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Juz. 6 Sec. 11
Causa n° 4.550/99
"Socolosky Hugo Raúl y Otro C/ Secretaria de Inteligencia del Estado y otro S/ Daños Y
Perjuicios"
En Buenos Aires, a los
días del mes de octubre del año dos mil tres, hallándose reunidos en
acuerdo los Señores Vocales de la Sala III de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil y Comercial Federal, a fin de pronunciarse en los autos "SOCOLOSKY HUGO RAUL Y OTRO
c/ SECRETARIA DE IN-TELIGENCIA DEL ESTADO Y OTRO s/ daños y perjuicios", y de
acuerdo al orden de sorteo el Dr. Antelo dijo:
I. Los señores Hugo Raúl Socolosky y Marcelo Oscar Socolosky
promovieron demanda de daños y perjuicios contra la Secretaría de Inteligencia del Estado (en
adelante SIDE) y el señor Alberto Ricardo Dattoli -desistido ulterior-mente a fs. 69, punto 4- por la
suma de $ 2.000.000 -o lo que en más o en menos surja de la valoración de la prueba-, más
intereses y costas (fojas 25/39 vta.).
Los hechos sobre los que fundaron su pretensión son los siguientes: el 26
de febrero de 1998, a las 21:00 hs. aproximadamente, la señora Sofía Fijman -madre de los
actores- estaba dándole de comer a los gatos que estaban en el interior de la Escuela Nacional de
Inteligencia -sita en Libertad 1235 de esta Ciudad- a través de las rejas del portón de acceso a la
finca. Fue entonces cuando el empleado a cargo de la seguridad del predio, Sr. Alberto Ricardo
Dattoli, accionó voluntariamente el botón del portón, lo que determinó que la Sra. Fijman quedara
aprisionada entre la estructura del portón móvil y la columna fija y sufriera lesiones gravísimas que
le causaron la muerte.
Los actores sostuvieron que su pretensión debía ser subsumida en las
normas que rigen la responsabilidad extracontractual del Estado -arts. 1112 y 1113 del Código Civil- en la medida en que el daño derivaba de la conducta criminal de un agente estatal condenado
en sede penal. Respecto de este último invocaron los arts. 1073, 1084 y 1102 del Código Civil (fs.
30/32).
En lo que respecta a los rubros indemnizables distinguieron los siguientes:
1°) daño humano; 2°) valor vida -$400.000-; 3°) daño psíquico -$ 100.000-; 4°) tratamiento
psicológico -$ 42.000-; 5°) gastos de sepelio -$ 5.000-; 6°) daño moral -$ 400.000- y 7°) vida de
relación -$
53.000-, todo lo cual, suma $ 2.000.000 para ambos “O LO QUE EN MÁS O EN MENOS FIJE V.S.
CON ELEVADO ARBITRIO” (fs. 38, la mayúscula pertenece al original).
II. El señor Juez de primera instancia admitió la demanda condenando a la
SIDE a pagar a los demandantes la suma de $ 205.000 en conjunto, más los intereses y costas.
Para resolver de tal modo, el magistrado juzgó que “la sentencia dictada en
el proceso penal tiene un valor absoluto impuesto por la autoridad de cosa juzgada, en cuanto a lo
que deba decidirse en el juicio civil en relación a la culpabilidad del autor” (fojas 216 vta.). Sobre
esa base, apreció que estaba fuera de discusión la culpabilidad del Sr. Dattoli y la responsabilidad
refleja del Estado Nacional generada por el acto ilícito de su dependiente; asimismo des-cartó la
existencia de culpa de la víctima.
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En lo que concierne al monto del resarcimiento lo fijó en $ 205.000 por los
siguientes conceptos: daño moral -$ 100.000 para cada uno de los actores- y $ 5.000 por gastos
de sepelio. En cambio rechazó los rubros individualizados como “ vida humana”, “lesión y
tratamiento psicológico” y “vida de relación”, por considerar que ninguno de ellos había sido
probado y, además, que los tres últimos no constituían categorías autónomas del daño moral,
material y psicológico (fs. 217 vta./218).
III. Tal pronunciamiento fue apelado por la demandada a fojas 227 y vta. y
por la actora a fojas 229/230. Las expresiones de agravios de una y otra lucen a fojas 252/ 257 vta.
y 248/251 vta., respectivamente, en tanto que las contestaciones a ellas obran a fojas 259/260 y
261/266 vta.. Existen, además, recursos interpuestos contra las regulaciones de honorarios que
serán examinados por la Sala en con-junto a la finalización del presente acuerdo (fojas 227, 232/
233, 235/236 vta. y 257).
IV. La demandada cuestiona el monto fijado en concepto de daño moral
porque entiende que es elevado y que fue establecido conforme a “los hechos mediáticos que
rodea-ron el accidente” (fojas 252 vta.). Por otro lado, ataca el fallo en lo relativo a la distribución de
las costas y a los honorarios fijados a los letrados de los actores.
A su vez, los actores se agravian del valor otorgado en concepto de daño
moral, sostienen que es insuficiente dada la trascendencia de la lesión producida por la muerte de
la progenitora (fojas 251 vta.); además se quejan de que el sentenciente haya rechazado las
indemnizaciones solicitadas en concepto de valor vida y de daños psicológico y de relación.
V. Del relato efectuado se desprende que el fallo ha quedado firme en lo
que respecta a la verificación de los presupuestos que tornan admisible la responsabilidad civil de
la demandada y que lo que la actora persigue ante esta instancia es el incremento de la
indemnización, mientras que la demandada postula, precisamente lo contrario.
A continuación analizaré los planteos propuestos empezando por aquellos
capítulos del resarcimiento que fueron rechazados y que motivan las quejas de los demandan-tes.
a) Valor vida: el a quo entendió que no debía ser admitido porque, aun
cuando los actores eran herederos forzosos de la víctima -tal como exige el art. 1085, segunda
parte del Código Civil-, no habían acreditado la existencia y entidad del daño, extremo este que era
exigible en la especie debido a que la presunción iuris tantum contenida en los artículos 1084 y
1085 del Código citado está limitada al cónyuge y a los hijos menores o incapaces (fojas 217).
Para rebatir tales argumentos los demandantes exponen un análisis
filosófico de carácter general sin abordar la exégesis del texto legal aplicable; y si bien es cier-to
que la perspectiva humanista de las relaciones jurídicas (fojas 249 vta.) desarrollada en el escrito
de fojas 248/251 vta., exalta el valor inefable de la vida humana, también lo es que , por sí sola, no
basta para revertir la solución dada por el Juez de primera instancia.
En efecto, aceptada la trascendencia de la vi-da humana, no es posible
cifrar su valor crematístico, pues resultaría un verdadero contrasentido resarcir con dinero un bien
que no puede ser tasado en moneda alguna. En otros términos, ¿Cómo conmensurar lo
inconmensurable? (en este sentido, ver las observaciones de Degenkole citado por Fischer Hans A.
en los “Daños Civiles y su reparación”, Biblioteca de La Revista de Derecho Privado, Serie B, vol. V,
Madrid, 1928, pág. 225, cita 9). Por eso, lo que el derecho manda indemnizar en lo que a este
capítulo se refiere, no es la extinción de la vida como tal -que, lo digo una vez más junto con el
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apelante, es inapreciable- sino la repercusión patrimonial negativa que experimentan los
damnificados indirectos del daño a raíz de la muerte (arts. 1084 y 1085 del Código Ci-vil). Ha de
verse en esto una consecuencia de la patrimonialidad de la prestación (arts. 1069, 1078, 1083,
1167, 1169 y 2311 del Código Civil), expresamente reconocida en algunos proyectos de reforma
(vgr. art. 714, in fine, del proyecto del Poder Ejecutivo Nacional de 1993) y en la legislación y
doctrina extranjeras (Giorgianni, Michele, “La obligación”, Bosch, Casa Editorial, 1958, págs. 35 y
ss) a pesar de la conocida crítica que le formuló Ihering en materia contractual (ver Ihering. R.von
“Tres estudios jurídicos. Del interés en los contratos y de la supuesta necesidad del valor
patrimonial de las prestaciones obligatorias. La posesión. La lucha por el derecho.” Trad. A.
González Posada. Buenos Aires, 1960).
Concorde con ello, la expresión “valor vida”
-verdadera licencia del lenguaje- alude, como es sabido, a la pérdida económica que sufren
quienes dependían de los aportes económicos del causante para su propia subsistencia, para lo
cual es preciso establecer de qué recursos económicos se han visto privados aquéllos frente al
deceso de la víctima (conf. esta Cámara, Sala II, causas: 7722 del 4.5.79; 3073 del 17. 10.84;
5481/91 del 24.10.95; 733/97 del 15.07.00; entre otras). A ese fin, se deben tomar en cuenta las
condiciones personales del muerto y de las personas que pretenden ser resarcidas (edad, sexo,
condición económica - social; acti-vidades cumplidas y condiciones de progreso, etc.). Pues bien, al
ponderar tales aspectos advierto que la Sra. Fijman tenía, al tiempo del hecho, 75 años de edad, en
tanto que sus hijos Hugo Raúl y Marcelo Oscar Socolosky, 54 y 47 años respectivamente (fs. 1 y 3
y fs. 1, 19 y 124 de la causa penal 545 pedida a fs. 38 vta./39 y fs.111, proveída a fs. 82/82 vta. e
incorporada a fs. 112 vta., 184, 185 y 275 vta.).
Dada la mayoría de edad y la plena capacidad civil de los actores, es claro
que éstos no pueden invocar la presunción iuris tantum del carácter cierto del daño prevista en el
art. 1084 del Código Civil. Es que ella juega -según lo ha establecido uniformemente la doctrina y la
jurisprudencia- a favor de los hijos menores de edad ya que los mayores, según el curso ordinario
de las cosas, se independizan, forman otra familia y viven de su oficio o profesión (véase esta
Sala, causa 3955 del 4.03.03; Sala II causas: 488 del 16.6.81 y 734 del 26.10.81; Llambías, J.J.,
“Tratado de derecho ci-vil. Obligaciones”, t. IV, n° 2350, p. 54; De Abelleyra R., “El derecho a la
reparación de los daños patrimoniales que se originan en el homicidio”, LL t. 114, ps. 959 y ss., en
esp. 963; Colombo L., “Culpa aquiliana - Cuasidelitos”, 3a. ed., t. II, n° 242 d., páginas 374/378;
Belluscio - Zannoni - “Có-digo civil comentado, anotado y concordado”; Editorial As-trea, 1984, tomo
5, pág. 179; CNCiv, Sala “D”, voto del dr. Abel Fleitas, L.L., t. 108, p. 209).
Aclarado que el rubro debe ser acreditado por quienes lo pretenden, señalo
que de la prueba ofrecida por los demandantes -una pericial psicológica, una testifical, la
confesional, una informativa y tres instrumentales- (fs. 38 vta./39 y fs. 82/83) la primera y la tercera
fueron desistidas (fs. 171/172 y fs. 179/180), la segunda nunca se realizó, el pedido de informes se
materializó mediante un oficio solicitando la causa penal (fs. 99) en tanto que los documentos
agregados al juicio son copias de la partida de defunción de la Sra. Sofía Fijman, de las de
nacimiento de los demandantes y de la sentencia definitiva dictada en la causa penal ya re-ferida
(fs. 1, 3, 5/21 vta. y 39).
Es fácil de advertir que las probanzas aporta-das no son suficientes para
demostrar que los Sres. Hugo Raúl y Marcelo Oscar Socolosky dependían económicamente de su
madre. Y si se tiene en cuenta que para admitir el agravio el juez debe tener la certeza de que el
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demandante se habría encontrado en una situación mejor si el demandado no hubiera realizado el
acto que se le reprocha (Mazeaud H.y L. y Tunc. A. “Tratado Teórico y Práctico de la
Responsabilidad Civil Delictual y Contractual”; E.J.E.A., Buenos Aires, traducción de la quinta
edición por Luis Alcalá Zamora y Castillo, tomo primero, volumen I, pág. 301) debo inclinarme por
desestimar-lo.
A la falta de pruebas agrego que el Sr. Hugo Raúl Socolosky manifestó ser
comerciante (conf. fs. 19 expte. penal); por otro lado, el único dato sobre el patrimonio de la Sra.
Fijman se refiere a su condición de afiliada al Ins-tituto Nacional de Servicios Sociales para
Jubilados y Pen-sionados y a la baja registrada a partir de su fallecimiento (fs. 104/106). En tales
circunstancias, no es razonable admitir que una persona que tiene como único recurso un beneficio
jubilatorio, pueda sostener económicamente a dos personas mayores.
Por ello, corresponde confirmar este aspecto del fallo.
b) Daño psicológico y vida de relación:
El a quo rechazó este capítulo de la indemnización por entender que
ninguno de ellos constituía una categoría autónoma y que, además, no existían constancias que
autorizaran a tenerlos por verificados (fojas 218).
Los recurrentes sostienen que “si es cierto que este daño (se refieren al
psicológico) no constituye una categoría autónoma respecto del daño material y moral, entonces no
se comprende el rechazo del rubro en análisis” y que “el sentido común informa que todo asesinato
trae aparejado, para quienes han tenido vínculos cercanos con la víctima, una deformación
importante de la constitución psíquica que no puede desconocerse so pretexto de la falta de pericia,
la cual tiene un valor indicativo más no imperativo" (fojas 250 vta.).
Con respecto al ítem “vida de relación” arguyen que “uno no es visto igual
por sus semejantes. Y ello permite entrever la necesidad de reparar este inmenso daño, el cual
aparece como un rubro diferenciado del daño psicológico” (fojas 251).
Después de afirmar que el concepto de “vida en relación” no es autónomo
del que atañe al daño psicológico, la derivación lógica que se impone es rechazarlo ya que no hubo
prueba de daño psicológico. En este sentido destaco que el peritaje fue ofrecido por la actora para
determinar “Si como consecuencia del crimen de la Sra. Sofía Fijman los actores posee(n)
trastornos patológicos en la órbita de la personalidad. Caso afirmativo describa minuciosamente y
diagnostique la gravedad de los trastornos psicológicos producidos por el evento que aquí nos
convoca” (fs. 38 vta., punto 8, c). Quiero significar que ella misma entendió que debía cumplir con la
carga probatoria del extremo que afirmaba (art. 377 del Código Procesal) para saber “qué tipo de
tratamientos necesitan los accionantes para su curación, tiempo, frecuencia y costo del mismo”
como así también el “grado de incapacidad psicológica que padecen los actores” (fs. 38 vta. cit.
Punto 8, c, 2 y 3), todo lo cual se traducía en erogaciones que debían afrontar los damnificados. Es
decir, que más allá del sufrimiento absorbido por el daño moral, los gastos y la mengua de la
capacidad laborativa por la alegada enfermedad de la psiquis, debían ser objeto de una medida
probatoria que fue desistida -como ya expresé- a fs. 171, lo que fue tenido en cuenta por el Sr. Juez
a fs. 172, punto I.
En tales circunstancias, aunque doy por sentado el sufrimiento que una
muerte como la que aquí nos ocupa produjo en los accionantes, no puedo saber si él derivó en una
concreta patología de la mente, extremo este que no es razonable presumir habida cuenta de las
diferencias que existen entre las personas en lo que atañe a sus respectivas estructuras
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psicológicas, experiencias traumáticas, factores hereditarios, capacidad de recuperación, etc.; y
como no se probó la enfermedad, tampoco estoy en condiciones de mensurar sus probables
consecuencias, a saber, los gastos de trata-miento y la incapacidad sobreviniente de cada uno de
los de-mandantes.
Me veo obligado a insistir en que la reparación debe ser plena pero no
excesiva, esto es, desvinculada de la real entidad del perjuicio y fijada arbitrariamente en
detrimento del deudor; por ello debe atenderse a la repercu-sión efectiva que el obrar ilícito ha
tenido en el ámbito pa-trimonial -como daño emergente o lucro cesante- y moral, pro-curando evitar
que la mera doble adjetivación de un mismo da-ño acarree el enriquecimiento sin causa de la
víctima (ver esta Cámara, Sala III, causas 29.969/95 del 22.4.03 y 3698/97 del 2.3.00; Sala I, causa
5212/98 del 30.03.99 y Sala II, causas 12371/94 del 4.4.95 y 4021/91 del 4.5.00 y sus citas;
artículos 1068, 1069 y 1078 del Código Civil; Alfredo Orgaz, “El daño resarcible”, ed. Lerner,
Córdoba, 1992, página 16 y Jorge Bustamante Alsina, “Teoría general de la responsabili-dad civil”,
ed. Abeledo- Perrot, Bs. As., 1997, página 677/ 679).
Dicho de otra manera, “la afectación en la relación con otros, sea en el
ámbito sentimental, afectivo, laboral” (fs. 251) puede traducirse en el plano moral -como
sufrimiento- o en el patrimonial -v.gr como disminución de la capacidad para trabajar-; en el primer
caso, se trata de daño moral y, por lo tanto, no procede computarlo dos veces bajo distintos
nombres ya que se trata, ontológicamente, del mismo tipo de perjuicio; en el segundo supuesto, hay
que probar la efectiva merma de la aptitud para producir mediante los me-dios pertinentes, lo que ya lo aclaré- no ha ocurrido en el sub lite.
Por lo dicho, también propongo confirmar el rechazo de este rubro.
c) Daño moral:
La demandada centra sus críticas en la, a su juicio, “desproporcionada
indemnización” fijada por el Sr. Juez, la cual atribuye a “La amplia difusión que el caso tuvo en la
prensa oral, escrita y televisiva; la conducta mediática de los actores; el hecho de estar involucrado
un agente de la SIDE -con todo lo que ello significa para el folklore de cierto periodismo amarillo-; la
condena del hecho expresada por algunos sectores políticos en su momento y las especulaciones
de todo tipo que se vertieron en el juicio oral y público -transmitido en vivo y en directo por Crónica
T.V.- sacaron al presente caso del contexto exclusivamente judicial poniéndolo a merced de la
vindicta pública. Las circunstancias apuntadas, hicieron perder objetividad al juzgador al momento
de establecer el monto indemnizatorio. Probablemente, en una contienda judicial entre particulares,
jamás se condene a uno de ellos al pago de tamaña suma de dinero en concepto de daño moral
por muerte. Menos aún, si se repara en la avanzada edad de la fallecida, su menguada
expectativa de vi-da y el hecho de no convivir con sus hijos, quienes transitan la adultez
desde mucho tiempo atrás y, consecuentemente, se encuentran suficientemente formados
como para contar un deceso súbito” (fs. 252, primer y penúltimo párrafos y fs. 253). A
continuación expone cinco fallos de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil en los cuales se
han fijado indem-nizaciones inferiores a la que se cuestiona.
A su vez, la actora propicia el incremento de la suma fijada (fs. 251/151
vta.).
Me ocuparé en primer lugar de los agravios del representante de la SIDE
expuestos con singular esmero.
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Es cierto que la influencia mediática no debe turbar el ánimo del juez para
determinar el monto de una indemnización; también lo es que la prensa tiene una función
primordial dentro del régimen representativo y republicano que ha sido reiteradamente exaltada por
la Excma. Corte Suprema de Justicia de la Nación mediante una consistente línea de precedentes
que no creo necesario repasar.
Ahora bien, frente a los planteos de la recurrente me pregunto: cada vez
que los medios -amparados por la Constitución- cumplan con su deber cubriendo casos como el de
autos ¿debemos los jueces fijar indemnizaciones bajas para demostrar nuestra imparcialidad?; los
crímenes que la prensa registra casi cotidianamente ¿son menos graves por la mera circunstancia
de ser difundidos intensamente? Y si no lo son ¿deben los magistrados minimizar su gravedad para
compensar los efectos de dicha difusión?
La respuesta negativa a estos interrogantes ilustra sobre el carácter
aparente de la lógica empleada por el demandado.
La repercusión pública de un crimen puede ser potenciada por la prensa
durante algún tiempo, pero si ella prende en la conciencia social de un modo permanente, no de-be
atribuírse a alguna causa artificial sino a la trasgresión de valores o principios fuertemente
arraigados en la comuni-dad. Tal es el caso de autos, en el que un dependiente de la agencia
federal del gobierno creada -según se dice- para con-tribuir a la seguridad del Estado mata a una
persona de 75 años aprisionándola con un portón mecánico después de haberla amenazado
reiteradamente. Me parece innecesario aclarar cuá-les son los valores o principios que la gente
puede ver com-prometidos en este caso, pero entiendo que ellos justifican sobradamente la
cobertura periodística de que se queja el apelante. Son las características del hecho, fuera de lo
común por cierto, las que obligan a fijar una compensación igualmente excepcional que -por lo
demás- es diez veces in-ferior al monto estimado en el escrito inicial.
Me quiero detener en este último aspecto. El apelante propicia que, dada la
edad avanzada de la Sra. Fij-man, se reduzca la indemnización.
En primer lugar, las sumas de que dan cuenta
los precedentes
jurisprudenciales no sirven de referencia porque las situaciones sujetas a juzgamiento no son,
siquie-ra, semejantes a la de autos. Añado que lo exiguo de esas cantidades tal vez conduzca a
pensar más en desaprobar el criterio empleado que en entronizarlo como obligatorio.
Por otro lado, la experiencia demuestra que el el sufrimiento que puede
padecer una persona por la muerte de su madre no depende de que ésta sea más o menos joven
sino de otros factores determinantes que han sido abordados por la psicología, como ser, la edad,
personalidad y educación del damnificado, el tipo de relación y el grado de dependencia que tenía
con la fallecida, el vínculo con su padre etc. El problema no puede focalizarse arbitrariamente
desde una sola circunstancia -como lo es la edad de la víctima- ya que no se trata de medir la
capacidad productiva de ésta sino de com-pensar -dentro de los límites propios de la condición
huma-na- el dolor espiritual sufrido por los hijos; él debe ser el centro de atención del magistrado a
fin de que el resarci-miento sea lo más justo posible (Llambías J.J.; op. cit. tomo I, págs. 299 y ss.).
Además, encuentro otro obstáculo de índole constitucional para disminuir
el monto de daño moral sólo en razón de la vejez de la fallecida: si todas las personas son iguales
ante la ley (art. 16 de la Constitución nacional; art. II de la Declaración Americana de los Derechos y
Deberes del Hombre; arts. 1°, 2°.1. y 7 de la Declaración de Derechos Humanos; arts. 1, 3, 5, 8 y
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24 de la Convención Americana so-bre Derechos Humanos-Pacto de San José de Costa Rica- y
art. 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos) carece de rigor lógico establecer una
relación ficticia e in-versamente proporcional entre la edad de una madre y el afec-to que ésta
suscita en sus hijos, como si el amor filial só-lo pudiera ser experimentado por aquellos que tienen
madres “jóvenes”, ello sin perjuicio de advertir sobre las dificul-tades de orden práctico que
surgirían en cada caso al momento de decidir quién queda comprendida en esa categoría.
Me parece evidente que la interpretación de las normas que rigen la
responsabilidad civil propuesta por la SIDE, por su generalidad y falta de sustento racional, es
discriminatoria y, por ende, repugnante a la Constitución (Conf. C.S.J.N. F.509.L.XXXVI “Franco,
Blanca Teodora c/Prov. de Buenos Aires, Ministerio de Gobierno”, fallada el 12 de noviembre de
2002, considerando 6to.).
El modo en que han sido planteados los agra-vios del Estado me obliga a
recordar que el derecho no es
-como tituló Llambías- una “física de las acciones humanas” (L.L. 107-1015), esto es, un orden
coactivo carente de sus-tento ético; con tal comprensión, los jueces deben descartar aquellos
criterios que degraden los valores del espíritu. Y estoy convencido de que obraría en contra de ese
postulado si aceptara el prejuicio que subyace en la queja del recurrente, el cual se resume en un
chocante menosprecio por la anciani-dad apoyado, a su vez, en una trivialización del principio de
igualdad.
La fijación del “precio del dolor” (JA, t. 1954-III, pág. 358) es ya
suficientemente problemática -y a menudo arbitraria- como para que sea teñida del economismo
descarriado que propone el recurrente.
Para no extenderme más sobre este aspecto de la apelación recuerdo que
el respeto y la consideración hacia las personas de edad -que se incorporan a la costumbre de un
pueblo e inspiran el orden jurídico de una nación- no son el patrimonio exclusivo de las culturas
tradicionales de Orien-te. Así, por ejemplo, Séneca -por citar a un pensador perte-neciente a la
tradición romana- ya advertía que “nadie es tan viejo que no pueda aguardar un día más” y que
aquellos que cuentan en su familia con una persona de esa condición, deben aprovechar su
consejo y afecto como un “tesoro” que el alma extrañará después de la partida, porque “Nunca es
tan sabrosa la fruta como cuando se pasa” (Lucio Anneo Séneca, “Cartas Morales a Lucilio”,
Ediciones Orbis S.A.; Bs. As., 1984, vo-lúmen I, pág. 32).
Sólo quien participe del cinismo que nutre a una parte de la cultura
contemporánea puede ver en esas pa-labras el reflejo de una moral conservadora y caduca y, por
lo tanto, carente de fuerza inspiradora a la hora de juzgar.
Seguidamente me abocaré al examen de la apela-ción de los actores por
este rubro, para lo cual estimo nece-sario repasar el modo en que ocurrió el deceso de la Sra.
Fijman de acuerdo a las constancias de la causa penal que hacen plena fe (arts. 979, inc. 4°, 994 y
995 del Código Ci-vil y Salvat R.M. "Tratado de derecho civil argentino"
-Parte general- Bs.As., Librería y Casa Editoria de Jesús Menéndez, 1931, pág. 782, núm. 1899) y
cuya foliatura consig-naré entre paréntesis, salvo indicación en contrario.
La testigo Eleanor Mary Zappia, expresó que “en circunstancias en que
caminaba por la calle Libertad en busca de un restaurant para cenar...observó que dos personas
ancianas se encontraban intentando dar de comer a varios ga-tos que se hallaban en el interior de
un predio ubicado en Libertad 1235, detrás de un portón metálico. Una de las an-cianas, dado que
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los felinos se movían, introdujo su cabeza y parte del brazo derecho para tratar de alcanzar el
alimento a los animales. Notó que el portón comenzó a deslizarse hacia la derecha, arrastrando el
cuerpo de la anciana”. Fue enton-ces cuando la declarante “Desesperada junto a su esposo (sic)
trataron de detener el mismo, logrando hacerlo por espacio de tres minutos, aunque no puede
precisar si se detuvo solo por la fuerza aplicada. De pronto posiblemente accionado por un
comando manejado de otro lugar, volvió a su posición inicial. Aclara que el portón se habrá
deslizado aproximadamente un metro. Cuando el portón volvió a cerrarse, la anciana quedó
arrodillada sobre él y emitía nada más que gemidos y despedía sangre por la boca, observando
además un corte en la sien izquierda” (fs. 13/13 vta., ratificada -con ligeros matices- a fs.90/91), la
testigo aclaró que “cuando ella llegó al lu-gar el portón estaba cerrado, que luego se abrió
arrastrando a la mujer, allí es cuando le aplasta la cabeza, luego cuando volvió a cerrarse esta se
vio liberada...” (fs. 91).
Concuerda con este testimonio el del Sr. Dome-nico Giuseppe Zappia
quien agregó que “no vio cuando la mujer introdujo la cabeza en el portón, pero que sí pudo
escuchar los gritos.- Que la mujer estuvo aprisionada por un lapso aproximado de tres minutos,
entre la puerta y una columna” (fs. 92 vta.).
Las fotos tomadas durante la instrucción poli-cial muestran a la Sra. Fijman
yacente en posición fetal en la vereda adyacente al portón de acceso de la Escuela Nacio-nal de
Inteligencia, rodeada de un charco de sangre, con el cráneo fracturado y la cara cubierta con
sangre (fs.72 y 219). Esta situación se prolongó durante varias horas (conf. diligencias de fs. 1/2,
20, 27 y 136).
La autopsia realizada por la médico forense de la Justicia Nacional, Dra.
Beatriz Lancelle Depejko, reveló que la muerte se había producido por politraumatismo y que se
habían detectado las siguientes lesiones en la cabeza, cara y torax de la progenitora de los
demandantes.: 1) Hematoma bipalpebral izquierdo y superior derecho. 2) en región fronto temporal
izquierda herida contuso cortante de 5 cms.. 3) Fractura de hueso malar derecho. 4) Fractura de
hueso propio de la nariz. 5) Fractura de tercio medio de cubito y radio derecho. 6) Excoriaciones
apergaminadas en cara, ambos miem-bros superiores. 7) Fractura de clavícula derecha en su tercio medio. 8) Fractura del esternón en su tercio medio. 9) Fracturas costales múltiples bilaterales
varias líneas. 10) Hematoma en dorso de mano izquierda. Asimismo se registró una aponeurósis
epicraneana con hematoma en lado izquierdo y fracturas de los huesos del cráneo, a saber, del
frontal, esfenoides, etmoides, de ambos techos orbitarios y peñazcos y parietal izquierdo. También
se analizó la existencia de espuma sanguinolenta en laringe y tráquea (fs. 116/118).
El cuadro de situación descripto revela que la Sra. Fijman murió por
“compresión cefálica con la reja” (fs. 136), por lo que sufrió desesperadamente antes de morir, lo
que -por cierto- tiene que influir en el ánimo de sus hijos acrecentando su dolor. No se trata sólo de
compensar -en el plano moral- la desaparición física, sino también el modo en que ella ocurrió, ya
que son dos recuerdos los que pesarán en la memoria de los Sres. Socolosky: el de su madre viva
y el de su madre sufriendo mientras moría. Este aspecto fue desa-tendido por el Sr. Juez de
primera instancia, ya que al fijar la cantidad de dinero por daño moral sólo tuvo en cuenta “la indignación por el crimen” y la “sensación de pérdida” (fs. 217 vta., punto C).
En otro orden de ideas, no puedo dejar de con-siderar otros elementos que
se refieren a la conducta del de-pendiente de la SIDE y que contribuyen a poner de relieve el
aspecto punitivo del daño moral.
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Es que el carácter predominantemente resar-citorio que esta Cámara le ha
conferido a ese capítulo de la indemnización no descarta -como lo ha sostenido mi apreciado
colega, el Dr. Vocos Conesa- la función ejemplarizadora pro-pia de una sanción (conf. su voto en la
causa “Ledesma”, nro. 4412, fallada el 1 de abril de 1977, considerando IX; asi-mismo ver
CNCom., Sala “C”, voto del Dr. José Luis Monti en la sentencia del 23.3.99, publicada en ED 184318, con comen-tario elogioso del Dr. Santos Cifuentes).
Aun cuando la teoría del resarcimiento expues-ta por la doctrina francesa
(ver, por ejemplo, Henri Lalou, “Traité pratique de la responsabilité civile”, París, Librai-rie Dalloz,
1949, núm. 149, p. 101) y aceptada en nuestro me-dio (v.gr. Orgaz, A., op. cit., número 78, pág.
201; Henoch D. Aguiar; “Hechos y actos jurídicos en la doctrina y en la ley”; T.E.A., 1950, tomo IV,
núms. 33 y 34; Cammarota Anto-nio, “Responsabilidad extracontractual”, Bs. As., 1947, t. 1, núm.
77, pág. 94; Sa-las, Acdeel Ernesto; “Estudios sobre la responsabilidad ci-vil”; Valerio Acevedo,
Editor, 1947, págs. 81 y ss; Colombo, L.; op. cit. tomo II, número 224, entre otros), fue objeto de
agudas críticas por parte de quienes sostenían la tesis de la “pena civil” (v.gr, Georges Ripert, “La
regle morale dans les obligations civiles”; Librairie Genérale de Droit & de Jurisprudence”, Paris,
1935, págs. 366 y ss., en particular, número 181 y pág. 368) nada obsta a que ambas posiciones se
concilien atendiendo a las circunstancias de cada caso, pues una y otra se inspiran en propósitos
que no se excluyen recíprocamente.
En efecto, puede concederse una suma de dinero para que ella atenúe los
rigores del padecimiento (ver Salas, obra y lugar cits.) y, al mismo tiempo, castigue la conducta del
delincuente con el fin de impedir la renovación de la falta (René Demogue, “Traité des obligations
en général”, Pa-rís, Librairie Arthur Rousseau, 1924, t. IV, núms. 406 a 409, págs. 48 a 52).
De lo que se trata, entonces, es de evitar el encasillamiento del derecho en
categorías rígidas que entor-pezcan la recta administración de justicia ya que, en defini-tiva, las
categorías están más en nuestro entendimiento que en las cosas, "Natura non procedit per saltus"
(Demogue, op. cit. Núm. 406, pág. 49). Por ende, no hay obstáculo para incrementar la suma por el
daño moral con la finalidad adicional de repudiar la conducta antisocial del demandado (voto del Dr.
Monti, cit., en particular, considerando VIII).
Sobre este punto doy cuenta de
que el Sr. Al-berto Ricardo Dattoli, autor de hecho, trabajaba como vigi-lador y portero del edificio
sito en Libertad 1235 de esta Ciudad, en el que funciona la Escuela Nacional de Inteligen-cia (fs.
555/556 de la causa penal); y que fue mientras cum-plía con su tarea que amenazó varias veces de
muerte a la Sra. Fijman. En efecto, si bien es cierto que el Tribunal Oral nro. 29 absolvió al
nombrado del delito de coacción por el beneficio de la duda (fs. 733/750 de la causa penal), también lo es que tuvo por verificado el hecho de las amenazas de muerte, “las cuales se combinaban
según los dichos de Fe-liciana del Carmen Fernández, habitual compañía de la occisa en esta
tarea, con movimientos de apertura y cierre del por-tón, que no podían tener otro fin que el
intimidatorio. Acti-vidad de amedrentación, que según sus hijos y la referida do-méstica eran
frecuentes. El agente...ha reconocido en su de-claración, que si bien no era usado el movimiento
del portón como medio disuasorio, sí se había hecho algunas veces con personal propio como
broma” (fs. 739, último párrafo, 739 vta., el subrayado me pertenece).
La reiteración de esa conducta -que, huelga decir, está muy lejos de ser
hilarante- determinó, a la pos-tre, la muerte de la madre de los actores y la condena del Sr. Dattoli a
diez años de prisión por el delito de homicidio simple.
Tanto la desaprensión por la seguridad de las personas manifestada por el
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agente -aún más grave si se tiene en cuenta el ámbito de actuación de éste- como la desidia de las
autoridades del organismo en el reclutamiento y control de su personal -el propio condenado
admitió haber sido impu-tado de un delito seis años antes del hecho (fs. 45 vta. de la causa penal)constituyen elementos que, sumados a los an-teriores, conducen a incrementar el monto del daño
moral en $ 70.000 por cada hijo.
Es de esperar, que los funcionarios de la de-mandada que llevan a cabo la
indefinible tarea de inteligen-cia, honren el significado de esta palabra y la delicada mi-sión que les
incumbe evitando, en el futuro, la reiteración de hechos tales como los descriptos.
VI. Resta, por último, tratar los agravios del Estado en lo que respecta a la
imposición de costas.
En este sentido, el apelante propicia la apli-cación del art. 72 del Código
Procesal -que regula el supues-to de pluspetición inexcusable- y, en subsidio, del art. 71 del mismo
cuerpo legal (fs. 254 vta., punto III y fs. 256 vta., tercer párrafo).
El agravio debe ser desestimado porque, por una parte, la SIDE resistió
durante todo el pleito la preten-sión deducida pidiendo su total rechazo y negando todos los hechos
relevantes (fs. 58/66 y fs. 252/257), circunstancia que impide invocar el precepto legal aludido (conf.
art. 72, primer párrafo, última parte y Fassi, Santiago C. - Yañez, César D. “Código procesal civil y
comercial, comentado, ano-tado y concordado”, Editorial Astrea, 1988, tomo I, pág. 445; en igual
sentido CNCiv., Sala F, 3/4/79, ED, 86-561).
Sin perjuicio de lo anterior, la hipótesis contenida en la norma en cuestión
constituye una excepción al principio objetivo de la derrota, por lo cual es de interpre-tación
restrictiva. Ella no se configura ante la mera despro-porción entre lo reclamado y el monto de la
condena sino cuando, además, la parte, maliciosamente, pretendió un monto exorbitante (Morello,
A. M.-Sosa, G. L.- Berizonce, R. O. “Códigos procesales en lo civil y comercial de la Provincia de
Buenos Aires y de la Nación”, comentados y anotados, Li-brería Editorial Platense - Abeledo Perrot1985, tomo II-B, págs. 219 y ss.), lo que debe ser acreditado por la contraria (CNCiv., sala D,
23/8/82, Rep. ED. 18-318, nro. 73).
En el sub lite no se constató el extremo apun-tado; por el contrario, los
demandantes expresamente sujeta-ron su demanda -tal como ya trascribí- a lo que “EN MÁS O EN
MENOS FIJE V.S. CON SU ELEVADO ARBITRIO” (fs. 38) expresión que, dadas las características
fuera de lo común del caso, me lleva, una vez más, a desestimar el planteo (conf. Morello-SosaBerizonce; ob. cit . pág. 221, punto 2, b. y Falcón, Enrique M. “Código procesal civil y comercial de
la Nación, anotado- concordado-comentado”, Abeledo - Perrot, Bs., As., 1994, tomo I, pág. 462).
En cambio, le asiste razón al recurrente en lo atinente a la aplicación del
art. 71 del Código Procesal, to-da vez que de los cinco rubros reclamados -los Sres. Socolos-ky los
agruparon erróneamente en seis- fueron admitidos dos, a saber, los gastos de sepelio -que
quedaron firmes- (consi-derando 3, punto “E” de la sentencia de primera instancia, fs. 218) y, el
más significativo, el daño moral. Además, ten-go claro que la actora resistió el planteo de
pluspetición, mas nada dijo sobre la aplicación del precepto en examen (ver fs. 266, punto 6).
En atención a ello, a la preponderancia econó-mica del ítem señalado en
último término y a la falta de ele-mentos objetivos para valorar los capítulos de la indemniza-ción
que fueron desestimados y a que la demandada obligó a los actores a acudir a los tribunales
judiciales, propongo distribuir las costas de ambas instancias en el 25% a cargo de la actora y en el
75% restante a la demandada (arts. 71 y 279 del Código Procesal). Dicha distribución se ajustará -
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en lo que respecta a los demandantes- a lo prescripto en el art. 84 del Código Procesal, habida
cuenta de la obtención del be-neficio de litigar sin gastos decidida en el expte. 4551/99 que corre
por cuerda (fs. 37).
Por ello, propongo modificar el fallo apelado en los términos que surgen de
los considerandos V y VI de este voto, esto es, elevando la suma por daño moral a la de $ 170.000
por cada uno de los actores con más los intereses correspondientes e imponiendo las costas de
ambas instancias en un 25% a la actora y un 75% a la demandada y confirmarlo en lo restante que
fue objeto de agravio.
Los Dres. Recondo y Vocos Conesa, por análogos fundamentos adhieren
al voto precedente. Con lo que terminó el acto firmando los Señores Vocales por ante mí que doy
fe. Fdo.: Guillermo Alberto Antelo - Ricardo Gustavo Recondo - Eduardo Vocos Conesa. Es copia
fiel del original que obra en el T° 4, Registro N°
del Libro de Acuerdos de la Sala III de la Excma.
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Co-mercial Federal.
Buenos Aires,
de octubre de 2003.
Y VISTO: Lo deliberado y conclusiones estable-cidas en el Acuerdo
precedentemente transcripto, el Tribunal RESUELVE: modificar la sentencia apelada elevando el
monto de la indemnización del daño moral a la suma de pesos CIENTO SE-TENTA MIL ($
170.000) para cada uno de los actores y se impo-ne las costas -también en alzada- en un 75 % a la
demandada y en el 25 % a los accionantes (art. 71 del Código Procesal).
De conformidad con lo dispuesto en el art. 279 del citado Código, teniendo
en cuenta la naturaleza sumaria del asunto, el monto de la condena (en concepto de capital e
intereses; conf. plenario "La Territorial de Seguros S.A. c/ Staf". del 11-9-97), y la extensión, calidad
e importancia de los trabajos desarrollados, así como el cumplimiento de las dos etapas y la
presentación del alegato facultativo, esta-blecense los honorarios conjuntos de los patrocinantes de
la parte atora, doctores Eduardo S. Barcesat, Roberto J. Boico y María L. Jaume en la suma
conjunta de pesos CINCUENTA Y TRES MIL SEISCIENTOS CUARENTA ($ 53.640). Y
determínase los emolumentos que, en conjunto, corresponden a los doctores Rubén Darío
Diéguez, Miguel Agustín Mentasti, Hernán Martire Palacio y Pablo Raúl Di Stéfano a la cantidad de
pesos CUA-RENTA MIL DOSCIENTOS TREINTA ($ 40.230) (arts. 6, 7, 9, 10, 19, 37 y 39 de la ley
21.839, modificada por la 24.432). Confírmase, además, los honorarios regulados a los letrados de
ambas partes por la incidencia procesal de fs. 78 (arg. art. 33 del arancel).
En atención a que los peritos y consultores presentaron diversos escritos
para dar cumplimiento a sus dictámenes, los que no llegaron a concretarse por razones ajenas a su
volutad, fíjase las retribuciones de la psicóloga Luz Barassi, del ingeniero Nelson Feliciano Díaz y
de los consultores Mario Manuel Dichorchi y psicóloga Iliana Marta Moras, en los importes de pesos
QUINIENTOS ($ 500), pesos QUINIENTOS ($ 500), pesos DOSCIENTOS CINCUENTA ($ 250) y
pe-sos DOSCIENTOS CINCUENTA ($ 250), respectivamente.
Por alzada, ponderando el mérito de los escri-tos presentados, el resultado
de los recursos y sus montos, regúlase los honorarios de los letrados de la actora, en con-junto, en
las sumas de pesos CINCO MIL CIENTO SETENTA Y CINCO ($ 5.175) y los correspondientes a
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los profesionales de la demandada a la cantidad de pesos CUATRO MIL NOVECIENTOS
TREINTA Y CINCO ($ 4.935)(arts. 6, 7, 9, 14 y arg. 19 del arancel).
Regístrese, notifíquese y devuélvase.
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