serie la casa mágica del árbol Mary Pope Osborne Las primeras Olimpiadas Las primeras Olimpiadas Mary Pope Osborne Ilustraciones de Bartolomé Seguí Traducción de Ana H. de Deza Dirección editorial: Elsa Aguiar Coordinación editorial: Patrycja Jurkowska Traducción del inglés: Ana H. de Deza Título original: Hour of the Olympics Publicado por acuerdo con Random House Childrens Books, una división de Random House, Inc. New York, USA. Todos los derechos reservados. © del texto: Mary Pope Osborne, 1998 © de las ilustraciones: Bartolomé Seguí, 2013 © Ediciones SM, 2013 Impresores, 2 Urbanización Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) www.grupo-sm.com atención al cliente Tel.: 902 121 323 Fax: 902 241 222 e-mail: [email protected] ISBN: 978-84-675-6334-4 Depósito legal: M-20220-2013 Impreso en la UE / Printed in EU Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. A Chase Goddard, al que le encanta leer Prólogo Un día de verano, en el bosque de Frog Creek, Pensilvania, apareció una misteriosa casa enci­ ­ma de un árbol. Jack, de ocho años, y su hermana Annie, de siete, treparon hasta la casa y vieron que estaba llena de libros. Los niños enseguida descubrieron que la casa del árbol era mágica y que podía llevarlos a cualquier sitio que apareciera dibujado en las páginas de aquellos libros. Lo único que tenían que hacer era señalar una de las ilustraciones y desear estar allí. A lo largo de sus aventuras, descubrieron que la casa del árbol pertenecía al hada Mor­ gana, una bibliotecaria con poderes mágicos que venía de la época del rey Arturo y viajaba a tra­ vés del tiempo y el espacio en busca de libros para su biblioteca. 6 Para ayudarlos en misiones futuras, Morgana les entregó unos carnés de biblioteca mágicos con las iniciales M B. Como maestros biblio­ tecarios, Jack y Annie deben recuperar cuatro obras de antiguas bibliotecas. Ya han conse­ guido un rollo de papiro de Pompeya, un libro de bambú de la antigua China y un bestiario de un monasterio de la Irlanda medieval. Ahora, están a punto de emprender su cuarta misión... 1 ¡Solo queda una más! –¿Estás despierto? –susurró Annie en la os­ curidad. –Sí –respondió su hermano desde la cama. –Pues venga, ¡arriba! Tenemos que llegar a la casa del árbol antes de que amanezca. –Ya estoy listo –repuso Jack, y apartó las mantas. Llevaba los vaqueros y una camiseta. –¿Has dormido con la ropa puesta? –se asom­ bró Annie. 8 –Bueno, es que no quería perder tiempo... –se excusó el chico, cogiendo la mochila. –Te hace mucha ilusión que vayamos a visi­ tar la antigua Grecia, ¿verdad? –Pues sí –admitió Jack. –¿Tienes tu carné secreto de la biblioteca? –Sí. ¿Y tú? –¡Claro! Y también he cogido la linterna –añadió la niña. –Pues ya estamos listos. Los dos hermanos bajaron las escaleras de puntillas y salieron de casa. Hacía fresco. –No hay luna, solo se ven las estrellas –co­ mentó Annie, y encendió la linterna–. ¡Tachán! Venga, ¡en marcha! Los chicos fueron siguiendo el haz de luz de la linterna por el jardín y por la calle. Aunque Jack estaba muy emocionado por ir a visitar la antigua Grecia, había algo que le preocupaba. 10 –¿Qué pasará cuando volvamos, Annie? ¿Crees que esta será nuestra última misión? –Ay, espero que no –contestó su hermana–. ¿Tú qué piensas? –No lo sé. Eso tenemos que preguntárselo a Morgana. –Pues sí, ¡pero ahora date prisa! –exigió la niña. Mientras corrían, la luz de la linterna volaba ante ellos, iluminando el camino. El espeso bosque de Frog Creek estaba tan negro como el carbón, pero se adentraron en­ tre los árboles hasta que encontraron la casa mágica. –¡Ya estamos aquí! –Sube tú primero, Annie. La niña cogió la escalera de cuerda y empezó a trepar. Jack la siguió y, cuando los dos llega­ ron arriba, pasearon la linterna por el interior de la estancia. 12 El hada Morgana estaba sentada junto a la ventana y se cubrió los ojos cuando la luz le dio en plena cara. –Apagad esa luz, por favor –susurró Mor­ gana, y los niños obedecieron enseguida–. Bien­ venidos de nuevo –murmuró el hada en medio de la oscuridad–. ¿Estáis preparados para vues­ tra próxima misión? –¡Sí! –exclamaron los chicos. 13 –No será la última, ¿verdad? –preguntó Annie. –Vuelve a preguntármelo cuando acabe esta –respondió la hechicera. –Es que nos gustaría hacer más... –insistió Jack. –Sois muy valientes al decir eso. Os habéis enfrentado a tres viajes muy duros como maes­ tros bibliotecarios. –Qué va, no ha sido para tanto... –le quitó importancia el niño. 14 –Arriesgasteis vuestras vidas para rescatar un papiro de Pompeya, la historia china de la tejedora de seda y la leyenda irlandesa de la ser­ piente Sarph –comentó Morgana–. Y quería da­ ros las gracias por ello. –De nada –respondieron a coro los niños. –Ahora solo nos falta un último libro –con­ tinuó el hada–. Y este es el título. Ilumínalo con la linterna, Annie. La niña enfocó el haz de luz sobre el papel. 15 –¡Qué pasada! ¿Eso está escrito en griego? –preguntó Jack. –Así es –asintió Morgana, y metió la mano dentro de su túnica–. Aquí tenéis la guía para vuestra investigación. Annie iluminó la portada y leyó el título: Un día en la antigua Grecia. –¿Y qué es lo que no debéis olvidar, chicos? –preguntó la hechicera. –Que nuestro libro de consulta nos guiará –empezó Jack. –Pero en nuestra hora más oscura, solo una antigua leyenda podrá salvarnos –terminó su hermana. –Eso es. Y recordad que debéis enseñarle vuestros carnés secretos de la biblioteca a la per­ sona más sabia que encontréis –añadió el hada. –No te preocupes, lo haremos. ¡Adiós, Mor­ gana! –se despidió la niña. 16 Jack sintió un escalofrío de emoción mien­ tras señalaba la portada del libro. –Ojalá pudiéramos estar aquí –susurró. –¡Ojalá tengamos un montón de misiones más! –añadió Annie. El viento empezó a soplar. La casa del árbol comenzó a dar vueltas y vueltas, y más vueltas... ¡cada vez más rápido! De pronto, todo volvió a la calma. Una calma absoluta. 17 2 ¿Hay alguna chica por aquí? Los rayos del sol entraban en la casa del árbol. –Está claro que ya no necesitamos la lin­ terna –dijo Jack cuando abrió los ojos. –¡Guau! ¡Fíjate en nuestra ropa! –exclamó su hermana. Estaban vestidos de forma parecida a cuando visitaron la ciudad romana de Pompeya. Jack llevaba una túnica y unas sandalias, además de una bolsa de cuero en lugar de su mochila. 18