RUDOLF PESCH LA PRETENSIÓN DE JESÚS Der Anspruch Jesu, Orientierung, 35 (1971), 53-56, 67-70, 77-81 LA EXPULSION DE LOS VENDEDORES DEL TEMPLO Últimamente se ha insistido en que la pregunta sobre el Jesús histórico exige una respuesta concreta e intuitiva. El teólogo debe conseguir esta concreción si quiere ser tomado en serio por sus contemporáneos. Esta concreción parece haberse encontrado hoy presentando a Jesús como rebelde. Y el texto clave para justificarla suele ser la expulsión de los mercaderes, entendida generalmente como una ocupación violenta del templo, como una pequeña sublevación. Pero, ¿es realmente así?, ¿era eso lo que pretendía Jesús? Si esta acción, en la capital judía y en el santuario central de Israel, no fuese fundamental para entender el obrar de Jesús, no estaría tan debatida la cuestión sobre el origen y significado de la tradición de la expulsión de los mercaderes. En primer lugar, no podemos pasar por alto o negar las implicaciones políticas que tuvo su acción provocadora. "Al Sanedrín -en su carácter de colaborador con el invasor romano-, dominado por los saduceos, tuvo que parecerle sumamente peligrosa tal demostración en la atmósfera tensa de una Jerusalén en fiestas. Para distanciarse de ella no les quedaba más remedio que entregar al causante en manos del Procurador" (H. W. Bartsch). La cita que hace Jesús en esta ocasión de la profecía de Isaías: "mi casa será llamada casa de oración por todas las gentes" (56, 7), como justificación de sus actos, muestra que "Jesús esperaba la erección del reino de Dios como obra de Dios y no como resultado de un levantamiento. También parece cierto que la acción fue comprendida por el Sanedrín como relacionada con las repetidas manifestaciones de fuerza de los zelotes; esto fue lo que les llevó a la conclusión de entregar al rebelde en potencia a los romanos" (H. W. Bartsch). He citado intencionadamente a un exegeta que, por lo demás, es favorable a una imagen de Jesús fuertemente coloreada por lo político. Pero debemos ocuparnos más de cerca de la tan polemizada y manipulada tradición. El relato de los cuatro evangelios Mateo (21, 12-13) y Lucas (19, 45-48) tienen como texto base el de Marcos (11, 15-18), pero le cambian el sentido. Lucas le da el sentido de acción preparatoria: Jesús toma posesión del templo para convertirlo en el lugar de su doctrina; Jesús está en las cosas de su Padre (Lc 2, 49). El templo aparece, generalmente, en Lucas como la meta del "camino" de Jesús. "La expulsión del templo no es, en Lucas, un signo escatológico, sino un medio para la toma de posesión del templo" (H. W. Bartsch). Mateo también abrevia a Marcos. Suprime la noticia de que Jesús no dejaba transportar cosas por la plaza del templo y el final de la cita de Isaías ("para todas las gentes"). Según la mentalidad mateana la acción de Jesús topa con la conducta del Israel RUDOLF PESCH contemporáneo, como comunidad indigna del templo. Mateo no dice "habéis convertido...", sino "convertís..." el templo en una cueva de bandidos. Jesús purifica el templo. A la comunidad indigna, opone una nueva, la de los llamados por él y excluidos por aquélla: los ciegos, cojos, niños... Mateo y Lucas ponen, pues, su redacción al servicio de su teología. Por consiguiente, no deben considerarse estas fuentes como el lugar propio para plantear el problema histórico (historische) de la pretensión de Jesús y de las implicaciones de la provocación de Jesús en el templo de Jerusalén. La expulsión, en el evangelio de Juan (2, 13 17), está al principio de la vida pública de Jesús. Seguramente esta colocación es de orden secundario, puesto que para subrayar el conflicto entre Jesús y las autoridades judías ya coloca Juan el suceso de la resurrección de Lázaro (cfr. 11, 45-53-57; 12, 9ss, 17ss). Pero es preciso distinguir el relato de Juan de su ordenación redaccional. ¿Qué nos dice el relato en sí? Juan hace que Jesús lo haga todo, los echa a todos. En esta exposición Jesús paraliza claramente el culto, puesto que no pueden ser presentadas las ofrendas si no es posible comprar los animales elegidos para las mismas y cambiar el dinero profano por la moneda del templo. Por esto, Juan cita, junto a las palomas, los corderos y los bueyes, animales necesarios para las ofrendas totales y pacíficas. Juan, a diferencia de Marcos, restringe la acción de Jesús a los vendedores y no cita a los compradores. Sólo Juan habla del látigo. Su historicidad es debatida, pues estaba prohibido llevar armas en el templo. Quizá a los relatores les parecía extraño que Jesús pudiese limpiar el templo sólo con las manos. Tampoco se puede desoír completamente la argumentación de los que ven en este rasgo un detalle apologético para evitar que se confundiera a Jesús con los zelotes. La increpación de Jesús "no hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado", está formulada en estilo joanneo; delata que el tema de Juan es la purificación del culto, lo cual es también reconocible por el uso que la Iglesia primitiva hacía del salmo 68. Esta interpretación es claramente posterior respecto de la que Marcos hace con la cita de Isaías. El justo padece ignominia, su celo le cuesta la vida. También para Juan aparece aquí el tema de la muerte. Todo lo dicho muestra que el relato joanneo no es de los más antiguos; que está muy trabajado y que, por tanto, no puede tomarse como puro relato. Apenas se puede considerar la provocación de Jesús como expresión de su celo por la casa de Dios, como protesta contra el indigno comercio que se realizaba en la plaza del templo. Por otra parte, el mercado era supervisado y dirigido por los sacerdotes y era necesario, según la ley, para que los peregrinos venidos de fuera comprasen las ofrendas y cambiasen el dinero romano por la moneda del templo. Por lo demás, estaba suficientemente defendido contra las profanaciones por medio de disposiciones y castigos. Ninguno de los cuatro evangelistas aportan datos para pensar que la acción de Jesús en el templo sea una demostración social-revolucionaria contra la acción explotadora ejercida sobre los piadosos peregrinos por las clases sacerdotales dominantes y colaboracionistas: la acción de Jesús no se puede interpretar así. RUDOLF PESCH Sentido de la expulsión Veamos el texto de Mc que es el más antiguo. Si se quiere conocer el sentido que tiene la provocación de Jesús en el templo no hay más remedio que acudir a la palabra profética que Jesús se apropia en el texto (Is 56, 7). Lo de la "Cueva de bandidos" (Jer 7, 11) es un añadido de Marcos y hace relación a la destrucción del templo. El alcance de la acción externa de Jesús es indiferente a nuestro propósito. Para mí es seguro que Jesús hizo una especie de "manifestación" en el templo. Por ciertas indicaciones importantes parece fácil probar que la tradición de Marcos es histórica en lo fundamental. La perícopa 11, 15-18, pertenece a la historia de la pasión premarcana, cuya composición puede datarse (posiblemente en Galilea) poco después de la muerte de Jesús. En el v 18 aparece con claridad un motivo histórico de la tradición: la comunidad en la tradición de la pasión quiere explicar el camino de Jesús hacia la cruz. Ya lo hemos visto en Juan. La pregunta por las causas históricas de la muerte de Jesús es el motivo fundamental de la más antigua tradición. La polémica posterior sobre el templo, el culto, oposición entre antiguo y nuevo templo, antigua y nueva comunidad no repercute todavía en los relatos. Como parte integrante de un conjunto mayor (a saber: la historia de la pasión), la perícopa no está sujeta tan fácilmente, como ciertas tradiciones particulares, a las influencias teológicas de las comunidades que las transmiten. ¿Qué es, pues, lo que pretende Jesús con su acción en el atrio de los gentiles? El lugar de la provocación está elegido cuidadosamente. Una fuerte muralla rodeaba toda el área del templo. En el interior de la muralla había una explanada alrededor del templo: el atrio de los gentiles. Más adentro sólo podían pasar los circuncidados. Ningún extranjero, ningún pagano podía hacerlo bajo pena de muerte. La acción de Jesús tiene lugar en ese atrio. El tiempo de la provocación también está escogido: antes de la fiesta de Pascua, cuando millares de peregrinos llegaban a Jerusalén procedentes de todo el mundo. ¿Qué pretende Jesús al "limpiar" el atrio del templo? Proclama, parabólicamente, la cercanía del reino de Dios. Jesús reclama el atrio de los pueblos para la adoración de todos los pueblos y para que se cumplan las promesas proféticas (cfr. Isaías, Jeremías, Zacarías, etc), según las cuales todos los pueblos del mundo acudirán a Jerusalén, al fin de los tiempos, para adorar a Yahvé. Esto es precisamente lo que dice Is 56, 7 (cfr. también Is 2, 1-4; Jr 3, 17; etc). Esta promesa hecha a los gentiles presupone -aquí tocamos la intención principal de Jesús- la reunión al fin de los tiempos del pueblo de Dios disperso (Is 56, 8). La acción provocadora de Jesús en el templo es una demostración de la cercanía del reino de Dios y del nuevo movimiento de reunión puesto en marcha por Jesús por medio de sus signos. Los destinatarios de su provocación profética son los peregrinos de Galilea y de la Diáspora; quiere llamarles la atención sobre el mandamiento de la hora: la conversión ante la irrupción del reino de Dios. Conversión que ha de manifestarse en la reunión del pueblo de Israel, pasando por encima de todas las diferencias que le dividen: justos y pecadores, puros e impuros, etc. Las consecuencias políticas de esta acción son claras: la salvación escatológica significaría, para el Israel reunido y para los pueblos, el fin del señorío romano. Los que prenden y entregan a Jesús actúan, políticamente, con prudencia y coherencia. Pero la demostración de Jesús no tuvo carácter político más que indirectamente. Su mensaje RUDOLF PESCH sobre el señorío de Dios era inequívoco: Jesús lo esperaba todo de la obra salvadora de Dios y de la conversión de los hombres a la justicia social, a la actitud de perdón, al humanismo y amor incondicionados, incluidos los enemigos...; nada de revolución armada que no hubiera hecho más que aumentar las divisiones. Pero una conversión así entendida como reunión de Israel hubiera cambiado ciertamente el status político del país. Mas este cambio último no le preocupa a Jesús; a sus enemigos, sin embargo, sí les preocupaba y tenían que impedirlo. Para conocer más de cerca la pretensión de Jesús hemos expuesto una tradición que hoy está sujeta a las más erróneas interpretaciones- Que nuestra interpretación sea verdadera lo tienen que demostrar las restantes acciones profético-provocadoras de Jesús. Ellas iluminan la pretensión de Jesús: poner en marcha la reunión escatológica de Israel. ACCIONES PROFÉTICO-PROVOCADORAS DE JESÚS Los evangelios sinópticos nos ponen en contacto con otra serie de relatos que ilustran una posible acción histórica de Jesús y que concretizan su pretensión. Las tradiciones que soportaron una crítica histórica más aguda son, precisamente, las relativas a los actos profético-provocadores de Jesús. A éstos pertenecen, en primer lugar, el perdonar pecados, abolir las separaciones, la fundación de una nueva comunidad. Marcos (2, 1-3, 6) recoge dos escenas, una sobre su amistad provocativa con los pecadores, y otra que le presenta como trasgresor del sábado. El relato concluye con la primera noticia sobre la intención que sus enemigos tienen de matarlo. Todo favorece la opinión de que estas provocaciones dan lugar a conflictos con los fariseos y de que, particularmente, en la comida de Jesús con pecadores notorios (los publicanos) fue donde comenzó la oposición entre Jesús y los que le iban a entregar a Pilatos. Jesús empezó a unir el pueblo, destrozado por la ocupación, rompiendo la discriminación de los cobradores de impuestos. La primera perícopa de esta colección (Mc 2, 1-2) es el relato de la curación de un paralítico en Cafarnaúm. Posteriormente fue introducida en el relato una discusión (v 610); es posible que el relato más primitivo del milagro contuviese ya las palabras de Jesús sobre el perdón de los pecados (v 5b). En la discusión, los escribas acusan a Jesús de provocador blasfemo. Sin duda la comunidad primitiva condensó aquí el trato que tenía Jesús con los pecadores. Comida con publicanos Este relato nos introduce en la vida misma de Jesús (Mc 2, 15-17). (La escena que sirve de enlace -Mc 2, 13-14: vocación de Leví, a quien Mt identifica con el apóstol Mateose debe, posiblemente, al trabajo redaccional de Mc). Este texto tiene un lugar primordial entre las discusiones que aparecen en los evangelios, los cuales tratan generalmente un problema de la comunidad primitiva en forma de debate de Jesús con sus opositores. La serie de detalles concretos (nombre del anfitrión, escribas del partido de los fariseos) nos dice que no se trata de la mera escenificación literaria de una palabra de Jesús; el relato elabora un acontecimiento histórico. RUDOLF PESCH Al reproche de que se desprestigia tratando con pecadores, Jesús responde que su misión (he venido = he sido enviado por Dios) consiste, primordialmente, en ir a los pecadores, a los discriminados por la sociedad religiosa. A éstos va dirigida, en primer lugar, la invitación a tomar parte en el reino de Dios (cfr. Lc 15, 1-8), en la mesa de Dios, en la comunidad de los hombres. A quienes hay que ir a buscar (Mt 9, 36) es a las ovejas perdidas ya que Yahvé, el buen pastor de Israel, tiene a todo Israel como pueblo en propiedad y no puede permitir que uno solo sea expulsado y se pierda. Tanto en casa de Leví como en la expulsión de los mercaderes, Jesús pretende poner esto de manifiesto. Jesús, al manifestar la cercanía del reino de Dios, pretende decir que todo el pueblo de Israel, reunido como pueblo de Dios, debe tener parte en la salvación de Dios. Ésta es la razón por la cual Jesús se preocupa de eliminar todas las separaciones llevadas a cabo por individuos o grupos: Él predica la salvación a todos. La culpa no autoriza la discriminación (así piensa Jesús, refiriéndolo a la misericordia divina). Según el pensar de Jesús, uno no puede guiarse legalistamente y dividir a las personas en cumplidores o no cumplidores de la ley. El único canon por el cual el hombre debe medirse a sí mismo y a los demás es la misericordia divina. De esta manera, Jesús supera las barreras producidas por el egoísmo salvífico, la auto-justificación, la religiosidad angustiosa y el estrecho rigorismo legal. Curación en sábado Otro ejemplo de este obrar provocativo es la curación, en sábado, del hombre de la mano paralizada (Mc 3, 1-6). J. Roloff, en la más reciente investigación de la perícopa, llega a la conclusión de que se trata de un recuerdo vivo que tiene como tema central el choque de Jesús con sus contradictores. El acento principal no se pone en el milagro, sino en el modo como lo realiza: protestando contra la interpretación farisaica de las ordenanzas sabáticas del AT. Que los fariseos pactasen con los herodianos para ir contra Jesús, es una noticia que va en contra de nuestro conocimiento histórico, fundamentalmente porque en la tradición sinóptica los adversarios están más bien tipificados que descritos históricamente. Las prescripciones farisaicas sobre el sábado prohibían la ayuda médica, excepto en peligro de muerte. Podía haberse dejado la curación para el día siguiente. Transgredir la ley del sábado se castigaba con la lapidación. El relato presupone todo esto. Jesús pretende mostrar que el reino de Dios se dirige fundamentalmente -aun a pesar de los dogmas religiosos- a la salvación de los necesitados. El sábado era, en un principio, una institución social 1 ; con el tiempo, y bajo el influjo sacerdotal, adquiere una dimensión cúltico-religiosa. Jesús, pues, se muestra contrario a una concepción que reduce a Dios a un mero mantenedor de las exigencias religiosas legales y a la cual importa más lo cúltico que lo social, las exigencias religiosas más que las sociales. El Dios que Jesús predica y cuyo señorío quiere poner de manifiesto, está siempre presente para el hombre, incluso en sábado. Jesús muestra que la voluntad de Dios, promotora y mantenedora de la vida, no soporta distinciones en su pueblo y cura la mano paralítica en sábado. RUDOLF PESCH La pregunta de Jesús (v 4) no es polémica ni fingida, sino la pregunta provocadora que corresponde a una situación sumamente seria. Llama la atención a sus contrarios sobre su actitud y sobre la dimensión del obrar de Jesús. El que concibe el precepto sabático socialmente descomprometido y no como cimentados de la comunidad, no obra según la voluntad de Dios sino que hace el mal en sábado, por mucho interés que tome en cumplir las prescripciones religiosas escrupulosamente. La necesidad del prójimo no puede ser aplazada por supuestas obligaciones religiosas. El reino de Dios está cerca y quiere manifestarse en el amor incondicional de los hombres entre sí. Las prescripciones religiosas escrupulosamente alambicadas impiden a las personas hacer el bien, las dividen entre acechadores y acechados, sanos y enfermos, etc. Pero Dios quiere reunir a Israel, dice Jesús. Por eso no tiene miedo de curar en sábado con tal de llamar la atención sobre la verdadera voluntad de Dios. Dios quiere la salvación corpórea de todos los hombres en el pueblo de Dios reunido. El círculo de discípulos como signo La formación del círculo de discípulos pertenece también a su actuación proféticoprovocadora encaminada a la reunión de Israel. Con razón escribía recientemente H. Schürmann: "Cuando Jesús se rodeaba de un círculo de discípulos, en el que estaban representadas todas las tendencias del judaísmo palestinense, quería decir que esto debía convertirse en signo para Israel: aquí es reunido el desgarrado pueblo de Israel, como familia de Dios en virtud del mensaje escatológico de salvación" (cfr. Mc 3, 35). Lo directamente provocador estriba en la composición del círculo de discípulos: personas que, según los presupuestos de la sociedad dominante, es imposible que puedan entenderse entre sí, dado que, generalmente, no se suelen tratar (publicanos, galileos, fariseos, zelotes, mujeres...). Jesús llama de un modo sumamente provocativo, pasa por encima de la ley, la costumbre y la piedad familiar: "deja que los muertos entierren a sus muertos" (Mt 8, 22). Por lo tanto, aquello por lo cual Jesús exige un seguimiento incondicionado tiene que ser algo incomparable. Así es el movimiento de reunión de Jesús. Para ello necesita a sus discípulos: para hacer presente la voluntad salvífica de Dios y para poder abarcar a todo Israel. Llama a hombres en pos de sí (Mc 1, 16-20) para que representen y extiendan su obrar como "pescadores de hombres" (Mc 1, 17). La urgencia de la misión aparece en las duras instrucciones que da Jesús a los misioneros (Mt 10, 1ss y par) y en aquella palabra que compara la reunión de Israel con la cosecha que está ya a punto de ser recogida (Lc 10, 2 par). El que no oiga el mensaje de la cercanía del reino de Dios, y no haga caso de los discípulos, se pone en pie de igualdad con los gentiles a los cuales no ha sido enviado Jesús (cfr. Mt 10, 5; Lc 10, 8-11). El carácter de signo del círculo de discípulos se acentúa todavía más con la institución de "los doce" (Mc 3, 13-19 par). Probablemente Jesús, ante el fracaso de la misión palestina de sus discípulos, renovó provocadoramente el sentido de su obrar por medio de la constitución del círculo de los "Doce". (Mt 19, 28 par). (Mt 23, 37 par): Jesús exige la reunión escatológica de todo Israel. Vemos, pues, cómo Jesús manifiesta su pretensión, desde la "expulsión" de los mercaderes hasta el final de su vida, mediante la pretensión de su obrar: por encargo de RUDOLF PESCH Dios, quiere reunir a Israel para la salvación final. Todo lo pone a su servicio: la predicación del reino de Dios (Mc 1, 15), los prodigios, los sensacionalismos que ilustran la predicación del Reino, los poderes personales manifestados en los exorcismos y en las curaciones, las provocaciones proféticas, etc. La reunión del pueblo de Israel Jesús no predicaba, como Juan Bautista, un movimiento de penitencia; no impone la praxis rigorista del cumplimiento de las leyes; no funda ningún tipo de comunidad separada y puritana como Qumrán. Jesús no pone su interés en una parte, en un resto de Israel; ni siquiera en el "resto santo" de la tradición profética, sino en todo Israel. El movimiento de Jesús es un movimiento de reunión por el cual quiere comunicarse la salvación personal de Dios a todos. Por esto se preocupa de los marginados por la comunidad judía: enfermos, pecadores, publicanos, el menospreciado pueblo campesino, mujeres y niños. Este Jesús, que trata de tú a tú con los pecadores y publicanos, se hace amigo -cosa incomprensible para los "piadosos" de su tiempo- de los enemigos de Yahvé. Y defiende su actitud a base de justificar provocadoramente su obrar mediante su predicación y sus parábolas: Dios tiene más interés por los pecadores que por los justos porque Él, Yahvé, como pastor de Israel que quiere reunir a todo el rebaño, quiere acoger a las ovejas descarriadas (Mt 18, 12-13). Jesús es amigo de publicanos y pecadores porque Dios se ha hecho su amigo: "Dios es Dios de los sin-Dios" (K. Niederwimmer). Jesús explica su pretensión (podríamos decir, igualmente, su misión) con imágenes que recuerdan directamente las grandes promesas proféticas de la salvación y de la reunión de Israel. Con estas promesas fue anunciado el obrar escatológico de Yahvé, el reino de Dios (Ez 34, 15 ss). Se compadece con la compasi- n divina sobre las multitudes porque "eran como ovejas sin pastor" (Mc 6, 34). Pretende actualizar con su vida el oficio de pastor propio de Yahvé; su amor hacia los pecadores, la voluntad comunitaria de Dios. Con razón, pues, ha dicho J. Jeremías: "Jesús reclama para sí el ponerse en lugar de Dios, es el sustituto de Díos". Ante la cercanía del reino de Dios La reunión de Israel, ante la cercanía del reino de Dios que deducíamos del estudio de la "expulsión", es como el imán que une las líneas de actuación de Jesús, y nos permite todavía una exposición más concreta de su pretensión. Las obras de Jesús pueden ser entendidas como explicación coherente de su proclamación de la cercanía del reino de Dios: los prodigios, exorcismos y curaciones son sus señales; las provocaciones, sus carteles de anuncio, el movimiento de reunión, su escenificación. La pretensión de Jesús es el reverso del hecho de que Jesús mismo esté absolutamente totalizado, "cogido" por el reino de Dios: Dios lo reivindica para sí como predicador, exorcista, sanador de enfermos, jefe de un grupo carismático que intensifica y extensifica su obra de provocador profético, maestro que manifiesta con las parábolas el poderío de Dios. Dios reivindica toda la vida de Jesús como parábola de su reino y se revela en ella como RUDOLF PESCH parábola de la misericordia de Dios y amor que constituye y espolea la libertad de los hombres. Para concretar más cómo la pretensión de Jesús es el resultado de su compromiso con el Reino, sería preciso entrar en el examen detallado de las líneas de su actuación a base de cada caso en particular. Podría exponerse cómo echa Jesús a los demonios, y cómo interpreta sus exorcismos (Lc 11, 20 par), cómo llama a los discípulos y cómo los envía; cómo se porta con las personas que se le oponen (también el hermano mayor tiene su hora de salvación, también su padre sale por él puesto que abandona el banquete contra toda etiqueta); cómo intenta, a base de parábolas, sacar a sus oyentes de la distracción en la que se encuentran sus vidas; cómo toma posición ante la interpretación rabínica de la ley y de las tradiciones de los padres... Es imposible exponer todo esto. Sólo vamos a tratar de ver cómo funda Jesús su poder y cómo expresa su autoridad. Tomemos otra vez la parábola de la oveja perdida (Mt 18 12 ss). Vimos cómo Jesús, con esta parábola, justificaba su pretensión, y su conducta en la que está presupuesta dicha pretensión. ¿Cómo procede Jesús? Argumentativa y no autoritativamente. Hace una llamada a la inteligencia de sus oyentes, les invita a ponerse en su lugar, a imitar su praxis ("¿quién de entre vosotros...?", Lc 15, 4). El que se ponga en el lugar del pastor le dará la razón; pero también le dará la razón si entiende la parábola como parábola (Lc 15, 7). Y, ¿se le puede dar la razón a Jesús sin hacer valer también en la tierra la alegría del cielo?, ¿sin admitir prácticamente, en el propio comportamiento, la "praxis del reino de Dios"? Jesús no exige de antemano el reconocimiento de su autoridad; exige el reconocimiento de la voluntad de Dios "así en la tierra como en el cielo". Exige que el oyente reconozca que son pecadores aquellos a los cuales Dios se debe tomar con más interés, porque Él es el pastor de Israel; que la conversión ya no puede concebirse como un mérito del hombre ante el reino de Dios que irrumpe, sino como don de Dios mediado por Jesús. Jesús invita, pues, a los oyentes a colocarse en su lugar, pero de tal modo que se pongan a la vez en el lugar de Dios y de este modo reconozcan a Jesús como el representante de Dios. En la parábola de su obrar y de su predicar Jesús presenta a Dios como el buen pastor de Israel y exige su reconocimiento. Exige, pues, de sus oyentes que repiensen sus concepciones sobre Dios y el hombre, dado que revela a Dios como Aquel que recibe a los pecadores justificándolos. Este pensar nuevo, esta metánoia es algo propio del corazón y, por tanto, de la "mano", de la praxis. El que pone la mano con Jesús, el que entra a tomar parte de su movimiento de reunión, le da la razón; ésta es la decisión frente a la cual coloca a sus oyentes: "el que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama" (Mt 12, 30). LA PRETENSIÓN ÉTICA DE JESÚS La acción llevada a cabo por Jesús en el templo y el resto de sus manifestaciones proféticas nos revelaron su pretensión: la reunión escatológica de Israel ante la cercanía del reino de Dios. Vamos a estudiar en este contexto su pretensió n ética. Comprendemos rectamente la ética de Jesús, la ética del sermón del monte, cuando la concebimos como ética del reino de Dios, de lo por reunir, del Israel ya reunido. Jesús RUDOLF PESCH proclama el derecho del pueblo de Dios escatológico con palabras y hechos. El primer evangelista ha caracterizado a Jesús con justeza como el Siervo que hace triunfar el juicio de Dios (Mt 12, 20); como aquel de cuyas obras "surge su juicio como la luz" (Os 6, 5), ya que su obrar está determinado por el reconocimiento de la voluntad de Dios: "misericordia quiero y no sacrificio" (Os 6, 6 = Mt 9, 13; 12, 7). ¿Cómo interpreta Jesús la voluntad de Dios? Lo que guía la predicación y la obra de Jesús no es la ley que determina la interpretación legalista de los distintos grupos religiosos de Israel, sino la voluntad viva de Dios, determinada por la misericordia. La ley de Dios no es una colección de leyes, recopiladas por el pueblo de Dios, que hay que cumplir, que posibilitan su vivir en comunidad cuando el mal es una cualidad que ha y que limitar, y que mantienen lejos a Dios como juez, puesto que coloca la misericordia antes que la ofrenda. Para Jesús, la ley de Dios es más bien, frente a la cercanía del reino de Dios, una provocación a la libertad humana, una exigencia de la libertad del amor porque es expresión de la libertad y amor de Dios. La ética de Jesús no se dirige a la reducción, sino a la superación del mal. En el Israel escatológico el mal ya no tiene lugar propio. Si la ley es una provocación de la libertad humana del amo r, ya no tiene sentido una interpretación casuístico- legal de la misma; sólo queda como canon interpretativo la voluntad salvadora y amorosa de Dios cuyo conocimiento exige a sus oyentes. En el fondo, Jesús obra como si él y los que le escuchan vivieran ya en la "nueva alianza" que Dios prometió pactar con el Israel reunido (Jer 31, 7-14. 31-33). Jesús interpreta la voluntad de Dios vertiéndola en instrucciones concretas que no dan pie para una nueva formalización casuística; las instrucciones no son sólo cautivadoramente concretas, sino que son sumamente claras para aquellos que las aceptan de corazón; son inmediatamente comprensibles y no dejan lugar al rodeo a base de "cuándo" y "pero". Las instrucciones de Jesús no dividen ya al pueblo de Dios en sabios conocedores de la ley y el pueblo inculto que no la conoce. Las instrucciones de Jesús se dirigen a las personas nuevas, a aquellas en cuyos corazones se encuentra escrita ya la voluntad de Dios (Mt 5, 36; 6, 27. 22-24), y que la reconocen identificándola con su misericordia (Mt 5, 23 ss; 6, 7 ss; 7, 3-5). Domesticaciones de la ética de Jesús La regla de oro es formulada por Jesús de manera más positiva; vale no sólo en el sentido exclusivo de que es preciso excluir todo aquello que no se desea recibir del prójimo, sino precisamente en el sentido abarcante, constructivo y comunitario de que es preciso hacer todo aquello que desearíamos recibir de los demás. Esta actitud no sirve para la autodefensa de la persona en una sociedad descompuesta, sino para la sociedad de los ya reunidos (Mt 7, 12). El texto es bien claro: la voluntad de Dios, tal como es predicada por la Ley y los profetas, es provocación de la libertad del amor de los hombres. Es evidente que Jesús no enfrenta las actitudes internas del hombre con su obrar. No podemos interpretar su ética como ética de actitudes interiores, puesto que la actitud es RUDOLF PESCH comprendida por Jesús ya como una obra (Mt 5, 28). Es cierto que, por otra parte, las obras son también relativizadas en la ética de Jesús, puesto que no predica una ética de la eficacia y el triunfo. Pero esta relativización no la realiza en favor de la actitud (aunque sea religiosa), de la ortodoxia, etc, sino que la pone en relación con el ser del hombre que, como bien supremo, puede y debe ser amante y esto no desde sí mismo, desde actitudes internas u obras, sino sólo desde la gracia de Dios, desde su misericordia. Tampoco hay que identificar la ética de Jesús con la ética de situación. Es equivocado contraponer las actitudes internas a las obras, pero no lo sería menos sacrificar las normas éticas en nombre de la "exigencia del momento". La verdad es que Jesús relativiza, además de los actos y las obras, también las normas en cuanto éstas pueden ser manipuladas legalista y casuísticamente y no ser concebidas como provocación del amor. La voluntad de Dios no se identifica, sin más, con las normas, pero tampoco con las exigencias de la situación, ya que esta identificación también puede ser interpretada de manera legalista, formalista o casuística. Ética de actitudes internas y ética de situación son, igualmente, domesticaciones de la ética de Jesús. Ambas expresan el intento siempre renovado de medir el quehacer humano con medidas humanas. Pero la voluntad de Dios, a partir de la exigencia de Jesús, no es medible, sino incondicionada hasta para las situaciones humanas (Mt 5, 48 par). Cada norma y cada exigencia de la situación participa de la incondicionalidad de la voluntad de Dios, pero ninguna la expresa perfectamente. La exigencia de Dios no queda jamás absorbida ni por la norma fija ni por la ley de la situación, sino que permanece incondicionada tras toda ley y tras toda exigencia del momento. La ética de Jesús va mucho más allá de la ética del triunfo y del éxito, de la ética de las actitudes interiores, de la normativa o de la de situación. Es mucho más: es la ética del reino de Dios, del pueblo de Dios reunido ya y todavía por reunir. Las exigencias de Jesús son escatológicas, proclaman el derecho de Dios, no las costumbres y la moral humana. No tienen en cuenta la situación fáctica, las condiciones en las cuales vivimos. Su lugar propio es la irrupción del reino de Dios y la reunión de Israel; es decir, el cambio de las condiciones, un cambio realizado por Dios en Jesús. La incondicionalidad de las exigencias nace de la incondicionalidad de la promesa, cuyas exigencias hace realidad (Lc 7, 20b-21). Ser transformado: indicativo en lugar de imperativo La exigencia es una con la promesa. La exigencia de Jesús abandona completamente el suelo de la pretensión moral en cuanto que la supera al exigir no el obrar, sino el ser, no ya buenos frutos, sino el árbol bueno; no el bien moral, sino el óptico (Lc 6, 42). En la ética de Jesús aparece, para una reflexión previa y distante, el mismo rasgo de ilusión que en su predicación del reino de Dios. Como ética de cambio indica que el reino de Dios llega realmente, Israel va a ser reunido. Indica que el reino de Dios irrumpe en una "praxis del cielo", que sólo Jesús exige e inicia con su práctica y que es la única merecedora de la oración de sus discípulos (Padre nuestro). RUDOLF PESCH Sólo se entiende la ética de Jesús cuando se ve que es anunciada en el horizonte de la reunión del pueblo, cuando se ve que el punto de partida y la meta no es el imperativo, sino el indicativo : la promesa de la salvación, la justificación del pecador, la reconciliación. Las obras de Jesús vienen a demostrarnos que este cambio se ha realizado ya: los cojos andan, los pobres son evangelizados, etc. El imperativo radical alude a que le ha sido abierta a la persona la puerta de la libertad, una libertad tal que le potencia para poder conquistar la personalidad verdadera y superar el mal por el bien. Más exactamente: por medio del único que puede ser llamado bueno, Dios (Mc 10, 1727). La explicación de la voluntad de Dios (Mc 10, 17-27) es, en primer y último lugar, la explicación del poderío misericordioso de Dios, que no sólo exige lo posible a los hombres, sino que les regala lo imposible, no pidiendo a cambio más que la persona entera tal como es. Dios exige "sólo" que el hombre lo deje todo, hasta a sí mismo (Mc 8, 35). No se le exige al hombre algo que no tenga, sino el abandono de todo. Lo que hace falta -éste es el caso del joven rico- no son buenos pensamientos o buenas obras, sino la persona misma. El joven rico no ha servido a la reunión de Israel con todo su cumplimiento de la ley, puesto que no había entregado sus riquezas a los pobres. Sus méritos éticos no le convierten en un hombre nuevo. La ética de Jesús tiene carácter de diagnóstico que asusta. ¿Quién puede, pues, salvarse? El susto sólo es disuelto por la referencia al poder misericordioso de Dios y a la praxis de esta misericordia posibilitada por la fe. Esta praxis nace de la experiencia de esta misericordia. En definitiva, este miedo sólo lo puede quitar Jesús, ya que es el único que realiza la voluntad de Dios en su palabra y en su obra, en su vida y en su muerte. Por esto Jesús es insustituible, por esto somos referidos a él, por esto creemos en él y lo anunciamos. Cristo es el final de la ley y la justificación de Dios para todo el que en él cree (Rm 10, 4). Pertenece a la reivindicación y a la pretensión de Jesús el que se le exija no sólo el anuncio, sino la consecución del reino de Dios escatológico para el Israel reunido. Pero, ¿cómo consigue Jesús realizar el reino de Dios? Jesús coloca el éxito de su obra en Dios, que todo lo puede. Esto ocurre no porque haga retraerse al mal por medio de ordenaciones legales, sino por su radical superación. La ética de Jesús no exige mejoras y pruebas, sino la total y definitiva separación del mal (Mt 5, 29 ss). La libertad de Jesús y la libertad que confiere a los hombres debe ser probada por el triunfo radical sobre la muerte y el mal. Afirmar la libertad con los medios del mal y de la muerte lleva a la decapitación de la libertad. Para Jesús el fin jamás santifica los medios. Más bien son los medios los que santifican al fin (Mt 5, 38-44). Éstas son las exigencias encaminadas a la superación del mal por el bien (Rm 12, 1721); la destrucción del mal ha de llevarse a cabo mediante la destrucción de todos los medios malos a través del medio, aparentemente débil, del amor. Jesús opta por la fuerza del amor, opta por Dios, cuya divinidad revela definitivamente como amor. RUDOLF PESCH El mandamiento doble Hasta ahora hemos dejado sin tocar conscientemente los textos relativos al doble mandamiento del amor, puesto que, generalmente, se suelen citar con excesiva facilidad como textos fundamentales de la ética de Jesús. El texto clásico es el de Mc 12, 18-34. La mera combinación de los dos mandamientos (Dt 6, 5 y Lv 19, 18) no expresa todavía lo más propio de la ética de Jesús. Esta combinación posee una amplia tradición en el judaísmo tardío; la colocación de ambos mandamientos a la par pertenece a la redacción posterior de Mateo y Lucas. No es casual que el que escriba esté de acuerdo con Jesús. También es válida para él esta equiparación de los mandamientos y concentración de toda la Torá. Pero, "¿quién es mi prójimo?". No es la unión de los mandamientos, sino su explicación lo que la convierte en característica de la ética del reino de Dios de Jesús. ¿Qué es lo que distingue la verdadera explicación? En primer lugar, la pregunta por el prójimo (Lc 10, 29). El prójimo, ¿es el compatriota, el de la misma clase social o también el extranjero; o sólo el hermano en religión, de secta, el amigo? La respuesta es clara para el judío. El prójimo es el de su mismo pueblo. Esta concepción opera por círculos concéntricos: el prójimo es el más próximo y de aquí hasta aquéllos respecto a los cuales no tengo ya obligaciones o, incluso, tengo la obligación justificada de odiarles. Allí donde el prójimo puede ser elegido, determinado legalmente o de antemano, se opera una formalización del mandamiento del amor dado que es comprendido como exigencia de la eficacia y de las obras humanas que justifican para la vida eterna (Lc 10, 25-28). Dios es amado entonces según una medida legal, lo mismo que el prójimo. La fórmula "como a mí mismo" pone sólo a determinadas personas en igua ldad de derechos conmigo. El patrón de mi amor soy yo mismo, en definitiva me hago un dios a mi medida, la cual ya no es la libertad del amor de Dios que provoca mi libertad. Pero Jesús piensa en la medida sin medida. Por esto saca al hombre del medio de los círculos concéntricos y lo pone en camino de reconocer al prójimo en el golpeado. Jesús no define al prójimo, porque el prójimo es insustituiblemente concreto y vivo. No es simple casualidad que Jesús conteste a la pregunta del escriba con una parábola, la del buen samaritano (Lc 10, 3036). El oyente no debe colocarse ante la pregunta teóricamente, sino existencial y prácticamente. La transposición de "¿quién es mi prójimo?" a "¿quién se ha convertido en mi prójimo?" rige todo el relato. El oyente es invitado a colocarse en el lugar del apaleado (la parábola está contada desde esta perspectiva): según la mentalidad corriente no podía esperarse nada de un samaritano. Aquel de quien no puedo esperar nada no es mi prójimo, pero puede convertirse en prójimo si se acerca a ayudarme en mi necesidad. Y también, para aquella persona con quien nada me une no soy un prójimo, pero me convierto en su prójimo cuando me apiado de ella. El prójimo es indefinible. Está en el camino y acude a auxiliar. Nace del amor libre, inesperado, inculpable: nace de Dios. El prójimo nace en el acontecimiento del amor, en la obra misericordiosa. El sacerdote y el levita ponen en práctica la ley como ley que trae la muerte: ellos hubieran dejado morir al apaleado. El samaritano practica la libertad del amor, que es libre para tomarse con interés la necesidad del hombre. Jesús pone de manifiesto la voluntad de Dios, tal como se revela en el doble mandato, de modo no formalizable, sino realizable prácticamente. Y es practicable porque no se encuentra ligada al éxito humano o a RUDOLF PESCH determinaciones legales, sino sólo a la necesidad y a la muerte del hombre, realidades éstas que no son formalizables, sino funestas, y que no se pueden planificar. Aquí aparece ya claramente cómo la primera parte del mandamiento es renovada por Jesús. Amar a Dios como el Señor quiere decir amarle como padre misericordioso mientras me tomo con sumo interés a las personas necesitadas, como signo de su señorío sobre la necesidad y la muerte. Jesús no identifica, sin más, amor a Dios y amor al prójimo; no convierte el amor a Dios en amor al prójimo ni el amor al prójimo en vehículo del amor a Dios. Más bien predica a Dios como el que se ha convertido en el prójimo del pecador y esto de tal modo que ya no pueda encontrárselo más que allí: junto al pecador, junto a su enemigo, en la necesidad vital del hombre. La inextinguible unidad del amor a Dios y al prójimo, tal y como Jesús la revela, no tiene su fundamento en la identidad de aquellos a quienes se dirige el amor: Jesús no suprime las barreras entre Dios y el hombre. Dicha unidad se funda más bien en la identidad del amor (que es virtud divina), en el acontecimiento del amor de Dios que, por iniciativa propia, ha traspasado las barreras que le separan del hombre y se ha convertido en su prójimo; se basa en el acontecimiento de la revelación de este amor, es decir, en Jesús como lugar y portador de esta revelación. Por esto, Jesús merece ser llamado Dios-Hombre. El discurso revelador del juicio La unidad del amor a Dios y al prójimo no es una idea o un programa pedagógico. Es el acontecimiento de la revelación misma que sólo es comprendida desde el amor mismo, y que es testificada en la esperanza. Jesús habla de esta unidad en el discurso sobre el juicio final (Mt 25, 31-46) que nos descubre la realidad escatológica y definitiva por medio del amor de Dios como forma de su señorío. El discurso se encuentra reelaborado secundariamente por la teología cristiana que ha introducido la comprensión de Jesús como el Hijo del Hombre. El título judaico de Rey, que normalmente no se le aplicaba a Jesús, nos revela todavía la forma más antigua, en la cual Jesús hablaba de Dios como el juez. Jesús dice en el discurso: la persona necesitada es el lugar propio del encuentro de nuestro amor con Dios. La sorpresa de los justos lo aclara: la unidad del amor a Dios y al hombre no es mensurable desde el hombre (o manipulable teológicamente); es unidad, dado que el juez, débil y oculto entre nosotros, se entrega graciosamente en el débil a aquel que, a su vez, se entrega libremente y sin cálculos. Amor al prójimo no es un obrar contabilizable y amor a Dios no es una religiosidad fabricable por el hombre. Dios, como juez, preserva al hombre de la excesiva estima de sí mismo. Jesús no preconiza un cristianismo anónimo: benditos y malditos conocen al juez. Unos han obrado amorosamente "aunque Dios no existiera" (etsi Deus non daretur); los otros habrían obrado amorosamente si se hubieran encontrado con Dios. Pero Dios les sale al encuentro a ambos, a unos para salvación, puesto que aceptaron su amor en el más pequeño; a los otros para condenación, puesto que al pasar por alto al más pequeño pasan, a la vez, por alto el amor de Dios. Se encierran en sí mismos. De este modo se les comunica, escatológicamente, a los oyentes de este discurso el lugar donde se halla Dios; y esto desde una perspectiva de futuro (juicio final) que tiene RUDOLF PESCH validez definitiva en el presente: Dios está junto al más pequeño. El mandato incondicionado del amor al prójimo se identifica con el consuelo de su salvación. Las concreciones del amor al prójimo, las obras de misericordia, no pueden conducir a trivializar la exigencia. Jesús exige un humanismo puro, el humanismo de Dios. Dios se ha hecho el prójimo de sus enemigos; el hombre debe hacer lo mismo (Lc 6, 27, 36). "Praxis del cielo" para la nueva reunión Sólo cuando se da en la tierra la "praxis del cielo", puede lograrse la reunión de Israel y realizar éste su vocación de verdadero pueblo escatológico de Dios. Jesús ocupa el lugar de un Dios que no domina a su pueblo o a sus enemigos con su señorío. Jesús quiere conducir a su pueblo definitivamente a la libertad, le reúne para una existencia libre y quiere que todos los pueblos tomen parte de ella. Caso de que Israel se dejase reunir aparecería, también, el tiempo de salvación de todos los pueblos. La ética de Jesús corresponde a su pretensión: la reunión de Israel ante la cercanía del reino de Dios. El movimiento de reunión de Israel comenzado por Jesús no tuvo el éxito esperado. La pretensión de Jesús sólo fue aceptada por unos pocos. La expresión provocadora que Jesús dio a su acción en el templo se convirtió, inmediatamente, en el motivo de su prendimiento y condenación a muerte. Para los discípulos la muerte de Jesús -en la cual reconocieron como definitiva la reivindicación (en su resurrección) y su pretensión (como Hijo de Dios) (Jn 11, 51 ss)se convirtió en el motivo de su nueva reunión. Los que procedemos de los gentiles nos contamos entre los hijos de Dios dispersos. El movimiento de reunión de Jesús nos ha de alcanzar en la Iglesia; también aquí nos atañe su pretensión: "el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama" (Mt 12, 30). Notas: 1 Cfr. Ex 20, 10; 21, 2-3; 23, 10-12. Estos son los textos más antiguos que poseemos sobre el sentido del sábado (N. de la R.). Tradujo y condensó: JAVIER MARCELLÁN