La Gaceta del FCE, enero de 2006

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a
DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Enero 2006
Número 421
Feliz cumpleaños,
Wolferl
A 250 años del nacimiento de
Wolfgang Amadeus Mozart
■
Roland de Candé se pregunta quién era Mozart
■
Norbert Dufourcq traza un apunte biográfico
■
Stendhal se remonta a la infancia del músico
■
Peter Gay analiza a Mozart, el hijo
■
Yves y Ada Rémy narran cómo el dedo de dios
se posó en Salzburgo
■
Pere-Albert Balcells hace un “autorretrato” de Mozart
■
H. C. Robbins Landon presenta mitos y teorías sobre
la muerte del compositor
■
Carlos Prieto revisa el aparente desprecio de Mozart
por el violonchelo
Paul Henry Lang rastrea lo esencial de la música de Mozart
■
Jean Victor Hocquard explora la belleza mozartiana
■
Alexander Pushkin: Mozart y Salieri
■
Eduard Friedrich Mörike: Mozart en su viaje a Praga
ISSN 0185-3716
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Feliz cumpleaños, Wolferl
Sumario
Perdurar 250 años no significa haber alcanzado la eternidad,
pero se le parece. Para alguien cuyo cuerpo apenas superó las
tres décadas y media de vida, cumplir en plena forma un cuarto
de milenio es prueba de una vitalidad inusual. Es el caso de
Johannes Chrysostomus Wolfgangus Gottlieb Mozart, que
nació el día 27 de un mes como éste, en la austriaca Salzburgo.
Hoy es objeto en todo el mundo de celebraciones que no se
constriñen a la música, pues su vida puede ser abordada desde
la biografía, la psicología, el teatro, la novela, como hemos
querido hacer en este número de La Gaceta. Convencidos de
que la música también suena en los libros, preparamos una selección de textos que presentan facetas diversas de la vida y la
obra del prolífico, juguetón, atormentado compositor.
Abrimos con dos selecciones de nuestro propio catálogo. El
libro escrito por Roland de Candé es un recorrido, mordaz y
seductor, de la historia de la música. En pocos y sustantivos
párrafos se presenta al niño, al joven, al casi maduro compositor, con chispazos de su irrepetible talento, y además se presenta un resumen de su nutrida producción musical, con unas
cuantas recomendaciones. Al querer saber quién era Mozart,
de Candé esboza una teoría sobre la importancia del músico
austriaco, estrategia semejante a la de Norbert Dufourcq en el
brochazo biográfico con que continúa esta entrega. Casi telegráfico, este fragmento da pistas sobre la evolución artística de
Wolferl —el cariñoso nombre con que su familia lo llamaba— y señala obras que marcaron hitos en su vida.
Deseosos de mirar de cerca al Mozart de carne y hueso, o a
lo que un escritor considera que es la carne y el hueso de un ser
fuera de este mundo, reproducimos parte del texto con que
Stendhal exploró la biografía de su admirado músico; es un
libro informativo tanto de quién fue Mozart como del modo en
que lo escuchó el autor de Rojo y negro. La exploración de la
infancia mozartiana continúa con la obra de Peter Gay sobre la
relación entre Leopold y su hijo, vínculo sin duda amoroso
pero con no pocos tintes malsanos, pues supuso el casi aniquilamiento de la propia vida musical del padre y la franca explotación del vástago. Para saber más sobre ese nexo, Yves y Ada
Rémy remontan un poco el río vital de Leopold para luego
dejarse ir hasta la formación artística de ese niño excepcional.
Mediante el estudio de cartas y otros documentos de la época,
Pere-Albert Balcells quiso pintar un “autorretrato” de Mozart,
en el que sus propias palabras y la de sus allegados lo dibujan
tal cual fue; aquí mostramos el proceso por el cual las notas
invadían su imaginación hasta convertirse en piezas del todo
terminadas, que luego había tan sólo que copiar a la partitura.
Su muerte ha sido un fértil venero para el mito mozartiano.
Reproducimos en este número la explicación, en términos médicos, que uno de los mayores estudiosos del músico ha dado
por buena: H. C. Robbins Landon revisa los dichos y los hechos
para explicar las causas del precoz fallecimiento. Esa muerte,
nimbada de la envidia de Antonio Salieri, es el germen para el
breve y apasionado divertimento teatral de Alexander Pushkin.
En este juego de subjetividades, presentamos también un fragmento de Mozart en su viaje a Praga, pequeña novela del escritor
decimonónico Eduard Friedrich Mörike, en la que el músico
brilla con toda la luz de un buen personaje de ficción.
Además de ofrecer una rápida nota de Carlos Prieto, toma-
¿Quién era Mozart?
Roland de Candé
Obras de Mozart
Un apunte biográfico
Norbert Dufourcq
De la infancia de Mozart
Stendhal
Mozart, el hijo
Peter Gay
El dedo de dios está sobre Salzburgo
Yves y Ada Rémy
Autorretrato de Mozart
Pere-Albert Balcells
Mitos y teorías sobre la muerte de Mozart
H. C. Robbins Landon
Mozart y Salieri
Alexander Pushkin
Mozart: su aparente desprecio por el violonchelo,
el concierto para violonchelo perdido
Carlos Prieto
Mozart en su viaje a Praga
Eduard Friedrich Mörike
La incesante búsqueda de Mozart
Paul Henry Lang
La belleza mozartiana
Jean-Victor Hocquard
número 421, enero 2006
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Roland de Candé es musicólogo y autor del Nouveau dictionnaire de la musique ■ Norbert Dufourcq fue un destacado
organista y profesor de historia de la música ■ Stendhal
es autor, además de Rojo y negro y La cartuja de Parma, de
Cartas sobre Haydn, Mozart y Metastasio ■ Peter Gay es
historiador cultural y fue profesor en las universidades de
Columbia y Yale ■ Yves y Ada Rémy, además de biógrafos de Mozart, son escritores de ciencia ficción ■ PereAlbert Balcells es músico y profesor de análisis musical y
piano en Barcelona ■ H. C. Robbins Landon es historiador y musicólogo, estudioso de Haydn y el clasicismo
vienés ■ Alexander Pushkin es el autor de la novela en
verso Eugene Onegin ■ Carlos Prieto es violonchelista,
autor de Cinco mil años de palabras ■ Eduard Friedrich
Mörike, alemán, fue poeta y escritor romántico ■ Paul
Henry Lang fue profesor en la Universidad de Columbia
y editor de Musical Quarterly ■ Jean Victor Hocquard es
escritor y crítico musical, especialista en Mozart
da de Las aventuras de un violonchelo, la parte final de esta entrega está formada por dos ensayos que aspiran a comprender la
grandeza de Mozart, uno de Paul Henry Lang sobre la esencia
de su música y otro de Jean Victor Hocquard sobre lo que
constituye la belleza mozartiana. Aunque no pareció darse
cuenta, Mozart vivió en la época en que la Ilustración alcanzaba su cúspide. Las figuras que acompañan esta entrega provienen de la obra maestra ilustrada: la Encyclopédie de Diderot, en
particular del volumen dedicado a la “Lutherie”. Así cerramos
este festejo de cumpleaños del joven Wolferl.
la Gaceta 1
a
¿Quién era Mozart?
DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Directora del FCE
Consuelo Sáizar
Director de La Gaceta
Tomás Granados Salinas
Consejo editorial
Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman,
Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler,
Axel Retif, Laura González Durán,
Max Gonsen, Nina Álvarez-Icaza,
Paola Morán, Luis Arturo Pelayo,
Pablo Martínez Lozada, Geney Beltrán Félix, Miriam Martínez Garza,
Fausto Hernández Trillo, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña,
Antonio Hernández Estrella, Juan
Camilo Sierra (Colombia), Marcelo
Díaz (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile),
Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat
(Venezuela), Ignacio de Echevarria
(Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala), Rosario Torres (Perú)
Impresión
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
Diseño y formación
Marina Garone
y Cristóbal Henestrosa
Ilustraciones
Tomadas de Recueil de planches, sur les
sciences, les arts libéraux, et les arts méchaniques, avec leur explication
a
Roland de Candé
Como texto introductorio al tema de nuestro número, este fragmento proviene
de Invitación a la música. Pequeño manual de iniciación, que con el número 386
forma parte de la colección Popular, que es además de un recuento histórico
una guía para escuchar, y sobre todo disfrutar, el arte del sonido
“No estoy seguro de que los ángeles, cuando glorifican a dios, toquen música de Bach;
en cambio, estoy cierto de que, cuando están solos, tocan a Mozart, y que a dios, entonces, le gusta especialmente escucharlos.”
¿Sabéis quién escribió esto? ¿Un poeta? ¿Un loco? ¡No! Un teólogo muy serio y
muy célebre, el pastor Barth. Si se habla del “divino Mozart”, la gente culta sonríe al
oír semejante lugar común. Y sin embargo, el pastor Barth encuentra algo divino en
este músico fuera de lo común. ¡Habla de él hasta en sus libros de teología!
Los más grandes espíritus deliran al hablarnos de Mozart.
Wagner: “El más prodigioso genio lo elevó por encima de todos los maestros, en
todas las artes y en todos los siglos.”
Kierkegaard, filósofo y teólogo: “¡Inmortal Mozart! Tú, a quien le debo todo; tú, a
quien debo gratitud por haber encontrado en mi vida algo que lograra conmoverme.”
Pierre-Jean Jouve, poeta: “Mozart cumplió un destino que no se ha repetido en el
mundo.”
E. Fischer, gran pianista: “Mozart es una piedra de toque para el corazón; nos
protege contra toda flaqueza del gusto, del espíritu y de los sentimientos.”
Wolfgang Amadeus Mozart nació el 27 de enero de 1756 en Salzburgo, Austria.
Su padre, Leopold Mozart, es compositor y Kapellmeister en la corte del príncipearzobispo de Salzburgo. Su madre es dulce y delicada, no muy inteligente. Su hermana Maria Anna, a la que en familia llaman Nannerl, es cuatro años y medio mayor
que él: le enseñan a tocar el clavecín, y es una niña prodigio.
A los tres años, Wolfgang asiste a las lecciones de música de su hermana, y al punto
busca en el teclado “las notas que se aman”, como dice él. ¡Ha descubierto la armonía,
sin saberlo! Al darse cuenta de estos dones, Leopold Mozart decide abandonarlo todo
para consagrarse a la educación de sus hijos.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques
del Pedregal, Delegación Tlalpan,
Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas.
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de Publicaciones y Revistas Ilustradas
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Correo electrónico
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2 la Gaceta
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A los seis años, Wolfgang improvisa piecesitas que su padre
anota minuciosamente (ya sabe leer música, pero aún no puede
escribirla correctamente). Tales son los Minuetos k.1, 2, 3, 4, 5.1
Las primeras obras del pequeño Wolfgang no valen gran
cosa, ¡pero hay que ser particularmente precoz (o “sobredotado”) para componer a los seis años! En los años siguientes,
compondrá una serie de sonatas para violín y clavecín.
El mismo año en que Wolfgang cumple seis años, Leopold
se lleva a sus hijos de gira: Munich, Linz, Viena. Los exhibe
como si fueran perros de circo. Se pide al pequeño Wolfgang
tocar sobre una tela que oculta el teclado. Debe decir los nombres de las notas que otros tocan. Improvisa sobre temas que el
público elige, etcétera. Él se divierte con todo, salta al cuello
de la emperatriz, se sube a las rodillas de la gente simpática,
como lo hacen los niños de su edad, y antes de sentarse al clavecín pregunta: “¿Me quieren ustedes? ¿Me quieren de veras?”
Toda su vida, Mozart necesitará amor, necesitará felicidad.
Los necesitará más que los demás: tener genio da sed de
amor… Al año siguiente, y después, Mozart sigue de viaje. De
los seis a los diez años, no se detiene: Augsburgo, Mannheim,
Maguncia, Francfort (donde deja maravillado al joven Goethe),
Aquisgrán, Bruselas, París, Londres, La Haya, Amsterdam,
París, Dijon, Lyon, Ginebra, Zurich, Munich… Es aclamado
como un héroe, condecorado como un general, adorado como
un ídolo. El lector podrá decir que ésta es una mala educación,
pero el pequeño Mozart pasa por todo ello jugando, sin sufrir
la menor degradación de su sensibilidad.
Muy poco después, Mozart emprende una larga gira por
Italia. En la Capilla Sixtina, en Roma, escucha un bello Miserere para nueve voces de Allegri, perteneciente al repertorio exclusivo de la capilla pontificia: está prohibido copiar o tocar esa
música sin autorización especial y, naturalmente, no ha sido
editada. De vuelta en su casa, ¡Mozart anota de memoria ese
Miserere que lo ha impresionado mucho! Es una hazaña que
exige no solamente un “oído” (una atención auditiva) excepcional, sino también una memoria musical fantástica.
Todos los esnobs que se extasiaban ante las grandes proezas
del pequeño Mozart no habían comprendido nada de su genio.
Por lo demás, no se interesan mucho tiempo en él. Todos los
salones parisinos querían recibirlo cuando llegó por primera
vez, a la edad de ocho años; no se hablaba más que de él, volvía
locas a las damas de la corte. Cuando regresa en 1778, de veintidós años, París ya no se interesa en él: no reconocen al pequeño prodigio en el creador genial que ya ha compuesto trescientas obras (entre ellas, al menos treinta sinfonías y diez óperas u
óperas bufas)…
Sí, habéis leído bien: ¡a los veintidós años, Mozart ya había
compuesto trescientas obras! Cierto es que nos dio sus primeras obras maestras a los doce años: Bastien und Bastienne, las
sonatas para violín y clavecín k.46, el Veni Sancte Spiritus k.47…
Ésta es la época en que entra en el servicio del príncipe-arzobispo de Salzburgo.
El mundo se ha mostrado bastante severo con ese príncipe1 k.1,
k.2, etcétera, significa Koechel 1, Koechel 2, por el apellido
de un musicólogo austriaco que en 1862 publicó un catálogo cronológico de las obras de Mozart. Existen catálogos semejantes para
otros compositores. Los de Kirkpatrick para Scarlatti (k), de Hoboken
para Haydn (h), “Bach Werke Verzeichnis” de Schmieder para Bach
(bwv), de Ryom para Vivaldi (rv), de Deutsch para Schubert (d).
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arzobispo al que Mozart detesta. El joven músico, consciente
de su genio, no soporta que lo traten como a un empleado
subalterno: comer en la antecocina, tener que someterse a una
disciplina estricta. El príncipe-arzobispo es un prelado moderno, como hoy lo son algunos cardenales; desea reformar la
liturgia. Ahora bien, Mozart, poco cultivado, tiene una fe ingenua. Podría decirse que es del género “integrista”, y sigue
fiel a las “santurronerías” de su niñez. El príncipe-arzobispo
es inteligente, pero sin inclinaciones artísticas, y muy autoritario.
Un buen día de 1781, Mozart discute violentamente con el
terrible prelado, que lo echa a la calle. Es un acontecimiento
de gran importancia en la historia de la música, pues Mozart
decide no buscar otro cargo; y conservar su libertad. Es la primera vez que un músico sin fortuna elige ser independiente y
corre el riesgo de ser enteramente responsable de su vida.2
a
2 Para
ser enteramente exactos, digamos que los trovadores de la
edad media eran relativamente independientes, pero en el marco de
un sistema social perteneciente a la organización feudal… Por cuanto
a Gesualdo, príncipe de Venosa, su caso fue único en el siglo xvi.
Como era rico y poderoso, estaba por encima de las leyes comunes y
no contaba con su música para vivir.
Obras de Mozart
Veinte óperas u óperas bufas (cuatro de ellas inconclusas).
Dos serenatas y un ballet.
Nueve grandes misas (entre ellas el Requiem) y diez
misas breves.
Muchas composiciones religiosas.
Tres cantatas masónicas.
Cincuenta y seis grandes arias de concierto con
orquesta.
Treinta y dos lieder alemanes, dos arias italianas, dos
arias francesas.
Cuarenta sinfonías.
Sesenta y cinco divertimentos, serenatas, marchas.
Doscientas tres danzas.
Conciertos para piano (veinticinco), violín (seis), dos
violines (concertone), flauta (dos), corno (cuatro),
para flauta y arpa, para clarinete, para fagot.
Seis quintetos para cuerdas. Un quinteto con clarinete.
Veinticuatro cuartetos para cuerdas. Dos cuartetos
con piano. Cuartetos con flauta y oboe. Tríos,
etcétera.
Treinta y cinco sonatas para violín y piano.
Veinte sonatas para piano.
Quince series de variaciones, cinco fantasías y cerca
de setenta piezas diversas para piano.
No deje de escuchar:
Cantata masónica k.625
Divertimento en trío k.565
Ave verum k.618 G
la Gaceta 3
a
a
Para conservar la libertad, hay que poder defenderla… lo
Mozart murió en la noche del 4 al 5 de diciembre… tal vez
que no es fácil para un compositor del siglo xviii. No basta
de agotamiento. Al día siguiente, su cadáver es llevado a la
componer música genial. Hay que encontrar la ocasión de tocatedral para una breve ceremonia al aire libre, sin música, la
carla o de hacerla tocar en provecho propio. Y hay que vigilar
ceremonia de los pobres. Constanze no está en condiciones de
al copista para que no copie por partida doble, pues el poseeasistir; la emoción la ha puesto enferma. Algunos amigos asisdor de un ejemplar podría dar audiciones y obtener así gananten, soportando un frío terrible. Siguen el féretro hasta las
cias para su bolsillo: aún no había sociedades para la protección
puertas de la ciudad, donde una tempestad de nieve los obliga
del “derecho de autor”. Mozart trabaja como un loco.
a regresar. Así, el músico más grande de la historia fue enterraEn 1782 (tiene veintiséis años), obtiene un triunfo con El
do en la fosa común.
rapto en el serrallo y se casa con una joven cantante de diecinueMozart no se asemejaba a la imagen que nos hacemos del
ve años que lleva el mismo nombre de pila que la heroína de
genio. Era de muy corta estatura, muy delgado, muy pálido,
su ópera: Constanze Weber. Esto no
muy nervioso, con una abundante cabeLa personalidad de Mozart es un
careció de dificultades, pues el padre de
llera rubia de la que estaba orgulloso.
tejido de contradicciones: entre la
Mozart se opuso a este matrimonio.
Extremadamente sociable, no le gustaba
felicidad y la angustia, entre la
Wolfgang hizo el voto de componer una
estar solo, salvo en los largos paseos a
agitación del personaje que siempre
nueva misa en Salzburgo si llevaba allí a
caballo que le aconsejaba su médico.
tenía que estar representando y
Constanze como su mujer… Es así
Cuando no cenaba fuera, invitaba gente
la concentración inaudita de
como compuso una de sus más grandes
a cenar en su casa. Esas cenas debieron
su música, entre la trivialidad
obras maestras, la Misa en do menor, que
de tener muchas cosas imprevistas pues
de sus distracciones y su
es ejecutada en la iglesia de Sankt Peter,
Constanze, tan infantil como su marido,
inspiración sublime
con Constanze como soprano solista.
era una pésima ama de casa. A Wolfgang
Podemos preguntar si Mozart creía
le gustaban el billar, los bolos y todos los
en dios. A mí, eso me parece evidente. Las sublimes partes
juegos de sociedad. Buen bailarín y buen mimo, sobresalía en
vocales del Et Incarnatus, de esta Misa en do menor, sólo parecen
ese juego, muy conocido, en que todos, por turno, deben hacer
triviales a los auditores triviales: son cantos de amor divino,
que los demás adivinen un título o una frase sin pronunciar
arabescos angélicos, como los aleluyas gregorianos y los cantos
palabra, exclusivamente por medio de ademanes.
de pájaros de Messiaen…
A primera vista, Mozart parecía seguro de sí mismo, pero
¡Ay!, a Mozart sólo le quedan diez años de vida. Diríase que
tenía enorme necesidad de dicha, de amor, de ánimo. Lo inlo sabe: parece apresurado. Compone obras maestras a una
quietaban su pequeña estatura, su salud, su reputación, la falta
velocidad extraordinaria: Las bodas de Fígaro, Così fan tutte, La
de tiempo (dormía poco y se levantaba a las seis). Su personaflauta mágica, La clemencia de Tito, las seis últimas grandes sinlidad es un tejido de contradicciones: entre la felicidad y la
fonías, una veintena de conciertos para piano, cuartetos dediangustia, entre la agitación del personaje que siempre tenía que
cados a Haydn y al rey de Prusia, etcétera.
estar representando y la concentración inaudita de su música,
Se cuenta que la víspera del estreno de Don Giovanni, aún
entre la trivialidad de sus distracciones y su inspiración sublino estaba escrita una sola nota de la obertura. Mozart se pone
me. Este genio prodigioso hace bromas estúpidas, cuenta chisa trabajar por la noche. Como está fatigado por los ensayos, su
tes vulgares, se divierte con la menor tontería.
esposa le sirve ponche mientras le lee cuentos de Perrault para
Mozart es todo lo contrario de un intelectual: su inteligenmantenerlo despierto. De todos modos, se queda dormido.
cia es mediana, su cultura es endeble, no siente el menor intePero a las siete de la mañana, ¡entrega la partitura al copista!
rés por la literatura, la filosofía, la política de su tiempo… y sin
Nadie, ni siquiera Mozart, puede componer una obra orquestal
embargo, vivió en la época de Goethe, de Kant, de Voltaire, de
de esta importancia en tales condiciones. Es probable que MoRousseau, de la revolución francesa, de la independencia de
zart, aquella noche, no haya hecho más que transcribir la oberEstados Unidos. Su genio es de la forma más elevada: la que pertura que ya había compuesto mentalmente y que conservaba en
manece libre de toda ideología. Su música es una música de ángesu fantástica memoria.
les para el que sabe escucharla: no sólo las grandes obras
En 1791, año en que Mozart compone sus dos últimas ópemaestras compuestas para la iglesia o para el teatro, no sólo los
ras, un misterioso personaje que no quiere darse a conocer le
conciertos para piano o los quintetos para cuerdas, cumbres de
encarga un Requiem. Mozart, siempre muy emotivo, agotado
la música instrumental. También obras de apariencia más mopor el trabajo y las preocupaciones de dinero, cree que aquella
desta, como el Divertimento en trío k.568 o el sublime Ave
es una señal del destino y se imagina que va a trabajar para su
verum k.618. Semejante música se le escapa al que quiere anapropio funeral. En realidad el misterioso desconocido es un
lizarla: no viola ninguna regla, no ilustra ningún sistema, no
rico aficionado a la música, que tiene la costumbre de encargar
lleva el lastre de ningún pensamiento filosófico. Pero el que se
abandona simplemente a su perfección siente la emoción artísmúsica en secreto, ¡para después hacerla tocar con su nombre!
tica más pura.
En septiembre, de regreso de Praga, donde presentó La
El gran artista no es aquel del que admiramos la capacidad
clemencia de Tito, Mozart llega al límite de sus fuerzas; pero
para superar dificultades, las proezas técnicas, sino aquel que
logra terminar La flauta mágica. En octubre, se recupera como
nos hace olvidar su habilidad, suprimiendo todo rastro de espor encanto: en noviembre, vuelve a sentirse exhausto: compofuerzo. Así es como Mozart alcanza la cumbre del arte, mienne la maravillosa Cantata masónica k.623, y luego se mete en
tras nos hace olvidar su arte superior… G
cama, para no levantarse más. Confía a su discípulo Süssmayr
la tarea de terminar su Requiem, lo que éste hace con gran resTraducción de Juan José Utrilla
peto y talento.
4 la Gaceta
número 421, enero 2006
a
a
Un apunte biográfico
Norbert Dufourcq
La Breve historia de la música es otra obra de la colección
Popular, ésta con el número 43. Sus pocas páginas sirven
para introducir al lector en temas como el que aquí
se presenta, de manera a la vez erudita y amena, gracias
a lo cual los músicos aparecen como personas concretas
Wolfgang Amadeus Mozart nació en Salzburgo. Su padre,
Leopold (1719-1787), compositor y violinista al servicio del
arzobispo, como buen hombre práctico, advirtió rápidamente el partido que podía sacar de los jóvenes prodigios que le
nacieron, en 1751 (Maria Anna, llamada Nannerl) y en 1756
(Wolfgang), obligándolos a presentarse ante el público en Munich, Viena, Bruselas y París (1763). Mozart editó en París sus
primeras obras (sonatas para violín), fue a Londres (1764),
donde su habilidad para tocar el clavecín le aseguró un éxito
prodigioso y donde experimentó la influencia de Johann
Christian Bach, quien, a sus ojos, caracteriza el feliz equilibrio
entre el estilo italiano y el alemán.
Mozart volvió a Salzburgo en 1766 por La Haya y se encuentra en Viena en 1768, donde compone su primera ópera
bufa (La finta semplice) y hace representar Bastien und Bastienne,
breve ópera cómica de estilo francés; esto le vale el título de
Concertmeister del arzobispo de Salzburgo. En 1769 va a Italia
y durante dos años, en Milán, Roma y Nápoles, alcanza grandes éxitos. En Roma (1770) se representa su Mitrídates. Después de permanecer algunos meses en Salzburgo para escribir
Betulia y toda una serie de sonatas para iglesia, regresa a Milán
para hacer representar Ascanio in Alba. El periodo 1771-1772
fue de extraordinaria producción, aunque ya habían salido doscientas obras del cerebro del niño.
Se muestra todavía italiano en la cantata Il Sogno di Scipione;
pero después de la representación de Lucio Silla en Milán y de
los cuatro primeros cuartetos de cuerdas escritos en Bolzano,
deja para siempre la península. Vuelve a Salzburgo para escribir cuatro sinfonías nuevas. Después, en Viena, se prenda de la
música expresiva de Haydn y compone su primer concierto
para orquesta y piano (1773). En 1775, compone La finta giardiniera en Munich y en Salzburgo nuevas sonatas, conciertos,
aires de canto y divertimenti. Renuncia a la categoría de Concertmeister cuando su patrono le niega un permiso para ausentarse
(1777). Se enamora de Aloysia Weber en Mannheim. En París,
adonde ha ido con su madre y donde ésta muere (1778), oye
con provecho la música de Grétry, Schobert y Gluck. A su regreso, ocupa en Salzburgo un puesto de organista de la corte y
de la catedral (Misa de coronación). En 1780, el elector de Baviera le encarga una ópera; será el Idomeneo, representado en
Munich (1781). Wolfgang, quien rompe por segunda vez con
su mecenas de Salzburgo, se instala en Viena. Se casa en 1782
con la hermana de Aloysia, Constanze Weber. Escribe en
menos de dos meses una ópera cómica (El rapto en el serrallo),
seis sonatas para violín y entra en la logia masónica de Viena.
Pero comienzan para él la vida dura y la miseria, pues su
número 421, enero 2006
esposa, enferma, no estaba en condiciones de ayudarlo. Los
obstáculos y los fracasos dificultan su carrera, pero podría decirse que de ellos nacen otras tantas obras maestras: la Misa en
do menor (1783), las grandes sinfonías, los dúos para violín y
alto, los cuartetos dedicados a Haydn (1785), música que a
veces gustó poco a los vieneses. Éstos reservaron sin embargo
un franco homenaje para Las bodas de Fígaro, obra maestra escrita sobre libreto de Da Ponte y que la ciudad de Praga acogió
con entusiasmo (1786). Al año siguiente (1787) vuelve a triunfar en Praga con el dramma giocoso y obra maestra en materia
de ópera que es Don Giovanni, escrito al mismo tiempo que los
dos quintetos (en do y sol menor) y la sonata a cuatro manos
en do. Pero el matrimonio está en apuros. Mozart necesita
contar con sus fieles amigos, a pesar del título de músico de
cámara imperial que acaba de obtener. Tres sinfonías (en mi
bemol, sol menor y do) —tres obras maestras— datan de 1788;
pero no remedian la miseria. Mozart intenta una última gira
(Dresde, Leipzig, Potsdam): el pianista y organista improvisador, que había profundizado su conocimiento de Bach, deja
estupefactos a los oyentes. Trae un poco de dinero de Berlín
(1789). Su Così fan tutte (1790) sólo obtiene un éxito mediano
en Viena. El año 1791, el de su muerte en Viena, ve aparecer
La flauta mágica (ópera fantástica construida sobre libreto del
francmasón Schikaneder), Titus, un célebre Ave verum y “la
conclusión simbólica de esta vida”: el Requiem, terminado por
un discípulo. Ese mismo año, Mozart había obtenido un puesto de maestro suplente de capilla en la catedral de San Esteban
y escribió una última ópera: La clemencia de Tito.
A menudo se ha escrito que Mozart fue “un milagro de la
música”. En efecto, poseyó tanto el genio de la sinfonía como el
del drama: agotó todos los géneros que elegía porque los llevaba
hasta la perfección. En él predomina la melodía, que es elegante, fluida y alada. No se le encuentra un contrapunto difícil, sino
siempre de líneas amables y cantantes. Nunca hay nada de rígido en este hombre que tanto ha sufrido. Su música reposa sobre
bases de sana alegría, de buen humor y de razonado equilibrio.
Por la concisión y la elegancia de su lenguaje es un clásico, aunque ciertas páginas (Fantasía en do menor para piano) anuncian ya
a los románticos. Es un clásico por la luz que se cierne sobre sus
obras y por la frescura de la expresión. Es un clásico más humano que Haydn y que resume admirablemente los dos siglos de
esfuerzos que, dentro de la historia de la música, terminan con
él. Porque representa mejor que ninguno de sus contemporáneos o sucesores la síntesis cumplida entre la escuela de Mannheim (Stamitz), el arte de los franceses y el de Haydn, entre el
arte íntimo, concentrado y vigoroso de Bach y el arte infinitamente flexible y joven de los napolitanos. “Sin dejar de ser clásico, es decir sin dejar de ser cuidadoso y respetuoso del estilo,
dio atmósfera, facilidad y flexibilidad a los grandes géneros musicales. Nos subyugan su regia facilidad, su naturalidad inimitable y su irresistible evidencia” (R. Pitrou). G
Traducción de Emma Susana Speratti
la Gaceta 5
a
De la infancia de Mozart
a
Stendhal
ñarle, casi jugando, algunos minuetos y otros fragmentos de
música; esta ocupación era tan agradable para el maestro como
para el discípulo. A Mozart le bastaba media hora para aprender un minueto, y apenas el doble para un fragmento de mayor
extensión. En seguida los tocaba con la mayor limpieza y perfecta medida. En menos de un año hizo tantos adelantos que a
los cinco de edad había inventado ya pequeños fragmentos de
música que tocaba a su padre, y que éste, por alentar el talento
naciente de su hijo, tenía la complacencia de escribir.
El padre de Mozart ejerció una gran influencia en el destino de
Antes de la época en que el pequeño Mozart tomó afición
su hijo, cuyas aptitudes desarrolló y acaso modificó; es, pues,
a la música, le apasionaban tanto los juegos de su edad suscepindispensable decir unas palabras sobre él.
tibles de interesar un poco a su inteligencia que les sacrificaba
Leopold Mozart, padre, era hijo de un encuadernador de
hasta sus comidas. En toda ocasión mostraba un corazón senAugsburgo. Estudió en Salzburgo, y en 1743 fue admitido
sible y un alma amante. Solía decir, hasta diez veces en un día,
entre los músicos del príncipe-arzobispo de Salzburgo. En
a las personas que cuidaban de él: “¿Me quieres mucho?”; y
1762, fue nombrado subdirector de la capilla del príncipe.
cuando por broma le respondían que no, las lágrimas asomaComo los deberes de su cargo no absorbieran todo su tiempo,
ban a sus ojos. Desde el momento en que conoció la música,
daba, fuera de la corte, lecciones de composición musical y de
se desvaneció su afición a los juegos y a las diversiones de su
violín. Hasta publicó una obra titulada Versuch, etc., o Ensayo
edad o bien, para que tales juegos le agradasen, era preciso
sobre la enseñanza razonada del violín, que tuvo mucho éxito.
que la música entrara en ellos de algún modo. Un amigo de
Estaba casado con Anna Maria Pertl, y se ha hecho notar,
sus padres se entretenía a menudo en jugar con él; a veces le
como una circunstancia digna de la atención de un observador
llevaban juguetes en procesión de un cuarto a otro, y entonexacto, que estos esposos, que dieron la existencia a un artista
ces el que no llevaba nada cantaba una marcha o la tocaba al
tan privilegiadamente dotado para la armonía musical, eran
violín.
citados en Salzburgo por su extraordinaria belleza.
Durante algunos meses, el gusto por los estudios corrientes
De los siete hijos nacidos de este matrimonio, sólo vivieron
de la infancia tomó tal ascendiente sobre Wolfgang que a ellos
dos: una hija, Maria Anna, y un hijo, éste de que vamos a ocuse lo sacrificó todo, hasta la música. Mientras estudió aritmétiparnos.
ca, se veían siempre las mesas, las sillas, las paredes y hasta el
Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart
suelo cubiertos de cifras que él trazaba con tiza. La vivacidad
de su espíritu le hacía fácilmente apasionarse por todo lo nuevo
nació en Salzburgo el 27 de enero de 1756. Pocos años después
que se le presentaba. Pero la música tornó a ser el objeto favoMozart padre dejó de dar lecciones particulares, y se propuso
rito de sus estudios; hizo en ella tan ráconsagrar todo el tiempo que le dejaban
pidos progresos que su padre, aunque
libre sus deberes en la corte del príncipe
La vivacidad de espíritu de Mozart
por estar constantemente a su lado podía
a ocuparse él mismo de la educación
le hacía fácilmente apasionarse por
seguir la marcha de éstos, lo consideró
musical de sus dos hijos. La niña, un
todo lo nuevo que se le presentaba.
más de una vez como un prodigio.
poco mayor que Wolfgang, aprovechó
Pero la música tornó a ser el objeto
La anécdota siguiente, contada por
muy bien sus lecciones, y en los viajes
favorito de sus estudios; hizo en ella
un testigo ocular, probará lo que acabaque más tarde hiciera con su familia,
tan rápidos progresos que su padre,
mos de decir.
compartiría la admiración que suscitaba
aunque por estar constantemente a
Un día en que Mozart padre volvía de
el talento de su hermano. Acabó por
su lado podía seguir la marcha de
la iglesia con un amigo, halló a su hijo
casarse con un consejero del príncipe
éstos, lo consideró más de una vez
ocupado en escribir.
arzobispo de Salzburgo, prefiriendo la
como un prodigio
felicidad doméstica a la fama de un gran
—¿Qué haces, mocito? —le preguntó.
talento.
—Estoy componiendo un concierto
El pequeño Mozart tenía apenas tres años cuando su padre
para clavicordio. Ya voy casi por el final de la primera parte.
comenzó a dar lecciones de clavicordio a su hermana, que a la
—Vamos a ver esos preciosos garabatos.
sazón contaba siete. Mozart manifestó desde muy pronto sus
—No, por favor, no he terminado aún.
asombrosas disposiciones para la música. Su gozosa diversión
El padre, no obstante, cogió el papel y mostró a su amigo
era buscar terceras en el piano, y nada como su alegría cuando
unos garabatos de notas apenas legibles a causa de los borrones
encontraba este acorde armonioso.
de tinta; pero, en seguida, cuando Mozart padre hubo mirado
Voy a entrar en detalles minuciosos que supongo podrán
aquello con atención, sus ojos permanecieron mucho tiempo
interesar al lector.
fijos en el papel, y, por fin, se llenaron de lágrimas de admiraCuando cumplió los cuatro años, su padre comenzó a enseción y de alegría.
Dice Andrés Trapiello, a propósito de Vida de Mozart,
que ninguna otra biografía supera “en pasión, encanto
y preclaridad a estas pocas páginas”. Hemos tomado
este fragmento de la edición que acertadamente puso en
circulación la catalana Alba Editorial, en su colección de
Clásicos. Agradecemos a los editores el permiso para
reproducirlo aquí
6 la Gaceta
número 421, enero 2006
a
—Ved, amigo mío —dijo con emoción y sonriendo—, todo
está compuesto según las reglas; lástima que no se pueda hacer
uso de este fragmento, porque es demasiado difícil y nadie
podrá tocarlo.
—Pero es que es un concierto —replicó el pequeño Mozart—; hay que estudiarlo hasta que se consiga tocarlo como es
debido. Veréis. Esto es así.
Y comenzó a tocar, pero sólo lo consiguió en la medida indispensable para explicar sus ideas.
Por esta época, Mozart niño creía firmemente que tocar un
concierto y hacer un milagro eran la misma cosa; así pues, la
composición de que acabamos de hablar era un mundo de
notas combinadas con justedad, pero que ofrecían tantas dificultades que hasta al músico más hábil le hubiera sido totalmente imposible ejecutarlas.
El pequeño Mozart asombraba de tal modo a su padre que
éste concibió la idea de viajar para que las cortes extranjeras y
alemanas compartieran su admiración hacia su hijo. Semejante
idea no tiene nada de extraordinario en este país. En consecuencia, cuando Wolfgang cumplió seis años, la familia Mozart, compuesta del padre, de la madre, de la hija y de Wolfgang, hizo un viaje a Múnich. El elector oyó a los dos niños,
que recibieron infinitos elogios. Este primer paso tuvo pleno
éxito en todos los aspectos. Los pequeños virtuosos, de regreso
a Salzburgo y encantados de la acogida que recibieron, intensificaron aún más su aplicación y lograron tal maestría en el
piano que resultaba extraordinariamente notable, aun sin tener
en cuenta sus pocos años. En el otoño de 1762, toda la familia
se trasladó a Viena, donde los niños tocaron en la corte.
En aquella ocasión, el emperador Francisco I dijo bromeando al pequeño Wolfgang: “Tocar con todos los dedos no es
muy difícil; lo que merecería admiración es tocar con un solo
dedo.” Sin mostrar la menor sorpresa ante esta extraña proposición, el niño se puso inmediatamente a tocar con un solo
dedo y con toda la limpieza y precisión posibles. Pidió luego
que le taparan con un velo las teclas del clavicordio, y continuó
tocando con un dedo y como si se hubiera ejercitado mucho
tiempo en hacerlo así.
Desde la más tierna edad, Mozart, animado del verdadero
amor propio de su arte, no se enorgullecía lo más mínimo por
los elogios que recibía de los grandes personajes. Cuando se
hallaba ante gentes que no entendían de música, ejecutaba solamente insignificantes bagatelas. En cambio, en presencia de
los inteligentes tocaba con todo el fuego y toda la atención de
que era capaz; y a veces, su padre hubo de usar de subterfugios
y hacer pasar por entendidos a los grandes ante los cuales debía
presentarse. Cuando, a los seis años, el pequeño Mozart se
sentó al piano para tocar en presencia del emperador Francisco, se dirigió al príncipe y le dijo: “¿No está aquí el señor
Wagensei? Hay que mandarle a buscar, porque él entiende.” El
emperador mandó llamar a Wagensei y le cedió su sitio junto
al clavicordio. “Señor —dijo entonces Mozart al compositor—, voy a tocar uno de vuestros conciertos; tendréis que
pasarme las hojas.”
Hasta entonces, Wolfgang no había tocado sino el clavicordio, y la extraordinaria habilidad que mostraba en este instrumento parecía descartar la idea de pretender que se dedicara
también a algún otro. Pero el genio que le animaba se adelantó
en mucho a cuanto se hubieran atrevido a desear de él: ni siquiera tuvo necesidad de lecciones. G
a
Traducción de Consuelo Berges
Mozart, el hijo
Peter Gay
El Mozart de Peter Gay es un estudio, de corte
eminentemente psicológico, de diversas facetas
del músico austriaco: el prodigio, el sirviente,
el autor dramático, el clásico. Como el Año Mozart
se origina en la fecha de nacimiento, extrajimos,
con autorización de Random House Mondadori,
su editor en español, la porción dedicada a la amorosa
pero tensa relación entre Leopold y Wolfgang
Mozart era un buen hijo. Cuando se encontraba de viaje escribía a casa con frecuencia y con afecto, y en ocasiones añadía
posdatas a las cartas de su padre en las que, de paso, enviaba
decenas de miles de besos a su madre y saludos cordiales a su
hermana. Les aseguraba a ambas que las echaba de menos con
toda el alma, y contribuía obediente e incluso jovialmente a
elevar el presupuesto familiar hasta poder permitirse comodidades nunca soñadas. Con paciencia y humildad conmovedoras, esquivaba las ásperas acusaciones paternas, casi siempre
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injustificadas, de una serie de presuntos pecados por acción u
omisión. “Pero permítame un solo ruego —le escribió con un
punto de patetismo en fecha tan tardía como es 1777, cuando
estaba a punto de cumplir veintidós años—, ¡y es que no piense tan mal de mí!” Desde que era pequeño tenía claro a quién
le debía más: “Después de dios —parece ser que dijo en alguna
ocasión— está papá.”
La conducta de Mozart era del todo convencional para la
época. En el siglo xviii, como en los anteriores, la autoridad
legal de un padre sobre sus hijos era poco menos que ilimitada,
al menos hasta que fueran mayores de edad. Sin embargo, y es
evidente, la presión psicológica que ejercen los padres —sobre
todo la presión paterna— no se detiene ante demarcaciones
artificiales. Incluso cuando ya era mayor, Mozart prefirió siempre la docilidad al desafío, aunque cada vez le tentara más la
rebelión. Pese a las dificultades para reafirmarse a sí mismo,
someterse a los deseos de su padre le resultaba más una carga
que una obligación que pudiera asumir con gusto. En 1769,
escribió a su casa: “Y la razón de que yo escriba a mi mamá es
la Gaceta 7
a
a
demostrar que conozco mis deberes”. Este pesado sentimiento
de responsabilidad filial fue desvaneciéndose sólo de manera
paulatina, y nunca llegó a abandonarle del todo.
Aunque la posición patriarcal de Leopold Mozart, sólidamente asentada en las tradiciones seculares, fue ejercida durante
años sin oposición, éste encabezaba una familia bastante moderna para los tiempos en que vivió. No existen pruebas de que él,
o su esposa, para el caso, castigaran demasiado rigurosamente
a los niños, si es que los castigaban alguna vez. Habían sido
educados en la autodisciplina estricta de manera suficientemente efectiva como para no necesitar apenas correctivos.
Ante las contrariedades, Leopold Mozart prefería con mucho
el sarcasmo duro a la mano dura. No era, le comunicó a su
esposa, uno de esos hombre “estrictos por partida doble”. Participaba en conversaciones amigables en casa o por correspondencia y firmaba, de manera cordial, “Tu viejo Mzt.”
No se debe pensar por ello que, pese a tener opiniones tan
avanzadas, fuese un demócrata en el ámbito doméstico: al igual
que cualquier otro hombre de su siglo, excepto algunos radicales como Defoe y Diderot, asumía que el varón era el señor de
la creación. “No se debería uno cartear sólo con hombres —
comunicó a Frau Hagenauer con galante condescendencia a
principios de 1764—, sino que también debe uno acordarse del
encantador y pío sexo femenino.” Sin embargo, cuando encontraba ocasiones para escribir a su esposa, que se había quedado
en Salzburgo mientras él y el pequeño Wolfgangerl estaban en
el extranjero frecuentando a los aristócratas, dedicados a engrosar las arcas familiares, le enviaba boletines informativos en
absoluto condescendientes, en los que sólo omitía la información más delicada sobre sus honorarios. No es que pretendiera
ocultárselo, sino que sentía una aversión fanática a que cualquier desconocido pudiera tener conocimiento de lo que él (o,
mejor dicho, su hijo) ganaba, así que reservaba tales revelaciones para futuras conversaciones privadas. Además, hizo todo
cuanto estuvo en su mano para potenciar la carrera de su hijo.
Wolfgang Mozart era un buen hijo, pero ¿era Leopold Mozart
un buen padre? Su influencia fue tan notoria y persistente que
8 la Gaceta
ningún biógrafo ha sido capaz de pasar por alto una relación
tan crucial. Fue su profesor, colaborador, consejero, enfermero, secretario, representante, agente de prensa y principal y
más entusiasta seguidor. Pero la cuestión de si su influencia fue
beneficiosa o perjudicial, o si fue más bien una amalgama sobre
la que resulta difícil pronunciarse, sigue siendo un tema de
discusión aún candente doscientos cincuenta años más tarde.
Cuando Mozart tenía cinco años aproximadamente, su
padre se dio cuenta de que tenía en la familia la ocasión de
hacer fortuna. Lo cuenta Johann Andreas Schachtner, trompetista profesional y buen amigo de los Mozart: cada vez que el
niño daba una nueva muestra de sus sorprendentes dotes musicales, como hacía con frecuencia, a su padre se le saltaban las
lágrimas. Schachtner las llamaba “lágrimas de embeleso y maravilla”, pero quizá fueran también lágrimas de gratitud ante la
imagen de los ducados que engrosarían las arcas de los Mozart.
Cuando se trataba del joven Wolfgang, el orgulloso padre y el
agudo empresario eran uno y el mismo.
En breve, como sólo sucede con los seres humanos, la relación de Leopold Mozart con su hijo estuvo gobernada por
motivos contradictorios. La ensombrecieron sus irracionales
preocupaciones financieras y la necesidad de controlar cualquier movimiento de Mozart. Sin embargo, en sus lamentos
también resuena un tono de preocupación sincera que se escucha con más fuerza que la mendacidad manipuladora. Parece
además haber abrigado un sentimiento aún más peligroso,
aunque nunca totalmente desplegado, destinado a perturbar la
concordia entre padre e hijo: debió reconocer que Mozart lo
había superado con creces como intérprete y como compositor, en ambos casos con una facilidad pasmosa. Los psicoanalistas han prestado mucha atención a los conflictos emocionales de un hijo con sus padres, pero los de un padre con su hijo,
mucho menos estudiados, en ocasiones perturban a las dos
partes en idéntica medida. Sin duda, durante los cuatro años
que los Mozart vivieron en Salzburgo tras regresar de su tercer
viaje a Italia en 1773, Leopold Mozart ya no pudo ahogar la
desalentadora sospecha de que él no era más que el mero ayudante de uno de los mayores compositores que ha dado la humanidad.
Sin embargo, imaginar a padre e hijo continuamente enzarzados en discusiones, o bien suponer que el primero explotaba
al segundo, equivale a subestimar la capacidad de Leopold
Mozart para el amor desinteresado. Se sentía, por lo menos de
manera consciente, más orgulloso que celoso, puesto que se
jactaba de los más recientes triunfos de Mozart casi nota por
nota, y se deshacía en halagos. Dejando aparte el amor ciego
que pudiera sentir por su hijo, estaba convencido de que era un
genio. En 1764, en uno de sus estallidos característicos, escribió a Hagenauer: “Mi hijita es una de las intérpretes más dotadas de toda Europa, aunque sólo tenga doce años; para no extendernos mucho, le diré que mi hijo, de ocho años, sabe tanto
como uno espera de un hombre de cuarenta. Resumiendo:
quien no lo ve o no lo escucha, no lo puede creer.”
De hecho, es el interés paterno, a conciencia, lo que marca
la conducta de Leopold Mozart, tanto al principio como más
tarde. En marzo de 1765 dijo a Hagenauer desde Londres que
había rechazado una oferta para establecerse en Inglaterra a
pesar de los espectaculares honorarios. Los Mozart habían ingresado “varios centenares de guineas” en menos de un año.
No obstante, “tras madurarlo con ponderación y tras varias
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a
noches de insomnio”, llegó a la conclusión de que no quería
guió componiendo al mismo ritmo vertiginoso que había estacriar a sus hijos en un lugar tan peligroso, donde mucha gente
blecido a principios de 1760, con la misma intensidad de antes
carece de religión y donde allá donde vamos no encontramos
aunque con nuevas peculiaridades. Siguió intentándolo con las
más que malos ejemplos”. Era un razonamiento extraño, habióperas. En 1770, con catorce años, había compuesto Mitrídada cuenta del preciso catálogo de iglesias, capillas, sinagogas,
tes, rey de Ponto, una ópera seria por encargo del consistorio de
orfelinatos y escuelas gratuitas para los pobres que había enviaMilán, y un año más tarde, en otra actuación para la misma
do a Hagenauer desde Londres cuatro meses antes. Bien inforciudad, escribió Lucio Silla, otra ópera seria. Dicho género,
mado, como a él le gustaba considerarse, y a menudo con
cuya popularidad estaba empezando a decaer, ponía en escena
razón, la coherencia no destacaba entre sus virtudes. De joven
a protagonistas nobles, una acción heroica, un discurso elevado
le había tentado la herejía, pero abandonó sabiamente su radiy, normalmente, finales felices gracias a la intervención del
calismo religioso y empezó a profesar —puede que a sentir—
gracioso gobernante de turno; docenas de compositores —inuna profunda devoción que procuró inculcar a sus hijos.
cluido Mozart— utilizaban para ello los libretos del prolífico
La atención constante de Leopold
poeta italiano Pietro Metastasio.
Mozart hacia sus hijos era especialmente
Ambas incursiones juveniles fueron
La cuestión de si la influencia de
compulsiva, y se convirtió en intromibien recibidas en su momento. “Alabado
Mozart fue beneficiosa o perjudicial,
sión directa a medida que contemplaba
sea dios —escribió triunfalista Leopold
o si fue más bien una amalgama
la inevitable maduración erótica de su
Mozart a su mujer a propósito de Mitrísobre la que resulta difícil
hijo. Ninguna otra cosa podía liberar a
dates—, la primera representación de la
pronunciarse, sigue siendo un tema
Mozart de su sumisión filial, así que
ópera tuvo lugar el 26 [de diciembre]
de discusión aún candente
nada podía causar una ansiedad tan
ante el aplauso general del público.”
doscientos cincuenta años más tarde
aguda al padre como pensar que su hijo
Dos acontecimientos sin precedentes en
pudiera enamorarse o, muchísimo peor, casarse y fundar una
la ópera de Milán, decía, tuvieron lugar aquella noche: aunque
familia propia. Cuando los Mozart se reunieron por fin en
iba contra todas las costumbres que una prima donna repitiera
Salzburgo, el muchacho contaba diecisiete años de edad y era
un aria en el estreno, sucedió en aquella ocasión; y tras casi
casi un hombre. Incluso en un siglo en el que la pubertad lletodas las arias hubo “un sorprendente batir de palmas y abungaba más tarde de lo que sucede en la actualidad, la edad de
dantes vítores: Viva il Maestro, viva il Maestrino”. De modo
Mozart prácticamente es garantía de que empezó a sentir inteparecido, el Lucio Silla del pequeño maestro tuvo una gran
rés por abrirse a las experiencias sexuales, por muy tímido que
acogida en el primer mes, y pronto consiguió más de veinte
pudiera ser. Y Mozart no era nada tímido. No sabemos cómo
representaciones a pesar de la involuntaria comedia que profue de intenso ese interés durante aquellos cuatro años, ni a
porcionaron al respetable unos cantantes celosos e incompequién pudo estar dirigido; puesto que la familia permanecía
tentes. Actualmente es raro que se represente alguna de las dos
junta la mayor parte del tiempo, se escribieron pocas cartas,
óperas; pero para Mozart supusieron el indicador de su paso de
ese material que suele ser sustento primordial para el biógrafo.
la condición de aprendiz a la de maestro.
Lo único que se encuentra en las pocas que existen son refeHacia 1773 ya comenzaba a alcanzar su estilo característico;
rencias casuales y enigmáticas que Mozart hace sobre algunas
ya no es posible confundir ninguna de sus composiciones con
bellezas salzburguesas a quienes su hermana debía transmitir
las de otros autores. Aunque el crecimiento de Mozart como
sus saludos.
compositor fue en muchos aspectos gradual, la Sinfonía núm.
Sus cartas refuerzan la teoría de que, en Mozart, la anima29 en do mayor (k.200) marca un salto cuantitativo a la madurez.
ción infantil que se mantuvo latente durante la adolescencia e
Representa un cambio respecto a las influencias italianas que,
incluso más adelante era un eficiente sucedáneo de la explorasi bien no abandonadas por completo, habían dominado la jución sexual. Los Mozart eran bastante bromistas, y el hijo lleventud de Mozart en las oberturas para sinfonías. Se había
vaba la batuta. Sus mensajes a Nannerl eran explosiones desenvuelto hacia la escuela alemana, deleitándose en sus texturas
frenadas de un humor primitivo. Le escribía cartas cambiando,
orquestales mucho más elaboradas, en su libertad de expresión
en ocasiones en la misma frase, del italiano al alemán, al inglés,
y uso del contrapunto. Como pupilo despierto y normalmente
al francés y hasta al latín; hacía chistes malísimos y forzados,
receptivo a las experiencias musicales nuevas, estudió con espeusaba innumerables veces palabras clave como una especie de
cial interés los ejemplos que habían dado los hermanos Haydn
puntuación humorística, inventaba palabras para hacer rimas
y encontró que el poético Michael, aunque menos celebrado
absurdas, alababa con sarcasmo la sabiduría de Nannerl, escrique su hermano Joseph, era especialmente compatible con él.
bía en los renglones unas veces para arriba y otras para abajo y
Consideraba algunas de las composiciones de Michael Haydn
se extendía sobre las funciones corporales íntimas. De hecho,
tan instructivas como para copiarlas. De este modo, siguiendo
la preocupación de Mozart por el ano y los productos anales
a los instructores que había escogido libremente, Mozart se
jamás desapareció del todo. Esto no indica gran cosa acerca de
permitió un tono profundo y emocional que comenzó a resoMozart, aparte de que se solazaba más que muchos otros en el
nar con belleza en sus composiciones. A pesar de que las doce
empuje regresivo de los impulsos primarios. Tampoco era todo
sinfonías que compuso durante los cuatro años en casa son
esto pura idiosincrasia: ni su padre ni su madre dudaban a la
meros prolegómenos de las obras maestras que escribiría una
hora de hacer chistes sobre la defecación.
década más tarde, resultan más que promesas. Tienen valor
propio.
Anduviese Mozart haciendo el payaso o se mantuviera serio,
Y lo mismo sucede con los más exquisitos de los cinco conestudiase italiano o se vistiera para una recepción, la música
ciertos para violín que compuso en un ramalazo de inspiración
siempre era lo primero en su vida. El Mozart adolescente sientre abril y diciembre de 1775. Son las obras de un hombre
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la Gaceta 9
a
a
todavía joven, pero sobre todo el celebrado quinto de ellos, el
“Turco” en la mayor (k.219), demuestra un derroche de imaginación que se convierte en la marca de un genio en desarrollo.
“La melodía se sustenta en la melodía —ha escrito el estudioso
de Mozart H. C. Robbins Landon acerca de estos conciertos—, y las nuevas ideas se suceden en dichosa despreocupación por el resto o por cualquier patrón formal estricto. Lo que
cautiva inmediatamente al oyente es la elegancia incomparable
de la concepción y la ejecución, la suavidad de la orquestación
(que incluso en esta edad relativamente temprana tiene esa
brillantez tan natural y tan característica del Mozart maduro) y
el deleite exquisito en la melodía pura.”
Los progresos que hacía Mozart en otra forma musical que
también había explorado antes no se quedan a la zaga: el Concierto para piano en mi bemol (k.271), el noveno, apunta más a
sus sucesores que a sus encantadores pero aún convencionales
predecesores. Inspirado por Joseph Haydn, el padre del cuarteto de cuerdas, también Mozart invadió este género, todavía
en fase experimental, con una arrebatadora media docena de
muestras que se sucedieron con vertiginosa rapidez.
No se detuvo ahí: escribió sonatas, conciertos para fagot y
oboe, una serie de misas cortas y arias de conciertos y otra
ópera, La finta giardiniera (La crédula jardinera), más completa que su predecesora, La finta semplice. Como el propio nombre indica, la ópera bufa era, en oposición a la ópera seria,
ópera cómica; a diferencia del Singspiel alemán, con diálogos
hablados, se basaban en canciones recitadas. En una vena más
a
ligera compuso varios divertimenti. Tanto en la corte salzburguesa como en cualquier otro lugar, en estas décadas anteriores a la revolución francesa, se concebía un divertimento para
acompañar y dar esplendor a una celebración alegre, aunque
Mozart dotó sus entretenimientos musicales de tanta profundidad que la coronación o la onomástica que les dieron nombre muy rara vez estuvieron a la altura. Su apetito compositor
era insaciable.
En más de una ocasión comentó el padre de Mozart la fiereza e intensidad con la que su hijo escribía música durante
tantas horas al día. “Componer —escribió Mozart a finales de
la década de 1770— es mi única alegría y mi única pasión.”
Pero ese adjetivo, única, repetido en esta resuelta declaración,
no parecía ser del todo sincero; siempre encontraba tiempo
para jugar a las cartas o para una rápida partida de billar, o para
enviarle a su hermana chistes poco educados. Sin embargo, el
comentario de Leopold Mozart sobre la concentración total de
su hijo era justo y pertinente. En 1771, Mozart informó a Nannerl desde Milán que “encima de nosotros hay un violinista,
debajo de nosotros otro, al lado un maestro de canto que da
lecciones, en la última habitación frente a la nuestra alguien
que toca el oboe. ¡Así resulta divertido componer! Le da a uno
muchas ideas.” Más que cerrarse al mundo exterior, cuando se
sentaba ante su clave a componer, registraba los estímulos musicales externos y los convertía en propios. G
Traducción de Miguel Martínez-Lage
El dedo de dios está sobre Salzburgo
Yves y Ada Rémy
Un prodigio es inexplicable, pero su desarrollo, su
conversión de mero milagro en algo que aproveche
todo su potencial, sí la tiene. Sobre cómo Leopold,
el maravillado padre, se dio a la tarea de nutrir,
primero, y explotar, después, el talento de Mozart
se ocupa este emotivo fragmento
Un criado-músico
El señor Johann Georg Mozart, maestro encuadernador en
Augsburgo, tenía seis hijos. Como el mayor, Leopold, demostraba una gran disposición para la música, no carecía de habilidad, era trabajador, y su padrino, el canónigo Gabher, le
concedió su protección amistosa, se tomó la decisión de hacerle entrar en calidad de corista en un colegio benedictino, en
donde aprendería el griego y el latín, el canto, el órgano y la
composición. De esa manera se libró de su ambiente un mozo
que por su nacimiento parecía destinado al hierro de dorar y al
masicote, pero del que nadie dudaba ahora que haría una
buena carrera en las órdenes.
Pero ¡él sabía bien que adoraba cada vez más la música y que
no tenía la menor vocación sacerdotal! A los dieciocho años,
dejó a los benedictinos de San Ulrico para matricularse en el
10 la Gaceta
curso de teología de la facultad de Salzburgo. En esta ciudad
barroca, consagrada a la música, murió definitivamente la presunta carrera eclesiástica de Leopold. En efecto, dejando pronto los estudios teológicos, se matriculó en los de derecho, que
abandonó en seguida para dedicarse exclusivamente a su pasión: iba a vivir sólo por y para la música.
¡Por el diablo que se oiría hablar de él!
No se equivocó, pues todavía hoy se habla de Leopold Mozart. Pero menos como autor de un famoso paseo musical para
orquesta y campanillas de trineo, menos por su talento, que
por haber sido el padre feliz de uno de los compositores más
excepcionales de todos los tiempos.
Para ganarse la vida, buscó una plaza de músico. Y encontró
un empleo de ayuda de cámara en casa del conde de Thurn,
presidente del capítulo de la catedral de Salzburgo, que aceptó
sin amargura ni complejo, ya que tal era el sino de los músicos.
Muchos nobles sostenían en sus casas orquestas particulares.
Los gastos hubieran sido excesivos de no haber tenido los próceres la ingeniosa idea de tomar ayudas de cámara que supiesen
manejar el arco o a flautistas capaces de trinchar las aves.
Una vez aseguradas la habitación y la comida, Leopold
compuso sus primeras obras, dedicadas, como es natural, a su
patrón. Como poseía un hábil y agradable golpe de arco, no
número 421, enero 2006
a
a
tardó en ser nombrado cuarto violín al
servicio del príncipe-arzobispo de la
corte de Salzburgo, Anton Firmian. Un
año más tarde, a los veinticinco de edad,
era maestro de violín. Dando algunas
lecciones aquí o allá, pudo aumentar sus
ingresos y casarse sin temor a arrastrar a
su mujer y a sus hijos a la negra miseria
de los artistas que tienen los bolsillos
vacíos, un abrigo raído, los zapatos rotos,
pero el cerebro lleno de notas para cantar o de patéticas estrofas para declamar.
Una vez seguro de que podría mantener
una familia, el sólido, el razonable, el
práctico Leopold, tomó mujer.
Nueve años más tarde, el domingo 27
de enero de 1756, al matrimonio de
Leopold Mozart y Ana Maria Pertl le
nació el séptimo hijo, bautizado con los nombres de Johannes
Chrysostomus Wolfgangus Gottlieb Mozart, al que nada llamaba a ser encuadernador.
ño Wolferl, que pasaba horas y horas buscando las terceras,
cuyas armonías parecía saborear inocentemente? Leopold Mozart se divertía con ello, sin darse cuenta de que, en un clima
como el de su hogar, la música estaba a punto de convertirse en
Un allegro entre borrones
una segunda naturaleza del niño. Regaló a Nannerl un Notenbuch, es decir, un cuaderno de música, en cuya primera página
Leopold se acerca a la cuarentena. De los siete hijos que le
escribió, en francés según la costumbre: “Pour le clavecin. Ce
diera su mujer, sólo le quedan dos: una niña, Maria Anna, llalivre appartient à Mlle. Marianne Mozart. 1759.” Wolferl se
mada familiarmente Nannerl, de cinco años, y ese pequeño
apoderó de él. Y Leopold pronto se vio obligado a educar siWolfgang. Seguía, como siempre, dominado por la música. Su
multáneamente a sus dos hijos, en vista de la viva impaciencia
fama de pedagogo había aumentado, e incluso había publicado
del niño por aprender a tocar el clavecín.
con éxito un volumen titulado Ensayo de un método profundo de
¡Qué sorpresa! A los cuatro años, Wolferl es capaz de aprenviolín. Al año siguiente, fue nombrado compositor de la corte.
der las piezas sin ninguna dificultad, con más facilidad aún con
En la católica ciudad de los príncipes-arzobispos, Leopold
la que se toma la sopa. Las lecciones parecen un juego, tanto
Mozart figuraba ahora entre las celebridades musicales.
para el padre como para el hijo. En medio del estupor general,
Y en Salzburgo, en donde se juntaban las casas medievales,
el niño descifra pronto los mismos trozos que su hermana.
las iglesias barrocas y los palacios rococó, la música era siempre
No obstante, la vida prosigue. El padre lleva a los niños a las
una diversión y un arte cotidiano. Cada casa señorial tenía su
marionetas y al guiñol, en donde Hanswurst no se cansa de
orquesta propia, cuyos componentes, como Jano, mostraban
hacer el bufón; la madre, que no ha olvidado sus orígenes camdos caras: la del sirviente y la del músico. Y entre otros sitios
pesinos, hace reinar en la casa un humor suave y risueño; el
más populares, cada cumpleaños, cada
perro Pimperl se deja tirar del rabo y los
acontecimiento familiar, servían de precanarios se desgañitan. Como todos los
Leopold Mozart comprende de
texto para una serenata. La música
niños, los del matrimonio Mozart albopronto cuál es su verdadero destino:
triunfaba tanto en las iglesias como en
rotan cuanto pueden, pero el jovial chiocuparse de ese hijo que parece un
la catedral, en donde oficiaba Eberlin, el
quillo vuelve siempre al clavecín. Sus
regalo del cielo, renunciando a toda
“Bach de Salzburgo”, y algunos años
progresos empiezan a hacerse tan exambición personal. Ya conoce su
más tarde, Michael Haydn, hermano de
traordinarios, que el propio Leopold esmisión: proteger, cultivar, conducir
Joseph. En resumen, la música formaba
cribe en el Notenbuch: “El minué y el trio
hasta su pleno florecimiento a su
parte del aire de aquel tiempo.
se los aprendió Wolfgang en media hora,
pequeño prodigio
En casa de Mozart, reinaba como
el 26 de enero de 1761, a las nueve y
dueña y señora. Desde que el sol salía hasta que se ponía, sólo
media de la noche.” Wolfgang tiene, pues, cinco años. A pesar
se oían escalas y ejercicios para dar agilidad a los dedos, improde su edad, toca con limpieza y mesura. Posee también el don
visaciones y composiciones. Y después de cenar, no era raro ver
de poder repetir en el teclado sin dificultad alguna, gracias a un
llegar a Schachtner, trompeta de la orquesta de la corte, a otros
sentido musical extremadamente precoz y a una prodigiosa
colegas de Leopold y a algunos melómanos amigos, para hacer
memoria, las melodías que ha oído en la iglesia o en el conciermúsica de conjunto.
to y le han gustado. Leopold observa también que su hijo está
Leopold vive en el número 9 de la Getreidegasse, con su
dotado de un carácter vivo y sensible y, sobre todo, muy dócil
música, su esposa Ana Maria, todavía su música; la Nannerl,
y paciente, lo cual contribuye a acelerar su formación musique contaba ocho años; el Wolferl, a punto de cumplir tres, y
cal.
siempre su música. Esperaba hacer músicos de sus dos hijos.
Al entrever las excepcionales condiciones de su Wolfgang,
Pero por entonces sólo se trataba de Nannerl, a la que emse consagra cada vez más a él. Hemos de decir que el pequeño
pezó a enseñar el clavecín. ¿Acaso prestaba atención al pequeno vacila en improvisar piezas todavía informes y a lanzarse a
número 421, enero 2006
la Gaceta 11
a
variaciones que su padre escucha maravillado. Quizás es en
esta época cuando cambia la vida de Leopold Mozart. Este
músico fecundo, a cuyas obras falta únicamente un poco de
sensibilidad, comprende de pronto cuál es su verdadero destino: ocuparse de ese hijo que parece un regalo del cielo, renunciando a toda ambición personal. Ya conoce su misión: proteger, cultivar, conducir hasta su pleno florecimiento a su pequeño prodigio. Como él había adquirido una sólida cultura, será
su maestro en todos los aspectos del conocimiento. Además de
su padre natural, será su padre espiritual.
Pero si Wolferl era un verdadero niño prodigio por su juego
tan valiente casi como el de un adulto, por su rapidez de lectura y su ciencia musical, su hermana Nannerl era asimismo una
niña admirablemente dotada. Leopold no podía ocultarlos,
pues hubiera habido algo de criminal en semejante actitud. Por
el contrario, sentía un deseo loco de exhibirlos y pronto imaginó presentarlos ante el mundo. Bien pensado, la empresa no
parecía irrazonable; podía incluso proporcionarle algún beneficio, y la gloria de sus hijos favorecer al padre, que todavía
tenía que conquistar muchos galones en la capilla del arzobispo. Como a los niños les encantaba la idea de engalanarse para
una exhibición pública, Leopold se dispuso a presentarlos en la
corte de Maximiliano III, en Munich.
a
Wolfgang tenía seis años y Maria Anna once. El viaje duró
cerca de un mes. Sin duda, los pequeños artistas fueron muy
bien acogidos, puesto que, una vez de vuelta a Salzburgo, Leopold no hablaba de otra cosa que de ir a Viena para presentarlos a la emperatriz María Teresa.
Entretanto, Wolfgang prosigue sus asombrosas pruebas.
No sólo toca cada vez mejor el clavecín, improvisa, inventa
variaciones, sino que se lanza a componer ante los ojos atónitos
de quienes le rodean. Sólo tiene seis años cuando Leopold
anota su primera obra en el famoso cuaderno de Nannerl. Durante los meses siguientes, seguirá transcribiendo y fechando
allegros y minués. Parece que el niño es todo música. […]
Con entusiasmo y con fervor, Wolfgang descubre siempre
más la música. A dios gracias, venera a su padre. Su docilidad,
su afán de saber, le ahorran las vicisitudes del aprendizaje. En
cuanto se sienta en el taburete del clavecín, nada puede distraerle. Al contrario, el menor ruido, la menor interrupción le
irrita. Sorprende descubrir a un niño turbulento, bromista y
goloso cuando vuelve a los juegos de su edad. No mucho después comienza a rascar un violín a propósito para su escasa
talla. G
Traducción de Felipe Ximénez de Sandoval
Autorretrato de Mozart
Pere-Albert Balcells
La correspondencia dice mucho más que lo evidente:
entre líneas hay tanta sustancia como en las palabras que
forman parte de lo escrito. Balcells reconstruye al músico
de Salzburgo mediante el estudio de sus cartas y otros
documentos de la época, como se ve en este fragmento,
tomado del libro con el mismo título que fue publicado
por El Acantilado. Decimos gracias a los editores por el
permiso para reproducirlo, compartiendo con más lectores
esa parte de su catálogo
Tengo la cabeza y las manos tan llenas del tercer acto
que no sería nada extraño que yo mismo
acabara transformándome en un tercer acto
Cuando tenía cuatro años, su padre empezó a enseñarle, como si
se tratara de un juego, algunas piezas y minuetos al piano. Tanto al
padre como al niño esto les costaba muy poco esfuerzo, y en una
hora aprendía una pieza y en media hora un minueto con tanta
facilidad que podía tocarlo entonces sin errores, con la más perfecta nitidez y con las más precisa exactitud en el tiempo. Hacía tales
progresos que con cinco años ya componía pequeñas piezas que
luego le tocaba a su padre, y éste las ponía entonces por escrito.
Nannerl recuerda así, en el año de 1792, las primeras manifestaciones de la precocidad musical de su hermano. Es cierto que
Wolfgang acabó siendo uno de los niños prodigio más deslumbrantes que ha dado la historia, un niño que a los cinco años
12 la Gaceta
inventaba minuetos al teclado, que a los ocho componía sinfonías y que a los doce dominaba ya todos los géneros musicales
de su época, desde la música para teclado hasta la música coral
y orquestal de iglesia, pasando por la música de cámara, la
música sinfónica, la música concertante y la ópera. Pero es
igualmente cierto que, considerada únicamente en sí misma, la
capacidad material de escribir estas obras no hubiera significado nada más que la anécdota curiosa propia de cualquier tipo
de don precoz. El auténtico “prodigio”, en su caso, se encuentra en otra parte, y efectivamente, todos los testimonios de esta
época coinciden en hablar de la relación del niño con la música como de algo que, más allá del dominio técnico de unos
medios y de un lenguaje, le vinculaba de manera vital hasta
hacerle perder por momentos la apariencia de su condición
infantil. En la misma carta, Nannerl explica: “Se ponía furioso
a causa del menor ruido durante una audición musical. En una
palabra, mientras la música sonaba, él era por completo música. Tan pronto como ésta terminaba, aparecía de nuevo el
niño.”
Recuerdos que coinciden plenamente con aquellas explicaciones de Leopold a Wolfgang durante el viaje a París, referidas a la actitud del niño ante la música: “muchas personas juiciosas en distintos países mostraron su preocupación por tus
posibilidades de una larga vida, a causa de la excesiva precocidad de tu talento y de las facciones siempre serias y reflexivas
de tu rostro”.
No era pues de ningún modo trivial lo que la música signinúmero 421, enero 2006
a
a
ficaba para Wolfgang, y por lo tanto, tampoco resulta aceptable que lo fuera el público. Schachtner responde en su carta
una de las preguntas que le había formulado Nannerl:
¿Cómo se comportaba de pequeño ante los grandes personajes
cuando éstos admiraban su talento y su arte musical?
Realmente, en estas situaciones no traicionaba en absoluto ningún tipo de orgullo ni de ambición, porque esto nunca hubiera
podido satisfacerlo mejor que tocando delante de gente que
entendiera poco o no entendiera nada de música, pero él no quería
tocar nunca a no ser que sus oyentes fueran grandes entendidos, o
al menos había que engañarle y hacerlos pasar por tales.
Exigencia por lo que respecta al público, y también por lo que
respecta a la preparación del intérprete. […] El sentido de exigencia que Wolfgang aplicó desde el principio a todo lo que
tenía que ver con aquello tan importante que era la música, no
se vio en ningún caso defraudado por los métodos que empezó
a aplicar, también desde el primer momento, su indiscutible
guía y maestro. A punto de terminar la larga tournée infantil de
Wolfgang por Europa, Leopold confiesa a Hagenauer:
Cada momento que pierdo está perdido para siempre. Y si siempre he sabido lo valioso que es el tiempo para la juventud, ahora
lo sé más que nunca. Vos sabéis que mis hijos están acostumbrados
al trabajo. Y si, con la excusa de que una cosa impide la otra, tuvieran que acostumbrarse a tener horas de ociosidad, todo mi edificio
se derrumbaría. La costumbre es una camisa de hierro, y vos
mismo sabéis también cuántas cosas tienen que aprender mis
hijos, especialmente Wolfgang.
Exigencia por parte de un padre enérgicamente decidido a no
permitir que se perdiera aquello que había percibido con toda
claridad: la presencia de un talento distinto de la mera aparinúmero 421, enero 2006
ción prematura de determinadas habilidades, un talento dotado, ya a partir de los seis, siete y ocho años, de un inexplicable
grado de madurez. Desde Londres escribe: “Mi hijo, a sus
ocho años, sabe todo lo que se puede exigir de un hombre de
cuarenta. En una palabra, quien no lo ve y lo oye no puede
creerlo.”
Y realmente, escuchando obras de esta época se tiene a menudo la impresión de que responden a lo que sería propio de un
hombre de cuarenta años, incluyendo el hecho de una experiencia vital ya avanzada y de una perspectiva temporal hacia el
pasado que en la infancia no había tenido todavía espacio suficiente donde empezar a desplegarse. En el genio musical de
Mozart aparece también reflejada, como ocurría con el conjunto de rasgos de su carácter, la condición de disponer espontáneamente de una experiencia global del tiempo. Y si eso se daba
a escala del periodo entero de la propia vida, más fácilmente se
daba aún a escala de las cosas que evolucionaban dentro de él,
y de modo muy especial en todo lo que estaba relacionado con
la percepción artística y con la actividad creadora.
Existe un curiosísimo documento en el que Mozart (cosa
totalmente desacostumbrada) explica a un amigo cómo tenía
lugar en su mente el proceso de elaboración de una obra musical. Es una larga carta, escrita presumiblemente en el año
1789 o 1790, cuyo manuscrito original no ha llegado hasta
nosotros, y que sólo conocemos a través de una copia publicada en 1815 por Friedrich Rochlitz, director de la revista Allgemeine musikalische Zeitung. En relación con algunas de las muchas cosas que se tratan en ella, Rochlitz aporta datos erróneos,
y eso ha despertado serios interrogantes sobre la autenticidad
del documento. Pero más allá de estas dudas, el interés de los
fragmentos dedicados a la descripción del proceso creativo se
encuentran en su propio contenido, en la medida en que, provenga o no de la mano de Mozart, este contenido corresponde
y explica a la perfección todas aquellas manifestaciones geniala Gaceta 13
a
a
les de lo que Leopold llamaba el “milagro nacido en Salzburgo”. En otras palabras, aunque Mozart no hubiera escrito estos
fragmentos, el resto de datos que existen sobre su genio muestran que lo que en ellos se explica tenía que ser necesariamente muy parecido a cómo funcionaba en realidad en su mente el
proceso de percepción y creación de una obra musical. El
amigo en cuestión es un barón aficionado a la música que le ha
enviado algunas partituras compuestas por él para pedirle consejo. Después le pregunta cómo se las arregla él para componer, qué método, qué sistema sigue:
Esta larga explicación da una panorámica inusitada sobre los
mecanismos de funcionamiento que utilizaba el genio en su
caso. Al menos es un punto de partida bastante completo para
explicar muchas de sus manifestaciones. En primer lugar está
la cuestión de cómo las obras eran “cocinadas” anticipadamente en la cabeza. Después aparece el resultado, es decir, esta
capacidad para capturar todos los momentos del tiempo en un
instante visual único y quieto, y finalmente aparece la pregunta del barón sobre la quintaesencia de su estilo, a la que responde con una bufonesca parábola. Realmente, Mozart no habla
mucho en las cartas sobre “su” música.
En verdad, sobre todo esto no puedo
Escuchando obras de la juventud de
En este sentido no hay duda de que se
decir más que lo siguiente, porque yo
Mozart se tiene la impresión de que
sentía mucho más predispuesto a escribir
mismo no sé más, ni podría explicar más
responden a lo que sería propio de
música que a escribir sobre ella. Pero sí
sobre ello. Cuando estoy solo conmigo
un hombre de cuarenta años,
que hace con cierta frecuencia comentamismo y de buen humor, por ejemplo de
incluyendo el hecho de una
rios sobre lo que debería ser “la música”,
viaje en el coche, o paseando después de
experiencia vital ya avanzada y de
comentarios condimentados con ideas
una buena comida, o de noche, cuando
una perspectiva temporal hacia el
estéticas y críticas, que nacen generalno puedo dormir, entonces me vienen las
pasado que en la infancia no había
mente de alguna circunstancia exterior,
ideas a chorros y del mejor modo. De
tenido todavía espacio suficiente
como la asistencia a algún concierto, o la
dónde y cómo no lo sé, tampoco puedo
donde empezar a desplegarse
incompetencia de algún libretista que no
hacer nada para saberlo. Las que me gusle permite desarrollar la ópera a su matan las guardo en la cabeza, y me dedicó también a tararearlas, al
nera. Y a través de estas opiniones dispersas, Wolfgang, sin
menos según me han dicho otras personas. Una vez que las tengo
darse cuenta, va dando respuestas un poco más detalladas en
bien agarradas, me vienen en seguida una tras otra las ideas sobre
relación con esta metáfora de la “nariz mozartiana”.
cómo utilizar estos trozos para hacer un guiso, de acuerdo con el
contrapunto, con el sonido de los distintos instrumentos et caetera,
et caetera, et caetera. Esto me excita el alma, siempre que realmente nadie me estorbe. Todo va haciéndose cada vez más grande, y
yo lo voy haciendo cada vez más extenso y más claro. Y verdaderamente, la cosa queda ya casi lista en la cabeza por larga que sea,
de modo que después la veo toda en el espíritu con una sola mirada, en cierto modo como si fuera un bello cuadro o una bonita
figura humana, y la oigo en la imaginación, no de forma que una
cosa vaya viniendo detrás de otra, como luego debe ser, sino en un
instante, todo a la vez. Esto es un festín. Todo lo que es encontrar
y elaborar se produce en mí como un sueño bello e intenso, pero
el hecho de oírlo así, todo a la vez, es evidentemente lo mejor. Lo
que se ha formado de este modo no lo olvido fácilmente, y éste es
quizás el mejor don que nuestro señor dios me ha regalado. Cuando me pongo luego a escribir, tomo del saco de mi cerebro lo que
antes, como ya he dicho, había quedado reunido allí. Es por eso
que entonces todo pasa bastante rápidamente al papel, porque al
fin y al cabo ya estaba listo, y raramente se transforma en algo
distinto de lo que había habido en la cabeza. Por lo tanto, mientras
escribo puedo dejar también que me distraigan, y a mi alrededor
pueden ir ocurriendo todo tipo de cosas; yo continúo escribiendo
a pesar de todo. También puedo ir hablando, por ejemplo sobre
gallinas y ocas, y cosas así. ¿Por qué, más allá del trabajo de composición, mis obras adoptan precisamente la forma o manera que
las hace ser obras mozartianas, y no obras a la manera de cualquier
otro? Con eso, simplemente, debe pasar como con mi nariz, que
al crecer y encorvarse precisamente en la medida en que lo ha
hecho, se ha convertido en una nariz mozartiana, y no en una
nariz como la que pueden tener otras personas. Porque yo, la
singularidad, no la busco, y tampoco sabría describir la mía con
más detalles. Pero es bien natural que las personas que realmente
se parecen tengan también un aire bien distinto las unas de las
otras, tanto por fuera como por dentro. Lo que si sé, al menos, es
que yo no me he dado a mí mismo ni una cosa ni la otra.
14 la Gaceta
“En un instante, todo a la vez”
Pero todo empezaba de momento en la cocina, donde tenía
lugar la elaboración de aquel “guiso” musical que era percibido
luego todo entero “en el espíritu”. Respecto de esta percepción
final, las explicaciones son claras, y tan gráficas como sorprendentes. Una cosa que tiene lugar a lo largo del tiempo, en sucesión, podía ser vista fuera del tiempo, “en un instante y todo
a la vez”. Y esto “por larga que fuese”.
Muchas de las actividades geniales de la infancia presuponen esta capacidad de abarcar globalmente el tiempo desde
fuera. Entre ellas, la que debía resultarle más elemental era
aquella que tenía que desarrollar a cada momento, desde los
seis años, en las continuas exhibiciones a lo largo de sus viajes,
y que consistía en leer a primera vista al piano cualquier cosa
que le daban. Nannerl lo recuerda años más tarde: “Tanto en
París como en Londres le presentaban piezas diversas y difíciles de Bach, Händel, Paradies y otros maestros, y él lo tocaba
todo, no sólo a vista, sino con el tempo y la nitidez pertinentes.” Esto debía parecerle incluso obvio, ya que en este caso, el
“bello cuadro” ya estaba hecho, y sólo había que mirar para
captarlo “con nitidez” en todos sus detalles.
El mismo Wolfgang explica años más tarde qué es para él
una lectura a vista digna de este nombre. Lo hace en una de las
cartas a su padre desde Mannheim, después de coincidir en una
sesión de música con el Kapellmeister Vogler (el autor de aquella misa que pocas semanas antes ya había hecho huir a Wolfgang de la iglesia “tan pronto como terminó el Kyrie”):
Antes de comer chapuceó mi concierto a primera vista. El primer
tiempo fue prestisimo; el andante allegro, y el rondó, verdaderamente presti-ssi-ssimo. El bajo lo tocaba casi siempre distinto de
cómo estaba escrito, y de vez en cuando hacía una armonía y una
melodía completamente distintas. Y es que no podía ser de otro
número 421, enero 2006
a
modo a aquella velocidad. Los ojos no pueden ver, ni las manos
pulsar. Así pues, ¿qué es esto? Tocar así a primera vista y cagar
para mí es lo mismo. […] Por otra parte es mucho más fácil tocar
una cosa rápido que despacio. En fragmentos difíciles se pueden
pasar por alto algunas notas sin que nadie lo vea ni lo oiga. Pero
¿es bonito? Con la velocidad pueden cambiarse cosas en la mano
derecha y en la izquierda sin que nadie lo vea ni lo oiga. Pero ¿es
bonito? ¿Y en qué consiste el arte de leer a primera vista? En esto:
en tocar la pieza en el tiempo correcto, el que debe ser, y en expresar todas las notas, ornamentos, etc., con la expresión y el gusto
pertinentes, tal como está indicado, de modo que la gente pueda
creer que el mismo que toca es quien lo ha compuesto. Su digitación es también miserable […], todas las escalas descendentes de
la mano derecha las hizo con el pulgar y el índice.
Pero además de que le permitía leer cualquier cosa, la capacidad de fijar imágenes temporales también proporcionaba unas
dimensiones a su memoria auditiva que de otro modo no serían
explicables, ni casi creíbles. La famosa proeza relacionada con
el Miserere de Allegri, que Wolfgang escuchó en la Capilla
Sixtina a los catorce años, evidencia cómo en su caso audición
y grabación mental eran prácticamente lo mismo. Se trata de
una pieza coral de Gregorio Allegri, compuesta hacia la mitad
del siglo anterior, y que desde 1640 se cantaba cada año, exclusivamente en la Capilla Sixtina, los miércoles y los viernes de
Semana Santa. Nannerl, muchos años después, da algunos
detalles sobre este episodio inverosímil. Padre e hijo llegan a
Roma justamente el miércoles de Semana Santa:
El miércoles al mediodía se dirigieron en seguida a la Capilla Sixtina para oír el tan famoso Miserere, y como, según la leyenda, a
los músicos papales les estaba prohibido, bajo excomunión, dejarlo copiar, el hijo se propuso oírlo y ponerlo luego por escrito. Y
así lo hizo; al llegar a casa lo puso por escrito. Al día siguiente
volvió, con su partitura guardada bajo el sombrero, para comprobar si lo había sacado o no. Pero cantaron otro Miserere. El Viernes Santo, en cambio, repitieron otra vez el primero. Cuando
regresó a su casa hizo aquí y allá alguna mejora, y con ello quedó
listo.
Leopold se apresura a comunicar la proeza a su mujer:
Wolfgang ya lo ha puesto por escrito, y lo habríamos enviado con
esta carta a Salzburgo si para interpretarlo nuestra presencia no
resultara necesaria. […] por lo tanto lo llevaremos nosotros mismos a casa, y como es uno de los secretos de Roma, no queremos
dejarlo en manos de terceros, ut non incurremus mediate vel immediate in Censuram Eclessia.
“Así no incurrimos ni directa ni indirectamente en la censura
eclesiástica.” Precisamente los periódicos de Salzburgo debían
de abundar con especial insistencia en esta amenaza, por lo que
unas semanas después Leopold recibe un artículo enviado por
su mujer:
Los dos nos hemos reído mucho al leer el artículo sobre el Miserere. Por lo que respecta a esta cuestión no hay que preocuparse
en absoluto. En cualquier otro lugar se da mucha importancia a
eso. Toda Roma lo sabe, y hasta el papa sabe que Wolfgang ha
escrito el Miserere. No hay nada que temer; eso más bien le ha
número 421, enero 2006
hecho un gran honor, como oirás muy pronto. Absolutamente,
debes dejar leer la carta por todas partes y hacer que Sus Altas y
Principescas Gracias se enteren de ello.
a
En este saco de memoria musical, aparentemente sin fondo,
llegaban a caber, cuando era necesario, óperas enteras. Al año
siguiente, en Milán, tuvo que quedarse en casa dos o tres días
a causa de unos reumas de Leopold: “Hoy representan la ópera
de Hasse, pero como papá no puede salir, no puedo ir a verla.
Por suerte me sé casi todas las arias de memoria, y así, desde la
casa, la puedo oír y ver en mi mente.” Y después de la experiencia con el Miserere, Nannerl podía tener una idea bastante
precisa del grado de fidelidad de esta audiciones imaginarias.
Pero si era posible guardar en la cabeza obras de otros autores habiéndolas oído sólo una o dos veces, obras que habían
tenido que entrar desde fuera, con más motivo tenían que quedar grabadas en la memoria las obras elaboradas dentro, como
queda descrito en la carta al barón, y como explica también
Constanze en una carta muy posterior de 1827:
Lo que se le podría reprochar a Mozart es que no era muy ordenado con sus papeles, y a menudo perdía lo que había empezado a
componer, y para no perder tiempo buscando, prefería escribirlo
otra vez. Como consecuencia, muchas cosas aparecían dos veces,
pero la nueva versión no era nunca distinta de la que había perdido, porque la idea que finalmente había decido adoptar, entre
todas las que imaginaba, era sólida como un muro, y nunca era
transformada, cosa que puede verse también en sus partituras,
escritas de forma tan bella, tan precisa, tan limpia, y en las que
ciertamente ninguna nota está cambiada.
Efectivamente, ésta es una de las cosas que más caracterizan a
las partituras de Mozart, en relación con los manuscritos de
otros grandes compositores. Y la razón era precisamente que,
en su caso, la partitura original era el cuadro elaborado en la
mente, que resultaba ser, hasta el nivel del detalle, “sólido
como un muro” (mauerfest), lo cual relegaba el primer manuscrito a la condición de copia. Eso explica que el manuscrito,
por un lado, resultara tan limpio, y en cambio, a la vez, se viera
a menudo abandonado a todo tipo de negligencias y olvidos, ya
que, como copia que era, no constituía ningún objeto imprescindible para la conservación de la obra. […]
Escribir era, pues, una actividad completamente distinta a la
de componer, como textualmente hace constar él desde Munich dos años después, cuando estaba poniendo por escrito el
tercer acto de Idomeneo: “Compuesto ya lo está por completo,
pero escrito todavía no.” Y gracias a eso podía dejarse “distraer”
mientras escribía, o bien podía ir charlando sobre gallinas y
ocas. Pero parece que la carta al barón todavía se quedó corta
en este punto. En abril de 1782, Wolfgang envía a Nannerl un
preludio y una fuga para piano, y se excusa de que, en la partitura, la fuga aparezca en primer lugar: “El preludio va primero,
y luego sigue la fuga. El motivo de que esté escrito así es porque
ya había terminado la fuga, y la escribí mientras ideaba el preludio.” El “muro” de la imagen creada era suficientemente sólido como para soportar, mientras pasaba al papel, no sólo distracciones circunstanciales, sino incluso el peso de la simultánea
generación mental de otra obra. O bien no aguantaba peso alguno, y las dos actividades disponían de compartimientos propios donde poder funcionar sin perjuicio mutuo. G
la Gaceta 15
a
Mitos y teorías sobre la muerte de Mozart
a
H. C. Robbins Landon
al drama del último año de Mozart; pero el italiano había sido
una espina para Mozart durante la última década de su vida y
con sus innumerables intrigas había conseguido que la vida
operística de Mozart fuera mucho más desdichada de lo necesario.
En octubre de 1823, Ignaz Moscheles, un discípulo de
Beethoven que estaba en Viena en aquel momento, decidió
hacer una visita al anciano Salieri, recién trasladado al Hospital General de Alservorstadt. Salieri, aparte de tener muchos
La repentina muerte de Mozart inmediatamente dio lugar a
años, estaba muy enfermo; Moscheles tuvo que pedir permiso
toda clase de especulaciones sobre su verdadera causa, y en
a la hija soltera del compositor y a las autoridades para poder
seguida empezaron a circular rumores de envenenamiento. Ya
visitarle. “Fue un encuentro triste. Su aspecto ya me impreen la Nochevieja de 1791, un periódico de Berlín publicaba lo
sionó, y no hacía más que hablar, con frases entrecortadas, de
siguiente: “Mozart ha muerto. Volvió a Praga sintiéndose ensu muerte inminente. Pero al final dijo: ‘Aunque ésta es mi
fermo; se pensó que tenía hidropesía y murió en Viena. Como
última enfermedad, le aseguro bajo mi palabra de honor que
el cuerpo se hinchó tras la muerte hubo incluso quien pensó
no hay nada de cierto en ese absurdo rumor; ya sabrá usted
que lo habían envenenado…”
que dicen que yo envenené a Mozart. Pero no, es malevolenAl hijo de Mozart, Carl Thomas, le pareció extraño, quizá
cia, pura malevolencia. Cuéntele al mundo, querido Moscheincluso sospechoso, que el cadáver de su padre se hinchara,
les, lo que el viejo Salieri, que morirá pronto, acaba de conaunque su alusión al envenenamiento sigue siendo un tanto
tarle.’”
oblicua. Con el paso del tiempo, sin embargo, la teoría del
Al poco tiempo, en noviembre de 1823, Salieri intentó suienvenenamiento cayó en el olvido. Constanze no parece hacidarse. Beethoven siguió los sucesos de cerca mediante lo que
berle dado crédito en ningún momento, aunque afirma que
le contaron algunos amigos por escrito en sus cuadernos de
Mozart sí tenía esta convicción (hecho que mencionó en sus
conversación; Schindler, su amanuense, escribió: “Salieri está
conversaciones con los Novello). Sin embargo, en la década de
otra vez muy mal. Está realmente deshecho. Tiene fantasías de
1820 un suceso dramático resucitó la teoría del envenenamienser el responsable de la muerte de Mozart y de haberle enveto de una forma especialmente sensacionalista; muchos años
nenado. Esto es verdad —porque él quiere confesarlo…” En
después está idea constituiría la base de Amadeus, la hoy legenotra anotación, ligeramente anterior, Johann Schick, un periodaria obra de teatro de Peter Shaffer, cuyo protagonista prindista vienés, añadía: “Apuesto cien contra uno a que la afirmacipal no es Mozart, sino Antonio Salieri.
ción de Salieri es cierta. La forma en que murió Mozart lo
Salieri ya era Kapellmeister de la corte cuando Mozart llegó
confirma.” En los cuadernos de conversación de Beethoven se
a Viena para instalarse allí en 1789, y a
habla mucho del tema; parece como si el
Lo curioso de Salieri es que, a pesar
diferencia de Mozart, que aún no había
compositor meditase en ello a menudo.
de sus éxitos, parece haber estado
comenzado su carrera operística en
A principios de 1824 Schindler escribió:
realmente celosísimo de Mozart,
Viena, Salieri era uno de los niños mi“Vuelve a estar usted muy sombrío, gran
según atestiguan numerosas fuentes
mados de la corte (sobre todo de José
maestro. ¿Qué le ocurre? ¿Dónde ha ido
de la época; el italiano había sido
II), y por tanto del público aristocrático
a parar su alegría últimamente? No se lo
una espina para Mozart durante la
que asistía a las óperas. Al poco tiempo
tome tan a pecho, ¡así es el destino de los
última década de su vida y con sus
de esto causó una profunda impresión
grandes hombres! Aún viven muchos
innumerables intrigas había
en París con su opera francesa Les Daque pueden dar testimonio de cómo
conseguido que la vida operística de
naïdes (1784), que en un principio había
murió [Mozart], de si hubo síntomas [de
éste fuera mucho más desdichada de
sido anunciada como obra conjunta de
envenenamiento]. Él [Salieri] habrá
lo necesario
Gluck y su discípulo Salieri. Esta obra,
hecho, sin embargo, más daño a Mozart
que se ha repuesto con éxito en 1985, es
con su denigración que Mozart a él.”
de lo mejor de Salieri. Pero lo peor de Salieri se caracteriza
Incluso después de la muerte de Salieri, el sobrino de Beethopor su vulgaridad y no admite, por supuesto, comparación
ven, Carl, escribió: “Siguen diciendo con gran convicción que
con Mozart. La popularidad de Salieri tardó sólo una generaSalieri fue el asesino de Mozart.”
ción en debilitarse y desaparecer, pero en la década de 1781El biógrafo italiano de Haydn, Giuseppe Carpani, defendió
1791 él y su música estuvieron en el primer plano de la vida
ardorosamente a Salieri en septiembre de 1824, publicando
operística vienesa. Lo curioso de Salieri es que, a pesar de sus
una extensa carta en un periódico italiano, donde decía:
éxitos, parece haber estado realmente celosísimo de Mozart,
¿Mozart fue envenenado? ¿Sí? ¿Dónde están las pruebas? Es inútil
según atestiguan numerosas fuentes de la época. En esta crópreguntarlo. No hay pruebas y además es imposible encontrarlas,
nica es necesario que Salieri ocupe un segundo lugar respecto
En 1791. El último año de Mozart, publicado por Ediciones
Siruela, Robbins Landon recorre los últimos meses
de la corta vida de Mozart. Agradecemos a la editorial
la oportunidad de compartir con nuestros lectores
este fragmento, en el que se hace una autopsia tardía
y se determinan las causas médicas que impidieron al
compositor concluir su poderoso Requiem
16 la Gaceta
número 421, enero 2006
a
a
porque Mozart contrajo una fiebre reumática infecciosa que no
sólo le atacó a él, sino que aniquiló a todos aquellos que la contrajeron durante aquellos días. Los esfuerzos y la experiencia de los
profesores de medicina más famosos, Closset y Sallaba, resultaron
inútiles, inútiles también las lágrimas de los hijos, los rezos de la
esposa y las esperanzas de toda la ciudad de Viena para el amado
maestro.
Carpani tuvo la suerte de dar con un médico, el canciller de la
corte Eduard Vincent Guldener von Lobes, a quien se había
consultado cuando la enfermedad y muerte de Mozart. Recibió
de él una carta en la que con indignación negaba cualquier
posibilidad de envenenamiento. Este médico también envió
una carta al discípulo de Haydn, Sigismund von Neukomm,
que entonces vivía en París, con el texto siguiente:
Con el mayor de los placeres, señor, me apresuro a comunicarle
todo cuánto sé respecto a la enfermedad y muerte del gran
Mozart. En el otoño de 1791 cayó enfermo de una fiebre inflamatoria, tan prevaleciente en aquella estación que pocas personas
escaparon por completo a su influencia. En el momento en que se
requirieron mis servicios ya llevaba varios días sufriendo la enfermedad: pero yo estaba informado por el doctor Closset, que lo
atendía a diario. Consideraba peligroso el caso de Mozart y dijo
que desde la primera aparición de la dolencia ya se había temido
lo peor, es decir, que se le fijara en la cabeza. Sallaba me puso al
corriente de esto inmediatamente, y lo cierto es que Mozart murió
a los pocos días con los síntomas habituales.
Su muerte suscitó un interés muy generalizado, pero en ningún
momento se le ocurrió a nadie sospechar, ni de lejos, que su muerte hubiera sido ocasionada por un envenenamiento. Las atenciones que le prestó su familia fueron numerosas, y por encima de
todo, tan escrupulosos fueron los cuidados y la vigilancia del respetado y experto doctor Closset, quien durante la totalidad de ese
doloroso periodo mostró más bien la solicitud de un amigo que la
atención de un médico, que es imposible que el más mínimo indicio de algo violento, de algo semejante a un veneno, le pasara
inadvertido. La enfermedad siguió su curso habitual y el plazo de
duración fue el normal. El doctor Closset había observado el progreso con tanta atención que predijo el resultado a la hora. Un
buen número de los habitantes de Viena sufrían en aquel momento la misma enfermedad, y el número de casos mortales, como el
de Mozart, fue considerable. Yo vi el cuerpo después de la muerte
y no presentaba ningún síntoma diferente de los habituales en
tales casos.
Eso es básicamente cuanto tengo que aducir respecto a la muerte de Mozart. Nada me resultaría más gratificante o satisfactorio
que tener la certeza de que este testimonio que doy es, al menos
en algún grado, capaz de contrarrestar esa horrible imputación
contra la memoria del excelente Salieri. Le ruego me perdone,
señor, por no haber respondido a su petición tan pronto como
habría sido mi deseo; sólo una grave indisposición pudo impedírmelo.
Pero si Mozart no fue envenenado, ¿de qué murió? La opinión
médica más generalizada hasta ahora es que Mozart murió de
Rheuma inflammatorium, o fiebre reumática, una enfermedad
febril aguda, no infecciosa, caracterizada por inflamaciones y
dolores en las articulaciones. El doctor Carl Bär, un médico
suizo, ha escrito un libro que hasta hace poco era la autoridad
número 421, enero 2006
en este asunto. Rechaza la descripción del Registro de Defunciones de Viena y del libro de Nissen, hitziges Frieselfiebe, o
fiebre miliar aguda, como cosa de aficionados, bienintencionada pero inadmisible desde el punto de vista profesional. “De
todos modos —escribe—, casi todos los casos terminales que
resultan de una fiebre reumática tienen su origen en defectos
de tipo coronario.” Y después de sangrar a Mozart, “los resultados, teniendo en cuenta su pequeña talla y su condición
cardiaca, sólo podían ser catastróficos”. El diagnóstico del doctor Bär está basado en información recibida a través de una
complicada cadena de circunstancias, pero que proviene del
médico de Mozart, el doctor Closset (que también consultó a
otro colega, el doctor Sallaba). El rápido empeoramiento y la
corta duración de la enfermedad “no eran inusuales para aquella época”.
Pero desde 1966, cuando el doctor Bär publicó su famoso
trabajo, ha habido un gran número de médicos y científicos
dedicados a la difícil tarea de identificar no sólo la enfermedad
terminal de Mozart, sino las enfermedades previas que sufrió
durante su corta vida y que desembocaron en las tres semanas
funestas de noviembre y diciembre de 1791. Es inútil que un
profano en medicina entre en una discusión semejante, pero
todo parece indicar que la última palabra sobre el tema la ha
la Gaceta 17
a
dicho Peter J. Davies. Lo único que puede hacer un aficionado
en estas circunstancias es resumir todos los descubrimientos
del doctor Davies y expresar su admiración ante una presentación tan lúcida. […]
La enfermedad terminal
El doctor Davies tiene una teoría interesante: que Mozart contrajo su enfermedad final mientras asistía a la logia masónica el
18 de noviembre de 1791 (en aquel momento había una epidemia en Viena, según se afirma en numerosos textos). La hinchazón dolorosa de manos y pies “parece denotar una poliartritis”, y al extenderse y agravarse pudo producir edema. De la
inmovilidad del paciente “se puede concluir que Mozart en
aquel momento sufría una hemiparesia y tenía un lado del
cuerpo paralizado”.
Como en aquellos tiempos no se conocía “la insuficiencia
renal crónica… es razonable que [el doctor Closset] sospechara que Mozart tenía un tumor cerebral… En mi opinión, Closset estaba desconcertado ante los síntomas recientes de fiebre,
hinchazón dolorosa en las articulaciones y erupciones cutáneas, motivo por el que pidió consejo al médico del hospital, el
doctor Mathias von Sallaba… Sallaba diagnosticó hitziges Frieselfieber [fiebre miliar aguda], que es lo que figura en el Registro de Defunciones… Esto es totalmente inespecífico, y alude
a una enfermedad asociada con fiebre y exantema (erupción
cutánea)…” En cuanto al diagnóstico de fiebre reumática
aguda que hizo el doctor Bär, el doctor Davies afirma que “es
raro que se produzca exantema en un caso de fiebre reumática,
y ese diagnóstico no justifica la mala salud crónica de 1791,
como tampoco explica un diagnóstico de fiebre reumática los
síntomas neurológicos de la enfermedad mortal…”.
Finalmente, en una narración especialmente conmovedora
de la muerte de Mozart (la verdad a menudo resulta más impresionante que la fantasía más cuidadosamente concebida y
ejecutada con la mayor delicadeza), el doctor Davies resume:
Mozart murió de lo siguiente: infección estreptocócica, síndrome
de Schönlein-Henoch, insuficiencia renal, flebotomía(s), hemorragia cerebral, bronconeumonía terminal.
Contrajo una infección estreptocócica más mientras asistía a
una reunión de la logia el 18 de noviembre de 1791, durante una
epidemia. La infección estreptocócica causó una nueva exacerbación del síndrome de Schönlein-Henoch y de la insuficiencia
renal, que se manifestó con fiebre, poliartritis, malestar, hinchazón de las extremidades, vómitos y púrpura. La ulterior hinchazón del cuerpo, más generalizada, probablemente fue debida a
una retención adicional de líquido y sales causada por la insuficiencia renal. Se le practicaron una o más flebotomías, que probablemente agravaron su insuficiencia renal y contribuyeron a su
muerte. El síndrome de Schönlein-Henoch causó un agravamiento de la hipertensión, que contribuyó a los vómitos nocturnos y le provocó un derrame. La parálisis parcial era una hemiplejia (parálisis de un lado del cuerpo) debida a hemorragia
cerebral. Unas dos horas antes de morir tuvo convulsiones y
entró en estado comatoso. Después, una hora más tarde, intentó
sentarse, abrió mucho los ojos y cayó hacia atrás, con la cabeza
vuelta hacia la pared: tenía las mejillas hinchadas. Estos síntomas
sugieren una parálisis conjugada ocular y del nervio facial, con
hemorragia cerebral masiva. En la noche anterior a su muerte,
18 la Gaceta
a
Mozart había sufrido fiebre y sudores intensos. En los pacientes
con uremia es frecuente que la muerte sea efecto directo de una
bronconeumonía que se presenta cuando el paciente está ya
moribundo.
Junto a la sensacionalista hipótesis de que Mozart fue asesinado aparecieron una serie de leyendas sobre sus relaciones con
varias mujeres en esta última época de su vida. Hay un caso
repugnante, el de un amigo de Mozart y de su misma logia,
Franz Hofdemel, que atacó a su esposa embarazada, Magdalena, que recibía clases de piano del compositor. Esto sucedió al
día siguiente de la muerte de Mozart y fue un baño de sangre
en el que Hofdemel hirió a su esposa en la garganta y en el
rostro con una cuchilla, dejándola marcada de por vida y luego
se suicidó.
La conducta de Beethoven vuelve a proporcionarnos una
pista sobre los rumores que circularon en Viena. Se le pidió
que tocara (improvisando) ante Magdalena Hofdemel, pero se
mostró reacio a hacerlo porque pensaba que ella había sido la
amante de Mozart (¡qué mojigato era Beethoven!). Pero no
hay absolutamente ninguna prueba de que la tragedia de los
Hofdemel se pueda relacionar, de forma directa o indirecta,
con Mozart. La emperatriz María Luisa se interesó de inmediato y personalmente por la situación de Magdalena, cosa
que difícilmente habría hecho si la corte hubiera considerado
al futuro niño como hijo de Mozart. (El niño, Johann Alexander Franz, nació en Brno el 10 de mayo de 1792, por lo que
debió ser concebido en agosto de 1791, cuando Constanze
Mozart acababa de traer al mundo a su último hijo, Franz
Xaver Wolfgang.) Tampoco parece verosímil que los masones
asignaran a Hofdemel la tarea de envenenar a Mozart, como
se ha sugerido.
También se ha dicho que una de las amantes de Mozart en
1791, fue su primera Pamina, Anna Gottlieb, que tenía entonces diecisiete años (había hecho su debut a los doce años representando el papel de Barbarina en Las bodas de Fígaro). No
existen pruebas de que lo fuera, como proponen algunos discípula de Mozart, y mucho menos de que su relación fuera otra
que la de un compositor y una intérprete bien dispuesta. Se ha
dicho que a finales de 1791 o principios de 1792 ella perdió la
voz y se retiró de los escenarios como cantante, obteniendo un
empleo como actriz en la compañía rival, la de Marinelli (en el
teatro de Leopoldstadt). Es decir, que la muerte de Mozart le
quebró el corazón… y la voz.
Lo que sucedió en realidad es completamente diferente. Es
cierto que Anna Gottlieb pasó a la compañía de Marinelli, pero
siguió actuando y cantando, como ella y otros hacían con
Schikaneder en el Freyhaustheater. Christopher Raeburn ha
descubierto interesantes críticas coetáneas sobre su carrera
como cantante durante toda la década de 1790, y Anna continuó cantando y actuando hasta bien entrado el nuevo siglo.
Por tanto, se trata de otra tradición mozartiana que puede ser
desechada como simple mito.
Los mitos seguirán persiguiendo a Mozart. Amadeus, la obra
de teatro y la película, ha creado otro de ellos, y puede resultar
difícil disuadir al público de la visión que nos da Shaffer del
compositor como un gamberro borracho, con un talento de
origen divino, perseguido por un Salieri vengativo. G
Traducción de Gabriela Bustelo y Beatriz del Castillo
número 421, enero 2006
a
a
Mozart y Salieri
Alexander Pushkin
desata una borrasca y sólo un perro asiste a sus exequias. El
más grande músico de todos los tiempos es arrojado a la fosa
común.
El Requiem lleva el número 626 y final en el catálogo cronológico de sus obras publicado en 1862 por Ludwig von Koechel
y revisado por Alfred Einstein entre 1937 y 1947. El catálogo
se inicia con los minuetos compuestos a los 4 años y está urgido de actualización pues hay muchos descubrimientos posteriores a 1947. Del Requiem nada más el Introitus y el Kyrie son
Durante varios años de éxito ininterrumpido, Amadeus —la
autógrafos. Su discípulo Franz Xaver Süssmayr terminó las
obra de Peter Shaffer— ha actualizado la versión según la cual
piezas restantes con base en los bocetos e indicaciones que dejó
Antonio Salieri (1750-1825) dio muerte a Wolfgang Amadeus
Mozart, y compuso los últimos movimientos: el Sanctus, el
Mozart (1756-1791). En su biografía de Mozart, Wolfgang
Benedictus, el Agnus Dei y la Communio.
Mozart murió sin conocer la verdad, pero la leyenda roHildesheimer considera el envenenamiento una leyenda basamántica del enlutado resultó un fiasco: se trataba simplemente
da en la animosidad de Mozart contra el compositor italiano.
del mayordomo de Franz von Walsegg, un conde que pagaba
Salieri, dice Hildesheimer, “fue un hombre útil y en extremo
en secreto a grandes compositores para componer las obras
conciliador serio en su actividad de músico y maestro. De
que más tarde estrenaba como si fueran propias.
todos modos, entre sus alumnos se cuentan Beethoven, SchuSalieri, principal personaje tanto de Pushkin como de Shabert y Liszt.”
ffer, es una víctima o un villano, según la biografía de Mozart
Mozart (que sólo en broma empleó el “Amadeus” para firque se lea. Llegó a Viena en 1776. El emperador José II lo
marse “Wolfangus Amadeus Mozartus” y prefirió siempre la
nombró maestro de capilla y fue hasta su muerte compositor
forma francesa de su nombre, Amadé, a la alemana, Gotlieb)
de los Habsburgo. En 1787 el público vienés prefirió su ópera
murió de un paro cardiaco, de acuerdo con las investigaciones
Tarara al Don Giovanni. Se dice que, en el doble infierno de las
médicas de hace veinte años. Adolescente, padeció una fiebre
intrigas de corte y escenario, el mediocre y rencoroso Salieri
reumática que debilitó su corazón. La enfermedad recurrió en
encabezó la mafia italiana que hizo la vida imposible a los gran1791 y el tratamiento a base de sangrías acabó con su resistendes músicos alemanes, a Mozart lo mismo que a Franz Joseph
cia.
Haydn (1732-1809). En cambio los defensores del autor de
La verdad que todo se vuelve más incierto y misterioso
Armida sostienen que Salieri fue un buen artista y un compamientras más información se acumula, y la bibliografía sobre
ñero exento de envidia y rivalidad. Un hecho indiscutible es
Mozart crece cada semana. Constanze Weber, su viuda, contó
que enseñó contrapunto a Ludwig van Beethoven (1770-1827).
que en el lecho de muerte Mozart sospechaba que en efecto
Beethoven le dedicó sus Tres sonatas para
Salieri lo había envenenado. Al morir en
violín, opus 12.
1825, Salieri confesó su crimen real o
Constanze Weber, la viuda de
Otras menciones de Mozart y Salieri
supuesto.
Mozart, contó que en su lecho de
son las siguientes: según Pushkin,
Pushkin leyó en un periódico vienés
muerte éste sospechaba que en
Cristoph Willibald von Gluck (1714la “confesión” de Salieri, acompañada de
efecto Salieri lo había envenenado.
1791) hizo renegar a Salieri de cuanto
la anécdota que le atribuye haber silbado
Al morir en 1825, Salieri confesó
había aprendido, porque en Orfeo y
el estreno de Don Giovanni. Su brevísisu crimen real o supuesto
Eurídice (1762) Gluck sepultó a la vieja
ma obra Mozart y Salieri estableció la
ópera y la convirtió en el drama musical que hoy vemos y esleyenda al darle forma con la destreza de quien es el Mozart
cuchamos. Niccolá Piccinni (1728-1800) ha tenido la suerte de
poético de la lengua rusa. Fue representada en 1832 y más
Salieri, no la de Mozart, Haydn y Gluck. Pushkin alude al
tarde puesta en música por Rimsky-Korsakov. Stanislavsky inhecho de que la Ópera de París encargó a Piccinni y a Gluck
terpretó en 1916 el papel de Salieri. En 1947 fue la única insendas obras en torno al mismo tema: Ifigenia en Táuride.
cursión de José Revueltas como director escénico en el grupo
Gluck hizo en 1779 la que musicólogos y aficionados suelen
de La Linterna Mágica. Su entendimiento exige de nosotros los
considerar su mejor ópera. En 1782 Piccinni compuso la Ifigeprofanos en materias musicales algunas informaciones complenia que conmueve aquí a Salieri. El público parisino se dividió
mentarias. En primer término, el antecedente que lo es tamen gluckistas y piccinnistas.
bién de Amadeus.
Por último, el disparador del desenlace en Pushkin es Pierre
En julio de 1791 un personaje misterioso, vestido de luto,
Auguste Caron de Beaumarchais (1732-1799), que en 1784
encarga a Mozart un réquiem. Mozart cree que es un enviado
estrenó su comedia Las bodas de Fígaro. Lorenzo da Ponte la
de la muerte y que él va a componer para sus propios funerales.
adaptó a drama per musica y sobre él Mozart compuso su exEl 30 de septiembre estrena La flauta mágica. Enseguida cae
traordinario Fígaro. La ópera contribuyó a su ruina, pues,
enfermo. Empeora rápidamente y muere el 5 de diciembre. Se
Una de las primeras fabulaciones sobre el asesinato
de Mozart a manos de Salieri se gestó en Rusia.
Hemos tomado este breve drama de la edición que
la Universidad Autónoma de Sinaloa puso a circular
hace más de dos décadas, en traducción de un
misterioso O. F., aunque la versificación corrió
a cargo de José Emilio Pacheco
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la Gaceta 19
a
como había sucedido en Francia con la brillante comedia, Fígaro ofendió a la nobleza. Beaumarchais fue el primero en ridiculizar en sus narices a los que sólo iban al teatro para ver
glorificada y adulada a su clase. Los nobles fueron justicieramente humillados por Beaumarchais, da Ponte y Mozart en un
acto que se ha visto como precursor de la revolución francesa.
Antes de ellos los pobres sólo aparecían en el teatro y en la
ópera para ser motivo de escarnio y desprecio.
Los restos de Mozart se disiparon (el universo entero es su
monumento, diría un epigramista griego). Así, no se pueden
analizar como los cabellos que han demostrado que Napoleón
fue envenenado en Santa Helena. Nunca sabremos si lo mató
Salieri o si la ponzoña sólo es una metáfora de la envidia y la
ruindad humanas. En todo caso, Pushkin y Shaffer prueban que
acertó la célebre profecía de otro desdichado compositor
que, como Salieri y Piccinni, no es hoy sino una nota al pie de
la gloria inconmensurable de Mozart: al escuchar al niño prodigio el músico Hasse exclamó “Questo regazzo ci fará dimenticar tutti”: “Este muchacho hará que nos olviden a todos.”
Escena i
Una habitación
Salieri Dicen que no hay justicia en esta tierra.
Tampoco habrá en el cielo. Para mí
esto es más claro que la simple escala.
He llegado a este mundo amando el arte.
En la infancia brotaban de mis ojos
lágrimas si escuchaba los acordes
del órgano en la iglesia centenaria.
Muy pronto abandoné las distracciones
y rechacé cuanto no fuera música
para entregarme todo a los sonidos.
Arduos me fueron los primeros pasos,
fatigoso el camino, y sin embargo
pude vencer zozobras, contratiempos.
Basé el arte sublime en el oficio.
Me hice artesano. Di docilidad
y obediencia veloz a cada dedo;
perfecta afinación cobró mi oído.
Asesiné a la música y después
me puse a disecarla como a un muerto.
Con álgebra medí las armonías.
Y cuando me hice dueño de la técnica
ya pude fantasear, libre y seguro.
Me oculté a componer. No ambicionaba
la fama cruel ni recompensa alguna.
A menudo, en mi celda silenciosa,
sin comer ni dormir, compuse, ebrio
de inspiración y goce, para luego
quemar mis notas y serenamente
ver convertirse en humo las ideas
y los sonidos que de mí brotaron.
Y esto no es nada: cuando Gluck, el grande,
nos reveló de golpe sus secretos
20 la Gaceta
—fascinantes, profundos, misteriosos—
manso y humilde renegué de todo
lo aprendido y amado: aquella música
que antes supuse la verdad divina.
Seguí a Gluck con firmeza, ciegamente,
como niño extraviado al que señalan
el único camino. Tesonero,
me esforcé hasta lograr lo ambicionado
en el arte sublime. En ese instante
la fama me sonrió, mis armonías
encontraron espíritus afines.
a
Gocé feliz el fruto de mi esfuerzo.
Mi gloria fue producto del trabajo.
No conocí jamás celos ni envidias.
Me alegró ver triunfar a mis amigos,
hermanos en el arte más hermoso.
No me dolí siquiera cuando, excelso,
Piccinni cautivó con sus acordes
a los salvajes bárbaros franceses.
Y vibré al escuchar por vez primera
de Ifigenia la música tristísima.
Nadie osaría decir: “Pobre Salieri,
es un vil envidioso despreciable,
una víbora abyecta, pisoteada
que en bestial impotencia muerde el polvo.”
Nadie podría llamarme bajo o ruin.
Y sin embargo debo confesar
que a partir de hoy envidio. Me desgarra
el tormento rabioso de la envidia.
Pido justicia al cielo. No hay derecho:
el don sublime, la sagrada llama
no son premio del rezo, la fatiga,
los sacrificios, el trabajo duro.
No es justo, no lo es, que el don, la llama
iluminen radiantes la cabeza
de un loco, un libertino… ¿Mozart, Mozart?
(Entra Mozart.)
Mozart Qué lástima. Intentaba sorprenderte
con otra de mis bromas.
Salieri ¿Hace mucho que llegaste a mi cuarto?
Mozart No, Salieri, acabo de llegar. Quería mostrarte
una cosita, pero en el camino
oí tocar en la taberna sórdida
a un violinista ciego. Interpretaba
Voi che sapete. Tú no te imaginas
qué gracia me causó escuchar mi obra.
No resistí: te traje al violinista.
Pase usted, amigo. Tóquenos ahora
algo de Mozart como sabe hacerlo.
(Entra el Violinista Ciego y toca un aria de
Don Giovanni. Mozart ríe.)
Salieri No le encuentro la gracia francamente.
número 421, enero 2006
a
Mozart Salieri, es imposible no reírse.
Salieri Jamás me río cuando el pintorzuelo
de brocha gorda imita la divina
Madona rafaelista, o un poetastro
parodia al Dante. Lárguese usted, anciano.
Mozart Espere, aún no se vaya. Le daré
para unas copas. Beba a mi salud.
(Sale el Violinista Ciego.)
Mozart Salieri, estás de malas hoy en día.
Mejor te digo adiós, vuelvo mañana.
Salieri ¿Qué me trajiste?
Mozart Una bagatela.
Anoche no dormí. Se me ocurrieron
unas cuantas ideas y hace rato
las anoté. Se me antojó mostrártelas
para que opines, aunque en modo alguno
quiero ser un estorbo.
Salieri Mozart, Mozart,
siempre eres bienvenido. Toca, escucho.
Mozart Yo, por ejemplo, un hombre enamorado…
Enamorado quizá no, tan sólo
feliz con una niña o un amigo
—tú, por ejemplo— cuando en ese instante
todo se altera, surgen las tinieblas
y la visión macabra. Escucha, escucha.
Salieri Es un prodigio. ¿Cómo tú, insensato,
pudiste entrar en la taberna inmunda
para escuchar a un pobre diablo? Ay, Mozart
no eres digno de Mozart.
Mozart Di, ¿te gusta?
Salieri Cuánta profundidad y qué elegancia
y audacia y armonía. Eres un dios
y no lo sabes, Mozart. Pero, en cambio,
yo sé que eres un dios.
Mozart Probablemente.
¿No te parece? Pero tengo hambre.
Es muy chistoso ser un dios hambriento.
Salieri En ese caso déjame invitarte
a que cenemos en El León Dorado.
Mozart Me parece muy bien. Voy a avisarle
a mi mujer
que cenaré contigo.
(Mozart sale.)
Salieri No puedo resistir a mi destino.
Fui el elegido para detenerlo.
Si no lo hago perderemos todos
los sacerdotes del excelso arte,
no sólo yo con mi pequeña fama.
De nada servirá que Mozart viva
y ascienda cada vez cumbres más altas.
No debe todo depender de Mozart.
(Mozart toca.)
Mozart: su aparente desprecio
por el violonchelo, el concierto
para violonchelo perdido
Carlos Prieto
A todos los violonchelistas nos intriga, tanto como lo
lamentamos, que Mozart haya “ninguneado” al violonchelo
—para usar un verbo mexicano elocuente e insustituible—,
máxime que compuso múltiples y prodigiosas obras para los
más variados instrumentos. Baste mencionar sus conciertos
para violín, la Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta,
los dúos para violín y viola, y las sonatas para violín y piano
a fin de suponer lo que hubiera podido componer para el
violonchelo.
No podemos aducir como explicación la relativa novedad
del violonchelo como instrumento solista. Mozart, cuya
curiosidad estaba siempre abierta a todas las manifestaciones
musicales, habrá sin duda conocido las sonatas y conciertos
de Vivaldi y de Boccherini, los conciertos de su admirado
contemporáneo Haydn y el virtuosismo de violonchelistas
activos en Viena, como Anton Kraft y su hijo Nicolaus Kraft.
También conocía la obra del hijo de Johann Sebastian Bach,
Carl Philipp Emanuel, por quien sentía una gran amistad y
admiración y que había compuesto estimables conciertos para
violonchelo. No conoció, en cambio, las suites de Bach, cuya
música, considerada anticuada, había caído en el olvido.
número 421, enero 2006
a
Quizá la razón estribe en que, en épocas en que nadie
componía sin que mediara un encargo destinado a un estreno inmediato, no haya habido violonchelista interesado en
su música.
El rey Federico Guillermo II de Prusia, hijo de Federico el Grande y violonchelista aficionado de alta jerarquía,
es acreedor de nuestro eterno agradecimiento por haber
encargado numerosas obras para violonchelo a los principales compositores de la época. Entre ellas se cuentan tres
de las pocas obras concebidas por Mozart para ese instrumento: sus tres últimos cuartetos de cuerda, dedicados por
supuesto al rey, y en los cuales el violonchelo tiene una
parte de especial relevancia.
La famosa Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta
fue concebida inicialmente como una obra en la que habría
también un violonchelo solista, como lo demuestran algunos borradores, pero Mozart optó pronto por descartarlo.
Hacia 1782 inició un Andantino en si bemol mayor para
violonchelo y piano que abandonó a los 33 compases.1
Es sabido también que Mozart compuso un concierto
para violonchelo y orquesta, k.206a. El manuscrito se perdió y nada se sabe acerca de sus posibles ejecuciones en vida
del compositor.2 G
1 H.
C. Robbins Landon, comp., The Mozart Compendium,
Schirmers Books, Nueva York, 1990, p. 343.
2 Ibid., p. 355.
la Gaceta 21
a
a
En cuanto Mozart deje este planeta
la música sin él se vendrá abajo.
El genio no se compra ni se hereda.
Él es un ángel. Trajo sus canciones
y despertó en nosotros los terrestres
ansias inalcanzables. Es preciso
enviarlo de regreso a las alturas.
Aquí tengo el veneno. Don postrero
de mi amada Isidora. Cuántos años
lo he tenido conmigo. Cuántas veces
he sofocado mi deseo de emplearlo
con los canallas que mi pobre vida
transformaron en llaga sin cauterio.
Hondamente me hieren las ofensas.
No soy hombre cobarde, y de la vida
muy poco espero ya. Cuando las ansias
de morirme sentí, me dije siempre:
“¿Matarme? ¿Para qué? Tal vez mañana
me dará la existencia su alegría
o una noche inspirada y deleitosa.
Tal vez surja otro Haydn y disfrute
de su perfecta música. O acaso
ofensas me caerán aún más hirientes,
si lo quiere el destino que es cruel siempre.
Entonces sí me servirá el veneno.”
Mi intuición salió cierta: ya he encontrado
al enemigo. Y ya un Haydn nuevo
llenó mi alma de supremos goces.
Es hora ya, veneno, don de amor:
voy echarte en la copa del amigo.
22 la Gaceta
Escena ii
Un reservado en la taberna. Un piano.
Mozart y Salieri a la mesa
Salieri Mozart, te veo muy triste. ¿Qué te pasa?
Mozart No te preocupes, no me pasa nada.
Salieri Sí, me parece que algo te atormenta.
La comida y el vino fueron buenos
y estás huraño y triste.
Mozart Bien, de acuerdo:
Estoy muy preocupado por mi Requiem.
Salieri ¿Trabajas en un Requiem? ¿Desde cuándo?
Mozart Ya llevo tres semanas. Es un caso
extraño. ¿Te he contado?
Salieri No me has dicho.
Mozart Escucha pues: hará unos veinte días
regresé tarde a casa. Mi mujer
me informó que había ido a visitarme
un ser todo enlutado. No dormí
pensando en quién sería y qué buscaba.
Aquel hombre insistió sin encontrarme
una vez y otra vez. Pero una tarde
en que jugaba con mi hijo, el hombre
llegó a mi casa y pude recibirlo.
Vestía todo de luto. Saludó
cortésmente. Afirmó que pagaría
por un Requiem. Cuando hubo hecho su encargo
se fue tan misterioso como vino.
Comencé de inmediato a hacer la música.
Jamás ha vuelto a verme el enlutado.
Te diré que me siento satisfecho,
no quiero separarme de mi Requiem.
Aún no te he dicho todo: yo… yo… yo…
número 421, enero 2006
a
Salieri Ya dilo de una vez.
Mozart El enlutado,
el enlutado me persigue siempre.
De día y de noche como sombra sigue
todos mis pasos. Aun en este instante
siento que está invisible entre nosotros.
Salieri Mozart, qué tontería. Por favor,
no tengas miedo. Deja de pensar
en cosas tristes. ¿Sabes? Beaumarchais
solía decirme: “Fíjate, Salieri,
para ahuyentar los negros pensamientos
los mejor es el vino o la lectura
de mi genial comedia sobre Fígaro.”
Mozart Sí, fue tu gran amigo. Para él
escribiste Tarara que me encanta.
Tiene un pasaje fascinante. Adoro
cantarlo siempre cuando estoy alegre.
Escúchame, Salieri: ¿será cierto
que Beaumarchais envenenó a un amigo,
a no sé quién en no sé dónde? Dicen.
Salieri No, Mozart, es mentira.
Para ello seriedad y coraje le faltaban.
Mozart Beaumarchais fue genial. Tú y yo lo somos.
Crimen y genio son incompatibles.
(Salieri echa el veneno en la copa.)
Salieri Si así lo crees, bebe de esta copa.
Mozart Brindo por tu salud, por la amistad
de Mozart y Salieri, grandes músicos.
(Mozart bebe.)
Salieri Espera que yo beba de la mía.
Mozart No quiero beber más.
Voy a tocarte algo de lo que llevo de mi Requiem.
(Mozart se sienta al piano y toca.)
Mozart Salieri, ¿estás llorando? ¿Por qué? Dime.
Salieri Nunca antes he llorado en esta forma
lágrimas a la vez dulces y amargas
como el cansancio de un deber cumplido.
Me parece que un arma bienhechora
un miembro enfermo me amputase.
Oh Mozart, no hagas caso: continúa.
Y que mi alma se anegue con tu música.
Mozart Ah, si todos sintieran como tú
el arte de la música… Imposible:
el mundo acabaría. Nadie ya
se iba a ocupar de asuntos terrenales.
La música iba a ser centro de todo.
Somos pocos los grandes elegidos,
no abundamos los sumos sacerdotes
de la belleza. Imprácticos, dejamos
el lucro para otros. ¿No lo crees?…
a
Salieri, no estoy bien. Algo me pasa.
Me marcho a descansar. Adiós, amigo.
(Sale Mozart.)
Salieri Mozart, adiós. Será tu sueño eterno.
Pero ¿es verdad lo que dijiste? ¿Son
incompatibles genio y crimen? No:
¿y Miguel Ángel? ¿O será invención
o engaño torpe del infame vulgo?
Acaso no mató nunca en su vida
el constructor del Vaticano. Acaso
no soy un genio como él y Mozart.
No pasaré a la historia por mi música
sino por ser el que ha matado a Mozart.
Telón.
Traducción de O. F.
Mozart en su viaje a Praga
Eduard Friedrich Mörike
Esta es una novela en la que no importa tanto la precisión
histórica como la conversión de Mozart en protagonista de
un relato. Al bajarlo de su pedestal de genio de la música,
Mörike juguetea con un personaje desvalido y soñador, dos
cualidades que el tratamiento biográfico no siempre logra
revelar y que la literatura revela en todo su esplendor
En el otoño del año 1787, Mozart, acompañado de su mujer,
emprendió viaje a Praga para estrenar Don Giovanni.
Al tercer día de viaje, 14 de septiembre, a eso de las once de
la mañana, la pareja, que iba de muy buen humor, se hallaba a
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no mucho más de treinta horas de Viena, en dirección noroeste, al lado de Mannhardsberg y del Thaya alemán, en las cercanías de Schrems, donde ya casi se han traspuesto las bellas
colinas moravas.
“El vehículo tirado por tres caballos de posta —escribe la
baronesa T. a su amiga— era un vistoso coche amarillo y rojo,
propiedad de cierta generala de Volkstett, anciana dama que,
según parece, siempre hacia alarde de su trato con los Mozart
y de los favores que les prestaba.” Un conocedor del gusto de
los años ochenta podrá completar un poco la inexacta descripción del carruaje en cuestión. El coche amarillo y rojo llevaba
pintados en colores naturales, en ambas puertas, unos ramillela Gaceta 23
a
a
tes de flores; los bordes estaban adornados con angostos listones dorados, pero la pintura aún no tenía el brillo liso que tiene
la laca de los talleres vieneses de hoy. La carrocería tampoco
era muy abombada, aunque en la parte inferior se estrechaba
coquetamente en una curva audaz; a esto se añade una capota
alta y cortinas rígidas de cuero, que en ese momento estaban
recogidas.
Acerca de la vestimenta de los pasajeros, anotaremos lo siguiente: para preservar la ropa nueva de gala, guardada en el
baúl, la señora Constanze ha escogido con modestia el traje de
su esposo, un chaleco bordado de color azul desvaído, su acostumbrado gabán marrón, con una hilera de botones labrados
de tal modo que a través de su tejido, en forma de estrella,
brilla una capa de oropel rojizo; pantalones de seda negra, medias y zapatos de hebillas doradas. Hace media hora se ha
quitado el gabán a causa del calor, ya excepcional en ese mes, y
en mangas de camisa, la cabeza descubierta, charla animadamente. Madame Mozart lleva un cómodo vestido de viaje de
listas verde claras y blancas; sobre los hombros y la nuca cae,
suelta a medias, la abundancia de sus bellos rizos castaño claro;
nunca han sido afeados por el polvo; en cambio, el grueso cabello de su marido, recogido en una trenza, está hoy más desaliñadamente empolvado que de costumbre.
Habían remontado confortablemente una suave pendiente
entre fértiles campos que interrumpía de trecho en trecho el
extenso bosque, y habían llegado a su lindero.
—Cuántos bosques —dijo Mozart— hemos ya atravesado
hoy, ayer y anteayer. No me había dado cuenta y menos aún se
me hubiese ocurrido poner pie en ellos. Bajémonos aquí, mi
amor, y recojamos de aquellas lindas campanillas azules que
crecen allá en la sombra. ¡Que tus animales respiren un poco,
compadre!
Cuando se apeaban se descubrió un pequeño desastre que
le valió una reprimenda al maestro. Por descuido suyo, un
24 la Gaceta
frasquito de costoso perfume se había abierto y, sin que nadie
lo notara, había derramado su contenido sobre la ropa y los
cojines.
—Debí imaginarlo —se lamentó ella—, desde hace rato se
siente fuerte el aroma. ¡Qué dolor! Un frasquito lleno de
Rosée d’Aurore legítimo se ha vaciado por completo. Lo cuidaba como oro.
—Ah tontita —le respondió él para consolarla—, comprende que sólo así nos ha servido de algo tu delicioso perfume.
Antes estábamos como en un horno y de nada servía tu abanico; pero de pronto todo el coche pareció estar más fresco; tú lo
atribuiste a las pocas gotas que me puse en la pechera, nos reanimamos y seguimos conversando alegres, en vez de quedarnos cabizbajos como carneros en carreta de carnicero. Ese
bienestar nos acompañará ahora durante todo el camino. Pero
ahora ven y vamos a hundir estas dos narices vienesas en la
espesura verde.
Tomados del brazo cruzaron la cuneta del camino y enseguida entraron en la penumbra de los abetos, que muy pronto
se cerró en oscuridad, sólo traspasada de vez en cuando por un
deslumbrante rayo de sol que caía sobre el musgo aterciopelado del suelo. El fresco reconfortante, que repentinamente sucedió al calor ardiente de afuera, hubiera podido ser peligroso
para el hombre desprevenido sin el cuidado de su compañera,
quien a duras penas logró que aceptara el abrigo que ella le
ofrecía.
—¡Dios mio! —exclamó levantando la mirada hacia los altos
troncos—. ¡Qué magnificencia! Se está como en una iglesia.
Me parece que nunca he estado en un bosque, y sólo ahora
entiendo lo que significa decir: todo un pueblo de árboles, uno
al lado del otro. No los ha plantado la mano del hombre, todos
han crecido por sí mismos, y allí se están, por la sola alegría de
vivir y estar juntos. Ves, cuando era joven atravesé media Europa de acá para allá; vi los Alpes y el mar, lo más grande y
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a
bello de la creación; y ahora por casualidad, el tonto que soy
de la mano, cordilleras, valles y precipicios, y por el otro lado,
está en un vulgar bosque de abetos en la frontera de Bohemia,
donde no llega el sol, la sombra que proyectan las montañas.
y se maravilla y se encanta de que tal cosa exista y no sea una
Hace ya dos años que me propongo ir allá y nunca, ¡qué verfizione di poeti como las ninfas, los faunos y seres por el estilo,
güenza!, tengo tiempo.
ni tampoco un bosque de comedia, no, sino uno que ha brota—Bien —dijo ella—, la luna no se nos irá; ya recuperaremos
do de la tierra, alimentado por la humedad y la luz cálida del
algunas cosas.
sol. Aquí vive el ciervo con su prodigiosa cornamenta ramificaLuego de una pausa prosiguió él:
da, la graciosa ardilla, el urogallo, el arrendajo.
—¿Y no sucede lo mismo con todo? ¡Ah!, no debo pensar
Inclinándose arrancó una seta y celebró el suntuoso color
en todo lo que uno se pierde, pospone y abandona, por no
rojo vivo del sombrerillo, las tiernas laminillas blanquecinas
hablar de los deberes para con dios y los hombres; me refiero
del lado inferior; también se metió algunas piñas de abeto en
al simple goce, a las pequeñas alegrías inocentes que a diario
el bolsillo.
están a nuestro alcance.
—Cualquiera creería —dijo su mujer— que no has dado ni
Madame Mozart no pudo ni quiso de ningún modo desviar
veinte pasos por el Prater,1 donde por cierto hay también tales
el curso que iba tomando su sentimiento, fácilmente presa de
rarezas.
la emoción, y lamentó tener que darle la razón cuando él con—¿El Prater? ¡Caramba! ¿Cómo se te ocurre siquiera mentinuó con creciente calor:
cionar ese nombre aquí? ¿Quién puede ver algo ahí con tantas
—¿Pude jamás gozar de mis hijos por un buen rato? Siemcarrozas, uniformes de gala, trajes y abanicos, la música y todo
pre sólo a medias y en passant. Montar alguna vez a los muchael ruido del mundo? Y hasta los árboles, por mucho que se
chos sobre mis rodillas, galopar dos minutos con ellos por el
quieran hacer ver, ¡qué sé yo!: las bellotas y hayucos caídos al
cuarto, y ¡basta!, ya los suelto. No recuerdo una Semana Santa
suelo son ahí como primos hermanos de un sinnúmero de coro un Pentecostés en que pasáramos un día de campo, en un
chos usados. A dos horas a la redonda todo el bosquecillo huele
jardín o en un bosquecito, o en una pradera, nosotros solos,
a mesoneros y salsas.
bromeando con los niños y jugando con las flores para volver—¡Increíble! —exclamó ella—. ¡Así se expresa ahora el
nos niños otra vez. Mientras tanto, la vida se va volando como
hombre para quien no hay mayor placer que comer pollos
el viento. ¡Dios mio! Cuando uno se detiene a pensarlo, empieasados en el Prater!
za a sudar de miedo.
La pareja regresó al coche. Después de seguir un corto treCon esta autoacusación, se inició sin querer entre ambos
cho llano, el camino descendió poco a poco hacia una región
una conversación muy seria, íntima y cariñosa. No la referirerisueña que se extendía hasta perderse de vista en las colinas
mos en detalle, preferimos echar una mirada a las circunstanlejanas. El maestro, después de callar un rato, se lanzó de
cias que constituían en parte el tema expreso y directo de la
nuevo a hablar:
conversación, y en parte sólo formaban su fondo consciente.
—El mundo es verdaderamente hermoso, y a nadie se le
De una vez se nos impone la consideración dolorosa de que
puede reprochar querer quedarse el mayor tiempo posible.
este hombre ardiente, de una sensibilidad increíble a cualquier
Gracias a dios, me siento sano y vigoroso como nunca y disestímulo y a lo más elevado que le esté dado al alma anhelar, a
puesto a hacer mil cosas a las que les llegará su turno apenas
pesar de lo mucho que le tocara vivir, gozar y dar de sí en el
esté concluida y estrenada mi nueva obra. ¡Cuántas cosas no
corto espacio de su existencia, careció a todo lo largo de su vida
hay en el mundo y cuántas aquí mismo, cosas curiosas y bellas
de un sentimiento simple y estable de satisfacción propia.
que ni siquiera conozco, milagros de la naturaleza, de las cienQuien no quiera buscar las causas de ese fenómeno más allá
cias, de las artes y artesanías útiles!
de donde es probable que se encuentren,
Aquel carbonerito al lado de su carbonelas hallará en primer lugar en aquellas
Este hombre ardiente, de una
ra sabe de algunas cosas exactamente
flaquezas del hábito, al parecer insuperasensibilidad increíble a cualquier
tanto como yo, y anhelo tanto conocer,
bles, que con tanto placer y no sin razón
estímulo y a lo más elevado que le
y podría hacerlo, tantas otras cosas que
solemos relacionar casi necesariamente
esté dado al alma anhelar, a pesar de
no son precisamente las que me ocupan
con todo lo que admiramos en Mozart.
lo mucho que le tocara vivir, gozar y
todo el tiempo.
Las necesidades de este hombre eran
dar de sí en el corto espacio de su
—En días pasados —replicó ella—
múltiples, su inclinación sobre todo por
existencia, careció a todo lo largo de
encontré tu vieja agenda de bolsillo del
las diversiones en sociedad era inmensa.
su vida de un sentimiento simple y
85. Por detrás hiciste tres o cuatro anoPor su talento incomparable, era apreestable de satisfacción propia
taciones: la primera, “a mediados de
ciado y solicitado por las familias más
octubre se funden los leones grandes en la fundición imperial”;
nobles de la ciudad; raras veces o nunca rechazó invitaciones a
después, y subrayado dos veces, “visita al profesor Gattner”.
fiestas, reuniones y excursiones. Satisfacía, asimismo, su propio
¿Quién es?
gusto por la hospitalidad dentro del círculo de sus amistades
—¡Ah, ya sé!: el buen viejo del observatorio que de vez en
cercanas. No quería prescindir de la velada musical de los docuando me invita. Hace tiempo que quiero mirar contigo la
mingos en su casa, habitual hacía tiempo, ni tampoco del alluna y su hombrecito. Ahora tienen allá arriba un inmenso temuerzo informal con algunos amigos y conocidos, dos o tres
lescopio; dicen que en el enorme lente se ven, casi al alcance
veces por semana en su propia mesa. A veces, sin avisar, para
espanto de su mujer, traía huéspedes de la calle, gente de valor
1 Parque de excursiones de Viena, ya en la época de Mozart muy
muy desigual, aficionados, colegas artistas, cantantes y poetas.
Le agradaba tanto el gorrón holgazán, cuyo único mérito era
concurrido; hoy en día es un parque de atracciones con muchos bares
y restaurantes.
el constante buen humor, los chistes y las bromas un tanto
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la Gaceta 25
a
a
fuertes, como el conocedor ingenioso y el virtuoso excelente.
Pero la mayor parte de su esparcimiento solía buscarlo Mozart
fuera de su casa. Día tras día, después del almuerzo, podía vérsele jugar billar en el café, y muchas noches se le podía encontrar en el restaurante. Le gustaba sobremanera ir al campo en
compañía, en coche o a caballo. Bailarín consumado, asistía a
bailes de gala y de máscaras, y varias veces al año se divertía a
sus anchas en fiestas populares al aire libre, sobre todo en la
fiesta patronal de Santa Brígida, donde aparecía disfrazado de
Pierrot.
Estas diversiones, tan pronto disparatadas y turbulentas, tan
pronto acordes con un estado de ánimo más tranquilo, estaban
destinadas a dar el descanso necesario, después de enormes
esfuerzos, a su espíritu mucho tiempo tenso; no dejaban de
brindarle, además, por las delicadas y misteriosas vías por las
que el genio juega inconscientemente, las impresiones efímeras que a veces lo fertilizan. Por desgracia, en tales horas, como
siempre había que agotar hasta el fin el momento feliz, nada
entraba en consideración: ni razón, ni deber, ni la salud, ni el
hogar. Ni en el goce ni en la creación conocía Mozart medida
ni límite. Siempre dedicaba una parte de la noche a la composición. Muy de mañana, en la cama, la elaboraba durante largo
tiempo. A partir de las diez hacía la ronda de sus clases, unas
veces a pie, otras en un coche que le enviaban. Por lo regular,
esas lecciones le quitaban también algunas horas de la tarde.
“Por cierto, trabajamos duro —escribe él mismo a uno de sus
mecenas— y a veces es difícil no perder la paciencia. Por ser un
clavecinista y profesor de música bien acreditado, carga uno
con una docena de alumnos, y cada vez que acepta a otro sin
considerar si sirve o no, siempre que pague sus taleros contantes y sonantes. Cualquier húngaro bigotudo del cuerpo de ingenieros, a quien el diablo incita a estudiar bajo continuo y
contrapunto sin motivo alguno, es bienvenido; asimismo la
condesita petulante que me recibe como al maestro Coquerel,
su peluquero, roja de ira porque una vez no toco la puerta al
dar la hora.”
Y cuando, cansado por estos y otros trabajos profesionales,
veladas, ensayos y cosas semejantes, ansiaba refrescar su ánimo,
por lo general sólo encontraba alguna exaltación nueva que
diera un falso estímulo a sus nervios agotados. Su salud fue
minando en secreto; un estado de melancolía que se repetía de
tiempo en tiempo, si no se originaba, al menos se alimentaba
de esta situación, y asimismo, el presentimiento de una muerte
prematura, que terminó por acompañarlo, inexorable, en todo
instante. Estaba acostumbrado a padecer cuantos pesares
pueda haber, entre ellos el remordimiento, como amargo condimento de cada goce; pero sabemos que también estos dolores
sublimados y puros confluían en aquel profundo manantial
inagotable de melodías que, brotando de innumerables tubos
dorados, derramaba todo el martirio y toda la bienaventuranza
del alma humana.
Las malas consecuencias del modo de vivir de Mozart se
manifestaban a las claras sobre todo en su economía doméstica.
Es natural que se le reprochara dilapidar el dinero en forma insensata y ligera, y este reproche de seguro se extendía también
a cualquiera de sus mas hermosos rasgos de generosidad. Cuando alguno de sus amigos, en situación de apremio, se le acercaba para pedir un préstamo o una fianza, solía saber de antemano que Mozart no preguntaría por la prenda o la garantía. Tal
precaución le era, en efecto, tan ajena como a un niño. De
26 la Gaceta
a
preferencia regalaba sin vacilar y siempre con una magnanimidad sonriente, sobre todo cuando creía estar en la abundancia.
Los recursos que exigía esta forma de gastar, agregados a las
necesidades regulares de su hogar, no guardaban ninguna proporción con sus ingresos. Lo que cobraba en teatros y conciertos, de editores y alumnos, más la pensión imperial, en nada
era suficiente, sobre todo porque el gusto del público en ningún modo se había decidido entonces sin reservas por la música de Mozart. La belleza purísima, la abundancia y profundidad de su música solían causar extrañeza por oposición a la
música fácil, favorita de la época. Si bien, en su momento, los
vieneses no se cansaban de Belmonte y Constanza a causa de sus
elementos populares,2 unos años después, en cambio, y no sólo
por las intrigas del director, Fígaro fracasó lamentablemente e
inesperadamente ante Cosa rara,3 ópera amena, pero de menor
calidad; el mismo Fígaro que poco después fue recibido por los
habitantes cultos y sin prejuicios de Praga con tal entusiasmo
que el maestro, emocionado y agradecido, decidió escribir para
ellos su ópera siguiente. Sin embargo, a pesar de la hostilidad
de la época y de la influencia de sus enemigos, con un poco más
de tino y cuidado, Mozart hubiese podido obtener ganancias
muy considerables con su arte; pero aun las composiciones
suyas que hasta la gran masas aplaudía, le producían pérdidas.
En suma, el destino, el carácter y su propia culpa se aliaron
para no dejar prosperar a este hombre singular.
En vista de tales circunstancias, es fácil comprender la mala
situación en la que se hallaba un ama de casa conocedora de su
misión. Constanze, a pesar de ser joven y alegre ella también,
como hija de músico y con sangre de artista, ya se las había
visto con las privaciones en la casa paterna, y mostró toda la
buena voluntad del mundo para arrancar el mal de raíz, para
acabar con muchas insensateces y para subsanar las pérdidas al
por mayor con economías. Sólo respecto de esto último carecía
tal vez de la habilidad necesaria y de la experiencia previa. Llevaba la caja y el libro de cuentas; cada reclamo, cada aviso de
cobro y todo lo desagradable iba a ella exclusivamente.
Entonces, es cierto, el agua se le subía a veces al cuello,
sobre todo cuando a esa angustia, a la estrechez, al apuro y al
temor a la deshonra pública, se añadía la melancolía de su esposo, que se sumía en ese estado por días enteros, inerte e inconsolable, gimiendo y sollozando al lado de su mujer o mudo
en un rincón, rumiando obsesionado un único pensamiento
sombrío: morir.
Constanze, sin embargo, raras veces perdía el ánimo y su
mirada lúcida casi siempre encontraba algún recurso y solución, siquiera provisionales. Pero, en lo esencial, poco o nada
mejoró. Cuando un día lo convencía, en serio o con bromas,
con ruegos y zalamerías, de que tomará el té con ella y disfrutara del asado en la cena familiar sin salir después, ¿qué había
conseguido? Es probable que algunas veces, turbado y de
pronto conmovido por las lágrimas de su mujer, él prometiera
cuánto ella le pidiese y aún más. En vano. Sin percatarse siquiera de ello, volvía a las andanzas. Todo lleva a pensar que
Mozart no podía proceder de otra manera y que forzarlo a
2 Belmonte y Constanza o El rapto en el serallo, estrenada en Viena el
16 de julio de 1782.
3 Una cosa rara, ópera ligera de Vicente Martín y Soler, que con
su éxito estruendoso opacó el primer recibimiento entusiasta de Las
bodas de Figaro, la cual se estrenó en Viena el 1 de mayo de 1786.
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a
acatar otro orden distinto, el que a nuestro entender es conveniente y provechoso a la humanidad, habría aniquilado en su
esencia misma a ese ser maravilloso.
Constanze, empero, alentó siempre la esperanza de que las
circunstancias externas impondrían un cambio del todo favorable mejorando radicalmente la situación económica, cosa que
no podía tardar en vista de la fama creciente de su esposo.
Pensaba ella que si desaparecía la constante presión económica
que, en mayor o menor medida, también a él lo afectaba, que
si podía vivir por entero para su vocación verdadera en vez de
sacrificar la mitad de su tiempo y de su fuerza en ganarse el pan
de cada día, que si su alma y su cuerpo podían aprovechar
mejor los goces ya no robados sino disfrutados con la conciencia más tranquila, entonces su condición se haría más ligera,
natural y tranquila. Hasta llegó a pensar que sería posible cambiar de residencia y que él podría olvidar su preferencia incondicional por Viena, lugar que, según ella, no le convenía del
todo. Pero el paso decisivo para la realización de sus deseos e
ideas lo esperaba Madame Mozart del éxito de la nueva ópera
que motivó este viaje.
La composición estaba ya bien avanzada. Algunos amigos
íntimos y entendidos, testigos del desarrollo de esta obra extraordinaria, capaces de juzgar su naturaleza y su efecto, la
celebraban con tal entusiasmo dondequiera, que aun muchos
adversarios de Mozart se resignaban a que este Don Giovanni,
antes de que transcurriese medio año, iba a sacudir, poner de
cabeza, en fin, tomar por asalto todo el mundo musical de un
extremo a otro de Alemania. Más prudentes, menos incondicionales, eran las voces benévolas de otros que, juzgando por
el estado actual de la música, no esperaban un éxito rotundo y
rápido. El maestro, por su parte, compartía en su fuero interno
estas dudas demasiado bien fundadas.
En cuanto a Constanze, se mantuvo en su buena confianza,
como lo hacen siempre las mujeres que, una vez que están bien
convencidas de lo que sienten y embargadas por el fervor de un
deseo justificado, no se dejan turbar, como suele suceder con
los hombres, por consideraciones de diversa procedencia.
Ahora, en el coche, tuvo de nuevo la oportunidad de defender
su creencia. Lo hizo a su manera alegre y graciosa, con redoblado empeño, pues el buen humor de Mozart había decaído
notablemente en el curso de la conversación anterior, que no
podía llevar a nada y por eso había terminado de manera poco
satisfactoria. Le explicó a su esposo, con la misma serenidad y
muchos detalles, cómo, de regreso al hogar, pensaba disponer
de los cien ducados convenidos con el empresario de Praga por
la partitura, para cubrir los gastos más urgentes, y también
cómo, de acuerdo con estos fondos, esperaba tener lo suficiente para el invierno venidero y la primavera próxima. […]
Mientras tanto, hacía tiempo habían descendido al valle, y
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se acercaban a una aldea que ya habían divisado desde arriba y
detrás de la cual aparecía, sobre una amena planicie, un castillete de aspecto moderno, residencia de un tal conde de Schintzberg. Se proponían dar de comer a los animales, descansar, y
almorzar en el lugar. La posada donde pararon estaba aislada al
extremo de la aldea, junto a la carretera, desde la cual una alameda de unos seiscientos pasos conducía hacia un lado hasta el
jardín del castillo.
Cuando se apearon, Mozart dejó como de costumbre que su
mujer encargara la comida. Entretanto, pidió para sí un vaso de
vino en la sala de abajo, mientras ella sólo pedía un trago de
agua fresca y un rincón tranquilo donde dormir un rato. La
condujeron escaleras arriba mientras el esposo la seguía alegre,
silbando y cantando para sí. En un cuarto encalado con pulcritud y que ventilaron rápidamente, había, entre otros muebles
anticuados y de noble origen, traídos sin duda alguna vez desde
las habitaciones ducales, una cama limpia y liviana cuyo dosel
decorado descansaba sobre delgadas columnas laqueadas de
verde y cuyas cortinas de seda habían sido cambiadas hace
tiempo; ella corrió el pestillo detrás de él, que salió a buscar
entretenimiento en la sala común. Pero allí no había alma viviente fuera del fondero, y como no le agradó ni su conversación ni su vino, sintió ganas de dar un paseo hacia el jardín del
castillo mientras se preparaba el almuerzo. Le dijeron que el
acceso estaba permitido a extranjeros decentes y que además la
familia había salido ese día.
Se marchó y pronto recorrió el breve camino hasta la puerta abierta de la reja, atravesó luego una alameda de tilos altos y
viejos, en cuyo extremo a mano izquierda se le ofreció de pronto, a poca distancia, el frente del castillo. Era de construcción
italiana, pintado de claro con una doble escalinata muy saliente; el tejado de pizarra estaba adornado, a la manera usual, con
algunas estatuas de diosas y de dioses y con una barandilla.
Entre dos grandes jardineras todavía en plena floración,
nuestro maestro se dirigió hacia la parte umbrosa del parque,
pasó por unos bellos grupos de pinos oscuros, y caminó por
senderos sinuosos que lo iban acercando a la parte más alta,
hacia el vivo murmullo de un surtidor al cual pronto llegó.
La alberca ovalada y bastante ancha estaba en el centro de
una orangerie redonda cuyos naranjos, muy cuidados, estaban
sembrados en macetas altas, entremezclados con laureles y
oleandros; le daba vuelta un camino suave de arena que llegaba
a un angosto cenador de rejilla. El pabellón brindaba el más
placentero rincón de reposo; había una mesita delante de un
banco, y Mozart se sentó en la entrada.
El oído entregado plácidamente al chapoteo del agua, la
mirada fija en un naranjo mediano que estaba fuera de hilera,
solo en el suelo justo al lado de él y cargado de las más hermosas frutas, nuestro amigo se sintió de pronto transportado ante
esa visión meridional a un encantador recuerdo de su infancia.
Sonriendo pensativo alargó la mano hacia la fruta más cercana
como para palpar su maravillosa redondez, su jugosa frescura,
en la palma de la mano. Pero íntimamente vinculada a la escena de su juventud que volvía a presentarse ante él, asoma una
reminiscencia musical hace tiempo borrada, tras cuya huella
imprecisa deja vagar un rato su ensoñación. Ahora los ojos le
brillaban, paseaba la mirada de un lado a otro; le ha venido una
idea a la que de inmediato persigue con ardor. G
a
Traducción de Ana María Gathmann
la Gaceta 27
a
La incesante búsqueda de Mozart
a
Paul Henry Lang
De la colección de ensayos Reflexiones sobre la música,
publicada por Debate en su variopinta colección
Pensamiento, tomamos este texto de quien fuera
profesor en la Universidad de Columbia, editor
de Musical Quarterly y uno de los fundadores de
la American Musicological Society. Agradecemos
a los editores el permiso para compartir con nuestros
lectores este penetrante estudio de lo mozartiano
Puede decirse que hay compositores que se desarrollan saliéndose constantemente de su marco y siguiendo nuevas direcciones. Porque continuamente se desarraigan, crecen erráticamente y pueden quizá fracasar en el intento de conseguir su
auténtica envergadura. Otros recorren sus dominios con sus
primeros pasos y cada círculo les lleva a territorio conocido
aunque cada círculo les otorgue nuevos descubrimientos y
conquistas.
Mozart fue de estos últimos; siempre fiel a sí mismo. Incluso en sus primeras obras la mayoría de los “temas” de su música ya están presentes y es fascinante observar cómo estos
“temas” reaparecen en obras sucesivas, siempre enriquecidos y
profundizados. Un compositor de este tipo no busca constantemente lo nuevo intentando “avanzar”: mantiene su posición
con mayor firmeza, se hace más fuerte; cada obra nueva significa un poco más que la anterior precisamente porque se contenta con seguir su crecimiento natural. Cambiar, entrar en
territorios nuevos es siempre una aventura; para el artista creativo el único progreso seguro es avanzar en las profundidades
de su propia alma. Y ése es el camino más emocionante y más
difícil.
El lenguaje musical nace antes que las ideas que debe expresar. También Mozart comenzó su profesión como usuario
competente del lenguaje musical y muy pronto lo manejó con
la habilidad de un virtuoso. Podemos recordar que también los
primeros poemas de Goethe dan la impresión de ser ejercicios
de estilo y que, como él, Mozart adquirió la disciplina muy
pronto en una rigurosa escuela. Esa disciplina pronto le enseñó
la vaciedad del virtuosismo externo y anheló un virtuosismo de
distinta clase, mayor y más difícil que el mero manejo del idioma. Su voz juvenil es tierna y discreta pero tiene un carácter
definido; los clichés bien conocidos del idioma adquieren un
encanto individual y los giros tres veces familiares se hacen,
incomprensiblemente, más personales. En manos de cualquiera de sus cualificados artesanos contemporáneos esas melodías
o motivos son un lugar común; cuando los usa Mozart se hacen
sabiduría humana. De Homero en adelante, las más importantes expresiones de poetas y músicos siempre han sido esos lugares comunes convertidos en algo propio. Redescubrir los lugares
comunes y atreverse a usarlos a la manera de uno mismo requiere más coraje y juicio que buscar la novedad a cualquier precio.
Con todo, este tono personal no supone nada extraordinario o extravagante; por el contrario, pocos grandes composito28 la Gaceta
res ha habido cuya música estuviera tan íntima y tan orgánicamente vinculada a la de sus predecesores como la de Mozart.
En realidad, podríamos llamarle conservador pero conservador
fresco y sin estropear. Es una juventud intocada, con los ojos
iluminados por los primeros ideales. Su idealismo puede seguir
siendo conservador porque es íntimo y, sin embargo, nada expuesto a la realidad; no hay ninguna cosa con la que pueda
entrar en conflicto. El arte revolucionario nace cuando el ideal
está en conflicto con la experiencia. Pero la música del joven
Mozart no se preocupa de la realidad externa; en él no hubo
rebelión; como mucho, suspira, aunque su suspiro tarda en
concretarse en su música. Incluso en París, en el bullicio fascinante de la metrópoli, se queda a un lado como un niño maravillado cuyos sueños caminan por regiones más elevadas y más
puras. Esta música se origina antes de que la humanidad haya
caído en pecado; es poesía angélica musical, puede que como
la poesía de Shelley. Pero si Shelley es un ángel con espada,
Mozart es un ángel con arpa, aunque sus alas sean igual de
poderosas.
Los elementos de la grandeza de Mozart están más allá del
análisis y la discusión. Puede debatirse sobre otros grandes
músicos pero la música de Mozart no ofrece ninguna abertura:
es pura, sin fractura, acabada hasta el mismísimo final. En la
historia entera de la música no hay otro fenómeno armonioso
semejante. La famosa mot de Baudelaire, “poeta sin trampa ni
cartón”, le sienta bien porque, sin duda, fue sincero y directo,
fiel a su vocación, que era la de crear belleza a partir de la materia que hay, de la pequeña y triste materia de nuestra propia
vida. ¡Cuántas cosas decidieron su vida! Pero el compositor
las transforma en noble belleza que se yergue por encima de las
circunstancias y que permanece, como los palacios de coral,
incluso después de desaparecidos los seres vivos que reunieron
y edificaron los materiales. Y lo hace con la misma conciencia
que el instinto para los animales coralinos. Es el instinto auténtico y antiguo del artista creativo. Habitaba en él, creando el
mundo individual de una belleza peculiar, a la vez feliz y trágica, a partir de la vida y siendo, sin embargo, más que la vida;
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a
porque la poesía de Mozart es siempre del más alto lirismo,
veras terminan en frases personales, el ritmo tiene un aire disemejante a la belleza de la Grecia clásica incluso cuando canta
ferente y en medio de la escritura más complicada aparecen los
a los barberos frívolos y a los aventureros bravucones.
procedimientos homofónicos más sencillos, iluminando la texA esta poesía noble y sin trampa, esta pura grandeza creadotura con una inmediatez que puede parecer un apartamiento
ra que permaneció intocada por los desórdenes de la vida, la
repentino.
posteridad la ha considerado un milagro porque la posteridad
En las primeras obras de Mozart, algunas de las cuales eran
no ha entendido la personalidad del compositor. Es triste conprácticamente paráfrasis de composiciones de sus mayores, no
templar que su música fuera creada por un compositor que no
hay plan ni principio; el arte que se alimenta de sí mismo va de
era del todo de esta vida, que siempre fue un invitado, uno de
flor en flor. Lo importante para el joven era disfrutar su propia
nosotros pero no del todo. No se trata de que este santo de la
y naciente capacidad de manejar el idioma. El nuevo periodo
canción no percibiera el mundo con calor: como todos nosoempezó cuando se convenció de que no servían todas las flores,
tros, él estuvo ligado a esta vida terrena con un millar de lazos
cuando descubrió que hay flores eternas. El placer inocente de
de deseo y de amor. Pero el deseo abanjugar con modelos dio paso al deseo de
donó la lucha y el amor se convirtió en
sentar principios serios, los principios de
Los elementos de la grandeza de
el de un vagabundo que se sienta conla fidelidad a la forma y al estado de
Mozart están más allá del análisis y
tento a nuestra mesa pero que sabe que
ánimo. Contemplando esas obras postela discusión. Puede debatirse sobre
no puede quedarse mucho tiempo.
riores se es consciente no sólo de lo que
otros grandes músicos pero la
Puede que las cosas terrenales le reMozart conserva de su herencia sino de
música de Mozart no ofrece ninguna
sultaran más interesantes y tristes porlo que ya no utiliza. Es disciplinado,
abertura: es pura, sin fractura,
que sabía que debía dejarlas, o puede
nunca acepta lo que se ofrece abiertaacabada hasta el mismísimo final
que no le parecieran ni tan serias ni tan
mente, y prefiere el matiz a la solución
tristes como le parecían a otros. Para él era más sencillo confácil. Sus mayores triunfos los alcanza no en las obras que desvertirlas en belleza. La suya no fue una vida combativa sino
cansan en una idea pregnante o en un único impulso sino en
contemplativa. Qué fantástica debe parecerle la vida a quien la
aquellas en las que los secretos yacen en los detalles y en las
mira, por así decir, desde el exterior, como quien mira un país
maneras que escapan al incauto. Así avanza hasta el manantial
extraño y exótico, vivir en el cual significa miserias y penas,
del arte auténtico, sin frustrarse nunca ante las dificultades, sin
mientras que viajar por él provoca placer y nostalgia. Es ese
llegar a componendas con el gusto imperante, y sin dejarse
apartamiento el que arroja sobre su música, sobre su perfecperturbar nunca por la indiferencia que recibía. Se parece al
ción, sobre su composición segura y sin mácula, sobre su virmago del cuento que, sintiendo que se le acerca la hora de la
tuosismo técnico y sobre su control infalible. Hay una cierta
muerte, vacía el saco de sus trucos. Un joven mago y, sin emobstinada decisión de perfección en la elaboración de cada
bargo, anciano y sabio como todos aquellos a los que acecha la
línea y de cada detalle que para el no iniciado aparenta ser
muerte.
alegría y ante la que incluso el iniciado puede sentir a veces que
Por supuesto es la crítica romántica la que ve al artista creala música está escrita más por el gozoso juego alegre de la imativo a través de su destino, pero sería difícil entender a Mozart
ginación que por la progresión lógica y necesaria desde el inisin ese romanticismo. La muerte joven impregnó su vida, sus
cio. Algo hay de cierto en eso pero si la música tuvo alguna vez
ideas, sus acentos y coloreó su música. Fue un hombre joven el
un orfebre celliniano, ése fue Mozart.
que escribió a su padre: “Como la muerte, cuando lo ponderaAsí fue, rebosando canción y fuerza y atravesando el mundo
mos en detalle, es el auténtico objetivo de nuestra existencia,
indiferente hacia su segura muerte. Pero a su paso nos abrió un
he formado durante los años pasados unas relaciones tan estremundo completamente nuevo. Su avance no fue lucha sino
chas con la mejor y más verdadera amiga de la humanidad, que
pena y quizá fuera pena porque no fue lucha. Puede vencerse
su imagen no sólo ya no me aterroriza sino que ¡verdaderacualquier fuerza menos una: la resignación. En el fondo de esta
mente me aplaca y me consuela!” Se le arrancó de nuestro
música brillante y alegre arde el calor de un gran sufrimiento,
mundo profano, se le salvó de futuras batallas y errores, se le
de un amor predestinado y de un deseo de vida que es más
hizo sabio, incluso se le transfiguró, poeta de la resignación
cálido que la vida misma. Hay muchas personas que sobreviven
heroica. Mozart no rogó por su vida, estaba familiarizado con
a su amor por la vida; sólo los artistas creativos viven menos
la muerte.
que él. Así reciben una maravillosa incandescencia interior las
El arte detiene el tiempo. Prolonga la vida tras la muerte e
melodías delicadamente trazadas por el orfebre, sus armonías
ilumina la oscuridad. Para Mozart el arte era el aspecto de su
bellamente cinceladas, y esa incandescencia lo funde todo en
vida al que no podía ser infiel, la fuerza, la esperanza y la riqueun gran arte. De ese modo se convierte el orfebre en un gran
za de la vida amenazada. Sufrió por no ser entendido por su
artista más allá de la acusación de alegría. Aquí se interrumpe
arte; la perfección que perseguía interesó a pocos, puede que
la discusión a menos que queramos cuestionar el mismísimo
sólo a su devoto y sabio anciano amigo: Haydn. El éxito pasó
principio de la poesía que crea belleza.
de largo; otros menos completos y menos perfectos llamaron
la atención. Eso le hirió; pero todo era cuestión de tiempo, el
El alma tiene la capacidad de aprender de otra sólo lo que le es
auténtico contenido de su vida estaba más allá del tiempo.
propio, lo que hay de ella misma en otra personalidad, algo que
Haber rebajado hacia un término medio su arte habría significomo un imán atrae a su propia clase de metal y deja intactos
cado la pérdida de su única esperanza, la salud y la seguridad
el papel y la madera. Hasta las antiguas formas, ardides y giros
secretas de un hombre enfermo.
del contrapunto contenían elementos que, de repente, se conHablamos del poeta sin trampa y, sin embargo, su grandeza
virtieron en mozartianas; pero no se sabe cómo, las líneas seno reside ahí. La grandeza creativa no es algo tan negativo
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a
como el no tener ni trampa ni cartón. Lo que hace grande al
arte no es la ausencia de defectos, no es lo que falta, sino lo que
posee.
¡Qué cosa tan extraña e insondable la música! ¿Qué es lo que
le proporciona su esencia y su valor? Desde luego no el contenido. Bien sabemos que las grandes ideas no bastan para una
gran sinfonía; no pocas obras que contienen magníficas invenciones terminan por ser eruditas y descarnadas. ¿Podría tratarse del sentimiento? No parece, porque algunas de las piezas
más cálidas y más profundamente sentidas son composiciones
bien pobres. ¿Acaso la forma? Algunas de las estructuras formales más conseguidas nos sorprenden como un juego vacío
con distintos modelos. ¿O será la suma de todo ello? Pero la
experiencia demuestra que puede faltar una de ellas y seguir
siendo grande esa composición. Entonces ¿qué? Es evidente
que no somos más capaces de proporcionar una respuesta que
los muchos pensadores desde tiempos inmemoriales que también se sintieron desconcertados por este enigma. Sólo la palabra magia, tan estereotipada y sobreutilizada, sería apropiada y
nosotros la usamos como el matemático utiliza la x, la incógnita, a la que no se puede nombrar pero que, por lo menos,
puede indicarse con un símbolo.
Cuanto más se acerca Mozart a su precoz tumba, tanto más
a
se ve absorto en esa magia, incluso aunque el mundo se vaya
interesando proporcionalmente menos en él. Su música ya no
es contemporánea. Con una coherencia casi obstinada va reduciendo todo lo “moderno” y por todas partes no ofrece más
que lo que, a falta de mejor término, llamamos clasicismo
puro: el concierto para clarinete, el divertimento para trío de
cuerdas, Così fan tutte. Qué increíblemente feliz la música de
este mago listo para afrontar la muerte, ofreciendo la magia de
una vida plena. Ahora todo está concentrado y encajado. La
intoxicación de la juventud no se ha quebrado aún cuando las
primeras ideas de la edad anciana, mucho antes de la ancianidad, añaden nuevos temas a los primeros. El compositor empieza a contemplar su vida, a comprender su destino y su final.
Mira la cornucopia de su música, con modestia pero con orgullo. También piensa en la muerte. Se dedica a la música, a la
secreta alquimia mediante la cual puede crear por sí mismo
alegría a partir de la desgracia. Se aferra a la música como a un
cordón umbilical y en esos últimos años produce obra tras
obra, sin pausa.
Puede que cada arte deba marcharse de este modo, como el
sol que arroja sus rayos más fuertemente coloreados cuando se
pone. G
Traducción de Francisco Páez de la Cadena
La belleza mozartiana
Jean-Victor Hocquard
¿Existe la belleza característicamente mozartiana?
Al cabo de su “biografía musical”, Hocquard
intenta capturar la esencia estética del compositor,
para la que es imprescindible un tipo especial
de interacción entre la música y quien la escucha
Ahora podemos preguntar: ¿qué significa el adjetivo mozartiano, cuando sirve para calificar lo que caracteriza la música del
maestro?
1] Primero está la justa adecuación del lenguaje, calidad que
se debe a la vez a un agudo tacto psicológico y a un perfecto
dominio de la técnica musical. Cuando Mozart se propone
decir algo, sabe lo que tiene que decir, y sabe cómo decirlo.
Desde su primera infancia hasta su muerte no cesó de
aprender. Siempre en busca de perfeccionamiento técnico, estudió todas las formas a las que podía tener acceso en su época.
En abril de 1783, escribe a su padre pidiéndole las partituras
del viejo maestro de Salzburgo: “Nos gusta acercarnos a toda
clase de maestros, modernos y antiguos.”
Tengamos cuidado al emplear la palabra influencia. Mozart
sufrió la influencia de Schobert, Michael y Joseph Haydn, de
Johann Sebastian Bach y sus hijos. Pero no se trataba de imitarlos: no captaba procedimientos, asimilaba formas estructurales para su propio provecho. Saber un idioma es pensar directamente en ese idioma. Se dirá que esto es verdad para
30 la Gaceta
todos los grandes músicos; sí, pero lo que resulta asombroso en
el caso de Mozart es la variedad de lenguajes que se convirtieron, para él, en lenguas maternas.
Una vez realizado este aprendizaje de los diferentes lenguajes, Mozart no dudó en romperlos para ir hacia delante. El
ejemplo más chocante en este aspecto es el del cuarteto para
cuerdas. Sin embargo, no desecha ninguno de los lenguajes
que adopta. En 1791, en el apogeo de su arte, se le ve utilizar
todos los estilos, sin incluir siquiera la forma galante en las
Variaciones k.613. Mozart no renegó jamás de su obra pasada:
en junio de 1791 no siente ningún escrúpulo en dar al maestro
de capilla de Baden, junto con el Ave verum que acaba de componer, las partituras de las misas de 1777.
Soltura, seguridad. Lítote también, y economía de medios.
La mesura en todo: ni demasiado, ni demasiado poco, el Mittelding escribe, es decir el justo término medio. Sobriedad, rigor,
intensidad gracias a la transparencia. Ese equilibrio está ligado
a la gran variedad de lenguajes que tiene a su disposición: no
duda, en un mismo fragmento, en pasar súbitamente de uno a
otro, usando generalmente unas transiciones que son obras
maestras de concentración.
Mozart no ha sido el maestro de un lenguaje o de varios
lenguajes. Ha sido el maestro de sus lenguajes: en eso consiste
la verdadera maestría.
Concluyamos: en la utilización de la música como vehículo
expresivo Mozart realiza una incomparable adecuación y elige
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a
15 de enero de 1786: “Wolfgang compuso un nuevo Concierto en mi bemol, del
cual (curiosamente) tuvo que volver a
tocarse el andante.” Se trata del arrollador andante en do menor del k.482.
Entonces, cuando decimos que esta
música, en lo que tiene de esencialmente
mozartiano, es una música solitaria, apartamos de esta palabra todo lo que puede
significar rechazo de la sociedad o negación a la comunicación. La palabra de
Arthur Schuring es muy profunda: “Mozart ha sido uno de los hombres más solitarios de los que han pasado por este
mundo: su música era toda para él.” Y
esta soledad, lejos de cerrarnos el acceso
a su música, lo abre, al contrario, inmensamente. Pues la belleza mozartiana no
los medios con perfecta mesura. Mesura que no es sequedad,
nos alcanza más que en la medida en que nuestro poder de
discreción que no es insignificancia, variedad que no es disperabsorción coincide con el del maestro, poder que por decirlo
sión, soltura que no es dejadez, técnica que no es nunca formade alguna manera introdujo en sus composiciones y que reside
lismo. Ante todo, inteligibilidad.
ahora en el corazón de sus obras.
Esto en cuanto se refiere a los lenguajes entendidos como
Aquí encontramos un profundo rasgo del carácter de Momedios de comunicación. En el término mozartiano está todo
zart: el increíble poder de concentración en el trabajo. “Soy
esto que podría, si se quiere, ser calificado de clasicismo. Pero esto
feliz —escribe—, porque tengo algo que componer, lo cual
no es más que la resultante de algo más importante, que aflora
constituye mi única alegría.” A su padre, que le dice que dé
cuando Mozart ya no se preocupa por expresar lo que constilecciones para ganarse la vida, le responde desde París (31 de
tuye el orden de los conceptos o de los sentimientos.
julio de 1778): “¡No penséis que es por pereza, no!, pero esto
se opone demasiado a mi espíritu. Sabéis que estoy inmerso en
2] Se diría que entonces el músico, en vez de dirigirse a alla música (dass ich sozusagen in der Musik stecke), que me ocupo
guien, se repliega sobre sí mismo, en total “soledad”.
de ella todo el día, que estudio, que reflexiono…” Sobre todo,
Uno tiende a ver en este aislamiento el efecto de la crecienno veamos en ella un refugio, una evasión. La prueba es que,
te incomprensión con la que topa. A partir de 1782, su inspiradesde su infancia, manifiesta un increíble poder de concentración se desdobla en obras para el gran público y en piezas
ción. Schachtner, hablando del niño de seis años, escribe: “No
destinadas a la intimidad. En este aislamiento no se debe ver
le importaba lo que se le diera para aprender, se concentraba de
un retraimiento de tipo romántico, hecho de amor propio hetal forma que olvidaba todo lo demás, incluso la música. Por
rido y de desprecio. Si Mozart tuvo tales sentimientos hasta el
ejemplo, cuando aprendió cálculo, mesas, sillas, paredes y suelo
punto de sufrir, al final de su vida, manía persecutoria, fue sólo
estaban cubiertos de signos escritos con tiza… Desde que emfrente a sus compañeros mediocres, cepezó a entregarse a la música, todos sus
losos e intrigantes; pero nunca frente a
sentidos permanecieron como muertos
La belleza mozartiana no nos
sus oyentes. Al contrario, tenía una imfrente a las demás ocupaciones.” Su heralcanza más que en la medida en
periosa necesidad de sentir la aprobación
mana Maria Anna lo confirma: “Nunca
que nuestro poder de absorción
del público. Pero la aprobación que dehabía que obligarle a tocar o a compocoincide con el del maestro, poder
seaba no era opuesta a su inspiración de
ner: al contrario, a menudo había que
que por decirlo de alguna manera
solitario: lo que quería era que sus oyendistraerle. Si no, habría permanecido
introdujo en sus composiciones y
tes participaran de su soledad.
noche y día al piano o componiendo.”
que reside ahora en el corazón de
Recordemos la carta del primero de
O sea que, contrariamente a la leyensus obras
mayo de 1778, en la que cuenta la decepda, era un trabajador infatigable. La
ción que le produjo la duquesa de Borbón. Recordemos tamcontinuidad de su concentración era tal que, según el testimobién que, en todas sus óperas, los momentos culminantes son
nio de Niemetschek, pasaba días y noches componiendo e
aquellos en los que la acción escénica se abre sobre regiones de
improvisando sin interrupción, hasta que, desmayado, había
inmóvil y profunda seriedad, las cuales, lejos de pedir el aplauque transportarlo a su cama.
so, sumergen al oyente en una especie de estupefacción recoEn esto Mozart es igual a los genios científicos, enteramente
gida, a la cual él mismo llama der stille Beifall, refiriéndose a La
absortos en su búsqueda. “Poeta científico”, así lo ha definido
flauta mágica.
Daniel Lazarus, que ve en él a “un inventor musical, quizás el
También tuvo la audacia de introducir movimientos lentos
único que haya tenido la música, un hombre de ciencia. Sentihasta en los géneros mundanos más superficiales. Fue así como
mos que este hombre, que no dejo nunca de investigar en una
el público vienés se sensibilizó a sus conciertos que, por muy
misma dirección, es el hermano, por su común genialidad, de
superficiales que fuesen, no dejaban de emocionar al auditorio.
Pascal, de Newton, de Jean Perrin, de Einstein.” Y Daniel LaDespués de asistir a un concierto de su hijo, Leopold escribe el
zarus admira esa “trascendental sencillez que alcanza sus fines
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a
gracias a una irreprochable obligación interior, esa lealtad consigo mismo, esa fidelidad a los medios empleados, que recomienza siempre de la misma manera, sin ser nunca lo mismo,
ese soberano discernimiento que carga de humanidad —justo lo
que hace falta— a los interpretes mecánicos del pensamiento”.
Esta comparación con el trabajo científico es significativa.
Como la ciencia, esta música no busca evasión. Y por evasión
entendemos no sólo la proyección de mundos imaginarios sino
también de la creación de ethos pasionales, destinados a ser
comunicados por contagio con los oyentes. No existen ni siquiera en las óperas, “mundos mozartianos”. En él la música
vuelve a encontrar su función esencial: las vibraciones se rigen
científicamente a partir de la idea. El ethos no es excluido pero
no parece más que como un eco periférico. No se le busca por
él mismo, mediante efectos contrastantes u oratorios, brutales
o insinuantes. La integridad excluye toda complicidad. “Las
pasiones, sean o no violentas, no deben nunca ser expresadas
hasta la saciedad, y la misma música, incluso en las situaciones
más horribles, no debe afectar nunca al oído, sino encantarlo
y, por consiguiente, debe ser siempre música” (26 de septiembre de 1781).
Así cuando el ethos se presenta en Mozart, obtiene toda su
intensidad de la pertinencia musical, es decir del hecho de que
la vibración profunda está conducida con total perfección rítmica. Uno puede equivocarse y no sentir más que la densidad
expresiva. Pero de hecho todo el encanto proviene de esta pertinencia, que es propiamente mozartiana.
a
y composiciones sabias. Cuando se va de la madurez del maestro hacia su juventud, a su infancia, se observa que lo esencial
está siempre presente. El profesionalismo, sin duda, se desarrolló continua y prodigiosamente. Pero lo verdaderamente
prodigioso es que los progresos técnicos no sirvieran más que
para una cosa: para intensificar, desnudándola, la simple poesía
musical.
Escucho a Mozart. ¿Es una fusión?, ¿una comunión? ¿Con
quién?, ¿con qué? Estas palabras carecen de sentido. ¿Es una
invitación a olvidar? ¿a salir de sí mismo? Tampoco: ninguna
música exige tanta lucidez, tanta presencia. Hay que escucharla con los ojos abiertos. Sin nada de pasividad.
Entonces, ¿tengo que hacer un esfuerzo? Tampoco. Esta
música es tan fácil, tan familiar. Es tan evidente que al escucharla me parece que soy yo mismo quien despliega y repliega
las ondas vibratorias de esta impalpable red sonora.
E incluso no dudaría en decir que soy yo quien, escuchándola, la compone… ¿Es vanidad el hablar de esta manera? Me
remitiré al mismo Mozart hablando del violinista Fränzl, a
quien escuchó en Mannheim: “Toca cosas difíciles, pero sin
que uno sospeche que lo son. Uno piensa que podría hacer lo
mismo en seguida, y ahí está lo verdadero…” (22 de noviembre
de 1777).
En supremo homenaje de gratitud, podríamos decir: lo que
en la música del maestro es propiamente mozartiano, es que
Mozart mismo desaparece… G
Traducción de Graziella Bodmer
3] También hay momentos privilegiados, sin ningún ethos, en
los que se borra incluso la idea de comunicación a través del
lenguaje. He aquí el canto por el canto.
Esto aparece un poco en todas partes en pasajes cortos, a
veces furtivos, generalmente únicos, no reanudados, no desarrollados.
Recordemos las últimas notas del adagio del Concierto k.242
y del andante del 488, el desarrollo del allegro inicial de la
Sinfonía k.201 y la irrupción de la melodía en fa en el finale del
Concierto k.503. Subrayemos también la belleza de la mayoría
de las transiciones que son al mismo tiempo prodigios técnicos. En este sentido el ejemplo más asombroso es el centro del
adagio del Quinteto k.593. No olvidemos tampoco lo que se
llama “ritornelli” (Minuetto k.355 y Lied masónico k.623a).
Pero Mozart es capaz de prolongar durante un buen rato
esta coagulación de la pura belleza musical. Por ejemplo, en el
larghetto del Quinteto con clarinete k.581, el estado poético,
gracias a las pulsaciones rítmicas que alimentan constantemente su carga, instaura un presente que escapa a la duración.
Entonces todo ethos está disuelto.
Se puede hacer la misma observación para los conjuntos
vocales (Quoniam y Benedictus de la Gran Misa, trío de las Máscaras y sexteto del Don Giovanni, Brindis del Così).
Otro ejemplo, el arte de la coloratura, llevado por Mozart a
un grado de inusitada pureza y que sirve, en la mayoría de las
arias, para expresar el relajamiento personal: así la alegría que
le es inherente no pertenece a ningún ethos. Recordemos los
melismas (de fraseado tan sutil) del aria de doña Anna. Y recordemos sobre todo la maravilla de las maravillas: la cadencia del
Et Incarnatus de la Gran Misa.
En cuanto se es sensible a esto ya no se hará ninguna discriminación entre obras grandes y pequeñas, entre piezas galantes
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