solemnidad de san benito

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SOLEMNIDAD DE SAN BENITO
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
11 de julio de 2015
Prov 2, 1-9; Col 3, 12-17; Mt 19, 27-29
Hermanos y hermanas: La solemnidad de san Benito no es motivo de alegría y de
fiesta sólo por los monasterios benedictinos. Lo es para toda la Iglesia, que ve en él
"un esclarecido maestro en la escuela del divino servicio" (cf. oración colecta); un
padre espiritual que, en coherencia con su vida, enseña a amar a Jesucristo por
encima de todo, sin anteponer nada, y a honrar a toda persona (cf. RB 4, 8:21; 5, 2).
De un modo particular, san Benito es motivo de fiesta para Europa. Él es uno de los
patrones, puesto que las comunidades benedictinas de hombres y mujeres instruidas
con sus enseñanzas sobre la oración, sobre la persona, sobre las relaciones humanas,
sobre el trabajo y sobre la economía,... contribuyeron de una manera importante a la
construcción de Europa. De esta Europa que, llena de valores y de posibilidades, vive
una situación de desconcierto, de crisis de identidad, de tensiones entre territorios, de
problemas económicos, y eso es así en gran parte porque ha olvidado los valores
cristianos de sus raíces y los ideales humanistas que movieron a los líderes que
pusieron las bases de la Unión Europea.
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos ha presentado tres aspectos que
hoy contemplamos realizados en San Benito y que son una lección para nuestra vida y
por nuestra contribución a renovar la sociedad actual.
El primer aspecto, lo encontramos en el libro de los Proverbios. Hablaba, por un lado,
de la fe en Dios que comunica la sabiduría de vida y guía los caminos de los que
confían en él. Y, por otro, hablaba del trabajo interior que el hombre y la mujer de fe
deben realizar para acoger esta Palabra divina que los va transformando por dentro.
Además, el libro de los Proverbios nos enseñaba a buscar con ahínco esta Palabra
portadora de sabiduría, como quien busca un metal precioso, como quien busca un
tesoro escondido.
San Benito descubrió, en su juventud, el valor de la Palabra de Dios y lo dejó todo
buscando conocer más y más este tesoro que había encontrado. Se tomó Dios en
serio. Y se propuso seguir el camino del Evangelio para no anteponer nada al amor
que Cristo le tenía (cf. RB Prólogo, 21; 4, 21). En el trabajo espiritual que le iba
adentrando en esta realidad, se encontró con su mundo interior, con las múltiples
voces contradictorias que resuenan allí, con sus miedos, con sus tentaciones. Y
emprendió decididamente un combate que duró toda la vida para poder llegar, con la
gracia del Espíritu Santo, en la caridad perfecta que ahuyenta el temor, cambia el
corazón y lleva al amor de Cristo (cf. RB 7, 67 -70).
El segundo aspecto que destacaba la Palabra de Dios y que encontramos en san
Benito, es el amor fraterno. Hablaba de ello la segunda lectura. Para llegar a este
amor, además de la opción de fe, es necesario el trabajo espiritual del que he hablado.
Porque sólo desde este trabajo se puede llegar a la humildad, a la serenidad de
corazón, al agradecimiento sincero, en la paciencia que lleva a hacerse cargo del otro
y de su situación; sólo desde este trabajo para llegar a la caridad perfecta podemos
aprender a perdonar como el Señor nos perdona, él que es rico en misericordia. El
amor fraterno del que hablaba la segunda lectura, sin embargo, tiene otra dimensión:
la del servicio mutuo, la del enriquecimiento de unos a otros por el hecho de compartir
los bienes materiales, los dones que hemos recibido y los conocimientos que hemos
adquirido, el de vivir conjuntamente la fe y la oración.
Todo esto es el corazón del proyecto comunitario que san Benito establece en su
Regla. Él no piensa fundamentalmente en un monaquismo solitario, sino en una
comunidad de vida, de amor, de servicio, de oración, de acogida. Sólo prevé como una
excepción que algún monje, después de haber sobresalido en el trabajo personal, en
la vida fraterna y en la oración pueda llevar una vida más solitaria (cf. RB 1, 3-5). Pero
el proyecto benedictino es fundamentalmente comunitario. Y las relaciones fraternas
tienen el mismo valor que los grandes pilares del monaquismo clásico: la obediencia,
la humildad, el celibato por el Reino, la oración, el silencio y la paz del corazón, etc. La
Regla benedictina refleja el ideal comunitario que san Benito vivió y quiso dejar como
testamento espiritual a los monjes de sus monasterios. Un ideal, sin embargo, que
sólo se puede ir logrando a través de una vida de fe y de trabajo espiritual personal.
El ideal comunitario de san Benito es transportable a todas las formas de relación con
los demás, a la familia, al trabajo, al ocio, a la convivencia ciudadana, a la construcción
de la sociedad. Teniendo presente nuestro contexto más inmediato de Cataluña y
también el contexto europeo con toda la problemática que plantea la situación difícil de
Grecia, podemos decir que san Benito nos enseña a respetar la dignidad de cada ser
humano, y que la economía y la política deben estar al servicio de las personas y no
de los intereses de unos pocos; nos enseña a decir respetuosamente la verdad con
sus cosas positivas y negativas, a no actuar con tácticas egoístas y manipuladoras, a
valorar la opinión de cada persona tomándola seriamente en consideración, a buscar
de una manera justa lo que es mejor para el conjunto, a resolver los conflictos con un
diálogo leal (cf. RB 68), etc. Y a mantener la cohesión social aunque las decisiones
tomadas no sean las que uno hubiera querido (cf. RB 3). Estos principios establecidos
por san Benito están, por otra parte, en plena sintonía con los principios
fundamentales de la democracia.
El tercer aspecto de la Palabra de Dios referente a san Benito, lo encontramos en el
evangelio de hoy. Nuestro Santo Padre de monjes, por el hecho de haberlo dejado
todo por causa de Jesucristo y de haberle seguido en su vida y de haber enseñado a
hacerlo a los demás compartiendo una vida fraterna, ahora está junto al Señor
glorioso. Desde allí continúa ofreciéndonos su modelo de vida y ayudándonos con su
oración.
Si seguimos, pues, "el camino por donde el amado del Señor, Benito, ha subido al
cielo" (cf. Gregorio Magno, Diálogos II, 37, 3), que no es otro que el del Evangelio,
también nosotros al término de nuestra vida podremos merecer ver al Cristo "que nos
llamó a su reino" (cf. RB Prólogo, 21).
La Eucaristía que ahora celebramos nos ayuda a hacer este camino y nos es prenda
de llegar a la meta si no nos desviamos de la ruta.
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