La influencia de Deleuze y Guattari predomina actualmente en aquellas políticas de tipo
«aceleracionista», de acuerdo con las cuáles el capitalismo podría ser superado por el
exceso de su propia productividad; también mediante la potencialidad revolucionaria que
yace en el deseo y en el trabajo vivo. Así, para Hardt y Negri la revolución es el resultado de
la productividad de la multitud, y no tanto de la indignación generalizada de un
proletariado crecientemente empobrecido.
Para ellos, la «crisis» no es el resultado de una implosión social que supuestamente nos ha
conducido a la escasez de la austeridad y el desempleo, sino un signo de la incapacidad que
el capital tiene de controlar la producción del trabajo vivo. Sin embargo, con la aparición
de la crisis, la red intelectual que sostiene esa teoría se ha visto ella misma obligada a
sumergirse en el desempleo o la falta de vivienda. Hoy día, después de los años dorados de
la posguerra y de la especulación financiera de la década de dos mil, alimentada por el
endeudamiento, se ve claro cuán anacrónica resulta una política basada en la idea de que
este capitalismo, que crece satisfaciendo nuestras necesidades artificiales, puede ser
superado por el mero empuje del deseo.
Tal y como describe Achille Mbembe, habitamos en un mundo poscolonial y necropolítico.
Europa es hoy testigo de cómo la «escasez» convive al lado de la riqueza. Hegel ya había
escrito que, a pesar del exceso de riqueza, la sociedad civil no es lo suficientemente rica
como para prevenir la formación de una muchedumbre empobrecida.
Durante los años neocoloniales del Estado de Bienestar, esta paradoja se extendió
geográficamente a escala global, oculta tras un discurso que ensalzaba el desarrollo, y que
era compartido tanto por los poderes neocoloniales como por los movimientos de
liberación nacional. Hoy día, la pobreza se expande en parte de Europa bajo una nueva
forma: la del aburrimiento, el conformismo y la abundancia de la sociedad de consumo, así
como también bajo el optimismo de la primera generación de internet.
Deberíamos por tanto tomar en serio las predicciones de Deleuze y Guattari basadas en
Marx, acerca de cómo la escasez impuesta afecta a las políticas de nuestros deseos y de
nuestras necesidades. A la vista de la sostenida deceleración del crecimiento en Estados
Unidos y el Sur de Europa, hay un sentimiento generalizado de estar entrando en un juego
de suma cero en el que la escasez, la carencia y la necesidad prevalecen sobre la
abundancia, el exceso y el deseo. En consecuencia, no podemos en la crisis contar sólo con
las teorías productivistas o del deseo.
Este grupo de lectura propone hacer uso del concepto de «reproducción» para visualizar
en entrecruzamiento entre deseo y necesidad. Entendemos la reproducción como los
modos de sostener nuestras necesidades: cuidados, alimentación, alojamiento. También se
refiere a los modos de relación que se encarnan más allá de nosotras mismas. Entre otras
palabras, queremos subrayar la relación entre deseo y necesidad, distanciándonos de la
manera —a veces abstracta— en que se concibe la oposición entre autonomía y
heteronomía, libertad y reproducción. Trataremos por el contrario de encontrar conceptos
y prácticas que de manera virtuosa y creativa articulen esos pares de conceptos.
Creemos que el capital puede definirse como un intento de monopolizar, controlar y dirigir
los medios por los cuales podemos satisfacer nuestras necesidades, perseguir o alcanzar
nuestros sueños. Cuando algunos marxistas hablan de la «base económica» de la sociedad
como estructura, debemos tener en cuenta por el contrario que esa base no es solo
estructural sino también existencial, a la vez que organiza el trabajo vivo. El trabajo vivo,
en este sentido, puede definirse a su vez como un lugar de lucha y de enunciación en torno
a la reproducción de nuestros cuerpos y de nuestras capacidades deseantes.
Empezar analizando esta «base» implica comenzar por desvelar las múltiples formas en
que intentamos satisfacer nuestros deseos y necesidades. «Mirando hacia adentro»
nuestro, podremos empezar a entender cómo el capital organiza nuestra fuerza de trabajo,
monopoliza tanto como regula los medios para cumplir nuestros deseos y necesidades, así
como las relaciones entre ambos.
En vez de reducir las luchas a una función meramente económica, es decir a la relación del
salario-deuda, o a las retóricas de ciudadanía y democracia– aquí, planteamos que estos
términos deben entenderse en relación a un proceso social amplio en torno a la lucha sobre
la reproducción social. En este sentido el trabajo salariado como asalariado, el crédito y la
deuda, pueden ser vistos como formas de vida dentro del problema en torno a la
reproducción. Pero también, a su vez, otros dispositivos radicalmente opuestos a la deudacrédito, tales como el colegio, el hospital, o la policía, también nos sujetan a una dinámica
de reproducción no-autónoma sobre nuestras vidas. Podríamos describir esto como un
problema bio-político?
¿De qué manera las distintas luchas, comenzando con aquellas que se enuncian desde un
horizonte existencial de nuestra reproducción, necesidades y deseos– pueden organizarse
hacia un horizonte con vistas hacia nuevas formas de espacios de autonomía?
¿Qué pasa cuando un acto individual de sobrevivencia es realizado junto con otras? ¿Cómo
subvertimos nuestras necesidades y deseos individualizados en un campo de posibilidad
para crear y ganar nuevos deseos comunes, comuneros?
¿Que pasa cuando nuestros cuerpos re-ocupan, collectivamente, la casa de donde se nos
desalojó? –este ejemplo da cuenta de una 'solución' común, de un problema individual por
sobre una necesidad.
Es desde estas experiencias concretas, que distintas preguntas políticas emergen: ¿De qué
forma nuestra auto-reproducción participa en la reproducción del capitalismo? ¿Cuáles
son las formas en que podemos reproducir(nos) como colectividades tanto antagonistas
como creativas y de cuidados? ¿Cómo se genera y sostiene la auto-reproducción de
nuestros cuerpos, familias, redes afectivas y movimientos? ¿y cómo esto afecta tanto
nuestra autonomía? Cómo la reproducción sí misma es un campo de construcción hacia y
desde los comunes?
Bue Ruebner Hansen
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