Hitler escribe a Franco. Serrano visto por Hitler. ¿Un hombre de la

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Hitler escribe a Franco. Serrano visto por Hitler. ¿Un hombre de la
Iglesia? «Conversaciones de sobremesa». Serrano y los jesuitas.
«Monólogos en el Cuartel General del Führer». ¿Sepulturero de la
nueva España? Serrano y la restauración monárquica. San Ignacio de
Loyola y Maquiavelo. Ruptura entre Hitler y Franco.
Saña. El 6 de febrero de 1941, Hitler, cansado de las evasivas y dilaciones de
Madrid, escribe una carta brutal a Franco, de la que sólo cito dos pasajes: «Si su lucha
contra los elementos de la destrucción tuvo éxito, Caudillo, ello fue sólo gracias a la
prudencia que las democracias se vieron obligadas a mostrar a causa de la actitud de
Alemania e Italia». Y también: «Hay algo sobre lo que debe existir claridad, Caudillo,
nosotros sostenemos una lucha a muerte y no podemos por tanto hacer ningún regalo».
¿Cómo reaccionó en privado Franco ante esa carta?
Serrano. Franco reaccionó muy disgustado. Sobre todo, parque una vez más el
otro machacaba que no le daba Marruecos. Así como en otras ocasiones me había dicho
que se notaba la grandeza y la superioridad de Hitler sobre sus colaboradores, en esta
ocasión me dijo: «Sí, no cabe duda, Mussolini es otra cosa».
Por otra parte, Hitler tenía toda la razón desde su punto de vista; es evidente.
Ahora, también es natural que a Franco la carta le produjera el disgusto que le produjo,
primero, porque Hitler le negaba la presa, y segundo, porque le trataba can una dureza
inaudita.
Saña. Según el testimonio del doctor Schmidt, Hitler llamaba a Franco
continuamente «traidor desagradecido» y «cobarde sinvergüenza». Pero a usted
tampoco le olvida. En sus Conversaciones de sobremesa habla de usted varias veces, y
siempre en términos peyorativos o críticos. Es paradójico que mientras una gran parte
de la opinión pública española e internacional le ha considerado a usted como el
«hombre de Alemania», el propio mando alemán le haga responsable principal de que
España no se sumara al carro bélico de Eje.
Serrano. Toda esa reflexión que hace usted está muy bien hecha y una vez más
pone de manifiesto la tremenda, monstruosa, campaña que se desencadenó contra mí en
este punto del intervencionismo, mientras que yo no hice más que luchar y sufrir para
intentar capear el temporal. Lo que usted dice es la verdad, es lo que yo, en mi amargura,
me he dicho muchas veces a mi mismo.
Saña. En sus Memorias cita usted en este contexto al general Jodl, sin mencionar
en cambio lo que dijo el propio Hitler, que era la fuente de lo que aquél y otros
repetirían después. ¿Cómo no citó usted los juicios desfavorables de Hitler sobre usted,
que en el fondo le favorecen y destruyen el mito de que usted fue un lacayo o vocero del
hitlerismo?
Serrano. Cito a Jodl y no a Hitler porque yo -perdone este auto elogio- soy muy
riguroso. Y tengo, además, el rigor del jurista para la calificación de las pruebas, para
medir el valor de las pruebas. Todo lo que Hitler dice de mí lo he leído cien veces, pero
son testimonios de segunda mano, procedentes de sus Conversaciones, escritas no de su
puño y letra, sino compiladas por ayudantes suyos. No he querido utilizar esas citas para
que ningún posible objetor mío pudiera echarme en cara que me valía de un testimonio
recusable, no rigurosamente autentico. En cambio, lo que dijo Jodl en su Diario -que es
autógrafo- está en los documentos reunidos por las autoridades aliadas.
El primer libro que yo conocí recogiendo el testimonio auténtico, indubitable de
Jodl es un libro de Raymond Cartier que se titula Les secrets de la guerre dévoilés par
Nuremberg.
Saña. Conozco el libro. Cartier reproduce en francés las declaraciones que el
general Jodl hizo ante los Gauleiter del Reich, que figuran en las actas de Nuremberg
como el documento 1. 172. En esas declaraciones, Jodl dijo textualmente que el
objetivo de hacer entrar a España en la guerra al lado de Alemania y la posibilidad de
ocupar Gibraltar se vieron frustrados por la resistencia ofrecida por usted, al que Jodl
califica además de «jesuítico».
Serrano. La circulación de ese libro estuvo prohibida en España. Era ya la época
en que se apuntalaba la magnificación de Franco, y una de las maneras de apuntalarla
era silenciar que había sido yo, según Jodl, el responsable de que España no entrara en a
guerra al lado del Eje. Es una infamia tanto mayor porque yo siempre proclamé que
Franco tuvo la firme decisión de no entrar en la guerra desde el momento en que
comprendió que ésta iba a ser larga pese a que Alemania la ganaría.
Saña. Con todos los respetos por sus escrúpulos de jurista, no comprendo del
todo que usted conceda más valor testimonial a Jodl que a Hitler. No le quepa la menor
duda que si Jodl se atrevió a acusarle a usted ante los Gauleiter, fue porque se lo oyó
decir directamente a Hitler, a quien veía de continuo, como usted sabe. En este caso si
puede decirse que era «la voz de su amo».
Serrano. Indudablemente tiene usted razón, y es posible que yo ahí me pasase de
escrupuloso, pero uno es como es y porque sabe muy bien que ciertas gentes son como
son.
Saña. Las Conversaciones de Sobremesa en el Cuartel General del Führer
1941-1942 fueron editadas por primera vez en 1951 por el profesor Gerhard Ritter y
están basadas en los apuntes tornados in situ o inmediatamente después por el doctor
Henry Picker. En ellas el dictador nazi se refiere tres veces a usted. Los juicios de Hitler
están inspirados a menudo por su odio a la Iglesia, acusándole a usted de ser un
instrumento de ella. Al mismo tiempo señala la insinceridad de sus sentimientos hacia
Alemania. El 7 de junio de 1942 por la noche, el Führer dice: «En España hay siempre
alguien que por desgracia se deja utilizar políticamente por la Iglesia. Uno de estos tipos
es el actual ministro de Asuntos Exteriores Serrano Suñer, que desde el primer
momento él (Hitler) observó con el mayor escepticismo, a pesar de que nuestro
embajador, completamente despistado, lo presentó siempre como el mejor amigo que
Alemania tenía en España».
Serrano. Perdone usted que le interrumpa. Un día el embajador Von Stohrer me
contó que al decirle el a Hitler que yo era el amigo más seguro que tenían los alemanes
en España, Hitler le contestó: «Yo preferiría un ministro menos amigo y más dócil».
Saña. ¿Conocía usted por estas fechas -junio de 1942- la opinión que Hitler tenía
de usted? ¿Notó alguna vez que le miraba con escepticismo, como afirma?
Serrano. Nunca lo noté, nunca lo supe ni lo creía. Yo respeto la libertad de
enjuiciamiento de Hitler, y por tanto, los conceptos desfavorables que expresa sobre mí;
lo que no acepto y lo que es completamente injusto y contrario a la realidad es esa
afirmación suya de que él nunca creyó que yo fuera un verdadero amigo de Alemania,
Eso es falso.
Perdida ya la guerra por los alemanes, si yo hubiera sido un politicastro
cualquiera, lo que más me hubiera convenido, lo más útil que me habría sido entonces,
es poder decir: «Ya ven, yo los engañé», o bien: «Ellos supieron siempre que yo los
odiaba», a primera vez que yo leí en algún sitio que no había sido amigo de los
alemanes y les había engañado, yo, en vez de corear eso como cualquier listo,
desaprensivo o cínico -de los que había y hay tanta abundancia-, en el libro Entre
Hendaya y Gibraltar salí al paso de ello. He condenado siempre el racismo; no he sido
tampoco un servidor de ellos, sino un servidor de mi país, pero fui un amigo sincero de
Alemania y creía en la victoria y la deseé.
Saña. Hitler estaba en todo caso convencido de que era un instrumento de la
Iglesia, y especialmente de los jesuitas.
Serrano. Aquí también tengo que contradecir a Hitler. Yo no tengo nada contra
los jesuitas, pero los conozco poco. He tenido algún amigo jesuita, como el Padre
Lodokowski, el Padre General de los jesuitas, el Papa Negro, como se le llamaba en
Roma en tiempos de Pío XI y al principio del Pontificado de Pío XII. Era un polaco
intelectualmente muy fino que venía a verme siempre que yo iba a Roma. Teníamos
conversaciones muy interesantes.
Entre los españoles he conocido y tenido un gran cariño al Padre Ceñal, que era
un jesuita de gran saber, de gran santidad y gran humildad. Es el que dijo la oración por
Dionisio en el funeral. Salvo eso, apenas he tenido trato con los jesuitas. Y mucho
menos he sido formado por los jesuitas. Yo no he estado nunca en ningún colegio de
jesuitas, cosa que era bastante corriente en España, ni siquiera en ningún colegio de
religiosos, de «curas», como dice Hitler. Aunque de niño hubiera vivido en Madrid o
Zaragoza, no creo que hubiera ido a un colegio de jesuitas, porque mi padre era un
hombre del 98. Y de añadidura, como en aquellos años mi padre estaba ocupado en la
construcción del puerto de Castellón de la Plana, tuve que estudiar, como todos mis
hermanos, el bachillerato en el pequeño Instituto de aquella capital, donde por cierto no
existía ni ha existido nunca ningún colegio de jesuitas ni se veían jesuitas por la calle.
Saña. El segundo comentario sobre usted es muy breve y vuelve a insistir sobre
su vinculación a la Iglesia. El 27 de junio, al referirse a las operaciones de la
Wehrmacht en África, Hitler dice: «...el golpe de Rommel contra el Nordafrikakorps
ingles se produce en medio de las intrigas españolas. A este respecto sólo necesito
mencionar que el ministro español de Asuntos Exteriores, Serrano Suñer, se ha dejado
"honrar" hace poco por el Papa con el regalo de un rosario».
¿Qué dice usted a esas palabras?
Serrano. Pues que Hitler andaba muy mal de aritmética rosarial. Se quedó corto,
porque la honra no fue un rosario, sino siete, como ya le conté a usted en otra ocasión.
Parece mentira por otra parte que un hombre que tenía un imperio en sus manos y tantas
decisiones graves que tomar, se ocupara de estas cosas.
Saña. La tercera opinión de Hitler sobre usted se refiere de nuevo a sus
supuestos vínculos con la Iglesia, pero en un nuevo contexto: su influencia sobre Franco
y su política insincera con respecto al Eje. El 17 de julio de 1942, Hitler afirma:
«Franco no tiene por lo visto la talla suficiente para solucionar los problemas políticos
españoles prescindiendo de la Iglesia. El punto de partida para su labor fue en sí mucho
más fácil que la suya (Hitler) y que la del Duce. Después de conquistar el Estado, tanto
él (Hitler) como el Duce habían tenido que atraerse al Ejército, mientras que Franco,
además del poder político, tuvo también al Ejército en sus manos. Pero por lo visto no
puede librarse de la influencia de Serrano Suñer, si bien éste es precisamente la
encarnación de la política de la Iglesia y evidentemente no juega limpio con las
potencias del Eje». Hitler añade que los curas españoles pretendían a través de usted
restablecer una monarquía reaccionaria.
Serrano. Eso es una sucesión de tonterías. Y hay alguna ingratitud en lo que dice.
Comprendo su punto de vista, pero se ha equivocado un poco en el orden de los
acontecimientos. Dice Hitler que además del poder político, Franco tuvo al Ejército; es
ahí donde le rectifico, porque fue al revés: lo que tuvo Franco fue el Ejército, y también,
no sin dificultades, llegó después a tener también el poder político, porque aunque tuvo
el nombramiento pronto, no tenía base, y la base se le dio con la operación de la
unificación de los partidos.
Por lo que respecta a lo de la monarquía reaccionaria he de decir simplemente
que es una necedad, porque yo no conozco a esos curas que querían restablecer a través
de mí una monarquía. He conocido a monárquicos civiles que querían restaurar la
monarquía, y también a generales como Kindelán o Ponte que pretendían lo mismo,
pero no he conocido a ningún cura que conspirara a favor de una vuelta del régimen
monárquico. Al contrario, los curas estaban con Franco.
Nunca he sido hombre de la Iglesia. Soy católico, pero he luchado siempre
precisamente por la independencia del poder político y civil frente al eclesiástico. He
luchado mucho con algunos obispos, por ejemplo con Eijo Garay cuando él era
antifalangista y nosotros «herejes»; perdí una gran amistad que tuve con el cardenal
primado Gomá –amistad que ya venía de mi padre- porque él no quería que utilizáramos
a determinados religiosos políticamente, como Pérez de Urbel. Si hubiera sido el
hombre de la Iglesia, hubiera hecho todo lo que me hubiesen mandado; pero, al
contrario, me enfrenté con muchos de ellos, empezando con el cardenal Segura. ,
No he sido tampoco democratacristiano; me ha dado siempre un tufillo malo
esas gentes que han querido mezclar la religión con la política, utilizando aquélla como
fuerza electoral.
En 1928, al plantearse el problema de la autonomía universitaria -en plena
juventud-, sostuve con José Antonio una enérgica lucha manteniendo el punto de vista
de unas «asociaciones oficiales» puramente profesionales contra el intento de ser
desplazadas por unas «asociaciones confesionales». Sosteníamos José Antonio y yo,
que dentro de la Universidad, las asociaciones tenían que ser puramente universitarias,
puramente profesionales, y habían de tener cabida para el católico y el protestante, y
para el budista si lo hubiera.
He sido muy riguroso en no mezclar una cosa con la otra. Por el gran respeto que,
como humilde pecador, tengo por las cosas de Dios, por las cosas verdaderas de Dios,
me ha parecido que utilizarlas como instrumento en el juego político, era rebajarlas.
Saña. Ésas no fueron las únicas declaraciones de Hitler sobre usted. El verano de
1980, se publicó en Alemania un libro titulado Monólogos en el Cuartel General del
Führer 1941-1944, conteniendo los comentarios que hizo Hitler en su Cuartel General
en el transcurso de esos años. En estos apuntes -recogidos por el ayudante de Bormann,
Heinrich Heim-, Hitler vuelve a hablar de usted varias veces, y lo hace, si cabe, con más
dureza que en las Conversaciones recopiladas por el doctor Picker. Diré, en este
contexto, que su artículo de ABC en defensa de usted, Carlos Rojas reprodujo ya parte
de lo dicho por Hitler sobre usted, basándose en la documentación norteamericana
Hitler's Secret Conversations. Que yo sepa, fue el primer publicista español que dio
testimonio parcial de estos importantes textos.
El 1 de agosto de 1942, Hitler le califica a usted como al «espíritu más malo de
la España nacional» y le acusa de ser el «sepulturero de la nueva España». ¿Qué dice
usted a esas acusaciones?
Serrano. Deploro esta opinión tan mala que tenía de mí el Führer. Yo, sin
considerarme un santo, un hombre perfecto, nunca he creído ser «tan malo». Mientras
yo permanecí en el poder, la nueva España no estuvo sepultada. Yo creo que la
sepultura llegó bastante más tarde.
Saña. El 5 de septiembre de 1942, Hitler declara: «Serrano Suñer hubiera
desplazado poco a poco a la Falange y preparado un régimen monárquico. Este plan
quedó abortado por mi reciente declaración de que yo le consideraba como un cerdo
integral.
Hitler hizo estos comentarios dos o tres días después de haberse dado conocer su
cese como ministro de Asuntos Exteriores, y entender que su despectivo juicio sobre
usted precipitó su caída. ¿Cree usted que, al destituirle, Franco cedió a alguna presión
de Hitler?
Serrano. Primero contestaré a lo de mi supuesto plan monárquico. No tengo otra
cosa que decirle sobre este punto más que recordar que nadie en aquellos años me atacó
tan sañudamente como hicieron los monárquicos. Mis mayores enemigos políticos eran
entonces los monárquicos. Creo que con injusticia también, por su parte, porque si es
falso esto que dice Hitler, también es cierto que yo no tenía hostilidad especial para que
un día pudiera restaurarse la monarquía, puesto que era la idea que tenían muchos
generales y gentes del Levantamiento. Pero yo en esto no tuve ninguna militancia ni
actividad importante; sin embargo, en aquellos años, fui atacado por los monárquicos
más sañudamente que por ningún otro sector del país, porque como yo era el
responsable de la lluvia y la sequía, me consideraban a mí el culpable también de que
Franco no hablara de traer la monarquía. Fue entonces, con motivo de un ataque brutal
que me hicieron en este sentido, cuando Dionisio Ridruejo –que no estaba todavía
entregado del todo a mi colaboración- le dijo a Eugenio Vegas Latapié: «Eso que hacéis
es una injusticia, porque no es verdad; y es una cobardía, porque vosotros atacáis al
santo por la peana».
Estoy absolutamente convencido que el juicio de Hitler sobre mí no influyó para nada
en mi cese. Eso, hablando vulgarmente, es un farol del Führer. En mi destitución no
intervino para nada la política exterior, para nada, como le contaré en otra ocasión.
Saña. Hitler no fue el único que le adjudicó sentimientos monárquicos. Ciano,
aludiendo a un informe del embajador italiano en Madrid, Francesco Lequio,
interpretaba el viaje que hizo usted a Italia en junio de 1942 como asociado a la cuestión
monárquica. Eso es lo que anota en su Diario el 15 de junio. Y en este contexto escribe
también que usted viajó provisto de un visado para Suiza, donde se encontraba el
monarca español. Durante su estancia en Italia, Mussolini y usted hablaron
extensamente sobre el tema de la monarquía, y el Duce adoptó una posición
antimonárquica muy enérgica y terminante. Le recordaré además que el 16 de junio de
1942 almorzó usted con Ciano y el rey de Italia. De manera que Hitler no era el único
en vincularle a usted a una restauración monárquica.
Serrano. ¿Qué tendrán que ver esas cominerías del informe del embajador
italiano en Madrid y del sospechoso Diario de Ciano con que yo realizara ese viaje con
intención monárquica? ¿Monarquía de qué y de dónde? ¿Qué tendrá que ver con el
problema de la monarquía española mi almuerzo con el rey de Italia Víctor Manuel en
San Rossore? Además, hay un error en todo eso, pues en el año 1942 el rey de España
no estaba en Suiza sino en Roma.
Saña. Ese mismo 5 de septiembre de 1942, Hitler vuelve a hablar de usted.
Serrano. ¡Qué manía! ¡Cómo me honra tomándola conmigo tan obstinadamente!
Saña. Es prueba de la importancia que le daba a usted.
Serrano. Estoy halagadísimo. Además lo siento por mi pariente, al que pone en
segundo término, y eso no está bien. es antijerárquico, y yo soy jerárquico. Me parece
que debía haber prestado más atención a quien era el jefe.
Saña. Ese 5 de septiembre, Hitler dijo: «Estoy convencido de que Serrano Suñer
tenía detrás suyo a los curas. Francia, Italia y España habían de formar una unidad, y
cuando estuviera consolidada, aliarse con Inglaterra. El arzobispo de Canterbury
colaboraba en este plan, y también un poco de comunismo».
¿Qué dice usted a estas conjeturas de Hitler?
Serrano. En primer lugar, toda esa sarta de desatinos del Führer resulta
divertidísima. Efectivamente, yo que deseé la victoria alemana, siempre pensé a la vez
en lo aplastante que podía ser la prepotencia alemana en Europa después de la victoria,
y que teníamos que prepararnos para resistir los excesos de germanismo, por
consiguiente es verdad -acaso no fui lo bastante reservado- que no perdí ocasión
hablando con Mussolini y con los franceses de decir que teníamos que preparar esa
Unión Latina como contrapeso al Reich germánico. Por lo demás nunca tuve el honor
de hablar con el arzobispo de Canterbury. Mi conspiración no llegó a la Gran Bretaña.
Saña. De todo lo dicho por Hitler sobre usted, cristalizaría sobre todo la fórmula
drástica de que era usted un «Jesuitenzögling» o producto de los jesuitas. Pero sus
negociaciones con Hitler en Berlín y Berchtesgaden me recuerdan más a Maquiavelo
que a San Ignacio de Loyola. ¿Acepta usted esa interpretación?
Serrano. Si me hace usted esa pregunta pensando en la idea vulgar que se tiene
del maquiavelismo, pues no; pero si entendemos el maquiavelismo como el arte de
servir a la patria con la mayor eficacia posible y por encima de todo, en la medida en
que mi modesta obra tenga una pequeña parte de ese arte político no me disgusta la
referencia, sino que la considero honrosa.
Saña. Franco contesta a la carta brutal de Hitler con una carta anodina el 26 de
febrero de 1941. Entretanto ha tenido lugar el encuentro de Bordighera entre e1 Duce,
Franco y usted, que no tiene ninguna consecuencia práctica. El intercambio epistolar
entre los dos dictadores equivale de facto a una ruptura personal entre ambos. Los
subordinados de Hitler seguirán exhortando a Madrid para entrar en la guerra, pero
Hitler adopta una actitud distante e inhibida no sólo por cansancio, sino porque ahora
tiene puestos los ojos en una nueva aventura: el ataque a Rusia. ¿Qué le parece mi
conclusión?
Serrano. Hoy la acepto enteramente. En aquel momento no estaba lo
suficientemente informado para penetrar el pensamiento de Hitler. Pero sí noté que la
presión disminuía. Nos domos cuenta pronto de que Hitler había cambiado de táctica y
que el almirante Reader había sido un poco vencido. Reader estaba indignado.
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